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REVOLUCION DE GUATEMALA 1954

Una alianza integrada por la Embajada de Estados Unidos, la Ufco, la Iglesia


Católica y sectores políticos de ultraderecha hicieron creer que el país se había
convertido en una sucursal de la Unión Soviética.
El arzobispo Mariano Rossell y Arellano encabezó las acciones al utilizar la
imagen del Cristo de Esquipulas para una cruzada nacional anticomunista.
Árbenz aseguró que renunció para evitar que la tragedia en contra de la población
fuera mayor y depositó su confianza en el coronel Díaz, quien afirmó que lucharía
para mantener las conquistas logradas por la Revolución de Octubre.
El 3 de julio de 1954 Castillo Armas entró en Guatemala, con lo cual sepultó las
reformas revolucionarias y los anticomunistas comenzaron una persecución contra
la oposición izquierdista.
Jacobo Árbenz nació el 14 de septiembre de 1913, en Quetzaltenango,
Guatemala. Fue militar y político, asumiendo posiciones como la de Ministro de la
Defensa Nacional (1944-1951) y Presidente de Guatemala (1951-1954).
Perteneció al grupo de militares protagonistas de la Revolución de 1944.
Árbenz llegó al poder como presidente constitucional de Guatemala después de
ganar las elecciones de 1950, donde obreros, campesinos, maestros y estudiantes
le dieron todo su respaldo. El tema central de su campaña fue la reforma agraria,
gracias a lo cual obtuvo el apoyo de partidos políticos de izquierda y
organizaciones sindicales.
Al inicio de su gobierno, los guatemaltecos parecían condenados a no prosperar.
En 1950, el 76 % de los habitantes poseían menos del 10 % de las tierras;
mientras, un 22 % controlaban el 70 %.El presidente Árbenz se impuso la difícil
meta de sacar adelante una revolución social y económica en el medio rural
guatemalteco.
A partir de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos ejercían una influencia
ideológica y doctrinal decisiva entre las cúpulas más destacadas de la oficialidad
militar latinoamericana. Guatemala estaba en manos de pocos grandes
hacendados y de la gran empresa estadounidense, explotadora del plátano o
banano. Producto principal de la economía nacional, se sostenía gracias al
sometimiento de los trabajadores a un régimen de “semiesclavitud”, con fuertes
desplazamientos migratorios internos de la población.
Guatemala contaba con amplia tradición autoritaria. De hecho, el perfil
revolucionario de Jacobo Árbenz se gestó bajo la “dictadura” del General Jorge
Ubico (1931-1944). Sus años de “mano firme” se caracterizaron por la inmunidad
jurídica de los terratenientes, quienes cometían crímenes en defensa de sus
propiedades, el amordazamiento de la prensa, la prohibición de palabras como
“obrero” y “sindicato”, la extensión de los contratos con la poderosa empresa
platanera United Fruit Company (UFCo), y la drástica reducción salarial y el
trabajo no remunerado en la construcción de carreteras. Con apenas 31 años,
Arbenz desempeñó un papel protagónico en los sucesos que iniciaron la
Revolución guatemalteca en octubre de 1944.
El régimen de Árbenz se caracterizó por la lucha constante contra los grandes
intereses económicos los Estados Unidos, en particular con la expropiación de los
extensos terrenos de las poderosas empresas estadounidenses UFCo, IRCA y la
Bond and Share.
Los tres grandes proyectos de Árbenz fueron
Nacionalización de la empresa eléctrica, monopolio de los Estados Unidos;
Construcción de la carretera al Atlántico, para romper el monopolio de los
Ferrocarriles de Centroamérica, también bajo administración y control
estadounidense; y
Reforma agraria, a través del Decreto 900. Ésta benefició a más de cien mil
campesinos
A comienzos de 1952, los grandes terratenientes locales y la United Fruit
Company comenzaron una campaña de deslegitimación contra el gobierno de
Árbenz, acusándolo de seguir los dictámenes de la Unión Soviética.
Posteriormente, la CIA intervino en Guatemala. Diseñó una operación
experimental encubierta (PBSUCCESS): según García Ferreira, sería una especie
de laboratorio para futuras invasiones estadounidenses en Latinoamérica.
El golpe de Estado se gestó antes de la presencia militarizada estadounidense en
territorio guatemalteco, y siguió todos los pasos de las invasiones y
desestabilizaciones de ese país. En la noche del 18 de junio de 1954, casi
quinientos soldados bajo el mando del coronel Carlos Castillo Armas habían
cruzado la frontera desde Honduras con un único objetivo: poner término al
gobierno de Árbenz.
El 27 de junio de 1954, fuerzas de los Estados Unidos, con apoyo de varios
gobiernos de América Central y el Caribe, lanzaron su ofensiva final contra el
gobierno de Jacobo Árbenz Guzmán, un militar progresista que había iniciado un
movimiento de renovación ante la rampante pobreza de Guatemala.

Finalmente, el presidente Jacobo Árbenz Guzmán renunció a la presidencia el 27


de junio de 1954.

La otra América
La consolidación de los estados-nación en América Latina significó un proceso
necesariamente conflictivo, atravesado por los antagonismos característicos que
adquiere el capitalismo en los países periféricos. Durante la primera mitad del siglo
XIX, la transición de las colonias americanas a estados independientes, estuvo
inherentemente atravesada por el avance del imperialismo Norteamericano. En
América Latina, la expansión imperialista adoptó la forma “legal” de la Doctrina
Monroe, se asentó sobre los pilares de libertad, progreso y cristianismo, como
modo de legitimación frente a la necesidad de financiación y justificación que
implicó la Guerra Fría (Romano, 2012:135). Con la política del “gran garrote” se
cristalizó un proceso de mayor intervención y dominación imperialista de los
Estados Unidos sobre los países de Centroamérica y el Caribe (Boersner,
1990:205). Esta intervención se materializó a partir de la concesión de préstamos,
el establecimiento de empresas y compañías norteamericanas, la instalación de
bases militares e incursiones armadas.
Hacia fines del siglo XIX se redefinió el concepto de “América Latina” creado por
Napoleón III. Si bien en un principio fue utilizado como medio de justificación del
proyecto expansionista francés hacia México, apelando a una unión entre los
pueblos latinos contra los anglosajones, el concepto fue reinterpretado a la luz del
fracaso francés y la consiguiente victoria estadounidense (Phelam, 1993:464). De
esta manera, entre los intelectuales se arraigó la idea de la necesidad de una
unidad latinoamericana para contrarrestar la influencia político-económica que
ejercía Norteamérica.
A partir de la crisis de 1929 y hasta fines de la Segunda Guerra Mundial, las
relaciones con los Estados Unidos adquirieron un tinte más moderado a partir de
la implementación de la política del “Buen Vecino”. Por otro lado, si bien cesaron
las intervenciones militares directas, Norteamérica encontró nuevas formas de
penetración imperialista a partir de la instalación de embajadores leales como una
forma de presión política1. Esta táctica perduró hasta el comienzo de la Guerra
Fría, momento en el cual Estados Unidos

se consolida como una potencia hegemónica a nivel mundial, adoptando una


política de corte antisoviético y anticomunista conocida como la “Doctrina
Truman”2.
Con el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial en 1939, Norteamérica demostró
gran interés por acordar con las repúblicas latinoamericanas “la neutralidad en la
guerra y la protección de la paz en el hemisferio occidental” (Thorp, 1994:50),
encubriendo bajo este discurso sus intereses económicos y militares en la zona.
A su vez, desde la administración Truman se intentó crear un ambiente de crisis y
paranoia en torno a la Guerra Fría, que permitiera el fomento de sentimientos
nacionalistas y racistas en relación a la construcción de un enemigo común
encabezado por las potencias “fascistas”; justificando, de esta manera, la
instauración de una economía de guerra, liderada por los principales trust
monopólicos.
De esta forma, el clima de guerra fue utilizado, al interior de Estados Unidos, como
canal de unificación de clases frente al enemigo externo, socavando las bases de
la militancia laborista característica de los años `30. El nacionalismo actuó, en este
sentido, como atenuante de los conflictos clasistas, permitiendo nuevas formas de
control interno, desde las propias organizaciones, como así también externo,
apelando a la ley y a la fuerza (Zinn, 2000:370).
Una vez finalizado el conflicto bélico, Estados Unidos fue la potencia encargada de
la reconstrucción de las economías europeas. Bajo el Acuerdo de Bretton Woods,
la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, se
constituyó como el nuevo estado hegemónico a nivel mundial.
Con respecto a las repúblicas latinoamericanas, el país del norte celebró una serie
de conferencias con el fin de aglutinar, bajo su liderazgo, la unidad en el
continente americano. En ellas se firmaron el “Acta Económica de las Américas”
en 1945, el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) en 1947, y
también se sentaron las bases para la Organización de Estados Americanos
(OEA) en 1948. A través de éstos pactos, Estados Unidos adquirió un poder
intervencionista a lo largo de todo el continente Americano, como modo de
protección frente a las posibles agresiones, tanto extra como intracontinentales,
del “enemigo rojo”. Si bien la intención de contener el avance comunista en la
zona significó una política crucial en esta coyuntura; existía otra motivación ligada
a los intereses económicos en juego, como garantizar el suministro de materias
primas y materiales estratégicos para las industrias estadounidenses.

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