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MARCIO MENDES
ORAR EN LENGUAS

Título original: A oracao em línguas


Traducción del portugués: Fr. José Guillermo Ramírez G.

(Contraportada)
Con la acción del Espíritu Santo puedes cambiar tu vida
Por el gran amor que Dios nos tiene, él ni un solo instante deja de ayudarnos y fortalecernos.
Por eso “el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad, porque no sabemos lo que
debemos pedir, ni orar como conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con
gemidos inefables” (cf Rm 8,26).
La oración en lenguas es un hecho concreto, una realidad en la Iglesia. Verás que las cosas de
Dios son muy sencillas, y experimentar los carismas es más fácil de lo que te imaginas. La
práctica de la oración en lenguas trae resultados comprobados cuando está en juego la
construcción de una nueva vida, más libre y más feliz. ¡Compruébalo!

 Las citas bíblicas se han tomado de la Biblia de Jerusalén Latinoamericana, Bilbao


(2000).

EL DON DE LENGUAS: SOCORRO EN LA DEBILIDAD


“Se llenaron todos de Espíritu Santo y se pusieron a hablar en diversas lenguas según el
Espíritu les concedía expresarse” (Hch 2,4).
¿Cómo descubrir un amigo de verdad? ¿Cómo saber con quién contar en las horas en que más
lo necesitamos? Hay quien diga que el verdadero amigo es aquel que viene a alegrarse con
nosotros cuando lo invitamos, pero que en la hora del dolor y del sufrimiento aparece sin ser
invitado. Así es Dios.
¡No te imaginas cuánto te ha amado Dios! Él conoce tu corazón y conoce las cosas que pasan
por tu cabeza. Te ve por dentro como nadie nunca lo lograría, porque él te ama con un amor
enteramente especial.
Dios ve lo que tú no tienes el valor de mostrar a nadie. Por eso mismo, sólo él sabe cuán
difíciles de superar son el abandono y la soledad para cada uno de nosotros. Él ve cómo
sufrimos cuando nos sentimos olvidados y despreciados. Y sabe que tú y yo tenemos
necesidad permanente de sentirnos amparados y apoyados en nuestras debilidades.
El deseo de sentirnos amados y protegidos es sumamente poderoso y tiene un gran peso en
nuestra vida. Igualmente es verdad que cuanto más ames y protejas a alguien, esa persona se
abrirá a ti más y más te incluirá en su vida.
Por el gran amor que Dios nos tiene, no deja de ayudarnos y fortalecernos ni un solo instante.
Por eso “el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad, porque no sabemos lo que
debemos pedir, ni orar como conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con
gemidos inefables” (cf Rm 8,26).
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Pero ¿qué son esos gemidos inefables? ¿Son ellos el don de lenguas? ¿Existe realmente el don
de lenguas? ¿Qué cambios producirá en nuestra vida? ¿Por qué muchos católicos no lo
conocen? Y si lo conocen, ¿por qué no lo experimentan? Aquí encontrarás las respuestas a
todas estas preguntas.
Actualmente encontramos personas que nunca han oído hablar de este don de Dios.
Encontramos otras que ya han oído al respecto, pero nunca han orado en lenguas. Finalmente
hay otras que ya hacen uso de este carisma, pero quieren conocerlo más, profundizar su
experiencia y perfeccionar su práctica.
En este libro tocaremos de cerca la fuerza transformadora de este don y su poder de
intercesión. Será un bello descubrimiento, un nuevo sumergirse en el amor del Señor que
cuida de nosotros. Es algo nuevo y que nos renueva, porque nuestra salud comienza por
dentro, por el corazón, por el alma.
Verás que las cosas de Dios son muy sencillas y experimentar los carismas es más fácil de lo
que te imaginas. La práctica de estos dones trae resultados comprobados cuando está en
juego la construcción de una nueva vida, más libre y más feliz. ¡Compruébalo!
Por primera vez escuché orar en lenguas en un grupo de oración de la Renovación Carismática
Católica. Invitado a participar de una noche de oración, me dio vergüenza negarme. Llegué allí
muy asustado, lo que contrastaba radicalmente con la alegría y la familiaridad de aquellas
personas. Todo era muy vivo y muy espontáneo. Los miembros más antiguos acogían tanto a
los visitantes como a los más nuevos con mucho cariño, respeto y atención.
Quedé emocionado cuando me di cuenta de la fe de aquella gente. Algunas oraciones eran
hechas en voz alta, una persona cada vez, espontáneamente. Las personas agradecían y
alababan a Dios por situaciones concretas de su vida, por gracias alcanzadas, por vidas
transformadas, por familias que se habían reconciliado y sobre todo porque tenían la certeza
de la presencia de Dios y de su salvación
Todavía estaba impresionado con tanta novedad cuando alguien pasó al micrófono y dijo:
-Vamos a hacer lo que enseña la Palabra de Dios: “impondrán las manos a los enfermos y ellos
quedarán sanos”. Así vamos a orar y Dios, que es todopoderoso nos dará por medio de su
Espíritu la fuerza y la sanación que necesitamos.
Yo no tenía ninguna enfermedad de la que necesitara ser sanado, y tampoco creía que una
simple oración pudiera restituir la salud a alguien o incluso hacer venir sobre esa persona al
propio Dios.
Yo estaba equivocado… y los días que siguieron me mostraron qué tan equivocado estaba.
Una persona que estaba cerca de mí me puso su mano sobre el hombro y comenzó a pedir a
Jesús que me llenara del Espíritu Santo, que transformara mi corazón y me hiciera una criatura
nueva. Cuando menos esperaba, vi que la mayoría de las personas oraban de una manera que
yo desconocía: parecía una lengua diferente, una especie de oración que se fue transformando
en una música lindísima. De repente, era como si todas aquellas voces fueran una sola. Una
orquesta cuya sinfonía era dirigida por un maestro que estaba en lo íntimo de cada uno: el
Espíritu Santo.
Si por una parte me iba invadiendo una alegría inmensa, por otra yo me preguntaba si de
hecho estaba en un grupo católico. Jamás traicionaría mi fe. Siempre creí y creeré en el Espíritu
Santo que mueve a la Iglesia. Yo me preguntaba cómo era posible que en toda mi vida nunca
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hubiera visto una experiencia semejante, si acudía semanalmente a la iglesia. ¿Será que esto
viene de Dios? ¿Qué hacer cuando este pueblo ora así?
Por increíble que parezca esas dudas no me asustaban. Más que un obstáculo eran una
invitación para que yo conociera de qué se trataba. En el fondo yo sabía que sólo podía ser
algo de Dios, pues mi corazón se iba inundando de paz y de alegría.
El hecho de haber presenciado aquella oración sin tener conocimiento de ese carisma e
inclusive sin haber oído hablar nunca de él, no me causó extrañeza y mucho menos escándalo.
Fue una oración tan viva y profunda que mi única frustración aquella noche fue el no saber
orar de esa manera. Hasta quise hacerlo, pero no tuve el valor para ello.
Después de aquel momento de oración intensa siguió un silencio de adoración. Dios estaba allí
y todos estaban conscientes de ello. La alegría se desbordaba por los ojos, los labios y el
corazón de cada uno. Yo no me imaginaba cómo había cambiado mi vida aquella noche.
Comencé a frecuentar aquel grupo de oración y me di cuenta de que todo adquiría para mí un
nuevo sentido. Había en mí una fuerza enorme, una fuerza de fe que yo jamás podía
imaginarme que fuera posible.
Fue un cambio que afectó todo lo que yo era y todo lo que yo hacía: se trataba incluso de una
vida nueva. Sin embargo varios meses pasaron antes que yo lograra abrirme por primera vez a
la experiencia de orar en lenguas.
Gracias a Dios nadie me forzó nunca. Nunca fui forzado a práctica alguna de orar en voz alta,
de cantar o incluso de orar en lenguas. Todo sucedió a su tiempo, cuando yo estuve
preparado.
El Catecismo de la Iglesia Católica dice que el don de lenguas es una gracia de Dios actual y útil
a la Iglesia: “La gracia es ante todo y principalmente el don del Espíritu que nos justifica y nos
santifica. Pero la gracia comprende también los dones que el Espíritu nos concede para
asociarnos a su obra, para hacernos capaces de colaborar con la salvación de los demás y con
el crecimiento del cuerpo de Cristo, la Iglesia. […] las gracias especiales, llamadas también
“carismas”, según la palabra griega empleada por San Pablo y que significa favor, don gratuito,
beneficio. Sea cual fuere su carácter, a veces extraordinario, como el don de los milagros o de
las lenguas, los carismas se ordenan a la gracia santificante y tienen como meta el bien común
de la Iglesia. Están al servicio de la caridad, que edifica a la Iglesia” (Cat.I.C. 2003).
Cuando la Biblia habla de don, se refiere a una capacidad que Dios da. El que recibe al Espíritu
Santo no pasa a ser dueño de él, sino que recibe de él el poder de actuar a favor de los demás
a causa de Dios. En el Concilio Vaticano II hubo un redescubrimiento de los carismas. Y la
Iglesia sabe que todos esos dones sin excepción corresponden a la manera escogida por Dios
para mostrar su amor, al final todo lo que inspira el Espíritu Santo es amor y servicio al
prójimo. La caridad es el mayor carisma, el que mueve a todos los demás.
UNA EXPERIENCIA MARAVILLOSA
Estaba muy contento viviendo mi experiencia personal, profundizaba mi relación con Dios y
descubría los tesoros maravillosos escondidos en la Sagrada Escritura; pero el Espíritu Santo
me había preparado una gran sorpresa. Es un hecho que los caminos de Dios no siempre son
nuestros caminos y lo que el Señor tiene para nosotros es incomparablemente mejor que lo
que podemos pedir o incluso pensar.
Yo estaba satisfecho, bastante seguro con lo que ya había descubierto, y no quería que
cambiase nada. Es interesante cómo siempre queremos aferrarnos a lo que tenemos, y en
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muchas veces este es el gran impedimento para abrirnos a las sorpresas de Dios. La vida en el
Espíritu es una vida de renuncias, de no tomar como nuestras las cosas de Dios ni los dones
que nos ha dado, ni siquiera nuestra propia vida. Somos llamados por el Señor a ser pobres y
estar disponibles, siempre prontos a ir a donde él quiera y a hacer su voluntad. Solamente
cuando estamos vacíos de nosotros mismos y no poseemos nada, es cuando nos hacemos
capaces de tener todo. Así fue como Dios me convenció de hacerme misionero.
En una de mis misiones llegué a Sâo José do Rio Preto – SP. Había mucha gente reunida en
aquella tarde de oración. Varias personas habían ido por primera vez y estaban llenas de
expectativa. Después de contarles mi experiencia de Dios, les pregunté si también ellas querían
encontrarlo. Después de la predicación y la oración, fluyó una gran alabanza en lenguas y
muchas personas fueron bautizadas en el Espíritu Santo.
Cuando se terminó la tarde de oración, un señor me buscó para conversar y me decía:
- Yo nunca había experimentado algo semejante. Mi cuerpo se aflojó como si alguien me
hubiera golpeado en el cuello y mi lengua se soltó en aquella oración. Yo nunca antes había
orado así, y fui inundado de una paz y una alegría profundas como nunca había
experimentado.
La oración en lenguas es un hecho concreto, una realidad en la Iglesia, y simplemente quiero
decirte que he visto producirse muchas transformaciones por medio de ella, pues ella facilita el
que las personas se pongan disponibles ante Dios.

EL DON DE LENGUAS ES UN DON HUMILDE


El don de lenguas no es el más grande de los dones, pero es un don de Dios. Por esa simple
razón deberíamos desearlo, recibirlo con celo y usarlo bastante. Como dice Jesús, “Si, pues,
ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en
los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!” (Mt 7,11).
El don de lenguas, llamado también glosolalia, es una oración que hacemos a Dios. No es un
mensaje para las personas que nos rodean. Es una alabanza, una glorificación al Padre, al Hijo y
al Espíritu Santo. No se trata de una predicación en lengua extranjera, sino de una oración
personal, entre Dios y nosotros, aunque tenga lugar dentro de un grupo de oración y en medio
de otras personas.
Se trata de una oración hecha en una lengua desconocida, en que la persona pronuncia sílabas,
palabras, frases cuyo significado no conoce. Permite que la boca hable de los sentimientos que
el propio Espíritu Santo ha despertado en su corazón.
Tener el don de lenguas no es aprender de memoria palabras de una lengua extranjera para
repetirlas sin orden en el momento de oración. Los que tienen este don logran solamente
pronunciar las palabras que el Espíritu del Señor les sugiere.
El que ora en lenguas no se queda inmóvil, paralizado, no sale de sí, mucho menos queda
privado de su personalidad. Por el contrario, durante todo el tiempo sabe exactamente lo que
está haciendo. La persona decide si va a orar o no en lenguas, cuando quiere y por cualquier
motivo que quiera, así como sucede cuando por ejemplo rezamos el Padrenuestro o el
Avemaría.
Muchos preguntan por qué nunca han oído hablar de estos carismas y de repente aparecen
tantos dones de Dios en los tiempos actuales. El hecho es que hemos visto simplemente un
fenómeno maravilloso: El Espíritu Santo mismo con su fuerza y ternura está reconduciendo a la
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Iglesia de regreso a los orígenes, de regreso a la experiencia de los primeros cristianos. A los
que creen les ha dado un corazón apasionado como el de los apóstoles, un corazón que desea
ardientemente seguir a Jesús.
Estos dones extraordinarios se daban a todos los que tenían fe, y acompañaban a los apóstoles
en todo lo que hacían. Son dones que vienen del Espíritu Santo. Y ya que vienen de Dios,
deben ser reconocidos y aceptados por la Iglesia.
Los carismas son muchos porque el Espíritu Santo puede variar sus dones hasta el infinito. Él
no deja a nadie sin dones y los da a todo hombre y mujer de fe. Con esta seguridad la Iglesia
pide a los sacerdotes que reconozcan y favorezcan con entusiasmo los muchos y variados
carismas de los laicos (cf. PO 9,2).
San Ireneo da su testimonio hablando de los dones de sanación, de lenguas, de palabra de
ciencia, etc. “No es posible decir el número de carismas que en todo el mundo recibe la Iglesia
cada día de parte de Dios […] Sabemos que en la Iglesia muchos hermanos tienen carismas
proféticos y por la virtud del Espíritu Santo hablan todas las lenguas, revelan para el bien de
todos, los secretos de los hombres y exponen los misterios de Dios. El Apóstol los llama
espirituales: no por separación y supresión de la carne, sino por la participación del Espíritu y
solamente por eso”.
Al principio tuve alguna dificultad con el don de orar en leguas y sé que mucha gente todavía
hoy enfrenta los mismos obstáculos. Cuando alguien descubre este don espiritual, es natural
que tenga muchas dudas. El problema es que en general la persona tiene recelo de preguntar
acerca de ellos, le da vergüenza, desazón, miedo de ser incomprendida, mal interpretada. En
fin, piensa que los demás pueden considerarla sin fe. En vez de disfrutar la alegría del
descubrimiento, termina agobiada por el peso de las dudas.
Otra dificultad es que no siempre las personas que oran en lenguas están preparadas para
responder las preguntas y dar aclaraciones sobre los dones carismáticos. Una cosa es vivir la
experiencia, y otra explicarla. Si, por ejemplo, preguntamos a una persona si ella tiene fe, es
muy probable que nos responda que sí. Pero si le preguntamos qué es la fe, es posible que esa
persona sienta alguna dificultad para explicarlo de inmediato.
De hecho los mayores obstáculos que tuve que superar fueron la falta de esclarecimiento y el
miedo de pecar. Tenía miedo de arriesgarme en la oración, de rezar como aquellas personas y
que aquello no fuera sino un mero esfuerzo mío, algo de mi cabeza.
El día en que hice la experiencia de orar en lenguas por primera vez, hice un descubrimiento
fantástico: descubrí que las cosas de Dios son sencillas, muy sencillas. Nosotros somos los que
las complicamos. El don de orar en lenguas está entre lo que existe de más sencillo, puro y
descomplicado. Por eso la Escritura se refiere a los “gemidos inefables”. ¿Existe algo más
sencillo que un suspiro o un gemido?
EL DON IDEAL PARA EL QUE NECESITA FORTALEZA
El don de lenguas es el carisma ideal para las personas que necesitan fortaleza, pues el Espíritu
Santo viene en ayuda de nuestra debilidad. Somos débiles, pero Dios es fuerte, y viene en
auxilio de quien necesita de él. Viene a atender a los que lo llaman: “Lo escucharé, cuando me
invoque lo escucharé; en la tribulación estaré con él”. Estamos hablando de la ayuda que el
Señor ha preparado para acudir a nuestra debilidad, a nuestra insuficiencia y falta de claridad
frente a nuestras propias necesidades.
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Es justamente en la hora del sufrimiento cuando Dios se pone más cerca de nosotros, porque
es el momento en que más necesitamos de él. Es en la hora de la debilidad cuando él viene a
socorrernos. En esa hora el Espíritu Santo levanta a la persona que lo ha invocado, llena su
corazón de osadía y la empuja a la lucha de tal manera que le da una fuerza más allá de lo
natural.
Estoy seguro de que algunas situaciones no se pueden enfrentar simplemente con poderes
humanos. Si has trabado alguna batalla contra el mal, o si aquello que tanto necesitas está
fuera del alcance de tus fuerzas, es necesario actuar con el poder del Espíritu Santo. Esto es
decidir no confiar en tus capacidades y fuerzas humanas para vivir del poder de Dios.
Renunciar a los criterios, valores y poderes de este mundo. Vaciarse y hacerse pequeño, a fin
de ser un instrumento de Dios.
El don de lenguas es una oración que viene de Dios. Es don de él, no somos nosotros quienes
lo inventamos, sino que el Señor lo coloca en nuestro corazón. Esta oración brota cuando
resolvemos descansar de nuestra debilidad e inseguridad, confiados en el regazo del Padre. No
tengas dudas de que el Padre atiende a nuestro llamado.
Cuando oramos y nos disponemos a hacer nuestra parte, cualquier cosa puede suceder. El
hombre no puede hacer nada sin Dios y Dios no quiere hacer nada sin el hombre.
San Pablo nos enseña que debemos orar en toda circunstancia (cf. Ef 6,18) y el don de lenguas
se muestra el más apropiado para esto. Por medio de él el Espíritu Santo llena de intenciones
nuestro corazón y pone en nuestros labios las palabras más eficaces, palabras que tocan de
lleno el corazón de Dios, corazón que sólo el Espíritu Santo conoce.
La oración en lenguas es infalible en la intercesión, en la súplica para obtener gracias
especiales y en el combate contra las tentaciones, porque lleva nuestras oraciones ante Dios
por el poder del Espíritu.
DONES CARISMÁTICOS: COMBATIR Y VENCER CON LAS ARMAS DE DIOS
¿Te has dado cuenta de que hoy ya muchas personas no se preocupan por los valores morales
y espirituales? Nuestro mundo camina sin rumbo. Y camina hacia su propia destrucción. Todos
estamos atemorizados sin saber qué hacer. Innumerables proyectos que prometían resolver
los problemas han fracasado y nos espera un futuro incierto. Este pesa especialmente sobre
los cristianos, que en vez de ser hombres y mujeres nuevos, han sido vencidos por el cansancio
y se han dejado envejecer. En verdad falta ánimo, dinamismo. Falta vida, aquella fuerza
decidida para enfrentar las estructuras de muerte de este mundo, para reprimir con la cruz de
Jesús todas las fuerzas del mal.
Pero nuestra lucha no es contra los hombres y mujeres de esta tierra, dice San Pablo, “porque
nuestra lucha no es contras la carne y la sangre, sino contra los principados, las potestades,
contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en el
aire”(Ef 6,12). Enfrentamos fuerzas infernales de odio, egoísmo, violencia, desorden,
inmoralidades, esparcidas por el mundo para destruir a las personas. Contra estas fuerzas de
nada sirven los discursos, la inteligencia y la sabiduría humanos. El diablo no se incomoda con
eso porque sabe enredar nuestros proyectos para confundirnos. Sabe también que esa lucha
es antigua y con seguridad se extenderá hasta más allá del tiempo que dura nuestra vida. Él
sabe cómo minar por dentro cualesquiera iniciativas y organizaciones humanas. Basta lanzar
el veneno de los celos, de la envidia, de las disputas por el poder, para causar discordias y
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divisiones… Pero hay algo en los cristianos que hace temblar al infierno y pone en fuga al
demonio: el Espíritu Santo, que combate con el poder de sus dones.
Una vez oré por una señora que no lograba comulgar. En medio de pensamientos llenos de
palabrotas y blasfemias, ella trababa un duro combate para no escupir la hostia consagrada. Le
impuse las manos y después de pedir al Señor que le diera una efusión del Espíritu Santo, la
invité a orar en lenguas. Ella me contó que fue como si una fuerza maligna hubiera salido de
ella, llevándose consigo toda la angustia y la tristeza que dominaban su corazón. El cambio fue
tan grande que muchos vinieron a buscarme para saber qué había hecho por ella, que la había
puesto tan contenta. Yo solamente respondía: “¿Qué podemos hacer si Dios quiso llenarla de
su perdón y de su paz, y ahora ya no puede atormentarla el mal?”
Para cuidar de las personas que amamos, de nuestras familias y de nuestras comunidades,
necesitamos echar mano de las fuerzas espirituales capaces de derrotar y expulsar a Satanás y
sus patrañas. Los dones de Dios están a nuestra disposición. El Espíritu Santo los ha preparado
para que con ellos pudiéramos combatir y vencer. Justamente por ser fuerzas espirituales que
vienen de Dios, estos dones son temidos por el demonio y son capaces de arrasar con las obras
de las tinieblas. A nosotros solamente nos corresponde escoger si trabaremos un combate con
nuestras propias fuerzas o nos valdremos del auxilio divino, del poder de lo alto que el Padre
del Cielo ha preparado para nosotros.
HACER TODO CON EL PODER DE DIOS
Pablo cuando evangelizaba no lo hacía solamente con palabras sino con poder. Su predicación
penetraba los corazones y las personas cambiaban sus vidas. Él mismo decía: “Mi palabra y mi
predicación no se apoyaban en persuasivos discursos de sabiduría sino en la demostración del
Espíritu y de su poder, para que su fe se fundara, no en sabiduría de hombres, sino en el poder
de Dios” (1 Co 2,4-5).
Las cosas de Dios no se hacen por la fuerza, por medio de la imposición, sino con el poder
espiritual. Por eso Dios escogió a los débiles, con la intención de confundir a los fuertes de este
mundo (1 Co 1,27). Se trata de un poder verdadero, real. Cuando oramos con fe, antes de
terminar nuestra oración ya nos escucha Dios.
Los apóstoles comprendieron bien esta enseñanza de Jesús, enfrentando estructuras terribles.
Ellos tuvieron que enfrentarse con el poder político, con las diversas filosofías, las diversas
religiones, la mentalidad, la cultura y los vicios propios de aquella época y de todo el
paganismo. Pero no huyeron del combate y no se entregaron, aun sabiendo que estaban
frente a desafíos terribles y a enemigos humanamente invencibles. Se pusieron en pie para
luchar revestidos no de las armas de la carne, sino de la fuerza del Espíritu Santo. Así lograron
sobrevivir a uno de los imperios más fuertes de todos los tiempos, el imperio romano.
Hablamos de personas comunes como tú y yo, pero llenas de fe y ricas de fuerza interior.
Gente que quizás sabía pocas teorías sobre el Espíritu, pero que en la práctica traían el corazón
lleno del Espíritu Santo. Esas personas no disponían de las facilidades y de los recursos que
tenemos hoy, pero algo las hacía fuertes e invencibles: a pesar de ser hombres y mujeres muy
frágiles y limitados, el Espíritu Santo estaba todo en cada uno de ellos.
Por medio de la oración lo podemos todo. Por medio de ella Dios nos da lo que todavía no
tenemos. Por eso el débil se hace poderoso cuando ora pues Dios le presta su poder. El Señor
nunca deja de escuchar a aquel que pide lo que conviene. Él está siempre pronto para
escuchar nuestras oraciones.
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Cuando te sientas oprimido o atribulado, cuando la angustia te visite, ten fe en que hay una
salida. No te lamentes. Ha llegado la hora de invocar al Espíritu Santo y orar sin dejarse abatir
por el desaliento y por las lamentaciones. El que se lamenta de la vida pasa la vida
lamentándose.
¡Ora! El Señor te escuchará. La fuerza de nuestra oración para obtener la gracia que tanto
necesitamos no viene de los méritos o de una vida perfecta, sino de la bondad de Dios. ¡Confía
en la misericordia de Dios!
Cuando un hombre y una mujer, conscientes de que son débiles, avanzan revestidos de la
oración, el mal pierde todo su poder sobre ellos y no puede hacerles daño, porque la oración
es un arma poderosa contra todas las celadas y embestidas del demonio. La oración se vuelve
para nosotros como una palabra inspirada, se vuelve una especie de punto de donde tomamos
posesión de la Palabra de Dios y la proclamamos para nuestra liberación. Ella se hace como
una vara que herirá al opresor, y con su Espíritu ella destruirá al maligno (cf Is 11,4).
EN LA ORACIÓN ESTÁ TODA NUESTRA SALVACIÓN
Por la oración el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad y ahuyentamos todos los
males. Esto es tan cierto que llevó a San Alfonso de Ligorio a decir: “Digo y repito y repetiré
siempre mientras viva, toda nuestra salvación está en la oración”.
Somos conscientes de nuestra imperfección. Sabemos que el espíritu está pronto pero
también que la carne es flaca. ¡Sí! Somos débiles, pero necesitamos luchar porque sin oración
no hay victoria. Dios, que es fuerte, nos hará vencer.
Si tropezamos con algo demasiado grande para nosotros, algo que nos parece imposible de
superar, basta recordar que Dios no manda que hagamos cosas imposibles. Debemos hacer lo
que está a nuestro alcance y pedir a Dios que con su gracia nos dé lo que sería imposible para
nuestras fuerzas.
EL DON DE LENGUAS AYUDA A ORAR COMO CONVIENE
Sin humildad no hay oración agradable a Dios, porque ni siquiera sabemos lo que debemos
pedir. No sabemos orar como conviene. La persona se vuelve humilde cuando reconoce por la
oración, su pobreza ante el amor misericordioso de Dios, cuando se vuelve hacia Dios y lo
adora, esperando todo de él, sin depositar la confianza en sí misma.
Es humilde aquel que percibe que necesita de Dios y que necesita inclusive aprender a orar.
Por esta razón, San Vicente de Paúl insistía: “Crean – lo he dicho varias veces - es una
condición indispensable de parte de Jesucristo que el corazón deba primero vaciarse de sí
mismo para poder llenarse de Dios. Es Dios quien habita en él y trabaja en él; es la santa
humildad la que nos libera de nosotros mismos. Entonces ya no somos nosotros quienes
actuamos sino Dios a través de nosotros. A partir de allí todo sale bien”.
Por el camino de la humildad llegamos al corazón de las personas y principalmente al corazón
de Dios. La humildad debe ser la bandera de todo carismático. Sin ella nuestros valores y los
servicios que prestamos se corrompen, conduciéndonos a la hipocresía. Sin ella, los dones
carismáticos se vuelven un peligro y un daño para quien los ha recibido.
Lo que más nos aparta de Dios y de las personas es nuestro orgullo. Hasta la más bella casa, la
más bella familia, el más bello grupo de oración, el más fervoroso carismático, se destruyen
por el orgullo. “Crueldad y arrogancia arrasan la riqueza; así será arrasada la casa del
orgulloso” (Eclo 21,5). Hay que ser humilde.
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Es muy triste encontrar un hombre o una mujer que no aceptan opiniones diferentes a las
propias, o entran en depresión porque alguien les ha hecho ver sus defectos. La manía de
perfección, de querer ser más que los demás, es una verdadera tentación y sólo lleva a la
desesperación.
Es bueno bajar del pedestal y comenzar por la oración, por el amor, por el servicio, una vida de
humildad. ¿Por qué ser arrogantes si ni siquiera sabemos orar como conviene? Quizás
podemos ejercitar la humildad procurando servir a aquellas personas que no son corteses ni
simpáticas, o incluso a aquellas que vemos que no son nada cariñosas con nosotros. Así es
como se descubre qué tanto amamos a Dios, por la medida del amor que tenemos por las
personas con quienes convivimos.

¿POR QUÉ MUCHOS CUANDO ORAN NO SON ESCUCHADOS?


Santiago explica por qué muchas personas no son escuchadas en sus oraciones: “No tienen
porque no piden. Piden y no reciben porque piden mal, con la intención de malgastarlo en sus
deseos de placeres […]. Por eso dice: Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes
(Pr 3,34)” (St 4, 2b-6).
Una vez un señor me llamó aparte para decirme:
-Hagan cualquier cosa en nuestra ciudad, pero no oren en lenguas porque eso es cosa de gente
sin inteligencia.
Estaba preocupado por ayudarnos… No quería que hiciéramos el ridículo, y por eso exponía
sus razones. Pero cuando oramos en lenguas no lo hacemos para convencer a la gente de
nuestras capacidades e inteligencia. Oramos en lenguas obedeciendo a nuestro Dios, cuya
inteligencia supera a la nuestra.
Cuando queremos impresionar a las personas escogemos bien las palabras, procuramos ser
objetivos y tener claridad y buen sentido en lo que decimos. Pero cuando oramos en lenguas,
dejamos de lado todo eso. Entregamos todo a Dios. Y si el Espíritu Santo nos lleva a orar con
palabras que otros no entienden y que pueden hacernos pasar por incomprensiones y
humillaciones, estamos dispuestos a ser humildes y a ser tachados de gente “sin inteligencia” a
causa de Jesús.
Hace más de dieciocho años que convivo con personas que disfrutan de esta espiritualidad
carismática y viven la experiencia de orar en lenguas. Innumerables veces he visto personas en
su primera experiencia con este carisma que con toda sencillez van pasando de la oración en
su lengua nativa a la oración en lenguas sin siquiera darse cuenta. Actuaban espontáneamente
sin que nadie se lo indicara o las obligase.
Una vez estaba yo orando por una joven que vino con su hermana en busca de consejo y
oración. En el momento en que extendí mis manos sobre ella y pedí a Jesús que derramara su
Espíritu Santo, ella rompió en una grande e intensa alabanza en lenguas. Yo no había pedido
para ella este don, ni había hecho oración de esta clase en su presencia. Pero Dios, que es
Padre, decidió en aquel momento hacerle este regalo. Fue una experiencia llena de amor.
La gracia de Dios está reservada para los humildes, para los que reconocen su debilidad y se
dan cuenta de que ni siquiera saben orar. Solamente puede aprender quien es consciente de
que no sabe. El que cree saberlo todo no puede aprender nada. Por eso los grupos de oración
son una verdadera bendición. En ellos aprendemos el arte de orar – una oración viva y eficaz,
poderosa en Dios -, y aprendemos también los caminos para entrar en la intimidad del Señor.
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Los grupos de oración e incluso las “escuelas de oración” son hoy uno de los signos y estímulos
de la renovación de la oración en la Iglesia (cf Cat. Igl. Católica 2689).
Es posible aprender a orar y a orar bien.
LAS DIFICULTADES EXISTEN PARA QUE LAS VENZAMOS
El camino de la oración tiene sus propias dificultades y la tentación más común y más
disfrazada es la falta de fe. Cuando dejamos de orar para dar prioridad al trabajo, a las
preocupaciones y a todo aquello que juzgamos urgente, resulta evidente que más que falta de
tiempo, es falta de fe.
Cuando la fe está debilitada, oramos apenas en última instancia, y Dios es el último a quien
recurrimos. Decimos que confiamos en Dios, pero en el fondo confiamos más en nosotros
mismos. Así queda claro que el corazón todavía no ha entendido la palabra de Jesús: “Sin mí
ustedes nada pueden hacer” (Jn 15,5).
Otra tentación terrible tiene un nombre bien conocido “pereza espiritual” o acedia. Los
místicos la entienden como una especie de depresión que agota la fuerza y el ánimo de las
personas. A veces queremos rezar pero no lo logramos porque el espíritu está pronto pero la
carne es débil y prefiere la comodidad. ¿Hay alguien que no haya sido víctima de un desánimo
doloroso? Es el precio que pagamos cuando creemos que seremos felices por nosotros
mismos, sin Dios.
Cuanto más nos dejamos dominar por el orgullo, mayor es nuestra caída. La persona humilde,
a su vez, es diferente: no se sorprende con su propia miseria y cuando cae se levanta pronto y
retoma el camino con confianza y fidelidad (cf. Cat. Igl. Cat. 2732-2733).
ORAR EN LENGUAS ES AVANZAR EN LA FE
El remedio contra la tentación de dejar de orar y para muchas otras dificultades es la fe. Si – y
apenas “si” – nos dejamos vencer por esta tentación, los problemas y las dificultades podrán
quitarnos la paz y amenazarnos con la sombra de la derrota.
Durante todo el trayecto te esperan muchas piedras. Échalas fuera del camino si son
pequeñas, y si son grandes siéntate sobre ellas y espera hasta que se manifieste el auxilio
divino y te sean multiplicadas las fuerzas del alma para removerlas.
La tentación no se ha olvidado de ti ni se ha cansado de armar planes y de realizar embates
para engañarte, seducirte y destruirte. Ella intenta vencerte por cansancio, colocando una
trampa en cada esquina de tu vida. Es importante parar un poco, hacer los cálculos y verificar
si sigues operante y en condiciones de trabar combate. Fíjate si tienes las fuerzas y las armas
correctas para luchar. Mira cómo está tu fe.
La fe es la carta en la manga… El arma secreta guardada para el momento clave. Al utilizar esta
carta en el momento clave, cualquiera puede llegar a la victoria. Basta querer. No importa qué
tan grande es el problema, ni la fuerza de su mal, siempre que se tenga el valor de abrir el
corazón y mantenerlo bien alto por encima de la duda, ante los ojos de Dios. Es como oramos
en la misa: “¡Levantemos el corazón!”.
La fe puede cambiar nuestra vida en cualquier momento, ya que el Señor es poderoso para
transformar cualquier derrota en la más esperada victoria. La fe anula la fuerza del enemigo.
Cuando el diablo se encuentra con una persona que cree, da un paso atrás antes de batirse en
retirada.
El que cree no retrocede: avanza siempre, con la seguridad de que Dios está con el control de
todo. Orar en lenguas es avanzar en la fe. Si no creemos que Dios nos ama y está actuando a
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favor nuestro, si no creemos que Jesús vive y derrama su Espíritu Santo sobre nuestro corazón
con todos sus dones, ¿será que tendremos el valor de pronunciar esos gemidos inefables? La
oración en lenguas puede parecer locura para los hombres cultos de este mundo, pero es
sabiduría para Dios.

¿QUÉ SON ESOS GEMIDOS INEFABLES?


“Bien vista tengo la opresión de mi pueblo
[…] he oído su gemido
y he bajado a liberarlos” (Hch 7,34).

Hay momentos en que no logramos decir con palabras lo que sentimos. Cuando el dolor es
muy grande o la alegría es inmensa, no encontramos un modo adecuado de expresar lo que
sucede en nuestra alma. Entonces terminamos llorando, cantando, gritando, riendo, gimiendo,
para que no estalle el corazón.
Dios siempre ve cuando lloramos o cuando el corazón se rasga en un gemido. Él se apresura a
socorrernos porque no se complace en nuestro daño y sufrimiento. Dios no quiere ver nuestra
ruina: después de la tempestad él envía la bonanza; después de las lágrimas y de los gemidos,
derrama la alegría. Muchas veces las lágrimas son un verdadero don de Dios, por tratarse de
lágrimas de penitencia, de contrición, de arrepentimiento. A veces son lágrimas de una
emoción que muestra un profundo amor a Dios y a los hermanos; en este caso son también un
lenguaje que va más allá de las palabras y en este sentido se parecen al hablar u orar en
lenguas.
El don de lenguas nació con la Iglesia, y de la promesa de Jesús: “Estas son las señales que
acompañarán a los que crean: […] hablarán en lenguas nuevas” (Mc 16,17). Hacia el siglo IV
San Juan Crisóstomo pensaba que ciertos carismas, a pesar de haber sido útiles al comienzo de
la Iglesia, ya no eran necesarios, razón por la cual habían desaparecido. Pero el hecho es que
los dones extraordinarios del Espíritu Santo, los carismas, nunca han cesado totalmente. Los
testimonios son raros, quizás porque hacen parte de la oración íntima de muchos santos, pero
en todo caso existen.
Santa Teresa de Ávila cuando escribe sobre el alma que recibe gracias extraordinarias de Dios,
afirma: “Se dicen muchas palabras en alabanza de Dios, sin orden, y, si el propio Señor no las
ordena, por lo menos el entendimiento de nada vale allí. Quisiera el alma levantar la voz en
alabanzas, está que no cabe en sí misma, en un delicioso desasosiego. […] ¡Oh! ¡Válgame Dios,
cómo queda un alma cuando está así! Toda ella quisiera ser lenguas para alabar al Señor. Dice
mil santos desatinos […]” (Libro de la Vida, cap. 16).
Si por una parte nuestro corazón tiene un gemido que Dios no deja sin escuchar, por otro el
Espíritu Santo tiene sus propios gemidos con los cuales intercede por nosotros. Aquel que
habló al corazón de los profetas habla hoy a nuestro corazón: “Pondré mis palabras en su
boca” (Dt 18,18). Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
En nuestra debilidad apenas gemimos, pero gemimos por el poder de Dios. Y el Señor que nos
oye responde: “Por la aflicción de los humildes, y por los gemidos de los pobres, me levantaré
para darles la salvación que desean” (Sl 11,6). Si has sufrido y confiado en Dios, hay una cosa
cierta: ¡Dios te escuchará!
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MI CORAZÓN GRITA Y GIME

El gemido es el lenguaje del corazón. Una madre conoce todos los gemidos de su bebé; para
que él duerma, ella le canta una música sin palabras, cuyas notas son apenas gemidos de
ternura. Es un lenguaje de amor que va de corazón a corazón. Por eso dice la Escritura que
Dios intercede por nosotros con gemidos inefables.
El verbo griego (stenazo), del cual viene la palabra “gemido”, puede traducirse como
gemir, emitir fuertes lamentos, suspirar, murmurar. Es el Espíritu Santo quien ora en la
persona que lo recibe. Ora con tu voz, con tus labios, con el sonido que sale de tu garganta,
pero esa oración no está hecha de palabras que conocemos y entendemos.
En el corazón de las personas hay un deseo de que no se apague la lamparita del Espíritu
Santo. Un deseo de orar, que rompe con toda frialdad espiritual, un deseo de lanzar un grito,
un gemido del alma que quiere hablar de Dios o con Dios pero no encuentra palabras:

[…] La lamparita cuando falta el aceite,


muere, lo mismo que muere el hombre.
Súbito, rompiendo la horrenda calma,
grito, ese grito es para que mi grito
sea la revelación de este Infinito
que yo traigo encarcelado en mi alma!
(Augusto dos Anjos – Eu e outras poesías).

La oración en lenguas es ese grito. Es el lenguaje de lo que no puede ser dicho. Este lenguaje
dice todo sin decir nada. Lo que la oración en lenguas dice no se inscribe en nuestro raciocinio,
sino que es en el espíritu, en el corazón, en donde ella produce su efecto. Un lenguaje
espiritual sólo se puede entender con el espíritu, y nada más.
Realmente quien ora en lenguas no sabe lo que está diciendo, pues la inteligencia se vuelve
como un vaso que se llena de agua: el agua está allí pero el vaso no sabe nada de ella.
Son gemidos inefables porque “inefable” significa “aquello acerca de lo cual no se puede
hablar”, porque no tiene explicación. No es invención mía sino de Dios. “Lo que los ojos no
han visto, ni han oído los oídos ni el corazón humano ha imaginado (Is 64), tales son los bienes
que Dios ha preparado para quienes lo aman” (1 Co 2,9). Aun sin comprender el significado de
las palabras en la oración en lenguas, podemos percibir que se trata de una oración íntima,
personal, que nos eleva a una mayor sintonía con Dios. Desde el comienzo de la oración las
primeras palabras en lenguas ya nos hacen sentir abrazados por un misterio tremendo y
fascinante. Nos sentimos sumergidos en una paz profunda y en una alegría exultante. Al orar
en el Espíritu entramos en la presencia de Dios de tal manera que sentimos su amparo, o su
consuelo o su amor. Es una presencia indiscutible, real, tan cierta, que casi se puede tocar.
La oración en lenguas no es contraria a la inteligencia humana sino que la supera. Es para ser
experimentada, y por eso ninguna explicación la agota. Es un misterio de Dios. Cuando
queremos explicarla más, se nos escapa por entre los dedos como la arena. Por eso nuestra
intención aquí es esclarecer lo suficiente para hacer posible la experiencia. Después de hacer la
experiencia es cuando se aclara todo. Es más o menos así: a quien no cree, ninguna explicación
le sirve, pero a quien la ha experimentado ninguna explicación le es necesaria.
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Respecto a este don, afirmaba un teólogo: “Considero el hablar (orar) en lenguas como una
acción tan intensa del Espíritu en lo íntimo de la persona, que la expresión se deshace del
lenguaje inteligible y se desata en gemidos, gritos y palabras ininteligibles, lo mismo que un
dolor intenso se expresa en un llanto incontenible o la alegría desmedida en risas, saltos y
danzas […] Al fin, ¿qué formas de expresión tenemos para expresar experiencias del Espíritu y
emociones de nuestra intimidad? Nadie es capaz de ‘traducir’ el hablar en lenguas, pero es
posible interpretarlo. Esto incluso es un don y un arte”.
También San Agustín sabía que había un tipo de oración hecha sin palabras inteligibles. Él
inclusive la había experimentado y por eso explicaba esta cuestión del gemido en la oración:
“Mi corazón grita y gime de dolor” (Sl 37,9). Hay gemidos ocultos que no son oídos por los
hombres. Sin embargo, si el corazón está poseído por tan ardiente deseo que la herida interior
del hombre se manifiesta en sonidos externos, buscamos la causa y nos decimos a nosotros
mismos: quizás él tiene razón para gemir, quizás le ha sucedido algo. Pero ¿quién puede
comprender esos gemidos sino aquel a cuyos ojos y oídos se dirigían? Por eso dice: ‘Mi
corazón grita y gime de dolor’. Porque los hombres, si oyen a veces los gemidos de un hombre,
oyen frecuentemente los gemidos de la carne, pero no oyen al que gime en su corazón. Y
¿quién sería capaz de comprender por qué grita esa persona? Escucha lo que dice: ‘Ante ti
están todos mis deseos’ (Sl 37,10). No ante los hombres, que no pueden ver el corazón, sino
ante ti está todo mi deseo. Si, pues, tu deseo está ante el Padre, él, que ve lo que está oculto,
te recompensará. [….] Si el deseo permanece, también permanece el gemido; este no siempre
llega a los oídos de los hombres, pero nunca está lejos de los oídos de Dios.

LA LIBERACIÓN ESPIRITUAL POR EL DON DE LENGUAS


En 1996 en Río de Janeiro, conocí una joven que sufría de terrible opresión espiritual. Caía sin
motivo y se maltrataba todo su cuerpo. Siempre estaba involucrada en accidentes, llegó a
embriagarse y sufrir abuso sexual. Por haberse enredado con el novio de una colega, era
víctima de la falta de perdón y de la venganza. La colega estaba empecinada en destruirla por
medio de fetichismo y de magia negra.
De hecho la muchacha estaba acabándose poco a poco. Daba lástima oírla contar cómo en los
últimos tiempos sus días se habían vuelto un sucederse de desgracias.
Durante el encuentro en que dirigíamos un seminario sobre los carismas de la palabra – don de
lenguas, interpretación de las lenguas y profecía – ella recibió una gran liberación en el
momento exacto en que todo el grupo oraba en lenguas.
Me acerqué a ella sin saber lo que estaba sucediendo y, mientras oraba en lenguas, a mis
pensamientos, como un rayo, vino una frase: “espíritu de desgracia”.
-Espíritu de desgracia, yo te ordeno en nombre de Jesús que salgas y dejes libre a esta mujer,
que es hija de Dios. Te ordeno, en nombre de Jesús, que vayas a los pies de la cruz para que el
Señor disponga de ti y te prohíbo volver a esta mujer para atacarla, pues ella pertenece a Dios
y no tiene nada contigo.
La muchacha sintió un escalofrío y con toda serenidad se puso de pies y comenzó a dar gracias
a Dios.
La oración en lenguas no sólo provocó la liberación, sino que por este medio Dios vino en
auxilio de nuestra debilidad y nos dio el discernimiento carismático que nos hizo entender lo
que sucedía a aquella joven. Situaciones así pueden parecer extrañas a quien no ha leído la
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Palabra de Dios, pero allí hay una situación muy parecida: “[…] Jesús lo increpó y el demonio
salió de él; y quedó sano el niño desde aquel momento. Entonces los discípulos se acercaron a
Jesús en privado, y le dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo? Les dijo: Por su poca
fe. Porque yo les aseguro: si tienen fe como un grano de mostaza, dirán a este monte:
Desplázate de aquí allá, y se desplazará, y nada les será imposible” (Mt 17,14-20).
La vida de aquella joven estaba oprimida y se encaminaba a la muerte. La oración en lenguas
fue un medio por el cual el Señor la tocó y la salvó.

CUÁNDO RECIBIMOS EL DON DE LENGUAS


El Espíritu Santo infunde en nosotros el deseo que no termina – deseo de alabar, de adorar, de
interceder… - y es ese deseo infinito de Dios el que nos hace gemir. Si la boca transmite lo que
existe en el corazón, ciertamente va a gemir si el corazón también gime. Provocado por Dios
este murmullo que brota del corazón intercede por nosotros. Explica San Agustín: “Intercede a
favor de los santos (cf. Rm 8,27) porque hace que los santos intercedan […] Por consiguiente
hace que los santos intercedan con gemidos inexpresables, inspirándoles el deseo de la
maravilla todavía desconocida que aguardamos por la paciencia”.
Lo que nuestro corazón desea es el cielo, es el infinito, es Dios. Deseamos lo que todavía no
conocemos y por eso no logramos pedir como conviene. Así, Dios coloca en nuestro corazón
un deseo y en nuestra garganta un gemido, que crece y se transforma en un lenguaje, en una
oración hecha de palabras que sólo él conoce.
Cuando el deseo sincero se une a la oración, a veces, en cuanto abrimos la boca el Señor nos
escucha. Entonces podemos vivir experiencias místicas, profundas. Por eso si en tu corazón
deseas sinceramente vivir esta experiencia y oras pidiéndola a Dios, todo está a favor de que
se dé.
Una vez el monje San Serafín de Sarov había salido a cortar leña. Hacía mucho frío, la nieve
cubría los campos. Entonces Serafín comenzó a hablar de Dios con un amigo que lo
acompañaba. De repente su rostro comenzó a iluminarse y a resplandecer; fue una verdadera
transfiguración. Él decía a su compañero: “Mientras yo, miserable, hice la señal de la cruz,
mientras en mi corazón deseé que el Señor nos hiciera dignos de ver su misericordia en toda
su plenitud, él se apresuró a atender mi deseo. No lo digo para gloriarme ni para mostrar mi
importancia, ni para causar envidia, o para que pienses que es porque yo soy monje y tú
seglar, amigo de Dios. ‘El Señor está cerca de los que lo invocan. Él no hace acepción de
personas. El Padre ama al Hijo y a todos los reconcilió en sus manos’.
Con tal que nosotros lo amemos como hijos a él, que es nuestro Padre celestial, el Señor
escucha tanto a un monje como a un hombre del mundo, a un simple cristiano – siempre que
ambos tengan la fe verdadera, amen a Dios desde el fondo del corazón y posean una fe
semejante a un grano de mostaza, ambos levantaremos montañas (cf. Mc 11,23). ‘¿Cómo
puede un hombre perseguir a mil y dos poner en fuga a diez mil?’ (Dt 32,30). El mismo Señor
dice: “¡Todo es posible para el que cree!” (Mc 9,23). Y el santo apóstol Pablo escribe: “Todo lo
puedo en aquel que me conforta” (Fl 4,13). Más maravillosas son las palabras del Señor
refiriéndose a los que creen en él: ‘Quien cree en mí hará él también las obras que yo hago y
hará mayores aún, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidan en mi nombre yo lo haré, para
15

que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me piden algo en mi nombre, yo lo haré’ (Jn 14,12-
14). ‘Hasta ahora nada le han pedido en mi nombre; pidan y recibirán para que su gozo sea
colmado’ (Jn 16,24).
Así es, amigo de Dios. Todo lo que pidas a Dios, lo obtendrás, con tal que tu petición sea para
la gloria de Dios o para el bien de tu prójimo. Pues Dios no separa el bien del prójimo de su
gloria. ‘Todo lo que hagan al menor de entre ustedes, a mí lo harán’ (Mt 10,40; Mc 9,37; Lc
9,48). Así que debes estar seguro de que el Señor atenderá tu petición; siempre que se haga
para la edificación y utilidad de tu prójimo. Pero aunque pidas cualquier cosa para tus propias
necesidades, utilidad o provecho, no tengas duda alguna de que Dios te la concederá si
verdaderamente tienes necesidad, pues él ama a los que lo aman. Es bueno para todos. Su
misericordia se extiende también a aquellos que no invocan su nombre. Cuánto más no hará la
voluntad de aquellos que lo temen. A causa de tu fe en Cristo Salvador […] él atenderá a todas
tus peticiones, no las rechazará.
San Serafín de Sarov afirma que a duras penas había comenzado a orar cuando fue
sorprendido por la gracia de Dios. Conozco varias personas que han vivido una experiencia
semejante; con el corazón lleno de voluntad, apenas abrieron su boca para orar, rompieron en
una bellísima oración en lenguas. Hicieron muy poco para que sucediera tal cosa, apenas
quisieron y pidieron. El resto lo hizo Dios.
Algunas personas reciben este don junto con la efusión del Espíritu Santo, en el momento en
que un grupo les impone las manos y ora por ellos. Entonces sienten una alegría inmensa en su
corazón, la que, de repente se manifiesta en un lenguaje extraordinario compuesto de
palabras desconocidas y fuera de lo común. A veces esta oración brota rápida y firme, llena de
palabras diferentes entre sí, pero a veces aparece también como formada por una sola palabra
o por lo menos muy pocas, que la persona sigue repitiendo en oración.
También hay quien recibe este don días, semanas o inclusive meses después de haber recibido
la efusión del Espíritu Santo. Hay quienes lo adquieren en las más diferentes situaciones:
durante el sueño, en un momento de gran alegría, mientras baña a un niño, o inclusive en el
trabajo, etc.

NUNCA DESPRECIAR LOS DONES DE DIOS


“En cuanto a los dones espirituales, no quiero hermanos que estén en la ignorancia” (1 Co
12,1).
Los dones de Dios son tan maravillosos y llenos de bondad que San Pablo insiste para que
nadie los ignore. Siempre ha habido cierta ignorancia en relación con los dones espirituales,
incluso entre los primeros cristianos. La diferencia es que ellos no conocían la mejor manera de
utilizarlos, mientras nosotros, en nuestro tiempo, ni siquiera sabíamos que ellos existían.
San Pablo llama la atención de los cristianos de Corinto respecto a los dones de Dios, pero ellos
conocían muy bien estos carismas que hacían parte de su vida, ellos los experimentaban y
utilizaban. Para ellos, el cristiano era aquel que estaba lleno del Espíritu Santo y lleno de los
dones carismáticos.
Aquellos cristianos vivían su fe de manera profundamente carismática, tanto que el apóstol
interviene no para convencerlos de la existencia y de la utilidad de los dones, sino para
enseñarles la manera correcta de aplicar los carismas para el bien de toda la comunidad. Ellos
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no podían imaginar una Iglesia sin los carismas, ya que los dones espirituales constituían la
propia fuerza de su vida en Jesús.
La Iglesia de los primeros cristianos era la Iglesia del Espíritu Santo. Cada fiel tenía una
experiencia rica y profunda de los dones de Dios. Sabían dónde, cuando y cómo habían
recibido esos dones, pues para ellos el Espíritu Santo no era simplemente alguien de quien
habían oído hablar, sino la fuerza, el amor y la alegría de sus vidas. Esa intimidad con el Espíritu
siempre se hacía acompañar de la manifestación de los dones carismáticos, como nos muestra
la Sagrada Escritura: “Y habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu
Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar” (Hch 19,6).
La Iglesia de los apóstoles – Iglesia de los primeros cristianos – era profundamente carismática.
En todas sus reuniones, el Espíritu Santo actuaba con poder y los carismas se manifestaban en
abundancia porque los primeros cristianos no tenían recelo de pedirlos a Dios.
Vemos hoy que muchos católicos no tienen la menor idea de qué son los carismas, otros ya
han oído hablar de ellos, pero prefieren no entrar en el tema, como si tuvieran miedo de
experimentarlos. También hay quienes creen que son gracias reservadas por Dios solamente
para aquellos que han llegado a la perfección de la santidad. Concluyen que si la persona tiene
algún don, como el de orar en lenguas o de sanar enfermedades, de hecho seguramente es
santa.
Los cristianos de Corinto no eran tan santos. Incluso entre ellos había pecados muy graves.
Podemos preguntar entonces: ¿Cómo podían poseer tantos carismas? Dios no nos da sus
dones porque somos santos, sino para que seamos santos – son herramientas que ayudan a
construir la santidad del pueblo de Dios.
Esos dones son tan importantes para la Iglesia y para el mundo como lo fueron en tiempo de
Jesús y de los apóstoles. Nunca ha sido tan necesario que nuestra fe se haga visible y que
quede evidente que Jesús es el Hijo de Dios, poderoso para salvarnos. No estamos llamados
simplemente para creer que Jesús es el Hijo de Dios, sino para dar testimonio de que él es el
Salvador del mundo. Cristiano no es aquel que habla de las cosas del cielo, sino aquel por el
cual los tesoros del cielo llegan a los hombres.

PEOR QUE SER IGNORANTE ES NO TENER CONCIENCIA DE LA IGNORANCIA QUE SE TIENE


Finalmente, la ignorancia es un mal y cuando lo que se ignora es una verdad de la Sagrada
Escritura, por pequeña que sea, es todavía más grave. No conocer la Biblia es ignorar al mismo
Señor Jesús. Fue así, lleno del Espíritu Santo y de autoridad como San Pablo dijo: “no quiero
que ustedes vivan en la ignorancia de los dones espirituales”. Es decir, no debemos vivir
indiferentes a ellos y sin buscar conocerlos a fondo. Para la Biblia, conocer es experimentar.
En Corinto la experiencia de este don era tan común e intensa que San Pablo tuvo que
intervenir para corregir las exageraciones, pero no para impedir que continuaran orando de
esa manera. San Pablo oraba en lenguas y fomentaba este tipo de oración.
Por increíble que parezca, no es difícil encontrar personas que nada quieren saber sobre estos
dones carismáticos. No se dan cuenta de que rechazando con alguna aversión los dones del
Espíritu rechazan también al Espíritu que da los dones. Hay también quienes atacan con toda
furia la manifestación de estos carismas, sin darse cuenta de que corren el serio peligro de
ponerse en contra de una acción del Espíritu Santo y entrar en lucha contra Dios mismo, como
explicaba Gamaliel: “Ahora, pues, les digo: Desentiéndanse de estos hombres y déjenlos.
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Porque si este plan o esta obra es de los hombres, fracasará; pero si es de Dios, no conseguirán
destruirlos. No sea que se encuentren luchando contra Dios” (Hch 5, 38-39).

ALEGRÍA, FUERZA Y VIDA POR MEDIO DE LOS DONES DE DIOS


La Iglesia es carismática porque todo lo que hace y todo lo que es procede de carismas del
Espíritu Santo. Él es Señor y dador de vida. Si no se respetan, acogen y cultivan los carismas,
no se puede obtener la vida abundante que él vino a traer.
Así como “honrar padre y madre” no es solamente respetar y no ofender a los padres, sino
sobre todo cubrirlos de honra, de la misma manera “no vivir en la ignorancia de los dones
espirituales” es sobre todo buscar conocerlos a fondo, a la luz de la Sagrada Escritura y de la
Tradición de la Iglesia.
Dios puso a nuestra disposición una fuente infinita, ilimitada, de fuerza carismática – se trata
de un poder de salvación que debe ser llevado al mundo entero a través de cada cristiano.
Muchas veces por descuidar esta gracia nos volvemos desdichados, estériles, abatidos y sin
fuerzas, en vez de recurrir a una fuente de bienes inagotables, a una abundancia de gracias y a
fuerzas poderosas de Dios, capaces de destruir el dominio de Satanás y de trasformar la vida
de muchas personas.
Hace un tiempo me invitaron a dirigir una noche de oración orientada a la práctica de los
dones carismáticos para un grupo de ochocientas personas. La paz y la alegría que llenaban
aquel ambiente eran inmensas. Habíamos acabado de realizar una gran alabanza en lenguas,
prácticamente todos oraron en el Espíritu y los frutos de aquella oración se veían en los rostros
y en los ojos de cada uno. Fue una experiencia real que nos llenó del amor de Dios. Una
experiencia profunda de la gracia como la que experimentamos aquella noche sólo fue posible
por el poder del Espíritu Santo. No fui yo quien en pocas horas de oración convenció a toda
aquella gente, sino que el Señor mismo comunicó su fuerza por la experiencia del don de
lenguas.

ESTOS MILAGROS ACOMPAÑARÁN A LOS QUE CREEN


El don de lenguas es el más pequeño de los dones, mientras que el de la caridad es el más
grande de todos ellos. Pero San Pablo sin estar preocupado por su mangitud, es taxativo:
“Busquen la caridad, pero aspiren también a los dones espirituales […] (1 Co 14,1). Estos dones
son tan necesarios para la evangelización y para la edificación de la Iglesia de Nuestro Señor
Jesucristo, que San Pablo manda buscarlos con el mismo empeño y con el mismo deseo con
que se busca la caridad.
Toda la vida de Jesús está marcada por los dones carismáticos. Ellos fueron compañeros
inseparables del Señor en el anuncio de la buena nueva. La evangelización tiene otra fuerza
cuando se realiza en el poder del Espíritu Santo, y esta acción poderosa se manifiesta también
a través de las obras y prodigios que acompañan a la predicación. “Estas son las señales que
acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas
nuevas, tomarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño;
impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien […] Ellos salieron a predicar por
todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la
acompañaban” (Mc 16,15-20).
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El que ha visto una persona sanada por medio de la oración, reconstruido un hogar que estaba
destrozado, quien haya visto personas que, al recibir por medio de los carismas nuevas luces
para su vida, recuperan su dignidad otrora aniquilada, sabe que se trata de una cuestión de
caridad. Los carismas son una de las formas como Dios manifiesta concretamente su amor. El
amor de Dios no se reduce a palabras, sino que es sanación y salvación en la vida de todos los
que lo reciben.

¿QUIÉNES SOMOS PARA IMPEDIR ACTUAR A DIOS?


Dios tiene el derecho de escoger los medios por los cuales quiere actuar. ¿Quiénes somos
nosotros para poner obstáculos y controlar la acción de Dios? Pregunta a una persona que ha
sido curada qué piensa de los carismas. Es justo preguntar a quien los conoce, a quien los ha
experimentado. Nadie preguntará a un hombre cómo es amamantar. Si quiere saber algo
sobre eso, debe preguntar a una mujer. Y ella podrá responder si ya ha tenido la feliz
experiencia de alimentar a su bebecito.
Lo mismo sucede en relación con el don de lenguas. El que no lo ha experimentado, no lo
conoce y jamás podrá hablar de él con propiedad. Precisamente por esta razón el apóstol
afirma: “Gracias a Dios porque hablo en lenguas más que todos ustedes” (1 Co 14,18). Es
preciso preguntar a quien sabe y recurrir a quien lo ha experimentado, a fin de atender al
llamamiento del Espíritu Santo: “Busquen la caridad, pero aspiren también a los dones
espirituales”.

AQUEL QUE ORA EN LENGUAS HABLA DIRECTAMENTE CON DIOS


“El que habla en lenguas no habla a los hombres sino a Dios. En efecto, nadie lo entiende: dice
en Espíritu cosas misteriosas” (1 Co 14,2).
Hay que distinguir aquí dos caras de un mismo don. Para esto vamos a diferenciar el “hablar en
lenguas” del “orar en lenguas”. Raniero Cantalamessa, uno de los predicadores del Santo
Padre, el Papa, afirma que “debemos decir que el don se presenta en dos formas: bajo la
forma de mensaje pronunciado en asamblea, o bajo la forma de oración prolongada en el
ámbito privado. En todo caso se trata de sonidos y palabras que no pertenecen habitualmente
a lengua alguna existente, sino creada en el momento. Quien habla en lenguas no ‘sabe’ lo que
está diciendo: sólo sabe que está hablando, es decir, está consciente de su hablar, puede
comenzar, parar, no es arrastrado automáticamente”.
Llamamos oración a la acción de hablar con Dios. Aquí no se trata de dominar la lengua de una
u otra nación ni de predicar el evangelio a pueblos de lenguas desconocidas. En la oración en
lenguas, el propio Espíritu Santo ora en nosotros con sonidos, con gemidos, en un lenguaje que
sólo Dios conoce.
En una forma misteriosa el Espíritu Santo, que habita en nosotros, intercede por nosotros ante
el Padre; y el Padre, que ve lo que está escondido en nuestro corazón, nos escuchará (cf. Mt
6,6).
Cuando la Palabra de Dios dice que “nadie entiende al que ora en lenguas”, quiere decir nadie,
incluso la misma persona que está en oración. A veces, queremos que el Dios infinito, el Señor
de lo imposible, quepa en nuestra cabeza tan frágil y tan limitada, pero, como dice el mismo
Señor: “No son mis pensamientos sus pensamientos, ni los caminos de ustedes son mis
caminos […] porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los
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suyos” (Is 55,8-9). El Dios que aventaja a nuestros pensamientos nos dio un espíritu inmortal y
él mismo cabe muy bien dentro de nuestro corazón.
¿Por qué las madres tienen el poder extraordinario de saber lo que pasa con los hijos aun
cuando ellos no digan nada? Ellas ven con el corazón y entienden con el alma. Poseen esa
gracia maravillosa de oír las palabras que los hijos no quieren o no logran decir. Por la misma
razón, no logramos comprender la oración en lenguas: no es un lenguaje de la inteligencia,
sino del alma, del corazón, del espíritu.

VER CON EL CORAZÓN


¿Has visto alguna vez a un abuelo jugando con su nietecito? Haciéndose también niño, hace
diferentes ruidos con la boca, imita a su nieto, que es apenas un bebé, intentando
comunicarse con él, hablar el mismo lenguaje. A alguien le parece ridículo que un hombre de
edad avanzada se comporte así. Para decir verdad, sería ridículo si no supiéramos que esto es
cosa del corazón y aventaja a la razón.
Conocí a una señora que había contraído el SIDA por culpa de su marido. Muchos le decían que
no perdonara y le daban mil razones para ello. La pobre mujer no tenía ningún argumento para
defender a su compañero. Pero ella amaba demasiado a aquel hombre y era incapaz de
guardarle rencor. No tenía más que perdonar, porque en realidad ya lo había perdonado. Es
que “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. Si los poetas saben de esto, más lo
saben aquellos que traen a Jesús en su corazón. La oración en lenguas es asunto del corazón y
sobrepasa a la razón.

LA FE PUEDE IR MÁS LEJOS


No hay duda de que la razón y la fe caminan juntas. Ellas no se contradicen, pero hay
momentos y situaciones en que la fe va más allá y la razón no logra acompañarla. Es como
Pedro, cuya cabeza le aseguraba que un hombre no puede caminar sobre las aguas, pero su
corazón le decía algo diferente: él podía confiar en Jesús, y por la fe dar un paso fuera de la
barca.
Uno de los mayores tesoros de la teología se llama “Suma Teológica”. Santo Tomás de Aquino
la escribió con toda su razón, con toda su inteligencia y en espíritu de fe, pero, a cierta altura
de esta obra, Santo Tomás tuvo una experiencia mística. Una experiencia que lo llevó a querer
destruir todo lo que había escrito hasta el momento, pues decía que aquello “no pasaba de ser
paja seca” frente al misterio de Dios.
Hay momentos en que la fe nos lleva a donde la inteligencia no logra llegar y las palabras no
pueden traducir. Es lo que se da con el don de lenguas – para experimentarlo es preciso un
salto en la fe y un corazón de niño. El niño no complica lo que es sencillo, confía en el padre y
le obedece. Si tiene la certeza de que el padre lo ama, es capaz de arriesgarse a hacer
cualquier cosa que él mande y no se preocupa por lo que van a pensar de él los demás.

CÓMO HACER PARA ORAR EN LENGUAS


Es imposible que San Pablo sea todavía más claro. Podríamos preguntarnos: pero ¿por qué no
puedo entender la oración que yo mismo estoy haciendo? ¿Cómo es posible decir cosas que
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no comprendo y orar en una lengua que no conozco? Usaré las palabras del apóstol para
responder: “nadie lo entiende porque habla cosas misteriosas bajo la acción del Espíritu”.
San Agustín experimentó esto muy bien y por eso escribe: “[…] no te preocupes por las
palabras, como si éstas fuesen capaces de expresar lo que deleita a Dios. Canta con júbilo. Este
es el canto que agrada a Dios, el que se hace con júbilo. ¿Qué quiere decir cantar con júbilo?
Darse cuenta de que no podemos expresar con palabras lo que siente el corazón. En efecto, los
que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún otro trabajo intensivo, empiezan a
cantar con palabras que manifiestan su alegría, pero luego es tan grande la alegría que los
invade que, al no poder expresarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple
sonido de júbilo.
El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón. Y este
modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable. Porque, si es inefable,
no puede ser traducido en palabras. Y, si no puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no
te es lícito callar, lo único que puedes hacer es cantar con júbilo. De este modo, el corazón se
alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos. Cántenle con
maestría y con júbilo (Sl. 32,3)” (Lit. Horas, t. 4, pp. 1532-33).
San Agustín, doctor de la Iglesia, inspirado por el Espíritu Santo, logró explicar con exactitud lo
que en la renovación carismática llamamos oración en lenguas. Frente a la pregunta: “¿Qué
debo hacer para experimentar el don de lenguas?” o también “¿Hay algún santo o doctor de la
Iglesia que explique qué hacer para hacer posible esta experiencia?”, respondemos: ¡Sí! Haz
exactamente lo que San Agustín enseña y experimentarás el don de lenguas.
Él llamó esta clase de oración “jubilar” porque la experimentó bajo la forma de cántico que
posee melodía y ritmo. A esa misma experiencia, exactamente como él la describió, la
Renovación Carismática Católica la llama “cantar en lenguas”; se trata del mismo don de
lenguas, sólo que cantado.
La primera recomendación de San Agustín es: “No busques palabras, como si pudieses explicar
aquello con que Dios se deleita”. Después, pasa a explicar cómo se da: “empiezan a cantar con
palabras expresando su alegría”. Y finalmente “abandonan las sílabas de las palabras y se dejan
llevar por el sonido del júbilo”.
Ante todo no es posible explicar con palabras el don de Dios. Se llama inefable, explica el Santo
Doctor (cf. Rm 8,26), aquello que no se puede expresar con palabras y que no tiene
explicación. Son sonidos, silabas que muestran que del corazón brota algo imposible de
expresar en forma inteligible, es decir, que no hay modo de expresarlo.
La persona comienza cantando, con músicas y palabras que ella conoce. Puede cantar,
inclusive, en medio de sus quehaceres, en medio de sus trabajos diarios. De repente el
corazón se llena de tal alegría y de tanto amor, que ya no se queda en las sílabas de aquellas
palabras que estaba cantando, abandona las sílabas y deja brotar otras nuevas, otros sonidos.
Aquellas palabras nuevas cogen impulso y comienzan a volar, surgen libremente del corazón.
Entonces tiene lugar una nueva música que no se puede traducir.
Lo mismo sucede con la oración que no es cantada. La persona empieza a alabar a Dios con sus
palabras y con su inteligencia hasta que el corazón, no encontrando ya ninguna palabra a la
altura de aquella alabanza, se abandona al sonido de las sílabas, guiado por el amor que el
Espíritu Santo ha puesto en su alma. ¡Ah! ¡Qué experiencia tan maravillosa!
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El Espíritu Santo viene a enseñar lo que debemos hacer no sólo en las grandes decisiones, sino
también en las pequeñas cosas, hasta una simple oración (cf. 1 Co 14,2). “Pondré mis palabras
en tu boca” (cf Dt 18,18). ¿Cuál es el secreto de la fuerza de aquel que ama a Jesús? Ser
movido por la fe y guiado por el Espíritu Santo del Señor. El Padre del cielo le confiere la unción
que enseña todas las cosas. Y quien obedece a las enseñanzas de Dios no yerra.

PARA ORAR EN LENGUAS ES NECESARIO COLABORAR CON EL ESPÍRITU SANTO


Dios ya nos ha llenado con su Espíritu Santo. Ahora nos corresponde entregarnos por la
oración, hablando y alabando a Dios. Es muy sencillo: basta abrir la boca y comenzar a hablar,
sin planear las sílabas, sin escoger las palabras – déjalas venir por el corazón. Es don de Dios, es
gracia, pero necesitamos cooperar con el Espíritu Santo. Aquí la cooperación es hablar.
Si sentimos que Dios nos inspira llamar por teléfono a una persona, si creemos que él quiere
de nosotros eso, ¿qué hacemos? Vamos al teléfono, marcamos el número y buscamos a
aquella persona. ¿Cierto? El Espíritu Santo no nos obliga a caminar hasta el teléfono ni asume
el control de nuestros dedos para hacerlos marcar los números. Hay que cooperar con él,
tenemos que hacer nuestra parte. Sólo así el Espíritu Santo podrá ayudarnos y guiarnos. Lo
mismo sucede con esta forma de oración.
Al orar en lenguas necesitamos hablar y cuando comenzamos a pronunciar los sonidos y las
sílabas, el Espíritu Santo nos va a ayudar, inspirar y guiar en nuestra oración.
El Espíritu Santo no fuerza a nadie y no actúa contra nuestra voluntad. Este don nunca queda
fuera de nuestro control. Tenemos total dominio sobre él. Podemos comenzar y detenernos
cuando queramos, lo mismo que hacemos cuando oramos en nuestro idioma.
Orar en lenguas no es una experiencia mística en que no controlamos lo que estamos
haciendo. La simple cooperación con Dios produce en nosotros todo el bien y toda la gracia. Es
decir sí a todo lo que Dios quiere de nosotros.

EN LA ORACIÓN EN LENGUAS LOS PENSAMIENTOS DESCANSAN EN JESÚS


Conversando con algunas personas me di cuenta de que antes de recibir el don de lenguas,
ellas imaginaban que a su pensamiento vendrían frases enteras, y sólo después comenzarían a
hablar. Pero no es así, pues no nos quedamos pensando qué decir. Dejamos descansar los
pensamientos en Jesús mientras las palabras fluyen en la boca.
¿Pero eso cómo es posible? No es difícil explicar: Cuando rezamos el rosario nuestra boca
pronuncia las avemarías, mientras imaginamos los misterios que estamos contemplando.
Imaginamos el nacimiento de Jesús, su muerte, su resurrección y, mientras nuestro
pensamiento está ocupado en esto, nuestra boca está ocupada con las avemarías. Podemos
decir que llega un momento en que no pensamos ya en las palabras “Dios te salve María, llena
eres de gracia…”. Ellas simplemente van fluyendo. Lo mismo sucede con el don de lenguas.
Sencillo. ¿Verdad?
Al contrario de lo que muchos piensan, el que ora en lenguas no es presa de gran emoción, no
cae al suelo, no le dan temblores ni entra en éxtasis. En general, no sentimos nada a no ser
gran paz y tranquilidad. Simplemente es un modo tranquilo de alabar y adorar al Señor.

LA ORACIÓN EN LENGUAS PUEDE APRENDERSE


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Al igual que las más inspiradas formas de oración, la oración en lenguas puede aprenderse. No
aprendemos qué decir, sino cómo abrirnos al Espíritu Santo, que nos inspira qué decir.
Si por una parte algunos han recibido este don sin que nadie los orientase al respecto, por otra
la mayoría de las personas recibe de Dios este carisma por medio de la intercesión y con la
ayuda de un hermano, es decir, de otra persona que ya ora en lenguas.

ALGUNOS PASOS QUE AYUDAN A ABRIR EL CORAZÓN A ESTE DON

Orar
Lo primero es lo más importante: orar. Todas las gracias se alcanzan a través de la oración. El
Padre del cielo quiere que le pidamos sus dones. Ciertamente él nos escuchará.

Ponerse en las manos de Dios


El Padre sabe qué es mejor para nosotros. Con su sabiduría ya ha preparado los dones que
desea darnos, los cuales serán útiles para nuestra salvación y la de aquellos que él ha puesto
en nuestra vida. Abrir el corazón significa también aceptar esos dones que él quiere darnos,
aunque no sean aquellos que más nos gustarían. Dejamos de lado toda ansiedad para que se
haga la voluntad de Dios. El Padre sabe la hora apropiada para que recibamos el don de orar
en lenguas.

Recibir los dones con humildad y permanecer en humildad


Otro punto indispensable es no hacer de los carismas motivo de orgullo. No debemos
apegarnos a los dones como si fueran propiedad nuestra – son del Espíritu Santo, que los
distribuye a quien quiere y como quiere. No recibimos estos dones para nuestra gloria sino
para la gloria de Dios y para el servicio de nuestros hermanos. Una persona no es mejor que
otra, ni es más santa solamente porque ora en lenguas. Lo que hace a alguien mejor es la
santidad.
Aunque por largo tiempo no obtengamos resultados palpables y notorios, debemos
mantenernos siempre perseverantes y fieles en el servicio al Señor. Los frutos vendrán con
seguridad.

Liberarse del miedo y de las falsas seguridades


Nuestro crecimiento espiritual se ve perjudicado cuando nos dejamos dominar por el miedo,
manifestando nuestra falta de confianza. A veces tenemos miedo de no ser escuchados al
pedir a Dios sus dones. O quizás lo contrario, tememos que Dios nos dé un don que nos lleve al
cambio de vida, que nos exija sacrificios y renuncias. También se da el recelo de hacer frente a
los poderes de las tinieblas y ser combatidos y oprimidos por el maligno.
No temamos, pues el Señor está con nosotros. Él es nuestra fuerza y no quiere que
temblemos. El miedo paraliza a la persona en la fe y no le permite avanzar. Corremos el riesgo
de hacer como el paciente que, habiendo pedido al médico una inyección con vitaminas, le
detiene fuertemente la mano por miedo a la aguja.
Aunque seamos talentosos e inteligentes, aunque tengamos los recursos para hacer lo que
queramos, toda nuestra seguridad debe estar en el Señor. De él es de quien debe venir la
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orientación para nuestra vida. Se trata de una elección: aun pudiendo actuar con la fuerza de
nuestros recursos, preferimos ser guiados solamente por la fuerza del Espíritu Santo.

Hacerlo todo en nombre de Jesucristo


Los carismas, herramientas para llevar a Dios al corazón de las personas, son señales que
indican que Jesús está con nosotros y todo lo puede a favor nuestro. Por eso nuestra propia
vida necesita convertirse en un anuncio del Señor resucitado. Es necesario hacer todo en
nombre del Señor, es decir, en lugar de él, con los pensamientos, con la mentalidad, y con los
sentimientos de Jesús. Es poder decir: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”.
Los carismas son signos que acompañan este anuncio de la predicación. De esta manera,
oportuna e importunamente, es necesario evangelizar. El don de lenguas nos edifica para esta
misión, porque los carismas se nos dan en vista de un objetivo: evangelizar.

RECIBE TÚ EL DON DE LENGUAS


La Sagrada Escritura muestra que en primer lugar la gracia de Dios es una realidad en la vida
del ser humano. No es teoría, es hecho. Por esta razón cabe recordar que la oración en lenguas
es “don” y “tarea”. Es gracia de Dios, pero necesitamos colaborar. Ella es toda de Dios y toda
nuestra. En ella nos encontramos con Dios con un solo objetivo: orar juntos.
La iniciativa es del Señor, pero nuestra colaboración es indispensable. No podemos orar en
lenguas sin él, y él, para que la oración en lenguas se dé, necesita de nosotros. En esta
comunión Dios colabora con la inspiración, con las palabras, con el modo como se manifiesta
la oración, al paso que nosotros entramos con nuestra voluntad, con la voz, con la fe, con el
valor de hablar, etc.
Sin nuestra colaboración, sin hacer nosotros la parte que nos corresponde, no tiene lugar la
oración. Aunque para unos sea más fácil que para otros, en general todos los que perseveran
alcanzan este bien tan precioso.
Quisiera compartir contigo algunas orientaciones que pueden ayudar a poner en actividad este
carisma. Si ya lo hemos pedido, tengamos fe en que el Señor nos ha escuchado. Si nos ha
escuchado, pongamos en práctica lo que él nos ha dado:
* Busca un lugar y un buen momento en que puedas ponerte en oración. Entrega tu corazón,
todos tus sentimientos, alegrías, preocupaciones, pon todo en las manos del Padre. Haz esto
hasta sentir tu corazón liviano, vacío de todo el peso de la rutina, de las agitaciones y de los
trabajos del día. Entonces comienza a alabar al Señor, a glorificar a Dios en voz alta,
libremente, de manera despreocupada y espontánea, con frases ora más largas, ora más
breves. Por ejemplo: Dios es bueno, Dios es Padre, Abba Padre, Mi Dios y mi todo, aleluya, etc.
Vas repitiendo muchas veces la frase que Dios te haya inspirado, la que ha venido a tu mente.
* Después de algún tiempo de estar haciendo esto, invocando y glorificando al Señor,
abandona las sílabas, déjalas surgir espontáneamente, sin que ellas tengan ningún significado
aparente. Haciendo esto, das margen a que el Espíritu Santo actúe, sugiriéndote las próximas
sílabas. Así la oración va tomando forma, ganando fuerza, y comienza a surgir una oración
diferente de cualquier otra que hayas hecho antes, muy semejante a una lengua extranjera,
pero que te es totalmente desconocida. A partir de este momento puedes dejar de lado tu
propia lengua, -en nuestro caso el español – y dejar fluir esta oración. El Espíritu Santo, que
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nos concede las primeras palabras en lenguas, concederá también muchas otras. Él mismo se
encargara de perfeccionar este don en nosotros.
* No te concentres más en pedir este carisma, sino en alabar y glorificar al Señor que lo da. Es
así como él brota en nosotros.
* Alaba. Alaba bastante al Señor por todo el bien recibido. Alábalo porque si el don es bueno,
infinitamente mejor es el donante.
* Procura hacer una experiencia comunitaria de este carisma. Busca en tu parroquia o en tu
ciudad un grupo de oración de la Renovación Carismática Católica, participa en él y, si lo ves
oportuno, pide que oren por ti.

LA ORACIÓN EN LENGUAS NOS AFIANZA EN DIOS Y NOS HACE CRECER


San Pablo hace una lista de los carismas (cf 1 Co 12,4-11). Afirma luego que la persona que ora
en lenguas crece y se edifica a sí misma. Al mismo tiempo el apóstol insiste en que todos los
demás carismas están al servicio de los hermanos y de la comunidad.
Muchos recuerdan a una mujer fuerte, carismática, a quien todos llamaban cariñosamente “tía
Laura”. Los periodistas la entrevistaron, varias veces la pasaron por la televisión porque tenía
el don de curar las enfermedades. Personas desahuciadas por los médicos acudían de todas
partes a oír la Palabra de Dios y a recibir oración. Dios había curado a innumerables personas a
través de tía Laura, y ella misma murió de cáncer. ¿Cómo es posible esto? La respuesta se
encuentra en la Palabra de Dios: los carismas del Espíritu Santo están en nosotros para los
demás, no para nuestro propio provecho (cf 1 Co 12,7). Solamente el don de lenguas se
destina a nuestro crecimiento espiritual.
Sucede como con una balanza de dos platos: lo que el mundo exalta es despreciado por Dios, y
lo que Dios exalta es despreciado por el mundo. Un plato de la balanza sube y el otro baja. La
oración en lenguas nos hace crecer justamente porque para orar en lenguas tenemos que ser
pequeños. Él edifica y exalta porque también humilla. Orar en lenguas es humillar al
racionalista controlador que existe en cada uno de nosotros. Es reconocer la fragilidad de
nuestra oración para confiarnos a la oración del Espíritu.
En la actualidad el cristianismo se ha intelectualizado mucho, lo que ha terminado por
distanciar a muchos cristianos de cualquier experiencia del Espíritu Santo. Cuando la formación
se da meramente en el ámbito de la razón, como si las personas se redujeran al cerebro,
ciertamente aleja de cualquier experiencia de Dios.
Puede ser que muchas comunidades se hayan vuelto frías y casi hayan desaparecido por este
motivo. Incluso la parroquia más pequeña o el más reducido grupo de oración sólo puede ser
creado por el Espíritu Santo. Los grupos de oración, las comunidades, las parroquias, las
diócesis nacen de una verdadera experiencia que del Espíritu Santo tienen las personas. Una
comunidad alcanza vida nueva y abundante cuando las personas tienen juntas una experiencia
espiritual.
Dios no es una idea, es un Padre. No quiere llenar nuestros oídos de palabras vacías, quiere
llenar nuestro corazón de amor. Quiere renovar nuestro corazón por medio de aquel que hace
nuevas todas las cosas, pues la misión del Espíritu Santo es edificar y renovar la Iglesia. Dice el
Concilio Vaticano II que por la fuerza del evangelio, el Espíritu Santo rejuvenece a la Iglesia, la
renueva (cf LG 4), y ordena: “Bajo la acción del Espíritu Santo no deje (la Iglesia) de renovarse a
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sí misma (LG 9,3). La Iglesia es renovada y edificada cuando dejamos que el Espíritu Santo haga
su obra en nuestras vidas, haciéndonos hombres y mujeres nuevos.

UNA VIDA NUEVA – LLENA DE LOS DONES DE DIOS


La obra central del Espíritu Santo es hacer nuevas todas las criaturas. Es él mismo quien nos
hace mejores, más felices, más santos. Él no nos deja fracasar en la misión que el Padre nos ha
encomendado. Él fue quien revistió a Jesús de su misión. No lo hizo de una vez, sino por
etapas. Por eso los evangelios muestran que varias veces el Espíritu Santo vino sobre el Hijo
amado de Dios, y cada una de esas venidas hacía que Jesús entrara en una nueva fase de su
misión.
Para cada nueva misión y para cada nuevo llamamiento de Dios, el Señor nos da también una
nueva efusión del Espíritu Santo. Solamente la primera, que se nos da en el bautismo, es
sacramental, pero todas las demás son gracias vigorosas y poderosas actualizaciones del
sacramento que hemos recibido.
La efusión del Espíritu Santo es la gran experiencia que nos hace actuar por la fuerza de Dios y
nos llena de sus dones, de sus carismas y de sus frutos. Llevar a una persona a abrirse a la
efusión del Espíritu es algo muy serio: es llevarla al Salvador Jesús, es ayudarla a aceptar que
Dios la ponga bajo su gracia y su salvación.
Si esto es tan importante, hay que crear espacios, ocasiones, momentos en que esta gracia de
la efusión del Espíritu Santo sea valorada. Es preciso hacer o volver a hacer buenos seminarios
de vida en el Espíritu, buenas experiencias de oración, a fin de provocar ricas efusiones del
Espíritu Santo. Sólo él puede resucitar a los que están muertos por el pecado, sólo él puede
encender nuevamente la fe en los corazones.
Esta debe ser nuestra primera preocupación, llevar a las personas a convertir su corazón a
Jesús, despertar para la fe a los que están adormecidos y confiar en que, una vez tocados por
el Dios de la vida, ellos encontrarán en la Iglesia todo lo que es necesario para crecer
espiritualmente: “¡Despierta tú que duermes! Levántate de entre los muertos y te iluminará
Cristo” (cf. Is 26,19; 60,1).
Si ayudamos a que muchos experimenten esta vida nueva, ellos después tendrán fuerzas para
dedicarse a los compromisos sociales, a la evangelización, a la vocación a que han sido
llamados. Y esto sin peligro de caer en el activismo humano, es decir, hacer las cosas
simplemente porque hay que hacerlas, sino aceptando el llamado al servicio como inspiración
y acción del Espíritu Santo que sana, libera y salva.
El que prescinde de esta experiencia con el Espíritu Santo impide la realización de estas etapas
en su vida. Sería lo mismo que renunciar a descubrir la novedad del próximo paso.
La oración en lenguas favorece esta apertura generosa del corazón y nos lleva a colaborar con
lo que Dios está realizando en nosotros; por eso el que ora en lenguas se edifica a sí mismo.
Me invitaron una vez a predicar una experiencia de oración para unos seiscientos jóvenes. La
mayoría de ellos no eran activos en la Iglesia y muchos no llevaban vida de oración. Por eso el
que me invitó estaba preocupado y sugirió que no habláramos sobre la efusión del Espíritu
Santo y mucho menos sobre el don de lenguas. Le respondí que yo no podía dejar de hacer
eso, y que el objetivo de una experiencia de oración es llevar a las personas a un encuentro
personal con Dios por la efusión de su Santo Espíritu. A fin de cuentas aquella oportunidad de
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encontrar reunidos a tantos jóvenes era única y no podía perderla. La persona aceptó pero
con recelo.
El Espíritu Santo revolucionó aquel encuentro y la vida de aquellos muchachos y muchachas.
Sus reuniones cambiaron de meramente sociales a reuniones fraternas de oración. Ellos
pasaron a leer, a meditar y a orar con la Sagrada Escritura cada vez que se reunían. Pero lo más
impresionante fue el cambio de vida y la búsqueda de la santidad que siguió después de
aquella experiencia. Hoy, años después todavía oigo testimonios de aquellos que fueron
rescatados ese día de una vida destruida o sin sentido. Ellos mismos se encargaron de llevar la
experiencia del don de lenguas a sus pequeñas reuniones semanales. Agradecí mucho a Dios
por todo aquello, pues él hace bien todas las cosas y no quiere dejar incompleta su obra.

QUÉ SUCEDE CON QUIEN ORA EN LENGUAS


Las personas que practican la oración en lenguas, especialmente en la oración personal diaria,
aseguran que ella conduce a una oración más profunda y a un contacto más íntimo e
inmediato con Dios. Ella es una gran bendición para el hombre y la mujer de oración y les trae
muchas gracias especiales. Por medio de ella podemos derramar el corazón en una grande
alabanza, agradecimiento y adoración. Otras veces ella se hace verdadera súplica y poderosa
intercesión. La oración en lenguas tiene el poder de hacer que todo nuestro ser entre en
oración: cuerpo, alma y espíritu.
El Espíritu Santo toca los lugares más profundos de nuestra conciencia, va al fondo de nuestra
alma, donde ninguna terapia puede llegar. Él puede tocarnos, sanarnos y corregir hechos que
nos sucedieron incluso antes de que supiéramos pronunciar palabra. Puede traer salud a las
áreas de nuestra vida que enfermaron cuando todavía éramos bebés, aun antes de que
supiéramos manifestar nuestros sentimientos y nuestros afectos. El propio Espíritu Santo se
sirve de las oraciones que nos concede, es oración del corazón. Cuando el corazón ya no
encuentra más palabras para alabar y agradecer, balbucimos de felicidad y gratitud.
Orar en lenguas trae una profunda liberación. Soy testigo de que muchos se han liberado de
una serie de represiones y bloqueos por medio de esta gracia: liberación de miedos, timidez,
inhibición frente a las personas e incluso delante de Dios. La cobardía y el temor de orar
cayeron por tierra y abrieron espacio al amor como una ventana que de repente se abre y deja
entrar la luz a la casa del corazón – una oleada de viento fresco en el rostro del alma.

BENDITOS GRUPOS CARISMÁTICOS


Aunque orientada para la edificación personal, nada impide que esta oración se haga cuando
las personas están reunidas, formando verdaderos grupos de oración. Por lo demás, esto
sucede frecuentemente y son muchos los frutos de esta experiencia.
Es un don a un mismo tiempo sencillo y maravilloso. El nos ayuda a conocer una nueva manera
de orar y de cantar, donde las palabras como dice San Agustín, van más allá de los límites de
las sílabas y surge en nuestra alma una nueva música.
Cuando un grupo grande de personas se pone a orar en lenguas, el Espíritu Santo las une de tal
manera en un solo corazón y en un solo espíritu, que su oración se hace una sola. Es una
verdadera orquesta que entona la misma hermosa música. A veces el Espíritu Santo guía esta
oración como una alabanza, un canto de alegría, una adoración o incluso una entrega
agradecida del corazón al Padre del amor.
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Sin duda es una oración inspirada y justamente por eso debe ejecutarse con fe e íntima
participación. Cada uno debe tomar la iniciativa de abrir su corazón a Dios y soltar su propia
voz. Nadie puede orar en lenguas si no abre los labios, si no mueve la boca y emite los sonidos.
No se trata de perder la conciencia creyendo que Dios va a hacer que nuestro cuerpo se mueva
contra nuestra voluntad.
¿Cómo es esa oración en común? Puede surgir de un momento de silencio o al final de una
música conocida (una música de alabanza, de invocación al Espíritu Santo o de adoración),
cuando todos cantando o rompiendo aquel silencio con pequeños murmullos, hacen subir
poco a poco un susurro de voces que se hace fuerte y estruendoso, o bien suave, amoroso y
adorador. Como una orquesta dirigida por un director invisible a los ojos humanos, que hace el
silencio cuando menos se espera, a una única señal.

ORAR EN LENGUAS PERO TAMBIÉN CON LA INTELIGENCIA


El don de lenguas, como ya hemos dicho, conduce a nuestra edificación personal. Si queremos
crecer espiritualmente, ser maduros en este don, necesitaremos tener claras las
recomendaciones de San Pablo, de orar con nuestro espíritu, pero también con nuestra
inteligencia, porque “en una reunión es preferible decir cinco palabras que se entiendan, que
diez mil en lenguas”, ya que la prioridad es el crecimiento, la formación de la comunidad. Y
¿cómo van a crecer en sabiduría las personas si no entienden lo que se está diciendo?
En pocas palabras, el apóstol está diciendo que las personas no deben reunirse exclusivamente
para orar en lenguas. En las reuniones de oración, las personas no deben usar los carismas
para aparecer como niños que exhiben un juego que acaban de aprender.
El cristiano debe buscar la madurez y comportarse como un adulto: “no sean niños en
mentalidad. Sean niños en malicia, pero hombres en mentalidad” (1 Co 14,20). Cuando se trata
de tener juicio, es preciso ser adulto.
La Renovación Carismática Católica muchas veces ha sido incomprendida, ha sufrido
innumerables dificultades e incontables humillaciones precisamente a causa del don de
lenguas, que es el menor de todos. Quizás haya crecido tanto justamente a causa de ese
sufrimiento. Habría sido más fácil dejar de lado este carisma, pero ciertamente no habría sido
el mejor camino. Ella es lo que es sólo gracias a los dones de Dios. Este don de lenguas puede
ser locura a los ojos de los hombres, pero es sabiduría ante el Señor.

¿HAS ENCONTRADO YA TU CANTO INSPIRADO?


El cantar en lenguas se da en la misma forma que el orar en lenguas, solamente que va
acompañado de una melodía. Algunos tienen más apertura y facilidad para hacer la
experiencia del don de lenguas en su modalidad de canto. Es un cantar inspirado y lleno de
unción.
Me entusiasmó una historia que oí: una tribu africana, cuando la mujer descubre que está
embarazada, se retira con otras de su comunidad para orar y meditar hasta que surge un canto
inspirado, que será el canto del bebé, la música de aquel niño.
Las personas de esa cultura son conscientes de que cada ser es único y especial; por eso cada
uno tiene una música que es solamente suya. Cuando aquellas mujeres reciben la inspiración y
la canción se les revela, ellas la cantan con alegría y con la voz bien alta. Después vuelven a la
tribu y enseñan a todas las personas el canto inspirado.
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El nacimiento de aquel niño es esperado con gran expectativa. Cuando nace, la fiesta es bien
grande, y todos se reúnen alrededor del bebé. Allí le cantan por primera vez su cántico
espiritual – su música revelada por Dios.
Más tarde, cuando el niño es iniciado en su educación, toda la tribu se junta y canta de nuevo
su canto inspirado. Cuando se hace adulto, los hombres y las mujeres se reúnen y le cantan su
canto. Si se va a casar, todos le cantan el día de su unión aquella misma música que oyó al
nacer. Oirá esa misma música por última vez cuando se esté preparando para dejar este
mundo – sus amigos vendrán y, como lo hicieron el día de su nacimiento, entonarán la canción
que lo acompañará en su paso hacia Dios.
Pero hay otro momento en que los nativos cantan esa música. Si en un momento de su vida
esa persona comete un crimen, un error terrible o participa en un escándalo, la llevan a mitad
del campamento y la tribu se reúne formando un círculo a su alrededor. Entonces le cantan
otra vez su canto inspirado, porque todos saben que sólo el amor puede rescatar un corazón
que se ha perdido. Al cantar su canción están recordando cuán amada es esta persona, y la
mueven a recordar su verdadera identidad, quién es y de dónde ha venido. Cuando la persona
reconoce su canto inspirado, puede volver a casa de sus padres, volver a su familia, a sus
amigos, a su verdadera vida.
Dios es el que conoce nuestro canto inspirado y nos lo canta a nosotros cuando lo olvidamos.
Él sabe este canto muy bien, pues fue él quien lo compuso.
El Señor, que sondea los corazones, sabe lo que necesitamos, y él mismo intercede por
nosotros. Él canta a favor nuestro este canto espiritual. Su única razón es el gran amor que me
tiene a mí y te tiene a ti. Es como dice el proverbio: “Ámame cuando menos lo merezca, pues
es cuando más lo necesito”. El Espíritu Santo viene a orar en nosotros incluso cuando erramos,
porque sabe que justamente cuando menos lo merecemos es cuando más necesitamos de su
amor.
En muchos momentos después de haber orado en lenguas, sucede que la oración se va
trasformando en un canto en lenguas. Al principio este canto no se presenta del todo
armónico, pero a medida que avanza adquiere un nuevo timbre, su melodía va adquiriendo
cuerpo y se hace profundamente armonioso. Esto se ve bastante claro cuando varias personas
cantan en lenguas al mismo tiempo.

EL ESPÍRITU SANTO NUNCA VIENE SIN TRAER SUS DONES


Cierta tarde mi amigo Wendel entró en mi oficina y me contó su descubrimiento: una nueva
manera de orar. Me decía: “Después de que descubrí que el Espíritu Santo barre las
profundidades de mi corazón y que solamente él sabe lo que yo necesito verdaderamente,
comencé a orar en lenguas durante un buen tiempo antes de decir cualquier palabra. Esto para
que el mismo Espíritu Santo venga a guiar mi oración y a enseñarme lo que debo pedir.
Después hago silencio y me quedo a la espera de que él me dé la materia prima de mi oración
– es decir, que él venga a poner en mis pensamientos y en mi corazón lo que debo decir, pedir
o inclusive callar en aquella hora. ¡No se imagina cómo he crecido y he llegado a conocerme
mejor!”.
Dios quiere que nos conozcamos mejor y que crezcamos interiormente. Así podemos entender
por qué San Pablo no dudó en decir: “Deseo que todos hablen en lenguas” (1 Co 14,5 a).
También aquí tocamos la Palabra de Dios. Según el Catecismo de la Iglesia Católica, “en la
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redacción de los libros sagrados Dios escogió hombres de los cuales se sirvió haciéndolos usar
sus propias facultades y capacidades a fin de que, actuando él mismo en ellos y por medio de
ellos, escribieran como verdaderos autores todo y solo aquello que él mismo quería” (cf Cat.
Igl. Cat. 106). Sabemos por tanto que el mismo Señor quiso que esta determinación llegara
hasta nosotros y fuera útil a la Iglesia: “Deseo que todos ustedes hablen en lenguas”.
En una vigilia de oración en la Plaza de San Pedro, el papa Juan Pablo II, inflamado por el
Espíritu Santo gritó unas palabras que nos hacen recordar los llamamientos de San Pablo:
“¡Ábranse con docilidad a los dones del Espíritu Santo! ¡Acojan con gratitud y obediencia los
carismas que el Espíritu no cesa de dispensar! ¡No olviden que cada carisma se da para el bien
común, es decir, en beneficio de toda la Iglesia!”.
El don de lenguas es para todos y no sólo para algunos privilegiados. Dios puede y quiere
concederlo a todos nosotros. Es un don de Dios. Y puesto que es un don, no podemos
comprarlo o merecerlo. La única cosa que podemos hacer es levantar confiados nuestras
manos y, llenos de fe, abrir el corazón para pedirlo al Señor, que escucha a todos los que le
piden con humildad: “la promesa es para ustedes y para sus hijos, y para todos los que están
lejos, para cuantos llame” (Hch 2, 38-39). El Espíritu Santo es esa promesa de Dios para mí y
para ti, para todo aquel que ha puesto su fe en Jesús – lo mismo vale para sus dones, pues el
Espíritu Santo nunca viene sin traerlos consigo.

Y… ¿EL QUE NO ORA EN LENGUAS?


San Pablo quiere que todos oren en lenguas, pero reconoce que no todos tienen ese don (cf. 1
Co 12, 10.30). Así como no todos tienen el don de curar las enfermedades, tampoco todos
tienen el don de lenguas. No hay duda de que es importante que conozcas más sobre este
carisma, que te abras a él y que lo utilices en tu oración personal para edificarte a ti mismo.
Pero si después de varios intentos, no te sientes bien, y te das cuenta de que al insistir se
produciría algo forzado, de lo que no estás convencido, es mejor no forzarte y no insistir hasta
que te sientas más dispuesto para ello.
Lo que demuestra que una persona ha recibido la efusión del Espíritu Santo no es el don de
lenguas, sino el amor que la transforma y la hace amar. Por esta razón, el que todavía no ha
experimentado este carisma no debe sentirse menospreciado e inferior a los otros que lo
tienen, mucho menos debe poner en duda si ha recibido o no al Espíritu Santo. El hablar en
lenguas, como muchos otros acontecimientos de carácter sobrenatural, puede ser falsificado
por Satanás, pero el amor no.
Como enseña San Ambrosio, no debemos quedarnos en las manifestaciones, es decir,
meramente en lo que vemos, sino que hemos de mirar por la fe lo que no vemos: “Para los del
Antiguo Testamento era enviado el fuego invisible a fin de que creyeran. En nosotros, que
creemos, el fuego actúa invisiblemente. Para aquellos descendió el Espíritu Santo en figura, y
para nosotros se hace realidad”.

DIOS QUIERE COMPLETAR SU OBRA EN TU VIDA


Hasta para preparar y aprestar nuestro corazón necesitamos del Espíritu Santo. Sin él no
podemos experimentar los carismas. El que nos prepara es Dios. Él quiere concedernos a ti y a
mí toda la gracia y la fuerza necesarias para que podamos realizar esta experiencia. Es Dios
quien lleva a término en nosotros lo que él mismo ha comenzado. “El Señor completará lo que
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comenzó por mí. Señor, tu amor es eterno: no abandones la obra de tus manos” (Sl 137,8). Él
comienza interviniendo y haciendo que nosotros queramos; después insiste en ayudar,
fomentar y sostener para que hagamos todo lo que el Espíritu Santo nos enseña. Así es como
nos abrimos a sus dones.
Hay quien piensa que al orar en lenguas tendrá su boca poseída por el Espíritu Santo y hablará
y orará sin que él mismo participe o haga cosa alguna. Pero no sucede así. Lo que el Espíritu
Santo hace es lo que yo y tú al mismo tiempo somos llamados por Dios a hacer. No hay
separación entre lo que hace el Espíritu y lo que hacen el hombre o la mujer de fe – sin
embargo muchas veces no todo lo que hacen las personas es bueno y procede de Dios.
Desde la creación, Dios no hace ya las cosas sin contar con el hombre, pero muchas veces el
hombre hace las cosas sin contar con Dios. A veces en la Iglesia y en los grupos de oración las
personas hacen todo como si el Espíritu Santo no existiera. Después, le atribuyen a él todo lo
que han decidido hacer e hicieron. Se debe hacer lo contrario: dejar actuar a Dios.
Esto es fácil de entender. El Espíritu Santo no tiene brazos para abrazar, ni manos para
acariciar, ni boca para besar y sonreír. Él es espíritu y el espíritu no tiene manos, pies, cabeza,
etc. Para besar, necesita de tus labios, necesita de tus brazos para abrazar. Para mostrar el
gran amor que tiene por alguien, el Espíritu Santo necesita de ti, que eres templo suyo. Si no
queremos amar, él no podrá amar a través de nosotros. Si no abres tu boca, si no sigues las
mociones del Espíritu y si no emites los sonidos y dejas que las palabras salgan de tu boca,
nunca vas a orar en lenguas. El Espíritu Santo no puede hacer la parte nuestra y actuar en lugar
de nosotros. Él jamás te va a forzar.
Experimentar los dones carismáticos depende de Dios, pero también depende de ti. Es don y
es tarea – es gracia de Dios, pero necesitamos querer y colaborar. San Agustín dice que sin
duda nosotros también actuamos, pero lo hacemos cooperando con Dios, que actúa abriendo
nuestro corazón y preparándonos con su misericordia.
Al prepararnos para recibir sus dones, el Señor lo hace para sanarnos, y nos acompaña para
que cuando ya estemos sanados, seamos llenos de la vida de su Hijo Jesús. Entonces él abre
aun más nuestro corazón para que seamos llamados y va con nosotros, a fin de que
participemos de su gloria. Quiere que vivamos siempre en su presencia como hijos, pero sin él
no podemos hacer nada (cf. Cat. Igl. cat. 2001).

LA ORACIÓN EN LENGUAS ABRE LAS PUERTAS PARA LOS OTROS DONES


“Y ahora hermanos, supongamos que yo vaya a ustedes hablándoles en lenguas, ¿qué les
aprovecharía yo, si mi palabra no les trajera ni revelación ni ciencia ni profecía ni enseñanza?
(1 Co 14,6).
Los carismas ayudan a creer en la presencia del Señor y nos abren para el misterio de Dios.
Ayudando a reflexionar sobre esto San Ambrosio comentaba: “Fue Jesús mismo quien dijo: Si
no crees en mí, cree por lo menos a mis obras. Cree, pues, que estás en presencia de la
divinidad. ¿Si crees en las acciones, por qué no crees entonces en su presencia? ¿De dónde
provendría la acción si no la precediera la presencia?” Los carismas son señales de la presencia
de Dios y nos despiertan para el misterio de Dios que actúa en la vida de su pueblo.
Todavía hoy existe en muchos grupos de oración, un momento de profundo silencio y escucha
de Dios después de la oración en lenguas. Es un momento propicio para la manifestación de
los dones de profecía, ciencia y sabiduría, cuando son reveladas muchas gracias. La oración en
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lenguas abre los caminos para la manifestación de todos los demás carismas. La persona no
está obligada a rezar en lenguas para que Dios le conceda otros dones, pero en general quien
tiene dificultades para aceptar y abrirse al don de lenguas termina encontrando dificultades
para abrirse también a los otros ocho carismas mencionados por San Pablo.
San Agustín decía: “¿Quieres ser grande? Comienza por las cosas pequeñas”. La experiencia de
estos carismas resulta más fácil y segura cuando se comienza por el menor de ellos: el don de
lenguas. Con él aprendemos los primeros pasos para una mayor apertura y profundización de
los otros dones.

DEJA QUE ARDA EL FUEGO DEL ESPÍRITU SANTO”


“Así pues, ya que aspiran a los dones espirituales, procuren abundar en ellos para la edificación
de la asamblea” ( 1 Co 14,12).
¡Qué bueno es cuando descubrimos que los santos no son sino apasionados! Son personas que
se abrieron generosamente a Dios y por eso hicieron la experiencia de un profundo amor. San
Vicente de Paúl quería difundir el fuego del amor divino en todos los seres y continuar la
misión del Hijo de Dios. Él vino a traer fuego a la tierra. ¿Podemos desear otra cosa sino que
arda y ponga todo en llamas?
¿Para qué poner límites a la bondad del Padre? ¿Quiénes somos para extinguir el Espíritu
Santo? (cf. 1 Tes 5,19). Si supiéramos alimentar siempre el fuego del Espíritu por medio de las
oraciones y la obediencia a la voluntad de Dios, nunca se apagaría.
Si es para tener los dones espirituales debemos buscar tenerlos abundantemente. Y para tener
en abundancia tales dones espirituales es preciso allegarnos al Señor que los da, ponernos
perseverantemente en la presencia de Dios a fin de recibir la gracia de creer con firmeza y de
ser envueltos en su paz… pero sobre todo, para sentirse amado por el Padre del Cielo y amarlo
de todo corazón.
El que ama a Dios de corazón no se contenta con la mediocridad. Piensa en grande, sueña en
grande, porque quiere evangelizar a todos. Para esto clama sin cesar que Dios lo cubra con sus
dones, para que la evangelización sea poderosa, capaz de convertir, por el fuego del Espíritu,
incluso el más duro de los corazones.
Cuando la palabra de Dios es anunciada con la fuerza y la sabiduría del Espíritu, ella se hace
como el fuego y el martillo capaces de romper la roca más dura. Por esta razón, el que ama a
Dios de corazón quiere tener los dones en abundancia no para sí mismo, sino para servir mejor
a su Señor y atestiguar a muchos su amor. Su deseo es la sanación, la salvación y el crecimiento
del pueblo de Dios, así como la edificación de la Iglesia.

ABUSOS Y DESVIACIONES: CUIDADO PARA NO ECHAR FUERA EL TRIGO JUNTO CON LA CIZAÑA
Nunca se puede botar el trigo con la cizaña. Ciertamente entre los carismáticos como en
cualquier otro grupo, se dan abusos y desviaciones. En cuanto a estos excesos, vale citar aquí
el pensamiento del profesor José Comblin, que resume con propiedad el asunto:
“Naturalmente, el peligro está en la confusión entre el Espíritu Santo y las iniciativas
puramente humanas atribuidas al Espíritu abusivamente. Sin control efectivo es grande el
peligro de que los movimientos religiosos caigan en las manos de desequilibrados. El
sentimiento religioso es lo que más está expuesto a las desviaciones y a la confusión. La
religión siempre ha servido para encubrir las peores aberraciones: los profetas están llenos de
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denuncias de las falsas religiones. El liberalismo actual de los Estados y su permisividad


religiosa favorecen grandemente la multiplicación de subjetivismos religiosos y de sectas sin
consistencia. Frente a esta efervescencia descontrolada, la jerarquía constituye una defensa
segura. Pero la defensa no puede impedir la espontaneidad y la iniciativa”.
Para muchos la gran pregunta es: ¿Cómo puedo saber cuándo es realmente don de Dios?
¿Cómo sabré que no se trata de una falsificación de ese don?
En primer lugar, no te preocupes por eso. Has pedido y Dios mismo te escuchará. Es él quien te
va a dar el don. Él te va a escuchar: no sólo va a darte este don, sino que hará que lo
perfecciones y progreses en él.
Para Pascal, lo que hace discernir los verdaderos milagros es la caridad. El hecho de que
existan grupos no cristianos que tienen una experiencia semejante al don de lenguas no quiere
decir que este don no venga del Espíritu Santo. La oración en lenguas cuando es legítima,
anuncia la presencia de Dios, nos consuela y alegra nuestro corazón – es vida en el Espíritu que
puede ser comprobada por los frutos (cf. Mt 12,33) y principalmente por la caridad. Lo que San
Pablo quiere decir sobre el buen uso de los dones del Espíritu sólo puede comprenderse si es
iluminado por la luz de la caridad (cf. 1 Co 13). La caridad es el carisma de los carismas – es el
don supremo.
Raniero Cantalamessa, uno de los predicadores del Papa, ya citado, explica esto: “A veces
causa perplejidad el hecho de tratarse de un fenómeno que ocurre también fuera del
cristianismo […] Pero esto de por sí no quiere decir que se trate de sugestión, de trance
inducido artificialmente. Quizás quiere decir que el carisma se apoya sobre una potencialidad
religiosa inherente al ser humano que el Espíritu Santo usa como quiere, no del modo
humano” ( El Canto del Espíritu, cap. 13).

EL DON DE LA INTERPRETACIÓN DE LAS LENGUAS


En el don de lenguas se presentan el “orar en lenguas” y el “hablar en lenguas”. El orar en
lenguas es personal y dirigido hacia Dios. Sólo el Señor entiende esa oración y en general no es
interpretada. Ya el hablar en lenguas es un mensaje para las personas que están reunidas en
oración y sólo tiene una finalidad si de ella resulta una interpretación. “Por tanto, el que habla
en lenguas, pida el don de interpretarlas”, dice San Pablo ( 1 Co 14,13).
El hablar en lenguas es una especie de profecía. De esa manera Dios es quien habla a su
pueblo. Habla porque quiere que sus hijos lo comprendan. Entonces, al mismo tiempo que
Dios suscita la profecía o el hablar en lenguas, también concede a alguien allí presente el don
de interpretarla. Puede ser que Dios conceda el don de la interpretación a la misma persona
que dio el mensaje en lenguas. También puede ser que el Señor dé el mensaje en lenguas a
una persona y la interpretación a otra.
Pero la instrucción es clara: “Si no hay intérprete, quédense callados en la reunión y hablen
consigo mismos y con Dios” (1 Co 14,28).
Podemos darnos cuenta de que no se trata de traducción sino de interpretación. Nadie es
capaz de traducir el hablar en lenguas, pero es posible interpretarlo. La interpretación es un
don y un arte que podemos encontrar en las comunidades carismáticas que Dios ha suscitado.
En la traducción tomamos palabra por palabra y encontramos la correspondencia en otra
lengua. Cuando digo que la palabra “ventana” corresponde a window en inglés, a fenêtre en
francés, estoy traduciendo.
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Interpretar es diferente, es descubrir el sentido de lo que se está diciendo. En el caso del don
de lenguas es reproducir el pensamiento de Dios, hacer claro el sentido del mensaje que él ha
enviado.
Estamos hablando de un mensaje que Dios dirige a aquella comunidad de personas reunidas o
a una persona singular.
Normalmente sucede así: después de un momento intenso de oración, en general después de
un buen tiempo de oración en lenguas, se hace un profundo silencio, lleno de adoración y
expectativa para escuchar al Señor. Todos están en silencio… de repente una sola persona en
todo el grupo comienza a hablar en lenguas. Todos la escuchan. Cuando ella termina, todos
deben permanecer en silencio hasta que otra persona comience a decir aquel mismo mensaje
en la lengua que todos entienden, en nuestro caso, en español.
Como el “hablar en lenguas” caracteriza una profecía, su interpretación también necesita ser
valorada en la misma forma. Podrás entender este carisma mucho mejor en nuestro próximo
libro – que tratará exclusivamente sobre la “Palabra de Profecía”. Todo lo que se dice de la
“Palabra de Profecía” se debe aplicar al mensaje que brota de la interpretación del hablar en
lenguas.
El que recibe el don de la interpretación se da cuenta de que las palabras vienen a su mente,
una por una. En ese momento podemos sentir como si los pensamientos se sumieran y sólo
ocupase la mente aquella palabra. La palabra siguiente sólo surge en nuestra mente después
de haber proclamado la anterior. A medida que vamos hablando, surge la próxima palabra.
Ejercer este don exige mucha fe y valor, pues cuando la persona abre la boca para dar la
interpretación, en realidad dispone solamente de una única palabra. Sólo después se van
juntando a ella las otras y van formando la frase, la idea, el mensaje.
Todos pueden hacer juntos la oración en lenguas al mismo tiempo, a una sola voz; pero el
hablar en lenguas no. Sólo deben hablar en lenguas dos personas, o a lo sumo tres por
reunión. Una cada vez. En cuanto la persona termina el mensaje en lenguas, todos deben
permanecer en el más absoluto silencio, a la espera de que Dios conceda la interpretación.
Puede ser que después de un mensaje en lenguas muy corto se siga una interpretación más
larga. Esto sucede justamente porque no se trata de traducción sino de aclarar el mensaje del
Señor, de exponer el sentido de lo que Dios quiere comunicar.
La persona que ha recibido el don de la interpretación debe presentar el mensaje en primera
persona, en nombre del Señor. Debe proclamar esa palabra diciendo: “Esto es lo que dice el
Señor” o “El Señor habla”, y luego hablar en primera persona el mensaje que ha recibido en su
corazón, como si hablara el propio Dios. El Señor nos concede su don para que proclamemos el
mensaje en su nombre y no para que expliquemos a las personas lo que él nos ha hablado.
La interpretación de las lenguas surge en el corazón de la misma forma que una profecía.
Nuestro próximo libro, Palabra de Profecía, te ayudará mucho a comprender este carisma, a
abrirte a él o inclusive a profundizarlo.

(EN LA PG 25 HAY UNA CITA DE ISAÍAS QUE NO COINCIDE…)

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