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“Ya no tengo paciencia para aguantar todo esto – Micaela

Bastidas”: Género en la era borbónica y participación de la mujer


en la Independencia del Perú

Daniel Oliver Hermoza Alarcon


Estudiante de noveno ciclo de Ciencia Política y Gobierno, miembro de la Comisión de
Investigación de Internacia y asistente en el subgrupo de Medios de Comunicación del
Grupo de Investigación en Política Exterior Peruana

Polemos, 31-07-2016

El presente artículo tiene por fin exponer un breve análisis sobre las principales
protagonistas del proceso emancipador del Perú, tomando en cuenta los
antecedentes políticos y sociales, y presentar un balance con respecto a la
formación de la naciente república peruana. Primero, se enunciarán las
características de la situación social y política de la mujer durante el Perú del siglo
XVIII, incidiendo en las consecuencias de las reformas borbónicas; segundo, se
analizarán distintos personajes relevantes en la Gran Rebelión de 1780; y en
tercer lugar, se revisará la participación femenina en el proceso de independencia
desde la primera intención separatista (Tacna – 1811) hasta la Batalla de
Ayacucho. En esta última parte, se usará brevemente un enfoque comparado con
respecto a los demás Estados latinoamericanos que, a la par que el Perú,
buscaban la separación de España.
La femineidad en la era borbónica
Como primera anécdota introductoria, tenemos que tras el devastador terremoto y
tsunami que destruyó gran parte de Lima y El Callao, se vivía en un clima de
anarquía, de desobediencias y de histeria religiosa. Distintos representantes de la
Iglesia Católica, por su parte, argumentaron que el terremoto fue un castigo divino
por no considerar a los pobres, la avaricia y la lujuria, donde también se culpa a la
vanidad y la indecencia de las damas, con vestidos escandalosos; según Scarlett
O’Phelan en su texto “La moda francesa y el terremoto de 1746”. Sale un decreto
del gobierno para reglamentar la ropa de las mujeres, haciendo que se impida
vestir la moda francesa con sus escotes y la desnudez del brazo. Inclusive, se
llegó a amenazar con la excomunión (en la época, una práctica muerte civil) a los
“mozuelos afeminados” que no bailaban como era debido y que usaban ropa de
mujer, así como las mujeres que no se cubrían cuando montaban a caballo
(O’Phelan, 2007). Gracias a la influencia francesa producto del cambio dinástico,
la moda francesa se fue introduciendo en España y el Perú, donde se daba mayor
énfasis a pronunciados escotes, el uso de joyas y a dejarse ver los zapatos;
asuntos que eran considerados de mal gusto en el siglo XVII. Este decreto no tuvo
mayor relevancia, en parte, porque la Ilustración limitaba el accionar de la Iglesia,
y porque se buscaban explicaciones racionales para los fenómenos naturales.
Las mujeres que no cumplían con su rol dentro de la sociedad colonial eran un
peligro tanto para la Iglesia como el Estado. Uno se casaba según su jerarquía y
calidad, superando los temas de orden étnico. Esta igualdad suponía que los
esposos tengan las mismas virtudes y objetivos de vida, siendo las parejas
armoniosas. En el código de honor había conductas diferenciadas para el hombre
y la mujer, se esperaba que la mujer llegara virgen al matrimonio, mientras los
varones no requerían esto. Se esperaba que la mujer sea fiel, mas no el hombre,
inclusive llegando a la viudez. Cumplir estas normas suponía honor para la familia,
donde en caso de una hija que pierde la virtud, su padre y hermanos presionan a
su pretendiente para que se case con ella. Este honor va con privilegios
económicos y sociales, y en el siglo XVIII, empieza a reemplazar el honor de cuna,
siendo las mujeres las responsables de que funcione el honoren la familia. Esto es
sumamente polémico con la palabra de matrimonio, que es el compromiso para
casarse a futuro, siendo esto desobedecido en numerosos casos. Ascender
socialmente mediante el matrimonio, donde un rico o rica se casa con un plebeyo
o plebeya, es ampliamente cuestionado, y para el siglo XVIII, uno ya no presta
tanta atención a los títulos de nobleza sino al dinero de los comerciantes y
mineros. Los matrimonios desiguales son llevados inclusive a los documentos
judiciales, buscándose la homogeneidad de la pareja. Sin embargo, el factor
económico echaba por tierra numerosas pretensiones normativas con respecto a
la mujer. Según Margarita Zegarra, la estrechez de los espacios públicos y la
necesidad de ir a trabajar, que es imperiosa en los sectores populares, chocaba
directamente con la idea del recato que supuestamente debían guardar las damas.
Además, el texto relata ciertas conductas femeninas que sustentaban el orden de
género imperante, o lo desafiaban. Por un lado, era común que las mujeres
pongan de manifiesto su condición de casada, recluida en su casa y por tanto, pía;
en los documentos judiciales como base para que le crean en los testimonios. Por
el otro, para inicios del siglo XIX, muchas mujeres vivían sin tutela masculina o
femenina, habitando con otros miembros de sus numerosas familias; y se daban
ciertos placeres. Uno de ellos era asistir a las tabernas, donde se bebía chicha y
aguardiente, y era común que muchas salieran ebrias de los establecimientos,
luego de sostener animosas conversaciones con hombres que no eran su marido,
visto como pecaminoso para el contexto. Otro punto según la autora es que si una
mujer reaccionaba violentamente frente a una agresión en el espacio público,
como golpear a su atacante, perdía base judicial para los reclamos, pues se
consideraba que eso no era propio de, particularmente, una señorita. Las damas
jóvenes de la época eran constantemente vigiladas por su familia y el barrio,
trazando visiones normativas de cómo vivir la sexualidad.
El rey español Carlos III da una Pragmática Sanción, para recuperar los privilegios
de las élites en materia de matrimonios, imponiéndose sobre la opinión de los
clérigos. Es importante para el Estado la obediencia de la decisión paterna, y que
esto sea acatado por los hijos, para tratar los desórdenes causados por los
matrimonios desiguales. La ley indicaba que la edad reglamentaria para el
matrimonio es de 25 años, pero propiciaba el concubinato e hijos naturales. El
amancebamiento es general y se tienen muchos hijos ilegítimos. Las mezclas son
mal vistas, y se frenaba a las castas para colocarse mejor en la pirámide social.
Se trata de controlar el ascenso social de la plebe a partir del matrimonio.
Sobre los hijos naturales, su presencia era numerosa y no llamaba la atención
para nada en el Virreinato. El virrey Castelfuerte, en razón del censo de 1724, fue
informado que los hijos naturales eran mayoría por sobre de los legítimos, y
también había fuerte presencia de expósitos y huérfanos, usualmente de parejas
desiguales o en adulterio, donde los dejan en iglesias o mansiones. El hijo espurio
se da en relaciones de adulterio, o endogámica o incestuosa, siendo discriminados
como tales. Los niños expósitos son apellidados Expósito, y esto era usado para
ocultar la procedencia de los niños. Era común que los niños expósitos fuesen
adoptados por sus familias después, con ese apellido para evitar el deshonor. Los
hijos naturales podían heredar, más no los expósitos o los espurios.
También se daba el concubinato, que cruzaba todos los sectores sociales, y por
esto crecía ampliamente la población mixta. En el siglo XVIII crecen los mulatos y
los zambos frente a los indígenas, siendo mucho más difícil cobrar el tributo
indígena. Había peninsulares que tenían concubinas de diferente casta, teniendo
hijos con ellas, y finalmente se casaban con una mujer blanca. Las concubinas no
eran mal vistas si eran de larga data, quitando la crítica de inmoralidad. Esto fue
especialmente fuerte en las castas de color, porque en los indios se casaban
rápidamente para que puedan pagar bien sus tributos, porque el gasto se dividía
en el trabajo familiar.
El término mestizo traía una connotación de hijo natural. También se tiene registro
de viudas que tuvieron hijos ilegítimos, pero la fecundidad era mucho más baja. A
veces, las mujeres se registraban como viudas en una gran ciudad para que sus
hijos tengan mejor status que los hijos naturales, diluyendo su presencia. Los hijos
naturales podían darse en padres y madres solteros. En la colonia, cuando la
esposa no podía tener hijos, el marido tenía hijos con concubinas y ella lo
aceptaba, y los hijos entraban a la categoría de hijos naturales. Hay una tendencia
de que hijos naturales procreen hijos naturales, a la par de la pareja legítima, y
teniendo cariño por igual por cada uno de los hijos. Los hijos ocultos son los
expósitos son los que no pueden usar el apellido, pero ganan beneficios. Había
indicios de aceptación de la paternidad, como asistir al embarazo y el parto de la
mujer, y comprarle ropa al bebé. También buscar un clérigo para bautizar al niño,
un padrino y adquirir a un ama de leche, así como darle un puesto para los
varones y colocar bien en matrimonio a la mujer. Cuando una mujer fallecía en
labores de parto, su pareja asumía responsabilidad de los hijos naturales; y
pagarle a un ama para que cuide al hijo siendo la madre de reputación.
Con respecto a las amas de leche, este oficio era ejercido normalmente por
esclavas compradas o seleccionadas especialmente para tal fin. En el siglo XVIII,
los partos eran procesos bastante peligrosos, donde era común que las madres
fallezcan, o los recién nacidos. Tras el parto, la mujer quedaba muy rendida y
necesitaba urgentemente descanso para recuperarse. Además, según una
creencia del momento, se pensaba que dar de lactar deformaba los senos, lo que
repercutía negativamente en la belleza de la madre, que debía mantener un talle
diminuto, según los dictados de la moda. Según Claudia Rosas, las amas de leche
fueron fuertemente cuestionadas por distintas publicaciones ilustradas en el
Mercurio Peruano, donde se argumentaba supuestamente por hallazgos
científicos, que se “trasladaban” las malas herencias de las esclavas negras a los
bebés mediante la leche materna, lo que denotaba el profundo racismo en la
época virreinal, y que usaba como sostén argumental las nuevas formas de la
Ilustración.
Las viudas eran un grupo numeroso, debido a la alta mortalidad de los varones,
donde en promedio la edad era de 50 años, por lo que había viudas muy jóvenes,
y se esperaba que pudieran rehacer sus vidas. En la época, los matrimonios
duraban diez años, y casi nadie llegaba a abuelo. Se había construido una imagen
idealizada de viuda virtuosa, que se dedicaba únicamente a su casa, sus hijos, la
honra del marido, vivía en castidad y sin salir a la calle. Las viudas de clase alta
podían ser administradoras del negocio del marido, ejerciendo actividades
empresariales.
El tema de las segundas nupcias era espinoso, donde la bendición era solo
reservada para los hombres y las mujeres vírgenes. Se esperaba que la mujer
esperara un año para guardar el luto antes de casarse, y si no cumplía, era
calificada como una mujer que no controlaba sus apetitos carnales, para el
hombre esto era más fácil, porque se requiere de una mujer para que le cuide a
los hijos. Las viudas no contraían matrimonio frecuentemente, y era común que las
mujeres fallecieran en el parto. Las mujeres de clase alta podían casarse en
segundas nupcias, y podían darse el chance de casarse con un hombre joven, de
igual edad, para formar un matrimonio de largo aliento. También era común que
una viuda se casara dentro del gremio al que pertenecía su marido, como el
gremio de mineros, usando la red de contactos.
Participación femenina en las rebeliones indígenas del siglo XVIII
Son pocos los reportes donde se especifica participación femenina en los
movimientos sociales desde la primera coyuntura rebelde, en la década de los
treinta del siglo XVIII. Se deduce que muchas mujeres acompañaron a sus
maridos, padres o hijos en sus sublevaciones contra la autoridad colonial, pues
eran víctimas de abusos, como los repartos de mercancías, donde dado que al
Estado colonial le interesaba aumentar el flujo comercial en las poblaciones
andinas, eran ofertados productos naturales y extranjeros a exorbitante precio, a
comparación de ir a comprar normalmente a los obrajes o comercios. Además,
eran un importante sustento económico, pues debían cumplir distintas funciones
laborales para ayudar a pagar los siempre crecientes tributos y aduanas. Además,
sus maridos, hijos o padres iban a la mita, y se detallan numerosos casos donde
los indios mitayos partían a Potosí o a Huancavelica acompañado de sus familias,
lo que acrecentaba notablemente la población de las ciudades mineras. La
jerarquía social creó una abismal separación entre mujeres de la clase alta, de
procedencia peninsular, que vestían a la última moda, podían dedicarse al recato y
a la caridad cristiana, tenían joyas y vivían sin mayores preocupaciones; y las
mujeres de sectores populares, campesinas y esclavas, que sufrían violencia
doméstica, debían trabajar duramente y eran continuamente despreciadas por su
condición en la sociedad, el Estado y en menor medida, la Iglesia, cotidianamente.
Desde 1742, Juan Santos Atahualpa, un mestizo asháninka educado por los
jesuitas, se sublevó contra las autoridades coloniales, proclamándose Inca y
declarando que expulsaría a los españoles y restauraría el Imperio Incaico. Esta
rebelión tenía carácter regional en el Gran Pajonal, donde no se pretendía
inicialmente la expansión hacia el poblado importante más cercano, que era
Tarma, por lo que fue de alguna manera “tolerado” por el gobierno de Lima. No se
detalla la participación femenina en esta revuelta ni tampoco se sabe exactamente
el nombre de su esposa o sus hijos, pero se tiene como hecho que una de las
razones para sublevarse era de carácter religioso, pues los indios no podían ser
ordenados en la alta jerarquía eclesiástica. Particularmente, las niñas que
estudiaban en los conventos solo accedían a ser monjas si eran españolas o
criollas; las demás se quedaban como simples ayudantes, y la pensión de
estudios era igualmente cara para todas. Esto es especialmente importante para el
siglo XVIII, pues muchas familias enviaban como religiosos a sus niños, pues la
Orden pagaba sus gastos, por lo que se facilitaba la economía familiar. En 1750,
ocurre la Conspiración de Lima, donde unos miembros del gremio de olleros
confabularon para matar al virrey del Perú en el día de San Miguel, que era un día
especial, pues los indios y los esclavos tenían derecho de portar armas. Este plan
consistía en desviar las aguas de un río cercano para crear la ilusión de otro
tsunami, y provocar otro pánico colectivo en la capital. Fueron delatados por un
esclavo negro, que provocó que el virrey les arrestase antes de realizar el
susodicho ataque. Meses después, estalló la rebelión de Huarochirí, y tras
salvajemente aplastar la insurrección, empezó a circular masivamente el
Manifiesto de Oruro. Este documento detallaba que los indios de Huarochirí
temían por el futuro de sus hijos e hijas, y no hallaban explicación lógica para las
asfixiantes tasas y trabajos impuestos. Detallo: “(…)Vemos la ley de Dios tan
quebrantada y nosotros no volvemos por ella pues experimentado tenemos en dos
siglos y van para tres, no tenemos donde acogernos ni a nuestros hijos dándoles
estudios y monasterios, solo perecen en austero trabajo en el servicio de los
españoles en obrajes, minerales…consumidero lleno de prisiones ganando un real
de sol a sol o tres cuartillos, qué corazón puede sufrir tan excesivos trabajos…
hasta cuándo hemos de vivir en el letargo de la ignorancia…como lo hizo Portugal
y las Dos Sicilias pues estando vivos no seamos perezosos y omisos” (O´Phelan,
1988). Como podemos apreciar, era un sentir común en el Perú del 1700 la
frustración con respecto al futuro de los hijos, una pregunta que se hacían
numerosos padres y madres en la colonia, pues no había ninguna garantía de
progreso, pues a pesar de estudiar y esforzarse, uno siempre terminaría haciendo
trabajos mecánicos para servir a un español. Para el siglo XVIII, el siglo de las
luces, donde se apostaba con que el ser humano decida sobre su propio destino,
tal contexto era abominable y se requería urgentemente un cambio de raíz. Para
los esclavos, era muy similar. Esclavos y esclavas no tenían permiso para formar
una familia, pues eran considerados objetos, y sujetos por completo a la voluntad
de un amo. Las esclavas jóvenes usualmente sufrían violencia sexual por parte de
los amos en las haciendas, o por otros esclavos, con quienes convivían en
perpetua estrechez. La pésima nutrición, junto con los maltratos físicos y las
jornadas extenuantes, provocaron que no pocas mujeres esclavas huyeran hacia
palenques, que eran los villorios de esclavos renegados. Cerca de Lima, existían
los palenques de Huachipa y Carabayllo, que realizaban pequeñas incursiones
contra los viajeros y los comerciantes.
Con respecto a la Gran Rebelión de 1780, distintas mujeres tomaron protagonismo
en la más importante sublevación contra el orden colonial. La primera es Micaela
Bastidas, natural de Apurímac, hija natural y mestiza, esposa de José Gabriel
Condorcanqui, Túpac Amaru II. La organización de la Gran Rebelión consistió en
usar las redes de parentesco, donde incorpora a la rebelión a sus hijos, sus
primos, cuñados y la familia de su esposa, donde la familia Condorcanqui y
Bastidas se disponen los puestos de poder. Tinta y Qispicanchis son los nodos
centrales, así como redes hasta Potosí por las vías de arrieraje. Otro punto son las
conexiones cacicales, donde se pidió colaboración a Lampas y otros pueblos
vecinos, y les explica que él va a poner en vigor la Real Cédula donde se abole los
corregimientos y los repartos. Trató de ganarse a su favor al bajo clero, donde su
compadre era López de Sosa, un clérigo panameño, así como los curas
doctrineros de Tinta. Cuando se ejecuta a Arriaga, se sigue el rito católico, donde
su muerte es dada con confesión y una muerte digna. Lo ejecuta su propio
esclavo, en medio de la plaza del pueblo, para que pasen la voz sobre la rebelión.
Se sigue una estructura jerárquica, donde Condorcanqui tiene el rol central, y sus
hijos (Hipólito), primos (Diego Cristóbal) y cuñados (Miguel y Antonio Bastidas)
tienen liderazgo, así como los caciques que se pliegan. Los mestizos también
cuentan con presencia, sobre todo con el tema de las cartas y los comunicados.
También se cuenta con presencia de criollos, donde los tienen como escribanos,
donde sus textos son impecables, pero también pueden enviar información falsa.
Micaela Bastidas era analfabeta, y no tenía manera de cotejar la validez de las
cartas de los escribanos criollos, por lo que se podía dar pie a traiciones en la
rebelión. Los indios son la tropa, siendo también jefes, si es que demuestran su
fidelidad para reemplazar a un cacique dubitativo. En la correspondencia entre
Túpac Amaru y su esposa, es evidente el vínculo de afecto entre estos dos
personajes, detallando Charles Walker: “Su correspondencia en diciembre está
entre la más emotiva documentación de la rebelión. Ella expresa gran afecto,
refiriéndose el uno al otro con nombres tales como Mica y Chepe (de Micaela y
Pepe, el clásico apodo de José), y “mi hija” y “mi hijo”. Estas cartas combinan
bromas cariñosas con las demandas de Micaela de que dejara de perder tiempo y
retornara (…) En una breve nota del 23 de noviembre que vino con seiscientos
pesos, algo de alcohol para las tropas y correspondencia, Micaela le ordenaba
asegurarse de que solo comiera alimentos preparados por sus camaradas de más
confianza. Le preocupaba que pudiera ser envenenado” (Walker, 2015). Como es
sabido, Micaela Bastidas era la directora logística de la sublevación, encargada de
mantener ocupada la retaguardia del ejército rebelde, distribuyendo la comida y el
agua, y tratar de convencer a más curacas, criollos y mestizos de unirse a
Condorcanqui. Según un testimonio de un realista recogido por Walker, se veía
con repugnancia que una mujer suplante a su marido de manera tan directa,
siendo ella la que firmaba los documentos y que mandara a sus tropas, como si
fuera él. Se temía particularmente que ella, siendo mujer y por tanto, para la lógica
colonial, sea menos racional y más pasional, se involucre en tiranías y violencias
que podrían evitarse si su marido estuviese cerca. Tras la derrota militar de la
rebelión tras el sitio del Cusco, Micaela Bastidas fue capturada cerca de Livitaca,
donde tenía planeado huir con su familia a La Paz. Su marido correría la misma
suerte en el pueblo de Langui, donde fue apresado por un solo soldado, en
conspiración con dos traidores y las mujeres del pueblo. Ella entró al Cusco como
prisionera de guerra, y se detalla que pasó erguida y orgullosa, sin mostrar ningún
rasgo de temor. A su esposo le fueron imputados los cargos de levantamiento, de
atacar a la Iglesia, de aprovecharse de la ignorancia del pueblo para hacerles
creer que era un Inca y que resucitaría si fuese muerto, entre otros. El 18 de mayo
de 1781, Cusco fue testigo de un espectáculo grotesco y desquiciado que muchos
ven como la sentencia de muerte del gobierno colonial. Micaela fue forzada a ver
la tortura y ejecución de su hermano Antonio Bastidas, de su hijo Hipólito y de su
amiga Tomasa Condemayta; que consistían en cortarles la lengua y ser asfixiados
en el garrote vil. Después, ella fue sometida al garrote vil, un instrumento de
muerte completamente nuevo en el Cusco. Hay debate historiográfico con
respecto a la razón precisa de su muerte, pues se habla de que fue estrangulada
con una cuerda y que fue pateada hasta su deceso; pero se coincide que fue una
espantosa agonía. Esta sanguinaria acción, junto con la aparatosa muerte de su
marido, fue condenada en distintos círculos políticos ilustrados, pues se usó un
método en sumo cruel y medieval para terminar con la vida de los rebeldes, y esto
cimentó el hartazgo de los indios, los mestizos y los criollos con el Estado colonial.
El visitador Areche quedó en bastante mala posición, pues no logró monopolizar el
logro de derrotar la sublevación, y era bastante impopular en la corte y en el
pueblo, enemistado con el general Del Valle y con el mismo virrey Jáuregui.
En segundo lugar, Tomasa Condemayta era la curaca de Acos, recibiendo sus
títulos gracias a una herencia familiar, y estaba casada con un criollo y tenía tres
hijos. Ella fue inicialmente fue acusada de ser realista, dada la condición racial de
su esposo, pero ella lo envió al Cusco junto con sus hijos, y se dedicó por
completo a la rebelión. Ante la anarquía imperante entre las tropas rebeldes, ella
envió cartas a Túpac Amaru para poder controlar a sus efectivos, pues también
ella era una moderada en el movimiento, pues no deseaba que se atacara
indiscriminadamente a los españoles o criollos. A su vez, Tomasa Condemayta
lamentaba ser mujer: “(…) ella describía las presiones que enfrentaba por un
posible ataque realista, así como por aquellos que dentro del campo rebelde
dudaban de ella por su género: “estoy tan desfavorecida [sic] ser mujer”. Su
destino se entrelazó con el de aquellos líderes rebeldes que ella seguía fielmente”
(Walker, 2015). Como ya se mencionó anteriormente, fue capturada y fue
sentenciada al garrote vil, donde junto con Micaela Bastidas, fueron
descuartizadas y sus miembros fueron enviados a distintos pueblos de la sierra
cuzqueña, para ser exhibidos y servir como advertencia a la población.
En esta segunda fase, Julián Apaza (Túpac Katari) no contó con el apoyo de los
caciques, por su desmedida violencia, dado que ejecutó al cacique de Tiahuanaco.
En la rebelión de Túpac Katari, se ejecutan clérigos e inclusive, se les cuelga en el
Alto, para que toda la ciudad de La Paz los vea. Apaza estaba casado con
Bartolina Sisa, que le siguió durante sus campañas en la sierra sur, que se
caracterizaron por la creciente radicalización. La segunda fase de la rebelión tuvo
notables rasgos étnicos, donde los sublevados asesinaban españoles y criollos de
cualquier condición, inclusive solo por su tez o por vestir a la moda europea. Se
habla de múltiples crueldades y violencias, como la costumbre de los indios de
usar los cráneos de sus víctimas para beber, de comer los corazones de los
peninsulares y de ahogar a los recién nacidos en el Lago Titicaca. La Paz fue
sitiada por el ejército de Katari, provocando terrible mortandad en la ciudad, donde
escasearon terriblemente los alimentos y el agua limpia, los cadáveres se
amontonaron en las calles y avenidas, y cundía la desnutrición y la desesperación
en los habitantes de la ciudad. El elemento aymara fue crucial en esta fase, y dada
su mayor desconexión con el Estado virreinal, los realistas los veían como
enemigos mucho más crueles e irracionales que los cuzqueños, con los que al
menos se podía llegar a acuerdos o negociaciones. Katari fue traicionado y fue
condenado a morir desbarrancado, pues cuando era conducido a La Paz para su
juicio y ejecución, se temía por una ataque sorpresa. Charles Walker comenta
brevemente que no se pudo concretizar una alianza sólida entre el movimiento de
Diego Cristóbal Túpac Amaru en Puno y los kataristas debido a distintos factores
políticos, pero se menciona el posible amorío entre Andrés Túpac Amaru y la
hermana menor de Katari, Gregoria Apaza, lo que levantó desconfianzas entre los
líderes rebeldes.
Independencia
Por consenso histórico, se tiene que la emancipación propiamente dicha, el
proceso que culminó directamente en la declaración del 28 de Julio de 1821 en la
ciudad de Lima, y la batalla de Ayacucho, empezó desde los primeros intentos
secesionistas a partir de 1811. Napoleón había invadido España y había forzado al
rey Carlos IV y a su hijo Fernando, de abdicar al trono español, coronando a su
hermano José para que gobierne en ese país. En todas las dependencias del
Imperio Español se nombraron juntas de gobierno, como la de Quito o La Paz en
1809, y algunas tuvieron desde el principio pretensiones independentistas. No se
registran grandes protagonismos femeninos en esta primera coyuntura, donde la
primera ciudad en sublevarse fue Tacna, en 1811, con Zela, que no pudo formar
una alianza con Arequipa o Arica, que eran focos realistas, y poco antes de la
llegada del ejército colonial, se descompensó en una parada militar. En 1812, con
respecto a derechos femeninos, la Constitución de Cádiz no tocó el tema en sí
mismo, pero hay avances relevantes. La Inquisición, que ya venía debilitándose
desde el siglo XVIII, fue abolida, y por ende, las acusaciones de brujería a ciertas
mujeres y otros delitos fueron por fin considerados supersticiones. Se pone fin a la
mita, por ende las mujeres ya no deben trasladarse de sus residencias siguiendo
al marido, al novio o al padre, y el tributo indígena. La esclavitud no es debatida
plenamente, pero se pone mayor regulación al tráfico negrero en el Atlántico. En el
mismo año, Huanuco se declaró junta de gobierno, siendo sus líderes
básicamente indios, que temían más tiranías de los españoles, que les impedían
comerciar y tener tabaco, que era un producto en estanco, pero que iba a ser
derogado. Sin embargo, la junta fue manejada por criollos y por clérigos que
lograron calmar los ánimos populares, y curiosamente, enviaron una carta al virrey
Abascal pidiéndole permiso para tener la junta. Fueron reprimidos por un ejército
realista desde Lima. En 1814, la rebelión del Cusco fue liderada por varones, que
fueron los hermanos Angulo y el cacique de Chinchero, Mateo Pumacahua.
Abarcó el Cusco, lograron llegar a sitiar y tomar Arequipa, Huamanga y La Paz;
provocando un severo revés a las tropas coloniales, que tuvieron que invertir
fuertes recursos para derrotarles.
En general, se tienen a las rabonas, que son las mujeres que siguen a los
soldados, que son sus padres, hermanos y novios, haciendo las labores de cocina
y otras tareas domésticas. Otro papel eran las mujeres soldado, que se travestían,
usando ropa masculina y haciendo tareas propias del varón como pelear, para
mimetizarse e intimidar al bando realista. Otro papel eran las espías y las
cómplices, que no levantaban sospechas al momento de ir a la calle o a la misa,
pero si eran descubiertas, dado que informaban a través de cartas, eran
severamente castigadas, aunque no era usual la pena capital o el destierro, sino el
encierro perpetuo en un convento.
Manuela Sáenz, por su lado, ha sido erróneamente retratada meramente como la
amante de Simón Bolívar, pero tenía un fuerte carácter y principios políticos. Ella
perdió a su madre a temprana edad, siendo educada en un convento y
relacionándose con su familia política. Desde los quince años participó en las
reuniones de conspiraciones, decantándose por las ideas patriotas. Como ella era
hija natural, fue casada con un británico llamado James Thorne, un comerciante y
médico muy rico, lo que era un justificante para la diferencia de treinta años entre
la pareja. Se casa en Lima, y con Rosa Campuzano, formaba un grupo llamado
Las Tapadas, donde podían llevar mensajes a través del anonimato. Se dice que
ella tuvo que ver con el traspase del Batallón Numancia a las tropas patriotas. Ella
fue condecorada por San Martín como colaboradora de la independencia, siendo
Caballeresa de la Orden del Sol.
Conoció a Bolívar en Quito, en una fiesta celebrada por la victoria de Pichincha, y
siguió a su amante al Perú, donde vivieron juntos en la casona de la Magdalena.
Se dice que ella asistió a la batalla de Junín, y hay un debate si ella fue
condecorada con grados militares, algo que Santander rabiaba. En el palacio de
Bogotá, en una conspiración para asesinar a Simón Bolívar, ella lo guío por un
pasaje secreto de la casa para salvarle de los asesinos. Ella inclusive pidió
acompañarlo a las campañas de la sierra del Perú, y dijo que retaba las
adversidades, porque la condición de mujer no es impedimento, porque según
ella, la verdadera condición femenina es amor a la independencia. Cuando Bolívar
se murió, Manuela Sáenz fue perseguida por Santander, que estaba furioso
porque la mujer fabricó un títere con su imagen y lo usaba para burlarse de él en
las tertulias. Ella fue prácticamente exiliada, donde no es bienvenida en Ecuador,
Colombia y Venezuela. Finalmente, ella regresa al Perú, y se asila en el puerto de
Paita, donde ejerce de traductora y escribana. Una de pocas amistades al final fue
Juan José Flores, siempre facilitándole noticias del Ecuador. En 1856, hubo una
epidemia de difteria en el puerto, y fallece, y sus objetos personales fueron
quemados, por la política ilustrada de salud, perdiéndose la correspondencia de
valiosísimo valor. No procedió al divorcio, que en la época era entendida como la
mera separación de cuerpos, y como estaban separados ya, ya la relación perdía
validez.
Comentarios finales
Como balance final, las mujeres no destacaron en el proceso independista en el
primer lugar, sino en un discreto segundo lugar, pero se ve que hay soldados
mujeres, donde mayormente realizaban tareas logísticas y de espionaje, y tienen
una relación filial o amorosa con los líderes de la independencia. La teoría de
género mainstream indica que en el liberalismo, dada la radical separación entre
lo público y lo privado repercutió en que todo lo considerado femenino fue
colocado como parte del ámbito privado, creando una dicotomía entre varón-
racional-público y mujer-pasional-privado. Lo que ocurre en lo privado no merece
intromisión del Estado, pues forma parte de los derechos individuales. Cuando se
abrieron sesiones del Congreso Constituyente de 1822, los delegados eran
varones de provincias en su mayoría, donde el tema de la mujer en sí mismo no
se hallaba debatido. Sin embargo, las mujeres peruanas se inclinaron
masivamente al bando patriota, seguramente razonando que en el orden virreinal
sus libertades jamás podrían llegar a ser políticas de Estado. En la república, se
podía avizorar un cambio, incluso tempranamente con Manuela Sáenz, que
nombrada Caballeresa de la Orden del Sol. María Parado de Bellido secundó las
labores independentistas de su marido, y se negó a dar testimonio a los realistas
que la capturaron en Huamanga, lo que devino en su ejecución. Otro punto es que
el discurso de género sobre el recato no llegó a cimentarse en el Perú, según
Margarita Zegarra, pues la modernidad enfrentaba el hecho de que los sectores
populares no tenían la holgura económica para permitir el recogimiento de las
mujeres, pues ellas debían salir a trabajar para sustentar la hogar, por lo que se
formaban asociaciones femeninas en torno a espacios públicos, como los
mercados, plazas y otros centros de trabajo. La independencia fue un proceso
largo y violento, heredado directamente de las rebeliones indígenas, que
ocasionaron inclusive una caída demográfica, pues se entiende que entre la fase
de Túpac Amaru, Diego Cristóbal y Túpac Katari, fallecieron 100,000 personas.
Sus fallos y errores son notables, como los descritos por Quiroz, donde varios de
los militares cometieron abusos contra la población civil, impusieron reglamentos
personalistas y requisaron propiedad privada. Numerosos diplomáticos extranjeros
consideraban que los militares patriotas eran “rapaces” e incapaces para el cargo,
que cometían robos y continuas granjerías. Así como manejarse con un
autoritarismo “peor que el de los españoles”. Para la década de los treintas del
siglo XIX, surgiría otro personaje femenino, Francisca Zubiaga de Gamarra, siendo
ella misma la que cometía estas pillerías para fortalecer las bases de su ambicioso
marido, Agustín Gamarra. Otro punto es que la liberación del Perú se dio en razón
de destruir la amenaza realista hacia Argentina y Chile, y esto podría significar la
ruina financiera del Perú. No se detalla claramente el tema de la violencia sexual
en la independencia, pero como en toda guerra, es recurrente la violación para
intimidar o vejar al bando contrario, y como distintas ciudades, incluida Lima, eran
tomadas y vueltas a tomar por los dos bandos. Con todo esto, la independencia
significó la apertura comercial del país, que no se llevó evidentemente de la mejor
manera en las décadas posteriores. No es un proceso irrelevante, porque se dan
cambios a nivel estatal y económico, y porque significó el fin de un otrora
poderoso imperio colonial, así como el reforzamiento de distintas repúblicas frente
a la restauración monárquica en Europa. Para el temprano siglo XIX, la legislación
peruana era sumamente liberal para el comercio (esto se reforzaría con la
Confederación Perú-Boliviana), pero otros asuntos no fueron profundizados. Luna
Pizarro lamentaba, a pesar de ser un clérigo, de que el catolicismo sea la religión
obligatoria en el país. San Martín pensaba abolir la esclavitud y el tributo indígena,
éste último fue reintroducido por la restauración absolutista de Fernando VII, pero
para empezar, tuvo enfrentamientos con la élite limeña dueña de esclavos que no
quería perder su capital, y debido al caos fiscal, Bolívar debió implementar el
tributo indígena para solventar los gastos de la guerra. La esclavitud sería abolida,
también términos altamente cuestionables, por Castilla ya entrado el siglo XIX. La
mujer avizoraría una mejora con el orden republicano, que no se traduciría
concretamente hasta mucho tiempo después, con luchas y fortalecimiento del
movimiento feminista, y para el 2016, todavía quedan libertades por conquistar y
afianzar. El punto es no ver la independencia como un relato totalmente heroico y
maniqueísta, como los manuales históricos para formar ciudadanos chovinistas y
prontos de respuestas facilistas, sino entender las complejidades del proceso y
abrirse a distintas interpretaciones.

Referencias
CHAMBERS, Sarah. Amistades republicanas: La correspondencia de Manuela Sáenz en
el exilio en “O’Phelan y otros (eds), Familia y Vida Cotidiana en América Latina”. IRA,
2003.
GUARDIA, Sara. Las mujeres en la Independencia de América Latina. 2010
O’PHELAN, Scarlett. La moda francesa y el terremoto de 1746. Bulletin de l’Institut
Français d’Études Andines, 2007.
O’PHELAN, Scarlett. Un siglo de rebeliones anticoloniales: Perú y Bolivia 1700-1783.
CBC, 1988.
QUIROZ, Alfonso. Historia de la Corrupción en el Perú. Instituto de Estudios Peruanos.
Lima, 2013.
REY DE CASTRO ARENA, Alejandro. República, nación y democracia: Modernidad en el
Perú (1821-1846). Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Lima, 2010.
ROSAS, Claudia. La visión ilustrada de las amas de leche negras y mulatas en el ámbito
familiar (Lima, siglo XVIII). En “Scarlett O’Phelan y Carmen Salazar-Soler (eds.), Passeurs
mediadores culturales y agentes de la primera globalización en el mundo ibérico, siglos
XVI-XIX”. Fondo Editorial de la PUCP, 2006.
WALKER, Charles. La rebelión de Túpac Amaru. IEP, 2015
ZEGARRA, Margarita. El honesto velo de nuestro sexo: Sociabilidad y género en mujeres
de sectores populares en la Lima del 800. En “Margarita Zegarra, Mujeres y género en la
Historia del Perú”. CENDOC-Mujer, 1999.

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