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La sociedad del 900 (1)

 A partir de 1860 aproximadamente, las costumbres de nuestra sociedad comienzan a cambiar,


debido a varias razones. Por un lado, el avance de la educación de masas y por lo tanto,
el retroceso del analfabetismo. Por otro, la urbanización de la sociedad que provoca un cambio
de mentalidad en todos los sectores. A su vez la europeización de las costumbres, genera la
adopción de una mentalidad diferente, a decir del historiador Barrán, la “sensibilización” de las
costumbres “bárbaras”.

El nuevo rol femenino

En el Uruguay comienza a primar desde fin de siglo un nuevo modelo demográfico, o sea, las
familias comienzan a tener menos hijos y a tratar de controlar la natalidad. Esto es producto de
una situación económica seria que está atravesando el país. La disminución de la natalidad y el
retardo en la celebración de los matrimonios, eran una consecuencia del encarecimiento de la
vida. Fue la ciudad quien primero vio sus dificultades y aceptó el nuevo modelo demográfico.
Al carácter urbano sumaba su rasgo portuario, lo que facilitaba el contacto con el exterior. Los
inmigrantes tuvieron mucho que ver en este cambio de mentalidad. Quienes llegaban eran los
que se habían atrevido a cortar los lazos con Europa, buscando el ascenso social. El número
elevado de hijos podía trabar dicho ascenso.

            La represión de la sexualidad


femenina era una de las condiciones para que triunfara el control de la natalidad con métodos
espontáneos. Una de las formas era retrasar la edad matrimonial, lo que causó una represión
sobre la mujer, pero liberalizó al hombre. Se acentuó así el culto a la virginidad que reemplazó
al anterior de la fecundidad. Los noviazgos se eternizaban; el joven debía esperar a tener una
“posición”; ella iba haciéndose el “ajuar” puntada a puntada. El “dragoneo” comenzaba en la
calle o a la salida de misa, luego la conversación en el balcón o el zaguán, después, el
interminable “servicio de sala”. Nunca solos “la lámpara encendida, con la madre tejiendo o
cosiendo frente a ellos y oyendo, aburrida, tontos monosílabos y sin que nunca las manos de
los enamorados se tocaran, estarían hasta las 11, hora en el que el padre cerraría el diario
demostrando que era el momento de retirarse”.
            El puritanismo se enseñoreó de la sociedad uruguaya, sobre todo del medio urbano y de
sus clases medias y alta. Este modelo demográfico impuso nuevas conductas. La separación de
sexos era estricta. Comenta una “dama” del 900, Josefina Lerena Acevedo de Blixen: “Yo era
todavía una colegial, pero debía acompañar a una tía ya que ninguna mujer soltera debía salir
sola a esas horas... Las señoritas paseaban en grupos...”. En las playas también se solían separar
los sexos. “Empezó por aceptárselas [a las playas] como para prevenirse de las enfermedades
del invierno, cuidando que el sol no afiebrara las cabezas y no diera a los cuerpos la horrible
pátina del bronce. Así, la gente trataba de ir temprano, como máximo a las 8 y hasta en los días
nublados abría las sombrillas. Prudentemente los médicos sostenían que el baño de mar
debilitaba, y que no debía durar más de 5 minutos...”.  Los rigurosos trajes de baño femeninos,
a usarse en zonas de baño separadas para mujeres y hombres, hacían que estas mujeres
parecieran sin cuerpos y sin caras. Cuando el tranvía pasaba de una zona de baño a otra y por
lo tanto, por encima del baño de los hombres, las madres decían a sus hijas que no miraran
hacia el lado del mar. Y las niñas, obedientes, bajaban los ojos.

            Para la mujer de la época, quedaban dos caminos a seguir: buscar la independencia
económica o el matrimonio. El problema ahora era la soltería femenina. El hombre trabajaba,
la mujer de clase media y alta no. Comienza, lo que se dio a llamar, la “carrera matrimonial”.
Comenta Domingo Arena: “en cada casa donde hay una muchacha casadera, se espera
ansiosamente al marido y se recibe por regla general al primero que llega, por el justo temor
de que no aparezca otro.” Los padres a veces presentaban todas sus hijas casaderas a ricos
pretendientes herederos de campos para que éstos eligieran con cuál deseaban iniciar el
noviazgo. “¡Qué es lo que no aspiran los padres para sus varones! Esa aspiración consiste verlos
formados, dueños de una carrera o de un negocio en marcha, capaces de bastarse a sí mismos;
en cuanto a las mujeres, aquella aspiración equivale a verla casada. (...) [La mujer] ha sido
atendida, criada y conservada, al sólo efecto de ser entregada a un marido que va a sustituir al
padre en la tutela, en el cuidado y en la dirección de su vida de mujer”.  

            Otro de los caminos que quedaba a la mujer era el mercado laboral. No fue casual que
en el mismo momento histórico en que el modelo demográfico limitaba el papel de madre de
la mujer, se forjaran para ella alternativas laborales. También influyeron otros factores: el deseo
de liberación femenina, el apoyo de los radicales (anarquistas, socialistas, batllistas) y la avidez
del naciente capitalismo industrial por una mano de obra abundantísima y muy barata.

            Las pioneras fueron las obreras de las fábricas de Montevideo y los saladeros del litoral.
Estas mujeres fueron usadas como un gran ejército de reserva; se les pagaba menos salario y
por lo tanto se podía emplear a un mayor número originando pocos gastos extras.

            La liberalización de la mujer comenzó también en el plano ideológico, surgiendo


el movimiento feminista, que más que un movimiento político, fue una actitud de vida que
escandalizó a la clase alta y culta montevideana.

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