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La salvación de lo Bello, Byung-Chul Han

Me gustaría abordar los dos capítulos del autor por separado (o más o menos)
puesto que creo que ambos tienen una capacidad argumentativa que, si bien es posible
tornarla homogénea, brilla más cuando no lo está.
Él comienza hablándonos de lo pulido como metáfora de lo que gusta, de lo
funcional a las lógicas de consumo actuales; de lo que no suscita ninguna clase de
interpelación o reflexión; de lo que una vez experimentado, no nos conduce a cuestionar
ningún pliegue de nuestra conciencia. El arte de lo pulido, también, pensado para
consumirse en la coyuntura actual, invita a anular todo tipo de distancias, invita a ser
tocado: Y lo que puede ser tocado, automáticamente pierde todo tipo de potencial místico, y
la desmitificación torna todo degustable y consumible, porque el tacto no asombra. A esto
lo acompaña el hecho de que, por supuesto, al “experimentar” algo pulido (va entre
comillas porque lo pulido no puede ser experimentado) uno sigue construyendo sobre el
esquema híper-individualista que prevalece en la actualidad, puesto que solo se encuentra
consigo mismo.
Y esto último produce —al menos a mí— una nostálgica tristeza: a pesar de que no fui
testigo de épocas en las que las propuestas hayan sido otras (yo escribí por primera vez
“mamá” en un celular, no en una hoja), está latente el presentimiento de que alguna vez
estuvimos mucho más juntos e inesperados que ahora, mucho más lanzados sobre lo
incierto de las creencias que lo arrinconados que estamos hoy contra el futuro de nuestros
proyectos. Especialmente si este hoy es definido desde el naufragio de los encuentros, en
donde un loco esquizofrénico se manda un mail a sí mismo, sin la menor esperanza de
chocar su órbita con la pasión de nadie.
Byung también afirma que la sociedad actual, obsesionada por lo limpio y lo
higiénico, rechaza constantemente todo tipo de negatividad. Es decir: entendiendo a la
negatividad como lo que en principio produce resistencia (adquirir saberes, por ejemplo),
estamos cada vez menos dispuestos a dejarnos interpelar por las cosas, queremos solo mirar
y consumir lo que ya le es funcional a nuestro sistema de creencias, lo que no va a poner en
tensión ningún conjunto de ideas que tanto nos costó pensar y armar. En este sentido,
Byung introduce el concepto de dataísmo, que alude a la transparencia de todo, con el
objetivo de quitarle transparencia y autonomía a las acciones, lo que está profundamente
relacionado con las inteligencias artificiales y en estos términos, no me acuerdo con quién
hablaba el otro día sobre este tipo de avances y llegamos a la conclusión de que si uno está
pendiente de la lógica de las redes (subir fotos, que tengan me gustas, comentarios, etc.)
está siendo esclavo del funcionamiento de un algoritmo, y si te maneja un algoritmo, te
maneja una inteligencia artificial.
La comunicación hoy es, también, lisa. Carece de la negatividad que porta lo distinto o lo
extraño, pareciera que cada vez nos acercamos más al “newspeak” del que habla Orwell en
“1984”, esa manera de disponer el lenguaje que reduce el léxico y la sintaxis para reducir la
riqueza de las ideas y de los sentimientos.
Y en ese sentido, lo distinto —o lo otro— es lo bello, y lo bello no despierta un
querer en nosotros, o un interés (en el sentido más peyorativo de la palabra), entonces es ahí
donde se alcanza la eternidad del presente, donde se suspende el paso del tiempo: nos
sumimos al 100% en lo bello y el “querer” se retira, el tiempo se queda quieto.
Por ende, si lo bello es lo distinto y suspende el transcurrir temporal, la eternidad
resplandece por ahí. Ahora bien, ¿Ser distintos nos hace eternos? Podría ser, no sé, me
surgió esa pregunta mientras leía para que Byung me la conteste al toque: lo otro se redujo
a su valor de uso o consumo, ende, el consumo destruye lo otro.
De estos conceptos se desprenden, sobre todo, el del sufrimiento; y como el arte se
ha tornado un medio para quitarnos del sufrir diario. Mediante increíbles despliegues
técnicos se buscó crear una atmósfera artística que permita que evadamos nuestras
realidades, de las cuales el tiempo festivo (en términos del autor) fue suprimido, para ser
reemplazado al 100% por el tiempo laboral. Hay una búsqueda establecida por los medios
masivos de comunicación que apostó todo a la idea de volvernos más rentables, de eliminar
el tiempo de ocio o incluso de incluirlo dentro del tiempo laboral, de tornarnos seres
carentes de emociones sin poder aportar otra cosa más que nuestra propia corporalidad.
Es fundamental que nos desprendamos de eso, que intentemos cultivar actividades
relacionadas a cosas ajenas a lo mercantil, que —cual discípulos posmodernos de Platón—
fomentemos la intelectualidad, que reivindiquemos la idea de que ser seres sensibles está
bien. Porque si no, la idea de que las cosas tienen valor solo cuando son vistas va a ocupar
hasta el último rinconcito libre de nuestra conciencia, y ahí si vamos a estar definitivamente
perdidos: si el prisma bursátil con que tratamos todo sigue avanzando, lo artístico va a valer
en su totalidad solo por su valor especulativo. Creo que nadie lo sintetizó mejor que Symns:
“El arte actual está más relacionado con el mundo del espectáculo que con los parajes
estremecedores del misterio y conduce, inexorablemente, a ese cementerio de la vitalidad
que es el muestrismo, tornando al oficiante en un sacerdote que reproduce los mecanismos
de manipulación masiva”
Me surgieron un par de preguntas, entre ellas una que quizás estaría bueno debatir
en clase: Byung plantea que lo otro es lo distinto, y que lo distinto es lo bello. Ende todo
lo distinto va a ser bello, ahora bien, ¿Tiene que necesariamente ser así? Es decir, ¿Solo
porque algo rompa con el statu quo y vaya en contra de lo establecido tiene que
considerarse bello?

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