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Cum Spiritu coeperitis, nunc carne consummemini?

BREVE ANTOLOGÍA DE TEXTOS MAGISTERIALES FRENTE A


ALGUNOS ERRORES DIFUNDIDOS EN LA ACTUALIDAD

I. Concilio de Trento, Sesión XXVI.

“Los obispos, acordándose de que a la casa de Dios le corresponde la santidad, tengan sumo
cuidado y diligencia a fin de que nada aparezca desordenado, nada confusa o tumultuosamente
adaptado, nada profano o indecoroso”.

II. Catecismo Romano, n. 458.

“Sea, pues, la primera preparación que han de llevar los fieles, distinguir entre mesa y mesa, ésta
sagrada de las profanas”.

III. Decreto del Santo Oficio, 2 de marzo de 1679, bajo Inocencio XI.

Proposiciones condenadas (DH 2108-2109):

“8. Comer y beber hasta hartarse, por el solo placer, no es pecado, con tal de que no dañe a la
salud; porque lícitamente puede el apetito natural gozar de sus actos”.

“9. El acto del matrimonio, practicado por el solo placer, carece absolutamente de toda culpa y de
defecto venial”.

IV. Encíclica Auspicato concessum del Sumo Pontífice León XIII, 1882, n. 4.

“Había mucha escasez de estas virtudes en el siglo XII, porque gran número de los hombres eran
entonces, por decirlo así, esclavos de las cosas temporales, o amaban con frenesí los honores y
las riquezas o vivían en el lujo y en los placeres”

V. Ibíd., n. 8.

“Francisco […] organizó [la Orden Tercera] sabiamente, menos con reglas particulares que con
las propias leyes evangélicas, que nunca parecían duras a ningún cristiano. Sus reglas, en efecto,
son: obedecer a los mandamientos de Dios y de la Iglesia; abstenerse de pasiones y de luchas; no
desaprovechar cuanto cede en beneficio del prójimo; no tomar las armas sino para la defensa de
la Religión y de la patria; ser moderado en el comer y vivir; evitar el lujo y abstenerse de las
peligrosas seducciones del baile y del teatro”.

VI. Encíclica Quod multum del Sumo Pontífice León XIII, 1886, n. 9.

“Es necesario que se extienda aún más allá vuestro cuidado paternal; a saber: que acompañe a los
sacerdotes en el mismo desempeño de las funciones sagradas. Con la habilidad y suavidad que a
vuestra caridad corresponde, procurad que en modo alguno se apodere de ellos el espíritu profano,
que no les guíe el deseo del propio provecho o la preocupación por los negocios mundanos, más
aún, deben sobrepujar a todos en virtud y buenos ejemplos, sin renunciar jamás al espíritu de
oración y celebrando castamente los misterios santísimos”.

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VII. Encíclica Octobri mense del Sumo Pontífice León XIII, 1891, n. 11.

“Tenemos ante los ojos los ejemplos de penitencia de los Santos cuyas oraciones y súplicas, como
sabemos por los anales sagrados, han sido, por esta causa, extremadamente agradables a Dios y
han obrado prodigios. Ellos arreglaban y domaban incesantemente su espíritu y su corazón; se
aplicaban a sujetarse con plena aquiescencia y completa sumisión a la doctrina de Jesucristo y a
las enseñanzas y preceptos de su Iglesia; a no tener voluntad propia en cosa alguna, sino después
de haber consultado a Dios; a no encaminar todas sus acciones más que al aumento de la gloria
del Señor; a reprimir y quebrar enérgicamente sus pasiones; a tratar con implacable dureza su
cuerpo; a abstenerse por virtud de todo placer, por inocente que fuera. De esa manera podrán, con
toda verdad, aplicarse a sí mismos estas palabras de San Parlo: Nuestra conversación está en los
cielos; y por lo mismo, sus oraciones eran tan eficaces para tener a Dios propicio y amoroso.
Claro es que no todos pueden ni deben llegar ahí; pero las razones de la justicia divina, para la
que se ha de hacer estrictamente una penitencia proporcionada a las culpas cometidas, exigen que
cada uno, en espíritu de voluntaria mortificación, castigue su vida y sus costumbres; y conviene
mucho imponerse penas voluntarias en vida para merecer mayor recompensa de la virtud”.
VIII. Encíclica Laetitae sanctae del Sumo Pontífice León XIII, 1893, n. 12.

“Los hombres egoístas dados a los placeres que dejan errar todos sus pensamientos sobre los
objetos terrestres, y no pueden elevarse a más altura, en lugar de ser movidos por los bienes de
que gozan a desear más vivamente los del cielo, pierden completamente la idea misma de la
eternidad, y van a caer en una condición indigna del hombre. En efecto, el poder divino, no puede
herirnos con pena más terrible que dejándonos gozar de todos los placeres de la tierra, pero
olvidando al mismo tiempo los bienes eternos”.

IX. Encíclica Tametsi futura del Sumo Pontífice León XIII, 1900, n. 10.

“Los diversos apetitos traen al hombre de acá para allá, y fácilmente lo impelen hacia los halagos
de los placeres mundanos para que siga más bien lo que le agrada que lo mandado por Jesucristo.
De aquí que hemos de poner todo nuestro empeño en rechazar con todas nuestras fuerzas a las
pasiones en obsequio de Cristo; las cuales si no obedecen a la razón se constituyen en dueñas y
señoras del hombre haciéndolo su siervo y quitando el hombre entero a Cristo”.

X. Encíclica Mirae caritatis del Sumo Pontífice León XIII, 1902, n. 11.

“Cuanto es un sujeto más morigerado, tanto es más despierto para entender; y que los deleites
corporales tornan obtusos los entendimientos, como ya lo echó de ver la prudencia de los paganos,
y Nos lo avisó antes que ella la divina sabiduría: pero en las cosas divinas mayormente esos
placeres oscurecen la luz de la fe y aun, por justo castigo de Dios, llegan hasta extinguirla por
completo. Tras esos deleites córrese hoy con ardiente e insaciable anhelo”.

XI. Motu proprio Inter plurimas de Sumo Pontífice S. Pío X, 1903, n. 2.

“Por la influencia que ejerce el arte profano y teatral en el sagrado…”.

XII. Ibíd., n. 6.

“La música sagrada […] debe ser santa y, por tanto, excluir todo lo profano”.

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XIII. Ibíd., n. 9.

“Como la música moderna es principalmente profana, deberá cuidarse con mayor esmero que las
composiciones musicales de estilo moderno que se admiten en las iglesias no contengan cosa
ninguna profana, ni ofrezcan reminiscencias de motivos teatrales, y no estén compuestas tampoco
en su forma externa, imitando la factura de las composiciones profanas”.

XIV. Catecismo Mayor de S. Pío X, n. 119.

“El Obispo consagra al culto de Dios los edificios que llamamos iglesias, y así los separa de todo
uso profano”.

XV. Encíclica Ad beatissimi del Sumo Pontífice Benedicto XV, 1914, n. 11.

“Se ha introducido en los ánimos el funestísimo error de que el hombre […] aquí abajo puede ser
dichoso con el goce de las riquezas, de los honores, de los placeres de esta vida”.

XVI. Ibíd., n. 12.

“Según la palabra de Dios, tan lejos está que las riquezas, la gloria, los placeres hagan feliz al
hombre, que si quiere serlo de veras debe por amor de Dios, privarse de los mismos”.

XVII. Encíclica Spiritus Paraclitus del Sumo Pontífice Benedicto XV, 1920, n. 18.

“Para remover los obstáculos exteriores, que podían apartarse de su piadoso designio, imitando
al personaje del Evangelio que “en su dicha” de haber encontrado un tesoro, “va, vende todo
cuanto tiene y compra aquel campo”, [S. Jerónimo] se despide de los placeres efímeros y frívolos
de este mundo, se apasiona por la soledad y abraza una vida austera”.

XVIII. Encíclica Ubi arcano del Sumo Pontífice Pío XI, 1922, n. 9.

“La concupiscencia de la carne, o sea el deseo de placeres, es la peste más funesta que se puede
pensar para perturbar las familias y la misma sociedad”.

XIX. Encíclica Rerum omnium del Sumo Pontífice Pío XI, 1923, n. 11.

“San Francisco de Sales […] procura a toda costa demostrar que la santidad se amolda muy bien
a todos los oficios y condiciones de la vida secular y que cualquier cristiano aún en medio del
tráfago del mundo, puede acomodar su vida a la santidad, con tal que su interior y sus costumbres
vivan apartados del espíritu mundano”.

XX. Encíclica Rite expiatis del Sumo Pontífice Pío XI, 1926, n. 14.

“Se prohibía a los Terciarios la asistencia a banquetes y fiestas mundanas, o a bailes. Se establecía
el ayuno y la abstinencia”.

XXI. Constitución Apostólica Divini cultus del Sumo Pontífice Pío XI, 1928, n. 18.

“También en esto hay que evitar esa mezcla de lo sagrado y de lo profano”.

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XXII. Ibíd., n. 19.

“No podemos dejar de lamentarnos de que, así como acontecía en otros tiempos con géneros de
música que la Iglesia con razón reprobó, así también hoy se intente con modernísimas formas
volver a introducir en el templo el espíritu de disipación y de mundanidad”.

XXIII. Encíclica Mens nostra del Sumo Pontífice Pío XI, 1929, n. 18.

“Hay que atribuir a la bondad de Dios misericordioso y próvido el que también se reparta entre el
común de los fieles este tesoro de los ejercicios espirituales, que a la manera de contrapeso
detenga a los hombres para que, oprimidos por el peso de las cosas perecederas y hundiéndose en
las comodidades y dulzuras de esta vida, no sean miserablemente llevados hacia los placeres y
costumbres materialistas”.

XXIV. Decreto Provido sane consilio del Sumo Pontífice Pío XI, 1935, n. 5.

“Añádase a esto la natural indolencia de los niños y de los jóvenes, que, preocupados con otras
atenciones, atraídos por los juegos y los ejercicios físicos, o llevados, sobre todo en los días de
fiesta, a los espectáculos profanos, los cuales, con no rara frecuencia contribuyen al relajamiento
de las costumbres, descuidan la asistencia al catecismo parroquial, hasta tal punto que el olvido y
desprecio de las cosas divinas de lo que tanto Nos lamentamos, comienzan ya en la infancia y
cada día se tornan más graves”.

XXV. Encíclica Mit brennender Sorge del Sumo Pontífice Pío XI, 1937, n. 21.

“Una Cristiandad en la cual todos vigilen sobre sí mismos, que arroje de sí toda tendencia a lo
puramente exterior y mundano, que se ciña seriamente a los mandamientos de Dios y de la Iglesia
y que se mantenga por tanto en el amor de Dios y en la solícita caridad para con el prójimo, podrá
y deberá ser ejemplo y guía para el mundo profundamente enfermo”.

XXVI. Encíclica Mediator Dei del Sumo Pontífice Pío XII, 1947, n. 115.

“Esto no quiere decir que la música y el canto modernos hayan de ser excluidos en absoluto del
culto católico. Más aún, si no tienen ningún sabor profano, ni desdicen de la santidad del sitio o
de la acción sagrada, ni nacen de un prurito vacío de buscar algo raro y maravilloso, débenseles
incluso abrir las puertas de nuestros templos”.

XXVII. Alocución La causa del mal del Sumo Pontífice Pío XII, 24 de julio de 1949.

“Mantened desde los primeros años ante los ojos del niño los mandamientos de Dios y
acostumbradle a observarlos. La juventud de hoy, no menos que la de los tiempos pasados, está
dispuesta y preparada para obrar bien y servir a Dios. Pero es preciso educarla en ese sentido.
Oponed al deseo, al frenesí del lujo y del placer, la educación del candor y de la sencillez. La
juventud debe aprender a dominarse y endurecerse con las privaciones. ¡Educad a vuestros hijos
en la pureza! Ayudadles cuando les sean necesarios una palabra, un consejo, una orientación. No
olvidéis, por tanto, que una buena educación abarque toda la vida y que enseñe especialmente a
dominarse a sí mismo, es también la mejor formación en el campo de la pureza”.

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XXVIII. Exhortación Apostólica Menti nostrae del Sumo Pontífice Pío XII, 1950, n. 26.

“No os contentéis con la renuncia a los placeres de la carne por la castidad, y con la sujeción
espontánea de vuestra voluntad a vuestros superiores por la obediencia, sino que apartad cada día
más vuestro espíritu de las riquezas y de los bienes de la tierra”.

XXIX. Constitución Apostólica Sponsa Christi del Sumo Pontífice Pío XII, 1950, n. 30.

“Para una más segura salvaguardia de la castidad solemne y de la vida contemplativa, para que
este huerto cerrado de los monasterios no pueda ser invadido por ningún atrevimiento mundano,
ni violado por ninguna astucia o asechanza, ni turbado con ningún contacto secular o profano,
sino que sea siempre verdadero claustro de las almas, en el que puedan las monjas servir a Dios
más libremente, la Iglesia, con sabia y vigilante solicitud, estableció una clausura más severa”.
XXX. Radiomensaje La educación de la conciencia del Sumo Pontífice Pío XII, 25 de marzo
de 1952.

“El mandato divino de la pureza de alma y cuerpo es igualmente válido sin aminoración para la
juventud de hoy. También ella tiene esa obligación moral y, con la ayuda de la gracia, la
posibilidad de conservarse puro. Nos rechazamos como errónea la afirmación de aquellos que
consideran como inevitables las caídas durante los años de la pubertad, las que, por tanto, no
merecerían que se les hiciera caso, como si no fueran faltas graves, porque de ordinario -añaden
ellos- la pasión suprime la libertad necesaria para que un acto sea moralmente imputable. Por el
contrario, es una regla obligatoria y sabia que, sin descuidar por eso el cuidado de hacer patentes
a los jóvenes las nobles cualidades de la pureza de tal manera que tiendan a amarla y desearla
para ellos, el educador inculque en toda ocasión claramente el mandamiento de Dios tal y como
es, en toda su gravedad y su importancia como tal ley divina. Estimulará así a los jóvenes a evitar
las ocasiones próximas, les dará valor para la lucha, de la que no se ha de ocultar la dureza; les
incitará a aceptar valerosamente el sacrificio que la virtud exige y les exhortará a perseverar y no
caer en el riesgo de deponer sus armas desde el comienzo sucumbiendo sin resistencia a los
hábitos perversos”.

XXXI. Encíclica Sacra virginitas del Sumo Pontífice Pío XII, 1954, n. 14.

“Hay una razón más por la que abrazan la virginidad todos los que desean consagrarse
enteramente a Dios y a la salvación del prójimo; y es la que traen los Santos Padres, cuando tratan
de los provechos que pueden alcanzar los que renuncian a estos deleites del cuerpo para gozar
más cumplidamente de las elevaciones de la vida espiritual. No hay duda —como ellos claramente
también lo dicen— que el tal placer, legítimo en el matrimonio, no es en sí mismo reprobable;
más aún, el uso casto del matrimonio ha sido ennoblecido y consagrado con un sacramento
especial. Con todo, hay que reconocer igualmente que las facultades inferiores de la naturaleza
humana, después de la desdichada caída de Adán, resisten a la recta razón y a veces también
impelen al hombre a lo que no es honesto. Porque, como afirma el Doctor Angélico, el uso del
matrimonio impide que el alma se emplee totalmente en el servicio de Dios”.

XXXII. Encíclica Musicae sacrae del Sumo Pontífice Pío XII, 1955, n. 7.

“La misma Iglesia haya tenido que impedir que se pasasen los justos límites y que, junto con el
verdadero progreso, se infiltrase en la música sagrada, depravándola, algo de profano y ajeno al
culto divino”.

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XXXIII. Ibíd., n. 20.

“La música debe ser santa. No debe admitir nada que tenga sabor profano”.

XXXIV. Encíclica Ad Petri Cathedram del Sumo Pontífice S. Juan XXIII, 1959, n. 8.

“El curso de esta vida mortal, no debe considerarse solamente en sí mismo, ni como si su finalidad
fuese el placer”.

XXXV. Encíclica Mater et magistra del Sumo Pontífice S. Juan XXIII, 1961, n. 185.

“Hoy en día, lamentablemente, el desordenado afán de placeres asentó sus reales en los corazones
de no pocos de nuestros contemporáneos, que en toda su vida nada consideran más apetecible que
el correr tras los placeres y el aplacar la sed de las pasiones, cosas que indiscutiblemente causan
graves daños no sólo al espíritu, sino también al cuerpo”.

XXXVI. Encíclica Paenitentiam agere del Sumo Pontífice S. Juan XXIII, 1962, n. 6.

“La penitencia somete las fuerzas del corazón inclinadas al placer y las calma”.

XXXVII. Encíclica Ecclesiam suam del Sumo Pontífice S. Pablo VI, 1964, n. 55.

“Muchos fieles equivocadamente creen que la renovación de la Iglesia ha de consistir


principalmente en la adaptación de sus sentimientos y de su conducta a las costumbres profanas
y las tendencias del siglo. Las comodidades de la vida profana son hoy un poderoso aliciente; por
eso muchos consideran no sólo necesario sino aun prudente la acomodación a ellas. Por tanto
quien no está bien arraigado en la fe sobrenatural ni es inflexible en la práctica de las leyes
eclesiásticas fácilmente piensa que ha llegado el momento oportuno de adaptarse a esta
concepción de la vida como si ella fuese la mejor, la única que un cristiano puede y debe adoptar.
Esta tendencia exagerada hacia esta suerte de adaptación se desliza tanto al campo filosófico, en
el que es sorprendente lo que puede la moda, como al campo práctico de la acción donde se hace
cada vez más dudoso y difícil señalar la línea de la rectitud moral y de la debida conducta
práctica”.

XXXVIII. Ibíd., n. 57.

“A veces el deseo apostólico de introducirse en los círculos profanos o de granjearse las simpatías
de los hombres, especialmente de los jóvenes de hoy incita a algunos a abandonar formas de vida
muy convenientes y propias de la vida cristiana, o a renunciar a ese género de gravedad del cual
derivan su sentido y su vigor, aquel celo de acercarse a los demás y aquella eficacia para formarlos
¿No es acaso verdad que algunos del clero joven como también de los Institutos religiosos,
guiados ciertamente, por la mejor intención, para acercarse a la masa popular o a ciertos grupos
particulares, ansían imitarlos antes que distinguirse de ellas, con el solo efecto, naturalmente, que
por su vana imitación despojan sus labores de vigor y eficacia? El grave principio, enunciado por
Cristo, se presenta de nuevo con toda su actualidad, aunque sea difícil en la práctica: estar
necesariamente en el mundo, pero no ser del mundo”.

XXXIX. Ibíd., n. 69.

“La diferencia entre la vida cristiana y la profana nace también de la justificación que
efectivamente hemos conseguido y de la conciencia que de esta realidad hemos adquirido”.

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XL. Carta Dominicae cenae del Sumo Pontífice S. Juan Pablo II, 1980, n. 8.

“Esto hay que recordarlo siempre, y quizá sobre todo en nuestro tiempo en el que observamos una
tendencia a borrar la distinción entre «sacrum» y «profanum», dada la difundida tendencia general
(al menos en algunos lugares) a la desacralización de todo”.

XLI. Instrucción Libertatis nuntius de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, 1984,
IX, 3.

“Se añadirá que no hay más que una sola historia, en la cual no hay que distinguir ya entre historia
de la salvación e historia profana. Mantener la distinción sería caer en el « dualismo ». Semejantes
afirmaciones reflejan un inmanentismo historicista”.

XLII. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2144.

“El sentido de lo sagrado pertenece a la virtud de la religión: «Los sentimientos de temor y de “lo
sagrado” ¿son sentimientos cristianos o no? [...] Nadie puede dudar razonablemente de ello. Son
los sentimientos que tendríamos, y en un grado intenso, si tuviésemos la visión del Dios soberano.
Son los sentimientos que tendríamos si verificásemos su presencia. En la medida en que creemos
que está presente, debemos tenerlos. No tenerlos es no verificar, no creer que está presente» (Juan
Enrique Newman, Parochial and Plain Sermons, v. 5, Sermon 2)”.

Melius est nos mori in bello quam respicere mala gentis nostrae et sanctorum

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