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GEORGETTE, EL AMOR VITAL

Por: Hugo Díaz Plasencia


Presidente del Instituto de Estudios Vallejianos
Universidad Nacional de Trujillo
hugodiazhd@hotmail.com

César Vallejo fue un iluminado, no cabe la menor duda. Su magistral obra así lo evidencia.
Una obra literaria admirable, pero lamentablemente interrumpida en un temprano y fatídico
15 de abril, del cual él ya había tenido el recuerdo, aún más temprano, del lluvioso jueves,
en un entonces lejano, impensado e inaccesible París, rodeado de gente extraña y de una
mujer desconocida…

Vallejo, iluminado, sorprendente, extraordinario, pudo presagiar su muerte, detalladamente,


con dieciocho años de anticipación; y, además, visualizar a la joven mujer vestida de negro,
mademoiselle Georgette Phillipart, seis años antes de conocerla. Más aún, la poderosa
mente de Vallejo debió penetrar en la de aquella adivina que, cuando Georgette tenía
quince años, le anunció que “se casaría con un hombre venido de lejos, que ya había
cruzado los mares, que sería un hombre feo… pero luminoso”.

Y, efectivamente, la primera vez que, por fin, ella estuvo al lado de aquel vecino por quien
sentía tanta atracción, advirtió que la cabeza de él irradiaba luz. Dos años después,
Hirondelle (golondrina, en francés, como la llamaba el vate) y él, iniciarían una relación
intensa, profunda, extraordinaria, metafísica, que solo terminó en el año 1984, con la
partida de ella, hacia el reencuentro celestial con su amado inmortal.

Ciertamente, el alejamiento físico de Vallejo, aquel 15 de abril de 1938, no logró debilitar


el vínculo que existió entre ambos. Georgette siguió firmemente unida a César. Y debemos
pensar que esa unión espiritual y metafísica continuará firme por los siglos de los siglos.

¿Qué de Vallejo fue lo que cautivó a aquella agraciada adolescente francesa…? Él era
apenas un inmigrante sudamericano inmerso en el fastuoso tráfago de la Ciudad Luz. “Un
hombre feo”, al decir de la pitonisa, no se destacaba por su aspecto físico; que casi
duplicaba en edad a la joven Georgette… y que, además, carecía de recursos económicos;
que era pobre, muy pobre… Pero atrajo a la bella Hirondelle; y, gracias a eso, ambos
unieron sus vidas para toda la eternidad.

La unión de ambos ¿fue decisión del destino, del universo, de Dios…? Hemos visto que
hubo una misteriosa predestinación desde muchos años antes de conocerse. Ella se sintió
atraída de manera inexplicable por su vecino desconocido, luminoso… iluminado…; y eso
ocurrió porque ella, Georgette, también fue un ser iluminado y admirable…

Que fue una mujer admirable, lo deducimos fácilmente de su entrega absoluta, total e
indiscutible, al hombre amado. Ella renunció a todo para marchar con él por Europa,
financiando el periplo con la modesta herencia recibida de su madre. Ella abandonó familia
y amistades, por nuestro ilustre compatriota. Y a la muerte de él, dejó su propia tierra y
adoptó para sí, la de su complemento espiritual. Ella decidió ser pareja, esposa y viuda
únicamente del poeta. Consagrada a él y nada más que a él, a quien ella escribiría hermosos
versos póstumos.

Para los genios no es nada fácil formar pareja y mantener una convivencia armónica. La
historia lo demuestra reiteradamente. No obstante, Georgette se amalgamó perfecta y
asombrosamente a César Vallejo, el genial poeta universal. Ella no solo lo amó, con
fidelidad absoluta, sino que logró que él la amara con igual intensidad y fidelidad. También
lo comprendió, lo que resulta excepcional, pues intelectuales de todo el mundo llevan un
siglo estudiando y analizando al vate santiaguino y no alcanzan a comprenderlo a plenitud.

Georgette entendió el sufrimiento de Vallejo, receptáculo del dolor de todo el género


humano, y compartió con él sus sentimientos de solidaridad. Ella supo comprender que su
amado sentía que lo golpeaban todos, sin que él les hiciera nada; que recibía golpes muy
fuertes. Y fue el bálsamo capaz de aliviar sus padecimientos y serenar la mente del poeta,
afiebrada ante su incapacidad para acabar con la injusticia y la inequidad en el mundo.
Hirondelle fue la confidente de las inquietudes de Vallejo y participó de ellas. Y la primera
en escuchar de los propios labios del poeta, muchos versos recién salidos del horno de su
corazón. Y por qué no pensar que, además, fue su amorosa consejera en tantas cosas. Tras
la partida de su amado esposo hacia eternidad, ella y solo ella, pudo asumir el trascendente
rol de custodiar, revisar, ordenar y difundir la obra inédita del más grande poeta de habla
hispana.

Esa complementación física, intelectual, cultural, artística, social, sentimental, espiritual y


metafísica, solo pudo darse por la conjunción de dos seres excepcionales. De dos seres
iluminados. Que se buscaron mentalmente en el éter, que se encontraron, se identificaron y
se fundieron en un solo espíritu que trasciende todo lo material y se proyecta hacia el
infinito, hacia la inmortalidad, para integrarse en la esencia misma del Creador.

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