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El oro de Guatavita

Hace mucho tiempo, antes de que los conquistadores llegaran al país de los Muiscas, los
habitantes de la región de Guatavita, al oriente de la sabana de Bogotá, adoraban a una princesa
que, en las noches de luna llena, salía del fondo de la laguna y se paseaba sobre las aguas en
medio de la espesa neblina.

Cuentan que un gran cacique de los Guatavitas, de la misma dinastía que daría origen al gobierno
y al imperio de los muiscas, estaba casado con la más bella dama perteneciente a su tribu: una
noble princesa a quien todos los pobladores amaban, y su hogar había sido bendecido con el
nacimiento de una bella niña que era la adoración de su padre.

Pasado algún tiempo, el cacique comenzó a alejarse de la princesa: sus muchas ocupaciones en los
asuntos del gobierno como también otras mujeres, lo mantenían lejos del calor de su hogar. La
princesa soportó algunos meses, como correspondía, a una mujer de su rango, las ausencias
prolongadas y las continuas infidelidades de su esposo, pero un día pudieron más la soledad y la
tristeza que las rígidas normas sociales, y se enamoró de uno de los más nobles y apuestos
guerreros de la tribu. Para su dicha y fortuna fue enteramente correspondida.

Dicen que los enamorados no pudieron verse tan pronto como hubieran querido, pues el gran
cacique estaba por esos días entre los suyos. Pero cierta noche tras una de las acostumbradas
celebraciones del mandatario, la pareja pudo consumar sus amores, mientras el pueblo dormía.
Sospechando algo, el cacique encomendó a una vieja la tarea de vigilar a la princesa. Una noche
cualquiera, la anciana descubrió lo que ocurría y le llevó la noticia al jefe.

Al día siguiente, el cacique organizó un gran festín en honor a su esposa. A la princesa le fue
servido un sabroso corazón de venado. Apenas ella acabó de comerse el delicado plato, el pueblo-
con el cacique a la cabeza- estalló en una horrible carcajada, que la hizo comprender la verdad; su
amante había sido asesinado, y le habían dado de comer su corazón.

Desesperada, decidió huir del lado de su marido. Algunos días después de la tragedia, tomó a su
pequeña y partió hacía Guatavita. Dicen que al llegar, casi a la medianoche, se detuvo un
momento en la orilla para contemplar la laguna, de la que se levantaba una espesa neblina; luego
miró amorosamente a la niña y se lanzó con ella a las aguas.

Al enterarse de la noticia, el cacique corrió hacía la laguna y llamó a su mujer varias veces, sin
obtener más respuesta que el silencio de la noche. Cuentan que ordenó a sus sacerdotes- que la
buscaran. Los mohanes o sacerdotes hicieron conjuros y ritos a orillas de la laguna, y uno de ellos
descendió a las profundidades, para averiguar qué había sido de la princesa y de su hija.

Cuentan que al poco rato de buscarla, regresó con el cadáver de la niña y contó que la princesa
estaba viva y feliz en el reino de las aguas. Desde entonces, en las noches de luna menguante
aparecía la princesa en medio de la espesa neblina, para escuchar los ruegos de su pueblo, y la
laguna se convirtió en un lugar sagrado.
Acoya-napa y la hija del sol
Caupolicán

Ya todos los caciques probaron el madero.

-¿Quién falta?- Y la respuesta fue un arrogante: -¡Yo!

-¡Yo!- dijo; y, en la forma de una visión de Homero,

del fondo de los bosques Caupolicán surgió.

Echóse el tronco encima, con ademán ligero;

y estremecerse pudo, pero doblarse no.

Bajo sus pies, tres días crujir hizo el sendero;

y estuvo andando... andando... y andando se durmió.

Andando, así, dormido, vio en sueños al verdugo:

él muerto sobre un tronco, su raza con el yugo,

inútil todo esfuerzo y el mundo siempre igual.

Por eso, al tercer día de andar por valle y sierra,

el tronco alzó en los aires y lo clavó en la tierra

¡como si el tronco fuese su mismo pedestal!


El traer aquí este poema de José Santos Chocano está directamente relacionado con la
característica simpatía hacia el indio (peruano, mexicano, centroamericano) que el autor mostró,
ya en su madurez, en Tres notas de nuestra alma indígena, en forma que, según Max Henríquez
Ureña, no habría desdeñado González Prada:

Indio que labras con fatiga

tierras que de otros dueños son,

¿ignoras tú que deben tuyas

ser, por tu sangre y tu sudor?

¿ignoras tú que audaz codicia,

siglos atrás, te las quitó?,

¿ignoras tú que eres el Amo?

-¡Quién sabe, señor!

Chocano que era descendiente por línea directa del Gran Capitán, fue militante indigenista hasta
el punto de criticar acremente

La leyenda del lago de Maracaibo

Hace ya bastante tiempo, cuando Zapara era dueño y señor de muchas de las tierras que se
conocían, en el lugar donde hoy en día cubre el agua, allí se encontraba una gigantesca selva.
Zapara hizo que sus pueblos se establecieran en las orillas de la enorme selva y guardo una parte
muy especial para su mansión. En esta vivía el con su hija Maruma, Zapara, como el gran señor que
era, jamás quiso que su hija se casara, pues para él era un place escucharla cantar y deleitarse con
las poseías que ella entonaba.
Un día, el gran Zapara no estaba presente, y a la hermosa Maruma, se fue a la selva con su arco y
flechas al hombro, a perseguir a un ciervo que estaba en el bosque. Cuando ya lo tenía listo para
darle muerte, e iba a soltar la estirada cuerda del arco, vio al ciervo caer herido por otra flecha de
un cazador oculto, que resultó ser nada más y nada menos que un joven apuesto. Este joven tenía
por nombre Tomare, y había sido botado de su pueblo, pues para la gente él era un bueno para
nada. Andaba deambulando, sin saber dónde ir y llevaba varios días sin probar comida.

Maruma llena de gran bondad llevó al joven hambriento, hizo a la servidumbre que le sirviera un
banquete al pobre muchacho, y cuando terminaron de comer, Maruma deleito al joven tomare
con una canción de amor. tamareo saco de su pecho los más hermosos y tiernos poemas que
pudieran salir del alma enamorada de un joven sin sentir como el tiempo pasaba velozmente.

Cuando el gran Zapara llega a su palacio y escucha que en la habitación de su hija esta el canto de
un hombre cantando también con la tierna voz de su hija Maruma, se llenó de ira y de dolor, dio
una patada sobre el suelo con tal fuerza que toda la selva se estremeció y un abismo se abrió bajo
él.

Lego el gran Zapara y al escuchar en el aposento de su hija el canto de un hombre alternando con
el canto de Maruma, lleno del mas rabioso dolor dio sobre el suelo una patada tan formidable que
la selva entera se hundió convirtiéndose en un abismo.

Los grandes ríos que bajan de la cordillera rápidamente se abrieron paso hacia dentro del enorme
agujero. Para que se llenará aún más velozmente, el gran Zapara fue al norte, y allí con sus manos
poderosas abrió la tierra e hizo que el agua del mar también hiciera su parte. Luego cuando ya su
alma no tenía ningún tipo de descanso por todo lo que hizo, entregó todo su reino a su hijo
Maracaibo y se arrojó entre la parte del mar y el lago, convirtiéndose en una pequeña isla. Pero a
pesar de todo esto, los jóvenes enamorados aún seguían entonando sus canciones de amor. El
canto se fundió con el agua y desde ese momento el lago es tranquilo y piadoso, sin ningún
sonido, como lo tienen otros lagos, sino que este tan solo susurra la poesía y canta canciones de
amor perpetuo.

La leyenda de la yerba mate

na noche, Yací la luna, con Aria la nube, descendieron a la Tierra en forma de hermosas mujeres.
Fascinadas por la belleza de la selva paraguaya, recorrían los sinuosos senderos entre la
vegetación, cuando de pronto, las sorprendió un yaguareté que amenazaba lanzarse sobre ellas.
Atemorizadas quisieron huir, pero la fiera les cortó el paso con un ágil salto. Yací y Aria quedaron
paralizadas de horror y ya la fiera se abalanzaba sobre ellas, cuando en el mismo instante en que
daba el salto, una flecha surcó el aire, hiriéndola en un costado. Un viejo que en ese momento
andaba por el lugar vio el peligro que corrían las dos mujeres y sin pérdida de tiempo disparó la
flecha. Pero la fiera no había sido herida de muerte y enfurecida se abalanzó sobre su atacante,
que, con la destreza del mejor arquero, volvió a arrojarle otra flecha que le atravesó el corazón. El
peligro había desaparecido. Yací y Aria habían recobrado sus primeras formas y ya estaban en el
cielo convertidas en luna y nube. Entonces el viejo volvió a su casa pensando que todo había sido
una alucinación. Sin embargo, esa noche mientras descansaba, Yací y Aria aparecieron en su sueño
y después de darse a conocer, agradecidas por su nobleza, le hicieron un regalo. En sueños le
explicaron que cuando despertara, encontraría a su lado una planta, cuyas hojas debían ser
tostadas para hacer una infusión. Esta bebida reconfortaría al cansado y tonificaría al débil. El viejo
despertó y, efectivamente, vio la planta a su lado. Cosechó sus hojas y las tostó, tal como le habían
dicho Yací y Araí. Aquella infusión era el mate, una bebida exquisita, símbolo de amistosa
hermandad entre los hombres, hasta el día de hoy. I.- Toda la información que necesitas para
responder sin error la

la leyenda del millalobo

El relato mítico dice que al verlo Caicai, lo encontró un ser de su agrado; y como luego de su
batalla con Trentren deseaba delegar su poder a alguien, escogió al Millalobo para ese cargo.

El Millalobo habita en el fondo marino, junto a su mujer la Huenchula y los tres hijos de ambos, la
Pincoya, el Pincoy, y la sirena chilota, quienes lo ayudan en la tarea de manejar los mares.

Producto del gran trabajo que consiste el dominar los mares, el Millalobo tiene como subalternos
a numerosas criaturas marinas mitológicas para hacer diferentes trabajos; los cuales van desde
sembrar y cuidar el desarrollo de los marisco y peces, hasta manejar el clima marino; además de
guiar y cuidar a los muertos que produce el mar. Él habría sido el creador del barco fantasma
conocido como el Caleuche. Se dice que las criaturas marinas que son malignas, igualmente deben
rendirle respeto.

De acuerdo al folclorista chilote

Millalobo, dueño absoluto de los mares del Archipiélago en representación de Caicai Vilú. Es el
resultado del apareamiento entre una mujer y una foca, durante las luchas entre las serpientes
míticas; de allí que sea un humano con cuerpo de lobo marino, de pelaje brillante. Su presencia en
Chiloé ha quedado retratada a través de una leyenda difundida desde Cucao

La leyenda del nopal

El nopal es una de las plantas más conocidas en América. Raro será el país de América donde no
crezca. En algunos como Chile y Perú, se le conoce con el nombre de tuna u otras variaciones.

Aún sobre las rocas, en las tierras improductivas, allí donde otros vegetales no prosperan, se
levanta, desafiando todas las inclemencias.

Tiene más o menos diez pies de altura. Sus hojas ovaladas son grandes y carnosas, de un nítido
tono verde, erizadas de púas, y crecen, unas al borde de las otras, de muy original manera.

Sobre las hojas nacen las flores, de un intenso color encarnado. Y las flores maduran en un fruto
de cáscara amarilla e interior sonrosado.
El fruto se halla también erizado de espinas, y esto lo hace parecer esquivo, pero una vez que se le
separa, brinda una pulpa fresca y dulce.

Nadie que haya caminado por tierras de América dejó de probarlo en alguna oportunidad. Como
repetimos, se produce en todos nuestros países, y esto es tanto más raro cuanto que en el Nuevo
Continente, de una zona a otra, hay gran diferencia de climas y, por lo tanto, de plantas.

Pero es México el país donde, sin duda, más abunda. Figura inclusive en el Escudo Nacional. Sobre
un nopal se afirma el águila de alas entreabiertas, que tiene prisionera a la serpiente.

Y es también en México donde aún se conoce la vieja y hermosa leyenda azteca que cuenta el
origen del nopal.

Dice así:

Fue en el principio del principio, cuando el belicoso y fiero Huitzilopochtli, dios de la guerra,
abandonó a su hermana Malinalxochitl, para marcharse lejos a fundar un reino para su pueblo.

La abandonada, cuyo nombre significa flor de malinali (ésta es una planta textil), quedose en una
región montañosa y selvática, deplorando su desventura, acompañada de unos cuantos súbditos.
Pero era esforzada y valerosa y logró fundar el reino de Malinalco, que quiere decir lugar donde
hay malinali.

Su hijo, Copil —nombre que significa corona—, crecía oyendo de labios de su madre el relato de la
mala acción de Huitzilopochtli. En su pecho, día a día, iba creciendo el deseo de encontrarse
alguna vez con el dios cruel.

Y pasaban los años.

Y llegó el tiempo en que Copil estaba ya convertido en un gallardo mancebo, de negra cabellera y
cuerpo atlético, diestro en todos los lances de la caza y de la guerra. Escuchando las quejas de su
madre, había jurado castigar la ofensa, y consideró llegado el momento de hacerlo. Era fuerte y
resuelto y le parecía que nada podría impedirle el cumplimiento de sus propósitos.

Y un día, Copil cogió su chimalli (escudo) y su macana (maza con puntas) y partió en busca de
Huitzilopochtli.

Pero antes de seguir adelante con la aventura de Copil nos parece necesario dar una idea de quién
era Huitzilopochtli.

Su nombre, según unos, significa colibrí zurdo, y, según otros, colibrí siniestro, terrible o lúgubre.
Sin entrar en consideraciones sobre el origen del nombre, diremos que, dado el carácter de
Huitzilopochtli, la segunda significación le viene mejor.

Era un dios cruel, que se complacía en la guerra, la sangre y la muerte. Cuando del supuesto paso
suyo por la tierra no quedaba sino la leyenda y él estaba ya inmovilizado, convertido en una rígida
figura de ídolo, los aztecas le elevaron templos donde lo adoraban, rindiéndole el más extraño y
feroz culto.

La creencia de los indios hacía figurar a Huitzilopochtli como si fuera el sol, el que cada mañana
libraba combate con la luna y las estrellas, a fin de ganar un nuevo día para los hombres.
Para llevar a cabo esta tremenda lucha y, además, debido a que era dios, tenía que alimentarse de
la esencia de la vida del hombre, es decir, del corazón y la sangre. Por eso se le ofrecían sacrificios
humanos.

Cuando llegó Cortez, este culto se hallaba en todo su apogeo.

Año tras año se ofrendaba a Huitzilopochtli la inmolación de millares de vidas humanas. Los
esclavos inútiles y los prisioneros de guerra eran muertos ante él.

Y para tener abundancia de víctimas, los aztecas, que se consideraban el pueblo elegido para
servir al dios, emprendían guerras no para someter nuevos pueblos ni cobrar tributos, sino con el
único objeto de hacer prisioneros destinados al sacrificio.

Esas guerras recibieron el nombre de guerras floridas, y para ellas las tribus vecinas tenían que
padecer una metódica devastación.

Cortez y los suyos también fueron codiciados para ofrendarlos a Huitzilopochtli y, a fin de cogerlos
vivos, los indios se exponían valientemente a las armas de los blancos, sufriendo verdaderas
carnicerías, sin que jamás lograran atrapar para el sacrificio a uno solo de los españoles.

El rito del mencionado sacrificio era muy cruel.

Llegado el día, las víctimas eran atadas, frente al dios, en un altar de piedra cuya forma hacía que
sobresaliera el tórax.

Luego el sacerdote, provisto de un cuchillo de pedernal, les partía el pecho de un golpe, introducía
la mano y arrancaba el corazón ofrendándolo, aún palpitante, al fiero Huitzilopochtli.

Cuando el prisionero que se iba a sacrificar se había distinguido por su valor, se ofrecía el sacrificio
gladiatorio. Éste consistía en hacer luchar a la víctima para que tuviera el honor de caer
combatiendo o también para brindarle la oportunidad de salvarse.

El preso tenía que pelear con cuatro caballeros aztecas, armados de espadas con navajas de rocas
en los filos, pero la que a él le daban no las tenía, llevando, en cambio, unas bolitas de plumón, lo
cual quería indicar que sería sacrificado.

Su padrino de lucha, que estaba vestido de oso, le entregaba también cuatro garrotes de pino para
que los disparara contra sus adversarios.

Uno a uno se le iban enfrentando los caballeros aztecas hasta que lo vencían. Si por casualidad el
preso derrotaba a los cuatro, salía un quinto combatiente azteca, que era zurdo y que, por lo
general, acababa con el valiente. El hecho de ser zurdo le daba una especial ventaja, pues los
guerreros, como es natural, estaban acostumbrados a pelear con adversarios que manejaban el
arma con la mano derecha.

Pero hubo un guerrero de la tribu de los Tlaxcaltecas, llamado Tlahuicole, que venció a los cinco.
Los aztecas admiraban el valor y la habilidad para la lucha, y por esto fue perdonado.

Después de algún tiempo, Tlahuicole recibió el mando de las fuerzas aztecas en una campaña
contra los indios tarascos. Mas, cuando acabó la guerra, él prefirió morir a seguir cautivo y fue al
fin sacrificado.
Cortez, desde luego, prohibió el bárbaro culto, pero quien primero quiso acabar con el dios de la
guerra fue Copil.

En eso estábamos y volvamos, pues, a nuestra leyenda.

Ya hemos dicho que el hijo de Malinalxochitl dejó su lugar para ir en pos del dios Huitzilopochtli.
Todos los obstáculos que podría ofrecerle la naturaleza eran pequeños ante sus fuerzas y su
vehemencia. Caminó día y noche, dejando atrás cerros, bosques y llanos.

Alumbrado por el «glorioso sol americano» que ha cantado Gabriela Mistral, por la luna y las
luciérnagas —esas grandes luciérnagas que tejen mil hilos de luz en la densa noche del trópico—,
anduvo sin darse reposo hasta que al fin arribó a las fértiles comarcas habitadas por la mexihka. En
ellas crecía el maíz de hojas de esmeralda y grandes y apretadas mazorcas.

Ardoroso como era, Copil iba pregonando la necesidad de exterminar a Huitzilopochtli y sus
gentes, por ser elementos sanguinarios, dañinos y crueles…

Después de cruzar por la zona feraz, llegó, por fin, a Chapultepec, lugar donde estaba
Huitzilopochtli.

Copil examinó la naturaleza del terreno y todas las características que ofrecía la situación y se dio
cuenta de que no podría cumplir su empresa solo, pues le sería necesaria la ayuda de los guerreros
de Malinalco.

Chapultepec, morada del dios de guerra, es una montaña donde ahora hay un castillo y un
hermoso paseo de la ciudad de México, y en esos días era una isla del lago salado de Texcoco.

Copil fue a Malinalco a demandar el concurso de sus guerreros y regresó con mil de ellos para que
le ayudaran a cumplir su juramento, mas sus intenciones fueron pronto conocidas por
Huitzilopochtli, pues, como ya hemos referido, el joven iba voceando sus propósitos.

El fiero dios se llenó de ira y no envió guerreros al encuentro de Copil, sino a los teopixque
(sacerdotes) a quienes les dio esta orden:

—Sacadle el corazón y traédmelo como ofrenda.

Los sacerdotes, sabiendo que Copil había acampado cerca con todos sus guerreros, deliberaron
sobre lo que más les convenía hacer y resolvieron aguardar la noche. Y una vez que las sombras
nocturnas se apretaron sobre Chapultepec y sus contornos, ellos bogaron silenciosamente por las
aguas del lago oscurecido y luego saltaron a tierra dirigiéndose al lugar donde esperaban
encontrar a Copil.

Dormía el jefe y dormían sus guerreros.

Avanzando sin hacer ruido, con la mayor cautela, entre los cuerpos adormecidos por el profundo
sueño que produce el cansancio de las marchas, los sacerdotes se encontraron por fin al hijo de
Malinalxochitl.

Se acercaron a él calladamente y, con la pericia que les caracterizaba, le abrieron, de una


cuchillada, el pecho, y le extrajeron el corazón. Copil no pudo exhalar la más leve queja, y al
amanecer despertaron los guerreros de Malinalco y se sorprendieron grandemente al encontrarse
sin jefe. Los sacerdotes habían cruzado de nuevo entre ellos, con el mismo cuidado que a la ida,
sin producir un rumor ni dejar una huella. Ante los ojos asombrados de su gente, el cadáver de
Copil mostraba, en el pecho poderoso, la gran herida por donde los sacrificados ofrendaban la vida
al dios implacable.

Y también al amanecer los sacerdotes llegaron de regreso a Chapultepec. En un cuauhxicalli


(recipiente usado para recoger la sangre) entregaron a Huitzilopochtli la roja ofrenda.

El dios, después de recrearse y satisfacer su cólera viendo el corazón de Copil, ordenó a los
sacerdotes que fueran a enterrarlo diciéndoles:

—Enterrad el corazón de Copil en aquellos peñascos que surgen entre la maleza, en el centro del
lago.

En la noche fueron los sacerdotes hacia el lugar indicado por el dios, y enterraron el corazón entre
las peñas. Con eso creyeron que Copil había terminado para siempre. Pero al otro día vieron, con
asombro, que había brotado una hermosa planta en el sitio de la sepultura, allí donde antes hubo
desnudas rocas y ramas secas. Era que el corazón de Copil se había convertido en el vigoroso nopal
de ovaladas hojas y flores encarnadas.

Tal es la leyenda.

Después, esa planta figuró en el Escudo Azteca y luego en el Escudo de la República.

Lo merece por su típica belleza y la fuerza de su símbolo.

Y es, entonces, desde el corazón del esforzado y justiciero Copil, desde el nopal, que el águila
mexicana levanta su vuelo de gloria.

FIN

las princesas guacamayas

En tiempos remotos las tierras de lo que hoy son las provincias de Azuay, y Cañar estaban
pobladas. Cuentan los viejos que un tremendo diluvio inundó la tierra, de manera que no
quedaron más que dos sobrevivientes: dos hermanos varones que alcanzaron a subir a la cumbre
de una montaña y guarecerse en una cueva que estaba en lo más alto. Día y noche continuaban las
lluvias, pero no alcanzaban la cumbre, porque las montañas se elevaban sobre el nivel de las
aguas. Las estrellas titilaban en la oscura y profunda bóveda… las enormes montañas parecían
viajar en la inmensidad de la noche. En su cabaña, Ataotupagui y Cusicayo, los dos jóvenes y
fuertes hermanos descansaban al fin junto al fogón que parecía ser, visto desde lejos, un puntito
sin el universo. Con las primeras gotas que cayeron al amanecer…. Hacia frio y el cielo se había
cubierto de nubes algodonosas y oscuras…… todas querían estar allí, justo allí, coronando las
montañas, al punto que parecían desplomarse sobre la tierra. Y llovió sin cesar. Al fin, después de
muchos días, dejo de llover y un hermoso arcoíris apareció en el cielo. Los dos hermanos se
encontraron solos en un mundo totalmente despoblado y silencioso. Tenían mucha hambre, pero
no había nada para comer. Después de mucho caminar, regresaron a la cueva. Al entrar sus ojos se
deslumbraron al encontrar deliciosos manjares servidos encima de una piedra. Disfrutaron de la
comida y, recién cuando terminaron, se preguntaron, quien sería el amable que les atendía de esa
manera. Varios días ocurrió lo mismo, los hermanos ya no podían mas con la curiosidad de saber
quién les traía tan ricos alimentos. Un día decidieron esconderse y esperar a ver quién era su
bondadoso benefactor, asombrados descubrieron que dos hermosísimas guacamayas, aves de
vistosos colores, con rostro de mujer, traían en sus alas los alimentos y preparaban la mesa. Los
hermanos atraparon a las guacamayas, las cuales se convirtieron en dos hermosas mujeres que
aceptaron casarse con ellos, estas dos parejas sobrevivientes del diluvio, repoblaron la tierra de los
Cañarís. Desde entonces, las guacamayas son aves sagradas para los indígenas. El Huacayñan o
Abuga “se conoce que era un cerro sagrado para la cultura cañarí y que de este monte conocido
como, el Guacayñan, Camino del Llanto, que se elevó como barca sobre las aguas en el diluvio
Universal y luego fue en él donde se refugiaron los dos hermanos cañarís que se salvaron de la
muerte, gracias a la intervención de las guacamayas, aves totémicas de la cultura Cañarí.”, del
Fasaiñan y del Huahuashumi. Los animales que allí a vitaban eran arrastrados por el agua y las
libélulas se cobijaban bajo las grandes hojas de los cedros, en la espera del sol…

Ñucu el que sostiene el cielo

Hace mucho, muchísimo tiempo, el cielo estaba tan cerca de la Tierra que de vez en cuando
chocaba con ella matando a muchos hombres.

En uno de los pueblos chamanes, vivía una mujer pobre y solitaria. Pasaba hambre ya que no tenía
a nadie quien le ayudara en su chaco o en cualquier trabajo para conseguir alimento.

Un día, entre las hojas del yucal, vio algo brillante. ¿Qué será? pensó la mujer, y se fue a su
vivienda. En la noche soñó que ese algo brillante se movía como si tuviera vida. Por la mañana fue
a buscarlo, lo recogió y envolvió en una hoja de yuca. Le llamó Ñucu y desde ese día lo consideró
como su hijo. Para alimentarlo bien lo puso dentro de un cántaro.

Ñucu parecía un gusano blanco. A la semana, creció hasta llenar el cántaro. La mujer tuvo
entonces que fabricar uno más grande, y ahí puso al gusano. A la semana el cántaro estaba otra
vez lleno.

A pesar de su pobreza, la mujer trabajaba sólo para alimentar a Ñucu que siempre tenía hambre y
comía mucho. A la tercera semana Ñucu dijo:

— Madrecita, me voy a pescar.

A la noche fue al río, y al recostarse atravesado sobre éste, su enorme cuerpo represó las aguas y
los peces comenzaron a saltar a las orillas. Al despuntar el amanecer llegó la mujer y recogió los
pescados en una canasta. Desde entonces siempre tuvo alimento. Cada noche iba con su hijo al río
y correteaba por la playa agarrando, pescando y metiéndolos en su canasta.

La gente comenzó a murmurar: ¿Cómo es que esta vieja tiene ahora tanto pescado, si antes se
moría de hambre? Y fueron y le preguntaron:
— ¿Cómo es que tienes ese pescado?

La mujer no les respondía.

Pasó el tiempo y la gente del lugar comenzó a pasar hambre, ya no había peces para todos, pues
Ñucu los atajaba.

Entonces, un día Ñucu le pidió a su madre:

— Madrecita, anda, diles que vengan aquí a pescar-.

La mujer fue y les dijo:

— Allá arriba está Ñucu pescando. Vamos, él nos invita a recoger pescados para todos.

De este modo la gente conoció el secreto de la viejita. Vivieron mucho tiempo sin problemas,
hasta que Ñucu creció y llegó a ser tan enorme que ya no cabía en el río. Esta vez le dijo a la mujer:

— Madrecita, ahora me voy. Les he ayudado bastante aquí en la Tierra, tú ya no pasarás hambre,
pues la gente te sabrá ayudar. Tengo que ir a sostener el cielo más arriba para que nunca más se
vuelva a caer.

La viejita se quedó muy triste pensando en la pérdida de su hijo. Ñucu se echó entonces de un
extremo a otro de la Tierra y se elevó sosteniendo el cielo, hasta la misma posición en que está
ahora. Ante el lejano cielo azul, la mujer se puso a llorar. Pero en la noche, vio a su hijo brillando
allá arriba. Era la Vía Láctea, y se consoló pensando que todas ' las noches podría ver a su hijo.

La leyenda del lagarto de oro

Hace mucho tiempo llego a Chontales un noble caballero de Francia, llamado don Felix Francisco
Valois, quien quedo encantado de los paisajes que rodeaban la Hacienda Hato Grande situada a
cuatro leguas de Juigalpa.

Le gusto tanto la zona, que compro la Hacienda.

En ese tiempo también vivía en Juigalpa una joven muy linda llamada Chepita Vital. Un día don
Francisco conoce a la Chepita y desde el primer día quedaron impresionados y muy enamorados,
fue un amor a primera vista… A los pocos meses se casaron y luego tuvieron una hija, la cual la
bautizaron con el nombre de Juana Maria.

Don Francisco tiempo después, sintiéndose muy enfermo se dirige a Guatemala en busca de una
sanción. Pero antes de partir recomienda a su administrador hacerse cargo de la Hacienda y su
familia.

Paso el tiempo y don Francisco no volvía. todos los pobladores de la comarca comenzaron a
preguntar a los viajeros sobre el devenir del francés. Hasta que alguien trajo la información de que
este había muerto en Guatemala.

Doña Chepita se enfermo de pena moral y murió a los pocos años dejando su testamento
enterrado en un lugar que nadie conocía.
Juana Maria, fue creciendo y creciendo, era toda una mujer linda y joven. Ella ignoraba que todos
los bienes de su padre, eran ambicionados por Fermín Ferrari el otrora administrador de la
Hacienda.

Ferrari era ahora un hombre malo y ambicioso, lleno de temores de perder toda la Hacienda
debido a la existencia de Juana Maria. La única forma de llevar a cabo sus ambiciones, era eliminar
a la muchachita volviéndola loca.

Fermín empezó con los cuentos de espantos en La hacienda, le contaba historias horribles a Juana
y con el tiempo ya la había enloquecido.

La muchacha se arrastraba cantaba bailaba y decía entre sus locuras "Viva la Condesa de Valois".
Luego después de varios meses de locura la muchacha falleció, ante el estupor de todos los
comarcanos que afirmaban que Fermín era el responsable de su muerte.

El bandido de Fermín empezó a vender todas las propiedades de La Hacienda y con el dinero
colectado abandona el país. Pero con la suerte de que es asaltado y muerto por unos bandoleros
con los que se tropieza por el camino.

Algunos vecinos que estimaban a la familia de Juana Maria le llevaban flores a su tumba. La
sepultura quedaba en el cerro del Hato Grande, al borde de una laguna y las personas que la
visitaban aprovechaban la oportunidad para darse un chapuzón.

Un día muy temprano, unos vecinos casi se mueren del susto al ver en la laguna un tremendo
lagarto dorado, le brillaban los ojos con el sol resplandeciente de aquella fresca mañana. Corrieron
al pueblo a contar la historia de lo que habían visto y algunos vecinos se dispusieron a capturar al
lagarto, pero les fue imposible.

Un campesino que creía mucho en La Virgen, subió al cerro un día de tantos y le ofreció a La
Virgen de la Asunción una corona de oro y un altar de la cola del lagarto si le ayudaba a cazarlo.
tiro un mecate a la laguna y lazo al animal de la cabeza, pero cuando lo tenia en sus manos dijo:
"Que se friege la Virgen". Apenas dijo esto el lagarto se le escapo y se sumergió en el fondo de la
laguna. Desde entonces todos los chontalenos buscan el lagarto de oro para hacerse ricos, pero
este no volvió a salir jamás y dicen los campistas que es el alma de Juana Maria cuidando sus
bienes.

Leyenda de La Sayona

La leyenda original de La Sayona narra básicamente la historia de una mujer muy celosa llamada
Casilda que mató a su esposo y a su madre pensando que estos tenían un romance. Por ello, su
madre, en la agonía de la muerte, la maldijo. Desde ese entonces su alma en pena vaga sin
descanso ni paz, persiguiendo a los hombres infieles para conquistarlos y luego matarlos. El origen
del nombre se debe a que porta un sayal negro, ya que la leyenda data desde la época colonial; o
también su nombre deriva de la palabra «sayón», por lo que el término «sayona» viene
significando 'la castigadora'.

Existen miles de versiones de encuentros con La Sayona, que son los que ha popularizado a este
mítico personaje.45 También se dice que La Sayona tiene la particularidad de “desdoblarse”, esto
quiere decir que puede presentarse como un perro, un lobo o como la mujer antes descrita.6

Pero todas las versiones concuerdan en que es una hermosa mujer de largos cabellos negros
(aunque no mantiene esta apariencia, ya que una vez acorralada muestra su verdadera forma a la
víctima), que persigue a los hombres mujeriegos. Siempre se suele terminar esta narración con
advertencias como: "Por lo tanto, es mejor que aquellos hombres que disfrutan engañando a su
pareja, se lo piensen bien antes que se le aparezca La Sayona".

La leyenda también cuenta que lanza un grito a larga distancia y que además eriza los pelos de
quienes lo oyen. Este último rasgo de La Sayona la asemeja aún más a las banshees.2

Hay también otras versiones que indican que, durante la colonia, algunas mujeres se disfrazaban
de la Sayona para pasar desapercibidas y verse con sus amantes.7 Esto es algo similar que pasa en
la leyenda de la Cagua en Nicaragua.

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