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Tengamos en cuenta que las dos columnas son una sola en su realidad
arquetípica, pues ambas están situadas en los extremos de un mismo eje, el eje de
los solsticios, significando la palabra solsticio "el sol se detiene", que es lo
mismo que decir que el tiempo simbólicamente no transcurre, esto es, que no
existe, y que por tanto la idea de dualidad, movimiento y sucesión propia del
transcurrir temporal ha sido reintegrada en la Unidad de su origen eterno.
Asimismo los dos solsticios ocurren simultáneamente, pues cuando en el
hemisferio norte es el solsticio de invierno, en el hemisferio sur es el solsticio de
verano, y viceversa, de ahí que se diga que cuando la "puerta de los dioses" se
abre (en el solsticio de invierno), también lo hace simultáneamente la "puerta de
los hombres" (en el solsticio de verano).
Por otro lado, las letras J y B son también las iniciales de Jerusalén y Belén, que
como sabemos son las dos ciudades, o los dos extremos en el espacio y el tiempo,
entre los que transcurre la vida de Cristo, que no es otro que esa realidad
arquetípica en la que se unen los contrarios aparentes representados por los dos
San Juan o los dos solsticios. El mismo Cristo, en cuanto a su condición humana,
es salido del tronco de David y por tanto de la tribu real de Judá (J), que junto a
la de Benjamín (B), fueron las dos tribus que constituyeron el reino de Judá.
Toda esta simbólica, que nos describe una historia y una geografía sagradas,
adquiere un sentido nuevo cuando advertimos que las mismas iniciales J y B son
también las de las letras hebreas Iod y Beth (la J es idéntica a la I), y cuyos
valores numéricos son 10 y 2 respectivamente. Atendiendo a esos valores
numéricos, el primero (10) expresa la idea de ciclo completo y acabado, en tanto
que el segundo (2), indica más bien la idea de comienzo y principio, pues Beth es
asimismo la inicial de Bereshit, la primera palabra con la que se inicia
el Génesis y el Prólogo del Evangelio de San Juan: "En el Comienzo", o "En el
Principio". En relación con el tiempo esos valores numéricos se están refiriendo
al comienzo y al fin de la manifestación, o de cualquier ciclo, como por ejemplo
la vida de Cristo "encuadrada" entre Belén y Jerusalén. Pero si sumamos, es decir
si unimos, 10 y 2 el resultado es 12, que en este contexto se corresponden con las
12 puertas de la Jerusalén Celeste, o con los "doce soles" que aparecen
simultáneamente en el centro de ella como los doce frutos del Arbol de la Vida,
cuando todo el ciclo de la humanidad (el Manvántara) haya sido consumado en
la Unidad, dentro de la cual "no hay acepción de personas", o de
individualidades.