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Ya se ha comentado varias veces aquél párrafo del texto que Esther

McCoy escribió para el número de agosto de 1951 de la revista Arts &


Archtiecture, dedicado a la arquitectura mexicana : “En México hoy el
vestíbulo, alardeando una planta de plástico, es muchas veces más
grande que la cocina. Ojalá algún día la casa de criados o sirvientes
pueda usar un poco de espacio de la más grande de los patrones.” Ese
día, al parecer, aún no llega.

Juan Carlos Espinosa Cuock escribió en este mismo sitio: “Si


eligiéramos cualquier proyecto residencial de la clase media en
México —especialmente entre las casas y departamentos construidos
a lo largo del siglo pasado—, nos encontraremos con frecuencia una
habitación extremadamente pequeña y extraña: escondida detrás de
la cocina, debajo de una escalera, improvisada en algún sótano o
como un chipote en la azotea, pero siempre ubicada ambiguamente
en los resquicios de la casa.” En relación a ese asunto, el siglo XXI nos
sigue ofreciendo notables ejemplos de este racismo y clasismo
materializados en el espacio y avalados por la firma de arquitectos
que ostentan dicho título sin asomo de vergüenza.

Un ejemplo notable es el edificio llamado Mítikah, torre residencial,


“una propuesta arquitectónica que conjuga matices elegantes y
sofisticados con elementos funcionales, seguros y de alta calidad”,
según presume su sitio web. En realidad, también es un muy buen
ejemplo del pernicioso modelo de rapiña inmobiliaria que disfrazó
como “desarrollo” el anterior gobierno de la Ciudad de México.
Construido donde no debiera estar, en el viejo pueblo de Xoco, al lado
de Coyoacan, alguna nota periodística afirmó que “detrás de este
ambicioso desarrollo hay una trama oscura que empezó antes de que
se pusiera la primera piedra”: protestas de vecinos, funcionarios
públicos como socios del negocio, tala ilegal de árboles. A lo anterior
habría que agregar que, por lo visto en los planos publicados en su
sitio web, los departamentos de torre Mítikah parece que no cumplen
con las normas técnicas del reglamento de construcciones de la
Ciudad de México.

En departamentos que van de los 190 a los 315 metros cuadrados, y que cuentan cada uno con al
menos dos lugares para estacionamiento, los cuartos de servicio tienen aproximadamente 10
metros cuadrados, incluyendo el baño —menor superficie que la que ocupa un auto estacionado.
Esto en sí no es ilegal, pero sí una muestra evidente de clasismo de la peor calaña y de que el deseo
de Esther McCoy no se ha cumplido. Pero lo que sí es una violación a las normas es que ninguna de
esas habitaciones tiene ni iluminación ni ventilación naturales.
En esta serie de esquemas se muestra la planta del departamento donde se encuentra el cuarto de
servicio, y una comparación entre éste y la habitación principal.

En esto la norma es clara:

3.4 Iluminación y ventilación

3.4.1 Generalidades

Los locales habitables y complementarios deben tener iluminación diurna natural por medio de
ventanas que den directamente a la vía pública, azoteas, superficies descubiertas o patios que
satisfagan lo establecido en el inciso 3.4.2.2. Se consideran locales habitables: las recámaras,
alcobas, salas, comedores, estancias o espacios únicos, salas de televisión y de costura, locales de
alojamiento, cuartos para encamados de hospitales, clínicas y similares, aulas de educación básica y
media, vestíbulos, locales de trabajo y de reunión. Se consideran locales complementarios: los
sanitarios, cocinas, cuartos de lavado y planchado doméstico, las circulaciones, los servicios y los
estacionamientos. Se consideran locales no habitables: los destinados al almacenamiento como
bodegas, clósets, despensas, roperías.

La norma sigue indicando que, entre otras habitaciones, las recámaras no pueden ser una excepción
a la exigencia de contar con iluminación y ventilación naturales. En los hechos, parece una
costumbre que este tipo de desarrollos obtengan permisos, en el mejor de los casos, con un truco
tan burdo como cínico: nombrando al espacio como cuarto de lavado o planchado, para después, en
los hechos, venderlo como cuarto de servicio —presentándolo en los planos de venta con una cama
que apenas cabe entre los muros. Si se trata, pues, de una recámara, de una habitación que será
ocupada por una persona, no cumple con lo que el reglamento exige.

El descarado truco es conocido y permitido por autoridades y probablemente requerido por algunos
inversionistas. Quizá lo ignoren quienes terminan comprando este tipo de departamentos, aunque
eso no los exima de la responsabilidad ética de suponer que un espacio sin iluminación ni
ventilación naturales resulte apropiado para que lo habite una persona. Pero los arquitectos que
diseñan esos espacios sin duda conocen las reglas y conocen el truco y son los principales
responsables de ejercer, con arquitectura, un acto colonial, racista y clasista.

Por supuesto, las autoridades pertinentes debieran tomar cartas en el asunto y evitar el engaño —o
dejar de ser cómplices del mismo. Y las asociaciones gremiales podrían también asumir su
responsabilidad. Recientemente se anunció que el Instituto de Arquitectos de los Estados Unidos
(AIA) prohibió a sus agremiados diseñar espacios que, a sabiendas, serán destinados a ejecuciones o
aislamiento solitario —un paso apenas para quienes buscan que el diseño de prisiones sea vetado
como un trabajo de arquitectura. En el caso comentado, sería encomiable que las asociaciones de
arquitectos en México prohibieran que sus agremiados —aunque no sean muchos— sen cómplices
en este tipo de actos racistas, clasistas, e ilegales. Un poco de principios éticos no le harían mal a
esta profesión.

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