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“Los Esclavos Felices son los Peores Enemigos de la Libertad”

Fue el primer “Grafiti” del que tomé conciencia, en letras enormes en la pared
de una fábrica en la entrada de la ciudad donde vivían mis abuelos. No logré
entenderlo, tendría diez años, más tarde, mi padre me lo explicó: “Un esclavo
feliz no se da ni cuenta de que le falta la libertad, y por eso no hará nada para
alcanzarla. Si todos fuésemos esclavos felices, la libertad dejaría de existir, ya
nadie sabría lo que es.”

Aquello me impresionó, a pesar de que con mis escasos diez años no era
capaz de comprender el alcance de lo que acaba de aprender. Desde entonces
me he ido encontrando con muchas ilustraciones de esta frase, sobre todo en
mi consulta, donde por lógica se supondría que la mayoría de la gente que
acude justamente pretendería alcanzar esa libertad, quizás por su condición de
“esclavos infelices”.

Trabajando con jóvenes, no cuesta mucho imaginar donde mis pacientes creen
perder su libertad: la autoridad de sus padres, de sus profesores o de sus jefes
no les deja ser ellos mismos ni desarrollarse como ellos quisieran o hacer lo
que les apeteciera. La sociedad en su conjunto, “el sistema”, sus obligaciones,
“amigos”, compañeros, incluso parejas, les impiden ser libres, eso lo sufren y
buscan ayuda. Es bonito ver como poco a poco van tomando conciencia de
todo lo que pueden hacer para ir conquistando o recobrando sus parcelas de
libertad y mucho más bonito todavía ver como lo van haciendo.

¡Pero hay algo que falla!


Es duro tomar conciencia de todo esto y difícil ver lo que te toca hacer para
remediarlo y además hacerlo, quizás más duro todavía que sin conciencia
sufrirlo. Es cuando la tentación de la trampa fácil puede ser demasiado bonita
como para resistirlo y de hecho cada vez más gente se deja seducir por ella.
De hecho, ¿Qué más fácil que aplicarse un anestésico contra el dolor, contra el
sufrimiento? Sobre todo, si ese anestésico está al alcance de la mano, es
barato e incluso “bien visto” en los círculos donde te mueves, donde casi
“queda mal” no tomarlo. El Cánnabis, “Costo”, “Chocolate”, “María”, “Polen”, los
“Canutos”, “Cañones”, “Porros” siempre se han asociado al ser joven, rebelde,
alternativo y libre (aunque hoy día parece haber una “multinacional del
merchandising” detrás, con revistas, camisetas, mecheros, llaveros, ceniceros,
bisutería y demás). Te lo fumas (o tomas en infusión o pastelito) y ya no te
enteras de la realidad (de tu realidad) que es la que duele, al fin y al cabo, de
paso te rebelas y estas de moda (¡Qué raro hacer las dos cosas a la
vez…………!) Claro, cuando se te pasa el efecto, tu situación sigue doliendo
igual y no has hecho NADA para cambiarla, luego te vuelves a aplicar una
dosis y así consecutivamente hasta convertirte en “ESCLAVO FELIZ” y
renunciar a tu libertad.

No es de extrañar que actualmente gran cantidad de personas lleguen a


fumarse diez, quince o incluso veinte “dosis” todos los días, conozco muchas.
Las únicas “ventajas” son que el daño cerebral que produce, a la larga, te
desconecta del todo de tu realidad y que, según investigaciones recientes,
produce esterilidad en los hombres así que no hace falta ni preocuparse de los
futuros hijos que también te quitarían la “libertad”.

Este artículo lo publiqué a finales del siglo pasado, antes de la aparición de los
teléfonos “listos” (Smart pones) de los que en el año 2023 en el que estoy
revisando este escrito, tenemos todos como poco un ejemplar, posiblemente en
la mano en este momento.
Creo que sin mucha exageración podemos aplicar la función de creador de
Esclavos Felices a este nuevo símbolo de estatus por el que se cometen
crímenes y actos de violencia.
Basta con mirar a nuestro alrededor en cualquier lugar público y hacer un breve
estudio comparativo: El otro día íbamos un total de 28 personas en el vagón de
tranvía que me llevaba a trabajar, conté 25 personas con el teléfono en la
mano, una con un libro y otra durmiendo, era un niño pequeño. La persona
número 28 se dedicaba a observar a los demás viajeros. Por la noche, al
regresar a casa, paso por los ventanales de un restaurante de moda, en la gran
mayoría de las mesas los comensales están con el teléfono en la mano, unos
pocos comen o conversan. No me he quedado delante del ventanal para
contarles, hubiera quedado un poco preocupante, pero a primera vista era
bastante más de la mitad los que se estaban dedicando a sus teléfonos listos.

No tengo nada en contra de los teléfonos móviles, de hecho, poseo dos de


ellos yo mismo, uno para la consulta y otro para familiares y amigos. No creo
que el problema reside en las maquinas que en si son una maravilla de la
técnica y el ingenio del que los humanos somos capaces.
¡Es el mal uso!
Una vez más es nuestra incapacidad de dosificar, de poner(nos) limites, el
insaciable deseo de verlo todo, saberlo todo, hacerlo todo (en una pantallita,
claro).
Yo me incluyo si digo que todos en ocasiones nos hemos quedado abducidos
por el logaritmo que no deja de presentarnos con videos, imágenes y/o escritos
a un ritmo vertiginoso. - ¡Ché! ¡Se me ha ido el tiempo sin dame cuenta! –
exclamamos, molestos o asombrados dejamos el móvil de lado y nos
dedicamos apresuradamente a la tarea que se nos ha quedado pendiente,
posiblemente sin poder evitar echar un vistazo a la pantalla al cabo de un rato
para ver lo que nos estábamos perdiendo…
El abuso de las nuevas tecnologías, las redes sociales y demás delicias
encerradas dentro de nuestros teléfonos ejerce un efecto hipnótico, nos extrae
de la realidad. No solo mientras estemos con los ojos clavados en la pantalla,
el dedo rítmicamente deslizándose por ella como si de una caricia intima se
tratara. También durante los intervalos en los que no nos es posible manipular
el móvil, su contenido y/o su anunciada nueva versión ocupa una parte
significante de nuestra consciencia.
En resumen: en gran medida dejamos de estar en lo que estamos, nuestros
pensamientos guiados, condicionados por el contenido recién consumido de
teléfono. La conciencia del lugar donde estamos disminuido por la distracción
de la pantalla, sin darnos mucha cuenta de lo que estamos haciendo, si
estamos haciendo algo más y sin apenas interactuar con los humanos en física
cercanía.
Temo que se trata de nuevo de una manera de no percibir la realidad, que
como suele ser, no es fácil y requiere atención, trabajo y en ocasiones
sufrimiento y también alegría y satisfacción.
No es fácil vivir, no es fácil hacernos cargo de nuestras vidas y en cada ocasión
aparece la tentación de la distracción masiva que nos puede convertir en
ESCLAVOS FELICES y por ende ya ni nos deja pensar en buscar nuestra
libertad o siquiera un pequeño cambio.

Para terminar con el paralelismo entre la adicción al Cannabis y la a las


“Nuevas Tecnologías”: En ambos casos son fácil de conseguir, los teléfonos
más. En ambos casos hay un amplio despliegue comercial, negocios enteros
dedicados a sus complementos, convirtiéndolos en símbolos de estatus con los
que sus usuarios se identifican.
No sé si los teléfonos listos pueden causar esterilidad, pero mucho se escribe
acerca del mal que causan las radiaciones tanto de los dispositivos como de
las antenas (y ni hablo de 5G)

Por fortuna, entre porro y teléfono no nos vamos a dar cuenta de nuestra falta
de libertad ni de grave deterioro que estamos padeciendo.
Algo de positivo tenía que haber.

Peter A. van Wijk

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