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PROGRAMA DE CIENCIA Y TECNOLOGIA PARA EL DESARROLLO

CYTED XIV. B VIVIENDO Y CONSTRUYENDO

REFLEXIONES SOBRE
LA AUTOCONSTRUCCION DEL
HABITAT POPULAR EN AMERICA LATINA
CYTED

Víctor Saúl Pelli


Mario Lungo
Gustavo Romero
Teolinda Bolívar
Victor Saúl Pelli *

Autoconstrucción
El camino hacia la Gestión Participativa

y Concertada del Hábitat

* Arquitecto en la U.N. Buenos Aires, 1960. Director del Instituto de Investigación y Desarrollo
en Vivienda (IIDVI) de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la U.N. del Nordeste (Choco,
Argentina), que fundó en 1967, y del Instituto para la Comunidad y el Hábitat, (ICoHa),
Organización No Gubernamental. Profesor de «Introducción a la Viviendo Económica» en la
carrera de Arquitectura de la UNNE, creada según su proyecto. Investigador en categoría
Independiente y miembro de la Comisión Asesora del CONICET sobre Arquitectura y Hábitat.
Ex Jefe de Misión Técnico de lo OEA en la República Dominicano. Ex Jefe del Proyecto
CYTED-D XIV.1 «Autoconstrucción: Construcción Progresiva y Participativa».
INDICE

1. Introducción

2. La presencia de la autoconstrucción en la evolución de las


propuestas de política habitacional en América Latina.

3. El marco conceptual propicio

4. Perfil de un modelo de gestión habitacional participativo, adecuado


a las necesidades de los sectores populares urbanos
latinoamericanos y compatibles con las condiciones de contexto

5. La aptitud de las distintas acepciones y categorías de


autoconstrucción, para el Desarrollo de políticas de vivienda
orientadas hacia el perfeccionamiento de la gestión popular del
hábitat.

6. Una reflexión sobre la cogestión del hábitat.

7. Bibliografía
Introducción
Autoconstrucción es la palabra clave que, más
que identificar, representa y simboliza una
concepción global del abordaje de los problemas
habitacionales de los sectores populares de América
Latina.
El concepto de autoconstrucción, que ha venido
tomando forma, como eje de una corriente de
opinión, propuestas y acciones, aproximadamente
desde la década de los ´50, ha venido también desde
entonces evolucionando en sus significados y en sus
formas y criterios de implementación. Al presente
es común encontrarlo en diferentes versiones, con
significados superpuestos y no coincidentes, a veces
directamente contradictorios. Todas estas versiones
tienen, sin embargo, un núcleo de significado en
común: en todas ellas se plantea la inclusión de los
habitantes en el proceso de producción de su propia
solución habitacional. Este núcleo es sólido y marca
una profunda diferencia con todas las propuestas
de gestión hobitacional que excluyen al habitante
del proceso de resolución (y que continúan gozando
de la predilección de los sectores dominantes). Es
tan fuerte este rasgo de diferenciación con otras
estrategias de gestión que termina por contribuir a
la falta de precisión en cuanto al significado de los
formas, muy distintas entre sí, de entender y propiciar
la inclusión de la gente, que se expresan a través
de las distintas acepciones de autoconstrucción.
Una revisión de la evolución del concepto de
autoconstrucción en la historia de los políticas
habitacionales latinoamericanas, aún dentro de las
limitaciones de extensión de un trabajo como el
presente, hará las veces de camino introductorio a
una clarificación conceptual de estas distintas formas
de concebir la autoconstrucción:
La presencia de la autoconstrucción en la
evolución de las propuestas de política
habitacional en América Latina
El tiempo de afloramiento de la crisis habitacional latinoamericana con sus
rasgos actuales: masividad, pobreza extrema, urbanización, desborde de los
mecanismos formales-legales de organización de la ciudad, segregación social
y espacial, fue coincidente con la post-guerra europea, fuerte punto histórico
de inflexión en las corrientes de influencias, presiones y condicionantes de las
que nunca dejaron de depender las estructuras sociales y económicas de los
países latinoamericanos. En un plano específico (en relación a la vivienda),
los países directamente involucrados en la contienda desarrollaron y exhibieron
una intensa actividad de reconstrucción a cargo de los estados nacionales en
tren de recuperar calidad de vida y capacidad productiva. Esa actividad, y los
modelos de gestión que se desarrollaron, ejercieron fuerte influencia sobre las
actitudes de los estados latinoamericanos frente al problema habitacional, al
amparo de los esquemas de política económica que estaban siendo adoptados,
y dentro de los cuales estos modelos de gestión habitacional se insertaban
como instrumentos coherentes de «acción social». Fue también el tiempo de
la generalización de un modelo de vida y de relación social y doméstica
fuertemente identificado con los paradigmas generales de la modernidad. Las
acciones habitacionales de algunos estados latinoamericanos de la década
del 50, incluyendo aquellos sometidos a regímenes dictatoriales, registran
experiencias de incorporación sin transiciones (y también sin análisis críticos
ni tentativas de adecuación a una realidad diferente) del modelo «moderno»
en sus políticas habitacionales, ya sea en su versión refinada dentro de los
cánones de lo que en arquitectura se llamó y se llama «movimiento moderno»,
ya sea en versiones menos estrictas en cuanto a las formas arquitectónicas,
pero igualmente categóricas en cuanto materialización de un patrón cultural.
No se trató ciertamente de una opción por estilos arquitectónicos, sino de una
opción general, más o menos consciente, por un modelo de sociedad, de
cultura, y de estrategia de producción y acumulación, coherente con las
estrategias de desarrollo, fuertemente modernizantes, adoptadas por los
estados latinoamericanos por aquellos tiempos. Opción por otra parte
contradictoria con el mantenimiento de un esquema crudamente dual de
sociedad que no alcanzó nunca a desdibujarse del todo, en la mayoría de
nuestros países, desde la primera irrupción e instalación de los europeos en
la región (Romero, J. L. 1976).
Alrededor de la década de los '50, también, las consecuencias y
contradicciones de este trasplante ajeno a las circunstancias y a los actores

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sociales involucrados comenzaron a hacerse sentir y observar a través de los
embriones de planteos críticos, o simplemente alternativos, con sus
correspondientes contrapropuestas, que fueron cobrando desarrollo en las
décadas posteriores. Este desarrollo siguió dos vertientes: desde algunos
sectores empresarios y profesionales de la construcción, la preocupación por
reducir costos y tiempos del proceso de producción y por mejorar la calidad
material de las viviendas mediante sistemas y procedimientos constructivos
innovadores fue el punto de arranque de una corriente de impulso a los sistemas
de prefabricación y de industrialización, fuertemente alimentada desde los
países europeos, del oeste y del este. Esta corriente adscribía en todos sus
puntos al paradigma de modernidad, tendiendo sólo a perfeccionar sus modos
de materialización, precisamente como un avance y una mayor definición en
esa dirección. Hubo sólo muy contadas excepciones a esta tendencia, que
desarrollaran, por ejemplo, la prefabricación y la industrialización como
herramientas facilitadoras de la participación social. Simultáneamente
empezaron a producirse, en otros sectores profesionales e institucionales,
cuestionamientos a la solución del problema habitacional calcada de los
modelos urbano-modernos de vida, de vivienda y de gestión habitacional, a la
vista de los aspectos propios y característicos de la realidad latinoamericana
que resaltaban sus fuertes diferencias con los de la situación europea. Más
que en el producto y en el proceso de construcción, la atención fue
gradualmente centrándose en la gente en sus reacciones frente a las soluciones
habitacionales provistas por el Estado, en el «descubrimiento» y revalorización
de sus expectativas de vida y de sus prioridades, en el «descubrimiento« de
las potencialidades positivas de sus modos espontáneos de solucionar su
propio problema habitacional, y en la clarificación del fuerte efecto de cada
modelo posible de proceso de solución habitacional sobre los aspectos
cualitativos del proceso troncal de incorporación de los sectores populares a
la trama de la sociedad urbana. Esta fue una de las oportunidades en que
empezó a aplicarse el término y el concepto de autoconstrucción,
identificando en este caso los procesos obligada e involuntariamente
autónomos a través de los cuales la propia gente encara la resolución de
su problema habitacional, con talento y tenacidad, pero sin recursos ni
marco institucional suficiente para llegar a soluciones plenamente
satisfactorias.
En algunas instituciones, incluso en algunos países latinoamericanos, a
través de sus esquemas de política habitacional, y en determinados casos
con la presencia y la acción inductora de países externos a América Latina (p.
ej. Alianza para el Progreso: Burguess, 1992), comenzaron a ensayarse
propuestas de inclusión de los habitantes en las soluciones habitacionales.
Algunas de estas propuestas apuntaron básicamente a la reducción de costos

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de asistencia y, accesoriamente, a la reducción de reclamos en la etapa de
uso de la vivienda, comprometiendo a los habitantes en el aporte «sin costo»
de su mano de obra en la construcción de sus propias casas. Los esquemas
de producción fueron diseñados de manera acorde con este punto de partida
conceptual: el habitante se incorporaba como mano de obra a la construcción
de modelos de vivienda y de urbanización concebidos por profesionales, en la
mayoría de los casos sin consulta a los propios usuarios-constructores; en
otros, con consultas «encerradas», sin demasiado margen para la introducción
de opciones por parte de los «beneficiarios». A esta modalidad de acción
también se le aplicó, y lo conserva, el nombre de autoconstrucción.
Aproximadamente en la misma época comenzaron también a tomar forma
propuestas fuertemente influidas por hallazgos en otros campos de trabajo Y
reflexión, como el de la educación popular, el de la promoción comunitaria, el
de la promoción de la salud, o el de la extensión agropecuaria, que reconocen
la necesidad de replantear el criterio de acción social (en nuestro caso, el de
acción habitacional) sumando, al aporte de recursos financieros y técnicos
dentro de procesos de resolución de necesidades, la cesión (o restitución) de
espacios de poder a los propios habitantes para que puedan hacerse cargo
de los procesos, e 'incluso de los recursos financieros aportados desde «afuera»
(en rigor no es desde afuera sino desde el Estado y desde otras instituciones
de la misma sociedad a que pertenecen los «beneficiarios») para
implementarlos: en la práctica estos hallazgos condujeron a modelos de acción
en los que a los «beneficiarios» de las acciones institucionales de vivienda, los
habitantes, les cabe el protagonismo en las decisiones de diagnóstico, solución y
procedimientos de solución, así como en el control y administración de los procesos.
El aporte «externo», financiero, técnico, jurídico, político, se diseña e implementa de
manera de alimentar el accionar de grupos de decisión, control y gestión, integrados
por los habitantes, los técnicos y la mayor cantidad posible de actores involucrados
en los procesos de resolución. Estas propuestas implican fuertes cambios, frente a
la idea convencional de acción habitacional, en la noción física y simbólica de vivienda,
en la concepción de sus formas de uso y de sus formas de producción y,
significativamente, en las relaciones de poder entre los actores, los «naturales» y
los «externos», del proceso de resolución. El término autoconstrucción también
apareció asociado o aplicado a esta modalidad de acción.
Estas tres formas de aplicación del término autoconstrucción, sobre cuyas
profundas diferencias no hacen falta mayores comentarios, suelen presentarse
hoy entremezcladas en una misma propuesta, sin diferenciación y sin una
clara percepción de las confusiones a que conduce, potencialmente o
efectivamente, la superposición de significados.
La confusión no sólo ha sido el origen de fuertes obstáculos para la puesta

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en vigencia de aquellas formas de la autoconstrucción que desde una óptica
de genuina participación pueden apreciarse como positivas dentro de estas
tres versiones, sino que también ha ofrecido puntos indebidamente vulnerables
a la crítica, que encontró y encuentra en las propias contradicciones y
superposiciones del uso del concepto, motivos atendibles y argumentos para,
por lo menos, poner en duda sus beneficios sociales y su eficacia.
Si bien se las percibe como la expresión de distintos puntos de vista vigentes
actualmente sobre la participación popular, se podrá identificar aún más
ajustadamente estas distintas acepciones si se las entiende también como
distintas etapas históricas de! proceso de esclarecimiento del significado social
de acción de vivienda; es decir, el esclarecimiento del significado de la solución
habitacional en la experiencia de vida de los propios habitantes, en su difícil
proceso de asimilación a la ciudad y a la sociedad urbana moderna con su
inevitable movimiento de creación de formas nuevas y propias de inserción en
ellas; en su proceso de superación (o de consolidación) de estados ancestrales
de sometimiento con respecto a los sectores sociales hegemónicos
(económicos, políticos, profesionales, rituales), y en su proceso de
enfrentamiento y superación de su crítica y para ellos, en rigor, incomprensible
situación de pobreza. Este proceso de esclarecimiento, tanto teórico como
empírico, ha ido poniendo en evidencia el significado del proceso mismo de
resolución habitacional como una de las experiencias troncales de vida de las
familias, con fuerte incidencia en la generación de sus modos de relación interna
y externa, su inserción social, sus pautas culturales, sus compromisos
económicos y su salud. Consecuentemente, ha ido generando también una
conciencia de la necesidad de incluir, de manera ineludible, este significado
entre los factores determinantes del diseño de los procesos de solución
habitacional.
En la historia del desarrollo de modelos de gestión habitacional pública, la
primera interpretación de la carencia de vivienda como mera necesidad de
disponer de un conjunto de bienes ha dado origen a determinado tipo de
respuestas. La interpretación más evolucionada de carencia de vivienda como
necesidad de un conjunto de bienes insertados en una trama de servicios e
interrelaciones, originó un tipo más evolucionado de respuestas habitacionales:
Aquellas experiencias «primitivas» de atención al problema habitacional
construyendo cantidades de casas, según tipologías arquitectónicas de origen
europeo, sin mayor atención a su inserción en la trama funcional y social urbana,
debieron dejar paso a las experiencias más evolucionadas de construcción de
conjuntos habitacionales según una noción de hábitat urbano integrador de la
unidad residencial (la casa) al sistema urbano: funcional, productivo y cultural.
En los hechos esto significó la incorporación, dentro del concepto de solución

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habitacional, de las previsiones de infraestructura de servicios y de buen acceso
a la trama urbana y, de manera un poco más reticente, la inclusión de
equipamiento básico para servicios sociales. Esta versión mas evolucionada
no dio, sin embargo, situaciones tan satisfactorias como se esperaba. En un
grado aún más afinado de percepción, el cada vez mejor conocimiento, por
parte de algunos sectores profesionales e institucionales, de los datos de
situación y de identidad de los sectores populares 'latinoamericanos, y también
las repetidas crisis de no aceptación de conjuntos habitacionales evaluados
por los técnicos como «completos» e inobjetables, llevaron a leer la necesidad
de vivienda, no sólo según aquellas dos versiones centradas en la carencia
funcional inmediata, sino además, y prioritariamente, como una expresión en
superficie de la necesidad general y profunda de los grupos populares de
superar su conflictiva situación actual de no inserción en una sociedad y en
una cultura: La imposición, por la vía de la ayuda (la ayuda sería en este caso
la solución de vivienda impuesta por las instituciones), de modelos de vida
doméstica (grabados en los modelos arquitectónicos), de modelos de relación
social (grabados en los modelos urbanísticos), de modelos de organización
productiva (grabados en los modelos de producción y distribución de las
viviendas) y de modelos de compromisos económicos (a través de los sistemas
de crédito), que no coinciden con sus patrones de comprensión, control,
expectativas y posibilidades, y muy en particular con sus patrones de solución
de problemas (Declaración de Salvador de Bahía, 1993), puede dar lugar a las
crisis de aceptación de soluciones habitacionales aparentemente impecables.
Según esta interpretación la solución habitacional, además de proveer un conjunto
de comodidades funcionales, debe producirse a través de un proceso de gestión
diseñado tomando en cuenta esa situación de extrema sensibilidad de la gente,
no sólo al cambio sino a las formas del cambio. Un proceso diseñado de esta
manera asegura la coherencia del producto con las necesidades y posibilidades
de la gente, como ellos las viven. La transformación positiva implícita y buscada
con la solución del problema habitacional no se limita, según esta interpretación,
a los efectos de un cambio favorable de hábitat físico, sino a los efectos del
proceso que conduce a ese cambio, como experiencia de vida de sus
protagonistas. No sólo el hábitat físico debe proveer condiciones y estímulos
favorables, sino que aparece como indispensable que el proceso general de
gestión que incluye la transformación del hábitat físico, se constituya también
en una experiencia social transformadora, y coherente con la dirección, también
transformadora, que se propone para sus resultados físicos.
Para quienes, a través de nuestras experiencias de abordar en la práctica
el problema, a través del estudio y la reflexión, o a través de la construcción de
un amplio consenso en torno a un conjunto de ideas, hemos ido arribando a la
convicción de que la inclusión de la gente en la gestación y en la conducción

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de los procesos de resolución de sus propias necesidades habitacionales es
una condición insoslayable para que el desarrollo de los procesos alcance su
plenitud como acto de producción y como acto social, se hace necesario
rescatar aquellas áreas de propuesta, dentro del hasta ahora impreciso y
escurridizo concepto de autoconstrucción, que garanticen no sólo la inclusión
de la gente, pues esa inclusión, mal formulada, puede traducirse en el plano
técnico en un mero entorpecimiento de un proceso de solución o, en el plano
social, en una forma más de sometimiento, sino que garanticen, también, que
sea inclusión se produzca dentro de condiciones innovadoras en cuanto a las
formas de trato y de trabajo conjunto entre quienes pueden, tienen y saben
más y quienes pueden, tienen y saben menos, o dicho de una manera aún
más ajustada, condiciones que permitan la asociación, la acción conjunta y la
valorización recíproca de distintas formas de poder, tener y saber: Las de
quienes prestan la ayuda, y las de quienes la reciben.

El marco conceptual propicio


A los fines de este trabajo sería erróneo, o simplista, pretender que la
dinámica de autoconstrucción es buena para cualquier planteo de gestión o
de política habitacional. Una política habitacional puede asumir diversas
estructuras y fisonomías según el marco conceptual, explícito o tácito, en que
se apoya, expresando filiaciones ideológicas más o menos claras; intereses
sectoriales más o menos protagónicos, más o menos evidentes, más o menos
Iícitos pautas culturales más o menos definidas, permeables o asimilables; y
capacidades intelectuales (en quienes formulan las políticas) más o menos
desarrolladas. No todas las concepciones posibles de política habitacional
tienen un lugar para la autoconstrucción. Realmente, carece de sentido el
esfuerzo de promover la adopción de la autoconstrucción, entendida, como se
intentaráponer en claro más adelante, como autogestión integralmente asistida
y equitativamente concertada, o como cogestión equitativa, si no se asegura
su coherencia con la estructura de gestión habitacional en la que se la pretende
insertar, estructura que, básicamente, debe estar centrada en el protagonismo
de la gente en las decisiones de solución de sus propios problemas, así como
en sus necesidades de inserción no destructiva (para ambas partes) y en
igualdad de derechos, en el sistema socio-urbano vigente.
Aparece como necesario referirse a un modelo de gestión habitacional con
esas características, a través del análisis de lo que podrían ser algunos de sus
rasgos más definitorios. Esa presentación se hará aquí analizando las
respuestas del modelo a un conjunto de cuestiones básicas:

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Perfil de un modelo de gestión habitacional
participativo, adecuado a las necesidades de los
sectores populares urbanos latino-americanos y
compatibles con las condiciones de contexto.
Pautas
La condición participativa en un modelo de gestión habitacional, junto con
la de adecuación a las necesidades integrales de los sectores sociales a los
que se dedica, señalan que las claves del modelo deben encontrarse no sólo
en los rasgos de las soluciones que debe producir, adecuadas a los
requerimientos y prioridades funcionales y biológicos y a los hábitos cotidianos
de quienes van a hacer uso de esas soluciones, sino también en los de los
modos de gestión y de operación y en las estructuras organizativas,
institucionales impresas en el modelo, que deben ser compatibles con los
códigos de comprensión, de comportamiento y de acción de la gente, los
«beneficiarios» (Declaración de Salvador de Bahía, 1993) que, por definición,
deben ubicarse entre sus operadores más significativos; y compatibles,
también, y muy especialmente, con la imperiosa necesidad de la gente de
experimentar la gestión misma de la solución habitacional como un cambio de
reglas de juego, como un proceso de transición formativa y restauradora hacia
una condición de integración favorable, no sólo física, sino también, obviamente,
social, dentro de la estructura de la ciudad moderna.
Las condiciones de contexto plantean exigencias al modelo: son muchas y
rigurosas, y por ello su análisis daría otro carácter y extensión a este trabajo,
pero tres de entre ellas son suficientemente indicativas: La insuficiencia de
recursos financieros en relación a la escala social del problema; el paradigma
urbano-moderno de vida, en la casa y en la ciudad, como marco cultural
predominante y muchas veces único para la inserción en la ciudad; y el carácter
de la ciudad como sistema múltiple (de funciones, de organización espacial,
de interrelaciones, y de distribución de poder) que plantea exigencias complejas
al nuevo elemento que se integra a él, y que al mismo tiempo experimenta
modificaciones, estructurales y de significado, como consecuencia de la
integración del nuevo elemento. La integración nunca es automática, sino que,
por su complejidad y por sus implicancias, pone en juego fuertes tensiones y
requiere, si se quiere que sea realmente modificadora y restauradora, un afinado
trabajo de negociación, no siempre fácil, fluido o libre de obstáculos, limpios o sucios.

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El modelo de gestión participativa caracterizado a través
de sus respuestas a un conjunto de cuestiones clave
La definición de vivienda, de criterio de prioridades frente a una
situación masiva de necesidades básicas de vivienda insatisfechas, y de
criterio de resolución de necesidades básicas de vivienda.
En esta concepción, condicionada por la insuficiencia de recursos
financieros, por la magnitud social del problema, por las expectativas de
integración favorable al sistema urbano, y por la necesidad de encontrar
fórmulas adecuadas, en cada caso, al proceso de transición, la vivienda se
entiende como un conjunto variable y desagregable en el tiempo, ya sea
en un sólo proceso de producción o a lo largo de diferentes etapas, de
situaciones, bienes y servicios cuya función es posibilitar a las familias o
núcleos de convivencia desarrollar su vida doméstica según modos que integren
y compatibilicen sus propias pautas con las de los sistemas, vigentes en su
medio de inserción, de satisfacción de necesidades y de interrelación y
agrupamiento social. De acuerdo a esta definición, la vivienda puede «ir
construyéndose, concentrándose, habilitándose y/o usándose a lo largo de
etapas y circunstancias diferentes y, con frecuencia, intercambiables» (Pelli,
V.S.1992), como resolución-síntesis de las tensiones entre necesidades
propias, demandas y ofertas del medio, y disponibilidad de recursos.
Las necesidades básicas de vivienda son, desde este modelo, las que
pueden ser satisfechas con aquellos componentes del concepto global de
vivienda que el conjunto de actores involucrados y, prioritariamente, los
habitantes, consideran imprescindibles para generar, como mínimo, situaciones
y condiciones estables de supervivencia y de base sólida para la evolución,
física y social, dentro del sistema urbano vigente. Aún cuando no alcancen a
conformar lo que dentro de las convenciones de ese sistema se considera
una casa.
El concepto de necesidades habitacionales básicas se considera una
herramienta indispensable para garantizar una distribución equitativa de los
recursos disponibles, particularmente cuando uno de los datos predominantes
del '.problema es su marcada insuficiencia (ILO, 1977).
La resolución de las necesidades básicas de vivienda se materializa,
en esta concepción, a través de los satisfactores que en cada tipo de caso el
conjunto integrado de actores determina como imprescindibles y básicos en la
secuencia, en los tiempos y en las combinaciones más adecuadas para cada
caso. En relación a las concepciones de política habitacional consideradas
convencionales, se propone desplazar el centro de la definición de la habitual
noción de solución habitacional como obra física hacia su concepción como

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producción secuencial de transformaciones tangibles o intangibles
(físicas, jurídicas o sociales) que se traduzcan en satisfacción de
necesidades habitacionales prioritarias en la forma en que son sentidas
y expresadas por grupos humanos específicos en situaciones específicas,
y en acuerdo favorable con el sistema socio-urbano en el que se insertan.
La vivienda es siempre parte de un sistema, pero en la ciudad actual esto
se hace insoslayablemente evidente: La vivienda no es entonces, aún en las
condiciones dramáticas en que se dan, el problema y en muchos casos la
solución en la ciudad latinoamericana «moderna», solamente un asunto de
quienes la habitarán (a la vivienda): Lo es también del conjunto socio-urbano.
La solución del problema es un punto de concurrencia de intereses y de
concepciones de la ciudad y de la sociedad y, consecuentemente, el mejor
planteo de solución será aquél que ponga en evidencia esta concurrencia
(que, inevitablemente estará de todos modos presente), que promueva la
participación explícita de los actores interesados (no sólo la de los habitantes)
con sus diferentes concepciones del esquema problema-solución, y que provea
las condiciones para una negociación equitativa, a partir del objetivo de
integración socialmente favorable, propio del presente modelo de solución
(Robirosa, C. y otros, 1990).
El significado social del problema habitacional de los sectores
populares urbanos latinoamericanos.
El problema se ubica dentro de la tendencia global de los sectores populares
urbanos, sentida y vivida como necesidad (o como condición insoslayable),
de integrarse a la sociedad urbana vigente en condiciones no degradantes(1).
Sin embargo es importante subrayar que la insatisfacción de las necesidades
habitacionales básicas se expresa, no exactamente en los códigos de la
sociedad hegemónica a la que la gente aspira (y al mismo tiempo se ve
compelida) a integrarse, ni tampoco en los términos de su cultura habitacional
previa(2), sino en los términos de sus procesos y necesidades de comprensión
gradual de estos códigos, y de evolución gradual dentro de esta sociedad,
generando, inevitablemente su propia versión de vida urbana. Se trata de una
necesidad de transición o de tránsito, a dos niveles, de una situación de
insostenible desamparo dentro de la estructura social, a una situación de base
para la ejercitación de derechos esenciales, y de un sistema de hábitat (y de
vida social) a otro. Los satisfactores habitacionales básicos indispensables
para concretar la transición se definen en esta versión no sólo en términos de
mejor o peor respuesta directa a las necesidades sino también en términos de
sus posibilidades de ser asimilados, entendidos y operados por parte de sus
destinatarios concretos.

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Desde este ángulo la acción de solución habitacional urbana se define
como la generación de condiciones (físicas, jurídicas y sociales) adecuadas
para la transición hacia la integración a la sociedad urbana-moderna, con
modos de producción igualmente adecuados, financiera, técnica y
socialmente.
Es importante, por otra parte, prever que la asimilación a un sistema, como
la organización social vigente, por parte de sectores tan significativos, requiere
la aceptación, por parte del mismo sistema, de su propia modificación, a través
de la introducción de pautas y condiciones nuevas aportadas por los actores
incorporados. Esto significa que es erróneo prever la solución de problemas
como el habitacional de los sectores populares, como simple réplica del modelo
de solución que los sectores ya integrados y consolidados en el sistema social-
urbano aplican a sus propias necesidades, como si se tratara de una ampliación,
en «versión económica», de las áreas residenciales desarrolladas para y por
esos sectores. Los grupos incorporados no sólo necesitan generar su propia
versión del hábitat urbano moderno, (dentro de sus propias maneras de entender
la economía), sino que, por pasar a pertenecer a un conjunto, necesitan que se
reconozca y acepte que el conjunto en su totalidad será inevitablemente
modificado, cualitativamente, por la incorporación del nuevo elemento.
El papeI del Estado y de las instituciones frente al problema
habitacional de los sectores populares. El carácter de la acción deI Estado
y de las instituciones.
Así como es obvio que este modelo de esquema problema-solución carece
de sentido desde una concepción de la organización social que suponga que
al Estado (o a otras instituciones sintetizadoras del conjunto social) no le cabe
ningún papel en la solución del problema habitacional de los sectores populares,

(1) Esta acotación representa un punto clave de esta concepción de gestión habitacional, y
probablemente uno de los más difíciles de aceptar por los agentes de decisión Todas las
políticas habitacionales vigentes presuponen la integración de los beneficiarios al sistema
urbano-moderno, pero, al centrarse en el hecho físico, lo casa, el agrupamiento o los servicios
no se proponen modificar las condiciones de subordinación y postergación de esos beneficiarios,
claramente expresado en sus situación habitacional previa, autogestionada, del mismo modo
que también estó expresada en ella su voluntad de superar esas condiciones, más urgente,
quizá, que la de superar las malas condiones de hobitabilidad de su habitáculo inmediato. Lo
premisa de producir la transición en y hacia condiciones físicas y sociales no degradantes
introduce una exigencia de recaudos y mecanismos muy poco usuales y de tan difícil ejecución
como de aceptación por los sectores sociales dominantes, pero totalmente factibles.
(2) Esto puede explicar los fracasos y la desubicación, comparables con los de los soluciones
habitacionales "modernas", de las soluciones alternativas que pretenden basarse en supuestos
"modos de vida" de los habitantes, correspondientes a una imagen idílica de vida y producción
rural, que se encuentra muy lejos de los actuales expectativas de cambio de los pobladores
de la marginalidad urbana.

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el esquema tampoco es coherente con el criterio de resolución total del
problema por parte de las instituciones (entre ellas el Estado). El supuesto de
trabajo de este modelo da, en cambio, como imprescindible, la voluntad y
decisión de la sociedad de participación y aporte a la solución de los déficits
de una de sus partes a través del Estado u otra de sus instituciones
coordinadoras, reguladoras y compensadoras(3).
El aporte institucional se concibe en este modelo como el conjunto de todas
las categorías de recursos y de todas las formas de poder acumuladas en el
conjunto social que, mediante su transferencia, pueden concurrir a las
soluciones apropiadas: Capacidad de financiación como expresión de la
acumulación de poder económico; capacidad de generación, manipulación y
transferencia de tecnología como expresión de la acumulación de poder
intelectual: Capacidad de gestión y capacidad de generación de marcos y
espacios jurídicos institucionales apropiados como expresión de la acumulación
de poder político. Es importante subrayar este criterio, más abarcador e integral
que el más difundido, de una asistencia limitada a los aportes financieros y
técnicos, y una gestión limitada a la buena canalización de esos aportes.
En esta concepción se supone que las instituciones a través de las cuales
la sociedad interviene en la solución del problema: a.: estimulan e inducen a
los actores involucrados en el problema habitacional y en su solución,
principalmente los propios habitantes, a hacerse cargo del proceso de
resolución; b.: se integran a los procesos de resolución como uno de los actores
involucrados; c.: ponen sus aportes a disposición del conjunto integrado de
actores involucrados; y d.: se inhiben de imponer la modalidad de aplicación
de esos aportes.
El papel de los procesos de resolución del problema habitacional en
el desarrollo de las familias y de las comunidades.
Esta concepción reconoce al proceso de resolución habitacional como una
de las experiencias troncales de vida de la mayoría de la gente y en particular
en los sectores pobres. La evolución implícita en la solución del problema
habitacional no se limita, según esta interpretación, a los efectos de la
transformación física del hábitat, es decir a los cambios que la gente
experimenta cuando pasa a disponer de una vivienda mejor, sino también a los

(3) Desde esta concepción la expresión provisión de vivienda, empleada en los documentos de
los organismos internacionales de mayor competencia, pierde su significado literal y debe ser
entendido sólo con carácter simbólico, de síntesis, en relación al concepto de aporte a la
cogestión equitativa de la satisfacción de las necesidades habitacionales, que sería el
adecuado. Sería significativo, con todo, que esta expresión comenzara o ser retirada de los
textos básicos sobre gestión habitacional.

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efectos del proceso que conduce a esa transformación, es decir a los cambios
que se van produciendo en la gente a través del esfuerzo de procurarse y ver
materializar la vivienda mejor. No sólo el hábitat físico debe proveer condiciones
y estímulos favorables, sino que aparece como indispensable que el proceso
general de gestión que tiene por meta que la transformación de la situación
habitacional se constituya también en una experiencia transformadora,
coherente con el sentido social de su resultado. Según este criterio el proceso
de resolución se diseña y se implementa no solo en función de la satisfacción
de necesidades específicamente habitacionales, sino también en función de la
decisión de desarrollar este proceso como una experiencia de vida favorable a
la necesidad de los habitantes de adquirir actitudes y aptitudes para un
desempeño más adecuado a las exigencias funcionales de la vida urbana-
moderna, a las reglas de juego de una estructura social formalmente planteada
como democrática y al desafío de ganar (recuperar) en la situación real los
espacios que les corresponden por derecho dentro de la estructura de una
sociedad que por identificarse como democrática se pone a sí misma en la
obligación de Ilegar a ser equitativa.
El control de los procesos de resolución habitacional.
La resolución satisfactoria de las necesidades habitacionales, aún cuando
se limite a aquellas que se consideran básicas, es un proceso movilizador de
recursos económicos de magnitud apreciable. Esta movilización no sólo se
manifiesta en los efectos "finales" de resolución habitacional, con beneficios
económicos directos e indirectos para los habitantes-sujetos de la solución
habitacional, sino que produce acumulación en los otros sectores que se
involucran en las distintas etapas del proceso de resolución. Esta posibilidad de
acumulación en beneficio de actores laterales y secundarios (si los identificamos
así en relación a los objetivos genuinos de las acciones) ha sido, en la mayoría
de las veces, el principal factor de decisión en las políticas y en las operaciones
de resolución habitacional dentro de la versión de estructura capitalista en que
se desenvuelven la mayoría de los países latinoamericanos. Estos actores
«secundarios», en virtud del poder adquirido con esa misma acumulación, son
los que con frecuencia, en los hechos, cuentan con mayor espacio en las
decisiones de política habitacional. En el modelo que se analiza aquí se tiene en
cuenta que dentro de la actual estructura económico-social de la mayoría de los
países latinoamericanos estos actores del proceso de producción aparecen como
parte necesaria, pero se reafirma su condición de secundarios y dependientes,
y se privilegia a los habitantes específicos de cada caso de resolución, en
cuanto actores centrales y motivadores de las acciones, y principales
interesados, en la función de control y determinación del flujo de recursos
que concurren a la resolución de sus necesidades habitacionales.

23
El modelo de gestión habitacional invocado en este esquema conceptual
se centra en la premisa que privilegia el pleno protagonismo de los
habitantes en la gestión de sus soluciones habitacionales cuando éstas
son implementadas con intervención de las instituciones. Desde este
esquema el concepto de autoconstrucción aparece como la forma operativa
apta para la implementación de modelos de gestión adecuados. Y es aquí
donde se hace necesario clarificar y precisar el significado de ese concepto,
como un camino para la discusión de los niveles y de las formas en que el
protagonismo de la gente debe ejercerse.

24
La aptitud de las distintas acepciones y
categorías de autoconstrucción para el
desarrollo de políticas de vivienda orientadas
hacia el perfeccionamiento de la gestión
popular del hábitat.

Al comienzo de este trabajo se identifican varias líneas de desarrollo


conceptual y empírico que fueron produciendo distintas formas de ver y de
entender (y también de motivar y en muchos casos manipular) la participación
de la gente en la resolución de su problema de vivienda; formas de ver y
entender la participación a las que se les fue dando, con intención pero sin
precisión, el nombre de autoconstrucción. Los párrafos que siguen están
orientados a facilitar la diferenciación de esas líneas y la clarificación de sus
distintos significados. Estos significados se insinúan en los subtítulos que,
entre paréntesis, siguen al título con que se denomina cada acepción. Se optó
por conservar dentro de los títulos principales el término original,
autoconstrucción, por su arraigo y por la carga simbólica que, pese a la
confusión de significados, ha ido acumulando en la historia de las acciones
habitacionales.
En los párrafos siguiente se intentará identificar las formas más adecuadas
y precisas de entender, propiciar y articular esa participación de la gente en la
solución de sus problemas habitacionales, confrontando las distintas
acepciones de autoconstrucción con el siguiente conjunto de requerimientos
básicos implícitos en el modelo de gestión habitacional propuesto:
• aptitud como herramienta de «provisión» de viviendas,
• aptitud como herramienta de desarrollo urbano,
• aptitud como herramienta para dar respuesta a las expectativas de los
propios habitantes, de lograr una integración favorable al sistema urbano
vigente,
y
• aptitud para promover la evolución de las familias.

25
La autoconstrucción espontánea y autónoma
(la autogestión espontánea y autónoma del hábitat popular)

En esta acepción, autoconstrucción es el nombre que se da a las acciones


de solución habitacional llevadas a cabo por los propios habitantes,
individualmente o en grupos, con sus propios recursos, según su propio criterio,
sin aportes específicos (financieros, técnicos, legales, políticos) de las
instituciones (incluyendo el Estado) o de otros sectores sociales, y con
posibilidades limitadas (o sin posibilidades) de inclusión en los sistemas que
la ciudad tiene desarrollados para que sus integrantes cuenten formalmente
(legalmente) con acceso a sus satisfactores habitacionales y a otros
satisfactores esenciales.
La autoconstrucción espontánea y -obligadamente- autónoma, en las
condiciones en que se da en la actualidad en los sectores populares urbanos
de América Latina (insuficiencia de recursos financieros; dificultad o
imposibilidad de acceso directo al conocimiento profesionalizado de base
racional y científica; semi-ilegalidad; disponibilidad, entre los habitantes, de
capacidades para la mano de obra de construcción; capacidad, en los
habitantes, de tolerancia al hábitat precario e insuficiente) ciertamente provee
soluciones habitacionales, pero en estas condiciones es la expresión de
dificultades estructurales, parcial o totalmente insalvables, para proveer
o proveerse soluciones habitacionales satisfactorias. Estos son sus límites.
Si bien en estas condiciones son máximas las garantías de que la solución es
la respuesta a lo que los habitantes quieren, la desconexión con los sectores
profesionales y la insuficiencia económico-financiera restan seguridades en
cuanto a la posibilidad de un reconocimiento exhaustivo de sus propias
necesidades (es decir en cuanto a lograr coincidencia entre lo que quieren y lo
que necesitan) y en cuanto a la calidad de la solución, en cuanto respuesta
precisa a las necesidades.
Con respecto al desarrollo de la ciudad, la autoconstrucción popular
espontánea y autónoma es una realidad de la ciudad latinoamericana actual y
es, de hecho, parte del desarrollo urbano real. Sin duda seguirá siéndolo, por
tanto tiempo como se mantengan o fortalezcan las actuales reglas de juego
económicas, políticas y culturales de las sociedades latinoamericanas y de
sus ciudades.
Desde este encuadre, la autoconstrucción espontánea y autónoma, como

26
dato para la elaboración de políticas de desarrollo urbano, da lugar a cuatro
enfoques básicos, coherentes, cada uno de ellos con muy diferentes
intencionalidades frente a la problemática social:
El primero es el que, por decisión política, condicionamiento cultural, o
imposibilidad de percepción, niega su existencia;
El segundo es el que la admite, pero como una aberración, no aceptable
como forma de desarrollo de la ciudad y con cabida en las normas y reglamentos
sólo en su carácter de fenómeno o conjunto de hechos a ser desalentados o
impedidos;
Un tercer enfoque, que también la considera una aberración, pero que la
reconoce como un hecho masivo y característico, en permanente evolución, e
imposible de frenar desde la formulación aislada de políticas de desarrollo
urbano. Desde este enfoque se generan dos tipos de actitudes de política
urbana: un desentendimiento total, o un cierto grado de permisividad, a veces,
incluso, introduciendo algún apoyo, para evitar los desbordes violentos o para
extraer provecho desde el punto de vista de la especulación proselitista.
El cuarto enfoque es el que considera a la autoconstrucción espontanea
y autónoma como un dato de la realidad histórica de la dinámica urbana, con
sus propias características de ocupación y uso del suelo, tecnología, fisonomía
y estilos de vida y, lo que es de mayor importancia, la considera la manifestación
de un problema o de una suma de problemas a resolver, pero también una
toma de posición a través de la cual uno de los sectores de la sociedad urbana
(el mayor en número pero el más desprovisto de poder), expresa y aporta su
concepción de la ciudad, de su vida en la ciudad y del crecimiento de ésta.
Dentro de este enfoque, la respuesta en las políticas de desarrollo urbano es
la de dar por valedero e incorporar ese aporte, con sus componentes positivos,
y elaborar normas urbanas compatibles con las reglas de juego propias de la
autoconstrucción espontánea y autónoma, que favorezcan la evolución de la
ciudad, no sólo en los. términos en que la entienden sus sectores dominantes
sino como la resultante equitativa de la visión y decisión de la totalidad de
grupos sociales que la habitan y la conforman.
Los lineamientos conceptuales de este trabajo indican su afinidad con este
cuarto enfoque. Pero se consideró importante poner en evidencia los tres
restantes pues no siempre aparecen en los análisis y en las decisiones tan
claramente diferenciados: Aún quienes adoptan criterios como los de este cuarto
enfoque, por elaboración racional o por convicción ética o ideológica, pueden
encontrarse apremiados, íntima e inconscientemente, por grabaciones
culturales y psicológicas muy profundas que los impulsan a teñir sus decisiones
y acciones con pautas que corresponden a algunos de los otros tres. El

27
reconocimiento consciente de las diferentes opciones, les permitirá revisar,
clarificar y ajustar sus propias actitudes(4) .
La acción de autoconstrucción autónoma, en el medio urbano, con sus
particulares características, puede responder en parte a reflejos culturales
espontáneos, particularmente en el caso de los inmigrantes rurales, pero
básicamente es el resultado de haber tomado conciencia de que uno no puede
entrar en el sistema que la ciudad tiene desarrollado formalmente para
procurarse vivienda y otras soluciones esenciales. Significa saber que hay
que arreglárselas por uno mismo, es decir físicamente dentro del tejido urbano
pero funcionalmente fuera de su sistemas de gestión, y asumir las actitudes
básicas para darse, individualmente o en grupos con afinidad de situación,
una solución por lo menos ambigua (al mismo tiempo dentro y fuera del sistema;
al mismo tiempo legal o ilegal) a sus necesidades.
La autoconstrucción popular espontánea y autónoma es un indicador directo
de la ausencia o débil presencia de un tejido solidario y equitativo en la
organización social. Su sola presencia indica una «sociedad no justa». Por su
propia definición no tiene posibilidades de ser considerada una herramienta
para lograr una integración favorable, pero cabe reconocer su función de
indicador e ilustrador de las posibilidades de los sectores más desfavorecidos
para alcanzar esa integración, si son provistos de los recursos y, más aún que
esto, si son admitidos y provistos de los espacios institucionales y jurídicos
adecuados para intentarlo. Pero esto ya sería, en la categorización propuesta
en este trabajo, autoconstrucción asistida.
La autoconstrucción espontánea y autónoma es una forma de reivindicación
y una manifestación pacífica de fuerza: Vista desde este ángulo es también
una particular forma de integración al sistema urbano, pero sometida a las
condiciones y reglas de juego de la ciudad formal, que no dejan otros caminos
a los sectores pobres que aceptar y someterse a durísimas condiciones de
vida o buscar condiciones más tolerables en la zona fronteriza entre lo legal y
lo ilegal. Es una forma de ejercitar y «construir» una actitud ciudadana de

(4)
No puede dejar de advertirse la equivolencio de estos cuatro enfoques con los que en nuestra
sociedod se aplican, desde las posiciones de poder, ya sea en el plano institucional, ya sea en
el de las relaciones entre personas, a situaciones críticos de lo vida y de la interreloción
sociol: la solud y la enfermedad, el delito, la reloción padres-hijos, la docencia. Esto observoción
permitirá entender que la actitud de un funcionario o un técnico responsoble de decisiones,
frente a la autoconstrucción espontóneo/autónoma masiva, no sera sólo la consecuencio de
un condicionamiento o de una consigna institucional sino también la expresión emergente de
sus íntimas tendencias y hábitos de respuesta personales, y de las del ámbito cultural a que
pertenece, frente a hechos críticos que íntimomente no hon dejodo de ser considerados
anormales.

28
defensa de condiciones mínimas de vida en un medio urbano adverso, y de
lucha por condiciones más propicias, pero no están dadas las condiciones
para que pueda ser considerada una forma válida de integración favorable.
Sería riesgoso y desorientador considerar las acciones de autoconstrucción
espontánea y autónoma, en estas condiciones, como originadoras o indicadoras
de una evolución favorable en la integración de la gente a la sociedad urbana:
Es más acertado pensar que sólo son factor y testimonio de su precaria
supervivencia social y económica, e indicadoras de su condición de
marginación.
La autoconstrucción urbana espontánea y autónoma, en la forma en que
se da actualmente entre los sectores populares de las ciudades
latinoamericanas (particularmente en lo que hace a la ausencia de apoyo e
interacción integradora con el conjunto social y con las instituciones), si bien
debe ser incluida como una realidad en los planes y decisiones de desarrollo
urbano, no puede ser considerada como parte de una política habitacional, es
decir, como parte de una política que dé por cierto que, en las condiciones
estructurales de la sociedad latinoamericana actual, la gente más desfavorecida
(y más numerosa) se basta por sí misma para resolver sus problemas
habitacionales. Pero puede ser la base para ello, en soluciones concertadas,
dentro del criterio de autoconstrucción asistida, concertada con el resto de los
sectores sociales y dentro de una política de redistribución e integración
equitativa de riqueza y poder.

La Autoconstrucción dirigida
(Gestión institucional del hábitat popular con participación de los habitantes
en la construcción)

En esta acepción, autoconstrucción es el nombre que se da específicamente


al aporte de mano de obra de los habitantes en aquellas acciones en las que
las instituciones (generalmente pero no exclusivamente el Estado) se hacen
cargo de la solución habitacional, organizándola con el criterio de inclusión de
los propios habitantes como mano de obra en la ejecución de las obras físicas
y reservando para la institución y sus funcionarios y técnicos la definición del
problema, la definición de los satisfactores (listado de requerimientos
funcionales, emplazamiento urbano, diseño urbano, diseño arquitectónico), la
organización y dirección de los procesos de gestión y resolución, la
administración de los fondos destinados a la financiación de los procesos.
Seránecesario detenerse en la clarificación de la expresión autoconstrucción

29
dirigida que, dentro de las versiones del concepto de autoconstrucción, es la
que presenta una definición más difusa: Por un lado es frecuente encontrar la
expresión autoconstrucción asistida aplicada a procesos en los que la
«asistencia» se ejerce realmente como una dirección, sin intervención de los
habitantes en las decisiones; es decir que se están refiriendo a los procesos
que, según la definición del párrafo precedente, son realmente procesos de
autoconstrucción dirigida. Por otra parte, también es frecuente que la expresión
autoconstrucción dirigida sea aplicada a procedimientos que incluyen acciones
en las que los habitantes tienen algún espacio para hacerse cargo por sí mismos
de la conducción de algunas partes del proceso: Estas serían versiones
embrionarias de autoconstrucción asistida. Se ha optado aquí por reservar la
denominación autoconstrucción dirigida sólo para aquellas acciones que
responden estrictamente a la idea de dirección, pues este criterio permite
identifìcar algunos de los equívocos mayores y más perjudiciales para el
desarrollo amplio de la noción de autoconstrucción.
También se excluye de esta categoría, en este trabajo, a la actividad en la
que la dirección de determinados procesos con especificidad técnica o
profesional es ejercida por profesionales y técnicos escogidos y convocados
por los propio habitantes. Si bien en este caso hay una conducción, la estructura
general organizativa sigue siendo autogestionaria. Es más apropiado ubicar
este tipo de acciones en la categoría de autoconstrucción asistida.
En situaciones de máxima pobreza es al menos entendible que la familia
sin vivienda acepte que se le imponga, como condición para recibir alguna
solución o mejora a su situación habitacional altamente insatisfactoria, el
compromiso de hacer una contraprestación en trabajo y de aceptar las
decisiones y la conducción de quienes aportan los recursos, o de otros sectores
sociales ajenos al mismo habitante.
Hipotéticamente, esta combinación permite reducir costos, y puede ser
origen de un cierto grado de apego afectivo del habitante a la vivienda que ha
construido o ayudado a construir para sí mismo, aunque sin poder introducir
sus criterios en el momento de pensarlo (su forma, sus prestaciones, su lote,
su ubicación urbana), ni sus intereses en el momento de administrar su
producción. La certeza sobre estos beneficios es tema de discusión, pero aún
siendo ciertos, el esquema no garantiza por sí mismo la calidad de la vivienda,
en el sentido más profundo de calidad habitacional, que se refiere a la
satisfacción ajustada de los requerimientos y prioridades de las familias
habitantes, como ellos los viven y los sienten, dentro de los estrechos límites
impuestos por los recursos disponibles.
Si «solución del problema de la vivienda» es sólo hacer casas, o

30
asentamientos, poniendo el énfasis en los aspectos cuantitativos y de calidad
constructiva y, sólo en el mejor de los casos, de calidad habitacional, pero
entendida como nivel de logro, dentro de los márgenes de un presupuesto
insuficiente, de una réplica mínima del modelo vigente de hábitat urbano-
moderno, la autoconstrucción dirigida es una vía de solución, pero no corresponde
a un esquema genuinamente participativo de resolución habitacional.
Si la vivienda resultante de acciones de autoconstrucción dirigida es
discutible en cuanto a sus aspectos cualitativos, también son discutibles las
acciones mismas en cuanto al papel que les cabe a los habitantes en ella: En
algunos casos, su actuación se encuadra en esquemas organizativos similares
a los de la producción encarada con criterio empresarial lucrativo: La mano de
obra del habitante simplemente reemplaza a la mano de obra contratada. En
otros casos, los habitantes se organizan dentro de esquemas de trabajo grupal
pautados, controlados y reglamentados por las instituciones externas. En estos
esquemas, que casi sin excepción reciben el nombre de «ayuda mutua», tienen
poca o ninguna cabida la compatibilización del proceso de solución habitacional
con la organización de vida de los habitantes, que generalmente integran de
manera compleja y turbulenta en un sólo «plan» las operaciones de solución
de todas sus necesidades, de las que las habitacionales no siempre son las
prioritarias. Menor cabida aún tienen para permitir que los habitantes ejerciten
roles y actitudes sociales, en el curso de la construcción de su vivienda, que
difieran y superen el rol que les es habitual, de sometimiento o por lo menos
subordinación a los actores con mayor poder (económico, político, intelectual,
social, ritual). Ciertamente los esquemas de autoconstrucción dirigida son muy
poco aptos, sí lo son, para lograr la amplia inclusión de la gente misma, de
modo que no experimenten en esta intensa relación con instituciones y personas
con mayores recursos y poder las mismas vivencias que forman parte de su
experiencia cotidiana, profundamente degradante, cuando les toca actuar
dentro del conjunto de la sociedad urbana.
Con respecto al desarrollo de ciudad, la modalidad de autoconstrucción
dirigida, con sus múltiples puntos de contacto y afinidad con las modalidades
convencionales de solución habitacional (obra «terminada»/llave en mano),
puede constituir, igual que éstas, un factor y un instrumento de un determinado
tipo de desarrollo urbano, en cuanto constituyen herramientas para la
conformación de la ciudad con amplio control de sus resultados físicos y sociales
por parte de profesionales e instituciones. En este punto de análisis, como en
otros, las limitaciones de la autoconstrucción dirigida radican en su propia
definición: Se tratará de un desarrollo urbano encarado y concebido desde el
punto de vista de las instituciones, y de sus técnicos y funcionarios decisores.
La autoconstrucción dirigida, por definición, no deja gran espacio a la inclusión

31
en las decisiones de desarrollo urbano de los criterios, intereses y motivaciones
de los sectores populares, como ellos los viven, sienten y expresan: No hay
lugar para decidir el tamaño y forma de los lotes, ni de las vías de circulación,
ni de los espacios comunes. Mucho menos para la ubicación de su futura
vivienda en la ciudad. Esta inclusión, aún en los casos de mejor voluntad y
solidaridad de técnicos e instituciones, sólo será la de la interpretación que
éstos hayan logrado hacer, con menor o mayor fortuna, de aquellos criterios,
interese y motivaciones.
En lo que hace a la promoción de la evolución de las familias, la
autoconstrucción dirigida comparte con la modalidad convencional (vivienda
«terminada»/llave en mano) sus posibilidades sólo parciales de promover el
desarrollo social y económico de las familias, mejoramiento y estabilización
de condiciones de confort doméstico y a través del incremento del patrimonio
familiar. También desde cierta concepción de la educación y de la promoción
social, las acciones dirigidas por expertos externos al propio grupo de
pobladores (educadores, profesionales de la construcción, promotores
sociales), que incluyen adiestramiento y capacitación, pueden significar un
paso de evolución en las capacidades laborales y organizativas de las familias
y, por agregación, de las comunidades que éstas integran. Pero el límite de la
autoconstrucción dirigida se encuentra en su propia definición, que no deja
espacios para los procesos espontáneos y/o basados en la concepción propia
de los pobladores(5) y, sobre todo, centrados en sus modos y tiempos de
evolución. En este trabajo se cuestiona la aptitud de las acciones dirigidas
para estimular las capacidades de desenvolvimiento social de los sectores
populares. Más bien, se plantean dudas sobre si la actividad dirigida, que
mantiene y refuerza el esquema de prioridad de los criterios (aunque sólo
fueran criterios técnicos) de los sectores «externos» con mayor poder, no
conduce a un refuerzo de los hábitos (adquiridos forzadamente) de ocupación
de roles y espacios sociales de dependencia, subordinación y, en los casos
peor manejados, sometimiento.
Si bien es muy posible reconocer que la autoconstrucción dirigida, en la
forma en que se define en este trabajo, puede jugar un papel en la solución
del problema de producir soluciones en condiciones que escapan al alcance,
o al interés, de los sectores de la actividad privada lucrativa, y también un
papel como vehículo para una cierta forma de acercamiento a la gente, es
importante no confundirla con un encuadre auténticamente participativo como
el que sustenta el modelo de gestión al que se orienta este trabajo: El análisis
(5)
Merece tenerse en cuento el valor de la ejercitación del «derecho a equivocarse» por parte de
los sectores con menor poder, como una forma educativa y fortalecedora de la copocidod de
autodeterminación.

32
de los párrafos precedentes indica que esta modalidad carece de las
posibilidades básicas de generar los efectos modificadores que la participación
bien ejercida puede producir en la ciudad, en la sociedad urbana y en la actitud
y en la vida de las familias.
La Autoconstrucción Asistida
(autogestión espontánea del óbito popular, con asistencia no integral)
(autogestión del hábitat popular, espontánea o inducida, integralmente asistida)
(autogestión del hábitat popular, espontánea o inducida, integralmente asistida,
socialmente integrado y equitativamente concertada)
(cogestión del hábitat)
Esta acepción se refiere a las acciones en que el aporte institucional la
«acción habitacional» de las instituciones externas a los propios pobladores,
se organiza con carácter de aporte y refuerzo del trabajo de autoconstrucción
espontánea y autónoma.
La estructura de las acciones de autoconstrucción asistida varía en función
de tres factores:
• El carácter del aporte de origen externo a los propios pobladores
(financiación, tecnología, gestión, cesión de espacio organizativo para
asumir responsabilidades y decisiones, conformación de espacio jurídico-
institucional adecuado a sus acciones, etc.)
• Su grado o nivel de cobertura, organización y sistematización de las
acciones habitacionales: Desde los aportes ocasionales y esporádicos,
hasta los aportes estructurados y sistematizados en la escala de una
totalidad de acciones y en función de objetivos finales explícitos.
• La mayor o menor equidad en los esquemas, introducidos en las acciones
habitacionales junto con los aportes y condicionados por estos, de
distribución y articulación de roles y de poder de decisión sobre procesos
y productos, particularmente entre habitantes y actores externos, pero
también entre los distintos actores externos (Estado-nacional, -provincial,
-municipal, ONGs, empresas de servicios públicos, organizaciones
empresarias, etc.)
Para este trabajo interesa identificar algunas categorías fuertemente
representativas de autoconstrucción asistida, diferenciadas por la incidencia
de estos factores.
Una de estas categorías es aquella en la que la asistencia externa no

33
alcanza a modificar la estructura propia de los procedimientos autogestionarios
espontáneos, aunque sí puede reforzarlos y colaborar a arribar a mejores
resultados que los que se pueden lograr sin aportes externos. A esta categoría
le cabe su identificación como autogestión espontánea del hábitat popular,
con asistencia no integral.
Otra categoría es aquella en la que la asistencia externa es lo
suficientemente intensa e integral como para dar origen a estructuras de acción
diferentes de las propias de la actividad netamente autogestionaria-autónoma.
A esta categoría le cabe su identificación como autogestión del hábitat popular,
inducida, integralmente asistida, socialmente integrada y equitativamente
concertada.
Una tercera categoría es aquella en la que por la magnitud, complejidad y
variedad de los aportes y por la forma equitativa de distribución de los roles y
del poder de decisión entre los actores, se desdibuja el esquema autogestión
con asistencia externa, y se organiza como gestión concertada entre la totalidad
de los actores, o al menos la totalidad de los principales actores involucrados
en un problema habitacional (Robirosa, Cardarelli y Lapalma, 1990). Esta
forma evolucionada y genuinamente solidaria (y cabe reconocerlo, con algunos
rasgos de utopía) de gestión, supera la aislación social que representa la
autogestión, cuando la expresión se refiere a la gestión de un grupo o sector
dentro de un conjunto mayor al que pertenecen, y merece una denominación
más específica, para la que se propone la expresión cogestión del hábitat.
No es el propósito de este trabajo profundizar en un desarrollo tipológico
de corte académico: El análisis de las formas posibles de autoconstrucción
asistida podría llevar a una tipología más extensa y meticulosa, basada en un
juego de variables más ajustado. Sin embargo lo que interesa aquí es identificar
aquellas categorías predominantes y repetidamente detectadas en la práctica,
con rasgos y diferencias fácilmente visualizables, que ayuden a una depuración
con fines prácticos de las definiciones de autoconstrucción.
En lo que respecta a sus aptitud como herramienta para arribar a formas
de solución que respondan ajustadamente a las necesidades que las motivan,
la modalidad de gestión a la que se aplica el nombre de autoconstrucción
asistida, en sus diferentes grados posibles de intensidad y diversidad de aportes
externos y de complementación equitativa entre los habitantes y otros actores,
cuenta, por definición, con posibilidades de logro de niveles cualitativos
aceptables, ya que por su planteo de base: El protagonismo pleno de los
habitantes, asegura respuestas ajustadas a sus necesidades, como ellos las
viven, compatibilizadas con la disponibilidad de recursos, el carácter de la
asistencia y las condiciones estructurales de la ciudad. Esta certeza es más

34
difícil de lograr si se refiere a la calidad constructiva y a la eficiencia cuantitativa
(masividad, bajos costos y, sólo donde esto sea realmente necesario, tiempos
reducidos): La modalidad de autoconstrucción asistida hace indispensable la
adopción de mecanismos organizativos y técnicos coherentes con estas
condiciones de trabajo, aunque novedosos y extraños frente a las formas
«tradicionales» de acción habitacional, a fin de asegurar el logro de estos
niveles de calidad y eficiencia(6).
La modalidad de organización que en este trabajo se denomina
autoconstrucción asistida es una herramienta óptima de gestión habitacional,
a condición de que no se la incorpore como una pieza adicional dentro de las
estructuras convencionales (mal entendidas como «tradicionales») de gestión,
que de inmediato la rechazarían o desfigurarían (Turín, D., 1980), sino que se
encaren dentro de procesos integrales de estructuración de mecanismos e
instituciones guiados por principios de protagonismo de los pobladores en
estructuras de gestión concertada y equitativa.
Con respecto al desarrollo urbano, es válido admitir que una decisión de
las instituciones, particularmente del Estado, de dar apoyo a la autoconstrucción
entendida como autogestión popular del hábitat, y de brindar ese apoyo con
carácter de asistencia o, en formas más perfeccionadas, con carácter de
cogestión, es de por sí una decisión de desarrollo urbano, en la medida en
que reconoce a los sectores populares un espacio en las decisiones globales
de la ciudad y el derecho a incluir su propia concepción de la vida urbana, así
como su propia concepción de la ciudad y de su forma de desarrollarse(7).

(6)
Conviene oquí reiterar que en lo autoconstrucción asistida, según lo definición que se odoptó
en este trobajo, el eje no poso por lo participación física de los pobladores en lo obra de
construcción: este es sólo un componente en algunos de los modelos posibles. El eje pasa,
en combio, por la amplia participación en el control de objetivos, procesos y resultados. Este
criterio compatible con la incorporación de los sectores formales de la producción (profesionales,
empresos constructoras, bancos, etc.) en las acciones de autoconstrucción asistida, también
es compatible con el empleo de tecnología evolucionada, garantizando resultados técnica y
económicamente satisfactorios. La asocioción cosi automática, y lamentoblemente muy
difundida, de AUTOCONSTRUCCION con mano de obra de los hobitontes, ho sido
históricamente una de las fuentes importantes de confusión y equívocos.

(7)
A mediados de la década de los ’90 esta forma de entender desde las instituciones el desarrollo
urbano se encuentra muy lejos de la realidad de la mayor porte de las ciudades y naciones
latinoamericanas, en las que lo concepción populor sobre la ciudad y su crecimiento se
encuentra con serias dificultades para llegar, estructuralmente, a incidir en los decisiones
institucionales. La asistencia a la autoconstrucción, o su formo mós ovanzada, la cogestión
equitativa de la construcción del hobitot, es uno formo factible de uno gestión urbono orientodo
a uno ciudod solidorio y hocia uno distribución equitativa del poder: a la luz de las condiciones
actuales de organización social, conviene reconocer que con algún derecho esta forma de
gestión puede ser vista como algo que se aproxima a la utopía. Esto no elimina los posibilidodes
de este esquemo de cumplir con una función orientadora frente o situaciones menos ideales.

35
En las etapas iniciales de la discusión de bases comunes para la elaboración
de este trabajo el grupo de tareas propuso el concepto de «aptitud para la
construcción de una ciudad más justa» como parámetro con el cual verificar la
eficacia de las modalidades de autoconstrucción. En el curso de la elaboración
se prefirió sustituir este parámetro, de fuerte carga simbólica pero difuso como
herramienta analítica, por otros que parecen asegurar mayor precisión. Al
menos para una confrontación comparativa de las tres acepciones de
autoconstrucción. Sin embargo pareció de interés incluir las reflexiones que
arroja la confrontación en particular del concepto de autoconstrucción asistida
con la imagen de «construcción de una ciudad más justa»:
La autoconstrucción asistida aparece como un camino para llegal a una
situación de «ciudad más justa» desde la práctica de la solución de las
necesidades habitacionales, pues indica la presencia de estructuras, o al menos
de corrientes, de solidaridad y distribución equitativa de poder y recursos.
Aquí corresponde detenerse en la precisión de la expresión «ciudad más justa»,
que sugiere una «ciudad más justa que la actual», pero no se llesa a hablar de
una «ciudad justa»: se supondría que en este estado social, ciertamente
utópico, no se estarían dando situaciones que requieran que sectores con
mayor poder «asistan» a otros con menos poder. En la lejana, quizá
inalcanzable, «ciudad justa», los problemas habitacionales se estarían
resolviendo por cogestión entre sectores diferenciados por roles, por habilidades
o por rasgos, pero no por monto de poder.
En lo que hace a sus posibilidades de promover la evolución de las familias,
si bien en el extremo «de mínima» de la escala de categorías de
autoconstrucción asistida que se propone en este trabajo, se encuentran
acciones de aporte externo o asistencia tan reducidas que sólo constituyen un
refuerzo operativo al esfuerzo de autoconstrucción espontánea y autónoma,
con efectos mejoradores o aliviadores pero no sustancialmente promotores
de evolución, todo el conjunto de acciones de autoconstrucción asistida, y
muy particularmente todas aquellas en las que la asistencia se expresa como
actividad de facilitación, acompañamiento, complementación y aporte al
desarrollo de procesos autogestionados, se centra en el propósito de fortalecer
la capacidad de desenvolvimiento social de los pobladores, a partir de premisas
de igualdad de derechos de ocupación de espacios en la sociedad urbana.
Esto conduce a un esquema de tareas quizámás laborioso para las instituciones
que las modalidades más convencionales de solución habitacional (incluida la
autoconstrucción dirigida), pero más conducente a una modificación favorable
de los roles y espacios sociales desfavorables e insalubres que les tiene
asignados a sus sectores más pobres la sociedad latinoamericana actual.

36
Todas las variantes de autoconstrucción asistida apuntan a sustituir los
mecanismos de gestión espontánea y autónoma de los propios pobladores,
pero no sustrayéndoles, como ocurre con los mecanismos convencionales de
provisión de vivienda, lo mejor de esta forma de gestión, que es el amplio
control de procesos y resultados por parte de los pobladores, sino por el
contrario reforzando este aspecto, e incorporando recursos, cuotas de poder,
elementos organizativos y reglas de juego que superen la condición de
aislamiento estructural (aislamiento en relación a la estructura formal de la
sociedad urbana) y desamparo en que se produce en los hechos la autogestión
popular del hábitat.

La Autoconstrucción «Apropiada»
De todas las versiones de autoconstrucción en vigencia, la de
autoconstrucción asistida, en su modalidad de autogestión del hábitat popular
integralmente asistida, socialmente integrada y equitativamente concertada,
aparece como el conjunto de formas operativas y organizativas más compatible
con un modelo de gestión participativa del hábitat como el que se perfiló en
este trabajo. Su incorporación al modelo implica la implementación de un serie
de proposiciones; la primera: los pobladores (los de cada caso concreto) deben
ser los principales protagonistas de las decisiones y de los procesos de su
solución habitacional; la segunda: los pobladores no pueden ser los únicos
protagonistas de las decisiones y de las responsabilidades, quedando los
sectores «externos» en pura función de aporte de recursos, pues esto sería
una nueva versión, más «lujosa», de aislamiento social: La gestión habitacional
debe estar en manos de una «mesa de negociación o articulación» de los
actores sociales inevitablemente involucrados, pero esta «mesa» requiere ser
planteada con una distribución de poder más equitativa y favorable a los
habitantes que la vigente en la situación urbana de la que todos (incluso ellos),
o casi todos, o algunos, pretenden que salgan; la tercera: la gestión de vivienda
no debe ser planteada con una finalidad puramente funcional, de solución de
un conjunto de necesidades prácticas de confort, sin incluir, en el diagnóstico
y en la solución, la situación conflictiva de inserción social y la necesidad de
ineludibles modificaciones en esa situación como condición para que la solución
habitacional sea apropiada y aceptada, y experimentada por los habitantes y
por la ciudad como un paso de evolución. La esencia de esas modificaciones
no está, ciertamente, en la solución habitacional, pero en ésta se encuentran
muchos más elementos con potencialidad para producir o inducir esos cambios
que los que generalmente se contabilizan.
Las acepciones restantes de autoconstrucción corresponden a modalidades

37
que permiten, ciertamente, arribar a soluciones habitacionales, pero que, al
no tener prevista e incluida en su programación la producción de modificaciones
de esa índole, no sólo no garantizan la evolución social y la integración urbana
que aquí se entienden como indispensables, sino que no llegan a garantizar,
como lo prueban innumerables ejemplos, la aceptación de las soluciones
habitacionales por sus destinatarios originales. La autoconstrucción, en su
versión más difundida (y desde cierto punto de vista, más deformante), de
puro aporte de mano de obra de los habitantes; la autoconstrucción en la
versión que la caracteriza como un fenómeno social y productivo de
supervivencia, de gestión autónoma de los sectores populares, y de «mercado
y tecnología informal», y la autoconstrucción asistida, cuando es entendida
como acciones de aporte esporádico y asistemático a los autoconstructores
espontáneos, son nociones que enriquecen la comprensión del problema y el
repertorio de posibilidades de solución, pero requieren una clara diferenciación
y comprensión de sus límites y riesgos, que es lo que se intentó plantear aquí,
y la limitación de su aplicación sólo a situaciones determinadas, específicas, y
coherentes con una política general participativa que no las puede tener como
su eje conceptual ni operativo.

Una reflexión sobre la cogestión del hábitat


En este trabajo se ha introducido en varios puntos la noción de cogestión
sugiriéndola como una forma más evolucionada de autoconstrucción asistida.
Esto merece su aclaración: Esta expresión suele aplicarse con frecuencia, y
con derecho, con un significado diferente del que está recibiendo en este
trabajo. Ese significado corresponde a lo que aquí se ha preferido denominar
autogestión del hábitat popular integralmente asistido, socialmente integrada
y equitativamente concertada. Es muy frecuente (y válido), en las reflexiones
de los grupos de acción, pensar la cogestión como un escalón previo a la
autogestión: En esa acepción de cogestión, y en su mejor forma de concreción
los agentes «externos» trabajan, en cada caso en particular, con los habitantes,
en paridad de poder de decisión, diferenciándose sólo por los roles, a los que
se ha despojado de connotaciones de poder. Desde este enfoque, la
autogestión aparece como una situación aún más evolucionada, en la que los
habitantes han pasado a tener total control de los aportes de origen «externo»
y de los procesos desarrollados con la suma de estos aportes y de los propios;
en este enfoque los técnicos, o son integrantes de la propia comunidad, surgidos
de ella, o son «externos», pero a su servicio. Sin embargo es posible pensar
que tanto el criterio de autogestión como el de cogestión, referidos a un sólo
sector dentro un conjunto social, por perfecta que sea su realización, está
indicando todavía una compartimentación de la sociedad, en la que cada sector

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resuelve sus cosas dentro de su compartimiento, aún cuando reciba aportes
de otros con mayores recursos(8). Una visión de la sociedad como sistema
único e integrado exigiría una estructura más orgánica y una cooperación más
fluida y permanente entre sectores. Un objetivo no tan utópico sería el de la
solución de los problemas de un sector como problemas de la totalidad
del sistema, no como un problema de «otros», por noble que aparezca el
propósito de «ayudarlos». Se prefirió, de esta manera, reservar y proponer el
nombre de cogestión para la referencia, ciertamente utópica, a una gestión
social integral y permanente de solución de necesidades humanas, dentro
de una sociedad con poder y recursos equitativamente distribuidos, y
con sectores sociales diferenciados sólo por características cualitativas
y por diferentes capacidades de aporte (que no se traduzcan en cuotas
correlativas de poder), colaborando concertadamente en los procesos
de solución de las necesidades de cualquiera de ellos. Esta no es la
situación actual y no hay indicios de que podrá llegal a serlo en algún futuro
medianamente próximo y previsible. En las condiciones actuales las medidas
de optimización sólo pueden pretender orientarse dentro del esquema de
autogestión del hábitat popular, inducida o espontánea, integralmente asistida,
socialmente integrada y equitativamente concertada como uno de los mejores
esquemas de acción posibles de concretar, pero cabe también la clarificación
de la idea de cogestión como imagen de gestión social integral y permanente
dentro de una sociedad sin acumulaciones hegemónicas de poder de cualquier
índole en sólo algunos de sus grupos, a modo de referencia utópica, orientadora
de las acciones posibles.

(8)
Esta compartimentación se presenta, con signos negativos, no sólo en la situación de
aislamiento involuntario de los sectores con mínima cuota de poder, sino también en la de
autoaislamiento y «autogestión» de los sectores sociales con mayor cuota de poder (político,
económico, intelectual, social). Puede resultar esclarecedor advertir que, en la estructura de
la sociedad urbana actual, la única autogestión plena del hábitat, con resultados satisfactorios
(para sus sujetos aunque no para la ciudad) es la que practican los sectores más poderosos.

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