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MINISTERIOS Y

ORDENACIONES LA
IGLESIA Y EL OBISPO:
IGNACIO DE ANTIOQUÍA
Eclesiología I, Profesor Pbro. Marcelo Andrés Reynoso
Alfabetización Académica, Profesora Laura Meza

12 DE OCTUBRE DE 2022
U.E.G.P Nº 26 SAN JOSÉ OBRERO
Keila Aguirre, Cecilia Díaz y Emanuel Jara
U.E.G.P Nº 26 “San José Obrero”
Profesorado en Ciencias Sagradas
2022

Ministerios y ordenaciones
La Iglesia y el Obispo: Ignacio de Antioquía
1. El obispo, presbíteros y diáconos

En los comienzos del Siglo II, Ignacio de Antioquia es testigo de una trilogía jerárquica notoriamente
afirmada:

“Os exhorto a que pongáis empeñó por hacerlo todo en la concordia de Dios, presidiendo el obispo, que
ocupa el lugar de Dios, y los ancianos (presbyteroi) que representan al colegio de los apóstoles, y
teniendo los diáconos, para mí dulcísimos, encomendado el Ministerio de Jesucristo (…)

Todos habéis también de respetar a los diáconos como Jesucristo. Lo mismo digo del obispo, que es
figura del Padre, y de los ancianos (presbyteroi), que presentan el senado de Dios y la alianza o colegio de
los apóstoles”

Entre estos ministros se acentúa el obispo. En él se centra toda la vida de la comunidad; en él se


personifica la Iglesia:

“Seguid todos al obispo como Jesucristo al Padre (…) Que nadie, sin contar con el obispo, haga nada de
cuánto atañe a la Iglesia. (…). Dondequiera apareciere el obispo, allí este la muchedumbre, al modo que
dondequiera estuviera Jesucristo, allí está la Iglesia Universal. Sin contar con el obispo, no es lícito ni
bautizar y celebrar la Eucaristía (agapé). (…) El que honra al obispo, es honrado de Dios. El que a ocultas
del obispo hace algo, rinde culto al diablo”

La Eclesiología de Ignacio se muestra con la forma de unas características místicas: el obispo, rodeado de
su presbiterio y de sus diáconos, presidiendo la asamblea de su comunidad en particular por la
celebración de la Eucaristía, representa a Cristo rodeado de sus Apóstoles.

Históricamente, ¿Qué ocurrió entre el Nuevo Testamento y el testimonio de Ignacio? No cabe más que
formular hipótesis, entonces, propone G. Dix: en un primer tiempo los colegios presbiterales locales
buscaban un presidente, eventualmente por turno según la tradición judía, mientras que los encargados,
convertidos en sucesores de los apóstoles, ejercían, al estilo de Pablo y de sus compañeros, un ministerio
itinerante de visita de las comunidades. Luego, con la multiplicación de las Iglesias importantes, se sintió
la necesidad de que cada una estuviera presidida por un sucesor de los apóstoles. Estos habrían
adoptado entonces una ciudad donde residir. Habrían recibido entonces la función de presidentes dando
lugar de este modo a la fusión de su ministerio con el del presidente local.

Otra cuestión es que si, Ignacio describe una situación general o solamente la de Siria y el Asia menor,
donde él vive como una situación que se generalizará más tarde. La documentación no permite más que
hacer algunas conjeturas.

Por otro lado, Cipriano, será un gran testigo de la autoridad del obispo: este ha sido instituido por Dios,
ocupa lugar de Cristo, es sucesor de los apóstoles. En sus manos está el conjunto de las funciones

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eclesiales: vela por la disciplina, enseña, administra los sacramentos, guía el proceso penitencial: todo
ello, ciertamente, de acuerdo con el conjunto del clero y de la comunidad. La trilogía obispos-
presbíteros-diáconos, que es definitiva en la mayor parte de las Iglesias, ha conocido variantes
considerables en su figura a lo largo de los siglos.

2. Las Liturgias de ordenación: Hipólito

Todavia Ignacio no decía nada sobre la investidura sacramental. A principios del Siglo II la Tradición
apostólica de Hipólito describe punto por punto las ordenaciones del obispo, presbítero y diácono,
indicando las fórmulas litúrgicas para cada caso. El obispo debe ser elegido por el pueblo y recibe la
imposición de manos de otros obispos de la región, pero no de los presbíteros que rezan en silencio con
el pueblo. La oración de consagración es asi:

"Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, (...) que instituiste jefe y sacerdotes (hiereis) y no dejaste tu
santuario sin servicio, (...) difunde ahora el poder que viene de ti, (el) del Espíritu soberano que diste a tu
Hijo querido Jesucristo y que él conceda todos tus Santos Apóstoles que fundaron la Iglesia en todos los
lugares (...). Concede, Padre, que conoces los corazones, a este siervo tuyo que has elegido para el
episcopado que a paciente a tu rebaño santo y que ejerza ante ti el soberano sacerdocio
(archiehierateuein), sin reproche, sirviéndote noche y día: que haga continuamente tu rostro propicio y
que ofrezca los dones de la Santa Iglesia; que tenga, en virtud del espíritu del soberano sacerdocio
(archihieratikô), el poder de perdonar los pecados según tu mandamiento; que distribuya los cargos
segundo tu disposición y que desate de todo vínculo en virtud del poder que conseguiste a los apóstoles;
que te agrade por su mansedumbre y su corazón puro, ofreciéndote un perfume agradable, por tu Hijo
Jesucristo, por el cual se te debe la gloria, el poder, el honor con el Espíritu Santo en la santa Iglesia,
ahora y por los siglos de los siglos. Amén".

Esta oración al Padre es una Epíclesis que pide el envío del Espíritu sobre el postulante. Hace referencia a
un origen: al sacerdocio del Antiguo Testamento, pero principalmente el don del Espíritu al mismo Jesús,
transmitido luego por él a sus discípulos. Consiguientemente, se vincula fuertemente con el
acontecimiento de Jesús y la relación del ordenando con los apóstoles. La oración continúa mencionando
las tareas del nuevo Obispo: se menciona primero la tarea personal; también tarea el ejercicio del
“soberano sacerdocio”, en relación con la ofrenda eucarística y la indulgencia de los pecados; la tarea del
buen gobierno de la comunidad, por medio de la distribución de cargos y del ejercicio de atar y desatar
(Mt 18,18). Finalmente, la vida del obispo debe ser una vida de santidad. Se menciona solo de forma
implícita de la teoría de anunciar la palabra, comprendida en el “apacentar el rebaño”.

La ordenación del presbítero comprende la imposición de manos del obispo y de todos los demás
presbíteros, ya que estos participan del espíritu común del presbiterio. Del mismo modo como los
presbíteros imponen las manos con el obispo sobre la ofrenda eucarística. La Epíclesis es la siguiente:

“Padre de nuestro Señor Jesucristo, mira tu servidor que está ante ti y concédele el Espíritu de gracia y de
consejo del presbiterio, para que ayude y gobierne a tu pueblo con un corazón puro, lo mismo que

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miraste a tu pueblo elegido y lo mismo que ordenaste a Moisés que escogiera tus ancianos (presbyteros)
que llenaste del espíritu que diste a tu servidor”.

La referencia veterotestamentaria no es aquí sacerdotal, sino presbiteral, ya que remite la institución de


los 70 ancianos por Moisés (Nm 11, 16-17). Pero los diáconos "no son ordenados al sacerdocio
(sacerdotio)", lo cual quiere decir que el presbítero sí lo es. La ordenación tiene lugar por la imposición
de manos solamente del obispo, es ordenado para estar el servicio (ministerio) del obispo. La plegaria de
ordenación muestra el sentido general de sus tareas:

"Oh Dios que lo creaste y lo dispusiste todo por el Verbo, (...) concede el espíritu de gracia y de celo a tu
servidor, al que has elegido para servir a tu Iglesia y para presentar en tu santuario y lo que se te ofrece
por aquel que ha sido establecido como sumo sacerdote tuyo, para gloria de su nombre, a fin de que,
sirviendo sin reproche y en vida pura, obtenga un grado superior (1 Tm 3,13) y que te alabe y te glorifique
por tu Hijo Jesucristo".

3. Laicado, ministerio y sacerdocio

Un primer texto de Clemente de Roma presenta la estructura de la comunidad cristiana comparándola


con la del pueblo antiguo:

"En efecto, al sumo sacerdote de la antigua Ley le estaban encomendadas sus propias funciones; su
propio lugar tenía señalado a los sacerdotes ordinarios, y propios ministerios incumbían a los levitas; el
hombre laico, en fin, por preceptos laicos estaba ligado. Procuremos, hermanos, cada uno agradar a Dios
en nuestro propio puesto, conservándonos en buena conciencia, procurando, con espíritu de reverencia,
no transgredir la regla de su propio ministerio (leitourgia)"

Estos dirigentes son para la Iglesia lo que los sacerdotes y levitas eran para el pueblo de Dios. Más tarde
apoyándose en los episodios en donde Moisés instituye el sacerdocio de Aarón, Clemente justifica la
institución apostólica de los obispos y diáconos.

Luego se pasará de esta comparación a una verdadera correspondencia insinuada ya en la Didaché a


propósito de los profetas: los ministros cristianos son "vuestros sumos sacerdotes". En Ignacio hemos
encontrado ya un contexto sacrificial a propósito de la eucaristía y de su presidencia: la asamblea que
rodea al obispo es el altar, un altar que es Jesucristo.

A comienzos del Siglo III se destaca la figura del obispo en el seno del presbiterio. Se le da forma más
corriente el antiguo nombre de pontífice y de sacerdote (hiereus, archihiereus, sacerdos, summus
sacerdos), ¿Lo han recibido ante todo en virtud de función litúrgica y de la presidencia de la eucaristía?
Esta afirmación, precisamente en lo esencial y confirmada por la aparición del vocabulario sacerdotal a
propósito del presidente de la eucaristía, merece algunas matizaciones, ya que la presidencia de la
comunidad y la responsabilidad de su unidad hacían también del obispo una figura sacerdotal.

En el Siglo IV se produjo una evolución importante. "Los presbíteros dejan el colegio presbiteral de la
ciudad para instalarse en las aldeas. Allí, por su parte, ellos solos, lo que antes estaba reservado al
obispo, excepto la imposición de las manos; celebran la eucaristía, bautizan, actúan como dirigentes de
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la Iglesia. En consecuencia, se les llamó sacerdotes como a los obispos, pero añadiendo: " secundi
ordinis". Se impone, sin embargo, una observación esencial: el vocabulario sacerdotal tiene entonces un
valor de calificación de unos ministerios cuyos nombres básicos siguen siendo obispos ( episkopos) y
presbíteros (presbyteros).

El texto de Clemente nos ofrece la primera aparición del término laico en la literatura cristiana. Lo mismo
que las comunidades del Nuevo Testamento eran designadas muchas veces por el binomio constituido
de los "santos" y de sus ministros (Flp 1,1), así también ahora la comunidad cristiana comprende una
serie de ministros y unos "laicos". Cada uno tiene una "función" que cumplir. Clemente no emplea más
en sus cartas este término, sino que habla de: hermanos, elegidos, llamados, santificados,
muchedumbre, porción santa, parte de la elección del Padre, rebaño de Cristo.

La Iglesia y el Obispo: Ignacio de Antioquía

La información sobre la vida de Ignacio proviene principalmente de sus cartas. A través de ellas se
conocen algunos datos fundamentales de su persona, como que era obispo de Antioquía o que fue
condenado a morir en Roma. Una segunda fuente de información proviene de reseñas en las obras de
diversos autores eclesiásticos, en su mayor parte Padres de la Iglesia. Estos Padres, que conocían las
cartas de Ignacio, transcribieron en sus propias obras fragmentos de ellas, añadiendo en ocasiones
noticias independientes, recibidas seguramente a través de alguna tradición. Existe un tercer grupo de
documentos que acompañan la cuestión a modo de adiciones. Carecen en general de fiabilidad histórica,
pero no de interés. Existe un relato tardío de su martirio, conocido como el Martirio colbertino, que
reconstruye el viaje de Siria a Roma y donde se señala el 20 de diciembre como la fecha del martirio. Más
importante es que, dentro de ese relato, se encontró en el año 1646 la versión griega de una de las
cartas de Ignacio. Además de esto, se conservan cartas apócrifas que simulan haber sido escritas o
recibidas por Ignacio durante su viaje a Roma y que la crítica las considera ilegítimas de forma unánime.

Las siete cartas que se han conservado del obispo Ignacio son uno de los monumentos más admirables
de la antigua Iglesia. Fueron escritas cuando detenido en Antioquía, era llevado a Roma bajo escolta
militar para allí sea entregado a las bestias. Durante el viaje, recibió la visita de representaciones de
diversas Iglesias, a las que envió unas cartas. También a la Iglesia de Roma, para anunciar su próxima
llegada. Este contexto explica características del estilo de las cartas, revelando la pasión que su autor
siente por Jesucristo.

Ignacio de Antioquia es el primer autor que designa el conjunto de los cristianos con el título de "Iglesia
Católica" en el sentido de Iglesia universal en oposición a las iglesias particulares. Entusiasta por la
unidad, que es el núcleo de su teología, no deja de enseñar la a todos sus destinatarios. Los herejes son
peligrosos; las divisiones son el principio de todos los males. “Amad la unión. Huid las escisiones. Sed
imitadores de Jesucristo, como también él lo es de su Padre. Lo que mantiene está unión es la agapé, el
amor mutuo que se traduce en actos, en preocupación por la viuda y el huérfano…, el atribulado…, el
encadenado…, el hambriento y el sediento”.

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Ignacio cultiva también la unión de corazones entre las Iglesias: se escriben mutuamente, se visitan, se
sostienen unas a otras. A través de sus cartas se ve cómo las Iglesias de Éfeso y de Esmirna se preocupan
de Antioquia, privada de su pastor. Los cristianos viajan seguido, lo cual favorece los vínculos entre las
comunidades.

Un solo obispo por ciudad, que se distinguirá visiblemente del colegio de presbíteros; posteriormente
están los diáconos. No se encuentra ninguna mención de las funciones carismáticas. Esta jerarquía tiene
tres grados y se justifica por razones místicas. Se compara a los obispos con Dios Padre o con Jesucristo,
a los presbíteros con los apóstoles, mientras que los diáconos son servidores de la Iglesia de Dios.

Evidentemente cuando escribe Ignacio, la situación no es nueva. Asi, por ejemplo, su carta a los romanos
no hace mención de un obispo de esta comunidad (siendo así que menciona los obispos de Éfeso, de
Magnesia, de Tralles, de Esmirna); se dirige conjuntamente a la Iglesia que preside en la capital del
territorio de los romanos. Se ha subrayado la diferencia especial con que saludo a esta Iglesia “que
presiden la capital del territorio de los romanos digna ella de Dios digna de todo decoro, digna de toda
bienaventuranza, digna de alabanza, digna de alcanzar cuánto desees, digna de ante todo santidad y
puesta la cabeza de la Caridad, seguidora qué es de la ley de Cristo y adornado con el nombre de Dios”.
La Iglesia de Roma “manda instruye a los demás discípulos del Señor”, “a quién dieron mandatos Pedro y
Pablo”; sus fieles están “colmados por gracia de Dios y destilados de todo extraño tinte”. Estos pocos
datos exigen a ver en Ignacio un testigo de una innegable preferencia de la Iglesia romana, idónea aquí
en relación con la agapé y la pureza de la fe.

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Bibliografía

Sesboüé, B. Bourgeois, H. Tihon, P. (1995). Historia de los dogmas: Tomo III: Los signos de salvación.
Paris: Desclée.

Webgrafía

San Ignacio de Antioquía ▷ Información, Historia, Biografía y más. (wikidat.com)

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