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El caso Biaggi

Ciudad Bolívar, madrugada del 15 de octubre de 1961

A Lesbia María Biaggi la vida se le fue por un costado; una filosa hoja de acero se hundió
entre sus costillas al intentar escapar del animal que la ultrajaba. La sangre que brotó a
chorros empapó sabanas y colchón hasta que la chica quedó exánime. Aplacados los
instintos, el asesino tomó el puñal y dibujó tres marcas triangulares en los senos muertos.

Como si acabara una tarea noble, se dispuso a disfrutar de un cigarrillo; con la amarillenta
luz de la cerilla contempló su obra hasta que la débil llama se extinguió. Al cabo de un rato
la colilla fue a dar a un rincón con otras de su mismo tipo; el monstruo se dispuso entonces
a bajar el cuerpo para ocultarlo detrás de la cama; pero lo hizo con tal torpeza que se le
cayó al piso produciendo un ruido sordo. Temeroso, se ocultó en la penumbra con los
sentidos en alerta.

Víctor Silva, vecino de los Biaggi, despertó al oír el golpe. Preocupado corrió a verificar
que su vehículo estuviera a salvo; el reloj marcaba las dos y la calle estaba desierta. A lo
lejos se oía el estrépito de una partida de dominó; aliviado regresó a la cama, convencido de
que su imaginación le había jugado una mala pasada.

El monstruo aguardó con la respiración en vilo y sólo cuando se supo a salvo salió del
escondrijo; notó que un líquido viscoso cubría sus manos y por alguna razón, que no se
sabrá nunca, fijó las palmas en la pared dejando un nítido par de huellas.

No teniendo más que hacer, abandonó la habitación dejando atrás la escena de uno de los
crímenes más impactantes de la crónica negra venezolana.

Luisa Valdivieso

Catorce horas antes de morir, Lesbia se enfrentó en duelo verbal con Luisa Valdivieso, una
antigua amiga suya, quien fue a retarla en pleno almuerzo.

– ¡Dile a Rigoberto que vaya hoy mismo a mi casa!

– Él no tiene nada que ir a buscar allá. Tú y tu mamá viven indisponiéndolo contra mí a


punta de chismes…

– Dile que si no pasa, lo va a lamentar– atajó Luisa, antes de retirarse.

Luis Ramón, hermano mayor de Lesbia, la interrogó con mirada severa, obteniendo como
respuesta un mohín de disgusto. Aquel comadreo le parecía extraño pues ambas muchachas
habían sido siempre muy unidas.
Superada tan desagradable escena, la conversación derivó hacia el compromiso que les
esperaba al final de la tarde; el bautizo de la niña Eneida Josefina, hija de los Cuam, familia
amiga de los Biaggi. Doña Carmen, la madre, preguntó:

– ¿Sabe Rigoberto a qué hora nos vamos?

Lesbia con gesto preocupado respondió que no había tenido ocasión de notificar a su novio
de aquel evento, lo que le ganó una nueva mirada de reproche por parte de su hermano.

Los Biaggi

Tres miembros del clan Biaggi vivían con la madre en Vista Hermosa: Luis Ramón, joven
clérigo de rígidas convicciones; Lesbia, aprensiva y propensa al histerismo y Orlando,
púber de 11 años, motivo de una disputa familiar por el empeño del cura de que ingresara al
seminario.

Sus hermanos Ada, Méricys, Carmen, Nanzo, Frank y Jorge ya no estaban en el nido.
Nanzo, recién egresado de la escuela de leyes vivía en Caracas y el padre, divorciado de
doña Carmen, había echado raíces en otro lugar.

En septiembre de 1961, cuando su hermana formalizó compromiso con Rigoberto


Franceschi, Luis Ramón le hizo abandonar el trabajo pues según el código social de la
época, la mujer se debía a su esposo por lo que debía centrarse en aprender los oficios del
hogar.

El sábado 14, tal vez fuera el último día que Lesbia y su madre estuvieran en Ciudad
Bolívar, pues Luis Ramón había proyectado enviarlas a Caracas por unos meses, con el fin
de ahorrar dinero para construir una nueva casa.

A media tarde, vestidos y listos para irse, miraban impacientes a Lesbia quien no quería
salir hasta tanto no llegara su novio; pero a las 4:30, el sacerdote con voz tajante ordenó al
grupo abordar el carro pues él era el padrino y no quería ser impuntual.

María Teresa de Cuam recordaría después que los Biaggi pasaron a buscarla y que en
alegre grupo llegaron a la iglesia donde tendría lugar el sacramento. – «Durante la fiesta,
una cosa íntima con no más de veinte invitados, el padre se mostró jovial y hasta se
permitió algunos chistes».

El novio

Rigoberto Franceschi era siete años menor que Lesbia. Natural de Caripito, llegó a Ciudad
Bolívar en 1953 para estudiar el bachillerato; por la época reseñada en esta crónica laboraba
en la Corporación Venezolana de Guayana y hacía poco más de un año que conocía a la
chica con la que planeaba casarse. En los primeros tiempos de su relación se veían, medio a
ocultas, en el porche de la casa hasta que el padre Biaggi molesto por aquella situación que
consideraba irregular, advirtió a su madre que si el muchacho no se presentaba formalmente
a la familia, él se encargaría de leerle la plantilla.

El último día en la vida de su prometida, el joven llegó media hora después de que ésta
saliera. Extrañado al ver que la vivienda estaba sola fue a hacer tiempo en casa de su amigo
Armando Balza. Allí estuvo hasta las seis; hora en que regresó para constatar, con
impaciencia, que nadie había llegado. No se explicaba dónde podía estar Lesbia, pues no le
dijo que saldría. Un chubasco lo retuvo en el porche y al cesar éste se metió con Armando
en el bar Vista Hermosa. A las 7:30 pasó por tercera vez, pero al ver desde lejos que el
carro no estaba volvió al establecimiento.

Una hora después, achispado y molesto, se presentó en casa de Ada a preguntar por Lesbia.
La cuñada le dijo que su hermana estaba en un bautizo y le dio la dirección de los Cuam
mientras comentaba ceñuda que Lesbia debía informar de esas cosas a su novio.

Rigoberto fue a cambiarse y al llegar al sitio de la celebración se mostró ostensiblemente


enojado.

– ¿Por qué vienes a una fiesta sin avisarme?

Apenada, su novia explicó que lo estuvo esperando pero por insistencia del cura tuvo que
salir antes de que él llegara. Le ofreció un trago que Rigoberto rechazó malhumorado,
dirigiéndose esta vez a la suegra.

– Caramba señora Carmen, ya ustedes no me toman en cuenta.

Sentado cerca, el padre Biaggi vigilaba la escena con cara de pocos amigos.

La madre conversó con el joven y las aguas, por lo menos en apariencia, retornaron a su
cauce. Un rato más tarde la parejita era la única que bailaba en el pequeño convite.
Las últimas horas de Lesbia

Faltando poco para la medianoche el padre Biaggi dispuso el regreso; se hacía tarde y al día
siguiente oficiaría misa. Antes de salir, acordaron realizar un paseo dominical al balneario
«La Peña», situado cerca de la población de Soledad. La salida sería a las ocho.

En el carro iban doña Carmen, Orlando, Lesbia, Rigoberto y Grecia Ortiz, una de las
invitadas al sarao. En medio de la cháchara trivial el cura, mirando por el espejo retrovisor,
preguntó a la pareja cómo iban los preparativos de la boda. Rigoberto tomando a Lesbia de
las manos anunció que habían fijado fecha para el 10 de diciembre.

Tras dejar a Grecia y a Rigoberto, los Biaggi enfilaron hacia su casa. Una compungida
Carmen Tapia, relataría días después a la policía: «Al llegar saqué la llave de mi carrier y
abrí; el padre entró primero y se dirigió a su pieza; después entraron Lesbia y Orlando; yo
entré de última, dejando la puerta de la calle abierta.»

Al ver que había agua, Lesbia y su madre salieron al patio para lavar una ropa. «Estuvimos
lavando como hasta la una, Luego mi hija se tomó un Ecuanil para irse a dormir; yo aseguré
la puerta de la calle con pasador, terminé de llenar un pipote, regué las matas y antes de
acostarme pasé a preguntarle que si iba a dormir con la ventana cerrada y ella me respondió
que así lo haría.»

Ya acostada oyó las animadas voces de vecinos que regresaban de un festejo; después no
sintió más nada.

Los esposos Ross

Vecinos a los Biaggi por el flanco oriental, vivían Amelia y Antonio Ross. Este último era
un español exiliado que ejercía la docencia en la Escuela Técnica Industrial, en la que
también laboraba el cura. Su mujer, dedicada a los oficios del hogar, había llegado de Chile
hacía poco más de un año y desde su estancia en Vista Hermosa protagonizó no pocos
altercados con Antonio, quien solía maltratarla física y psicológicamente. Justo a la una de
la mañana del sábado 14 de octubre, un día antes del crimen que nos ocupa, Amelia acudió
a casa de los Biaggi, gritando histérica que le abrieran la puerta pues su marido estaba ebrio
y amenazaba con matarla.

En una ocasión anterior Ross ordenó a la mujer que regresara con su pequeño hijo a Chile,
cosa que impidió el padre Biaggi, llevándola donde un abogado para que le asesora sobre la
situación legal del infante; provocando en el profesor otro de sus accesos de furia.

La madrugada del 15 de octubre de 1961, Amelia despertó y no vio a su marido en la cama.


Lo sintió deambular por la casa e indiferente se volvió a dormir.

El sádico de Vista Hermosa

En los últimos tiempos Vista Hermosa se había convertido en un lugar peligroso, debido a
la presencia de un sujeto que por las noches se colaba en las viviendas para abusar
sexualmente de las damas. Ante eso, Carmen María Azanza, de 61 años y su joven hija
optaron por ir a dormir en otro punto de Ciudad Bolívar.

Cada día regresaban antes del alba para ocuparse de sus respectivas obligaciones; así las
hallamos al amanecer del día quince. Eran poco menos de las cinco cuando Carmen María,
tras dejar a su hija en casa, salió a buscar a Lesbia para ir de compras; pero al llegar a la
esquina se topó con el profesor Antonio Ross quien le dijo que mejor se devolviera porque
los Biaggi aún dormían. Las declaraciones de doña Azanza sobre sus movimientos de ese
día serían, a futuro, objeto de ásperas controversias.

Los apuros del cura

El padre Biaggi se levantó pasadas las seis. Al salir al baño pudo ver que doña Carmen y
Orlando dormían aún, pues la puerta de su pieza estaba abierta de par en par. Luego de
asearse y de regreso al cuarto vio a través de la puerta entornada que la cama de Lesbia
estaba vacía. Con prisas se puso la sotana, tomó las llaves del carro y salió; eran las 6:20.
La puerta de la calle estaba abierta, sobre ese detalle el presbítero señaló: «A mi me extrañó
que la puerta estuviese abierta a esa hora, pero como teníamos que salir temprano de paseo,
supuse que mi hermana había ido a hacer diligencias relacionadas con el mismo.»

Víctor Silva y su mujer vieron salir al sacerdote quien parecía llevar algo en las manos.
Según lo declarado por la pareja, Biaggi se notaba muy nervioso, pasó sin saludar y abordó
su automóvil al que arrancó sin calentar el motor, cuando se iba estuvo a punto de chocar
contra la cerca. Silva, boquiabierto, comentó a María Concepción: « ¡Ese padre está loco!»

Cinco minutos después oyeron un grito desgarrador.

¡Lesbia! ¿Qué te ha pasado?

Carmen Tapia despertó con el familiar zumbido del auto de su hijo; vio la hora, se estiró y
salió de la cama. Todavía somnolienta montó agua para el café y una vez que estuvo listo
llenó una taza para llevársela a Lesbia. Jamás imaginó que al traspasar el umbral se
encontraría con la escena más espantosa de su vida.

Una enorme mancha carmesí teñía las sabanas del lecho vacío y por detrás de éste
asomaban los pies de la muchacha; doña Carmen avanzó temblorosa sólo para ver que
Lesbia yacía semidesnuda boca arriba entre la cama y la peinadora, con las piernas abiertas
y los brazos extendidos; bajo su cabeza y sus partes íntimas abundaba la sangre. Un alarido
escalofriante salió de su garganta:

– ¡Lesbia! ¿Qué te han hecho? ¿Qué te ha pasado? ¡Doña Concha por favor venga! ¿Qué le
hicieron a mi muchacha?

María Concepción, con el corazón rugiendo en el pecho, corrió donde los Biaggi, sintiendo
el frío de la muerte en aquel llamado. Su esposo Víctor quien llegó detrás vio a Carmen
inclinada sobre la hija, enloquecida de dolor y pidiendo ayuda para subirla a la cama.
Ambos tratando de calmarla, aconsejaron no alterar la escena.

Enseguida entraron Amelia y Antonio Ross. A Orlando lo confinaron en la habitación


materna para no enfrentarlo a tan siniestro cuadro. En medio de los nervios evaluaban qué
hacer; había que notificar a la policía y dar aviso al padre Biaggi. El profesor Ross salió a
buscar al doctor Humberto Bártoli, médico forense de la Policía Técnica Judicial; La
vecindad se llenó de fisgones atraídos por la noticia que corría como pólvora encendida.
¡Padre, en su casa ocurrió una tragedia!

A seis kilómetros de Vista Hermosa y media hora después, el padre Biaggi convocaba al
medio centenar de feligreses que había asistido a misa, a una reunión. La vieja capilla de
Santa Ana estaba siendo remodelada y necesitaban dotarla de algunas cosas; por lo que se
organizaron colectas. La rendición de cuentas de lo recaudado era el punto a tratar ese día.

Estaban enfrascados en la conversación cuando por la puerta cercana al comulgatorio entró,


pálido y presuroso, el maestro Félix Rodríguez. El cura lo vio aproximarse y a una señal
que aquél le hiciera acudió intrigado. La breve conversación que se dio entre los dos
hombres ha navegado por mucho tiempo en la polémica; tomemos por ahora lo apuntado
por el Juez de Instrucción Álvaro Natera en sus razonamientos para tomar la primera
decisión sobre el caso.

– Padre que vaya urgente a su casa porque ha ocurrido una tragedia.

En la versión del letrado, el sacerdote habría preguntado, de inmediato y con desespero:

– ¿Qué ha pasado con mi hermana?


– Está muerta

Biaggi despojándose de los ornamentos corrió hasta su auto; Félix Rodríguez al verlo
tembloroso le quitó las llaves y se ofreció a conducir. Abatido y lloroso, el cura le pidió que
lo llevara primero al Palacio Arzobispal, pues necesitaba hablar con monseñor Juan José
Bernal.

La escena del crimen

A esa misma hora una comisión de la Policía Técnica Judicial, integrada por el inspector
Carlos Guzmán Vera y los detectives César Sterling y José López Macuare, inspeccionaba
la escena. Humberto Bártoli, médico forense, examinaba el cuerpo.

Ada fue a casa de su madre y asumió con entereza el manejo de la dolorosa situación; un
poco más tarde llegaría el jefe local de la PTJ, Pedro Jesús Díaz Arvelo. Las experticias
técnicas y el levantamiento del cadáver debían esperar pues el fotógrafo y los técnicos de
laboratorio estaban fuera de la ciudad; mientras tanto se tomaba nota de lo observado.

El cuerpo yacía en posición decúbito supino en medio de un gran charco de sangre; en el


tórax se apreciaban cuatro heridas hechas con arma blanca; una de ellas subía varios
centímetros por el octavo espacio intercostal provocando la hemorragia mortal; el resto sólo
eran punzadas que no llegaron a penetrar la piel de los senos; en la cama se depositó tal
cantidad de sangre que traspasó los dos colchones; a los pies del cadáver estaban los restos
despedazados de una fotografía; la víctima aprisionaba en su mano derecha cinco cabellos;
en el piso podía verse la huella de un pie desnudo y en la pared ubicada a la derecha la
impresión perfecta de dos manos ensangrentadas; se colectaron varias colillas de un
cigarrillo barato y entre las uñas de la chica había restos de piel. En el cuello podían verse
escoriaciones y según declaración de la familia faltaba una cadena de oro que Lesbia
siempre llevaba puesta pues era un regalo de su novio; esa cadena le había sido arrancada
violentamente. Las primeras personas que entraron al lugar recordaban haber sentido olor a
éter y tanto en la habitación de doña Carmen como en la de Lesbia se encontraron motas de
algodón.

Según el informe levantado por los detectives no había señales de violencia ni en puertas ni
en ventanas.

Algunas vecinas se acercaron a presentar sus respetos y ofrecer ayuda; Ada, con gesto
agradecido, les indicaba que esperasen pues hasta que la policía no concluyera su trabajo no
se podía hacer gran cosa.

Lesbia, con los ojos aún abiertos, parecía preguntar desde la muerte qué había pasado.

Los pasos del padre Biaggi

El secretario del Palacio Arzobispal informó a Biaggi que monseñor tenía dos días en
Puerto Ordaz, así que éste pidió a Félix que lo llevara a la clínica García Parra pues quería
llegar a casa con algún médico que revisara a su hermana. El doctor Vinicio Grillet Herrera,
quien terminaba su turno, aceptó escoltarlo; este galeno recordaría que en todo el trayecto
el cura lloraba histéricamente al hablar de Lesbia, le contó que apenas la noche anterior
había anunciado la fecha de la boda. Grillet, que no sabía con claridad qué había pasado
con la chica, llegó a la conclusión por el estado del cura de que debía estar muerta.

Al llegar, una multitud invadía el frente de la casa; Biaggi no quiso de momento bajar del
auto así que Grillet entró solo.

Poco después haciendo acopio de valor se acercó a la entrada; varios vecinos acudieron a su
encuentro, él aprovechó para preguntar cómo había sido y la respuesta que recibió fue
brutal: «La mataron». Biaggi narró para el sumario lo que experimentó en aquel momento:

«Sentí que perdía el ánimo para entrar a ver a mi hermana muerta. Acudí a mi madre que
estaba en el porche, donde me detuve un rato.»

Allí lo encontró el doctor Grillet quien se retiraba al ver que su presencia era innecesaria,
pues ya había un médico forense en el lugar. Luego de hablar con doña Carmen el padre
Biaggi entró a sentarse en la sala y minutos después se acercó a la puerta del cuarto de
Lesbia; allí vio a un fotógrafo, al inspector Pedro Díaz Arvelo y al doctor Bártoli; quien al
notar su presencia expuso algo desconcertante:

– En mi opinión la causa de la muerte fue un derrame cerebral.

Biaggi ripostó con extrañeza

– ¿Por qué dice eso si ya me dijeron que la mataron?

Pero el médico, paseándose por el cuarto insistía en la insólita tesis; fue entonces cuando el
sacerdote notó las huellas de manos ensangrentadas en la pared y volteando hacia Pedro
Díaz exclamó: « ¡Investiguen esas manos!», a lo que el aludido respondió: «No Padre, la
mamá del novio nos dice que son de ella.»

«Entonces – narra Biaggi– me retiraron de la puerta y me senté otra vez en la sala; desde
donde fui llamado por el doctor Bártoli para mostrarme las heridas que mi hermana tenía en
el pecho.»

La vaina de un puñal

Mientras la gente corría nerviosa y desolada por la casa; Orlando encontró en el pasillo,
entre la habitación materna y la del cura, la vaina de un puñal confeccionada con un
ordinario papel–cartón de color amarillo. El jefe de los detectives la tomó de manos del
chico para guardarla en una bolsa; la funda medía 4 centímetros de ancho por 12 de largo;
el mismo tamaño del arma que acabó con la vida de Lesbia.
Al ser llamado nuevamente para que viera las heridas propinadas a su hermana, el padre
Biaggi no resistió la impresión y cayó desmayado; fue llevado en volandas a su habitación
de donde saldría a realizar diligencias una vez que estuvo repuesto.

Lo primero que hizo fue salir con Víctor Silva para dar aviso a sus hermanos en Caracas;
por aquella época la comunicación telefónica de larga distancia era tortuosa, por lo que
acudieron a casa de la familia León donde tenían un equipo de radio de onda corta. La
infausta noticia la recibió su hermano Nanzo, quien por cierto había desistido de un paseo a
la playa por haber pasado la noche en vela a causa de un fuerte malestar estomacal. El
sacerdote se dispuso a volver a casa, pero Víctor Silva se había marchado dejándole tirado
allí; contrariado comenzó a caminar. En el trayecto vio aproximarse el auto de Rigoberto
quien venía acompañado de su madre, la señora Carmen de Franceschi; así que se paró al
borde de la carretera creyendo que lo invitarían a subir pero el joven, aún viéndolo, pasó de
largo; en ese momento el reloj marcaba las 8:30.

La sangre de Lesbia

Teresa Bacadares de Gruber entró al número 7 de Vista Hermosa envuelta en el estupor y la


tristeza; valoraba a Lesbia como una chica servicial y amable; por lo que la noticia de su
asesinato la afligió sinceramente. Quiso verla pero un agente policial que montaba guardia
en la puerta impedía el paso, así que luego de ponerse a la orden para lo que hiciera falta,
salió a esperar.

A media mañana llegó un coche fúnebre para trasladar el cadáver a la morgue. Teresa
acudió solícita cuando Ada pidió ayuda para limpiar a su hermana; con ella entraron
Carmen de Franceschi y otra dama; pero una vez que estuvieron en la habitación, Ada
sufrió un colapso nervioso que la obligó a salir. Puesta en aquella ingrata tarea se manchó
las manos de sangre y al ver que la que había en el cuerpo de Lesbia se había coagulado,
dificultando la limpieza, se fue a la cocina a calentar agua.

Un rato después salió a buscar una sabana limpia para envolver el cuerpo, labor en la que
no tuvo éxito, finalmente tomó el agua tibia que había sobrado para lavarse las manos y
hecho esto se retiró a casa.

Según lo que declaró después, no regresó donde los Biaggi sino hasta las 4 de la tarde para
acompañarlos en el velorio.
Una joven nerviosa

Quienes conocieron a Lesbia la describían como una mujer de temperamento cambiante


que en ocasiones se mostraba seria e introvertida y en otras sorprendía por su alegría y
expansión; lo cierto es que padecía de un desarreglo nervioso que la obligó a buscar
tratamiento en Caracas cuando tenía 19 años. Por esa época vivió dos meses en casa de la
familia Espinoza en la segunda calle de Sabana del Blanco en La Pastora.

La timidez de Lesbia se acentuaba en presencia de su hermano el sacerdote; hombre


dominante y autoritario quien creía que la mujer debía ser tutelada. Doña Carmen Tapia
declaró en la PTJ que su hijo maltrataba a Lesbia de palabra y que incluso en una ocasión
llegó a abofetearla por desobedecerlo. Cuando la joven fue novia de Cipriano Perpetui, el
cura la obligó a romper alegando que ese pretendiente no era más que un simple mecánico
y al saber de su compromiso matrimonial con Rigoberto le ordenó renunciar al trabajo que
tenía «pues debía aprender los oficios del hogar».

El Dr. Reinaldo Sánchez Gutiérrez, abogado penalista y último patrón de Lesbia contó que
ésta era muy nerviosa y tenía temor de su hermano al que se refería siempre como «El
cura». Por su parte José Antonio Fernández, secretario de la Cámara de Comercio refirió
que cuando le ofreció empleo, Lesbia rechazó la oferta, alegando que al cura no le gustaba
que ella trabajara.

Por su parte María Concepción de Silva afirmó que en una oportunidad doña Carmen se
confesó molesta por la actitud de su hijo e inconforme tanto con que obligara a Lesbia a
retirarse del trabajo como que pretendiera que Orlando ingresara al seminario. Así las
cosas, el cuadro en casa de la familia Biaggi no se presentaba favorable al sacerdote, que en
unos días se vería enfrentado a un escandaloso proceso.

La urna blanca

América Oraá supo de la muerte de Lesbia por intermedio de unos vecinos que oyeron la
noticia en un extra de la radio local, perpleja se echó encima un trapo negro y salió. Al
llegar ya habían retirado el cuerpo; dio el pésame a la familia y se unió al grupo de curiosos
que esperaban frente a la casa.

Mucho después vio llegar la carroza fúnebre que traía los restos. Entre los que volvían de la
morgue reconoció a la cuñada de Lesbia, Amanda Franceschi. Considerando un deber
cristiano mitigar el dolor de la familia, evitándole las penosas tareas vinculadas con la
preparación del velatorio, ofreció su ayuda. Primero debían vestir el cadáver; éste que fue
traído en una urna de color marrón se cambiaría a una blanca que simbolizaba la pureza y el
honor defendido por la joven a costa de su vida.

América y Amanda se encerraron en la sala con otras cinco damas para arreglar a Lesbia;
antes de comenzar, la primera puso un pañuelo entre la mandíbula y la parte posterior del
cráneo a fin de mantener la boca cerrada; al hacerlo se llenó las manos de liquido
sanguinolento y fue a lavárselas; de regreso unió las piernas que permanecían separadas,
por efecto del rigor mortis, con una tira blanca que colocó por debajo de las rodillas. Un
poco después cuando levantaba el hombro derecho de Lesbia para ceñir la parte trasera del
desabillé volvió a mancharse las manos; así que salió otra vez a limpiarse. Una de las
señoras alzó el cadáver para ver las heridas y Amanda se acercó curiosa; al tocar el cuerpo,
tres dedos de su mano derecha se tiñeron de aquella sangre oscurecida por efectos de la
oxidación; así que imitando a América salió a lavarse.

Concluida la piadosa labor, el cuerpo fue metido en el féretro y las puertas se abrieron para
dar comienzo al velatorio. América y Amanda se quedaron aquella noche acompañando a
los Biaggi.

Totalmente vestida de blanco, Lesbia parecía una virgen vestal reposando en un níveo
lecho.

Rasguños en la cara

Cuando Rigoberto llegó a casa de su novia, algo en él llamó la atención: un arañazo


cruzaba su rostro; los detectives quisieron saber la razón y se lo llevaron detenido. La
madre, sintiendo caer sobre ella la mirada intrigada de los presentes exclamó: « ¡Qué
problema! Ahora mi hijo rasguñado desde antier por su hermanita.»

El muchacho estuvo dos horas rindiendo declaraciones en la delegación de la Policía


Técnica Judicial; Pedro Díaz, viéndolo nervioso y abatido, le entregó un cigarrillo al tiempo
que le decía con voz sosegada «Despreocúpate, que tú no eres.» Rigoberto que recibió la
frase con recelo la comentó con su familia al salir de allí.

Aparte de aquel corto interrogatorio, al joven sólo le fue extraída una muestra de cabellos y
jamás volvió a ser citado de manera oficial.

Otro que amaneció con el rostro marcado fue el profesor Antonio Ross; pero en su caso el
asunto no pasó de un enojoso incidente con un alumno que al verlo en clases el lunes le
preguntó guasón «Caramba profesor ¿Cómo que lo arañó la mujer? Obteniendo como
respuesta una fuerte reprimenda. Otra persona quiso saber qué le había pasado y sólo
recibió un seco «Me corte afeitándome.» Mientras que a una tercera le dijo que el arañazo
se lo había hecho su mujer. La policía nunca le interrogó sobre ese punto.

Ivonne Amoroso, una sospechosa

A las siete de la mañana del lunes 16 de octubre, América Oraá abrió el ataúd para retirar
del cuerpo el pañuelo y la tira blanca; puso ambas cosas en manos de Amanda que se
acercó a ver qué hacía; luego, cansada como estaba, se retiró a casa a reponer fuerzas pues
quería estar presente en el sepelio. La cuñada de Lesbia dobló cuidadosamente las prendas
y fue a buscar un sitio donde guardarlas.

Horas más tarde un nuevo acontecimiento alimentó el interés de los que seguían el caso:
Ivonne Amoroso, una menor de 17 años quien en el pasado mantuviera relaciones afectivas
con Frank Biaggi, era detenida. La aprehensión se llevó a cabo atendiendo una denuncia de
Nanzo quien la acusaba de ser la autora material e intelectual del crimen. Según el joven
abogado, Ivonne había querido vengarse de la familia por la burla de la que fue objeto
cuando al quedar embarazada de Frank, éste se desentendió diciéndole que no podía tener
nada con ella porque ya era casado.

La acusada alegó que de haber querido vengarse lo hubiera hecho cinco meses atrás cuando
fue deshonrada y no ahora; igual quedó bajo arresto domiciliario y cada día era llevada a la
sala de interrogatorios.
Caracas envía refuerzos

El martes 17 de octubre, Honorio Aranguren, director del Instituto de Formación de


Detectives de la Policía Técnica Judicial, fue a rendir cuentas ante su jefe Rodolfo Plaza
Márquez. En el despacho coincidió con el subdirector Carlos Olivares Bosque.

A poco de comenzar la reunión, la secretaria anunció que Nanzo Biaggi pedía ser recibido;
luego de una consulta gestual con sus colegas; Plaza Márquez autorizó la entrada.

Salvadas las usuales fórmulas de cortesía, Nanzo fue al grano. Venía a expresar su
insatisfacción por la manera en que se pesquisaba el asesinato de su hermana. Acusó de
incompetencia al inspector Pedro Díaz y solicitó el envío de investigadores
experimentados. Plaza Márquez, luego de escuchar los alegatos decidió poner el caso en
manos de Olivares y Aranguren; a quienes debían acompañar los inspectores Julio César
González y José Gutman.

A mediodía del miércoles 18 este nuevo equipo recibió de manos de Pedro Díaz todas las
actuaciones practicadas. Concluido el trámite formal ocurrieron a examinar la escena del
crimen. En 1981 con motivo del vigésimo aniversario del asesinato, el profesor Honorio
Aranguren recordaría para la prensa lo que hicieron aquel día. Lo primero fue reexaminar
puertas y ventanas, hallando imposible que el criminal accediera por ellas pues no tenían
marcas de violencia; con ayuda de las fotografías analizaron la posición del cadáver y como
los pisos ya habían sido lavados, practicaron la prueba de orientación de Adler para
reactivar rastros hematológicos; esa experticia evidenció huellas de pies ensangrentados
que iban de la habitación de Lesbia a la del cura; en el pomo de la puerta y en el closet de
ese cuarto también había trazas de sangre. En una de las gavetas se halló un par de medias
panty y por detrás de un mueble un ejemplar ensangrentado de una novela de Corín
Tellado, que después se sabría perteneciente a la occisa. A los detectives les pareció raro
que un sacerdote tuviera esas cosas en su habitación.

En el baño, piso y lavabo mostraban abundantes señales de sangre. Concluida la


exploración, Olivares Bosque conversó con Humberto Bártoli quien le comunicó un dato
crucial: el asesino padecía de blenorragia.

Olla de grillos

Ciudad Bolívar hervía en rumores; en la propia Vista Hermosa voces apagadas por el
susurro señalaban un culpable. «Parece que fue el cura», «Dicen que lo hizo el hermano»;
el cotilleo hallaba asidero en algunas publicaciones de prensa que solapadamente
implicaban al sacerdote. El miércoles 18, un reportero de «El Luchador» pidió a Pedro Díaz
que le confirmara si el padre Biaggi estaba detenido y varios días después, cuando éste fue
llamado a declarar, el periódico tituló: «Llegó la hora de la justicia, ya está en poder de la
PTJ el asesino.» Por su parte «La República» desplegó reporteros por toda la geografía
nacional en busca de personas que pudieran aportar cualquier dato sobre el cura.

En medio de tal clima Biaggi fue citado para un examen forense. Al llegar a la Inspectoría
vio con extrañeza que en vez de ser llevado al consultorio médico se le pasó a la oficina del
director. Allí, con Pedro Díaz y varios detectives, esperaba el doctor Humberto Bártoli. Lo
instaron a desnudarse por completo, pues querían examinar su cuerpo en busca de arañazos.
El sacerdote obedeció con embarazo porque en aquel lugar entraba y salía gente de forma
constante.

El reconocimiento duró horas; se extrajo una muestra de semen para realizar el despistaje
de gonorrea; se le practicó una prueba de lavado por frotamiento del pie para determinar si
la planta tenía rastros de sangre y se tomaron cabellos de la región temporal para el análisis
comparativo con los hallados en manos de la víctima.

Después comenzó un interrogatorio en el que tomó parte activa el médico forense; las
preguntas caían como goterones en una tormenta; el cura sudaba; los policías miraban con
recelo; el aire cargado de nicotina se hacía irrespirable. A las dos de la tarde Bártoli acercó
su rostro al del cura y rasgó con una pregunta la delgada cortina de humo que los separaba.

– Padre, ¿Por qué se mostró perplejo cuando le dije que la muerte parecía producida por un
derrame cerebral?

– Porque antes de entrar a mí casa me dijeron que la habían matado.


El médico miró a Pedro Díaz quien soltó con impaciencia.

– ¿Ves lo difícil que es esto? Mejor paramos un rato, necesito un café y una bocanada de
aire puro.

Médico y Director abandonaron la oficina para refugiarse en un cafetín de la zona, del que
regresaron a los veinte minutos. Al llegar a la delegación encontraron al padre Biaggi con
un cuadro de tensión baja. Irritado reclamó a Díaz por el trato recibido y el irrespeto a su
condición de sacerdote; lo amenazó con elevar una queja ante el propio ministro de Justicia
y llamó a sus hermanos, que esperaban afuera, para que lo sacaran de allí. Cuando el
clérigo y su familia se retiraban oyeron a Pedro Díaz farfullar «A ese cura lo hundo.»

Marcas triangulares

Enterado del incidente, monseñor Bernal envió sendas cartas de reclamo a Pedro Díaz y
Humberto Bártoli, éste último respondió la suya en tono conciliador y al día siguiente,
viernes 20 de octubre, salió a buscar al padre Biaggi para conversar con él. Cuando lo
hacía, Ivonne Amoroso era liberada por no haber pruebas que la vincularan con el
homicidio.

El fin de semana se lanzó una batida para capturar a dos ex reclusos de «El Dorado», que
merodeaban por Vista Hermosa la noche del crimen. Entre los cuarenta sujetos con ficha
policial que cayeron en la red, no estaban los sospechosos; ésos nunca serían detenidos. En
los días posteriores se presentaron a declarar varias mujeres que habían sido violadas
recientemente; el modus operandi que describieron del asalto al que fueron sometidas era
similar al sufrido por la hermana del sacerdote. El sádico las reducía con un puñal, las
adormilaba con éter y luego de saciar sus instintos dejaba marcas triangulares en los senos.

La tarde del martes 24 de octubre una aeronave procedente de Caracas tocaba pista en el
aeropuerto de Ciudad Bolívar; en ella venían los resultados de la experticia capilar.

Según el informe, preparado por los peritos Leopoldo Osío y Jesús Bustamante, los cinco
pelos hallados en la mano derecha de Lesbia pertenecían a un individuo adulto de sexo
masculino; cuatro de ellos eran de la región temporal y uno del tórax y lo más importante:
guardaban notable semejanza con los extraídos a Luis Ramón Biaggi.

Ese mismo día, pero por la mañana, Pedro Díaz había enviado un oficio al director de la
Cárcel Modelo pidiéndole que acondicionara un espacio para recibir al sacerdote. Los
bolivarenses de a pie presentían la batahola que estaba por desatarse; el rumor corría por las
calles.

El escándalo

A la una de la tarde del miércoles 25, Olivares Bosque y Honorio Aranguren arrestaban al
padre Biaggi. Cuando quiso saber las razones de su detención sólo obtuvo un parco «Mire
padre, o es usted o sabe quién es.» Al llegar a la Delegación lo encerraron en una oficina y
se olvidaron de él por horas. La guardia que pusieron en la puerta rotó varias veces; el
detenido solicitó en vano que lo atendieran, hasta que a medianoche agotado por la tensión
y el sueño se tumbó a dormitar en una mesa.

En la calle, donde no se sabía con certeza qué pasaba, los rumores estallaban y
desaparecían como el trueno; unos afirmaban que el padre Biaggi había sido detenido,
cuando disfrazado de mujer, abordaba una chalana para alcanzar la orilla norte del Orinoco;
otros aseguraban que estaba recluido en el Palacio Arzobispal con la promesa hecha por
monseñor Bernal de excomulgarlo y entregarlo a la policía si en verdad era culpable. Lo
cierto era que el religioso se enfrentaba a una dura indagatoria. A las dos de la madrugada
del jueves 26, Olivares y Aranguren entraron a despertarlo; el primero leyó un oficio
mediante el cual se autorizaba aquel acto desde Caracas.

Biaggi, medio dormido aún, trató de poner atención cuando Olivares expuso los indicios
que lo colocaban en el centro de las sospechas: Huellas de pisadas ensangrentadas salían de
la habitación de la víctima y llegaban a la suya; el picaporte de su puerta, su closet y el
lavamanos tenían rastros de sangre; en su cuarto se halló un par de medias panty y por
detrás de uno de sus muebles el ejemplar de una novelita rosa, manchado de sangre; por
otro lado llamaba la atención la conducta mostrada la mañana del 15 de octubre; según lo
declarado por el matrimonio Silva había salido de casa visiblemente nervioso y sin saludar,
arrancando el automóvil en frío y casi chocándolo contra la cerca, llevaba además algo
medio oculto en las manos; luego al ser notificado en la iglesia de la tragedia, en lugar de ir
directo a su casa se puso a dar vueltas por la ciudad; siendo que al llegar por fin, no quiso
entrar de una vez a la habitación de su hermana sino que se quedó fuera de la vivienda por
más de una hora, según lo afirmado por otro vecino.

– Además padre – le dijo Olivares Bosque – usted ha sido visto varias veces montando en
su carro a las muchachitas del liceo donde da clases.

De algún lugar afuera llegaba el tecleo de una vieja máquina cuando Biaggi, que
permanecía sentado con la mirada fija en sus captores, atinó a decir.

– Usted no sabe lo que dice.

– Vamos a dejarnos de tonterías padre; en su habitación hallamos la mordaza.

– ¿Qué mordaza?

– La que utilizó para que su hermana no gritara.

– ¡Dios santo! Yo no sé nada de mordazas.

– Puede decir lo que quiera, a partir de ahora queda usted a la orden del juzgado de
instrucción.

– No saben lo que hacen –repitió Biaggi– Cometen un error.


– Es usted un psicópata – le largó con desprecio Olivares antes de retirarse.

Aquella mañana una nota titulada «Identificado el sádico asesino de Guayana» captó el
interés de la opinión pública.

Un cura en la Cárcel Modelo

Por medio de un boletín oficial se informó de la detención de un pariente de la joven


asesinada y aunque por el secreto sumarial se omitía el nombre, la prensa no dudó en
señalar al sacerdote. Al día siguiente grandes fotografías de aquél adornaban titulares del
tipo: «El cura identificado como el sádico asesino», «Sacerdote mató a su hermana.»

Radio Bemba, más rápida y eficaz, convocó a centenares de curiosos que se agruparon
frente a la sede de la Inspectoría Regional; el ambiente allí era tan diverso, como
heterogéneo era el ánimo de la masa congregada; por aquí reclamaban la cabeza del cura,
por allá pedían misericordia para el caído. Cada vez llegaba más gente ansiosa por ver de
cerca al encausado; a medida que avanzaba el día la multitud aumentaba. Preocupantes
rumores viajaban en la niebla ácida de los alientos mezclados; se hablaba de un plan para
tomar por asalto el edificio, sacar de allí al monstruo y lincharlo. La Guardia Nacional fue
enviada a reforzar la seguridad y a media tarde se supo que el detenido sería trasladado a la
Cárcel Modelo de Ciudad Bolívar.

La operación no resultó fácil por la agresividad reinante. Los gritos de la muchedumbre


ahogaban las instrucciones de los oficiales. Pedro Díaz y Honorio Aranguren esperaron a
que el auto patrulla se aproximara a la puerta para salir con Biaggi. Cuando todo estuvo
listo, Díaz lo tomó del brazo y con gesto resuelto abandonó la Inspectoría. La turba aullaba,
los insultos llovían, la Guardia luchaba por contener la furia. El sacerdote impertérrito
levantó el rostro hacia quienes lo atacaban y alzando la mano derecha impartió una
bendición mientras exclamaba.

– ¡Perdónalos Dios mío, que no saben lo que dicen!

Aquello agudizó el malestar y sólo la rápida puesta en marcha de los vehículos evitó una
tragedia. Biaggi miraba con tristeza a través de las ventanillas pensando en que muchos de
quienes ahora lo embestían, hasta ayer formaban parte de su grey.
Sopa de rumores

Dos días después Olivares y Aranguren recibían en Caracas una fuerte reprimenda. La
iglesia puso el grito en el cielo y amenazaba con demandas; sus representantes
consideraban que el secreto sumarial había sido violado poniendo con ello en picota el buen
nombre de un sacerdote.

En Ciudad Bolívar el padre Biaggi oraba frente a un altar que improvisó en su sitio de
reclusión; no estaba precisamente en una celda, el director de la Modelo ordenó que se le
arreglara un espacio al lado de la enfermería, donde podía recibir, sin trabas, visitas de
familiares y amigos. Algunos periodistas exigían saber la razón de tal privilegio – el lugar
de un preso es un calabozo, al lado de otros presos – apostillaban.

El caso Biaggi era una rica veta de material noticioso; la prensa escudriñaba cada ángulo de
la historia interrogando a todo aquel que manifestara conocer al sacerdote; por las páginas
rojas desfilaron amigos de la infancia, antiguos condiscípulos, parientes perdidos en el
espeso follaje del árbol genealógico y hasta el viejo maestro de escuela que le enseñó las
primeras letras.
Los periódicos agotaban sus ediciones y cada día ofrecían nuevas historias; el 27 de octubre
«El Mundo» y «Clarín» recogían un rumor que corría con fuerza en Ciudad Bolívar según
el cual Lesbia y Luis Ramón no eran hermanos carnales; ese runrún dio pábulo a otro de
mayor calado: ambos mantenían en secreto relaciones sexuales, hasta que la madrugada del
15 fueron sorprendidos por la madre quien fuera de sí tomó un cuchillo dando muerte a la
chica; esta especie se apoyaba a su vez en la supuesta conducta glacial observada en doña
Carmen la mañana en que encontró muerta a Lesbia.

En materia de imagen el presbítero no las tenía todas consigo; mucha gente lo creía sin
vocación y algunos profirieron graves acusaciones en su contra; Soledad de Quintero y
Eugenia de Sánchez, dos jóvenes señoras del casco central de la ciudad, lo calificaron sin
más de mujeriego; Ricardo Espina, recepcionista del Hotel Bolívar, manifestó que su vida
privada dejaba mucho que desear y las camareras del mismo hotel indicaron al reportero
José Campos Suárez que en más de una ocasión había llevado prostitutas a ese lugar,
«Llegaba a altas horas de la noche y salía antes del amanecer para evitar que lo vieran.» El
mismo arzobispo recordó que hacía apenas un mes le advirtió que pecaba por inmodestia y
que pronto recibiría un latigazo de Dios como castigo.

Biaggi por su parte no se cansaba de repetir que era inocente; así lo dijo a la prensa, a su
madre, a su padre, a sus hermanos, a monseñor Bernal y al propio Cardenal José Humberto
Quintero. Las palabras «Soy inocente» dejarían pronto de ser la natural retahíla de un
sospechoso para convertirse en una causa personal en la que se le iría la vida; y es que en
pocas horas el llamado Caso Biaggi experimentaría un prodigioso vuelco.

Amanda y el pañuelo

El domingo 29 de octubre América Oraá madrugó para buscar la prensa; una vez en casa,
provista de una taza de humeante café, paseó la vista por los titulares de última página de
cada periódico hasta que el de «La República» acaparó su atención: «Las huellas de sangre
condenan al sacerdote». Sus autores, que decían haber tenido acceso al expediente de forma
confidencial, exponían uno a uno los indicios y evidencias que llevaron a la detención del
padre Biaggi.

A medida que leía, el asombro asaltaba el rostro de América; el artículo hablaba de pisadas
que salían del cuarto de Lesbia y terminaban en la sala de baño, en cuyo lavamanos se
limpió el asesino; las huellas impregnadas de sangre salían de allí y terminaban en la
habitación del cura, en la que también se reactivaron rastros hematológicos; encontrándose
además una pieza clave: el pañuelo que el presunto fratricida había empleado para
amordazar a su víctima; ese pañuelo estaba en una mesita de noche al lado de su cama.

Con un brillo especial en la mirada, la mujer corrió a mostrar la nota a Teresa de Gruber y
Graciela de Ávila, dos de las damas que ayudaron a limpiar el cadáver. Una vez que
intercambiaron impresiones fueron a buscar a la única persona que podía dar una respuesta
a sus inquietudes.

Amanda Franceschi las vio llegar en desbandada y sin que mediara el saludo la atrapó una
pregunta.
– ¿Dónde guardaste el pañuelo que le quitamos a Lesbia? – No sabiendo a qué venía
aquello, la joven respondió con ojos intrigados.

– Lo metí en la mesa de noche del cuarto del padre Biaggi.

– ¿Oye, tú fuiste?

– ¿Qué hice? – preguntó nerviosa.

– Toma, lee el periódico.

Al terminar de leer, pudo ver que una de las pruebas que se esgrimían en contra del cura,
era el pañuelo que quitaron del rostro de Lesbia y que ella había guardado en la habitación
del primero. Miró asombrada a las tres mujeres y preguntó queda.

– ¿Qué hacemos?

Lo que hicieron fue ir al Palacio Arzobispal para poner a monseñor Bernal al corriente de lo
que sabían; éste les pidió que lo acompañaran a ver al padre Biaggi y una vez en la cárcel
reconstruyeron para él todo lo que hicieron la mañana en que limpiaron y vistieron el
cadáver de Lesbia.

Teresa Bacadares recordó que salió a calentar agua para facilitar la limpieza y que en algún
momento alguien pidió una sabana para envolver el cuerpo, por lo que ella con las manos
llenas de sangre, acudió al cuarto del sacerdote manchando el picaporte y la puerta del
closet; que al no encontrar lo que buscaba retornó a la escena del crimen y que al terminar
su labor se lavó las manos en el baño.

América contó que uno de los hermanos del cura facilitó un pañuelo pues se necesitaba
sostener la mandíbula de la muerta, operación que realizó ella colocando la pieza de tela
entre la parte posterior de la cabeza y la quijada; que también ató las piernas con una tira
retirando ambas cosas a la mañana siguiente y entregándoselas a Amanda para que las
guardara y que como hizo Teresa, también ella fue al baño a lavarse.

Amanda por su parte refirió que por curiosidad tocó las heridas, manchándose tres dedos de
su mano derecha por lo que también terminó usando el lavamanos y que a la mañana
siguiente América retiró del cuerpo el pañuelo y la tira encargándole que dispusiera de
ellos. «Cogí las tales cosas y las fui a guardar al cuarto del padre Biaggi, quien estaba en su
cama despierto. Me preguntó qué hacía y le respondí que nada, guardando el pañuelo y la
tira en la parte baja de la mesita de noche.»

Biaggi que permanecía mudo esperó el final del relato para pedirles que acudieran a la
policía a declarar todo lo que le habían contado. «Esto – dijo convencido – echa por tierra
las mal llamadas pruebas infalibles que llevaron a mi detención.» Las tres mujeres,
acompañadas por el arzobispo, solicitaron que se les tomara declaración formal cosa que
haría el propio Olivares Bosque la mañana del 3 de noviembre de 1961.
La muerte de Pedro Díaz Arvelo

En tiempos de la dictadura Díaz Arvelo trabajó como bombero en Maracay hasta que con la
llegada del nuevo régimen pasó a engrosar las filas del naciente Cuerpo Técnico de Policía
Judicial; al igual que otros muchos aspirantes tomó el cursillo para formación de detectives
que tenía una duración de 6 meses y una vez asimilado consiguió rápidos ascensos que lo
llevaron desde la Brigada de Delitos contra las Personas en Barcelona hasta la jefatura de la
Inspectoría Regional de Ciudad Bolívar. La tarde del 30 de octubre de 1961 se embarcó con
varios colegas en una curiara para ir a investigar el homicidio de un obrero en la mina de
diamantes «El Merey» y cuando surcaban de regreso las procelosas aguas del Caroní la
rustica embarcación volcó; todos los hombres cayeron al río sin mayores consecuencias
salvo Díaz quien estrelló la cabeza contra una piedra. Su cadáver sería hallado 48 horas
después; no faltaron sacerdotes que dijeran desde los púlpitos que aquella muerte era un
castigo del cielo por atreverse a levantar infundios contra un representante de Dios. Los
restos del inspector fueron inhumados en el cementerio de Maracay.

Esperanzas frustradas

El mismo día que el inspector partió al encuentro de la muerte, la prensa anunciaba el


regreso de Olivares y Aranguren a Ciudad Bolívar; esta vez los acompañaba el jefe de
laboratorios, Dr. González Carrero, quien al llegar afirmó enfático que la PTJ no tenía
ninguna duda sobre las pruebas que señalaban al padre Biaggi. La mañana del viernes 3 de
noviembre Olivares Bosque tomó declaración a las mujeres que limpiaron y vistieron el
cadáver, recogiendo su versión de lo sucedido con las manchas de sangre y la supuesta
mordaza. Este hecho reavivó el alicaído ánimo del padre Biaggi quien confiaba en una
pronta exoneración, sin saber que le esperaba una desagradable sorpresa.

Cuatro días después el Dr. Álvaro Natera Febres, juez de instrucción de Ciudad Bolívar le
dictaba auto de detención; decisión que tomó según sus propias palabras «por haber hallado
en el expediente fundados indicios de culpabilidad en contra del sacerdote.»

El acto, que duró unos diez minutos, comenzó a las 4 de la tarde en la enfermería de la
Cárcel Modelo y en el mismo estuvieron presentes, además del culpado y el juez, los
secretarios del tribunal, el director del penal y Nanzo Biaggi quien había asumido la
defensa de su hermano. El clérigo escuchaba con rostro cejijunto la monótona voz del
secretario que leía los doce folios del fallo; las aspas asmáticas de un viejo ventilador
luchaban en vano contra el pegajoso calor que llenaba el recinto; afuera los periodistas
aguardaban impacientes. Concluido el acto se cerraba formalmente la primera etapa del
proceso; a partir de ahora el abogado y su cliente tenían acceso al sumario y sin perder
tiempo se sentaron a escudriñarlo. Era ya de noche cuando terminaron de leer y tomar
notas; los reporteros aletargados en la bochornosa espera se revolvieron en las sillas al ver
salir al grupo y aunque el juez y el abogado se mostraron herméticos, el lomito para la
contraportada del día siguiente estaba servido: al cura le habían dictado auto de detención.
Anomalías

Veinticuatro horas más tarde dos técnicos de la PTJ se personaron en la Modelo para
reseñar al padre Biaggi, éste al terminar el proceso se retiró a orar en su celda y en eso lo
encontró el Dr. Cesáreo Espinal Vásquez, a quien había designado para acompañar a su
hermano en la defensa. La primera acción de este equipo consistió en apelar el fallo de
Natera Febres; recurso que basarían en las inconsistencias detectadas en el sumario y
algunas irregularidades observadas en los razonamientos del juez. Aquel día se pudo saber
que horas antes de dictar el auto de detención, Natera Febres fue conminado por la Fiscalía
a tomar una decisión a favor o en contra del sacerdote pues ya había excedido en varios
días el lapso legal para hacerlo. La razón de esa tardanza la develaremos más adelante; por
ahora veamos las anomalías del caso Biaggi.

Cuando el cura y su hermano leyeron el expediente instruido por la PTJ, notaron


estupefactos que detrás de los cargos parecía esconderse un fraude policial y jurídico. En
aquellas tempranas horas no tenían muy claro el porqué de esa actuación pero estaban
dispuestos a enfrentarla; lo primero era poner en evidencia las irregularidades, una de ellas
era la no consignación en el sumario de varios elementos que aparecieron en la escena del
crimen, entre los que se contaban los siguientes: las motas de algodón halladas tanto en el
cuarto de la víctima como en el de la madre, y que impregnadas de éter pudieron haber sido
usadas por el criminal para narcotizarlas; las colillas de cigarrillo de las que se pudieron
tomar huellas dactilares; la fotografía de Jesús Evans, apuesto joven caraqueño amigo de
los Biaggi, que estaba despedazada junto al cadáver, fotografía que la occisa guardaba en la
gaveta de su mesita de noche; la ausencia de la cadena de oro obsequiada a Lesbia por su
novio y las escoriaciones observadas en el cuello de la chica, señal de que le fue arrancada
violentamente; la rústica vaina de puñal encontrada por Orlando y que el propio Pedro Díaz
tomó de sus manos.

La pregunta lógica es por qué nada de eso se asentó en el expediente, siendo todos
elementos de capital interés para la investigación; pero el asunto no para aquí, recuerden
nuestros lectores la curiosa escena que se dio entre el sacerdote y Pedro Díaz cuando aquél
fue llamado al cuarto de Lesbia. Biaggi notando en la pared claras huellas de manos teñidas
de sangre pidió que fueran investigadas, recibiendo como respuesta que no era necesario
pues la madre de Rigoberto habría dicho que esas marcas las había dejado ella a primera
hora de la mañana cuando entró a ver a su nuera muerta. Sólo que esta señora no llegó a esa
casa sino mucho después del cura, pues éste la vio pasar en el auto de Rigoberto cuando
regresaba de comunicar por radio la mala nueva a sus hermanos en Caracas; fue extraño
además que ambos viéndole andar por la carretera no se detuvieran a darle la cola. Y en
todo caso cómo se justifica que un investigador profesional se deje disuadir por cualquier
persona que la inste a pasar por alto una pista de tanta importancia.

Otro hecho insólito fue la corta detención del novio, quien lucía un rasguño en la cara
cuando se sabía que la víctima había luchado con su asesino, pues entre las uñas se
encontraron restos de piel. ¿Por qué se le libera sin más diciéndole además que no se
preocupara pues él no era considerado culpable? ¿Cómo podía saberse eso sin someterlo a
ninguna experticia forense?

Además de lo referido hasta ahora, está el hecho de que el juez no tomó en cuenta las
importantes declaraciones hechas pocos días antes de la sentencia por las mujeres que
lavaron y vistieron el cadáver y que daban una explicación plausible a los rastros de sangre
hallados en la habitación del padre Biaggi; amén de que aclaraban lo relacionado con la
supuesta mordaza.

Otras anormalidades se relacionaban con los exámenes practicados al sacerdote y cuyos


resultados tampoco fueron consignados en el sumario; eran estos la ausencia de rasguños en
su cuerpo; la prueba de lavado por frotamiento del pie que estableció la ausencia de rastros
hematológicos; la comparación fotográfica entre la pisada del sacerdote y la encontrada en
el cuarto de su hermana que revelaba una clara diferencia en la morfología de ambos pies y
la más importantes de todas: Luis Ramón Biaggi dio negativo para gonorrea.

Sobre este último punto abundó el clérigo en los tres libros que escribió relativos al caso.
Narra en ellos que cuando monseñor Bernal reclamó a Pedro Díaz y a Humberto Bártoli,
por el trato que le dieron durante el examen forense, el médico fue a buscarlo a la cárcel
pública donde Biaggi ejercía de capellán y delante de la trabajadora social, Antonieta
Chaparro le dijo, al tiempo que esgrimía un sobre.
– Oye chico me extraña que te quejaras con monseñor, si tú y yo somos amigos. No tienes
de qué preocuparte, acá traigo los resultados de tus exámenes médicos y ellos te favorecen
porque dieron negativo.

Biaggi le dejo en claro que no sentía ningún temor por esa prueba pues estaba consciente de
no padecer ninguna enfermedad de transmisión sexual, dando por terminada la corta
entrevista; pero Bártoli luego de reconocer frente a una testigo que el cura no era
blenorrágico omitió consignar en el expediente esos resultados y todos los otros que lo
favorecían. Días más tarde el propio Biaggi pidió un nuevo examen para que fuera
agregado a su causa.

Para remate, en las consideraciones expuestas por el juez para dictar su fallo se podía ver
que algunas declaraciones fueron manipuladas; por ejemplo en relación a cómo se
encontraban las ventanas el día de autos, el juez apuntó que según lo dicho por testigos
aquéllas estaban cerradas de forma normal cuando en realidad las primeras personas en
llegar a la escena declararon que estaban entreabiertas; otro punto cambiado por Natera
Febres fue lo dicho por el sacerdote sobre su salida de la casa, señala textualmente el juez:
«En su declaración ante la PTJ ratificada en este tribunal, el presbítero Biaggi dice que el
domingo 15 de octubre del presente año, al salir muy por la mañanita de su casa hacia la
iglesia, encontró la puerta de la calle abierta… Esta declaración contrasta con la de la
señora Carmen Azanza de Liccione que unos minutos antes de que el padre saliera de su
casa, estuvo a las puertas de la familia Biaggi, en busca de Lesbia, encontrando la puerta de
la calle totalmente cerrada.»

La declaración real del padre Biaggi asentada en el expediente es la que sigue: «Me puse mi
sotana y salí hacia la puerta de la calle, notando que dicha puerta estaba abierta, eran las
seis y veinte minutos de la mañana.» Podrá notar el lector que el declarante fue preciso en
la hora y jamás dijo aquello de que salió «muy por la mañanita»; por su parte lo que declaró
realmente la testigo Carmen Azanza es que llegó a su casa aproximadamente a las cinco y
que luego de dejar allí a su hija se fue a la esquina a ver si veía a Lesbia; siendo falso que
haya dicho que llegó donde los Biaggi «unos minutos antes de que el padre saliera.» Se
puede ver que entre la llegada de Azanza y la salida del sacerdote medió 1 hora y 20
minutos. Cabe preguntarse qué interés tenía el juez en aminorar ese lapso de tiempo.
¿Quería subrayar acaso una supuesta contradicción entre la puerta que vio abierta el cura y
la que vio cerrada Azanza? Sobre este mismo punto es importante recordar que esta señora
jamás llegó a casa de los Biaggi pues fue interceptada por el profesor Ross quien le dijo que
se devolviera pues la familia aún dormía.

Esta testigo aclararía después que jamás afirmó ver la puerta ni cerrada ni abierta pues
desde el punto donde estaba no podía distinguir nada por sufrir de miopía. De forma
extraña Carmen Azanza de Liccione fue sacada de Ciudad Bolívar dos días antes de ser
contactada por los abogados de Biaggi. Jamás volvió a ser localizada.

Otro punto adulterado fue el de la reacción del clérigo al recibir la noticia de que en su casa
había ocurrido una tragedia. Según lo asentado por el juez, aquél habría preguntado de
inmediato y desesperado « ¿Qué pasó con mi hermana?» Veamos cuál fue el diálogo real:
Félix Rodríguez una vez atraída la atención de Biaggi le dijo – «Padre, que vaya urgente a
su casa que allá ha sucedido una tragedia» – « ¿Con quién?» – «Con la muchacha de la
casa». Despojándose de los ornamentos el sacerdote corrió hasta su auto y ya dentro del
mismo fue cuando preguntó – « ¿Qué ha pasado con mi hermana? A lo que le respondió
Félix– ¡Está muerta!»

Esta versión de lo conversado es la que estaba asentada en el sumario que estudió Natera
Febres; sin embargo al recogerla en sus consideraciones la distorsionó suprimiendo la parte
del diálogo en la que el testigo le dice al sacerdote que la tragedia tenía que ver con la
muchacha de la casa; y como sabemos la única muchacha que vivía allí era Lesbia de tal
manera que resultaba lógico que Biaggi preguntara qué había pasado con su hermana. Más
aún, el maestro Félix Rodríguez narró para el expediente que se enteró de lo ocurrido
cuando estaba desayunando; su esposa se le acercó alarmada diciéndole que algo grave
sucedía en casa de la familia Biaggi; él salió a enterarse y una vez en la calle se topó con la
señora Carmen Tapia quien llorando le dijo que su hija estaba muerta. De tal manera que el
testigo sabía desde el principio quién había fallecido.

Otra vez nos preguntamos ¿Por qué el juez suprimió detalles tan importantes para la
comprensión cabal del caso?

Para finalizar esta parte de la crónica veamos la razón por la que Natera Febres excedió el
lapso legal para emitir su fallo; para esto debemos volver sobre la experticia capilar cuyas
conclusiones llegaron a Ciudad Bolívar el 24 de octubre de 1961, un día antes de que la PTJ
detuviera a Biaggi. Recordemos que en ese informe se decía que de los cinco pelos hallados
en la mano derecha de Lesbia, cuatro eran de la región temporal y uno del tórax y que
guardaban notable semejanza con los extraídos a Luis Ramón Biaggi. Bien, había un detalle
que al principio no se tomó en cuenta: el sospechoso era lampiño; carecía de vellos en el
tórax; había un error evidente que podía echar por tierra el fraude. Sobre este punto
reflexionó el culpado de esta manera: «Al principio procedieron con tanta ligereza que no
se dieron cuenta de que yo no tenía pelos en el pecho y como interesaba presentarme como
el criminal había que decir que ese pelo no era del pecho sino del pubis. Fue el mismo juez
quien se dio cuenta del error, así que se reelaboró el informe en Caracas y hasta que el
mismo no llegó a Ciudad Bolívar, no se decretó la detención.»

Otro punto oscuro en este caso está en el hecho de que en la mañana de ese mismo día 24,
cuando todavía no llegaban los resultados del estudio capilar; Pedro Díaz envió un oficio al
director de la Cárcel Modelo pidiéndole acondicionar una celda para el padre Biaggi. Si
supuestamente aún no se sabía qué conclusiones arrojaba el informe ¿Por qué se hacían
arreglos para enviarlo a prisión? Es otra pregunta que debemos hacernos.
¿Un juez amenazado?

El jueves 9 de noviembre de 1961 los abogados defensores impugnaron el auto de


detención y el caso se elevó al Juzgado de Primera Instancia, a cargo del doctor Alcibíades
Cárdenas. El día 10 cuando este juez recibía el expediente, una información de origen
desconocido cobraba fuerza en la ciudad: el padre Biaggi acosado por la culpa se había
quitado la vida disparándose a la cabeza. La especie repetida hasta el hastío colapsó las
líneas telefónicas hasta que el propio sacerdote salió a desmentirla.

El lunes 13 los enviados especiales de Últimas Noticias recolectaron para su periódico una
información que revestía suma gravedad; personas desconocidas hablaron por teléfono con
la esposa del Dr. Cárdenas para transmitirle una amenaza: «Si no ratifica el auto de
detención, su vida y la de sus familiares correrán peligro.» Al día siguiente el juez
confirmaba en 17 líneas la decisión tomada por Álvaro Natera Febres; sentencia que
provocó indignación en los abogados defensores, quienes conocedores de las
irregularidades que plagaban el expediente confiaban en que tras un examen concienzudo
del mismo, Cárdenas reparara lo hecho por su colega. Siete días después y estando
recusado, el juez de Primera Instancia declaró para «La República» que nadie lo había
amenazado y que la decisión la había tomado con criterio claro y consciente, apegado a la
responsabilidad que su cargo demandaba. El 16 de noviembre, dos días después de que se
le ratificara el auto de detención, el padre Biaggi solicitó ante la Sala Político
Administrativa de la Corte Suprema de Justicia que su juicio se radicara en Caracas,
alegando tener serias dudas sobre la imparcialidad de la administración de justicia en
Ciudad Bolívar.

El expediente pasaba ahora a manos del Dr. Pastor Ollarves, titular del Tribunal Superior en
lo Penal quien a mediodía del 27 de noviembre confirmó la decisión de Alcibíades
Cárdenas. Ollarves desapareció del tribunal apenas tomó la decisión y fue su secretario
quien, en clave telegráfica, comunicó los pormenores a la prensa.

El caso Biaggi caía ahora en la tela de araña burocrática del sistema judicial y no saldría de
allí en años.

Penitenciaría General de Venezuela

A las once de la noche del martes 30 de enero de 1962, una camioneta panel aguardaba con
el motor encendido. Ciudad Bolívar dormía profundamente cuando una sombra se perfiló
contra la amarillenta luz que escupía la puerta de la Cárcel Modelo. Eran las siluetas del
padre Biaggi y los guardias que lo escoltaban. El sacerdote era trasladado en secreto,
medida que se tomó para evitar el tumulto que de seguro se armaría de hacerlo a plena luz.
La camioneta tosió asmática cuando el chofer la puso en marcha y no paró hasta llegar al
puerto de las chalanas, donde monseñor Bernal esperaba para despedirse de su acólito; era
él la única persona que sabía de aquel traslado. ¿Qué había pasado?

Quince días antes la Corte Suprema de Justicia aprobó la solicitud de erradicación del
juicio, ordenando que el mismo fuera llevado por el Juzgado Primero de Primera Instancia
en lo Penal del estado Guárico.

Después de recibir la bendición del arzobispo, el acusado se alistó para afrontar el pesado
viaje. Las ocho horas de camino transcurrieron entre la charla insustancial de los guardias y
las paradas de descanso; cuando el sol comenzaba a calentar entraban al recinto que ha
visto pasar a los más famosos personajes de la historia criminal venezolana: la Penitenciaría
General de Venezuela.

Violación del secreto sumarial

Entre las numerosas aberraciones de este proceso hay una que por su especial importancia
quisimos reseñar aparte: la violación del secreto sumarial.

El caso Biaggi, cuyas pesquisas comenzaron la mañana del 15 de octubre de 1961 no


entraría en etapa plenaria sino hasta el 11 de diciembre de ese mismo año. Sin embargo sus
detalles fueron de dominio público mucho antes de esa fecha; la información permeó de
forma velada pero efectiva apelándose a dos armas: la insinuación y el rumor. Con ellas se
fue perfilando en la imaginación popular la idea de que el cura había sido el autor del
crimen.
Recordemos que esa especie ya corría por la ciudad el 16 de octubre; día por cierto en que
«El Luchador», vespertino local, decía que Rigoberto Franceschi « al parecer no tenía nada
que ver con el asesinato». Este mismo diario sugirió días después en la nota titulada «El
pueblo de Guayana no perdonará jamás ningún encubrimiento sobre el crimen», que
poderosos intereses podrían estar conspirando para que se ocultara la verdad al pueblo.
Otros medios de la época ayudaron a que el caldo se espesara, dando cabida en sus páginas
a cuanta patraña surgía en el ambiente. Así llegamos al 25 de octubre fecha en la que
Olivares Bosque revela en rueda de prensa que se detuvo a un pariente de la víctima y
aunque no se dijo el nombre, los medios no dudaron en señalarlo con todas sus letras.
¿Cómo fue posible eso? Jomar, reportero de «El Luchador», cometiendo una infidencia, dio
la clave sobre este punto. Al momento de sus declaraciones, Bosque dejó a la vista de los
periodistas, como quien no quiere la cosa, parte del sumario.

Posteriormente «La República» publicó los indicios que llevaron a la detención del
sacerdote; según confesaron los autores en la misma nota, habían tenido acceso a los
detalles del proceso de forma confidencial; pero la tapa del frasco fue la publicación de un
serial anónimo llamado « El expediente secreto del padre Biaggi» folletín que prometía
revelar punto por punto el contenido del sumario y aunque circuló sin pie de imprenta se
supo que su creación fue obra del periodista Oscar Yanes, quien para la época se
desempeñaba como adjunto a la presidencia de la Cadena Capriles; la impresión se realizó
en los talleres de «Grabados Nacionales», propiedad del editor Miguel Ángel Capriles.

El padre Biaggi denunció que su expediente fue tergiversado y entregado a la prensa por las
mismas autoridades judiciales; en una acción de la que esperaban dos cosas: obtener
jugosos beneficios y dejar bien cimentada en la mente del pueblo la idea de su culpabilidad.
Del folleto se tiraron seis ediciones, hasta que por reclamo de la iglesia católica se sacó de
circulación.

Un largo camino a la libertad

Al procesado se le asignó el dormitorio del capellán como lugar de reclusión, lugar en el


que pasaba la mayor parte del tiempo. Su destino estaba ahora en manos de los doctores
Manuel Álvarez Amengual, Juez de Primera Instancia en lo Penal y Felipe Antonio
Torrence, Fiscal del Ministerio Público del estado Guárico. El 1 de marzo de 1962 la
defensa pidió a este último que se abstuviera de formular acusación pues ya se había
demostrado suficientemente que las pruebas e indicios presentadas por la PTJ carecían de
valor. El fiscal sin embargo siguió adelante y siete meses después realizaría la lectura de
cargos.

El 15 de junio de 1962 un nuevo hecho luctuoso llenaba de dolor a la familia Biaggi; en un


frío apartamento caraqueño, al que llegó huyendo del acoso de la prensa, moría Carmen
Tapia; según Alejandro Capriles, médico forense del hospital Vargas, la muerte se produjo
por infarto al miocardio. A los tres meses del infausto suceso, su hijo publicaba un libro al
que llamó « Mi drama, autodefensa »; obra con la que denunció y desmontó las supuestas
pruebas que contra él esgrimió la Policía Judicial. « Mi drama, autodefensa » cuya edición
estuvo a cargo de «Escuelas Gráficas Salesianas» se vendía a 5,00 bolívares el ejemplar y
se esperaba que lo recaudado ayudara a pagar los costes de la defensa; pero apenas un día
después de su salida, el diario «Últimas Noticias» comenzó a publicarlo por entregas, sin
permiso del autor. Vale acotar acá que con el caso Biaggi los dueños de la Cadena Capriles
obtuvieron pingües ganancias, pues aparte de « El expediente secreto del padre Biaggi»,
editaron una fotonovela y unos poemas apócrifos de Lesbia que aseguraban haber tomado
de su diario personal; siendo ya el colmo la publicación no autorizada del libro; eso llevó a
que el domingo 30 de septiembre de 1962 la familia Biaggi expresara su protesta por medio
de un remitido.

Casi al mismo tiempo que el libro salía de imprenta, el Ministerio Público presentaba un
escrito en el que solicitaba para el cura pena de 19 a 24 años y anunciaba que la lectura de
cargos se llevaría a efecto el día 2 de octubre. En aquel acto el fiscal repitió sin mucha
convicción las acusaciones contenidas en el expediente, acusaciones que fueran rebatidas
una a una por el propio sacerdote; quien aprovechó además para dar al juez un ejemplar de
su libro. Pasarían 15 meses para que el caso avanzara a una nueva fase, esta vez favorable
al encausado. El lunes 20 de enero de 1964 el Juzgado de Primera Instancia en lo Penal de
San Juan de los Morros lo absolvía, pues como tantas veces había repetido Biaggi, en el
expediente sólo había presunciones policiales, no se asentaba una sola prueba plena.

Sin embargo el proceso no concluía allí porque el fiscal Felipe Antonio Torrence apeló la
decisión; con lo que el expediente subía al Juzgado Superior; tribunal que confirmó la
sentencia absolutoria el 29 de julio del mismo año. A partir de ese momento el padre Biaggi
quedaba en libertad provisional mientras se decidiera el recurso de casación que introdujo
la fiscalía ante la Corte Suprema, alegando que los jueces no habían estudiado con
detenimiento las pruebas indiciarias presentadas por la PTJ.

Confinado a la jurisdicción del estado Lara, el clérigo se dedicó a dar clases en la escuela
«Sagrado Corazón de Jesús», ubicada en el barrio El Suspiro de Barquisimeto.

Nemo reus, nisi probetur

El miércoles 3 de agosto de 1966 la Sala Accidental Penal de la Corte encontró procedente


la denuncia que sobre infracciones de forma hiciera el fiscal Felipe Antonio Torrence y
anuló la sentencia absolutoria, ordenando que el Tribunal de Reenvío estudiara las pruebas
indiciarias. Esas pruebas eran:

 Los pelos humanos hallados en las manos de Lesbia Biaggi


 Pruebas del semen encontrado en la vagina de la víctima
 Las huellas de sangre y de pies halladas en la habitación

Analizadas como ordenó la Sala Accidental las tales pruebas, el Tribunal de Reenvío emitió
sentencia firme el 26 de abril de 1967. Luis Ramón Biaggi Tapia quedaba plenamente
absuelto de los delitos que se le imputaban. La decisión se basó en las siguientes
conclusiones:

El médico forense César Bello D´Escrivan certificó que en el semen extraído al padre
Biaggi no apareció rastro de ningún tipo de germen.
Al usar los expertos, en el informe final, la palabra «presumimos» en relación a que los
cabellos encontrados en la mano de la víctima pudieran pertenecer al padre Biaggi denotaba
que no tenían seguridad de ello. Los peritos no dijeron que dichos cabellos fueran
«idénticos» sino «semejantes», por lo que no se podía demostrar de forma categórica que
pertenecieran al indiciado.

En el análisis de esos mismos cabellos, ordenado por la Corte Suprema, se demostró que
existía una gran diferencia entre los encontrados en la mano de la víctima con los
desprendidos, para el análisis, de los temporales del indiciado.

En un primer momento, los expertos afirmaron que un pelo de los hallados en la mano de la
víctima era del tórax y días después dijeron que era del pubis. Al variar de esa manera en
una experticia, incurrieron en grave ligereza.

En cuanto a la sangre hallada en sabanas y otras prendas, una testigo afirmó que ella las usó
para soportar la cabeza de la víctima mientras se le cambiaba de la urna marrón a la blanca,
lo que justificaría que esas prendas, que se aportaron como pruebas contra el sacerdote,
estuviesen manchadas de sangre.

No consideró concluyente el informe sobre las huellas de pisadas en la alcoba de la víctima


pues no se pudo demostrar a cabalidad que pertenecieran al indiciado. Los técnicos que
compararon las fotos de las pisadas con la huella en tinta tomada al pie derecho del
sacerdote no dieron una opinión definitiva, sólo se limitaron a decir que «se perecían
mucho».

Y por último desechó por «falta de seriedad» el testimonio de Félix Rodríguez Rondón,
quien avisó al cura que en su casa había ocurrido una tragedia.

La sentencia reivindicó el principio latino «Nemo reus, nisi probetur», es decir a nadie se le
puede acusar sin pruebas; pero una pregunta quedó flotando en el aire…
¿Quién mató a Lesbia?

Ya sabemos que no pudo ser el padre Biaggi pues a lo que ya presentamos hasta ahora hay
que agregar lo que sigue: las medias panty que llamaron la atención de los detectives fueron
llevadas al cuarto del cura por su hermana Ada, luego de usarlas para calentar los pies de su
madre; la novelita rosa se fue entre las cosas que recogieron al limpiar la habitación de
Lesbia ¿Por qué se guardaron esas cosas allí? Las testigos lo explicaron en las
declaraciones dadas a la policía; ocurrida la tragedia la única habitación disponible era la
del sacerdote, pues a la de doña Carmen nadie quiso llevar nada que pudiera perturbar más
sus nervios.

Sobre la actitud del cura al salir de casa la mañana del crimen, calificada de extraña por sus
vecinos los Silva, aquél aclaró que no les saludó pues nunca tuvo buenas relaciones con ese
matrimonio, además iba apurado porque eran las 6:20 de la mañana y debía oficiar misa a
las 6:30 en una iglesia ubicada a 6 kilómetros; y que lo que llevaba en las manos eran las
llaves de su vehículo.

En cuanto a la afirmación del profesor Antonio Ross sobre la actitud del cura al llegar a la
casa; éste desmintió que se quedara por más de una hora afuera sin querer pasar a la
habitación de su hermana. Que lo hizo a escasos minutos de llegar. Para respaldar esa
afirmación citó a varios testigos. Calificó de maliciosa la actitud del vecino, con el que
estaba en malos términos desde que aconsejó a su mujer, cuando quiso enviarla de regreso a
Chile poniendo a un lado la responsabilidad que tenía con su pequeño hijo.

Luis Ramón Biaggi fue objeto de una conjura para incriminarlo, lo revela la extraña actitud
del médico forense, quien en connivencia con los detectives ocultó pruebas que liberaban
de responsabilidad al sacerdote; médico que extralimitando sus funciones fungió de
interrogador en una sesión que debió ser sólo de experticia. En su segundo libro de defensa
llamado «La policía judicial oculta al asesino de Lesbia», Biaggi denuncia que en casa del
doctor Humberto Bártoli se realizaron reuniones secretas en las que se conspiraba en su
contra y que en dichas reuniones participaba el sacerdote Samuel Pinto Gómez, quien tenía
interés en sacarlo de Ciudad Bolívar.

Por otro lado tenemos a Pedro Díaz quien desde el principio obvió importantes elementos
que podían llevar a una investigación imparcial, entre los que se cuentan la vaina del puñal;
las huellas de manos ensangrentadas que según él se atribuyó la suegra de la víctima,
señora que no estuvo presente en la escena del crimen sino hasta media mañana; las colillas
de cigarrillo; la foto despedazada y la cadena que fue arrancada del cuello de la occisa. Se
supo además que cuando el fotógrafo de la PTJ entregó las fotos de las huellas plantares
halladas en la escena, comparándolas con las de Biaggi, comentó a Pedro Díaz – «Fíjese
que diferencia…» y éste le respondió cortante – « ¿Quién le está pidiendo opiniones a
usted? ¡Retírese!»

Tenemos además la conducta venal del juez de instrucción, quien no viendo en el


expediente verdaderas pruebas llegó al extremo de tergiversar en sus considerandos las
declaraciones de los testigos para poder dictar un auto de detención. ¿Y qué decir de las
presuntas amenazas recibidas por el juez de primera instancia, llamado a corregir el dislate
de su colega? Aunque este magistrado negó actuar bajo coacción, se genera una duda
razonable conociendo todo el conjunto de irregularidades que rodearon el caso.

Hay que tomar en cuenta además la violación deliberada del secreto sumarial, falta
cometida según denunció la defensa del acusado, con fines de lucro. En el libro «Mi drama,
autodefensa», Biaggi revela que a un importante funcionario de los Tribunales de Justicia
de Ciudad Bolívar le fueron ofrecidos 2 mil bolívares por una copia del expediente y que
quienes hicieron la oferta esperaban obtener jugosas ganancias con su publicación.

¿Por qué sólo se investigó al cura cuando otras personas se perfilaban como sospechosas?
Veamos por ejemplo el caso de Rigoberto Franceschi, quien mostró una conducta agresiva
porque su prometida no le avisó que iba a una fiesta; recordemos el incidente habido el día
anterior al asesinato, entre Luisa Valdivieso y Lesbia quien acusó a la primera de perjudicar
con chismes su relación con Rigoberto; recordemos además que entre las cosas halladas en
la escena del crimen estaba la foto despedazada de Jesús Evans, apuesto amigo de la
familia; foto que la chica guardaba en la gaveta de su mesa de noche, tómese en cuenta que
Evans era caraqueño y a esa ciudad se iría a vivir temporalmente Lesbia en una fecha no
determinada a partir del 15 de octubre; también está la desaparición de la cadena de oro que
el propio Franceschi regalara a su novia y que como se evidenció le fue arrancada del
cuello; por último recordemos que este muchacho amaneció rasguñado el día 16 y que la
experticia forense demostró que la víctima luchó con su asesino arrancándole pedazos de
piel. Rigoberto Franceschi además estuvo bebiendo la tarde del sábado; viendo todo esto es
fácil deducir lo que en esas condiciones pudo haber hecho un novio celoso; y aunque nada
de lo enumerado lo convertía necesariamente en culpable si lo hacía sospechoso. ¿Por qué
razón entonces se le despachó con un «Despreocúpate, que tú no eres.»?

Otro que amaneció rasguñado fue el profesor Antonio Ross, quien pese a eso y a que años
atrás se vio involucrado en un caso de violación, jamás fue investigado. Sabemos que este
señor era enemigo manifiesto de los Biaggi, en especial del sacerdote, por el apoyo que
brindaban a su mujer cuando estando bajo los efectos del alcohol la agredía. Recordemos
que por la hora en que Lesbia era asesinada, Amelia despertó y no lo vio en la cama y que
en la madrugada le salió al paso a Carmen María Azanza, diciéndole que se devolviera pues
los Biaggi aún dormían ¿Qué hacía Ross a esa hora de un día domingo fuera de casa?
Como en el caso de Rigoberto, nada de lo anterior lo hacía culpable, pero si este crimen se
hubiera pesquisado con el necesario rigor, el profesor Ross habría tenido que contestar unas
cuantas preguntas.

Por último tenemos al depravado sexual que azotó Vista Hermosa la época en que
asesinaron a Lesbia. Criminal canónico cuyo distintivo eran marcas triangulares en los
senos de sus víctimas, marcas que aparecieron en el cadáver de Lesbia y en por lo menos
cuatro mujeres violadas antes y después de ella. Veinte años después del crimen, el
periodista Ezequiel Díaz Silva, consultó a Carlos Guzmán Vera, uno de los investigadores
del caso Biaggi, sobre esa posibilidad y aquél expresó que se había desestimado pues
creyeron que esas heridas fueron hechas por el asesino para hacer creer que el autor había
sido el sádico. Finalmente, existe la posibilidad de que el asesino ingresara a la vivienda
por la puerta principal, sabemos por la declaración de Carmen Tapia, que la misma quedó
abierta cuando regresaron de la fiesta. Una vez dentro pudo ocultarse en algún lugar hasta
que todos se fueron a dormir.

El sábado 6 de mayo de 1967 se informó a la opinión pública que en unos tres meses,
contados a partir de esa fecha, la delegación de la Policía Técnica Judicial de Ciudad
Bolívar podría reanudar las pesquisas; cosa que jamás ocurrió, dejando a este espantoso
crimen en el limbo de los casos no resueltos. Tal vez ya nunca se pueda responder con
certeza quién mató a Lesbia.

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