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CONFERENCIA

BATALLA DE PICHINCHA 24 DE MAYO DE 1822

Buenos días señor rector, estimados profesores, queridos compañeros.

Hoy conmemoramos el aniversario 201 de la gloriosa Batalla del Pichincha, en la que el


pueblo ecuatoriano conquistó a fuego y sangre su primera independencia.
Tiempo atrás, las letras del Nuevo Luciano, del Quiteño Libre, convocaban a la dignidad,
a una rebelión para terminar con los privilegios, con la falta de salud, con la inexistencia
de educación, con la falta de verdad; eran las páginas apasionadas del Precursor Eugenio
de Santa Cruz y Espejo, el Duende de América, convocando a la construcción de la
Patria, a la unidad para buscar el bienestar común.
Con el triunfo del 24 de mayo de 1822 se consolidó la Independencia, al tiempo que se
proclamaban los ideales de la Patria Grande Latinoamericana.
La participación solidaria y decidida de todo un pueblo, superó grandes desigualdades:
Las armas de los realistas eran compradas con fondos de la corona, que habían sido
arrebatados de las manos de nuestros abuelos. Eran recursos que le robaban al pueblo.
Mientras que las armas del ejército patriota se hacían a mano, se juntaban en las casas,
en los poblados, con lo que la gente podía colaborar.
Por eso, los ejércitos patriotas tenían uniformes dispares, cosidos a la luz de las velas y
de la esperanza, elaborados de pueblo en pueblo; armas distintas, fruto de donaciones;
las municiones eran de distintos materiales, de variados colores, también, pues se
fundían joyas y toda clase de artefactos para los ejércitos de la libertad.
Los libertadores conformaban un ejército internacional de aproximadamente tres mil
hombres, comandados por Antonio José de Sucre, formando un tapiz de diferentes
uniformes y orígenes, pero con un solo corazón; argentinos, chilenos, bolivianos y
peruanos, todos unidos por el amor a la libertad, reunidos para este combate decisivo,
apoyados por el pueblo, alentados por la memoria de Eugenio de Santa Cruz y Espejo,
por el ejemplo de los precursores del 10 de agosto de 1809, por los mártires de 2 de
agosto de 1810.
La lucha era de todos, la victoria por primera vez, era de todos
La Libertad, la Independencia, eran inevitables, porque eran una exigencia de la historia.
Muchos hombres engrosaban las columnas libertarias, las mujeres eran las generalas de
la logística, las guarichas, que cocinaban en los campamentos y atendían a los heridos;
los campesinos entregaban comida, los artesanos todo lo que podían, los sastres, los
zapateros, las mujeres, los jóvenes, los esclavos, conspiraban y guardaban secretos; los
que sabían contar contaban los rifles y los cañones del enemigo para decírselo al ejército
patriota y se rezaba por la causa en todas las casas y en todas las iglesias.
La gente de Quito no estaba solo esperando que llegara Sucre, los barrios estaban
preparados para conseguir su libertad; y la gente ayudó, con corazón, con amor; le
mostraron a Sucre los misterios de los culuncos, esos caminos antiguos que los
españoles desconocían y así la sorpresa y el arresto militar condujeron a los Patriotas a la
victoria, el 24 de mayo de 1822.
Saludamos al glorioso pueblo de Quito y rendimos homenaje a sus próceres; hay que
mantener la memoria de Sucre, de Abdón Calderón, de Bolívar, de Manuelita Sáenz y de
tantos otros, como ejemplo de amor a la Patria. Y junto a ellos, honramos también la
memoria de aquellos héroes anónimos, hombres y mujeres, que perdieron la vida
combatiendo por nuestra libertad.
Este hito histórico marca un antes y un después a lo que vendría a ser nuestra amada
República del Ecuador. El importante motivo que nos une en esta celebración es recordar
que la Batalla de Pichincha fue el punto culminante de un largo proceso de luchas por la
independencia, que se extendieron durante tres décadas, nacidas de ideas y sentimientos
de liberarse de la opresión de la Corona, una demostración de profundo amar a la patria;
estos ideales patriotas que nacieron muchos años atrás, movidos por un deseo de
libertad.
En el Pichincha, ofrendaron sus vidas soldados anónimos y valientes que se enfrentaron
al fuego opresor, con la profunda convicción de luchar por la verdad, por la justicia, por el
futuro. Ese sacrificio, ese valor supremo, ese profundo amor a la patria, fueron entonces y
son ahora las características de un pueblo ecuatoriano. Por eso, rendimos homenaje a
todos nuestros héroes; su sangre no solo quedó en los campos de batalla, sino que corre
por nuestras venas. Ahora las batallas no se producen en las faldas del Pichincha, se
producen en las aulas, donde los héroes actuales son maestros quienes nos enseñan no
sola la historia, sino que también nos preparan como líderes, buenos profesionales y
mejores seres humanos, con el fin de tener un mejor futuro.

Me despido con una frase de Simón Bolívar:


«Nos han dominado más por la ignorancia que por la fuerza».
Muchas gracias.

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