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“Una mentalidad jerárquica fomenta la renuncia a los placeres de la vida. Justifica el trabajo pesado, el delito,
y el sacrificio de los «inferiores», y el placer y la satisfacción indulgente de prácticamente todos los caprichos
de los «superiores» […] Esta represión se extiende luego hacia afuera, hasta la naturaleza externa, como un
mero objeto de dominio y deseos de explotación. Esta mentalidad penetra nuestras psiques individuales en
forma acumulativa hasta el día de hoy, no sólo como capitalismo sino como la vasta historia de la sociedad
jerárquica desde su principio. A menos que investiguemos esta historia, que habita activamente dentro de
nosotros como las primeras fases de nuestras vidas individuales, nunca nos libraremos de ella”.
La diferencia de este, con tiempos anteriores, pudiésemos resumirla en tres factores: uno, que
llegamos a límites de capacidad de muy buena parte de los sistemas sociales y ecológicos
para soportar las perturbaciones y agresiones que están sufriendo estos; dos, que los eventos
sociales y ecológicos van teniendo características de eventos extremos; y tres, que dichos
sistemas tienden a la caotización y que por su alto nivel de integración (dada en buena
medida la globalización) pueden generar una cadena de acontecimientos o puntos de
inflexión –que también pueden ser pensados como „efecto dominó‟– con consecuencias
imprevisibles.
Pero precisamente por las dimensiones y la profundidad de esta crisis, se nos abre una
oportunidad para re-pensárnoslo todo, absolutamente todo. No es sólo el problema del cambio
climático, que además no se puede ni se debe segmentar como problema. No vivimos sólo
una crisis de las democracias o las instituciones modernas. Tampoco esta crisis puede
explicarse únicamente por una „escasez‟ de recursos o por un „desbordamiento‟ demográfico.
Y aunque es un factor determinante, tampoco es únicamente un problema de la crisis
estructural del capitalismo.
Se trata de una crisis total, esencial y existencial, que trastoca incluso el orden de la vida en la
Tierra (y por tanto de las otras especies que conviven con nosotros), que nos interpela como
especie en relación a nuestro rol en ella. No basta entonces rastrear sólo el „error‟ en nuestro
propio proyecto de construcción social contemporáneo, sino también el cómo se fue
configurando lo que podríamos llamar la verdadera Gran Divergencia (nada que ver con lo
planteado por Huntington y Pomeranz sobre el despegue del poderío de Occidente); esto es, la
que se produjo entre los patrones civilizatorios dominantes de las sociedades humanas, y los
ritmos y dinámicas ecológicas y simbióticas de la Naturaleza.
Por ello, necesitamos también rastrear los antecedentes de más largo alcance de esta crisis,
una de carácter civilizatorio.
Desde hace unos dos lustros el debate sobre el surgimiento de una nueva era geológica, el
„Antropoceno‟, ha cobrado gran popularidad y difusión, no sólo en el ámbito de las ciencias,
sino también de las ciencias sociales y sectores del activismo global (en buena medida
vinculados a reivindicaciones ecológicas). El Antropoceno tendría la particularidad de ser un
período geológico en el cual el principal factor de cambio y transformación en la Tierra sería
el humano.
Entre varias de las implicaciones de este debate, una de las que nos parece más interesante es
que permite inscribir el debate político sobre las causas y orígenes de la crisis ecológica
actual, en la propia historia reciente del planeta Tierra. Esto resulta en una invitación a
rastrear factores de mucho más largo alcance temporal, y no sólo los recientes cambios en el
metabolismo de las sociedades industriales contemporáneas. Esto, a su vez, nos permite
enlazar con la idea de que la crisis en la que estamos inmersos es en realidad una de carácter
civilizatorio.
Dos de las principales polémicas que se han generado en torno al debate sobre el Antropoceno
nos pueden ayudar a dejar más claro por qué hablar de una crisis civilizatoria. La primera,
tiene que ver con la crítica que se le ha hecho al concepto, por colocar al humano en abstracto
como responsable de la crisis, cuando en cambio esto ha sido el resultado de patrones
específicos de poder que han generado divisiones sociales y desigualdades en los procesos de
apropiación, usufructo y degradación de la riqueza natural. De ahí que Jason Moore haya
hablado del „Capitaloceno‟, señalando que es precisamente el capital y todas sus estructuras
de poder, el factor que define esta nueva era geológica; o bien, Christophe Bonneuil proponga
el „Occidentaloceno‟, haciendo referencia a la responsabilidad de la crisis por parte de los
países ricos industrializados de Occidente.
La segunda polémica tiene que ver con el punto de origen del Antropoceno. ¿Cuándo se
produce el punto de inflexión histórico que convierte al humano o al particular orden
civilizatorio, en la principal variable de transformación geológica?
A nuestro juicio, esto es fundamental pensarlo no a partir de un solo punto de origen (dado
que la historia no es lineal y luego de un punto de inflexión se producen nuevas tensiones y
diversas posibilidades), sino en el escalamiento de al menos tres períodos que han sido
determinantes para comprender, en su profundidad, el carácter de la crisis civilizatoria.
Vayamos de adelante hacia atrás. Ciertamente el período más evidente es el radical cambio de
metabolismo social y de las relaciones espacio-temporales que se produce a escala global a
partir de los siglos XVIII/XIX con las llamadas „Revoluciones Industriales‟, que van a
desembocar en un cada vez más acelerado sistema mundializado de extracción, procesamiento
y consumo de naturaleza, sin precedentes en toda la historia de la humanidad. Este momento
particular del Antropoceno va a ir en escalada hasta que a mediados del siglo XX (con la
imposición del modelo capitalista de la posguerra) se va a configurar “La Gran Aceleración”,
un proceso en el cual las tasas de uso de energía, crecimiento del PIB, crecimiento de la
población, de las emisiones de CO2, entre otros se disparan a niveles insospechados,
intensificando esta particular relación depredadora con la naturaleza. El período neoliberal, en
el marco de la llamada „globalización‟, va a intensificar aún más este proceso.
Figura 1. El gráfico de Steffen et al. (2015) muestra el violento salto desde mediados del siglo XX de los
indicadores vinculados a variables como el incremento del cambio de uso de la tierra, del número de personas
usando combustibles fósiles, entre otras.
El período previo al del Imperio de los combustibles fósiles, y constitutivo del mismo,
pudiésemos ubicarlo desde mediados/fines del siglo XV en lo que se entiende como
la Génesis de la modernidad capitalista colonial. Este proceso allanó el camino al particular
desarrollo histórico del capitalismo, y destaca, al menos para lo que tratamos de explicar, en
tres aspectos: la expansión geográfica de circuitos comerciales que, por primera vez en la
historia de la humanidad, va a crear un sistema y una economía mundial; una lógica de
colonización civilizatoria imperante, también expansiva, que va a tener como uno de sus
objetos fundamentales a la Naturaleza (bases para la conformación histórica del
extractivismo); y la configuración de patrones de poder que, como lo plantea Donna Haraway,
se originaron y expresaron con fuerza en la generación de plantaciones. De ahí que Haraway
reformule la apreciación sobre el Antropoceno y proponga en cambio el
término Plantacionoceno, tomando en cuenta que en las plantaciones se evidenciaron (y se
evidencian aún) la conjunción entre simplificaciones ecológicas –el disciplinamiento de las
plantas en particular– y el diseño de sistemas de trabajo humano forzado en torno a ellas
(basado generalmente en patrones racistas). Para Haraway fue la Plantación la que generó el
legado de esta nueva era geológica.
Figura 2. Típica plantación de caña. Imagen de la Isla de Antigua, en el Caribe. Fuente: William Clark, „Sugar
Cane Harvest,‟ Ten Views in the Island of Antigua (London, 1823).
Pero, ¿por qué no mirar más hacia atrás, muy atrás, para poder formularnos ciertas preguntas
esenciales? Hay algo aún más constitutivo, más raizal de este proceso histórico, que tiene
precisamente que ver con un quiebre particular que ocurre en la „larga‟ historia del homo
sapiens, que remonta a unos 300.000 años. Dicho quiebre es en realidad „reciente‟, y
pudiésemos ubicarlo en un proceso que se desarrolló desde hace unos 9.000-7.000 años con la
llamada „Revolución neolítica‟, a inicios del Holoceno.
A este, como uno de los tres períodos determinantes para comprender, en su profundidad, el
carácter de la crisis civilizatoria, lo llamaremos la verdadera Gran Divergencia, dada la
brecha histórica que se abre desde entonces en la relación entre los humanos, y entre estos y la
naturaleza. Este momento particular del antropoceno, va a devenir en la emergencia de las
grandes civilizaciones, de las economías de excedentes, de la configuración de nuevos
metabolismos sociales, del surgimiento de las estructuras estatales, de la génesis del
patriarcado, de la sociedad de castas y clases, de las lógicas imperiales. Se expanden las
disputas por la tierra cultivable, y por ende la guerra se hace cada vez más común. En este
entorno, van emergiendo los asuntos políticos y militares, con claros patrones masculinos, y
estos asuntos van a escindirse, jerárquicamente, sobre la esfera doméstica.
Figura 3. El Estandarte de Ur, antigua ciudad de Mesopotamia. 2.600 años A.C., período Dinástico Arcaico.
Representa diversas escenas de la vida cotidiana y de guerra. La sociedad mesopotámica se organizaba
piramidalmente, con los nobles, sacerdotes y comerciantes en la cúspide, y campesinos, artesanos y esclavos en
la base. Autor desconocido.
Pero es fundamental subrayar que esta, no tenía que ser necesariamente la única evolución
histórica de la humanidad, ni mucho menos la única forma que adquiriese la configuración de
las civilizaciones. El comienzo de la dominación de los patrones civilizatorios jerarquizados
no supuso la desaparición de otras formas de relacionamiento socio-ecológico más igualitario
y armónico. Más bien revela una disputa de esta lógica civilizatoria/racista/imperial contra
toda su otredad. No es una disputa que deba ser entendida en código binario. Más bien hay
una enorme diversidad, grises, matices, entrecruzamientos entre ellos.
Sin embargo, lo que queremos resaltar es que los sistemas de jerarquías, la dominación de
la naturaleza y el patriarcado, preceden al sistema capitalista y la modernidad. Y no son
rasgos naturales, ontológicos ni inevitables. Son en realidad la expresión de una historia
reciente del homo sapiens en la Tierra.
¿Es posible reformular el proyecto civilizatorio sin contar con las otras especies vivientes?
¿Es posible superar el antropocentrismo en vías hacia una nueva senda biocéntrica? Si así
fuese, ¿cuál sería nuestra forma, nuestra condición, nuestro rol como humanos en esa nueva
ruta?
Estos dilemas no han podido aún ser resueltos, no sólo por los conductores políticos e
institucionales, o por los voceros de los saberes científicos dominantes, sino tampoco por las
fuerzas políticas contrahegemónicas principales; las izquierdas incluidas. Las ideas de
transformación imperantes deben ser interpeladas, escrutadas. No sólo las de progreso y
desarrollo, sino la propia idea de revolución. E incluso la de emancipación. ¿Qué se
revoluciona? ¿Qué se emancipa? ¿Quiénes se emancipan? ¿Cómo? ¿Por qué medios? ¿A
costa de qué?
Todo esto no es un llamado a una supuesta apoliticidad. Nuestra apuesta podría ser en cambio
la búsqueda de nuevas y otras politicidades. Tampoco es un llamado a una vuelta al pasado
ancestral. No es posible ningún retorno. Todo debe ser reformulado, transformado, creado,
desde aquí y desde ahora; desde lo que somos. Vivimos un tiempo extraordinario, y como tal,
requiere de nosotros acciones extraordinarias. Se trata de una oportunidad histórica para
transitar hacia otro mundo, a otra forma de relacionarnos y reproducir la vida radicalmente
diferente a esta que domina el mundo.
Más allá de ser sólo una „eco-utopía‟, este es en realidad el camino que esta larga historia
civilizatoria nos ha puesto enfrente, para transitarlo. La gran crisis no es ya un panorama
futuro de tiempos difíciles, de tiempos que vendrán. Es en cambio el tiempo actual. Estamos
ya al interior de la gran crisis.
Ante la confusión que reina, lo mejor es siempre consultar y recurrir a los principios de la
naturaleza, que tiene sus propios ritmos, sus formas simbióticas, interdependientes,
cooperativas y mutuales de reproducirse. De reajustarse, de adaptarse, de transformarse. Los
comunes parece ser un horizonte político constituyente, en el que pueden converger las bases
de un proyecto de gestión colectiva, descentralizada y eco-social. Pero el giro a los comunes
no puede esperar mucho más. Este es el tiempo de los cambios. Es ahora.