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INSTITUTO FRANCISCANO DE TEOLOGÍA

Salvación y Parusía
“DESDE ALLÍ HA DE VENIR A JUZGAR A LOS VIVOS Y A LOS MUERTOS”.

Hno. Maximiliano Juárez Aranda, FN.

Soteriología

Fray César Garza Miranda

San Pedro Garza García, Nuevo León, a mayo 2022


Salvación y Parusía
“DESDE ALLÍ HA DE VENIR A JUZGAR A LOS VIVOS Y A LOS MUERTOS”

Cristo Señor es Rey del universo, pero todavía no le están sometidas todas las cosas de
este mundo.
Concede tiempo a los hombres para probar su amor y su fidelidad. Sin embargo, al final de los
tiempos tendrá lugar su triunfo definitivo, cuando el Señor aparecerá con “gran poder y majestad”.
Cristo no ha revelado el tiempo de su segunda venida (cfr. Hch 1, 7), pero nos anima a
estar siempre vigilantes y nos advierte que antes de esta segunda venida o parusía, habrá un
último asalto del diablo con grandes calamidades y otras señales.
En esta palabra de Parusía, se deja entrever también el misterio de Dios en el que una
parte es clara a nuestros ojos pero otra es completamente desconocida, porque como todo lo que
proviene de Dios es misterio, en el sentido de que es infinito y la mente humana no es capaz de
abarcarlo todo.
Así, tendremos que conformarnos con saber que la resurrección, de alguna forma ya la
estamos viviendo en Cristo mediante la Iglesia que comparte con los fieles, todo el misterio de
Dios.
Lo anterior quiere decir que por medio del sacramento del Bautismo morimos al pecado y
resucitamos a una nueva vida en Cristo Jesús por los dones otorgados del Espíritu Santo.
La vida terrena tiene su fin en la muerte, cuando sucede esto la alma inmortal recibe el
juicio particular de las obras hechas en nuestra vida en la tierra.
El Señor vendrá entonces como Supremo Juez Misericordioso para juzgar a vivos y
muertos: es el juicio universal, en el que los secretos de los corazones serán desvelados, así
como la conducta de cada uno con Dios y con respecto al prójimo.
Este juicio sancionará la sentencia que cada uno recibió después de su muerte.
Todo hombre será colmado de vida o condenado para la eternidad, según sus obras. Así
se consumará el Reino de Dios, pues «Dios será todo en todos» (1Co 15, 28).
De esta forma, somos llevados al cielo, si estamos en gracia de Dios y purificados
perfectamente (ésta purificación la podemos obtener a través del sacramento de la unción de los
enfermos), pero si tenemos que limpiarnos y purificarnos, somos conducidos al purgatorio, donde
es la purificación final.
Por último si morimos en pecado grave o mortal somos llevados al infierno.
El juicio final que será cuando vuelva Cristo Glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora
en que tendrá lugar; sólo Él decidirá su advenimiento. Entonces, Él pronunciará por medio de su
Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido de
toda la obra de la creación y de toda la historia de la salvación y comprenderemos los caminos
admirables por los que su providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El juicio
final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y
que su amor es más fuerte que la muerte. (Cf CIC 1040).
En el juicio final los santos recibirán, públicamente, el premio merecido por el bien que
hicieron. De este modo se restablecerá la justicia ya que en esta vida, muchas veces los que
obran mal son alabados y los que obran bien son despreciados u olvidados.
El Juicio final nos empuja a la conversión: «Dios da a los hombres todavía “el tiempo
favorable, el tiempo de salvación” (2Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios.
Compromete con la justicia del Reino de Dios. Anuncia la “bienaventurada esperanza” (Tt
2, 13) de la vuelta del Señor que “vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos
los que hayan creído” (2Ts 1, 10)» (Catecismo, 1041)
Entonces con Cristo se ha puesto en marcha una nueva era de la historia de la
salvación:"la plenitud de los tiempos". Él presentó a Dios el sacrificio aceptable que lleva a
plenitud la salvación en nombre de toda la humanidad. En Cristo, don del Padre al hombre y al
mundo, el hombre y el mundo encuentran su plenitud escatológica.
De ahora en adelante, toda la humanidad está frente a El, a fin de participar en esta
salvación, hasta convertirse ella misma en expresión sacramental de la salvación. Pero ello será
plenamente realizado sólo al final de los tiempos, cuando los hijos de Dios sean recibidos en la
gloria plena y Dios sea todo en todos.

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