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Vivanco, Antonino C.
Clasificación.-
Los contratos agrarios tradicionalmente han sido clasificados en dos grandes
categorías: conmutativos o de cambio y asociativos.
Los primeros son aquellos en los cuales una de las partes concede un fundo rural u
otro bien a cambio de una contraprestación sin tomar participación en la actividad ni asumir
los riesgos propios de su desarrollo, los que son afrontados en su totalidad por quien la
efectúa, tales como el contrato de arrendamiento o el de pastoreo.
En los segundos, en cambio, ambas partes se unen a fin de lograr un objetivo común,
asumiendo los riesgos propios que conlleva el desarrollo de la actividad, con la finalidad de
distribuirse los frutos o productos que se obtengan conforme al porcentaje pactado, de
acuerdo a los aportes efectuados por cada parte, tales como el contrato de aparcería o el
contrato asociativo de explotación tambera.
También pueden ser clasificados en contratos típicos y atípicos, en los primeros la
ley crea el tipo describiendo con carácter general los elementos más relevantes que lo
caracterizan, pero este tipo no impide que los contratantes puedan apartarse de esas
características, modificándolos o creando nuevas formas a fin de adaptarlos a sus
requerimientos o necesidades, apareciendo así los contratos atípicos, los que podrán ser o no
regulados por la ley.
Caracteres.-
Los contratos agrarios revisten como caracteres los siguientes:
a) consensual: porque se perfecciona con el mutuo consentimiento.
b) bilateral o sinalagmático: porque median prestaciones correlativas, que deben ser
cumplidas íntegramente por las partes.
c) oneroso: porque existe un precio en dinero.
d) tracto sucesivo: porque las obligaciones son de carácter continuado.
e) conmutativo o de cambio: porque se cede el uso y goce de un predio rural a
cambio de un precio en dinero, sin asumir el concedente los riesgos de la
explotación.
f) intuito personae: ya que el derecho del arrendatario no es solamente una facultad
de goce, sino una obligación de trabajo y producción, por lo que la persona que
asume los deberes inherentes a la explotación es tenido en cuenta por el locador.
El orden público.-
Tal como se señalara anteriormente, una de las características de los contratos agrarios
es que, por lo general, en ellos se encuentra limitado el principio de autonomía de la voluntad
que inspira a los contratos civiles enmarcados en la concepción individualista consagrada en
el Código Civil.
Esta característica originariamente tenía como finalidad proteger la producción y a la
parte que lleva a cabo la explotación, asegurándole la estabilidad en el predio y mejores
condiciones de vida, por lo que ha sido calificada por la doctrina y la jurisprudencia como de
índole económica.
Como consecuencia, dicha característica transforma a las normas en inderogables,
sancionando la ley con la nulidad a aquellas cláusulas o pactos en contrario o actos realizados
en fraude a ésta, como por ejemplo lo consagra el artículo 1º de la Ley 13.246 que, no obstante
la modificación introducida por la Ley 22.298, ha conservado su redacción original.
En la actualidad, este principio se ha ido morigerando, otorgándole a las partes la
posibilidad de reglar convencionalmente las distintas circunstancias que regirán su relación
contractual, tal como lo establece la Ley 25.169 que regula el contrato asociativo de
explotación tambera, donde pueden pactar libremente sobre el plazo, el precio, etc.,
estableciendo como norma de orden público sólo la obligación del empresario titular de
proporcionar una vivienda al tambero asociado (artículo 9).
Para ver este tema de los conceptos generales, además de las normas indicadas pueden
verlo en Manual de Derecho Agrario cuyo texto agregamos.