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Geografía económica

La lógica espacial del capitalismo global

Ricardo Méndez

EDITORIAL ARIEL

Este material se utiliza con fines


exclusivamente didácticos
ÍNDICE

Introducción .......................................................................................................................................... XI

Capítulo 1. Economía y organización territorial .................................................................................


1. El análisis geográfico de la actividad económica .................................................................. 1
2. Definición y contenidos de la geografía económica .............................................................. 4
3. El carácter dinámico de las interrelaciones economía-espacio............................................... 7
4. Metodología de investigación en geografía económica ....................................................... 18

Capítulo 2. Organización espacial del sistema económico .............................................................. 23


1. La organización de la actividad económica ......................................................................... 23
2. Estructura y dinamismo del sistema productivo ................................................................... 32
3. Lógica espacial del sistema capitalista: mecanismos de funcionamiento
y fases de desarrollo ................................................................................................................ 40
4. Lógica del beneficio y estrategias espaciales de las empresas ............................................ 43
5. Competencia y concentración empresarial .......................................................................... 48
6. Excedente, inversión y crecimiento desigual ....................................................................... 54
7. Mercado, precios y usos del suelo ....................................................................................... 59
8. División del trabajo y especialización territorial ................................................................. 65

Capítulo 3. Dinámica capitalista, crisis y reestructuración territorial ........................................... 71


1. Transformaciones recientes en la economía mundial .......................................................... 71
2. Ciclos económicos y crisis en el capitalismo ....................................................................... 75
3. Capitalismo mercantil y modelos territoriales dispersos ..................................................... 84
4. Transformaciones económico-espaciales asociadas a la primera evolución industrial ....... 89
5. El modelo productivo fordista y el reforzamiento de la concentración espacial ................. 94
6. Hacia una nueva era neofordista de capitalismo global ..................................................... 100

Capítulo 4. Efectos espaciales de la globalización económica ....................................................... 107


1. Desarrollo del capitalismo y proceso de globalización ..................................................... 107
2. Dimensiones del proceso de globalización económica ...................................................... 112
3. Las empresas multinacionales como agentes de la globalización ...................................... 126
4. Geografía de las multinacionales ....................................................................................... 133
5. Empresas multinacionales y desarrollo regional ............................................................... 152

Capítulo 5. Innovación tecnológica, sistema productivo y territorio ........................................... 157


1. Geografía de la innovación: significado y principales contenidos .................................... 157
2. Componentes y características de la revolución tecnológica.............................................. 161
3. Los espacios de la innovación ........................................................................................... 167
4. Impactos territoriales de la innovación tecnológica .......................................................... 180
5. Un espacio y una economía de redes .................................................................................. 188

Capítulo 6. La nueva división espacial del trabajo......................................................................... 207


1. Bases para el estudio del mercado de trabajo en geografía ............................................... 207
2. Tendencias recientes del empleo y el paro ........................................................................ 219
3. La multiplicidad de factores explicativos y sus diferencias territoriales ........................... 226
4. El empleo de la era neofordista y la nueva división espacial del trabajo .......................... 233
5. Políticas de empleo y debates sobre el futuro del trabajo .................................................. 250

Capítulo 7. Organización espacial de las actividades económicas ............................................... 255


1. La localización de las actividades económicas: principios generales ............................................. 255
2. Un contexto interpretativo para la localización de actividades ...................................................... 275
3. Una perspectiva dinámica: difusión espacial de innovaciones y actividades ................................. 290
4. Tendencias actuales de localización de las actividades productivas .............................................. 297
5. Crecimiento y contrastes en la localización de los servicios .......................................................... 310

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Capítulo 8. Desarrollo desigual, medio ambiente y territorio ...................................................... 321
1. El desarrollo desigual como temática para la geografía económica .................................. 321
2. La medición de las desigualdades y el problema de los indicadores ................................. 327
3. Crecimiento económico y desigualdad espacial: principales explicaciones ...................... 334
4. Políticas de desarrollo regional y local .............................................................................. 350
5. Crecimiento económico, medio ambiente y desarrollo sostenible ..................................... 355

Bibliografía......................................................................................................................................... 363

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CAPÍTULO 5. INNOVACIÓN TECNOLÓGICA, SISTEMA PRODUCTIVO Y
TERRITORIO

1. Geografía de la innovación: significado y principales contenidos

Existe hoy una aceptación general de que estamos inmersos en una fase de aceleración histórica que
tiene en el cambio tecnológico rápido y profundo uno de sus principales motores de impulso. Tal como, ya a
mediados de los años ochenta, afirmaba Manuel Castells en la introducción de un amplio informe sobre la
situación de España frente al reto de las nuevas tecnologías: “Un nuevo espectro recorre el mundo: las
nuevas tecnologías. A su conjuro ambivalente se concitan los temores y se alumbran las esperanzas de
nuestras sociedades en crisis. Se debate su contenido específico y se desconocen en buena medida sus efectos
precisos, pero apenas nadie pone en duda su importancia histórica y el cambio cualitativo que introducen en
nuestro modo de producir, de gestionar, de consumir, de vivir y de morir” (Castells, M. et al. 1986, 13). Poco
después, y en un plano más próximo al contenido de este libro, las conclusiones del Seminario internacional
sobre revolución tecnológica y reestructuración productiva: impactos y desafíos territoriales, celebrado en
Santiago de Chile en agosto de 1989, destacaban que “la profunda reestructuración que se está produciendo
en la organización económica, social y política bajo el impacto del vertiginoso avance de la revolución
científico-técnica y de los procesos de internacionalización del capital, ha ido afirmando una nueva división
regional del trabajo que hasta ahora no ha alterado mayormente la persistencia de la dinámica de la
distribución geográfica desigual de las fuerzas productivas y la organización territorial concentrada”
(Alburquerque, F.; De Mattos, C. y Jordán, R., eds., 1990, 8).
Transcurrida una década, puede afirmarse que el interés y la preocupación suscitados por un cambio
tecnológico que, lejos de atenuar su ritmo, invade de forma rápida múltiples esferas de la realidad económica
y social ha continuado en aumento. El análisis de sus componentes y características. de sus efectos sobre el
empleo o sobre la aparente eliminación de la distancia física que conlleva el desarrollo conjunto de la
informática y las telecomunicaciones, de las nuevas exigencias formativas que introduce, o de la importancia
que adquieren hoy los llamados parques tecnológicos para el desarrollo regional y local se han convertido en
algunas de las líneas de investigación prioritarias y más prometedoras, abordadas desde perspectivas
científicas y profesionales muy diversas.
Pero, como toda temática de moda, los estudios dedicados al cambio tecnológico han padecido con
demasiada frecuencia el asalto de un buen número de futurólogos que, ignorando la distancia que media
entre lo posible y lo probable, se han dedicado a ofrecer unas imágenes más o menos brillantes de un mundo
feliz o, por el contrario, de una pesadilla tecnológica, planteadas al margen de la lógica económica y la
organización social que orientan el proceso de cambio en direcciones concretas en función de los objetivos e
intereses dominantes en cada caso. Así, por ejemplo, en el plano geográfico una de las ideas más repetidas en
los últimos años ha sido la referencia a un mundo futuro progresivamente liberado de las exigencias de
concentración espacial, en el que una pléyade de cibernautas podrá trabajar en su domicilio y disfrutar de
buena parte de su tiempo de ocio en ese hogar electrónico, conectado a las redes telemáticas y los equipos
multimedia, tal como a principios del siglo XX predijeron otros visionarios, fascinados por el efecto
combinado que el teléfono, la electricidad y el automóvil podían ejercer para el desmantelamiento de unas
aglomeraciones urbano-industriales tan costosas (en términos económicos y sociales) como innecesarias en
la nueva era tecnológica que se anunciaba. Y, sin embargo, ahora sabemos que en ese nuevo mundo, que
contaba con un mayor potencial deslocalizador, los procesos de polarización espacial alcanzaron límites
desconocidos hasta entonces, o que las grandes áreas metropolitanas continuaron atrayendo inversiones,
empresas y población porque la liberación de algunas restricciones impuestas por la distancia permitió
valorar otras ventajas comparativas que ampliaron su radio de influencia a costa de otras áreas con menores
recursos, infraestructuras e iniciativas.
Por tanto, frente a la imagen simplista que suponen todos los determinismos, incluido el tecnológico,
debe recordarse que la evolución de la realidad económica, social y territorial responde siempre a procesos
más complejos y contradictorios, en los que interactúan fuerzas diversas y cambiantes a lo largo del tiempo.
Desde la propuesta interpretativa defendida en este libro, la reestructuración del sistema capitalista iniciada
en los años setenta como respuesta al progresivo agotamiento de un modelo productivo y de organización
vigente durante décadas, pero incapaz de asegurar ya el crecimiento de los excedentes y la propia expansión
del sistema, encontró en la innovación tecnológica un medio eficaz para acelerar los procesos productivos,
abaratar sus costes, ampliar sus espacios de influencia, generar nuevas áreas de inversión rentable y eliminar

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algunas rigideces técnicas e institucionales en su funcionamiento. Esa necesidad de cambio justifica el
ingente esfuerzo inversor realizado, tanto por empresas como por los poderes públicos, en lo referente a
investigación, desarrollo y difusión tecnológica, así como su uso concreto y los consiguientes efectos
derivados sobre el empleo o la organización territorial.
La innovación tecnológica tiene un componente espacial indiscutible, y obras como las de Hall y
Preston (1988), Hepworth (1989) o Feldman (1995) han intentado establecer las bases para una geografía de
la innovación que, pese a desbordar el plano estrictamente geoeconómico, sitúa las cuestiones que atañen a
las relaciones entre innovación, sistema productivo y territorio en un lugar central. En una panorámica
general de carácter introductorio puede recordarse que el cambio tecnológico actual trae consigo:

– una modificación de las relaciones espacio/tiempo, a partir de la mejora de las comunicaciones,


que permite operar en tiempo real y de forma simultánea desde lugares múltiples, lo que equivale
a una contracción de la distancia, mediada tanto en tiempo como en coste, con el consiguiente
cambio en las pautas de localización junto al incremento de la competencia interregional e
interurbana;
– una densificación de las redes de flujos tangibles e intangibles que interconectan las empresas y
los territorios, facilitando un funcionamiento sistémico en escalas espaciales cada vez más
amplias, que otorga una importancia estratégica al nivel de conexión/desconexión a esas redes
alcanzado por cada lugar como factor de crecimiento económico, frente al simple efecto de la
proximidad o accesibilidad a otros centros de actividad;
– una nueva división espacial del trabajo, en función de la desigual capacidad mostrada por cada
territorio para producir o incorporar innovaciones tecnológicas, origen de nuevos contrastes
espaciales de carácter más cualitativo que cuantitativo, lo que exige la búsqueda de indicadores
adecuados para su medición;
– una creciente presencia de las actuaciones tendentes a promover la innovación tecnológica y su
difusión en el tejido productivo y social, dentro de las políticas de desarrollo y ordenación
territorial.

Con este marco de referencia, la estructura del capítulo esquematizada en la figura 5.1 parte del
principio señalado por Sánchez sobre la doble dirección de las relaciones entre espacio e innovación
tecnológica: “Por un lado, las nuevas tecnologías ejercen una clara incidencia sobre el espacio, siendo el
territorio un aspecto sobre el que actuar. Pero no debernos olvidar, como lo olvidan frecuentemente los
estudiosos, que también el espacio, en sí mismo, se muestra como un condicionante, ya que, mientras en
ocasiones se buscará el espacio idóneo para el desarrollo de las nuevas tecnologías, en otros momentos lo
que se pretenderá a través de ellas será aprovecharse o enfrentarse con él” (Sánchez, J. E., 1991, 265).
Desde la perspectiva concreta de la geografía económica, el carácter dialéctico de esas relaciones se
traduce, en tres tipos de temáticas, complementarias entre sí y de amplio desarrollo actual:

a) Condicionantes territoriales que influyen en el desarrollo de la innovación –tanto en su


producción o generación, como en su consumo o difusión– y que justifican la aparición de
medios particularmente propicios para la innovación en ciertas áreas concretas.
b) Efectos territoriales de la innovación tecnológica, centrados aquí en aquellos que repercuten de
forma directa sobre el sistema productivo (localización de actividades, desarrollo desigual...),
con especial atención a la formación de un espacio de flujos, que se organiza en forma de redes a
diferentes escalas.
c) Análisis de las políticas tecnológicas y sus efectos sobre el desarrollo regional y local,
discutiendo sus objetivos o el tipo de instrumentos de intervención más adecuados, además de
evaluar los resultados de las actuaciones llevadas a cabo en los últimos años.

Esa triple consideración exige un breve comentario previo sobre las características de la actual
revolución tecnológica, destinado sobre todo a precisar algunos conceptos básicos de uso frecuente.

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Características y efectos de la revolución tecnológica

• Conceptos fundamentales
• Componentes del nuevo paradigma
• Efectos en empresas/sist. Productivo
• Efectos laborales y sociales

Espacios de innovación Impactos territoriales de la innovación tecnológica Política tecnológica y desarrollo regional

a) Espontáneos a) Nuevas formas de desigualdad a) Objetivos y tipos de políticas


• Complejos de alta tecnología • Esfuerzo tecnológico b) Instrumentos de intervención
• Medios innovadores • Relocalización actividades c) Efectos sobre desarrollo regional y local
b) Planificados b) Espacio de redes
• Tecnópolis • Redes de empresas
• Parques tecnológicos y científicos • Redes transporte/telecomunicación

FIG. 5.1. Principales contenidos para una geografía de la innovación

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2. Componentes y características de la revolución tecnológica

2.1. Definición de conceptos básicos

El punto de partida indispensable para abordar cualquier estudio sobre geografía de la innovación
debe ser la utilización de una terminología precisa en esta materia, elaborada principalmente por autores de
clara influencia schumpeteriana y que se ha generalizado con rapidez. Su mejor exponente puede ser el
denominado Manual de Frascati, publicado por la OCDE en los años sesenta y traducido en España por el
Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (CDT1) en 1981.
Una primera definición necesaria es la referente al concepto de tecnología, que aquí se entiende
como el “conjunto de información y conocimientos que puede ser aplicable a la producción de bienes y
servicios y que, a tal fin, puede combinar elementos novedosos y tradicionales”.. o bien, de forma similar,
como “todo conocimiento transmisible y aplicable, de forma sistemática, a la transformación del medio y a la
producción de bienes y servicios” (IMADE, 1995,14).
En relación con ella, es preciso distinguir con claridad el concepto de invención, entendida como
una “elaboración de nuevos conocimientos, productos o procesos” que se sitúa en la esfera científico-técnica
y puede no llegar a salir de ella, frente al de innovación, que se define como la “aplicación de nuevos
conocimientos o invenciones a la mejora de los procesos productivos, o la modificación de éstos para la
producción de nuevos bienes”, lo que supone la aplicación práctica de una invención, que afecta al
funcionamiento del sistema productivo mejorando, en principio, su eficiencia y calidad. Ese carácter exige la
realización de inversiones, a menudo muy elevadas, para traducir una invención en innovación, lo que sitúa a
esta última en el terreno económico.
Según su intensidad, pueden diferenciarse dos tipos de innovaciones. Por un lado, las innovaciones
incrementales o adaptativas son las mejoras sucesivas a que se ven sometidos la mayor parte de productos
y procesos y que permiten elevar la productividad (relación entre insumos y productos), la calidad y gama de
productos, los mercados de venta, etc. Distintas son las innovaciones radicales, consistentes en la
introducción de un producto o proceso nuevo, capaz de generar una ruptura con la trayectoria tecnológica
anterior tal como la que representó la aparición del motor de combustión o el circuito integrado.
Esas innovaciones tecnológicas siguen habitualmente una evolución más o menos similar, que puede
sintetizarse en la idea del ciclo de innovación (véase fig. 5.2): cuando se introduce una innovación de
proceso o de producto, los primeros momentos están marcados por la existencia de pocas empresas
poseedoras de la innovación, que deben realizar grandes esfuerzos en investigación y desarrollo tecnológico,
así como en introducirla en el mercado, lo que supone una rentabilidad limitada cuando no un fracaso. Si, por
el contrario, el proceso o el producto se consolida, comienzan a introducirse progresivamente mejoras
incrementales al tiempo que su difusión eleva la rentabilidad y el número de empresas competidoras. Se
avanza entonces hacia una progresiva maduración cuando la tecnología ya ha alcanzado sus límites y apenas
permite nuevas mejoras, al tiempo que el gran número de competidores fuerza a buscar economías de escala
para así abaratar costes, lo que también favorece su traslado progresivo hacia espacios periféricos con
menores costes. Se alcanzan así rendimientos decrecientes que fuerzan la búsqueda de otras innovaciones
radicales (de nuevas tecnologías) capaces de reactivar la economía, lo que justifica su concentración
temporal cuando entran en crisis las tecnologías precedentes.
Junto a las innovaciones de proceso, orientadas a mejorar la forma de hacer mediante la reducción
de costes, el aumento de la productividad, de la flexibilidad, etc., y las innovaciones de producto, basadas
en la obtención de nuevos bienes o la mejora de los existentes para abrir/ampliar los mercados de venta o
reducir su precio, no deben olvidarse otras formas complementarias, indispensables para optimizar los
beneficios potenciales del cambio tecnológico. Se trata de las innovaciones gerenciales, destinadas a
modificar la gestión y organización interna de las empresas para elevar la coordinación entre los diferentes
departamentos, entre las tareas de decisión y ejecución, o mejorar la vinculación con las demandas del
mercado para asegurar una rápida respuesta, lo que no exige costosas inversiones en maquinaria y equipos
sofisticados para su realización. Como recuerda Pérez, “no basta con poseer la más moderna tecnología, no
hasta con saber desarrollarla y producirla, ni siquiera basta con ser líder tecnológico. Hay que saber utilizar
las nuevas tecnologías a través de estrategias gerenciales modernas y organizaciones ágiles, participativas y
dinámicas. En otras palabras, no hay tecnología ni técnica milagrosa que pueda salvar a una gerencia
obsoleta” (Pérez, C., 1990, 314).
Pero las innovaciones radicales no suelen aparecer de forma aislada, sino agrupadas en forma de
sistemas tecnológicos, conjuntos de innovaciones interrelacionadas que afectan a diferentes segmentos del

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sistema productivo y dan origen a cambios más amplios al difundirse a diversas ramas de actividad, tal como
ocurrió con la aparición de la electricidad, la petroquímica o la cadena de producción y montaje.

FIG. 5.2. Etapas del ciclo de innovación tecnológica.

Finalmente, el concepto de mayor amplitud es el de revolución tecnológica, definida como una


“constelación de sistemas tecnológicos con una dinámica común” (Pérez, C., 1988, 48), que han tenido lugar
en ciertos momentos históricos, capaces de transformar el sistema productivo en su conjunto, incluida su
lógica espacial. Cada revolución tecnológica supone también la consolidación de un nuevo paradigma
tecnoeconómico (Dosi, G. et al., 1988), es decir, un nuevo sentido común que se hace dominante por
considerarse el más adecuado para superar las limitaciones asociadas al paradigma anterior, lo que supone
aceptar una nueva definición de lo que son las buenas prácticas, tanto en el terreno de la gestión empresarial,
la organización de los procesos productivos, las decisiones de localización o la intervención pública sobre el
territorio. Tal como sistematiza el cuadro 5.1, cada revolución tecnológica supone, en suma, la aceptación de
un nuevo modelo de eficiencia productiva, unas determinadas relaciones sociales y laborales, así como
cambios en la organización espacial, lo que trae consigo unos efectos ambivalentes, de destrucción creadora
en palabras de Schumpeter, que siempre afectarán de modo distinto a los diversos tipos de empresas,
actividades, grupos de trabajadores y territorios.
Asistimos desde hace más de dos décadas a uno de esos períodos, que habitualmente se identifica
con la tercera revolución industrial, cuyas características específicas y diferenciadas de las anteriores es
preciso conocer para abordar luego el análisis de los fenómenos de interés geográfico que se le asocian.

2.2. La tercera revolución industrial y el nuevo paradigma tecnoeconómico

Toda revolución tecnológica se articula en torno a un factor clave o materia prima que debe ser
aparentemente inagotable, de coste bajo y decreciente, además de poder aplicarse de forma masiva a usos
múltiples. Si en el pasado el carbón/vapor, el acero, la electricidad o los hidrocarburos cumplieron esa
función, el factor clave de esta tercera revolución industrial es la información y, más en concreto, la
microelectrónica.
Definida como la técnica para el diseño y producción de circuitos electrónicos en miniatura mediante
el uso de elementos semiconductores, su rápido desarrollo en las últimas décadas tiene como punto de
partida el descubrimiento del transistor (1947), para atravesar una serie de etapas sucesivas marcadas por la
aparición del circuito integrado (1957), el proceso planar (1959) y el microprocesador (1971). Cada uno de
esos avances ha permitido un aumento exponencial en la capacidad para generar, almacenar, procesar y
transmitir grandes cantidades de información, con una velocidad y precisión desconocida con anterioridad,

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que aumenta a partir de una miniaturización creciente reflejada en el hecho de que el número de
componentes que integran un chip se duplique anualmente en promedio.

CUADRO 5.1. Transformaciones asociadas a las revoluciones tecnológicas


TIPOS DE CAMBIOS
a) Modelo de eficiencia productiva Sectores motrices/dinámicos y en declive.
Principales áreas de inversión (infraestructuras y actividades).
Escala óptima de actuación (empresa y establecimiento).
Estructura organizativa de la empresa.
b) Condiciones sociolaborales Demanda de trabajadores por empresas (volumen).
Exigencias de cualificación.
Estructura socioprofesional/ocupacional.
Pautas de consumo y modos de vida.
c) Organización espacial Localización de las actividades económicas.
Relaciones territoriales: flujos.
Movilidad espacial de la población.
Intensidad y manifestaciones del desarrollo desigual.
TIPOS DE EFECTOS
a) Oportunidades Aumento de productividad y competitividad (empresarial y
territorial)
Nuevos productos y empleos.
Mayor y mejor comunicación/acceso a la información.
b) Riesgos Destrucción de empleos (uso social de la tecnología).
Exclusión de empresas, sectores, grupos sociales y territorios.

Además de impulsar, la demanda de nuevos materiales, equipos y servicios, a partir de la


microelectrónica se desarrollan todo un conjunto de industrias motrices identificadas habitualmente con la
alta tecnología (high tech) o la nueva tecnología, y de ciertos servicios de procesamiento de información,
de rápido crecimiento y elevada capacidad para generar efectos multiplicadores en su entorno, que utilizan
de forma intensiva los componentes microelectrónicos como insumo principal (véase fig. 5.3): informática,
telecomunicaciones, automatización industrial, electrónica industrial y de consumo o instrumentos de
precisión. Todas esas actividades tienen en común el hecho de trabajar con información, lo que justifica la
creciente identificación de los nuevos tiempos con la transición hacia una sociedad informacional, en donde
a los cambios tecnológicos se asocian otros no menos importantes en las relaciones sociales, la lógica
productiva o la organización territorial. Tal como señala Castells, “lo que permite el circuito integrado es
acelerar el procesamiento de la información, toda vez que aumenta la complejidad y precisión del proceso.
Lo que los ordenadores hacen es organizar los conjuntos de instrucciones requeridas para el manejo de la
información y, de modo cada vez más generalizado, posibilitando que exista un flujo de intercambio y
tratamiento de la información a cualquier distancia, a bajo costo y con períodos de transmisión cada vez
menores” (Castells, M., 1995, 38).
A éstos se suman otros desarrollos complementarios en los ámbitos de la biotecnología y la
ingeniería genética, la obtención de nuevos materiales (cerámicas, polímeros, aleaciones, fibra óptica ... ), las
energías renovables (solar, eólica ... ) o el láser, que interaccionan con los anteriores.
Pero el principal impacto de la microelectrónica radica en su posibilidad de aplicación a todo tipo de
actividades productivas y de servicios, tanto tradicionales como nuevas, que incorporan más información y
conocimiento a sus operaciones, lo que contribuye de forma directa a transformar sus procesos, es decir, la
forma de actuar de las empresas y sus interrelaciones:

– Aumentan la precisión y velocidad de múltiples tareas, desde el diseño de zapatos o automóviles,


a la producción textil o agraria, la contabilidad, el inventario de] almacén, la exploración
radiológica, la reserva de billetes para viajes o espectáculos o la distribución de mercancías, lo
que eleva la productividad global del trabajo realizado a costa, muchas veces, de reducir el
empleo, tal como se tratará en el próximo capítulo.
– Permiten una mayor flexibilidad productiva frente a la fabricación en serie y estandarizada, al
integrar el diseño informatizado con la producción, y, además, poder cambiar con rapidez las
especificaciones de las máquinas-herramientas de control numérico o los robots programables, lo

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que facilita diversificar la gama de productos para adaptarse a las demandas de la clientela y
obtener así economías de cobertura.
– Reducen, en consecuencia, la escala de producción que permite a una empresa industrial ser
rentable si con ello puede beneficiarse de economías de especialización por concentrar su
esfuerzo en lo que se denominan nichos de mercado específicos (jóvenes, población de mayor
renta ... ).
– Hacen posible un funcionamiento permanente en el tiempo (24 horas al día) de múltiples
servicios personales o empresariales como los bancarios, comerciales, bursátiles, etc., lo que
aumenta su cifra de negocios.
– Modifican la lógica espacial de numerosas empresas al facilitar la coordinación interna entre
establecimientos de la misma firma situados en diferentes localizaciones y reducir, al tiempo, los
costes de transacción (transporte, comunicación, negociación, coordinación de actuaciones ... )
derivados de la relación con otras, proveedoras o clientes, lo que se refleja en un rápido aumento
de las empresas-red multilocalizadas, así como de las redes de empresas vinculadas entre sí
mediante relaciones de descentralización de tareas o subcontratación.

FIG. 5.3. Componentes del nuevo sistema tecnológico.

A los efectos ejercidos por las nuevas tecnologías de información sobre el sistema productivo se
suman los cambios paralelos que se vienen produciendo en la gestión y organización empresarial,
especialmente visibles en las grandes firmas pero no por ello ausentes de otras muchas de menor tamaño,
resumidos ahora en tres aspectos de especial significación:

a) Se avanza hacia un funcionamiento sistémico, con una progresiva sustitución de las estructuras
piramidales y fuertemente jerarquizadas, con división de funciones en departamentos
especializados y una centralización de la capacidad decisoria en la cúspide, por otras más planas,
interactivas y abiertas. Se reduce así el número de mandos intermedios y se crean unidades
multifuncionales alrededor de objetivos concretos y finalistas (una línea de productos, un
segmento del mercado, un área geográfica ... ), buscando abarcar procesos completos y una
mayor proximidad al usuario/cliente, lo que suele acompañarse por una cierta descentralización
de las decisiones al aumentar los flujos de información dentro de la empresa.

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b) b) Se abandona la búsqueda de un comportamiento óptimo frente al principio de mejora
continua, necesaria ante un entorno económico y tecnológico muy cambiante, lo que plantea la
necesidad del cambio como rutina, pero se asocia como contrapartida a una mayor inestabilidad
(en el empleo necesario, en los bienes y servicios a ofrecer, en la maquinaria y equipos
disponibles, en la distribución espacial de los centros de trabajo, etc.).
c) Junto a la competencia habitual con otras empresas que operan en los mismos sectores por
conquistar cuotas de mercado, se concede un mayor espacio a la cooperación estratégica en
proyectos conjuntos que puedan beneficiar a todas las firmas participantes, ya sea al compartir
los costes que supone la investigación y el desarrollo tecnológico, la fabricación de un nuevo
producto, la realización de campañas de publicidad y marketing, el acceso a redes de
información o a subvenciones en programas públicos, etc.

Una vez identificadas las principales transformaciones genéricas que experimentan los sistemas
productivos como consecuencia de la revolución tecnológica, es el momento de analizar con mayor precisión
la reorganización espacial asociada e identificar las principales líneas de investigación en este ámbito
relacionadas con la geografía económica, comenzando por la cuestión relativa a la localización de los
espacios innovadores, sus diversos tipos y las condiciones previas que justifican su desigual distribución
territorial.

3. Los espacios de la innovación

Todas las observaciones realizadas hasta el momento, cualquiera que sea el sector o el ámbito
territorial analizado, ponen en evidencia que la innovación es un fenómeno altamente selectivo, que tiende a
concentrarse en ciertas ramas de actividad, un número limitado de empresas y, sobre todo, en espacios
concretos, con características que favorecen la generación de iniciativas innovadoras y su difusión al tejido
económico y social.
Pese a las dificultades y deficiencias que conlleva el intento de medir la innovación, tanto los
indicadores que se fijan en el esfuerzo tecnológico realizado por empresas y territorios (gastos en I+D,
proporción de técnicos e investigadores, transferencia tecnológica ... ), como en la presencia de los sectores
de alta tecnología, o en los resultados alcanzados (patentes registradas, mejoras de productividad, aumento
de la capacidad competitiva y las exportaciones, nuevos productos...) coinciden en ese diverso
comportamiento geográfico. Sirva como ejemplo el Inventario de Recursos Tecnológicos de Andalucía
elaborado en 1992 por el Instituto de Fomento de Andalucía (véase fig. 5.4), que identificó en la región un
total de 480 empresas innovadoras por sus procesos o productos, con una fuerte concentración urbana en las
capitales provinciales y algunos núcleos como Jerez, Algeciras, Linares o Ayamonte, frente a su escasa
presencia en el resto del territorio (Marchena, M., coord., 1993; Caravaca, I., 1994).

FIG. 5.4. Localización de empresas innovadoras en Andalucía (tomado de I. Caravaca, 1994)

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Aceptada esa situación, una de las líneas de investigación que mayor interés –teórico y práctico– ha
suscitado en los últimos años ha sido la dedicada a intentar comprender las condiciones que hacen posible el
surgimiento y desarrollo de esos espacios innovadores, sus pautas de localización, los diferentes tipos de
estructuras productivas y espaciales que pueden encontrarse bajo tal denominación genérica, junto a sus
impactos sobre los procesos de desarrollo regional y local, la ordenación del territorio o el medio ambiente.
No obstante, antes de abordar su estudio debe señalarse la existencia de una cierta confusión
terminológica en la que conceptos como medio innovador, tecnópolis, tecnopolo, parque tecnológico, etc., se
utilizan con significados no siempre coincidentes, lo que dificulta también el establecimiento de una
tipología de espacios innovadores a partir de criterios precisos.
En nuestro caso,1 una primera distinción a realizar es la que se establece entre aquellas áreas donde
tiene lugar una concentración espontánea de empresas innovadoras, basada ante todo en criterios económico-
espaciales de mercado, frente a aquellas otras planificadas para tal fin, con intervención directa de poderes
públicos e instituciones. Dentro de las primeras, y pese a la enorme dificultad que supone trazar límites netos
entre realidades cercanas, puede establecerse una dicotomía entre lo que la OCDE o Castells-Hall denominan
complejos industriales de alta tecnología, donde se reúnen empresas de sectores avanzados atendiendo a
condiciones de localización favorables, y los medios innovadores que se identifican también como distritos
tecnológicos, constituidos por pequeñas empresas de sectores diversos, pero que son capaces de
generar/incorpora innovaciones como resultado de actuar de forma cooperativa e interrelacionada. Por su
parte, dentro de los espacios planificados, pueden distinguirse también varios tipos según la escala de
actuación, que aquí se resumen en dos principales: la tecnópolis o ciudades que intentan convertirse en
centros de innovación y desarrollo, frente a los parques tecnológicos y científicos, que son operaciones de
menor dimensión y en espacios previamente delimitados. En un nivel inferior pueden también mencionarse
algunas infraestructuras tecnológicas como centros de empresas, incubadoras, etc., dirigidas a propiciar el
surgimiento de pequeñas iniciativas de carácter innovador. El mapa de la figura 5.5 supone un intento de
mostrar la distribución aproximada de todo este tipo de espacios (salvo los medios innovadores) en Europa
occidental a comienzos de los años noventa (Benko, G., 1991, 121).

3.1. Complejos industriales de alta tecnología

Se definen por presentar una alta densidad de industrias consideradas de alta tecnología y servicios
avanzados, así como centros de investigación y enseñanza superior, todo lo cual supone la generación de un
alto potencial innovador. Así pues, el principal indicador utilizado para establecer su localización suele ser la
presencia de empresas relacionadas con ramas como la telemática (electrónica-informática-
telecomunicaciones), los instrumentos de precisión, la aeronáutica, el material eléctrico o la industria
químico-farmacéutica, junto con servicios relacionados con el tratamiento de información. No se considera,
en cambio, un concepto vinculado necesariamente con una estructura empresarial característica (predominio
de grandes empresas o PYMEs, de firmas locales o transnacionales ... ), ni que exija un determinado nivel de
interrelaciones y sinergias entre las empresas e instituciones del área, que pueden aparecer en grados muy
diversos según los casos.

1
Se ha pretendido evitar algunos problemas terminológicos derivados de criterios imprecisos, tal como ocurre con el
uso que Castells y Hall (1993) dan al concepto de tecnópolis, definidas en el primer párrafo de la obra como “centros
planificados para la promoción de la industria de alta tecnología”, pero que luego se aplica a todo tipo de espacios
innovadores, incluyendo el Silicon Valley o las grandes metrópolis En otras ocasiones, las dificultades se asocian a una
deficiente traducción de las nociones originarias, tal como ocurre en el término francés tecnopolo, que establece una
distinción entre le technopôle, identificable con lo que aquí se denominan parques tecnológicos, frente a la technopole,
aplicable en cambio a toda una ciudad, que en español debería traducirse en sentido estricto como tecnópolis para
mantener su significado etimológico (De Mattos, C., 1991). Una confusión similar se produce con relación al concepto
de medio innovador, que algunos emplean en sentido amplio para referirse a todo tipo de espacio que presenta una alta
tasa de innovaciones, o bien puede aplicarse en el sentido más restrictivo utilizado por el GREMI (y también en este
texto) para aludir a unos espacios donde existen determinadas redes empresariales y sociales que son factor clave de la
propia innovación.

12
FIG. 5.5. Principales tipos de espacios innovadores en Europa occidental

13
(adaptado de G. Benko, 1991)

Buena parte de los estudios realizados en los años ochenta centraron su atención en Estados Unidos
(Markusen, A.; Hall, P. y Glasmeier, A., 1986; Castells, M., 1989), concediendo especial atención al Silicon
Valley californiano, considerado como el principal complejo de alta tecnología existente en ese momento. Se
trata de un área productiva situada en el condado de Santa Clara, próximo a San Francisco, donde, a partir de
los años cincuenta y con punto de partida en la creación del Stanford Research Park, tuvo lugar un
espectacular crecimiento de la industria microelectrónica e informática, con la instalación de 1.700 empresas
en las tres décadas siguientes que permitieron la creación de más de medio millón de empleos junto a un
aumento de la población residente en el valle desde los 200.000 habitantes de 1940 al millón y medio de
1980, al tiempo que se generaba una compleja red de vínculos entre las diferentes firmas que sirvió como
cimiento a un proceso de innovación ininterrumpido (Saxenian, A. L., 1993).
A partir de numerosos estudios sobre este y otros complejos de alta tecnología, se ha constatado la
existencia de ciertas pautas de localización que se repiten, lo que ha permitido identificar los principales
factores que guían las decisiones de las empresas.
Aunque los primeros estudios insistieron en la relativa dispersión de esta clase de industrias, que en
el caso estadounidense aparecen tanto en el Cinturón Manufacturero del Nordeste, como en las regiones
meridionales del Sunbelt (de California a Florida) y algunas áreas del Medio Oeste (Denver, Phoenix ... ),
una mayor información ha permitido luego constatar su preferencia por algunas grandes áreas urbano-
metropolitanas y, dentro de ellas, por espacios suburbanos de alta calidad ambiental y social. De este modo,
metrópolis como París, Londres, Tokio, Munich, Milán o Los Ángeles se sitúan en posiciones de privilegio
dentro de sus respectivos países, si bien la tendencia no es extrapolable a otras metrópolis situadas en
regiones aquejadas por un agudo declive de sus actividades productivas tradicionales (Nueva York, Detroit,
Hamburgo, Lille, Birmingham ... ). En el caso español, la fuerte concentración espacial de la industria de alta
tecnología ya detectada en las primeras referencias publicadas (Méndez, R., 1988; Moliní, F., 1989) se
mantiene casi invariable con el paso del tiempo y según el Censo de Locales de 1990, las provincias de
Madrid (33,2 %) y Barcelona (27,7 %), junto con las circundantes (5,8 %o), aún reúnen dos tercios del
empleo total, seguidas a considerable distancia por las del eje Cantábrico (11,5 %) y del Ebro (5,1 %), junto
a otros centros metropolitanos como Valencia, Sevilla o Málaga (Albertos, J. M., 1995).
La justificación de ese indudable atractivo que mantienen las metrópolis se justifica por el elevado
volumen de economías externas de aglomeración, que se derivan de la concentración que en ellas
presentan:

– todo tipo de servicios y equipamientos (empresariales, financieros, educativos ... ), junto a la


presencia de universidades y centros de investigación que proveen de asistencia técnica y pueden
ser origen de iniciativas empresariales;
– unas infraestructuras de transporte y telecomunicación que facilitan una buena conexión a las
redes nacionales e internacionales mejorando la accesibilidad, junto a las infraestructuras
logísticas que favorecen su posición como centros redistribuidores de mercancías;
– una mano de obra abundante, cualificada y diversificada;
– la proximidad a un gran número de empresas, lo que facilita tanto el mantenimiento de
relaciones de mercado con clientes y proveedores, como el intercambio de información.

Pero la industria de alta tecnología es también una de las que ha segmentado en mayor medida sus
procesos productivos, con el traslado hacia áreas de bajos costes de muchas tareas de fabricación
estandarizadas y que demandan trabajadores manuales poco cualificados. Ese desplazamiento contribuye a
ofrecer una imagen inicial de relativa dispersión, que sólo adquiere significado cuando se diferencia el rango
y valor de los procesos y productos realizados en cada lugar. El ejemplo que ofrece el sector informático, que
tiende a dispersar la fabricación de componentes y el ensamblaje de ordenadores (hardware), mientras
mantiene una localización mucho más concentrada de los centros que se dedican a la producción de software
(diseño de circuitos, programas, sistemas ... ), es buen exponente de esa disociación.

3.2. Tecnópolis

El deseo de reproducir tanto el proceso como los resultados alcanzados en el Silicon Valley u otras
concentraciones de alta tecnología, impulsando con ello el desarrollo regional, originó la promoción de un
gran número de tecnopolos a partir de los años sesenta en numerosos países, sobre todo europeos. Esas

14
actuaciones, promovidas por gobiernos estatales, regionales o locales, a veces con participación de
universidades u otras instituciones profesionales o empresariales, muestran una amplia variedad de
situaciones que pueden sintetizarse en algunos tipos básicos, comenzando por las tecnópolis.
Se trata de actuaciones cuyo ámbito no se circunscribe a un espacio previamente delimitado, sino
que abarca el conjunto de una ciudad. El objetivo central es siempre el fomento de la innovación tecnológica
mediante la instalación de centros públicos y/o privados dedicados a la investigación, el desarrollo
tecnológico (I+D) y la enseñanza superior, junto a empresas que a esas tareas añaden con bastante frecuencia
otras de producción directa.
Este modelo de intervención tiene su precedente en las denominadas ciudades de la ciencia,
construidas con el fin de reunir un gran número de científicos, investigadores y profesores relacionados con
la I+D en lugares ajenos a las grandes ciudades, capaces de asegurar una elevada calidad de vida. El primer
ejemplo conocido es el de Akademgorodok, cercana a Novosibirsk (Siberia occidental), pero el de mayor
importancia es, sin duda, el de Tsukuba, construida a finales de los años sesenta en la región de Keihin, al
nordeste de Tokio, que hoy cuenta en su Interior con siete parques científicos y más de cien establecimientos
privados dedicados a la investigación, además de laboratorios y centros públicos dedicados a tareas similares
La difusión posterior del modelo supuso también su flexibilización, aplicándose el calificativo de
tecnópolis a simples actuaciones de city marketing dirigidas a promover la imagen de determinadas ciudades
como polos tecnológicos para captar así inversiones e iniciativas externas, sin una especialización funcional
tan acusada y restrictiva como en el caso anterior. La existencia de una elevada calidad de vida, una buena
imagen urbana, de infraestructuras de calidad, universidades de prestigio y buenas comunicaciones con el
exterior suelen ser aspectos bastante cuidados y con influencia sobre el éxito de tales operaciones. El caso de
Francia, donde ciudades corno Toulouse, Montpellier o Grenoble han hecho importantes esfuerzos por
consolidar esa imagen como centros impulsores de la innovación, es buen ejemplo de tales estrategias.
Pero la actuación de mayor importancia corresponde, sin duda, al programa de tecnópolis promovido
en Japón desde 1983, que se concreta en la promoción de un total de 26, dispersas por todo el territorio con
objeto de descentralizar actividades productivas y de I+D desde la megalópolis de Tokaido (Tokio-Kobe),
procurando con ello un cierto reequilibrio territorial (fig. 5.6a). Los lugares elegidos para aplicar la “ley
sobre activación del desarrollo de zonas industriales de tecnología superior” debían situarse a cierta distancia
de las grandes aglomeraciones urbanas y responder, además, a varios criterios previos (Stöhr, 1987):

– poseer ya una base industrial capaz de incorporarse a desarrollos tecnológicos de alto nivel;
– formar una unidad económica, geográfica y social extendida sobre menos de 130.000 hectáreas;
– contar con medios de transporte rápidos (tren de alta velocidad, autopistas, aeropuerto),
abastecimiento de agua y suelo disponible para la construcción de viviendas, industrias y
oficinas;
– contar con una ciudad de, al menos, 150.000 habitantes, capaz de ofrecer los servicios básicos
necesarios, además de un centro universitario de formación e investigación sobre nuevas
tecnologías.

La realización de los proyectos, descentralizada en los gobiernos regionales y locales, supuso la


construcción de nuevas infraestructuras físicas tangibles (parques industriales, vías de comunicación...), pero,
sobre todo, orientó las inversiones públicas hacia la creación de institutos tecnológicos y de investigación,
laboratorios, etc., con el fin de asegurar una infraestructura tecnológica intangible capaz de atraer después a
la iniciativa privada, dejando en segundo plano las subvenciones y exenciones fiscales a la instalación de
empresas. Los resultados alcanzados parecen bastante diversos en función de las características endógenas de
cada territorio y su accesibilidad a los principales centros económicos del país (Takahashi, N. y Oda, H.,
1996):

– El grado de ocupación fue mucho más rápido en algunas de las tecnópolis próximas a Tokio,
Osaka y otras grandes metrópolis que en las localizadas en los extremos del país, en particular
las regiones septentrionales.

15
FIG. 5.6. Tecnópolis y localización de la industria telemática en Japón.
(FUENTE: N. Takahashi y H. Oda. 1996; ISEI, 1993)

16
– Las tecnópolis han reforzado el movimiento espontáneo de la industria hacia el sur, en particular
la isla de Kyusyu, que cuenta con seis de esas actuaciones. No obstante, si se compara la
distribución espacial de las tecnópolis (véase fig. 5.6a) con la difusión de las industrias
telemáticas (véase fig. 5.6b), se comprueba que buena parte de los establecimientos implantados
en esas regiones periféricas del país corresponden a fábricas pertenecientes a algunos de los
grandes grupos empresariales o keiretsu (NEC, Toshiba, Hitachi, Fujitsu o Mitsubishi), donde
sólo se realiza la producción de componentes o bien simples tareas de ensamblaje que
aprovechan una mano de obra más barata, mientras los centros de producción integrada y los de
investigación muestran una distribución mucho más restringida y central.
– Resulta también muy distinta la presencia de pequeñas y grandes empresas según los lugares, así
como la capacidad de estas últimas para generar un efecto de difusión tecnológica en el entorno
mediante el establecimiento de relaciones con empresas de la región, aspecto cada vez más
atendido por los gobiernos regionales.

3.3. Parques tecnológicos y científicos

Similares en su objetivo de conseguir una eficaz integración entre ciencia, tecnología e industria,
pero diferentes en cuanto a la escala de actuación que suponen, son los parques tecnológicos y científicos.
Un parque tecnológico se define como un espacio de dimensión variable, de unas pocas a varias
miles de hectáreas, promovido de forma unitaria por alguna institución pública o privada con el fin de
asentar en su interior centros de I+D, asistencia tecnológica y formación superior en enseñanzas técnicas,
junto a establecimientos productivos relacionados con las nuevas tecnologías, lo que se asocia con un empleo
de alta cualificación. Por el contrario, suele reservarse la denominación de parque científico para aquellos
otros espacios de los que quedan excluidas las actividades de producción directa.
Se trata, pues, de áreas con una alta calidad urbanística, infraestructural y ambiental (baja densidad,
espacios verdes, telepuerto, conexión rápida a aeropuertos...), en donde residen entidades tanto de carácter
científico/académico como económicas, que ocupan edificios exentos o conviven en edificios multiuso
compuestos por pequeñas naves modulares y oficinas, que muchas veces actúan como incubadora de
empresas, albergando durante un tiempo a pequeñas firmas de nueva creación, a las que también ofrecen
servicios complementarios mediante el pago de un alquiler. Tal como muestra la figura 5.7, el modelo ideal
de parque destaca la importancia de que entre sus ocupantes puedan generarse relaciones de fertilización
cruzada que permitan el intercambio de ideas, información y la realización de proyectos conjuntos
aprovechando la ventaja de la proximidad, pero en bastantes ocasiones la relación parece limitarse a una
simple contigüidad física y al hecho de compartir los mismos servicios e infraestructuras.

FIG. 5.7. Parques tecnológicos: contenido y relaciones con el entorno.

17
Pero tan importante o más que la vinculación entre las empresas e instituciones del propio parque es
la que éstas pueden mantener con el entorno, ya sea con los organismos regionales dedicados a la producción
o transferencia de tecnología, las instituciones públicas encargadas de su promoción, o las empresas que son
potenciales consumidoras de las innovaciones generadas en el parque. Es, precisamente, esa capacidad para
inducir la innovación y elevar el nivel tecnológico del área la que puede explicar su función como nuevos
polos de desarrollo en la era informacional, impulsores del crecimiento regional y local, que buena parte de
la literatura existente les asigna. Así, por ejemplo, Del Castillo justificaba el interés y la oportunidad del
parque tecnológico de Boecillo, en las proximidades de Valladolid, al afirmar que éste “se puede convertir en
la punta de lanza del cambio de dinámica regional, contribuyendo no sólo de forma directa a atraer nuevas
empresas, sino indirectamente a mejorar la atractividad del conjunto de la región y a mejorar las expectativas
de su población, aumentando su autoconfianza” (Del Castillo, J., 1995, 374). El establecimiento de acuerdos
de colaboración en proyectos concretos, contratos de asistencia técnica, programas de formación en
prácticas, estancias de investigadores en empresas del parque, subcontratación de firmas locales o creación
de nuevas compañías por antiguos trabajadores en empresas del parque son algunos de los mecanismos
difusores más frecuentes.
En tiempos de crisis y cambios acelerados como los actuales, el atractivo que para los responsables
públicos han llegado a tener estas “empresas generadoras de empresas” (Bozzo, U., 1995) que pueden ser los
parques tecnológicos y científicos resulta indudable, a juzgar por su rápida expansión en territorios de
características dispares y con gobiernos de muy distinto signo. Así, aunque en la bibliografía suelen repetirse
las referencias a algunos de especial significación por su carácter pionero o su éxito, tales como el Research
Triangle Park de Carolina del Norte (EE.UU.), el Cambridge Science Park británico, o el de Sophia Antipolis
en las proximidades de Niza, el número total registrado por la asociación internacional que los representa se
aproxima al medio millar, de los que más de la mitad son posteriores a 1980, localizados en unos 50 países.
Lo ocurrido en España es buen reflejo de tal situación: tal como muestra el cuadro 5.2, en la actualidad
(1997) están en funcionamiento un total de 10 parques, promovidos por los respectivos gobiernos regionales
a partir de 1985, en tanto otros 6 se encuentran en fase de urbanización o proyecto, hasta estar presentes en la
mayoría de Comunidades Autónomas, con una superficie total de 300 hectáreas sobre las que se asientan 461
empresas/instituciones públicas, que ocupan a 12.567 personas, cifras bastante modestas que ocultan grandes
diferencias entre unos y otros (Ondátegui, J., 1997).
Una evaluación global de los resultados alcanzados por los parques tecnológicos y científicos resulta
especialmente difícil por dos tipos de razones básicas. En primer lugar, no están bien definidos los criterios a
seguir para su valoración, pues si bien es cierto que en una primera fase el grado de ocupación o el empleo
generado parecen los indicadores más importantes, a medida que el parque evoluciona debería prestarse
mayor atención a su capacidad para generar y difundir innovaciones, tanto dentro como fuera de sus propios
límites, aspectos mucho más difíciles de medir y que exigen acudir a la encuesta o la entrevista para poder
detectarlos. Al propio tiempo, los estudios realizados con este objetivo –menos numerosos que los destinados
a describir sus características o teorizar sobre sus posibilidades– demuestran la existencia de trayectorias
muy desiguales. Aspectos como la necesidad de un tejido empresarial dinámico en la región que evite su
conversión en un enclave tecnológico aislado al facilitar la aparición de relaciones con el entorno, junto a
una suficiente densidad y calidad de los servicios avanzados u otros recursos generadores de economías
externas, explican que su mayor éxito se produzca habitualmente en entornos metropolitanos o áreas con
cierto desarrollo previo. En tal sentido, “lo que parece un hecho constatado en las distintas experiencias de
parques a nivel mundial es que aquellos que se nutren del tejido empresarial local –sea éste claramente
ubicable dentro de los sectores de alta tecnología o no– cuentan con mayores posibilidades de éxito”
(Álvarez, J. A. y Díaz, E M., 1995, 73).

CUADRO 5.2. Parques tecnológicos y científicos en España, 1997


Parque Empresas Empleo Superficie (hectárea)
Vitoria (Álava) 10 750 75,0
Silvota (Asturias) 23 342 14,8
Boecillo (Valladolid) 36 448 12,4
Cartuja 93 (Sevilla) 111 4.288 38,6
Málaga 51 1.188 23,3
Orense 23 130 5,6
Paterna (Valencia) 36 904 25,1
Tres Cantos (Madrid) 26 1.605 61,7
Vallès (Barcelona) 96 1.510 15,7

18
Parque Empresas Empleo Superficie (hectárea)
Zamudio (Vizcaya) 49 1.400 28,6

Total 461 12.567 300,8


FUENTE: J. Ondátegui, 1997.

3.4. Medios innovadores y distritos tecnológicos

Una visión diferente sobre los espacios dinámicos, caracterizados por su buena adaptación a los
cambios actuales del sistema productivo, es la asociada al concepto de medio innovador. Surge a partir de la
obra del economista francés Aydalot (1986), desarrollada luego por el Groupe de Recherche Européen pour
les Milieux Innovateurs (GREMI), si bien bajo otras denominaciones cercanas la idea ha sido objeto de
interés en diversos lugares, en particular Italia o Estados Unidos (Scott, A. J., 1988; Camagni, R., ed., 1991;
Storper, M., 1993; Maillat, D.; Quévit, M. y Senn, L., eds., 1993).
Aunque las grandes compañías pueden realizar un esfuerzo innovador de forma autónoma, lo que
permite localizaciones no influidas por ese factor, la mayoría de empresas innovadoras –en particular las más
pequeñas– tienden a agruparse esencialmente en áreas concretas debido a dos tipos de razones
complementarias:

– existen ciertas precondiciones territoriales que, tal como ya se ha señalado, pueden favorecer el
surgimiento de innovaciones: recursos humanos cualificados y con un cierto saber hacer en el
plano técnico, infraestructuras de apoyo tecnológico (centros de investigación, universidades... ),
existencia de empresas de capital-riesgo dispuestas a invertir en estas actividades a cambio de
una participación en los posibles beneficios, etc.
– la propia aglomeración espacial de empresas genera Un cierto volumen de economías externas a
cada una en particular, pero internas al conjunto, derivada de las mayores posibilidades que
ofrece la proximidad entre todos estos agentes para promover las innovaciones de forma
conjunta.

En otros términos, el territorio no actúa como un simple escenario inerte y neutral donde tienen lugar
los procesos de innovación, sino que interactúa con éstos, al tiempo que modifica sus propias características
en función de las actuaciones que sobre él realizan los diversos agentes implicados en estos procesos,
especialmente las empresas y los poderes públicos. Por tanto, “el entorno territorial de la empresa es un
elemento fundamental para explicar la capacidad de innovación de un territorio, y la posibilidad que tiene
una empresa para acceder a determinados servicios que favorecen sus propias actividades relacionadas con la
innovación tecnológica” (Barceló, M., 1994,97).
Estos medios favorables a la innovación parecen surgir de forma espontánea en algunas áreas
dominadas por la presencia de un elevado número de PYMEs especializadas en algún tipo de producto que,
además de competir en los mismos mercados, han sido capaces de establecer relaciones de cooperación, lo
que les facilita la posibilidad de poder abordar tareas complejas como la I+D o el diseño, así como la compra
de tecnología exterior con menores costes y riesgos, al tiempo que favorece el intercambio de información
relacionada con ese objetivo (nueva maquinaria aparecida, tendencias de la moda, existencia de ayudas
públicas a la innovación, etc.). Tal situación se relaciona con la existencia de distritos industriales,
identificados ya por Alfred Marshall a comienzos de siglo y recuperados como objeto de interés a partir de
los estudios realizados por Becattini y otros autores en la Tercera Italia, región nordeste del país que fue
capaz de responder de forma dinámica ante la crisis industrial iniciada en los años setenta a partir de las
estrategias aplicadas mayoritariamente por pequeñas empresas en sectores tradicionales (confección, calzado,
mueble, juguete, productos cerámicos ... ), lo que las convirtió en exponente del nuevo modelo de
especialización flexible (Piore, M. y Sabel, C., 1984; Becattini, G., ed., 1987, Pyke, F.; Becattini, G. y
Sengenberger, W, eds., 1990; Benko, G. y Lipietz, A., eds., 1992).
Tal como señala Maillat (1995), aquellos distritos industriales que son capaces de combinar un alto
grado de interacción entre sus empresas y las instituciones locales, junto con una dinámica de aprendizaje
que permite la incorporación de innovaciones frente a los retos de la competencia, logran convertirse en
verdaderos medios innovadores que, para diferenciar frente a otros más tradicionales, autores como Storper
(1993) denominan distritos tecnológicos. Se consolida en ellos la formación de verdaderas redes de
innovación en las que participan los miembros de la comunidad local y que no siguen la estricta lógica del

19
mercado (compraventa), de las que pueden beneficiarse todos los participantes con la consiguiente
dinamización del área en su conjunto.
Aunque surgida y desarrollada inicialmente en el ámbito de la economía industrial, la idea de¡ medio
innovador ha suscitado creciente interés dentro de la geografía económica por diversos motivos. En primer
lugar, hace hincapié en la importancia de las condiciones territoriales para la generación y difusión de las
innovaciones, lo que favorece a aquellos espacios donde existe una mayor capacidad de acuerdo entre los
agentes locales, donde las empresas y la población son permeables y receptivos ante los cambios, y existe un
mercado local de trabajo con ciertas cualificaciones adquiridas, o una red de ciudades medias y pequeñas
capaz de ofrecer servicios de apoyo con una cantidad y calidad suficiente. Por otra parte, concibe la
innovación desde una perspectiva amplia que no se limita a su dimensión técnica, sino que también destaca
la importancia paralela de los cambios organizativos en las empresas, de una fluida difusión de la
información, de un mejor conocimiento de los mercados, etc., aspectos para los que el funcionamiento en
red, es decir, integrado y no aislado, puede permitir una notable mejora de eficiencia.
No obstante, el punto más débil de la teoría sigue siendo su concreción geográfica. Mientras que los
complejos de alta tecnología, las tecnópolis o los parques pueden localizarse en un mapa mediante el uso de
la información estadística y documental disponible, el concepto de medio innovador es mucho más ambiguo
y sólo puede llegar a detectarse tras un estudio en profundidad de su funcionamiento interno. Esa dificultad
puede explicar la relativa escasez de trabajos sobre espacios concretos y la consiguiente falta de una
panorámica de conjunto, que intentos como el de Camagni (1992) para el caso europeo no han resuelto, por
lo que la realización de investigaciones en esa dirección puede resultar de evidente interés en los próximos
años.
La reiterada alusión a las redes hecha en los últimos párrafos permite establecer un vínculo entre el
estudio de los espacios innovadores presentado hasta el momento con el de los impactos territoriales de la
innovación tecnológica, una de cuyas dimensiones más visibles e importantes es la consolidación progresiva
de un espacio de redes multidimensional, que contribuye a transformar la lógica espacial de las actividades
económicas.

4. Impactos territoriales de la innovación tecnológica

4.1. Innovación tecnológica, desarrollo regional y competencia interurbana

Además de identificar y caracterizar los espacios favorables a la innovación, intentando encontrar las
razones explicativas de tal capacidad, la geografía económica se interesa también por el estudio de los
impactos derivados para el funcionamiento de las empresas, sus estrategias espaciales, y, en consecuencia, la
organización territorial resultante.
La importancia otorgada hoy a los recursos tecnológicos como factor dinamizador de las economías
justifica la creciente atención concedida a los indicadores que reflejan, al menos de forma parcial, tanto el
nivel de desarrollo alcanzado en esta materia como la dotación de infraestructuras tecnológicas y recursos
humanos cualificados de que disponen los diversos territorios (cuadro 5.3). En tal sentido, la evaluación de]
potencial y el nivel de esfuerzo tecnológico de cualquier territorio deberá considerar sucesivamente (Buesa,
M. y Molero, J., 1989):

– Los recursos materiales y humanos dedicados a la investigación científica (básica o aplicada), el


diseño industrial o el desarrollo tecnológico: inversión total en I+D y respecto al PIB, personal
dedicado a esas actividades, etcétera.
– La densidad y calidad del sistema científico y tecnológico con que se cuenta: universidades,
centros de investigación, servicios de apoyo, etc.
– Los productos tecnológicos, que reflejan la eficiencia M esfuerzo realizado en forma de
resultados tangibles: patentes registradas, publicaciones, etc.
– Los efectos sobre el sistema productivo: mejora de productividad, desarrollo de nuevos procesos
o productos, capacidad exportadora, etc., aspectos para los que la información disponible es, con
frecuencia, insuficiente, sobre todo cuando se intenta pormenorizar los resultados desde el punto
de vista territorial.

Cualquiera que sea la escala espacial de análisis o las variables consideradas entre las muchas
posibles, la mayoría de estudios realizados coinciden en afirmar la existencia de mayores desequilibrios

20
territoriales en este terreno que los existentes cuando se contempla el reparto de la producción, la población,
la renta o el empleo, lo que permite incorporar una dimensión poco tratada hasta ahora a las investigaciones
sobre desarrollo desigual. Esa evidencia generalizada se suma al hecho de que la llamada brecha o gap
tecnológico entre países y entre regiones parece inmune a cualquier proceso de convergencia, tendiendo por
el contrario a ampliarse en la mayoría de ocasiones ante las grandes diferencias de recursos disponibles, los
obstáculos económicos e institucionales a la difusión o transferencia tecnológica, y el efecto de
retroalimentación que tienen los procesos innovadores.

CUADRO 5.3. Indicadores de esfuerzo tecnológico de países y regiones

Insumos/Esfuerzo Resultados
1 . Gastos en I+D (empresas/sector público): 1. Registro de patentes:
– Total y % PIB. – Número total.
– Coeficiente de esfuerzo tecnológico. – Relación con gasto en I + D.
– Relación con PIB.
2.Personal investigador: 2. Eficiencia productiva:
– Investigadores y personal de apoyo. – Crecimiento de la productividad.
– % población activa. – Evolución de las exportaciones
– Gasto medio por investigador. – índice de especialización tecnológica.

3. Infraestructuras tecnológicas: 3. Producción científica:


– Institutos tecnológicos/Centros de – Participación en proyectos de
empresas. investigación.
– Parques tecnológicos y científicos – Publicaciones científicas.
4. Programas sectoriales y de investigación.

En una simple aproximación indicativa a esos contrastes, la figura 5.8 permite comprobar la enorme
distancia que separa las inversiones en I+D con relación al PIB de 1993 realizadas por los países de la
OCDE, similar a la existente respecto a la presencia de personal dedicado a estas tareas en el conjunto de la
población activa. También se constata la existencia de una distribución espacial bastante regular, que opone a
los países centrales y más desarrollados (Suecia, Japón, Estados Unidos, Francia, Alemania) a los periféricos
(España, Grecia, Portugal, Turquía). En el caso español, el indudable esfuerzo realizado en la última década,
con unos gastos que crecieron desde 155.341 millones de pesetas en 1985 a 548.154 en 1994, permitiendo
elevar su proporción sobre el PIB del 0,54 % inicial al 1 % en 1992, para luego retroceder al 0,92 % en 1994,
no ha sido aún capaz de superar un atraso histórico que hoy se valora como un lastre para el crecimiento
económico. En una región de características muy diferentes como es América Latina, el estudio de Alcorta y
Peres (1996) observa contrastes de parecida dimensión a comienzos de los años noventa entre Brasil (gastos
en I+D equivalentes al 0,78 % del PIB), Chile (0,71 %) o Cuba (0,93 %), frente a la situación intermedia de
otros, como Uruguay (0,59 %), Colombia (0,50 %), Costa Rica (0,50 %), México (0,48 %) o Argentina (0,30
%) y su práctica inexistencia en casi toda Centroamérica y el Caribe, además de Perú (0,22 %), Ecuador
(0,16 %) o Bolivia (0,10 %).
La distribución regional de ese tipo de inversiones en España entre 1986 y 1994 (véase fig. 5.9) pone
igualmente de manifiesto una fuerte concentración en los territorios más prósperos, allí donde se encuentra la
sede de las grandes empresas y los sectores más innovadores, junto a los centros públicos de investigación y
las universidades (Madrid, Cataluña, País Vasco). Tal situación queda matizada al considerar también el
coeficiente de esfuerzo tecnológico (% gastos I+D/PIB), que permite incorporar a las posiciones de cabeza
a una región de pequeño tamaño como Navarra. Se pone también de manifiesto que la participación relativa
de las empresas privadas en la inversión total suele ser mayor en estos territorios con un tejido productivo
más sólido, mientras se reduce en los dominados por PYMEs y sectores tradicionales o maduros, donde la
presencia del sector público se convierte en protagonista. La comparación de estos datos con los del estudio
elaborado por Martín, Moreno y Rodríguez Romero (1990) señala la estabilidad de este tipo de
desigualdades, pues en 1986 también Madrid (44,3 % de la inversión total en I+D), Cataluña (22,6 %) y el
País Vasco (11,9 %) se situaban a notable distancia de las restantes, si bien hay que mencionar que algunas
como la Comunidad Valenciana (del 1,6 al 4,1 %), o Galicia (del 1,3 al 2,4 %) han mejorado su posición
relativa.
Pero tan importante como la capacidad de un territorio para generar o producir innovaciones y
mejoras técnicas puede ser su grado de permeabilidad para incorporar o consumir algunas procedentes del

21
exterior, aspecto de especial importancia en regiones atrasadas, que pueden modernizar sus sistemas
productivos y hacerlos más competitivos mediante un esfuerzo de difusión tecnológica en sentido:

– Vertical, de grandes a pequeñas empresas.


– Horizontal, de sectores nuevos a tradicionales.
– Espacial, de centros a periferias.

La existencia de infraestructuras y servicios de apoyo resulta fundamental para lograr un más fácil
acceso a la información y un mejor aprovechamiento de las tecnologías adquiridas: redes de
telecomunicación, servicios de ingeniería y consultoría, centros de formación técnica, etc. Puede afirmarse
que, si bien su presencia no garantiza un aprovechamiento efectivo de las nuevas oportunidades de
desarrollo, su escasez o baja calidad supone un obstáculo y una desventaja comparativa, lo que permite
considerarlas como un factor necesario, pero no suficiente para alcanzar tales objetivos.

FIG. 5.8. Recursos destinados a I+D en la OCDE, 1993 (%). (FUENTE: OCDE)

FIG. 5.9.Inversión regional en I+D (1986-1994) y coeficiente de esfuerzo tecnológico (1993).


(FUENTE: INE)

22
Aunque la realización de inventarios sobre este tipo de infraestructuras tecnológicas es aún escasa y
poco sistematizada, muchas de las informaciones parciales disponibles señalan diferencias no inferiores a las
ya mencionadas en otros apartados. Es el caso de] número de líneas telefónicas disponibles por cada cien
habitantes en la Unión Europea, donde países como Dinamarca (58 líneas), Francia (51 líneas) o Alemania
(50 líneas) quedan muy por encima M promedio correspondiente a 1992 (44 líneas), frente a la situación de
Portugal (27 líneas), Irlanda (30 líneas) o España (33 líneas), que ocupan el extremo opuesto en una nueva
versión de los conocidos contrastes centro-periferia. Por otra parte, estudios como el realizado por la
consultora Healey and Baker en 1992 sobre los factores que influyen en las decisiones de localización de los
empresarios europeos, muestran la importancia concedida hoy a la calidad de las telecomunicaciones, que
quedó en tercer lugar entre los mencionados (43 % de las respuestas), sólo por detrás del interés mostrado
hacia una elevada accesibilidad con relación a clientes y proveedores (62 % de las respuestas), o la existencia
de buenas comunicaciones con otras ciudades mediante líneas de transporte rápido (49 %), lo que permitió
clasificar a las principales ciudades del continente según este criterio, tal como recoge el cuadro 5.4
(Gillespie, A. et al., 1995).

4.2. La política tecnológica en el desarrollo regional

Las transformaciones ocurridas en las dos últimas décadas han generado entre los responsables
públicos una creciente aceptación de que la innovación y el desarrollo tecnológico son hoy un factor clave
–escaso y estratégico–, tanto para mejorar la eficiencia y capacidad competitiva de las empresas, como para
impulsar el desarrollo regional y local. Incluso desde posiciones neoliberales, la necesidad de una política
pública orientada al fomento de la innovación ha sido valorada de forma positiva desde los ya clásicos
argumentos expuestos por Arrow (1962), quien destacó las limitaciones del mercado en esta materia ante el
elevado riesgo, la rentabilidad a largo plazo y la dificultad para mantener el control de la innovación una vez
Se difunde, lo que provocará una subinversión por parte de las empresas privadas que debe ser compensada
desde el Estado. Al tiempo, “el gobierno puede tener la capacidad de identificar aquellos proyectos que
tienen más posibilidades de generar externalidades beneficiosas (por ejemplo, creación de empleos) para el
conjunto social” (Teubal, M., 1990, 78).

CUADRO 5.4. Clasificación de las ciudades europeas según calidad de las telecomunicaciones
1 . Londres 9. Düsseldorf 17. Madrid
2. París 10. Munich 18. Glasgow
3. Frankfurt 11. Lyon 19. Barcelona
4. Bruselas 12. Hamburgo 20. Viena
5. Estocolmo 13. Manchester 21. Turín
6. Zurich 14. Milán 22. Roma
7. Ginebra 15. Berlín 23. Moscú
8. Amsterdam 16. Copenhague 24. Atenas
FUENTE.: Healey and Baker, European Real Estate Monitor, 1992.

De ahí su creciente protagonismo como componente esencial, lo mismo en las actuales políticas de
reconversión de sectores tradicionales en crisis, que en las de promoción industrial y desarrollo territorial.
Tanto los programas de ayuda a la I+D en las empresas, como la construcción de parques tecnológicos y
tecnópolis, la mejora de las infraestructuras de telecomunicación, o los esfuerzos realizados en materia de
formación técnica son algunas de las vertientes más conocidas de esa preocupación por lograr una mejor
adecuación del sistema productivo y la población a las exigencias de esa sociedad informacional tantas veces
aludida. No obstante, esa simple enumeración también pone de manifiesto la variedad de actuaciones que
pueden englobarse bajo la denominación genérica de política tecnológica, realizadas tanto desde la
Administración Central como, cada vez más, por organismos de ámbito regional, y origen de impactos muy
diversos sobre el territorio. Por esa razón se hace necesaria una sistematización de las líneas de intervención
pública más frecuentes y de los debates suscitados desde la óptica del desarrollo regional (Stöhr, W., 1988;
Méndez, R., 1993), estableciendo una distinción inicial entre los tres tipos de políticas que suelen llevarse a
cabo con distinta intensidad según territorios, a partir de una valoración diferente de los objetivos prioritarios
a alcanzar.

4.2.1. La Políticas de oferta

23
Son las más frecuentes y tienen por objeto intensificar el esfuerzo tecnológico de las empresas, ya
sea mediante subvenciones, desgravaciones fiscales o créditos a bajo interés destinados a financiar
programas de I+D o la compra de tecnología exterior, ya sea en forma de maquinaria y equipos (tecnología
incorporada), o en forma de patentes y asistencia técnica (tecnología no incorporada).
El hecho de que las empresas que pueden acudir a las convocatorias para recibir este tipo de ayudas
se concentren por lo general en las áreas más densas y dinámicas suele favorecer un reforzamiento de las
diferencias interterritoriales, y el ejemplo de la Comunidad Valenciana estudiado por Salom y Albertos
(1995) es buen reflejo de tal situación, con una concentración del 39,2 % de las ayudas otorgadas por el
gobierno regional entre 1985-1994 en el área metropolitana de Valencia y otro 16,7 % en la comarca de l´
Alcoià-Comtat-Vall d'Albaida (Alcoy-Ibi-Onil), que se mantiene más allá de las oscilaciones producidas en
el volumen de ayudas según años (véase fi g. 5. 10).
Ese reforzamiento de la desigualdad resulta máximo cuando se opta por una política selectiva en
favor de los sectores de alta tecnología y las grandes empresas, considerando que aseguran un mayor
crecimiento y la generación de efectos multiplicadores en el entorno no siempre demostrados. Se atenúan, en
cambio, cuando se opta por una neutralidad sectorial que no excluye las ayudas a la innovación en sectores
tradicionales y PYMEs, lo que resulta de especial importancia en regiones dominadas por este tipo de
actividades y empresas. Como señala Stöhr, “si sólo se crean sectores de alta tecnología en un pequeño
número de enclaves, mientras que los sectores tradicionales se mantienen básicamente inalterados, las
disparidades tecnológicas no se reducirán, antes bien, se acrecentarán; otro tanto sucedería si sólo unas
cuantas empresas grandes de sectores concretos se beneficiaran de la innovación tecnológica o la
monopolizaran, y las empresas pequeñas y medianas no se vieran afectadas por ella; y se producirían
desfases análogos si sólo las regiones nucleares y altamente desarrolladas de un país pudieran beneficiarse de
las innovaciones, y éstas apenas llegaran a las restantes zonas... Lo decisivo, pues, es hasta qué punto la
innovación puede extenderse y beneficiar a todo un sistema socioeconómico” (Stöhr, W, 1988, 135).
Un segundo tipo de políticas de oferta, complementario del anterior, se orienta a la mejora de las
infraestructuras tecnológicas y servicios de apoyo e incluye:

– la urbanización y gestión de parques tecnológicos y científicos;


– la creación de centros de servicios e institutos tecnológicos sectoriales, donde se realizan
actividades de información y asistencia técnica a las empresas, I+D y diseño, o formación
empresarial y técnica;
– la creación de incubadoras o centros de empresas, edificios donde se ofrecen pequeños espacios
y servicios de apoyo para favorecer el nacimiento de pequeñas firmas innovadoras;
– laboratorios para pruebas y ensayos, control de calidad y certificación de productos;
– redes y equipos de telecomunicación de gran capacidad;
– mejora de la calidad y los recursos para investigación disponibles por universidades y centros de
investigación públicos.

4.2.2. Políticas de demanda

A diferencia de las anteriores, tienen por objetivo asegurar la adopción de innovaciones por el tejido
productivo regional, quedando por lo general en un segundo plano. Pueden incluir actuaciones en materia de:

– apoyo a la transferencia de tecnología procedente del exterior de la región, favoreciendo el


acceso por parte de las empresas a la información disponible sobre tecnologías existentes en el
mercado, o las ayudas para la compra de patentes;
– subvención a las PYMEs regionales para la adquisición de servicios orientados a elevar la
calidad y valor de sus productos;
– compras por parte del sector público a empresas innovadoras,
– formación de los recursos humanos que faciliten la posterior incorporación de innovaciones por
parte de las empresas.

4.2.3. Políticas de coordinación

Son, con frecuencia, las más olvidadas y se destinan a fomentar la cooperación entre empresas, así
como entre éstas y las universidades e instituciones de la región, como factor esencial para llegar a constituir
un verdadero sistema regional de innovación capaz de generar sinergias positivas entre los diversos agentes

24
Ayudas a proyectos de innovación. Cociente de localización de las ayudas (ptas. Ctes. 1994/ número de trabajadores industriales en la comarca): 1) más de 1,75; 2)1,25-1,75; 3)
0,75-1,25; 4) 0,25-0,75; 5) menos de 0,25; 6) subvención media anual por municipios: millones de ptas. Ctes. 1994 (sólo se representan las ayudas superiores a 100.000 ptas) c:
Castellón, VR: Villareal, N: Nules, Q: Quart de Poblet, V: Valencia, A-Z: Alzira, G: Gandia, O: Ontinyent, AC: Alcoi, I: Ibi, ED: Elda, E: Elx, A: Alicante, FUENTE: IMPIVA.
FIG. 5.10. Ayudas públicas a proyectos de innovación en la Comunidad Valenciana (tomado de J. Salom y J. M. Albertos, 1995).

25
que participan en los procesos de innovación. Suelen incluir la elaboración de un plan regional de innovación
que defina objetivos, medios disponibles y reparto de competencias, a partir de un inventario previo de los
recursos tecnológicos regionales y las barreras a la difusión de las innovaciones.

5. Un espacio y una economía de redes

5.1. Definición y tipos de redes

El transporte y las comunicaciones han sido tradicionalmente aceptados como uno de los factores
que influyen de forma más directa sobre la organización de] territorio, y ya desde las primeras teorizaciones
relativas a la localización de las actividades económicas o al desarrollo regional se destacó esa influencia,
relacionada con la densidad y calidad de las infraestructuras disponibles y el tiempo/coste de desplazamiento
(Merlin, P., 1991).
La evolución histórica desde las formas más sencillas de economía de autosubsistencia, que suponían
la complementariedad entre producción y consumo dentro del ámbito local, hasta alcanzar la constitución de
un sistema mundial apoyado en un proceso de globalización económica, ha estado jalonada por sucesivas
mejoras tecnológicas y organizativas en el transporte y la comunicación de informaciones, que permiten una
interconexión cada vez más rápida, barata y fluida entre un número creciente de lugares. Este movimiento ha
supuesto el establecimiento de un denso entramado de flujos, tanto materiales como virtuales, que se
articulan en forma de redes progresivamente densas.
En una de las primeras obras geográficas en esta materia, Kansky (1963) definió la red como “un
conjunto de lugares geográficos interconectados en un sistema por un cierto número de vínculos”. En
consecuencia, toda red supone la existencia de puntos en el espacio, repartidos de forma discontinua (desde
establecimientos productivos a ciudades, aeropuertos, centrales eléctricas o teléfonos) y de líneas que los
vinculan, lo que justifica una evolución interdependiente de todos ellos, por contraste con las áreas
intersticiales que quedan al margen. Existe, pues, una solidaridad y un cierto tipo de intercambio entre los
lugares que forman parte de una red (de información, mercancías, personas ... ), cuyas características
determinan su organización interna, es decir, la forma espacial trasladable a un plano y la
densidad/distribución de los flujos.
En el caso que nos ocupa, esas redes pueden ser observadas desde dos perspectivas complementarias:

– Redes materiales o técnicas, constituidas por las infraestructuras del transporte terrestre, aéreo y
marítimo (carreteras y autopistas, líneas ferroviarias y de metro, estaciones, puertos y
aeropuertos), las líneas de comunicación (teléfono, cable ... ) y las plataformas o centros
logísticos, que forman mallas constituidas por ejes/arcos y nodos de geometría variable,
estudiadas y modelizadas tradicionalmente por la geografía del transporte (Seguí, J. M. y Petrus,
J. M., 1991). A éstas se suman las redes correspondientes a tendidos eléctricos, canalizaciones de
agua, gas o saneamiento, etc., que constituyen otro de los sustratos básicos para la ordenación
territorial.
– Redes inmateriales, entendidas como las relaciones que se establecen entre las empresas, así
como entre territorios, individuos y grupos sociales, que intercambian información,
conocimientos o decisiones utilizando como soporte principal las telecomunicaciones, junto a
otros medios convencionales (comunicación oral, correo, mensajería ... ).

Los estudios sobre redes adquieren así creciente importancia en la bibliografía de los últimos años,
como área temática de confluencia entre diversas disciplinas y especialidades científicas (Hepworth, M.,
1989, Bakis, H., dir., 1990; Dupuy, G., 1993; Offner, J. M. y Pumain, D., 1996). En el caso concreto de las
redes de transporte y comunicación, la perspectiva geográfica se interesa en analizar tres aspectos
complementarios:

– El trazado, características topológicas, calidad y evolución de las infraestructuras (carreteras,


líneas telefónicas ... ) puestas a disposición de los usuarios, así como sus efectos sobre la
accesibilidad de los núcleos que interconectan.
– Las características y evolución de los medios y empresas (ferrocarril, avión, autobús, metro ... )
de transporte/comunicación, junto a sus diversas formas de explotación y estrategias espaciales.

26
– La densidad, dirección y contenido de los flujos de transporte/comunicación (viajeros,
mercancías, llamadas ... ), junto a su relación con la localización de empresas, el dinamismo
territorial o la estructura de los sistemas urbanos.

Las rápidas y profundas mejoras técnicas registradas durante los últimos años en el terreno de los
transportes y, más aún, de las telecomunicaciones están afectando de forma visible el funcionamiento de las
empresas y la organización espacial. Puede afirmarse que “pocos cambios han tenido mayor impacto sobre la
capacidad de empresas y países para competir en mercados globales que la creciente y continua revolución
producida en los transportes y telecomunicaciones. Las nuevas capacidades de procesamiento y transmisión
de la información, junto a la creciente movilidad de la población y las mercancías, han alterado
profundamente las condiciones de las que dependen la competitividad de las empresas y las ventajas
comparativas de los territorios” (Capello, R. y Gillespie, A., 1993, 24).
Sin pretender en ningún caso analizar otros aspectos de este tipo de redes que quedan al margen de
los objetivos de esta obra, este tipo de cambios sí merece un comentario más pormenorizado por constituir
una de las manifestaciones más visibles del impacto ejercido por la revolución tecnológica en el ámbito
geoeconómico.

5.2. Nuevas tecnologías de transporte y relaciones espacio-tiempo

Las mejoras tecnológicas recientes en el terreno de los transportes y las telecomunicaciones que, tal
como refleja el cuadro 5.5, afectan tanto al movimiento de personas, bienes y sobre todo información, están
posibilitando una aceleración del tiempo a la vez que una contracción del espacio.
Por un lado, se hace posible operar de forma sincrónica, en tiempo real, a empresas distintas o
establecimientos de la misma empresa localizados en lugares distantes pero bien conectados entre sí, lo que
facilita una mayor cohesión territorial en aparente contradicción con una creciente fragmentación productiva
reflejada en el creciente protagonismo adquirido por las empresas-red y las redes de empresas.
Por otro, el factor distancia, medido tanto en tiempo de desplazamiento como en coste económico o
en riesgo de que surja algún obstáculo que bloquee la comunicación, también reduce su influencia como
barrera a la movilidad de los factores productivos y factor de protección o aislamiento para determinados
territorios. La progresiva eliminación de fronteras en el interior de bloques supraestatales, como la Unión
Europea, amplía y acelera este proceso, que resulta coherente con la nueva lógica económica y, por eso
mismo, es rentable, lo que justifica las costosas inversiones que se realizan hoy para su pleno desarrollo.
Por lo que se refiere al impacto específico ejercido por los nuevos modos de transporte, tanto de
pasajeros como de mercancías, el estudio de Gutiérrez Puebla, González Aguayo y Gómez Cerdá (1996)
sobre la mejora de accesibilidad en las regiones de la Unión Europea asociada a la construcción de las líneas
de alta velocidad previstas hasta el año 2010, mediante el cálculo de un coeficiente que relaciona el peso
económico de las ciudades consideradas y los tiempos de desplazamiento en 1993 y en esa última fecha,
resulta un buen exponente de tales cambios (véase fig. 5.11). Pese a que la mejor situación continuará
beneficiando a la Europa renana (índice menor), la evolución más favorable se produce en algunas regiones
periféricas, desde Alemania oriental a la España interior o Escocia, que son las que más reducen su tiempo
de desplazamiento a los principales centros de actividad económica. Así, por ejemplo, las 12 horas 32
minutos del viaje Madrid-París en 1990 se reducirán a 6 horas 45 minutos, en tanto el trayecto desde
Barcelona a la capital francesa pasa de 8 horas 45 minutos a 4 horas 30 minutos, y de ésta a Londres (por el
Eurotúnel bajo el Canal) de 5 horas 15 minutos a 2 horas 10 minutos (Gutiérrez, J.; González, R. y Gómez,
G., 1996, 229).
CUADRO. 5.5. Principales innovaciones en transportes y comunicaciones
Movimiento de Transporte (físico) Comunicaciones (electrónicas)
Información – Servicios de correo y mensajería exprés.– Fax.
– Correo electrónico.
– Redes informáticas/autopistas de la información
(Internet...).
– Videotexto/teletexto.
Personas – Tren de alta velocidad – Estaciones de trabajo.
– Redes de autopista y autovías – Videoconferencia.
Bienes – Sistemas logísticos. –Transmisión facsímil de material impreso.
– Redes informatizadas de distribución just in time.
– Intercambio electrónico de datos.
FUENTE: Adaptado de R. Capello y A. Gillespie, 1993, 31.

27
FIG. 5.11. Red de trenes de alta velocidad en Europa y efectos previstos sobre la accesibilidad, 1993-2010 (tomado de J. Gutiérrez Puebla, R. González Aguayo y G.
Gómez Cerdá, 1996)

28
FIG. 5.11. (Continuación)

29
Desde esa perspectiva, las políticas destinadas a aumentar la densidad y calidad de las
infraestructuras de transporte, conocidas y aplicadas desde hace décadas, recobraron un creciente
protagonismo en los últimos años al destacarse su capacidad para inducir un crecimiento general de la
actividad económica, junto a un impulso al desarrollo de ciertas regiones. Si a corto plazo la construcción de
infraestructuras o centros de transporte dinamiza sectores como la construcción y obras públicas, ciertas
industrias básicas (acero, cemento ... ) o de bienes de equipo (maquinaria, material de transporte ... ), a medio
y largo plazo se ha destacado su capacidad para generar efectos estructurantes en el territorio, al atraer
nuevas localizaciones de empresas industriales y de servicios, mejorar la competitividad de las ya existentes,
impulsar el turismo, y, en consecuencia, generar empleo (Biehl, D., 1988).
Pero ese proceso, actualmente imparable, no supone la evolución hacia un espacio isotrópico, cada
vez más homogéneo, ni la anulación del espacio por el tiempo. Tampoco es tan evidente la relación de
causalidad lineal entre nuevas infraestructuras de transporte y desarrollo regional, que no puede ignorar el
hecho de que muchas veces la propia implantación de esos medios es la consecuencia de que existe un
potencial económico y una demanda previas, así como los efectos desestructurantes que también pueden
provocar en ciertas áreas que se vacían con mayor rapidez. Por el contrario, la evidente relación entre
desarrollo de los medios de transporte, cambios económicos y reorganización espacial parece más compleja
en cuanto a las consecuencias derivadas en cada caso, por lo que sólo pueden hacerse aquí algunas
consideraciones de carácter general, necesitadas de estudios concretos.
En primer lugar, si bien es cierto que las redes de autopistas o los trenes de alta velocidad aproximan
los territorios conectados, resulta totalmente incierto que el acceso a esas infraestructuras resulte similar en
cualquier área. Por el contrario, los enormes costes fijos que suponen y que limitan su densidad, o el mayor
gasto que para los usuarios puede representar su utilización, generan distorsiones en el proceso de
contracción espacial, acercando en mayor medida aquellas áreas con elevada demanda potencial de
transporte (elevado volumen de empresas, altas rentas ... ), en tanto las que cuentan con menores recursos
suelen quedar marginadas de los nuevos trazados y parecen alejarse del resto, sobre todo cuando en paralelo
desaparecen o se deterioran infraestructuras preexistentes consideradas poco rentables por su baja ocupación
(líneas de ferrocarril, carreteras locales ... ).
Esto se observa en el estudio de Spiekerman y Wegener (1994) sobre el impacto de la red de alta
velocidad en Europa y sus efectos espacio-temporales en 1993, así como las perspectivas para el año 2010,
una vez se complete la red prevista en la actualidad (véase fig. 5.12). El uso de mapas anamórficos, en los
que la distancia física se sustituye por el tiempo de recorrido, ofrece una imagen espectacular de esa
aproximación sucesiva entre los lugares y, por tanto, entre las empresas que se sitúan en ellos, pero también
permite constatar que algunas regiones mal conectadas a ese trazado (Galicia, Mezzogiorno italiano, Grecia,
Bretaña francesa, Balcanes ... ) pierden posiciones en términos relativos y quedan en situación desfavorable.
La concentración de los tráficos sobre unos pocos ejes, donde la densidad y alta ocupación permite reducir
costes y precios, retroalimenta también el proceso en detrimento de aquellos otros con menor intensidad de
tráfico, lo que provoca una creciente discriminación espacial. Como recuerda Martner, “sólo algunos
fragmentos del territorio son los que se aproximan entre sí. Aquellos espacios que se insertan como nodos de
circuitos productivos internacionales tienden a romper las barreras físicas y a aproximarse, en tanto que
vastas regiones, sobre todo al interior de los países periféricos, quedan excluidas de tales procesos de
acercamiento territorial” (Martner, C., 1995,73).
Al tiempo, la propia mejora de accesibilidad amplía las áreas de actuación en que operan numerosas
empresas y con ello acentúa la competencia entre las mismas por conquistar cuotas de mercado cada vez más
amplias. Desaparecen, en consecuencia, pequeñas firmas que operaban en mercados locales antes protegidos
por la distancia, y esa situación ya no sólo afecta a la industria, sino que implica también a un número
creciente de comercios y servicios, con clientes cada vez más lejanos. La modernización del transporte
contribuye así eficazmente al proceso de globalización económica, en particular a la consolidación de este
sistema de ciudades globales ya mencionado en el capítulo anterior, que necesitan redefinir sus funciones y
buscar nuevas ventajas competitivas capaces de asegurar su desarrollo futuro en un sistema cada vez más
jerarquizado. Los mapas de la figura 5.13, que ponen de manifiesto esa estricta jerarquización de los flujos
ferroviarios y aéreos en Europa, al enlazar cada ciudad con aquella otra de mayor rango hacia la que se
dirigen la mayor parte de los viajeros con origen en la propia ciudad, diferenciando en tal sentido los vuelos
nacionales de los internacionales, es buen reflejo del tipo de vínculos espaciales que hoy se consolidan
(Cattan, N. et al., 1994).

30
FIG. 5.12. Efectos de la red de ferrocarriles de alta velocidad sobre las relaciones espacio-tiempo en
Europa (tomado de K. Spiekerman y M. Wegener, 1994).

31
FIG. 5.13 Relaciones de dependencia entre las ciudades de Europa occidental según los flujos
ferroviarios y aéreos. (tomado de N. Cattan, D. Pumain , C. Rozenblat y M. T. Saint Julien, 1994).
32
FIG. 5.13 (Continuación)

33
Una tercera matización a introducir se vincula al hecho de que algunos de los medios de transporte
disponibles (tren de alta velocidad, transporte aéreo) generan el conocido como efecto túnel, término que
hace referencia a la facilidad con que relacionan puntos alejados a cambio de no integrar los espacios
intermedios situados entre esos nodos, frente al efecto travesía, asociado a otros medios más flexibles como
la carretera. Eso supone que mapas como los anteriores, que a partir de valores puntuales correspondientes a
las estaciones de la red elaboran isolíneas y definen superficies de accesibilidad homogénea mediante un
sistema de interpolación, no llegan a reflejar plenamente la realidad de un espacio en donde la noción de
continuidad pierde sentido, pues lo más próximo en términos de distancia no siempre lo es en términos de
tiempo. Así, por ejemplo, un municipio de la provincia de Toledo situado en la línea del AVE entre las
estaciones de Ciudad Real y Madrid presentará un nivel de accesibilidad a la capital inferior al de ciudades
como Puertollano o, incluso, Córdoba y Sevilla, pues su población deberá desplazarse por otros medios hasta
la estación mas próxima, con lo que incrementará notablemente la duración del desplazamiento.
En consecuencia, el atractivo para la localización de empresas interesadas en una buena accesibilidad
a proveedores, clientes y servicios en áreas extensas se concentra, sobre todo, en los nodos de estas redes,
que suelen coincidir con ciudades de cierta importancia, convertidas en islas interconectadas frente a
espacios sumergidos intermedios, dentro de esa economía de archipiélago a que nos conducen las actuales
tendencias económico-espaciales (Veltz, P., 1996). Como recuerdan Gutiérrez Puebla et al. (1996b, 16), “los
nodos de los sistemas de transporte de alta velocidad (que se corresponden con aglomeraciones urbanas) son
los principales beneficiarios del nuevo orden espacial, al quedar conectados entre sí de forma rápida y
eficiente. Esto lleva a considerar una perspectiva distinta a la de los desequilibrios centro-periferia, que es la
de los desequilibrios entre las principales metrópolis y su entorno regional, característico de ese espacio cada
vez más discontinuo”. En esas grandes ciudades, que tienden a concentrar las funciones y empresas que
operan en la economía global, junto a las actividades de mayor rango y los empleos más cualificados, cobra
una creciente importancia la construcción de plataformas logísticas, centros integrados de transporte y
almacenamiento, junto a intercambiadores de transporte capaces de asegurar una buena conexión entre los
medios de gran velocidad pensados para trayectos largos y aquellos otros de ámbito regional o metropolitano
que pueden difundir la mejora de accesibilidad en el espacio circundante.
Un último efecto asociado a los cambios en el transporte hace referencia a la evolución de la forma y
la funcionalidad de esas grandes ciudades, que parecen evolucionar desde la metrópoli a la metápoli
(Hiernaux, D., 1996). La primera surgió con la primera revolución industrial y se identifica con la gran
aglomeración urbana concentrada donde se acumulan industrias y servicios para una población en brusco
contraste con su entorno, debido a la existencia de unos medios de transporte poco flexibles (ferrocarril), que
facilitaron el desplazamiento interurbano mucho más que el intraurbano. A finales de los años cincuenta,
Gottman llamó la atención sobre el desarrollo de lo que denominó la megalópolis, asociada a la segunda
revolución industrial y que no sólo suponía un aumento en volumen de actividades y población, sino también
una gran expansión de la mancha urbana asociada a la difusión del automóvil y el camión, que permitieron
un trasvase de empresas y viviendas hacia las áreas suburbanas y periurbanas.
En el momento actual, Ascher afirma que de nuevo se asiste al nacimiento de nuevas formas urbanas
que engloba bajo la denominación de metápolis, entendidas como “el conjunto de espacios en los que toda o
una parte de sus habitantes, de sus actividades económicas y territorios están integrados en el funcionamiento
cotidiano”, lo que “implica una sola cuenca de empleo, de hábitat y de actividades. Los espacios que
componen la metápoli son profundamente heterogéneos y no necesariamente contiguos” (Ascher, F., 1995,
34). En otros términos, una producción más descentralizada y unos transportes más rápidos favorecen la
expansión de una retícula urbana fragmentada y extendida sobre espacios aún más amplios y de estructura
policéntrica, donde incluso se pierde la contigüidad física pero no la interdependencia traducida en flujos
diarios (de personas, mercancías, capitales e información) intensos.
En resumen, la reestructuración que experimentan hoy las redes de transporte contribuye al
surgimiento de nuevas formas de organización territorial a través del cambio que introducen en la relación
espacio-tiempo, con incidencia en la geografía de la producción y del consumo, y otro tanto puede afirmarse
para el caso de las telecomunicaciones.

5.3. Redes de telecomunicación, ciberespacio y desarrollo regional

En pocos terrenos la influencia de la revolución tecnológica resulta tan visible como en el caso de las
telecomunicaciones. Las continuas referencias actuales a las autopistas de la información, el teletrabajo, las
plataformas de televisión digital, los telepuertos, la videoconferencia, la oficina virtual, o el teleservicio
convergen con el crecimiento explosivo que registra la difusión de nuevos productos y servicios, desde los

34
teléfonos móviles, al correo electrónico o la conexión a Internet, que contribuyen a modificar desde
determinadas pautas de comportamiento y consumo, a la propia lógica espacial seguida por numerosas
empresas.
Según el informe publicado por la Unión Internacional de Telecomunicaciones en 1995, los sectores
informático, de telecomunicación y audiovisual representaron el 6 % de la producción mundial en 1994, y en
ese mismo año:

– 38 millones de usuarios en el mundo se incorporaron a la telefonía convencional y casi 20


millones a la telefonía móvil;
– unos 15 millones se conectaron a Internet, lo que supone más del doble de los abonados
existentes en 1993;
– otros 15 millones lo hicieron a la televisión por cable;
– la suma de todo ello supone un total de 86 millones de nuevos usuarios, de los que 25,6 se
situaron en Asia (China, Japón y Sureste), otros 24,9 en América del Norte y otros tantos en
Europa, frente a tan sólo 10,1 millones en el resto del mundo.

El proceso se acompaña de una fuerte turbulencia en el sector, donde la pugna por el control de las
nuevas tecnologías y los mercados entre grandes grupos empresariales, sometidos a alianzas, fusiones y
absorciones constantes que desdibujan su perfil, corre paralela a una progresiva desregulación y
liberalización, iniciada en Estados Unidos en 1982 y seguida luego por Japón (1985) y la Unión Europea
(1988). En ese proceso, las empresas públicas, que muchas veces ejercían una posición monopolista dentro
de una actividad considerada estratégica y necesitada de fuertes inversiones, ceden buena parte de su
protagonismo a empresas privadas, tal como ha ocurrido, por ejemplo, en España con la desaparición del
monopolio ostentado por Telefónica y la irrupción de nuevas compañías que operan en los diferentes
subsectores. Por el contrario, su influencia sobre la generación de empleo directo resulta muy inferior a las
optimistas expectativas señaladas en la pasada década, pues la creación de nuevas empresas se ve
compensada por las fuertes reducciones de plantilla que registran los grandes operadores nacionales
sometidos a un proceso de ajuste, lo que explica que entre 1992-1994 las 25 mayores empresas del sector en
el mundo perdieran un 2,2 % de sus puestos de trabajo.
Se dibujan así tres grandes tendencias que parecen orientar el futuro inmediato de las empresas de
telecomunicación:

– Un proceso de diversificación de la oferta, con especial dinamismo de los servicios


teleinformáticos y de imagen, que integran las telecomunicaciones, la informática y los medios
audiovisuales (información, entretenimiento) en el conocido fenómeno multimedia.
– Una progresiva segmentación de los mercados, con empresas de telecomunicación que ofrecen
servicios específicos para cada tipo de cliente.
– Un proceso de internacionalización de las empresas, que buscan nuevas áreas de actuación para
compensar la creciente competencia y la pérdida de cuota en los respectivos mercados
nacionales, con la formación de grandes oligopolios privados.

Las expectativas abiertas por esta verdadera explosión de las telecomunicaciones (CETC, 1996) han
sido proclives a discursos claramente optimistas como el del vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore,
quien al defender un programa para la construcción de superautopistas de la información, afirmaba:
“Podemos crear por fin una red de información planetaria que transmite mensajes e imágenes con la
velocidad de la luz, desde la ciudad más grande hasta la aldea más pequeña en cada continente. Para lograr
este propósito, los legisladores, autoridades reguladoras y empresarios deberán construir y operar una
Infraestructura de Información Global (IIG)... Estas autopistas –o, con más precisión, redes de inteligencia
distribuida– nos permitirán compartir información, conectarnos y comunicarnos como una comunidad
global. De ello extraeremos un progreso económico robusto y sostenible, democracias fuertes, soluciones
mejores a los desafíos ambientales globales, mejor atención de la salud y, por último, una sensación mayor
de dirección compartida de nuestro pequeño planeta” (Gore, A., 1994).
En el extremo opuesto, tampoco han faltado las opiniones abiertamente críticas de quienes
consideran que el proceso se hace en beneficio de las grandes compañías, principales productoras y usuarias
de los avances en las telecomunicaciones, así como de los grupos socioprofesionales que salen mejor parados
de la reestructuración del sistema y cuentan con mayores rentas, y a costa de los segmentos sociales y
empresariales más débiles (Estevan, A., 1992). Aspectos como la evolución de las tarifas telefónicas, con un

35
máximo aumento en las llamadas locales frente al abaratamiento de las internacionales, la masiva inversión
pública en las infraestructuras más sofisticadas y de gran capacidad (anillos de fibra óptica, telepuertos ... )
en detrimento de otros segmentos menos rentables (mejora de centralitas y líneas telefónicas en áreas rurales
... ), o la creciente dependencia respecto de los grandes operadores internacionales que controlan cada vez
más el sector son algunas de sus principales manifestaciones.
Pero mayor importancia tienen para nosotros las implicaciones geográficas asociadas al desarrollo y
modernización de las redes de telecomunicación, origen de esa creciente diferenciación entre el geoespacio,
o espacio de los lugares que constituyó hasta la actualidad el objeto de interés propio de los geógrafos, y el
ciberespacio, o espacio virtual organizado por flujos intangibles de información que se rige por una lógica
propia y aún poco conocida, tal como se puso de manifiesto en la reunión de la Comisión sobre Redes de
Comunicación y Telecomunicaciones de la Unión Geográfica Internacional, celebrada en Palma de Mallorca
en mayo de 1997.
El desarrollo de las tecnologías de información, y en particular de las telecomunicaciones, está en el
origen del conocido mito sobre la eliminación de las distancias popularizado por MacLuhan a principios de
los años setenta con su referencia a la conversión del mundo en una aldea global. La principal consecuencia
sería la posibilidad de localizaciones más dispersas para la población, las actividades económicas y el
empleo, debido a que el acceso a una buena comunicación a distancia a través de estos medios resulta posible
en gran número de lugares, tanto si utilizan como soporte las actuales líneas telefónicas como los satélites, lo
que puede favorecer la dinamización de regiones atrasadas y áreas rurales al favorecer una cierta indiferencia
espacial. “Medios de intercambio instantáneos liberados de la distancia, las redes de telecomunicaciones
serían capaces de borrar progresivamente las distancias regionales, favoreciendo los movimientos de
empresas hacia las zonas desfavorecidas” (Cassé, M. C., 1996, 79). En un plano complementarlo, tienden a
modificarse las pautas de movilidad con relación al consumo al aumentar la importancia de los teleservicios,
donde la relación directa con el cliente es sustituida por otra indirecta a través del teléfono o la pantalla del
ordenador: compra por catálogo/telecompra, servicios bancarios, reclamaciones de clientes, reservas de
billetes, educación a distancia, etc. (Gámir, A., 1997).
En esa misma línea argumental, Cornford, Gillespie y Richardson (1996) han concretado esas
ventanas de oportunidad abiertas para estas áreas por unas redes de telecomunicación que permiten:

– a las empresas y profesionales de esos territorios superar la distancia y obtener un acceso


electrónico a mercados y fuentes de información remotas, al tiempo que se benefician de
menores costes de instalación y funcionamiento;
– elevar la eficiencia y productividad de muchas empresas de estas áreas, que pueden acceder
ahora mediante este vehículo a servicios especializados localizados en territorios centrales,
aunque estén alejados;
– generar empleos ligados de forma directa al tratamiento de la información codificada,
descentralizados desde los espacios centrales, ya sea a otras empresas o a profesionales que
operan desde su propio domicilio.

No obstante, los propios autores alertan sobre el hecho de que éste es sólo uno de los dos caminos
posibles, pues también podría generarse un efecto opuesto si las telecomunicaciones son utilizadas por las
empresas ubicadas en regiones desarrolladas y grandes ciudades para extender su área de influencia sin
cambiar su localización, lo que parece especialmente cierto para actividades complejas y de alto nivel ligadas
a la información, pero muy dependientes de la existencia de un medio innovador y un amplio mercado
laboral de profesionales cualificados.
Al mismo tiempo, Bakis también ha demostrado en diversos estudios que el desarrollo de las redes
de telecomunicación es, por su propia naturaleza, muy desigual en el espacio, creciendo en cantidad y
calidad dentro de las áreas con fuerte concentración humana y empresarial generadora de demanda solvente,
frente a su lenta difusión en regiones atrasadas y espacios poco poblados (Bakis, H., dir., 1990). El hecho de
que casi tres cuartas partes de los teléfonos existentes en el mundo se localicen en los países desarrollados es
una manifestación –simple, pero representativa– de esa heterogeneidad. Esa situación, comprensible desde la
lógica del mercado, podría reforzarse en el futuro como fruto de la progresiva retirada de los operadores
públicos, pues “la libre iniciativa tiende a concentrarse conforme a la lógica que le es natural en las
relaciones de comunicación más rentables, relegando las menos atractivas que por su infrautilización generan
déficit”, por lo que, ante la creciente privatización del sector “cabe pensar que se acentúen los desequilibrios
espaciales y la fractura social existente” (Martín Urbano, P., 1996, 36).

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5.4. Teletrabajo: ¿,mito o realidad?

Una de las consecuencias más repetidas es la que afecta a la posibilidad de desconcentrar y


segmentar los centros de trabajo, manteniendo una estrecha conexión y un funcionamiento coordinado
mediante el uso habitual de las telecomunicaciones, aspecto de especial importancia en las cada vez más
numerosas actividades y puestos de trabajo que manejan principalmente información (Sproull, L. y Kiesler,
S., 1991). Se ha generalizado así la referencia al teletrabajo, término propuesto por Jack Nille en Estados
Unidos a comienzos de los años setenta y que hoy se utiliza con significados no siempre idénticos, pero
relacionados con tres conceptos clave que permiten diferenciarlo de otras formas de trabajo:

– Desde la perspectiva de la organización, se trata de un trabajo flexible, realizado total o


parcialmente fuera de los establecimientos de la empresa para la que se realiza y sin horario
laboral convencional, junto con una elevada presencia de trabajadores autónomos o
autoempleados (freelances).
– Desde la perspectiva espacial, se trata de una ocupación realizada en el domicilio del propio
trabajador, de forma móvil (desplazamientos para visita a clientes), o en centros de teletrabajo
(telecentros) próximos al domicilio o situados en áreas de alta valoración, donde existen recursos
técnicos compartidos (ordenadores, despachos, acceso a redes) que pueden alquilarse de forma
temporal.
– En el plano técnico, supone una conexión permanente a una red mediante el uso combinado de la
informática y las telecomunicaciones (Gray, M. et al., 1996).

Se excluye, en cambio, a los que siempre realizaron su actividad profesional a domicilio, pero sin
estar conectados a una red (desde artesanos a escritores o mujeres subcontratadas por empresas de
confección), o sólo lo hacen de forma ocasional. Pese a que su perfil profesional puede ser bastante variable,
predominan aquellos que están más relacionados con el tratamiento de información, desde programadores y
analistas informáticos, a consultores y asesores, directivos de empresas, agentes de ventas e inmobiliarios,
contables, profesionales liberales (arquitectos, abogados ... ), etc.
La abundante bibliografía aparecida en las dos últimas décadas tendió a mostrar una perspectiva
optimista sobre sus posibilidades de expansión debido a las múltiples ventajas derivadas de su implantación
y difusión. Haciéndose eco de esa ya larga tradición, Ancochea señala que “los futuros trabajadores
trabajarán en equipos geográficamente dispersos, enlazados por redes. Por medio de esta dispersión enlazada
no tendrán la perentoria necesidad de desplazarse hasta los tradicionales lugares de trabajo para realizar su
labor, ya que podrán hacerlo desde su propia casa o desde centros de negocio próximos a su domicilio”, con
el consiguiente “aumento de productividad, flexibilidad de las horas de trabajo, y reducción de costes de
viaje y de impactos ambientales” (Ancochea, G., 1996, 1 l). De modo más sistemático, pueden resumirse así
los beneficios esperados del teletrabajo (Ortiz, E, 1995):

– una reducción en los costes empresariales derivados del alquiler y mantenimiento de oficinas, así
como mayor flexibilidad en la organización del trabajo de sus empleados;
– la posibilidad de contratar a trabajadores que residan lejos o que prefieran trabajar en su
domicilio,
– un aumento de la productividad laboral asociado a las mejores condiciones de trabajo y a la
mayor autonomía, frente a unos costes decrecientes del equipamiento técnico necesario;
– la reducción de desplazamientos diarios, gastos de energía y contaminación ambiental, junto a un
ahorro de tiempo para el trabajador;
– la reducción de otras deseconomías asociadas a la aglomeración espacial de actividades en las
áreas centrales de las ciudades (congestión del tráfico, elevados precios del suelo y de los
inmuebles para oficinas, etc.), con mayor posibilidad de desplazamiento a áreas rurales;
– una mayor flexibilidad del horario laboral para adaptarlo a las necesidades personales y/o de la
empresa, junto a una menor incidencia de la conflictividad laboral.

Estos beneficios se reparten entre la empresa, los trabajadores y la sociedad en su conjunto, que
puede encontrar aquí un nuevo yacimiento de empleo según algunas de las previsiones realizadas. Esta
última consideración abre una primera vía para contrastar la teoría con la realidad observada hasta el
momento.

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Las cifras de teletrabajadores son difíciles de establecer, pues sus límites son imprecisos y existe
una cierta proporción de trabajo informal, no declarado, pero se han hecho estimaciones recientes que las
sitúan entre 9-12 millones en el mundo, de los que aproximadamente la mitad se situarían en Estados Unidos
(Gray, M. et al., 1993). No obstante, cuando se precisan estas estimaciones pueden apreciarse grandes
diferencias en la metodología y los resultados que obligan a mantener ciertas cautelas sobre su fiabilidad.
Así, por ejemplo, mientras en 1994 British Telecom cifraba en 1,2 millones el número de teletrabajadores en
el Reino Unido, ese mismo año las encuestas realizadas para el proyecto europeo TELDET (Telework
Developments and Trends) situaban en 1,1 millones su cifra global en las cinco mayores economías de
Europa occidental, incluido el Reino Unido (180.000 en España).
De lo que no cabe duda es de que su aumento efectivo ha estado muy por debajo de lo previsto
inicialmente, hasta el punto de que “seguramente ha habido más papeles, artículos o comunicaciones sobre
las videoconferencias que equipos de videoconferencias propiamente dichos, y no parece demasiado
arriesgado afirmar lo mismo sobre el teletrabajo” (Claisse, G. y Rowe, E, 1996, 66). Tampoco existen, por el
momento, estudios que permitan confirmar que la localización de esos trabajadores presente un marcado
alejamiento de los principales centros urbanos.
Más allá de los simples errores de estimación, comprensibles en cualquier análisis prospectivo que
busca extrapolar tendencias de futuro, o de] freno provocado por la recesión económica internacional en los
primeros años noventa, esa distancia entre lo previsto y lo observado puede relacionarse con el olvido de
ciertos condicionamientos económico-sociales que limitan las posibilidades derivadas del simple avance
tecnológico, ya que:

– Desde la perspectiva de numerosas empresas, el teletrabajo cuestiona la estructura jerárquica y la


capacidad de control sobre el trabajo realizado, al tiempo que también reduce el sentido de
pertenencia y de identidad con la organización por parte de los empleados, lo que no se valora de
forma positiva.
– Desde la perspectiva de los potenciales teletrabajadores y de las organizaciones sindicales, se
destaca con frecuencia el riesgo de aislamiento social, de intromisión del trabajo en la vida
familiar, la necesidad de espacio adecuado en la vivienda, o la pérdida de capacidad negociadora
con la empresa, que puede elevar la precariedad en las relaciones laborales.
– Finalmente, en la sociedad de la información sigue existiendo una proporción mayoritaria de
ocupaciones que aún operan con productos (desde la producción a la distribución) o que exigen
una relación directa, al tiempo que parece comprobado que la mejora de telecomunicaciones no
reduce los desplazamientos, sino que tan sólo modifica las razones que los guían, por lo que no
cabe esperar una desterritorialización de los intercambios.

En todo caso, la tendencia a su aumento parece incuestionable y la necesidad de dotar de mayor


contenido geográfico a los estudios realizados hasta ahora puede propiciar una línea de investigación de
evidente interés.

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BIBLIOGRAFÍA
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