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Cuando los liberales estaban enfrentando a los conservadores en la Guerra de Reforma,

Juárez, lleno de optimismo, decía: “Es imposible, moralmente hablando, que la reacción
triunfe”. Y también recomendaba que al retrógrada “que no quiere oír es preciso
hablarle recio y seguido”.

Cómo olvidar que cuando los conservadores resultaron derrotados en la Guerra de


Reforma y fueron a traer al príncipe Maximiliano para tratar de imponer, con el ejército
francés, una monarquía espuria en nuestro país, Juárez no dejó de alentar al pueblo en
defensa de la patria y reafirmaba que México era “tan libre, tan soberano, tan
independiente, como los más poderosos de la tierra.” Y siempre manteniendo en alto la
bandera de la dignidad, sostenía “que el enemigo nos venza y nos robe, si tal es nuestro
destino; pero nosotros no debemos legalizar un atentado entregándole voluntariamente
lo que nos exige por la fuerza. Si la Francia, los Estados Unidos o cualquier otra nación
se apodera de algún punto de nuestro territorio y por nuestra debilidad no podemos
arrojarlo de él, dejemos siquiera vivo nuestro derecho, para que las generaciones que
nos sucedan lo recobren. Malo sería dejarnos desarmar por una fuerza superior; pero
sería pésimo desarmar a nuestros hijos privándolos de un buen derecho que, más
valientes, más patriotas y más sufridos que nosotros, ese derecho lo harían valer y
sabrían reivindicarlo algún día.”

Aun cuando en el pensamiento de la época de los liberales no era tan relevante la


necesidad de la intervención del Estado, del gobierno, en beneficio de los pobres, como
sucedería a partir de la Revolución Mexicana, el presidente Juárez sí sabía que poco
podían esperar los humildes de los potentados; en 1865 afirmaba: “Los ricos y los
poderosos no sienten, ni menos procuran remediar las desgracias de los pobres…
Podrá suceder que alguna vez los poderosos se convengan en levantar la mano sobre
un pueblo pobre, oprimido, pero eso lo harán por su interés y conveniencia. Eso será
una eventualidad que nunca debe servir de esperanza segura al débil”.

En 1855, cuando los liberales encabezados por Juan N. Álvarez preparaban en


Acapulco una insurrección contra la dictadura de Santa Anna, se presentó ante ellos un
hombre sucio y en harapos con las siguientes palabras: “Sabiendo que aquí se pelea
por la libertad, he venido a ver en qué puedo ser útil”. Sin mayores averiguaciones, los
conjurados le dieron ropa y calzado y, puesto que sabía leer y escribir, lo nombraron
escribiente bajo la autoridad del coronel Diego Álvarez, hijo del principal dirigente.
Pocos días después, el individuo recibió una carta a su nombre: “Licenciado Benito
Juárez”. Sorprendido, el coronel Álvarez se dirigió a él: “Así que usted es el que fue
gobernador de Oaxaca. ¿Y por qué no nos lo había dicho?”

–¿Para qué? –contestó Juárez–. ¿Qué tiene de particular?

El que unos años después habría de ser el mejor presidente de México llegó en ese
estado lamentable tras dos años de pobreza, persecución y exilio. Estuvo preso en San
Juan de Ulúa, fue desterrado a Cuba, trabajó en una fábrica de puros en La Habana,
viajó después a Nueva Orleáns en busca de apoyo para la causa de la libertad y cuando
supo que en Ayutla, Guerrero, se gestaba una revolución liberal, partió hacia Panamá
para cruzar el continente y embarcarse hacia Acapulco.

Y sí, para entonces ya había sido gobernador de Oaxaca, un gran gobernador: durante
su gestión reorganizó la Guardia Nacional, duplicó el número de escuelas en la entidad,
construyó caminos, fundó el puerto de Huatulco, llevó a cabo el levantamiento de la
carta geográfica del estado y del plano de su capital y manejó las finanzas públicas con
honestidad y austeridad inflexibles, lo que le permitió dejar ahorros, un superávit en la
hacienda pública.

Hoy conmemoramos aquí, en Guelatao, el 215 aniversario de su nacimiento,


recordamos con admiración y respeto, su obra transformadora y su vida caracterizada
por la modestia, el patriotismo, los valores de la libertad y la vocación de servicio.
Ningún gobernante ha sido más ajeno que Juárez a las tentaciones de la soberbia, la
arbitrariedad y los extravíos del poder, y eso he querido ilustrar con la anécdota que les
platiqué: él no llegó al cuartel de los liberales de Ayutla aspirando a un trato especial
por sus méritos, que ya eran bastantes, sino ser útil a una causa sin importarle el rango
o el cargo. Sabía que el poder sólo tiene sentido y se convierte en virtud cuando se
emplea para servir al país y a los demás, sin distingo alguno, y especialmente, cuando
el poder se destina a beneficiar a los más desfavorecidos.

Para nosotros el presidente Juárez es una inspiración y una referencia fundamental en


muchos aspectos: como defensor de la soberanía nacional y de la legalidad, como
servidor público austero y honesto y como un hombre que gobernó para el pueblo y no
para sí mismo.
Nació en San Pablo Guelatao, Oaxaca. Hijo de padres indios zapotecas, se fue a Oaxaca a los
trece años, cuando aún no hablaba castellano. Por poco tiempo fue cosechero de grana, pero
encontró un protector en Don Antonio Salanueva, encuadernador y terciario de la Orden
Franciscana. Con él y con el maestro Domingo González, aprendió a leer. Se matriculó en el
Seminario de la Santa Cruz, donde estudió preparatoria; cursó latinidad, filosofía, y concluyó el
bachillerato en 1827. Al año siguiente ingresó, sin la aprobación de su protector, al Instituto de
Ciencias y Artes, donde se graduó de abogado en 1834, correspondiéndole ser el primer
profesionista graduado en dicho Instituto

En 1831 fue regidor del Ayuntamiento de Oaxaca y en 1833, fue diputado local. En 1841 fue juez de
lo civil y al ser derrocado de la Presidencia el Gral. Paredes Arrillaga, Juárez resultó electo diputado
federal. Al volver a Oaxaca, Juárez ocupó por poco tiempo la gubernatura a la renuncia de José
Simeón Artega. Al terminar el periodo en agosto de 1848, se presentó candidato al siguiente
periodo y resultó electo. Procuró el equilibrio económico y ejecutó algunas obras públicas: caminos,
reconstrucción del Palacio de Gobierno, fundación de escuelas normales; levantamiento de una
carta geográfica y la formación del plano de la ciudad de Oaxaca; reorganizó la Guardia Nacional y
dejó superávit en el tesoro. Terminó su mandato en 1852.

Al volver Santa-Anna al poder, muchos liberales son desterrados, entre ellos Juárez, primero a
Jalapa y luego a La Habana, tras una breve prisión en San Juan de Ulúa. De La Habana se le
deportó a Nueva Orléans, donde desembarcó en octubre de 1853. Después, al caer Santa-Anna y
llegar Juan Álvarez y Comonfort a la Presidencia, se le nombraó ministro de justicia (octubre -
diciembre, 1855). En noviembre de 1855, se expide la ley sobre administración de justicia, llamada
Ley Juárez, en la que son abolidos los fueros. Nombrado gobernador de Oaxaca, se hace cargo del
gobierno el 10 de enero de 1856. Convocó a elecciones y fue designado nuevamente. Al expedirse
la Constitución Federal de 1857, la promulgó.

El 17 de diciembre se proclamó el Plan de Tacubaya; Juárez no se solidarizó con la nueva política


de Comonfort y fue aprehendido. Fue liberado en enero de 1858 y salió de la capital. En julio de
1859 expidió, con el apoyo del grupo radical, las llamadas Leyes de Reforma: independencia del
Estado respecto de la Iglesia; ley sobre matrimonio civil, sobre el Registro Civil, la de Panteones y
Cementerios, paso de los bienes de la Iglesia a la nación

González Ortega, civil improvisado general, llevó al triunfo a las armas liberales y entró a la ciudad
de México a fines de diciembre de 1860. Mientras, Juárez había prorrogado su mandato en el
Gobierno. Convocó a elecciones y resultó designado para seguir en el mando. La justa suspensión
de pagos que ordenó respecto de la deuda extranjera, provocó la expedición de Inglaterra, Francia
y España a Veracruz. Al final, Francia quedó sola y en 1862 se inició la Intervención. El ejército
francés fue detenido en Puebla por Zaragoza, el 5 de mayo de 1862, pero en 1863, a pesar de la
heroica defensa de González Ortega, la ciudad cayó tras tres meses de asedio. El 31 de mayo
Juárez dejó la ciudad de México, encarnando en el éxodo la soberanía de México.
El ejército francés se retiró por la situación europea y se inició la restauración de la República.
Juárez fue reelecto Presidente nuevamente y tomó posesión el 25 de diciembre de 1867. Tuvo que
sofocar rebeliones en México y en Yucatán, y en 1871 se rebeló Porfirio Díaz. Cuando la rebelión
iba declinando, murió Don Benito Juárez, el 18 de julio de 1872, en el Palacio Nacional. Acuñó la
frase: El respeto al derecho ajeno, es la paz.

Fuente: Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y Geografía de México

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