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Linde Faz; la cara oculta

Otero Otero Daniela Nazareth

Linde Faz escrita por Aldo Rosales Velázquez en 2018, es acreedora al Premio Nacional de
Crónica Joven Ricardo Garibay, la obra se compone de cinco entrevistas realizadas por Rosales
en compañía del fotógrafo Alberto Trejo a cuatro luchadores y a una boxeadora. Este
rompecabezas cronológico se ubica en la Ciudad de México y sus alrededores, ampliándonos el
panorama de la lucha libre en la capital del país, cómo llega a considerarse parte de la cultura
mexicana y nos brinda una cara del luchador que, muchas veces, está oculta a las miradas
distraídas.
Las entrevistas comienzan con el personaje de La Chona, luchador que forma parte de los
definidos como “exóticos”. Estos luchadores, en palabras propias para una entrevista que
encontré en YouTube, son aquellos que tienen un desenvolvimiento en el ring “fuera de lo
común, algo que no se ve todos los días”. Los exóticos nacen representando el estereotipo que se
tiene de los homosexuales en México, y aunque algunos sí lo son, no es el caso de La Chona,
quien representa “una minoría dentro de la minoría: es heterosexual”.
Me parece entender por qué Rosales abre su obra con este personaje: hay que comenzar a
derrumbar estereotipos dentro de la lucha libre. Dejar de creer que los luchadores son sólo rabia,
furia y violencia, son algo más; son seres humanos comunes y corrientes. Queda claro con La
Chona, pues el hombre detrás del maquillaje llamativo tiene un empleo para nada extravagante,
es conductor de microbús en la Ciudad de México.
La Chona, como la ubicación de la Arena San Juan, que es donde tiene sus
presentaciones, está en un intermedio, “no es de aquí ni de allá”, pues no es tolerado ni por los
luchadores heterosexuales rudos, y muchas veces tampoco por los homosexuales exóticos. Este
hombre sabe lo que es vivir por cuenta propia la discriminación de sus compañeros, sobre todo de
los asistentes a las funciones, que creen que por vestir de lentejuelas y portar maquillaje se ciñe a
una preferencia sexual específica.
Cuando Rosales le pregunta a La Chona que cómo comenzó a ser parte de los exóticos, el
enmascarado comenta que todo comenzó como una broma, pues en un principio sólo imitaba los
movimientos de otro luchador llamado Mayflower, y al ver que le salía tan bien, se inclinó por
crear un personaje así. Siendo pionero en conjuntar los dos estilos: exótico y rudo, rompiendo la
barrera de los estigmas, creando un “espacio idóneo para la picardía y el humor”, donde se
involucra al público para que participe de una forma más natural con aquello que se desarrolla en
el ring.
Al leer lo que sucede en la primera entrevista no pude dejar de pensar en Mr. Increíble y
en Colmillo Encapuchado, personaje que pertenece al mundo de Jacobo Dos-Dos, es decir, en
estos seres que tienen una vida tan cotidiana y monótona, que es difícil creer que al terminar su
jornada laboral se ponen el súper traje, la máscara o el maquillaje, y que salen a dar todo en el
ring.
Esos seres nos son tan ajenos, que al momento en el que nos enteramos de que el hijo de
La Chona sufre de Anemia de Franconi, es un golpe en seco. ¿Los luchadores también sienten,
tienen miedo y preocupaciones? “Lo que te duele a ti me duele a mí, lo que le puede hacer falta a
alguien me puede hacer falta a mí. No somos distintos, somos humanos y también aquí abajo del
ring se pelea, a lo mejor hasta más fuerte que allá arriba”.
Cuando pasamos a la segunda entrevista hecha a Ludark Shaitán, pareciera que todo rastro
de debilidad se disipa. Es una mujer joven y fuerte que ha logrado muchísimo dentro del mundo
de la lucha extrema y en muy poco tiempo. Ella deja en claro durante toda la entrevista que, lo
que hay detrás de la máscara y lo que hay en el ring, es un mismo ente. Sin embargo, no creo al
cien por cierto en Ludark, quien aparte de la lucha extrema se dedica a estudiar la licenciatura en
Administración. Si bien es una mujer que no le teme al ring, creo que en ella no sólo habita ese
ser dedicado a recibir y regalar golpes, de igual forma encuentro a una mujer crítica y serena que
tiene comentarios y observaciones muy acertadas acerca de su entorno.
Un claro ejemplo es que lo que piensa acerca de la discriminación, vivida en carne propia
dentro de la lucha libre por parte de su entrenador, de luchadores cercanos y hasta de otras
mujeres luchadoras. “Órale, pinche vieja, ¿quieres entrenar? Pues te vas a chingar”. Fue lo que
Ludark escuchó durante su primer entrenamiento y durante mucho tiempo intentaron que así
fuera, que fracasara. “Lamentablemente, me tocó enfrentarme a una férrea barrera de machismo
en este deporte: lo que buscaban mis compañeros, incluso mi maestro, era que no volviera.”
Conforme avanza la historia de Ludark es posible ver de dónde viene esa rudeza, esa coraza que
no deja traspasar la debilidad. Le ha costado mucho llegar a donde está como para dejarse vencer
por aquello que los demás puedan opinar.
También veo a una mujer crítica en aquella luchadora cuando conversa con Rosales
acerca de la visión del mexicano y de cómo se percibe el “tener una buena vida”: “[…] Sobre
todo en este país, donde mucha gente, de forma muy lamentable, prefiere tener una buena tele a
una comida abundante o suficiente en la mesa. Es algo que define a México y me parece una
pena.” Con esas palabras me cuesta no ver otra dualidad en su ser, pues deja en claro que está
consciente de su entorno y que tiene mucho qué decir al respecto.
Otra particularidad que me agrada de Ludark Shaitán, es que continúa con la idea de
romper estereotipos. Rosales le pregunta si se considera un ejemplo a seguir o si se preocupa
porque los niños la vean en acción arriba del cuadrilátero: “No, para nada, lo considero algo
bueno. Sobre todo, para las niñas. Me gusta creer que esto es parte de un mensaje fuerte y claro:
se pueden cambiar los paradigmas.” No veo un dejo de miedo en Ludark, es una persona que no
teme decir lo que piensa, que no se limita en el ring, pero sobre todo veo a una mujer elocuente
que no se guarda sus pensamientos.
La tercera y cuarta entrevista tienen una relación, una trata de la mentora Tania la
Guerrillera y la otra trata sobre Yezka, su alumna estrella. La primera tiene ya una carrera de más
de cuarenta años, aunque ella misma diga que no recuerda la fecha exacta de cuándo pasó de
dedicarse a la gimnasia a dedicarse totalmente a la lucha libre.
Es muy grato ver que el legado que construyó una luchadora como Tania, lo continúe
alguien como Yezka. Pues cuando Rosales cuestiona acerca de por qué crear una empresa
dedicada a la lucha libre, la respuesta de la maestra fue que quiere descubrir nuevo talento y
sobre todo guiar y aconsejar a aquellos/as como a ella le hubiese que la aconsejaran.
Ver en acción a esta mujer causó en mí un fuerte impacto, una persona bajita y rellenita,
haciendo todo tipo de marometas, y a no tan corta edad, me hizo dejar el video en curso a penas
unos cuántos minutos. Ver ese nivel no es tan común, ella misma lo dice en una conferencia de
prensa: no existe una luchadora con tanta antigüedad y preparación como ella para enfrentarle,
por eso invita a las nuevas generaciones a que la reten; le hace falta contrincantes para poder
vencer.
Pareciera ser, una vez más, que a personajes como ella la vida no les hace ni cosquillas.
La personalidad vivaracha y sonriente de la ex gimnasta es muy natural, sin embargo, esa sonrisa
se sostiene después de años de dificultades. Tania enviudó a una edad joven y al poco tiempo de
haberse casado, quedándose a cargo de sus tres hijos. Cuenta en la entrevista cómo pensaban que
era una prostituta en la vecindad donde vivía, sólo porque siempre salía a trabajar bien vestida, no
tenía lo que se conoce como amigos, así que salía a sus encuentros sola y volvía un par de días
después.
Teniendo en cuenta la trayectoria de Tania, que ya luchaba como profesional en 1991,
podemos imaginarnos cómo fue de difícil abrirse camino en un mudo como la lucha libre, siendo
mujer y en una época en donde el machismo tenía mayor presencia. Si para mujeres como Ludark
Shaitán o su propia alumna Yezka, ha sido difícil, no puedo ni imaginar lo difícil que fue para la
Guerrillera.
Otra anécdota que cambió mi perspectiva acerca de lo humano que pueden ser los
luchadores, es cuando cuenta sobre un enfrentamiento que tuvo con una luchadora más fuerte que
ella. El combate se realizó a las afueras de la Ciudad de México, así que Tania tenía que tomar el
camión antes de las 12 de la noche o esperar hasta las 6 de la mañana el siguiente. En su estado
de salud, con la rodilla muy lastimada, iba a ser casi imposible conseguirlo, sin embargo, lo
logró.

“Y ahí estaba yo, arrastrando la pierna y las maletas. Faltaban diez minutos, quince, me parece,
para que saliera el camión, y no estaba tan lejos, sin embargo, en mi estado no lograría llegar. Y entonces
para mi sorpresa, la mujer con la que había luchado volvió por mí, me ayudó con las maletas y
prácticamente me cargó. […] No cruzamos palabra. Antes de subir(,) le dije ‘gracias’. Nunca la he vuelto a
ver”.

En el relato no se dice quién de las dos fue ganadora, aunque Tania no se rindió, no
apostaría a que fue la vencedora por cómo terminó después del encuentro. La otra luchadora, si es
que ganó, deja en claro que hay algo más que ganar tres caídas: de nada vale vencer en el ring si
bajo él no te detienes a ayudar a aquella persona que te necesita.
Yezka es una mujer menuda y de baja estatura, aunque no tanto como su mentora, con un
conocimiento amplio en el ámbito del cuadrilátero, un conocimiento un poco más teórico; estudió
creación literaria y su tesis trató sobre la lucha libre considerada un fenómeno cultural. “El tema
era el patrimonio cultural del país […] y de inmediato me di cuenta de que la lucha libre era una
cuestión obligada, pues conforma el acervo cultural y material de México”.
No podría contradecir a Yezka, sobre todo como una persona acercada a la literatura,
tampoco lo podría hacer alguien que creció viendo al Santo en pantalla luchar contra todos los
entes malvados habidos y por haber, vamos, si la propia Chona se acercó a la lucha fue por ver de
lejos en Chapultepec al legendario enmascarado. La lucha libre como fenómeno cultural e
histórico es un hecho con raíces en México.
“De la misma manera en que el escritor alguna vez le teme a la hoja en blanco, el luchador
llega a temerle al ring vacío”, existe una relación entre Aldo Rosales y Yezka considerable, los
dos estuvieron en contacto con la lucha y los dos volvieron a acercarse a ella a través de las letras
y de lo poético, eso que está más allá del mero encuentro físico entre luchadores.
Para finalizar su obra, Rosales nos presenta a Brenda, la Bambi Fernández, una mujer
dedicada también al deporte de contacto, pero no a la lucha, Brenda se dedica al boxeo. A la par
se dedicó al estudio del derecho, lleva siete años dentro del boxeo y le faltan siete para alejarse de
él, su meta es retirarse a los treinta años para poder formar una familia con su novio, un
nutriólogo que, si bien no estaba relacionado con el mundo del combate, ahora acompaña a su
pareja en su desarrollo físico.
La obra de Rosales me parece muy atinada en la mayoría de las ocasiones, presenta una
faceta cultural de la lucha libre y la cara oculta del luchador, también dentro de las entrevistas se
tocan temas como el machismo, la homofobia, la falta de estudios, la pobreza y un escaso criterio
por parte de la sociedad mexicana.
Otro aspecto que considero ameno dentro de la escritura de Rosales son sus descripciones,
existen unas tan detalladas que pareciera que estás ahí viendo la Arena San Juan, que escuchas el
tianguis de al lado, que ves a Ludark Shaitán cambiar su postura corporal para descansar, que
sientes el calor de la ciudad en el punto más alto del sol. “Es un día caluroso en la Ciudad de
México: el tiempo es una sábana húmeda y caliente que se tiende sobre los edificios y las calles;
una mortaja de smog sobre una urbe que amenaza con morir a cada instante y, sin embargo, sigue
en pie.”
También es cierto que tiene muchísimas construcciones por demás poéticas dentro de sus
líneas, unas que parecieran no tener lugar en una escritura formal periodística como lo es la
crónica. Hay que tomar en cuenta que, como Yezka él viene de mundo del contacto físico,
aunque no con un final feliz, así que presiento que existen ahí, aún, sentimientos encontrados.
“Un barco de concreto flotando a la deriva de la ciudad; un barco cuyos restos
permanecen a pesar de los años.” Es la descripción que nos regala de la Arena San Juan, aunque
muchos podrían decirle a Rosales que mejor se vaya a escribir poesía y que no haga tan cursi a la
crónica, en lo personal no tengo problema con estas construcciones más bellas o rebuscadas de lo
necesario. Pienso en un panqué, para muchos es muy desagradable que lleve pasas, para muchos
otros nos es grato encontrar un sabor diferente dentro de tanta masa, a veces muy seca, como para
disfrutar.
Existen otras cuestiones que también serían buenas plantearle al autor, es cierto que como
dice en una entrevista para Muff! nunca había escrito de mujeres, no me escandalizaría por el
hecho de que lo haga “para saldar una cuenta” o “para nivelar la balanza de género”, me inclino
más por creerle aquello de que si no había escrito sobre mujeres era porque no tenía contacto con
ellas, pues a lo largo de las entrevistas nos damos cuenta de que sí, aunque “los años han
cambiado” no es muy común encontrar mujeres con trayectoria fuerte dentro de la lucha libre.
Me temo que yo lo único que podría recriminarle es la decisión de meter la quinta
entrevista, es decir, nos viene hablando del mundo de la lucha libre ¿y cierra con el boxeo? Me
parece un poco forzado y nada interesante el término de la obra. Creo el saber por qué inicia con
La Chona, es el personaje más interesante, le dedica más páginas, hasta los apartados de su
entrevista tienen nombre, cosa que no sucede con el resto. Rosales de una forma inteligente te
atrapa con ese personaje florido y hace que te quedes hasta el final, aunque sea para despedirte
con una entrevista como la de la Bambi.
El hecho de haberme acercado a Aldo Rosales como autor con su última obra, pareciera
ser un símil de las entrevistas, inteligentemente me enganchó a la primera, así que apuesto por
Rosales como uno de los autores a los que hay que seguir para conocer de la cultura urbana de
México y a Linde Faz como una lectura obligatoria para los que gustamos de la literatura en
general.

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