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medio ambiental
Por Judith A. Cherni, Imperial College Londres, Reino Unido1
1. Introducción
La economía tradicional, los medios de comunicación y quienes adoptan las políticas
han considerado crisis como las económicas, monetarias, laborales o de deuda externa,
entre las inquietudes económicas y sociales más preocupantes de la actualidad, mientras
que la crisis ecológica ha sido relegada a una posición secundaria. Sin embargo, la
reciente Cumbre de la Tierra celebrada en Johannesburgo en 2002 llamó la atención
sobre la gravedad de la devastación ecológica que afecta a todo el mundo. La Cumbre
ha sido de gran importancia en cuanto al reconocimiento de un fuerte vínculo entre la
degradación medioambiental y la pobreza en zonas rurales y urbanas. De hecho, la
erradicación de la pobreza fue el núcleo principal de esta capital reunión internacional.
También se discutió una importante lista de temas relacionados con el medio ambiente,
aunque no se lograron muchos compromisos. El haber admitido la existencia de un
vínculo entre la pobreza y el medio ambiente es en sí un avance bienvenido. A los ojos
de muchos, la Cumbre de la Tierra representa la mejor oportunidad para evaluar qué ha
cambiado desde Río y centrar la atención del mundo en qué tan crítica es la cuestión del
medio ambiente (Kofi Annan, en Coward, 2002). Este artículo sostiene que, sin
embargo, sería erróneo interpretar la actual crisis ecológica únicamente desde el punto
de vista de la creación de pobreza, aunque éste sea esencial.
Nos enfrentamos a una crisis ecológica omnipresente pero silenciosa, que denota una
tremenda potencia, no sólo en términos biológicos, sino también para la historia de la
economía. Es una crisis omnipresente porque afecta de manera global, pero, más
significativamente, la crisis ecológica afecta tanto a los países de las economías ricas,
no tan ricas y también pobres. Se trata de una crisis silenciosa porque no se conoce con
certeza su magnitud e impacto reales, porque los vínculos con las tendencias de la
economía neoliberal se han mantenido abiertamente y porque la naturaleza ha sido
sigilosamente maltratada e infravalorada. Su poder se origina en la amenaza histórica
sin precedentes que supone la crisis ecológica para el propio neoliberalismo económico,
debido a sus implicaciones físicas y económicas. Han pasado exactamente 40 años
desde que Rachel Carson (1962) condenase la contaminación de la naturaleza de los
Estados Unidos (que denominó la ‘Primavera Silenciosa’) por la industria, y ahora
podemos contemplar la magnificación de aquel fenómeno en todas partes. Sin embargo,
la primavera silenciosa de la actualidad ha tomado forma a través de dimensiones
ecológicas y sociales sin precedentes. El aumento del nivel de los mares, la erosión del
suelo, inundaciones nunca antes vistas, la aniquilación de los estilos de vida
tradicionales, una escasez de agua sin precedentes, la contaminación del agua, la
disminución de la protección contra las radiaciones solares, el saqueo de los recursos
1
Environmental Policy and Management Group, DEST,
South Kensington Campus, London SW7 2AZ, UK.
j.cherni@imperial.ac.uk
naturales, filas de refugiados medioambientales siempre en aumento, la pérdida de la
biodiversidad, la acumulación de residuos y el creciente número de víctimas por
exposición a contaminantes del aire y a la radiación solar sirven como ilustración de la
magnitud de la crisis.
Aunque es cierto que el alcance y el tipo de daño ecológico han sido específicos en cada
región y también a cada grupo social, el impacto ecológico es tan negativo en aquellos
lugares en los que el neoliberalismo genera crecimiento y bienestar como en los que
produce miseria. Junto con el crecimiento de la pobreza, durante los últimos doscientos
años, hemos llegado a ser mucho más ricos que en toda la historia anterior, hemos
progresado en todas las áreas importantes de la actividad humana, nunca antes se había
vivido tanto y esta mejora ha sido pronunciada en algunos países en vías de desarrollo
(Ayres, 1996). Sin embargo, casi ninguna región del mundo ha podido escapar a las
negativas y en parte irreversibles consecuencias medioambientales que han acompañado
a este crecimiento económico, especialmente en las últimas décadas.
El tema se trata en tres partes: la crisis económica que se desarrolla en práctica a la luz
de las tendencias de la economía neoliberal, como la liberalización del mercado, la
reorientación de las inversiones extranjeras, nuevos patrones de inversión, programas de
ajustes, aumento del consumo, comercio y desregulación, corporaciones internacionales,
la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco
Mundial. A continuación, se aborda la importancia de la crisis silenciosa considerando
que la economía convencional y el materialismo histórico prácticamente no han tenido
en cuenta a la naturaleza: se analiza la crisis ecológica actual como una posible segunda
contradicción del capital y como algo nuevo en el orden neoliberal y de la economía global.
La conferencia concluirá con los resultados de la Cumbre de la Tierra desde el punto de
vista del análisis de la crisis ecológica silenciosa y el modelo neoliberal de desarrollo.
Sin embargo, los graves impactos ecológicos causados por la OMC, la IDE y los
cambios mencionados anteriormente no se pueden ver únicamente a través de la
consideración de los procesos económicos que se están dando. Los ajustes estructurales
neoliberales de las últimas décadas han producido desempleo, devaluación de las
monedas, importaciones, recorte del gasto público, reorientación de la producción para
mercados de exportación y, lo que resulta significativo, una importante destrucción
medioambiental en economías tanto ricas como pobres. En el siguiente apartado se
tratará la degradación ecológica y social específica que estas corrientes han originado.
Como nota positiva, mencionar que la Cumbre consiguió colocar el desarrollo
sostenible en la agenda internacional, conectando el medio ambiente y la pobreza y
dando un nuevo impulso para aliviarla, protegiendo el entorno al mismo tiempo. La
Cumbre de la Tierra se ha visto como el único proceso y lugar en el que se puede afectar
el equilibrio de poderes a favor de las inquietudes medioambientales y sociales
(Coward, 2002). Según Kofi Annan, todavía quedan enormes batallas políticas por
luchar y Johannesburgo podría ser sólo el principio (Coward, 2002). A pesar de eso, en
la II Cumbre de la Tierra no se cuestionó el impacto sobre el agotamiento del capital
natural del creciente poder de organizaciones como la OMC y el Banco Mundial y
corrientes como la IDE, el crecimiento, la desregulación del comercio. La II Cumbre de
la Tierra no logró hacer referencia a los marcos reguladores y económicos que han
afectado tanto al tipo de actividades y al estado del medio ambiente. Y aunque en la
Cumbre resultó difícil ignorar el alcance mundial de la degradación ambiental,
prácticamente se obviaron, y como resultado se fortalecieron, las estructuras globales
que han alimentado dicha destrucción.
Las corporaciones globales que adelantan IDE favorecen artículos de lujo que reportan
elevados beneficios, como las flores, la caña de azúcar, la ternera, los calamares, el
algodón, el café y los brotes de soja para su exportación a países ricos. Por ejemplo, como
parte de la apertura de los mercados nacionales a las corporaciones internacionales,
Monsanto llegó a la Argentina en 1996 con el primero de sus cultivos modificados
genéticamente: los brotes de soja. Debido a la evolución de nuevas malas hierbas más
resistentes, los agricultores tuvieron que utilizar doble o triple cantidad de pesticidas
que anteriormente. El balance general es que los costos totales han aumentado un 14 por
ciento y los precios de la soja han caído como resultado del aumento de la producción
en todo el mundo. Al no ser ya capaces de competir, los pequeños agricultores
argentinos han caído en la bancarrota. La soja no produce riqueza para la Argentina. El
daño ecológico es alarmante. Los bosques autóctonos han desaparecido y el frente de
soja ha avanzado. Los agricultores están inundando la tierra sembrada de cultivos
modificados genéticamente con 80 millones de litros de herbicida que mata toda forma
de vida. La tierra se está convirtiendo en una especie de arena incapaz de retener la
humedad. No es de extrañar que el país esté sufriendo graves inundaciones: estos
cultivos modificados genéticamente no capturan el nitrógeno del aire, y por lo tanto, la
soja no retiene la fertilidad del suelo (Branford, 2002).
Otras inversiones en África han causado una grave contaminación. En Nigeria, una
alianza entre la gigantesca petrolera Shell y los regímenes corruptos y violentos han
alimentado un completo colapso del frágil ecosistema del delta del Níger. La búsqueda
constante de nuevas reserves de petróleo de la Shell ha producido cientos de vertidos.
Los sistemas de agua y la tierra han quedado fuertemente contaminados y mucha y
preciosa tierra de cultivo ha quedado inutilizable (Townsend, 2002).
En 1998, por primera vez en la historia, se desplazó más gente por causas
medioambientales que por culpa de la guerra. El número de personas que recibieron
ayuda de la Cruz Roja tras importantes inundaciones, sequías y terremotos, ha
aumentado de 500.000 a 1.500.000 en sólo 6 años. Un estudio de la ONU calcula que
alrededor de un tercio del total de la tierra de todo el planeta se encuentra en proceso de
desfertilización. Titánicos proyectos realizados por el hombre, como el embalse de las
Tres Gargantas, en China, están obligando a millones de personas a abandonar sus
hogares (Becker, 2002). Una consecuencia meramente reconocida de la IDE ha sido la
creciente población de refugiados medioambientales.
Entre los impactos regionales y mundiales del consumo de energía sobre los
ecosistemas se encuentran la lluvia ácida a través de las emisiones de SOx y NOx, y el
cambio climático, mediante la creciente concentración de gases de efecto invernadero
en la atmósfera. Los elevados niveles de emisión de NOx y COV han sido una
importante preocupación debido a la formación de smog fotoquímico (principalmente
ozono). El uso individual de automóviles particulares y los viajes por aire son dos de las
principales vías a través de las que se han elevado las presiones ambientales, debido a la
liberación de gases de efecto invernadero, que producen contaminación del agua y del
aire, exposición a ruidos y alteración de la tierra por la expansión de las carreteras y las
infraestructuras de transporte. Si bien es cierto que se han logrado progresos
significativos en la eficiencia de los automóviles y se han creado combustibles más
limpios, el uso de vehículos más grandes y la preferencia generalizada por automóviles
más pesados, potentes y confortables ha eclipsado estas mejoras. La frecuencia de los
viajes ha aumentado mientras que el número de personas por vehículo ha disminuido.
Los automóviles como conjunto emiten la mayor cantidad de monóxido de carbono
(CO), compuestos orgánicos volátiles (COV) y dióxido de carbono (CO2). Se espera que
la contribución del sector del transporte a las emisiones totales de CO2 en los países de
la OCDE aumente de un 20% aproximado en 1995 a un 30% en 2020. En 1998, el
sector de la energía (combustión fija de combustible y transporte) respondía de
aproximadamente el 80% del total de las emisiones antropogénicas de gases de efecto
invernadero, excluyendo el cambio del uso de la tierra y la silvicultura.
La energía, es decir, los combustibles procedentes del petróleo, se considera uno de los
sectores más subdivididos (OCDE, 1998). La energía se utiliza también para
acondicionar espacios, calentadores de agua, almacenamiento de alimentos y viajes, y
los residuos generados por la eliminación de productos duraderos (automóviles,
electrodomésticos, computadoras de hogares y oficinas) y productos de un solo uso y
embalajes. Las emisiones han contribuido a alcanzar niveles de contaminación del aire
que son peligrosos para la salud humana.
Miles de personas mueren de cáncer en Europa y los Estados Unidos o sufren asma
aguda u otras enfermedades relacionadas con la contaminación, precisamente por el
entorno contaminado en el que viven (Dockery et al., 1989; Bobak y Leon, 1992). En
Houston, la cuarta ciudad en tamaño de los Estados Unidos, la incidencia de cáncer
atribuido a la exposición a agentes contaminantes ha aumentado en los últimos 10 años,
y la exposición a contaminantes aéreos liberados por las plantas petroquímicas y las
emisiones de los automóviles se han atribuido a más enfermedades respiratorias e
infecciones asociadas de lo esperado (Cherni, 2002). La zona de Houston cuenta con al
menos un 38% del total de refinamiento de petróleo de los Estados Unidos y, añadido a
las producidas por los vehículos, son contribuyentes clave al ozono formado cuando la
luz solar reacciona con los compuestos orgánicos volátiles y NOx. Se calcula que en el
Reino Unido al menos 12.000 personas mueren anualmente a causa de la exposición a la
contaminación de ozono y otras 9.000 necesitan tratamiento hospitalario por problemas
pulmonares y respiratorios (Derbyshire et al., 2002). En la Gran Bretaña de mediados de
la década de 1990, la contaminación aérea había producido unas 18.000 muertes y
20.000 hospitalizaciones anuales (Environment Agency, 2002). En Londres, uno de
cada cinco niños sufre de asma y se cree que esta condición está asociada a los niveles
de contaminación aérea.
En la agricultura, el uso cada vez más intensivo y el creciente riesgo de los pesticidas y
fertilizantes, irrigación y el uso de maquinaria agrícola más potente y de mayor tamaño
y una mayor intensidad energética han tenido efectos negativos en el medio ambiente: el
arrastre de la contaminación de la tierra y las aguas de superficie producido por los
productos agroquímicos, la erosión del suelo en algunas regiones y la creciente resistencia
de las plagas al control químico (OCDE, 2001). Pese a los importantes esfuerzos por
limpiar muchos de las masas de agua contaminadas en los países desarrollados llevados
a cabo en las últimas décadas, son pocas las que cumplen satisfactoriamente con los
estándares básicos de calidad para aguas interiores (por ejemplo, adecuadas para el baño
o la pesca). Parece existir una tendencia hacia la disminución de la calidad del agua de
los acuíferos en las regiones de la OCDE, en parte debido a las filtraciones de productos
procedentes de la agricultura o al envenenamiento por arsénico de la minería. Incluso
dentro de los países de la OCDE existen grandes áreas áridas o semiáridas donde el
desarrollo se ve restringido por la escasez de agua (OCDE, 2001).
La cada vez menor cuota de capturas de pescado para los países de la OCDE con
respecto al total mundial, que ha pasado de un 42% aproximado en 1980 a un 31% en
1998, se puede explicar en parte por el estado de los bancos de peces de los caladeros
cercanos a estos países. Según la FAO, los recursos pesqueros de cuatro de las
subregiones pesqueras de importancia primordial están sobreexplotados, una de ellas
está explotada al completo y la restante se dirige rápidamente a ese punto o puede
haberlo alcanzado ya en 1998. Cada vez se registran niveles más bajos de poblaciones
de peces en el Atlántico noroccidental debido a la sobreexplotación a medida que las
pesquerías presionan cada vez más determinados caladeros (Guardian Society, 2002)
Sin embargo, lo que hace que aparezca la destrucción ecológica como una segunda
contradicción y como algo nuevo en el orden económico, es la globalización del
agotamiento y la contaminación. En este sentido, es necesario replantear la visión
marxista de que el capital nunca alcanza límites absolutos. Aunque es cierto que la crisis
ideológica ha estado localizada principalmente debido a la especificidad del
emplazamiento de las condiciones de producción, esta localización ha alcanzado confines
muy amplios en nuestros días. Aunque así, cuando los límites los genera el “orden”
económico mundial, en tanto que se mantenga la especificidad del emplazamiento de las
condiciones de producción, la “segunda contradicción” del capital no se hace manifiesta.
Ahora, la especificidad de emplazamiento de la producción se ve afectada por la
naturaleza global, internacional y compleja de la destrucción medioambiental (por
ejemplo: el calentamiento global, el aumento del nivel del mar, la pérdida de la
biodiversidad, contaminación, accidentes, etc.) y no sólo por en entorno local (Leff,
1992). De este modo, “la verdadera crisis ecológica” no es sólo una crisis ubicada en una
localización o recurso específico que se puede evitar reestructurando capitales
individuales (por ejemplo: expandiendo fronteras agrícolas, exportando industrias
contaminantes, reubicando fábricas, desechando residuos tóxicos en el océano o en países
vecinos) o sustituyendo productos escasos con nuevos recursos o mejorando la eficiencia
de la energía como resultado de la innovación tecnológica. Al contrario, es una crisis de
producción insuficiente, de un declive en la producción y la productividad del sistema
económico global y también una reducción de oportunidades futuras de inversiones
productivas, que se combinan para crear el deterioro del potencial medioambiental al
mismo tiempo que aumentan los costes sociales y ecológicos del desarrollo (Leff, 1992).
6. Conclusión
La Cumbre de la Tierra ha conseguido devolver el desarrollo sostenible al frente de la
agenda internacional de desarrollo, esta vez bajo la innegable presión de la cada vez
mayor devastación medioambiental. La conexión entre la privación y la pobreza, los
recursos naturales y la degradación ambiental ha sido subrayada como no se había
hecho antes. Sin embargo, que el debate se haya centrado en la pobreza de modo
aislado, sin una asociación clara con la silenciosa y poderosa crisis ecológica, indica que
las fuerzas dominantes en la Cumbre han pasado sutilmente por alto las reglas de la
economía neoliberal, y cambia las trampas intrínsecas adicionales y sus vínculos con las
últimas décadas de devastación ambiental.
En lugar de tratar los temas de frente, la Cumbre de la Tierra de 2002 abarcó la agenda
de la globalización como respuesta a la degradación medioambiental y a la pobreza,
sujeta a las presiones de muchos asesores de corporaciones y ministros de comercio. En
Johannesburgo se ha defendido explícitamente la primacía de los objetivos comerciales
de la OMC por encima de cualesquiera reglas de acuerdos medioambientales
multilaterales negociados tras Río: el Protocolo de Kioto sobre el Cambio Climático y la
Convención sobre la Biodiversidad. Tanto la Declaración de Doha como la II Cumbre
de la Tierra utilizan el término “convergencia” para describir lo que defienden como un
punto de encuentro entre los objetivos económicos y ambientales. Esto se ve respaldado
por las actividades del evangelio de la ecoeficiencia (Martínez-Alier, 2002) o la
modernización ecológica del desarrollo. Este desarrollo económico da por hecho que los
problemas medioambientales son causados por fallos institucionales y tecnológicos y
que es posible controlarlos a través de las actuales instituciones sociales, económicas y
políticas. Para la Cumbre de la Tierra, la protección medioambiental se puede conciliar
y es compatible con el mercado neoliberal (Cherni, 2001). La última Cumbre de la
Tierra ha retratado la catástrofe ambiental en medio de un vacío histórico, en el
moderno gobierno de la fuerza que evita una evaluación exhaustiva del impacto real de
las instituciones capitalistas neoliberales sobre el medio ambiente.
Probablemente, Leff (1992) postula que una crisis ecológica generalizada inducida por
la acumulación de capital puede traer una crisis catastrófica del sistema económico con
consecuencias muchísimo mayores que ninguna forma anterior de creación destructiva
capitalista. La naturaleza explotada puede acumular una ira mayor e ignorar las ofensas
de maltrato y exterminio con mayor dificultad que el peor genocidio, desatando la
rebelión de las fuerzas naturales que se pueden volver más fuertes e incontrolables que
una revolución social. Ciertamente, en la cumbre se omitió esta conexión entre la
sociedad y la naturaleza porque no hacerlo habría implicado atacar a las organizaciones
políticas y sociales a las que se está protegiendo a pesar de su poco aprecio por el
impacto ambiental.
La mayor parte de los esfuerzos gubernamentales y del sector privado para reducir el
hambre en el mundo y para gestionar el medio ambiente se centran en conquistas
tecnológicas para alcanzar resultados aún más eficientes en la agricultura, para reducir
las emisiones. Pero otra vez, este erróneo enfoque lo que hace en realidad es aumentar
la crisis de hambre y causar devastación ambiental y social. El mito de que el hambre se
cura con más comida distrae la atención de la urgente necesidad de reformas
económicas, de la redistribución de la tierra y prácticas agropecuarias sostenibles y
rentables (The Ecologist, 2002). Sin embargo, se espera una liberalización aún mayor
del comercio y las inversiones extranjeras aumentarán el atractivo (y reducirán las
barreras) de los flujos de inversiones internacionales. Muy posiblemente la IDE
continuará creciendo fuertemente y se expandirá a países que no son miembros de la
OCDE2 (OCDE, 2001).
Tal y como se mencionó en la Cumbre de la Tierra de Río de 1992 (Vidal, 2002), todavía
es categóricamente necesaria la distribución de la tecnología y la riqueza para evitar una
destrucción aún mayor. Sin embargo, es necesario determinar qué tecnología es aceptable,
que se hace de manera ambientalmente segura y que la riqueza se distribuye de manera
igualitaria. Y esto no depende sólo de acuerdos internacionales sobre el traspaso de la
tecnología, sino también da las aspiraciones y prioridades políticas de la esfera política
o de que los gobiernos promuevan y apoyen en la práctica la sostenibilidad ambiental y
la igualdad social. Por lo tanto, las soluciones duraderas parecen estar todavía muy
lejos. No obstante, es necesario permitir que los gobiernos desarrollen protecciones
medioambientales aún a pesar de potenciales pérdidas de beneficios.
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