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EJEMPLO DE REPORTAJE

Cultura

“Las palenqueras somos patrimonio de la ciudad y de la


humanidad”

Hoy día las palenqueras se han convertido en un atractivo turístico para los visitantes de
Cartagena, este artículo muestra la historia de Alexandra Torres, una de ellas.

En la ciudad de Cartagena y su emblemático centro histórico, se pueden apreciar


muchos monumentos, lugares, productos y personas interesantes, entre todo ese
atractivo hay algo que destaca; los vestidos coloridos y las sonrisas relucientes de
las palenqueras, esas que se han convertido en algo representativo de la ciudad y,
sin duda alguna, un tema de atracción turística para todos aquellos quienes deciden
visitar la ciudad. Pero para hablar de las palenqueras es necesario hablar de su
pueblo natal, Palenque es un pueblo habitado por los descendientes de los esclavos
africanos fugitivos de la época de la colonia en el siglo XVI, actualmente es
conocido como el primer pueblo libre de América, los esclavos fugitivos fueron
liberados por Benkos Biohó, líder de la rebelión de dichos esclavos y a quien hoy
día las actuales palenqueras le siguen rindiendo homenaje y reconocimiento.
Generalmente las personas conocen a las palenqueras mientras se desenvuelven
en su ámbito laboral, es decir, mientras venden frutas en cualquier plaza de la
ciudad, sin embargo, detrás de cada una de esas mujeres hay una historia que
contar. Una de estas es la de Alexandra Torres Baleño, quien llegó a Cartagena con
22 años y lleva laborando siete en el centro histórico de Cartagena como
vendedora, en su caso, de frutas; a sus casi 30 años aparenta mucha menos edad
de la que en realidad tiene, mide alrededor de 1.65 metros y como es natural en los
habitantes de su pueblo, su color de piel es, según sus propias palabras, negro; el
color de sus ojos oscuro y habla como sólo saben hablar las palenqueras, cantaíto.

Al trabajar, Alexandra, al igual que sus compañeras, no se limita sólo a vender


frutas, sino también a transmitir cultura y conocimientos a todos los visitantes de la
ciudad. Sabe muy bien de donde viene como es de esperarse, conoce la historia de
Palenque, su historia, de principio a fin; habla de su tierra y sus habitantes a todos
aquellos a quienes les interesa, habla con pasión cuando menciona a Benkos Biohó
y a Kid Pambelé, es una mujer orgullosa de ser quien es, y ella misma lo dice “las
palenqueras somos patrimonio de la ciudad y de la humanidad”.

Alexandra dice estar orgullosa de su trabajo y no es para menos, gracias a él ha


logrado mantener una vida que, aunque no está llena de lujos, si es lo
suficientemente estable económicamente. Ha logrado sacar a sus dos hijos adelante
y agradece a su trabajo por no de dejarlos pasar hambre, Camilo de 9 años y Oscar
Camilo de 6 años. Ambos estudian en el colegio Omaira Sánchez en el barrio la
Candelaria, donde actualmente Alexandra reside en compañía de sus hijos, su
marido, Fernando; y temporalmente con una compañera de trabajo, Milena, quien
también viene de Palenque de San Basilio.

Alexandra asegura haber tenido sólo dos inconformidades con su trabajo en todo el
tiempo que lleva laborando como vendedora de frutas, la primera, son las fotos, dice
sentirse acosada cuando los turistas le sacan fotos sin su permiso; se las ingenió
para hacer de la las fotos un plus a sus ventas, pero aún le agobia tener que estar
atenta a que no le saquen fotos al estar distraída. Y el segundo inconveniente son
las mujeres de su pueblo que sólo trabajan en temporadas de fiesta, quitándole así
la oportunidad de ganar más dinero a ella y sus compañeras que se la pasan todo el
año “quemándose las pestañas”.

Pero saber vender y sacar sus hijos adelante no es lo único que ha logrado, gracias
a su trabajo y en pro de este, ha aprendido “a defenderse con el inglés” sumado a
esto domina a la perfección el español y el palenquero, algo de lo cual también se
siente orgullosa pues asegura que, a pesar de lo que la gente puede pensar, en
palenque la lengua palenquera no la dominan todas las personas, refiriéndose, sin
mucha reserva, a los jóvenes, quienes están olvidando la importancia de mantener
la lengua nativa.

Al preguntarle por sus inicios en Cartagena, recuerda con nostalgia y a la vez con
alegría los años en los cuales se abalanzó a la ciudad en compañía de su marido,
Fernando, y de Camilo, su primer hijo; sin tener muchos conocimientos de cómo era
la ciudad, por supuesto, conocía Cartagena, pero no sabía lo que era residir en ella.

Sus hijos Camilo y Óscar, contrarios entre sí, el primero callado y retraído, el
segundo, parlanchín y extrovertido; a pesar de su corta edad, son conscientes de lo
que su mamá ha hecho por ellos, dicen quererla mucho porque “se portan bien cada
vez que ella dice”.

Por su parte, la huésped de Alexandra, Milena, dice estar muy agradecida con ella,
pues la acogió cuando más lo necesitaba. Milena llegó hace menos de dos meses a
Cartagena, es familiar de Alexandra, sin embargo, sabe que ella no tenía la
obligación de ayudarle. Debido a que son primas, se conocen desde hace mucho,
pero al Alexandra mudarse a Cartagena ya no se veían tan seguido, por lo cual, no
era seguro que quisiera tenderle la mano, pero lo hizo, “eso habla muy bien de la
personalidad de ella y lo buena gente que es, es un fosforito y para coger rabia eso
es ya. O si no, pregúntale a su marido [risas] pero no se puede decir que no es
buena gente” según palabras de Milena.

Alexandra también es conocida entre sus compañeras de trabajo debido a que es


una de las que más días a la semana trabaja, “su marido trabaja, pero a ella le gusta
trabajar, todas nosotras somos así, independientes. Pero ella es así, le gusta
trabajar para ella y para sus hijos, como a todas”. “Casi todos los días está abajo de
La Torre del Reloj, ella y otras dos más” fueron las frases de algunas de sus
compañeras de trabajo un día en el que, paradójicamente, Alexandra no fue a
trabajar.

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