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Lengua castellana y Literatura 2º de Bachillerato

Texto 4
Qué debería salir de la COP27

EL PAÍS, 6 DE NOVIEMBRE DE 2022

La Cumbre del Clima que se celebra desde hoy en Egipto cobra un renovado y justo
protagonismo en un año en que la crisis climática ha mostrado su peor rostro en forma
de olas de calor, inundaciones, incendios o hambrunas en todo el planeta. Cuando se
cumplen treinta años de la adopción de la Convención Marco de Naciones Unidas, todas
las miradas están puestas en esta trascendental cita mientras crece el número de voces
críticas o escépticas ante anteriores resultados demasiadas veces decepcionantes.

El reto adquiere mayor dificultad porque ha de enfrentarse a tres grandes crisis que
estaban ya ahí pero que se han visto exacerbadas por los efectos globales de la guerra
de Ucrania. La crisis energética se ha trasladado inmediatamente al conjunto de la
economía con el incremento de la inflación, la alimentaria se agudiza con las
dificultades acuciantes para exportar grano desde Rusia y Ucrania a las zonas que más
lo necesitan y, por último, una tercera crisis relativa al multilateralismo que no nace con
la guerra pero la ha acentuado.

En este contexto, la gran protagonista de la COP27 es la adaptación tanto civil como


política y financiera al cambio climático pero ese proceso necesita financiación
destinada fundamentalmente a los países que carecen de recursos para afrontarlo.
Articular estrategias que permitan a cada país ir adaptándose a las nuevas condiciones
de la emergencia climática requiere conocimiento, tecnología y financiación, algo
especialmente difícil en países africanos o pequeñas islas del Pacífico, por ejemplo. Un
reciente informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente cifra
entre 160.000 y 340.000 millones de dólares al año, de aquí a 2030, lo que necesitarán
los países en desarrollo para políticas de adaptación, muy por encima de lo que en estos
momentos comprometen los países desarrollados. Pero si es importante que se llegue a
compromisos, más lo es que se cumplan, en contra de lo ocurrido con los 100.000
millones de dólares anuales previstos por los países ricos en 2009 y cuyo desembolso
apenas ha empezado. Las pérdidas y daños causados por los desastres climáticos no solo
han empezado sino que se agravan estación a estación en zonas sin capacidad
financiera para hacer frente a sus peores y más letales efectos.

Sin avances significativos y potentes, el malestar y la protesta social  —pese a las


restricciones que ha impuesto Egipto a las manifestaciones— encontrarán vías de
expresión y crecerá el escepticismo hacia una cumbre bienintencionada y de efectos
limitados. Hoy sigue siendo imprescindible y sin ella el deterioro de la situación durante
las últimas tres décadas hubiera sido muy superior. Pero sus resultados han de estar a la
altura de la emergencia que padecen sobre todo los países menos responsables del
cambio climático.

EDITORIAL

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