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EL SEÑOR INVIERNO

Sentado en un banco, enfurruñado y tristón, nos encontramos hace poco al Sr. Invierno.
Despacito y con cuidado, para no enfadarlo, nos fuimos acercando hasta sentarnos a su lado y Pedrín, que es el
menos tímido de los tres, le preguntó:
– “¿Qué le pasa Don Invierno?”
– “¿Por qué está tan serio?” -preguntó Pablín.
– “¿Por qué tiene esa cara de vinagre?” -pregunté yo también.
Y el Sr. Invierno, dando un suspiro que casi nos deja congelados, dijo con voz helada:
– “Porque no le caigo bien a nadie” -y las palabras, según salían, caían al suelo convertidas en hielo.
– “Eso no es cierto” -dijo Pedrín enseguida.
– “A nosotros nos cae muy bien” -dijo también Pablín.
– “Bueno… a mí no tanto…” -dije yo y no sé por qué me miraron todos tan raro.
El Señor Invierno intentó negar con la cabeza pero le costó mucho porque lleva como unas quince bufandas y así no
hay quien mueva el cuello pero, vamos, que nosotros lo entendimos.
– “Pues seréis los únicos” -y una letra “s” casi se me cae encima del pie-. “Porque yo no oigo más que quejas.”
Y entonces, Pedrín se levantó, lo tomó de una mano o, mejor dicho, de uno de los cinco pares de guantes que
llevaba puesto y dijo:
– “Venga, venga usted con nosotros que le vamos a enseñar que hay gente a quienes cae muy bien.”
– “Eso, eso” -dijo Pedrín, cogiéndolo de la otra mano llena de guantes.
– “Si no queda más remedio…” -dije yo sin cogerlo de ningún lado porque ya no le quedaban manos ni guantes que
coger… y otra vez me miraron raro, no sé por qué.
Empujándolo y animándolo lo llevamos por todo el pueblo y le enseñamos a nuestros amigo jugando con los trineos,
haciendo muñecos de nieve y lanzándose bolas (también de nieve, claro).
– “¿A qué os gusta el invierno?” -preguntó Pedrín.
Y todos respondieron a coro:
– “¡Síiiiiiiiii!”
Le enseñamos, también, a la gente sentada en casita, disfrutando del calor, con la familia o los amigos.
– “¿A que no está mal el invierno?” -preguntó Pablín.
Y todos respondieron a la vez:
– “¡Síiiiii!”
Lo llevamos a tomar chocolate calentito en una cafetería y le enseñamos cuanta gente había allí.
– “¿A qué mola el chocolate?” -pregunté yo.
Y todos respondieron:
– “¡Síiiiii!”
Y no sé por qué Pedrín, Pablín y el invierno, volvieron a mirarme raro. Después de todo este paseo, volvimos al
banco. El Señor Invierno ya no parecía tan triste.
– “¿Ve cómo hay gente que disfruta con usted?” -preguntó Pedrín, que siempre tiene que ser el primero.
– “Sí” -dejó caer el Señor Invierno.
– “¿Ve cómo hay a quien le cae bien?” -preguntó Pablín, que no puede estarse callado.
– “Lo veo” -contestó el Señor Invierno.
– “¿Nos podemos ir ya?” -pregunté yo, que siempre soy al que miran raro…
Y aún no sé por qué me lanzaron tantas bolas de nieve…

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