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Adopción: Ser aceptado en la familia de

Dios

CUALIDADES DE UN AUTÉNTICO CREYENTE EN CRISTO

El Prodigio de la Vida Eterna

“Yo he venido para que tengan vida,


y para que la tengan en abundancia”.
Juan 10:10

ADOPCIÓN: Ser aceptado en la familia de Dios

Después del funeral, Daniel se puso a hojear la vieja Biblia de su recién fallecida
abuela. Así, encontró su nombre escrito en la página familiar. Esperaba que su
nombre estuviera allí pero lo que nunca hubiera esperado ver, era la palabra que
estaba escrita al lado de su nombre—ADOPTADO. Daniel estaba perplejo, herido
y enojado. ¿Por qué nadie nunca le había hablado de su condición? Obviamente,
no fue la mejor manera de enterarse sobre cómo había ingresado a la familia
Gomez.

La adopción puede ser una experiencia maravillosa para todas las personas
involucradas. Triste es decir que muchos niños al nacer no son deseados por sus
familias; pero cuando éstos son adoptados, uno siente que realmente son
queridos y que serán amados de especial manera.

Sin embargo, válido es decir, que tú no entras a la familia de Dios por adopción
sino por REGENERACIÓN. ¿Por qué? Porque tú DEBES HABER nacido dentro
de la familia de Dios para que puedas poseer la naturaleza de Dios. Los hijos
adoptados experimentan el amor de la familia; llevan el apellido familiar; disfrutan
del hogar y los bienes de la familia; pero no tienen la misma naturaleza. Cuán
importante para nosotros, como hijos de Dios, es que seamos “participantes de la
naturaleza divina” (2 Pedro 1:4), ya que no podemos ser confirmados a la imagen
de Cristo si no tenemos Su vida y Su naturaleza dentro de nosotros. El texto
bíblico clave que trata sobre la adopción es:

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino
que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos:
¡ABBA PADRE!

El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu,


de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y
coherederos de Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que
conjuntamente con él seamos glorificados”. (Romanos 8:14-17).

¿Qué es, entonces, la adopción? Adopción es el acto de Dios por el cual Él da a


cada uno de sus hijos una posición adulta en la Familia de Dios. A partir del
momento en que naces en la Familia de Dios, a través de la fe en Jesucristo, Dios
comienza a tratarte como adulto, no como niño, de modo que, desde ese
momento, tu posición como adulto en la Familia (la verdadera y única que
TIENES) de Dios, nunca será cambiada y, menos aún, revocada.

No importa cuánto tiempo hayamos estado en la Familia de Dios, el Padre


celestial nos trata como adultos. Ningún hijo de Dios puede presentar EXCUSAS
para no crecer y llegar a ser como Cristo, ya que, como hijos, cada uno de
nosotros tiene los mismos privilegios espirituales. La adopción es el modo en que
Dios dice que, Sus hijos, tienen lo que necesitan para convertirse en creyentes
maduros en Cristo. En términos de experiencia, posiblemente has sido hijo de
Dios sólo por poco tiempo; pero en términos de posición, tienes los mismos
privilegios que los del más veteranos de los santos en el evangelio. Romanos
8:14-17, más arriba citado, nos habla claramente sobre tales privilegios.

SEGURIDAD

Comencemos con el privilegio de seguridad: “El Espíritu mismo da testimonio a


nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16).

Hasta donde ha podido llegar, la ciencia médica sabe que ningún bebé recién
nacido sabe que es un bebé ni que es un ser humano. No hay evidencia de que el
bebé sepa de dónde viene, cómo llegó aquí o qué se supone que sea o haga. Bien
temprano, los bebés se percatan de que están siendo cuidados; ante cualquier
ruido o señal que emiten, alguien le presta diligente atención. Gradualmente, el
infante descubre en su cuerpo cuáles son las personas y cosas que le son
placenteras o no. De este modo, comienza a tener amistad con otros miembros de
la familia y la comunidad. Los niños son dependientes por varios años, pero
gradualmente maduran y, entonces, se espera que estén equipados para salir del
lugar inicial y que comiencen por sí mismos el ciclo que han vivido hasta ese
momento.

Lo que el hijo natural aprende gradualmente, el hijo de Dios lo descubre muy


rápidamente a través del testimonio del Espíritu Santo de Dios. El testimonio del
Espíritu no es necesariamente una experiencia altamente emocional; es
fundamentalmente una SILENCIOSA CONFIANZA que, morando en tu corazón, te
dice que DIOS es tu PADRE y que tú eres Su hijo.

El testimonio del Espíritu viene a nosotros en diversos modos, pero,


fundamentalmente, a través de la Palabra de Dios. Aun antes de que puedan
comprender lo que sus padres dicen, los niños oyen cómo sus padres les hablan y
les ASEGURAN su amor (algunos médicos animan a los padres a que le hablen al
niño incluso antes de que haya nacido). Dios nos habla a través de Su Palabra y el
Espíritu Santo ilumina esa Palabra y nos la enseña. La gente que no pertenece a
la Familia de Dios, simplemente no comprende la Palabra de Dios, no puede
recibir instrucción del Espíritu Santo y, mucho menos, puede oír la voz del Padre
que a través de la Palabra se expresa.

Cuando Lina cumplió 65 años, tuvo que realizar ciertos trámites ante la oficina
local del Seguro Social, parte de los cuales consistía en presentar pruebas que
demostraran que ella era quien decía ser. A pesar de haber estado en esta tierra
por los últimos 65 años, Lina tenía que demostrar que realmente había nacido.
Todo lo que tuvo que hacer para cumplir con tal requisito fue mostrar su
Certificado de Nacimiento al funcionario competente, el cual, una vez fotocopiado,
se anexó a su expediente.

El testimonio del Espíritu Santo dentro de nosotros y el testimonio de la Palabra de


Dios ante nosotros representan nuestro “Certificado de Nacimiento” como hijos de
Dios. El Espíritu Santo y la Palabra de Dios testifican que hemos nacido de nuevo.
El apóstol Juan lo explica de esta manera:

“Si recibimos el testimonio de los hombres,


mayor es el testimonio de Dios;
porque este es el testimonio con que Dios
ha testificado acerca de su Hijo.
El que cree en el Hijo de Dios,
tiene el testimonio en sí mismo;
el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso,
porque no ha creído en el testimonio que Dios
ha dado acerca de su Hijo.
El que tiene al Hijo, tiene la vida;
El que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”.
(1 Juan 5:9-12).

Cuando compartes con el Pueblo de Dios y adoras al Señor, el Espíritu te testifica.


Así, te encuentras diciéndote, “¡Aquí es donde pertenezco! Mi corazón responde a
esto”. Cuando un hermano está en necesidad, tu corazón le alcanza con amor y
tus manos con ayuda. Esto no es mera simpatía humanitaria; es el AMOR DE
CRISTO desbordándose desde dentro de ti. Cuando desobedeces al Señor, el
Espíritu de Dios sanciona tu consciencia de modo que te encuentras deshecho y
arrepentido ante tu Padre, pidiéndole perdón. El Espíritu te da el poder que
necesitas para presentar a Jesucristo. En esas y otras formas el Espíritu Santo da
testimonio de que tú estás en la Familia de Dios.

LIBERTAD

Otro privilegio de la adopción es la libertad: “Porque todos los que son guiados por
el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8:14).
Antes del nacimiento, un niño carece de libertad alguna ya que está anidado en el
vientre de su madre. Después del nacimiento, el bebé no disfruta mucha más
libertad cuando la gente lo carga, lo lleva de un lado a otro y lo pone en una cuna.
Poco a poco, el niño aprende a voltearse, entonces a levantarse por sí mismo,
entonces a arrastrarse y gatear, y finalmente a dar los primeros pasos y caminar.
Pero incluso en ese entonces, el niño no tiene libertad de ir donde quiere o hacer
lo que quiere. La cuna y el corralito son una suerte de cárceles juveniles y algunos
padres incluso usan una especie de rienda para mantener “bajo control” al niño
ambulante.

El verbo en Romanos 8:14 literalmente significa “guiados con gusto, de buena


gana”. Esto habla de la libertad que tenemos en Cristo de conocer la voluntad de
Dios y obedecerla. Notemos que Pablo escribe sobre HIJOS, no niños. El Espíritu
da testimonio de que somos niños de Dios, lo cual significa NACIDOS DE; pero
cuando de buena gana seguimos la conducción del Espíritu, no estamos
comportando como HIJOS, lo cual significa NIÑOS MADUROS DE DIOS. Para
hacer que les obedezcan, los padres deben recompensar o castigar al pequeño,
pero los hijos e hijas maduros obedecen porque saben que esto es bueno y
porque aman a sus padres. Ellos reconocen la perdurable sabiduría contenida en
este versículo: “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y
sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3).

Si un niño caminara inmediatamente después del nacimiento, el mundo médico se


asombraría. A causa de la adopción, los hijos de Dios tienen el privilegio de andar
con el Señor y seguir en la dirección del Espíritu de Dios en la medida en que Él
nos enseña la Palabra. Como consecuencia de la adopción, ningún hijo de Dios
puede defenderse exitosamente al argüir, “Pero, Padre, ¡yo solamente tengo seis
meses de haber sido salvado! ¡Tú seguramente no esperarás que yo sea
obediente en tan corto tiempo! Una evidencia de que somos verdaderamente Sus
hijos es que “no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”
(Romanos 8:4). Si queremos privilegios de adulto, DEBEMOS ACEPTAR
responsabilidades de adulto.

La meta de los padres es ver sus hijos maduros y libres, capaces de encargarse
de las responsabilidades de la vida y de contribuir al bienestar de la sociedad. La
meta de Dios para Sus hijos es que usen la libertad responsablemente para el
bien de otros y de la gloria del Señor. En una próxima entrega tendremos más que
decir acerca de la libertad.

CONFIANZA

Un tercer privilegio que tenemos, como consecuencia de la adopción de Dios, es


la confianza: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez
en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos:
¡ABBA PADRE!” (Romanos 8:15).
Es buena cosa que la mayoría de nosotros no recordemos nuestros primeros años
de vida, ya que el mundo de los infantes está lleno de miedos: Miedo de caernos;
miedo de ser abandonados; miedo a la obscuridad; miedo a los sonidos
estrepitosos; miedo al dolor (los adultos tenemos estos mismos miedos, pero
podemos identificarlos y, en la mayoría de los casos, controlar nuestras
respuestas). Dios nos adopta y nos trata como adultos para que expulsemos
nuestros miedos. Segunda de Timoteo nos sosiega al decirnos: “Porque no nos ha
dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (1:7).

Es estimulante ver cuántos versículos “NO TENGAS MIEDO” hay en la Biblia,


promesas de Dios que podemos reclamar como Sus hijos adoptados. Si susurras
amorosamente al oído de un niño, “Ahora, no tengas miedo”, puede que éste te
entienda como que no lo haga. Mas, cuando el Padre habla a Sus hijos a través
de la Palabra, podemos oír y entender lo que Él está diciéndonos porque tenemos
una posición adulta en Su familia.

También hay algo más involucrado en esta posición: No sólo el Padre nos habla
sino que también ¡Nosotros le hablamos al Padre! “Clamamos, “‘ABBA, Padre’“. Si
en cualquier hospital un recién nacido reconociera a su padre y le hablara,
estaríamos ante una noticia que sorprendería al mundo entero. A pesar del vínculo
que surge cuando la madre y el padre acogen al niño, el pequeño todavía no
comprende el significado de las palabras de sus padres (desdichadamente,
algunos niños nunca llegan a saber lo que sus padres quieren decir). Pero los
hijos de Dios sabemos quién es nuestro Padre y podemos hablarle en oración.

En la lengua Aramea que Jesús hablaba, la palabra ABBA es equivalente a las


palabras españolas Papá y Papi, vocablos que expresan ternura cuando los
chicos hablan con su padre. Además de Romanos 8:15, encontramos esta palabra
en Marcos 14:30 y Gálatas 4:16. Padre expresa nuestra comprensión sobre la
relación que tenemos con el Dios que nos dio la vida, mientras que ABBA habla
del AFECTO ÍNTIMO que tenemos por Él; y ambos, afecto e inteligencia, son
componentes indispensables para la verdadera adoración.

Como hijos de Dios, siempre se nos presenta el privilegio de guiar a alguien por el
camino de la fe en Cristo. Así, cuando Dios nos presente a alguien con quien Él
quiere platicar, podríamos preguntarle a esa persona, “¿Sabe Ud. que es
verdaderamente hijo de Dios?” —”¡Sí, lo sé!”, pudiera contestar la persona en
cuestión.
“¿Y cómo sabe que Ud. es hijo de Dios? ¿Cuál es la base de su seguridad?”
—”Bueno, Dios, en Su Palabra, prometió salvarme si yo le invocaba. Y hay algo en
mi corazón que me dice que pertenezco a Dios”.

Entonces, pudiéramos decirle, “¿Por qué no le agradece al Señor por su salvación


y le dice que quiere vivir para Él?”.

Ahora, aquí tenemos un hecho interesante: Cuando los pecadores suplican a Dios
por salvación, sus oraciones casi siempre comienzan con SEÑOR. No obstante,
invariablemente, cuando los creyentes recién nacidos se inclinan para agradecer
al Señor por la salvación, la primera palabra que pronuncian es PADRE. ¿Por
qué? Porque el nuevo creyente tiene el Espíritu Santo dentro y puede decir:
“ABBA, Padre”.

HERENCIA

La adopción nos trae también el privilegio de la herencia: “Y si hijos, también


herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo” (Romanos 8:17).

No importa cuán ricos puedan ser sus padres, los niños no pueden heredar la
riqueza de la familia hasta que alcancen la edad estipulada en el testamento
(voluntad del testador). Dejemos que la Palabra de Dios nos hable a través de
Pablo:

“Pero también digo:


Entre tanto que el heredero es niño,
en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo;
sino que está bajo tutores y curadores
hasta el tiempo señalado por el padre.
Así también nosotros, cuando éramos niños,
estábamos en esclavitud bajos los rudimentos del mundo.
Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo,
Dios envió a su Hijo,
nacido de mujer y nacido bajo la ley,
para que redimiese a los que estaban bajo la ley,
a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.
Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones
el Espíritu de su Hijo, el cual clama:
¡ABBA, PADRE!
Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo,
también heredero de Dios por medio de Cristo”.
(Gálatas 4: 1-7)

Mediante este largo e importantísimo pasaje, Pablo deja bien claro que hay dos
factores involucrados en el acto de recibir nuestra herencia: DEBEMOS SER hijos
del TESTADOR y DEBEMOS HABER SIDO nombrados como HEREDEROS
legales. Pensamos que Pablo tenía a Abraham, Isaac e Ismael en mente cuando
escribió estas palabras. El hijo primogénito de Abraham fue Ismael, un hijo no
incluido en el testamento de Dios (Génesis 16). Aunque fue el hijo primogénito,
Ismael no recibió herencia. Isaac sí, porque Isaac fue el único nombrado como
“HEREDERO” por Dios en Su testamento (Génesis 15:1-6; 17:20-21).

De modo que, los hijos de Dios tenemos doble derecho a la hora de pedir nuestra
herencia: Tenemos la naturaleza de Dios porque hemos nacido dentro de Su
familia, y hemos sido adoptados por Dios. Así, no podemos ser tratados como
niños demasiados jóvenes para recibir la herencia. Ismael, el hijo esclavo, nació
pobre, pero Isaac nació rico y así pasa con todo hijo de Dios: ¡NACE RICO!

Tu Biblia es el “TESTAMENTO” que te dice que eres rico en Cristo. Has sido
bendecido con “toda bendición espiritual” (Efesios 1:3), las cuales incluyen
“riquezas de la misericordia de Dios” (Efesios 2:4) y “riquezas de la gracia de Dios”
(Efesios 2:7). Éstas son “riquezas inescrutables” (Efesios 3:8) porque son
“riquezas de gloria” (Efesios 3:16). Dios suple todo lo que necesitamos “conforme
a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19).

No sólo todas estas riquezas espirituales se hacen disponibles para nosotros HOY
sino que también compartimos una HERENCIA FUTURA debido a que somos
“coherederos con Cristo” (Romanos 8:23). Dios ha predeterminado a Su Hijo como
“heredero de todo” (Hebreos 1:2); y, por cuanto somos coherederos con Cristo,
esto nos hace “coherederos de todas las cosas”. Hemos nacido de nuevo “para
una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible” (1 Pedro 1:4). Parte de
esta gloriosa herencia futura será la bendición del cuerpo redimido (Romanos
8:23) así como de la creación redimida (Romanos 8:19-23).

Durante un congreso bíblico vacacional, un pastor estuvo orientando a una mujer


traspasada por el dolor. Su hermano se había aprovechado de la avanzada edad y
enfermedad de su padre para fraudulentamente sacarla a ella y otra hermana de
la herencia familiar. Es un triste relato de la vida “normal” del mundo; sin embargo,
hay algo aún más triste: Cuando los hijos de Dios vivimos como indigentes al no
apropiarnos de las riquezas espirituales que tenemos en Cristo. NADIE PUEDE
cambiar Su testamento (VOLUNTAD) y robarnos estas riquezas; no obstante,
podemos ignorarlas o descuidarlas y vivir como si no estuviéramos en la Familia
de Dios.

Durante los días de la Gran Depresión en Estados Unidos, una maestra de


escuela se dio cuenta que una de sus alumnas lucía enferma. “Querida mía,
cuando llegues a casa”, dijo la maestra, “asegúrate de comer bien ya que no luces
bien”. Con mirada alicaída, la niña respondió “No puedo. Hoy le toca comer a mi
hermanita”.

Cuando nos presentamos a retirar, a sacar, las riquezas espirituales que tenemos
en Cristo, los hijos de Dios nunca debemos decir, “No puedo. No hay suficiente”.
Podremos estar espiritualmente en bancarrota sólo cuando Jesús esté
espiritualmente en bancarrota, ¡Y ESTO JAMÁS OCURRIRÁ!

SUFRIMIENTO

El quinto privilegio de la adopción espiritual puede sorprenderte. Es el sufrimiento:


“si es que padecemos
juntamente con él, para que conjuntamente con él seamos glorificados” (Romanos
8:17).

La mayoría de la gente hará todo lo que esté a su alcance para proteger a sus
hijos del sufrimiento, y es correcto obrar de este modo; pero Dios ha decretado
que el sufrimiento por el nombre de Cristo es una parte normal de la vida en
Cristo. Jesús dijo a Sus discípulos, “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad,
yo he vencido al mundo “ (Juan 16:33); y , “Es necesario que a través de muchas
tribulaciones entremos en el reino de Dios”, recordaba Pablo a los primeros
cristianos (Hechos 14:22).

El sufrimiento se presenta temprano en la vida del creyente en Cristo para


examinar la realidad de nuestra fe. La persona cuyo corazón es superficial y cuya
fe carece de raíces “es de corta duración, pues al venir la aflicción o la
persecución por causa de la palabra, luego tropieza” (Mateo 13:21). El sufrimiento
también fortalece nuestra fe: “Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria
eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo
os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca “ (1 Pedro 5:10). El único modo de
convertirse en un creyente maduro, establecido, en Cristo, es resistiendo el
sufrimiento. ¡NO HAY ATAJOS!

Nótese que Pedro está de acuerdo con Pablo al conectar sufrimiento con gloria ya
que Pablo escribió, “si es que padecemos juntamente con él, para que
conjuntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:17). Una de las lecciones
más difíciles que los discípulos de Jesús tuvieron que aprender fue que, en el
reino de Dios, NO PUEDE HABER GLORIA alguna SIN SUFRIMIENTO. Pedro le
pidió a Jesús vigorosamente que no fuera a la cruz (Lucas 24:13-35) y los dos
discípulos, rumbo a Emáus, no hallaron lugar para una cruz en su teología.
Empero Jesús preguntó a estos dos hombres, “¿No era necesario que el Cristo
padeciera estas cosas y que entrara en su gloria?” (Lucas 24:26). “Ninguna cruz =
Ninguna corona.

El sufrimiento aquí en la tierra prepara a los hijos de Dios para ser parte de la
gloria que todavía está por ser revelada: “Pues tengo por cierto que las aflicciones
del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que EN
NOSOTROS ha de manifestarse” (Romanos 8:18). Nótese que este versículo dice
“en nosotros” y no “para nosotros”. No sólo contemplaremos la gloria de Dios en el
cielo (Juan 17:22-24) sino que también glorificaremos a Dios en el cielo a causa
del sufrimiento que habremos de experimentar en la tierra, “Cuando VENGA en
aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que
creyeron (por cuanto nuestro testimonio ha sido creído por vosotros)” (2
Tesalonicenses 1:10).

Para nosotros, sufrir por el nombre de Cristo no es fácil ni agradable; pero cuando
Dios pone a Sus hijos en el horno, Él siempre mantiene Sus ojos en el reloj y Su
mano en el termostato. Él sabe cuánto y por cuánto tiempo. Él nos trata como
adultos y no como niños, y Él sabe cuánto podemos soportar. En lugar de
quejarnos, deberíamos considerar que el sufrir por Cristo es un privilegio: “Y ellos
salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de
padecer afrenta por causa del Nombre” (Hechos: 5-41).
HIJOS DE DIOS

Éstos, entonces, son algunos de los privilegios adultos de los hijos adoptados por
Dios:

• Seguridad—sabemos que somos hijos de Dios y que Dios es nuestro Padre.

• Libertad—podemos andar en y seguir la dirección del Espíritu de Dios.

• Confianza—no tenemos miedo porque podemos hablar con el Padre y Él con


nosotros.

• Herencia—somos ricos en Jesucristo y podemos apropiarnos AHORA MISMO de


toda la riqueza espiritual que necesitemos.

• Sufrimiento—éste examina la realidad de nuestra fe, fortalece nuestra fe y nos


prepara para glorificar a Dios cuando estemos en el cielo.

No hay razón alguna por la que algún hijo de Dios deba quejarse ante el Padre por
su porción, su suerte (en términos de destino, no de casualidad) en la vida. ÉL NO
ESTÁ MIMÁNDONOS; Él está perfeccionándonos y preparándonos para la gloría
aún por venir. Él nos está tratando como hijos e hijas adultos, no como infantes; y
Él pone a nuestra disposición todos los recursos que necesitamos para ser
triunfadores en la difícil experiencia que la vida es, para que CREZCAMOS COMO
CREYENTES EN CRISTO.

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