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Pedagógicos
S e r le I
ESTU DIOS PEDAGÓGICOS
S e r ie I
Plan de la Edición Tipo
D E L A S OBRAS D E L D O CTO R
CARLOS F E R R E IR A
PROFESOR EN L A UN IVERSIDAD D E M ONTEVIDEO
CARLOS VAZ F E R R E IR A
ÍR O F E S O R E N L A U N IV E R S ID A D D E M O N TE V ID E O
S erie I
BARCELONA — I 9 2 I
T A L L E R E S DE A R T E S G R Á F IC A S , H E N R IC H Y C .* , EN C T A ,
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C. V. F. — 1920.
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Dos paralogismos pedagógicos
y sus consecuencias
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(i) F it c h : C o n fe r e n c ia s so b re e n s e ñ a n z a , c a p í t u l o m .
» que realmente importa y lo insignificante, entre
»lo grande y lo pequeño » (i).
Lo que hay que agregar a esta última obser
vación, tan exacta, es que aun cuando el autor
de un texto reúna esas raras cualidades; aun
cuando sea una inteligencia eminente que haya
querido bajarse hasta el plano de la psicología
infantil, el texto nunca puede perder un carác
ter que tiene por el hecho de ser texto, y que es
precisamente esa propiedad de estar en un
plano.
En manera alguna pretendo negar, ni aun dis
minuir, la acción de las obras preparadas; sino
mostrar que esa acción es incompleta, insufi
ciente, poco estimulante, por lo cual, reducida
a sí misma, estrecha el espíritu. E l que ha tenido
la suerte de no haberse instruido en forma ex
clusivamente reglada, recuerda siempre la acción
excitante, fecunda, producida en su espíritu por
obras que, dentro de cierto criterio un poco es
trecho que no deja de ser común, nadie se atre
vería a dar a un niño por temor de cometer una
terrible heregía pedagógica. Por mi parte, re
cuerdo muchísimas obras que me acompañaron
durante varios años de mi evolución infantil, y
a cada una de las cuales debo más que a todos
los textos que leía entonces. Nombraré alguna:
en materia de ciencia, la «Vida de los Animales»
(i) Ibid.
de Brehem, conocida e inmensa obra en seis
tomos en folio, que empecé a recibir por en
tregas cuando apenas sabía leer, y que me in
teresaba primero por las láminas, después por
las historias de cacerías o luchas de animales,
después poco a poco por lo que esta obra de vul
garización tiene de más científico. Otros libros
a que quiero consignar esta especie de manifes
tación de agradecimiento, son dos pequeñas obras
de historia natural amena, con proyecciones filo
sóficas y un poquito fantásticas, que, con el cri
terio estricto de gradación, serían libros híbridos,
ni para niños ni para hombres: «Los habitantes
de un árbol viejo» de Van Bruyssel, y «El Mundo
Invisible» de W. de Fonwielle. El primero, sobre
todo, lo conocí tan niño que aun no sabía leer
bien, y lo cito (aunque compuesto para niños)
como verdadero ejemplo de libro penetrable. Más
tarde, recuerdo el gran papel que tuvo en mi
desarrollo mental un volumen que contiene la
traducción castellana de tres de los dramas de
Víctor Hugo («Hernani», «Le Roi s’amuseii, «Les
Burgraves»), y que alguien, que no debía en
tender mucho de pedagogía, me dió cuando yo
tenía ocho o diez años: la historia heroica in
completa o los cuadros de aventuras que el libro
me presentó, se iban iluminndo insensiblemente
de filosofía y calentando de sentimiento a me
dida que los penetraba.
La falta de este estímulo libre y fuerte en una
w w w w w w m
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\
de una manera simple, y, para ellos, clara. Tienen
todo resuelto, aunque en un círculo inferior, y es
muy difícil discutirles esas soluciones, porque
rebajan, achican, empobrecen o desnaturalizan
nuestros argumentos, por el solo hecho de apercibir
los, para darles lugar así dentro de sus rígidos es
quemas mentales y aplicarles sus fórmulas hechas.
No tienen matices de creencia: ignoran la duda e
ignoran la ignorancia.
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mos, escalonada y gradualmente, ideas o conoci
mientos preparados, adaptados para nuestra edad,
comprendemos, asimilamos, y experimentamos así
una acción educativa más o menos enérgica; pero
eso es todo, pues hemos comprendido cuanto tenía
mos que comprender. E l material asimilado podrá
utilizarse después, pero como cosa muerta; no
obra más sobre nuestro espíritu: no nos educa más.
E l cuento o la explicación hechos para niños de
ocho años, perdieron para esos niños todo su in
terés, en cuanto ellos tuvieron diez. Más todavía:
quizá tengan acción negativa; quizá tiendan a
obstaculizar su desarrollo, manteniéndolos en la
infantilidad. Entretanto, con el material en 'pro
fundidad, el espíritu mantiene un proceso con
tinuo de acciones y reacciones.
(i) Véase sobre este último punto, cualquiera de las obras que
estudian la psicología de la invención a propósito de los descu
brimientos científicos: por ejemplo: la Psicología de Rabier (capí
tulo xix).
riados, que presenta para hacer inducir la regla
una vez que esos casos han sido examinados; y
la ilusión consiste en creer que, mientras se van
presentando los casos particulares, los niños no
hacen otra cosa que observarlos como tales; que
no empiezan a inducir hasta el momento previsto
en el plan para hacerles inducir; y que, en ese mo
mento, guiados por el maestro, hacen la induc
ción completa. Nace esto de la misma tendencia
a concebir el proceso mental por un tipo dema
siado simple, simétrico y lógico, y a dividirlo en
momentos precisos y claramente separados. Y así
como en el teatro, al intentar representar la vida,
para lo que es forzoso esquematizarla siempre
más o menos, se llega a menudo hasta lo artificial
y lo ficticio, al suprimir los matices, al acelerar y
forzar las transiciones, y, sobre todo, al motivar
demasiado lógicamente la psicología y la acción,
así también muchas lecciones son algo así como
representaciones psicológicas, que presentan en
cuadrada en un cuarto de hora de tiempo, una es
pecie de reducción simplificada o abreviación de
procesos largos y complejísimos. En realidad, lo
que pasa en el espíritu del niño cuando sigue una
lección que su maestro le da con arreglo a un plan,
no es simplemente la reproducción subjetiva de
ese plan, esto es: la traducción en ideas de las pa
labras de la lección, sino algo mucho más complejo,
que va desarrollándose a propósito de ese plan, y
de que podemos tener idea representándonos este
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ww
gógica, que es ésta: lo que hace el niño es todavía mucho más di
fícil de poner que lo que hace el toro.
Ahora bien: lo que hace el niño, muchas veces, es saltar los tramos
lógicos y anticiparse a comprender; y entonces es lamentable ver
a los maestros referidos, a los que no dan lección a los alumnos
reales, sino al alumno lógico que traen en su pensamiento, obsti
narse en hacer llegar al niño grado por grado, momento por mo
mento, adonde ha llegado ya por un acto sintético perceptivo o
intelectivo.
hecho que señalo. Algunos responderían que en
su casa, o en cualquier lugar a ellos accesible,
existían libros; que ellos los tomaban, sin mé
todo ni siquiera indicaciones de nadie, al azar
del interés; y, para muchos criterios estrecha
mente escolásticos, sería bien desconcertante en
terarse de cuáles eran esos libros que se leían
aun en la edad más tierna. Aconsejo al lector
que, si quiere realizar una experiencia intere
sante, interrogue al efecto a algunas personas
que se distingan por su inteligencia, y cuya edu
cación no haya sido exclusivamente reglada, y
forme una lista de los libros que leían antes de
los diez o doce años: verá cosas curiosas. Pero,
naturalmente, sería absurdo como método esto
de dejar simplemente al alcance del niño una
biblioteca, para que lea sin plan ni guía; claro
es que se dañarían cien inteligencias por cada
una que alcanzara así el máximum de estímulo
para su geniabdad. Lo que se impone es, sim
plemente, sacar de esos hechos la enseñanza útil
que ofrecen, y no encerrar al niño en el estrecho
círculo del aprendizaje metódico y escalonado.
Prohibir a los niños, como hacen tantos padres
y maestros, la lectura de otras obras que los
textos o libros infantiles en general, por el temor
de que esas otras lecturas sean demasiado ele
vadas para ellos, o puedan apartarlos sin pro
vecho de sus estudios metódicos, es (salvo, na
turalmente, que se trate de obras desmoraliza-
doras, falsas o absurdas; el más torpe de los
errores. Nuestra primera conclusión práctica es,
pues, la siguiente: los niños han de recibir su
aprendizaje reglado, y aprender más o menos
metódica y gradualmente a leer, a escribir, a
calcular, etc., etc.; pero ese aprendizaje reglado
debe ser complementado por la lectura de obras
penetrables. Para obtenerlo habrá siempre al
alcance del niño libros de esa especie; se le es
timulará a leerlos, si es necesario; y, si se le guía
en la elección, no ha de ser de una manera de
masiado rígida. Así no se perjudicará a los es
píritus condenados fatalmente a la mediocridad;
y entretanto, las inteligencias originales darán
todo lo que puedan dar de sí (i).
Demás está decir que, si no el papel, por lo
menos el número de estas obras penetrables,
ha de ir aumentando con la edad del niño. E l
tiempo que pasa se compensa aquí difícilmente;
la edad en que el mal es irreparable, llega pronto;
creo que el que alcanza los catorce o quince años
sin haber leído más que textos exclusivamente,
y no libros, no se desarrollará, por esto sólo,
hasta donde hubiera podido; y, en cuanto a
los que llegan a adultos en esas condiciones,
quedan, a menos de haber heredado una po
tencialidad genial intensísima, clasificados irre-
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sitivos beneficios: todo aquello, en resumen, nos
ensanchó el espíritu.
Y , con mayor razón, nos lo ensanchó y nos lo
iluminó la clase de Literatura, no obstante ser las
obras de Guyau completamente inadecuadas para
texto, por cuanto, como obras originales y escritas
sin fin didáctico, ya presuponen conocimientos
que un estudiante no posee, ya se extienden en po
lémicas, o en puntos de detalle, y, sobre todo, lo
que se encuentra en ellas son las ideas del autor.
Además, hubiera debido tratarse de literatura
de idioma español... Pero si la eficacia de una clase
debe medirse como se mide la de un excitante,
por la riqueza, la variedad y la intensidad de las
reacciones que provoca, aquella fué, de todo
nuestro bachillerato, la más fecunda.
Mi conclusión, ahora, es que todos aquellos pro
fesores, los metódicos por una parte, y, por la
otra, el de Geografía (naturalmente) y el mismo
de Literatura, enseñaban mal. Así, comparando
al último con los primeros, tenemos: que el uno
obtenía el resultado máximo educativo, desper
tando ideas y sentimientos, excitando la curiosidad
y el interés; en resumen: ensanchando los espí
ritus; pero, sin duda, nuestra instrucción quedaba
un poco lacunaria y mal organizada. La otra ma
nera de enseñar no tiene ni estos inconvenientes ni
aquellas ventajas; es, sencillamente, un procedi
miento de instrucción y educación al por mayor;
un procedimiento de nivelación, que uniformiza
y mediocriza, elevando a los inferiores hasta un
nivel medio del cual apenas y difícilmente pasan
los superiores. Antes mil veces aquello que esto, si
fuera forzoso elegir; pero es posible, y fácil, con
ciliar ambos métodos.
Que cada clase tenga su manual, es razonable;
o que, en todo caso, haga el profesor un curso or
denado y completo. Desde el punto de vista ins
tructivo, se asegura así, para los conocimientos
futuros, una cimentación elemental bien nivelada,
y, por otra parte, se evita que queden en el espí
ritu ciertos sensibles vacíos que, muchas veces, no
se llenan más. Desde el punto de vista educativo,
se inculcan hábitos de método y orden intelectual
que no es sensato despreciar. Pero, marcada así
la vía rigurosamente, hay que hacer estaciones, de
teniéndose para enseñar a ahondar o a construir,
y, si se trata de arte, para echar a volar los espí
ritus. Trátese de ciencias o de artes, el profesor
tiene que profundizar, de cuando en cuando, el
asunto; tiene que hacer ejecutar por los alumnos
alguno que otro trabajo personal serio, y ¿porqué
no poner la palabra que falta?: serio y difícil;
tiene que hacerles leer libros; remitirlos a las
fuentes; ponerlos en contacto directo con los gran
des espíritus, enviándolos al «íntimo santuario de
sus obras», para que les fecunden el alma los pen
samientos que «no se prestan al filtraje a través
de un espíritu ordinario», y que hay que tomar ori
ginales, como fueron «concebidos bajo aquellas
frentes amplias, elevadas y prominentes, debajo
de las cuales brilla una pupila de llama» ( i). Y
hasta si en algún caso, por hábitos mentales pe
rezosos o por otra causa cualquiera, se ve que los
espíritus buscan insensiblemente la vía de mínima
resistencia del manual claro y fácil, y se resisten
a lo demás (si el método que preconizo se aplica
bien y desde el principio, creo que el caso no será
frecuente, pero es posible); entonces, consérvese
siempre la dirección metódica general, pero sa
crifiqúese el texto sin hesitar.
.
a b es la que tiende a producir la educación
reglada: uniformidad casi completa, porque se
elevan los inferiores y se rebajan los superiores
hasta el nivel común.
La curva m g n representaría el resultado de
la educación no reglada, a base de penetración:
una minoría genial por arriba del nivel común,
y una gran mayoría por debajo, y en inmensa
parte muy por debajo de él.
E l ideal pedagógico consistiría en obtener x
g y, conservando el nivel medio de la mayoría sin
obstaculizar la ascensión de la élite g.
Si ese ideal es realizable, debe serlo gracias al
desarrollo y a la aplicación de las consecuencias
de la idea directriz pedagógica de la penetración.
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