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Niñez en la independencia de Chile:

Fragmentos de texto Historia de la infancia en el Chile Republicano (Jorge Rojas)

El reglamento de la Escuela de Santa Ana, en Santiago, nos da luces sobre algunas prácticas. En
verano, las clases eran de 7 a 11 y en la tarde de 3 a 4 y media. En invierno se mantenía el horario
matinal, pero el de la tarde cambiaba, quedando de 2 a 5. A las 8 y media de la mañana se iba a
misa. Tras la revisión de manos y cara a cargo del portero, el alumno, puesto de rodillas, debía
decir el “alabado” delante del altar, saludar al maestro y sus compañeros y tomar su asiento,
“doblando su capa o poncho y el sombrero en su sitio”. Los días miércoles y sabado se debía
enseñar la doctrina cristiana y rezar el rosario. Los días domingos y de fiesta los alumnos debían
asistir a la escuela para oír misa. Al concluir, se les explicaba la doctrina y después regresaban a sus
casas.

“Tomaba el maestro un ejemplar de los libros de lectura y se lo pasaba a otro alumno que hacía de
“General”, para que iniciase la clase. Como no había muchos textos, el del “General” pasaba de
mano en mano hasta que todos lo leyeran. Para que el resto, que no disponía de libro, y no se
distrajese, el maestro de forma repentina hacía preguntas. Cuando no respondían correctamente,
se le aplicaban unos palmetazos y se continuaba la lectura […] Esta descripción coincide con lo que
plantea Benjamín Vicuña Mackenna: dos métodos eran centrales: el grito y el látigo. Mientras más
fuerte deletreaban el silabario, apuntando con un palito en la letra, cien o doscientos niños, y
mientras más fuerte se escucharan las voces de los niños, mas fama tenía el maestro. El otro
principio de la enseñanza era el siguiente: la letra con sangre entra.

En las primeras décadas del siglo XIX, no existía una forma peculiar de vestir que distinguiera a los
niños de los adultos. Algunos autores han planteado que en esta etapa los niños eran como
adultos en miniatura, replicando el vestuario de sus padres. Aunque las diferencias sociales entre
los niños de distinta condición económica no se expresaban explícitamente, en la época de la
independencia ya existían diferentes formas de vestir. Así lo señala Vicuña Mackenna:

“La infancia tenía, sin embargo, en esos años un gran día: el de la primera compra de zapatos en la
plaza, un sábado por la noche. Como no había veredas o pavimentos, la frágil zuela del zapato
hacía frecuentes la renovaciones […] El alboroto del mercado, la competencia a gritos de los
vendedores, todo daba un aire de fiesta a aquella situación: y luego el volver a casa y volver a la
escuela con zapatos nuevos era un orgullo que no todos podían disfrutar.

Durante los primeros años de la República, los niños se hacían presentes en el servicio doméstico,
ya sea en la condición de esclavos o de sirvientes libres. Mary Graham mencionó su presencia en
el diario que escribió. Al asistir a la fiesta del Corpus Cristi, junto a una amiga, fue acompañada de
un niño que “nos seguía llevando un libro de misa y una alfombra para arrodillarnos”. Los
“indiecitos” eran muy considerados en las familias adineradas. Generalmente eran raptados y
vendidos por los indígenas de la Frontera que realizaban incursiones hacia el interior de la
Araucanía […] Esta práctica no solo se limitaba a los indígenas. Los campesinos pobres también
entregaban a algunos de sus hijos e hijas para que trabajaran como sirvientes, a cambio de un
pago inicial en dinero. Muchos permanecían con la familia “adoptiva” hasta cumplir los 18 o 20
años; recién entonces comenzaban a recibir una pequeño sueldo.

La presencia de niños en los regimientos y academias militares no era extraño. Casimiro Marcó del
Pont inició su carrera militar a los 14 años. En otros casos, la posesión de un título militar
comenzaba siendo un cargo honorifico que daba prestigio. Por ejemplo, Ignacio de la Carrera pidió
en 1786 el título de cadete para su hijo mayor Juan José, de cuatro años.

[…] Durante la guerra de independencia varios de estos niños presentes en el ejercito participaron
en acciones armadas

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