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DIÓCESIS DE TEHUANTEPEC, OAX.

CURSO DE MINISTROS EXTRAORDINARIOS DE LA COMUNIÓN


PRESENTACIÓN
HERMANO (A):
Has sido llamado(a) al servicio de tus hermanos en el ministerio
extraordinario de la Comunión.
Es un servicio que desempeñas en la asamblea litúrgica, ayudando
en la distribución de la Sagrada Comunión y, también, en el
ministerio de la consolación, llevando el Cuerpo de Cristo a los
enfermos e impedidos, privilegiados de Jesús y de la Iglesia, que
necesitan ser fortalecidos con el Pan de la Vida.
El Espíritu prometido por Jesús, que anima a la Iglesia y le señala los
caminos que debe transitar en cada tiempo de la historia, ha
suscitado, después del Concilio Vaticano II, junto a los ministerios
jerárquicos, otros ministerios sin el Orden Sagrado. “Por tanto,
también los laicos pueden sentirse llamados o ser llamados a
colaborar con sus pastores en el servicio a la comunidad eclesial,
para el crecimiento y vida de ésta, ejerciendo ministerios diversos
según la gracia y los carismas que el Señor quiere concederles” (Cf.
EN 73).
No es una pura casualidad, o suerte, hay un reconocimiento de
gracias y carismas… riquezas que Dios te ha dado para que los
pongas con generosidad al servicio de la “edificación del Cuerpo de
Cristo” (Ef. 4,12).
Esencialmente es un servicio a la comunidad eclesial, “para el
crecimiento y vida de ésta”, en colaboración con los pastores.
Tiene que ser, entonces, muy generosa tu permanente actitud,
como generosa es la gracia que el Señor te ha concedido.
Pero, hermano(a), aunque sea esencialmente un SERVICIO, no deja
de ser también un HONOR. Honor no sólo porque este ministerio te
es “reconocido públicamente y confiado por quien tiene la
responsabilidad en la Iglesia”, sino porque, entre muchos laicos, se

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te distingue llamándote a una función eclesial que se da a pocos y
cuidadosamente.
Este curso consta de 10 sesiones, siguiendo un esquema similar:
a) Oración inicial, en algunas ocasiones partiendo de un texto de la
Sagrada Escritura o texto de un documento, con una breve
reflexión, que termina con la oración del Ministro Extraordinario de
la Comunión.
b) Contenido del tema a tratar.
c) Evaluación de la sesión pasada, revisando la tarea.
d) Se comparten las experiencias, se ven los aciertos de la sesión, los
aspectos a mejorar y las sugerencias para posteriores reuniones.
e) Oración final, a partir de la meditación de un texto de la Sagrada
Escritura y su reflexión, junto con la oración a la Virgen María.
f) Tarea.
g) Un examen que favorezca la retención de las ideas principales
cada tres sesiones.

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INTRODUCCIÓN
1. DECRETO DEL JUAN PABLO II
“Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de
los fieles laicos en el Sagrado ministerio de los sacerdotes”.
En él se nos presenta la urgencia del estudio básico de una sana
eclesiología de comunión, que instruya a los fieles en:
 El sacerdocio común y el sacerdocio ministerial.
 Unidad y diversidad en las funciones ministeriales.
 Insustitubilidad del ministerio ordenado.
 La colaboración de los fieles no ordenados en el ministerio
pastoral.
Y en el artículo 8 urge que los instruya también en:
 Lo básico de la sagrada Liturgia.
 Lo básico de las normas del derecho canónico relacionadas a
la Liturgia.
En este curso de iniciación veremos lo básico para la preparación a
la institución de los ministros extraordinarios de la Comunión y la
formación de los otros aspectos que se nos proponen la iremos
haciendo durante una formación permanente en el tiempo que
estén prestando su servicio.
2. EL SACERDOCIO COMÚN Y MINISTERIAL.
Durante muchos siglos el término ministro se aplicó únicamente a
los obispos, presbíteros y diáconos. Actualmente se aplica también
a algunos laicos. Para entender correctamente su significado
necesitamos empezar recordando la diferencia y relación entre el
sacerdocio común de los fieles y el ministerial.
SACERDOCIO COMÚN (Bautismal)
El pueblo de Dios del Nuevo Testamento es un pueblo que participa
del único e indivisible sacerdocio de Jesucristo, Sumo y Eterno
Sacerdote. Todos los bautizados son consagrados para formar un
templo espiritual y un sacerdocio santo.
 Común es la dignidad de todos los bautizados.
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 Común es la gracia de filiación >ser hijos en el Hijo<
 Común es la llamada a la perfección (a ser santos) LG. No. 32
Hay una auténtica igualdad en cuanto a la dignidad y a la acción
común de todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de
Cristo. LG No. 32
EL SACERDOCIO MINISTERIAL (Ordenado)
Lo tienen aquellos fieles que, por el sacramento del orden tienen,
en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, la condición y oficio de
CRISTO-CABEZA. Ellos son los obispos, presbíteros y diáconos.
Actúan en persona de CRISTO-CABEZA. Difiere esencialmente del
sacerdocio común (bautismal) y no sólo en grado.
Confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles. Está al
servicio del sacerdocio común (bautismal) fe los fieles en orden al
desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos.
3. HISTORIA DEL ACOLITADO
ORIGEN DE LA PALABRA.
ACOLITO = Seguir, acompañar, ir detrás. El que acompaña. El que
sigue. Surgió de las necesidades concretas. Perteneció a la escala de
órdenes que conducían al sacerdocio.
FUNCIONES EN LA ANTIGÜEDAD.
 Llevar los candeleros.
 Portar el recipiente del Santo Crisma
 Acompañar al Diácono con los cirios encendidos durante la
proclamación del Evangelio.
 Recoger las ofrendas, durante el ofertorio.
 Mantener en alto la patena durante la oración eucarística.

4. DEL VATICANO II HASTA HOY


Antes del Vaticano II los laicos estaban descartados de la recepción
del Acolitado. Solamente los que iban a ser ordenados sacerdotes
podían recibir las órdenes sagradas y por la recepción de la tonsura

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iniciaban el proceso de acercamiento al ministerio. La Tonsura hacia
a la persona clérigo de la Iglesia y o insertaba en la jerarquía.
Con todo, el oficio mismo del acólito nunca dejó de ser ejercido por
laicos, especialmente por los niños y jóvenes a los que se les llamó
monaguillos (monachus monge). PABLO VI en su carta Ministeria
quaedam reformó las órdenes sagradas de acuerdo con esta carta:
Se suprimen las órdenes menores y la mayor del Subdiaconado.
Permanecen solamente el Lectorado y el Acolitado, que dejan de
llamarse órdenes menores y son considerados, más bien,
“ministerios”. Ministerio de la Palabra y ministerio del Altar.
La entrada al estado clerical será a partir del Diaconado, de modo
que los laicos pueden ser sujetos normales de los ministerios
eclesiales. Quienes van a recibir el ministerio presbiteral, deben ser
instituidos primero como Lectores y Acólitos.
Se busca manifestar de una manera más clara la eclesialidad de la
asamblea litúrgica y lograr una participación plena, consciente y
activa de todos los bautizados en la liturgia, a la cual tienen derecho
y deber por el bautismo (S.C. 28; 14).
Se clarifica lo propio de los clérigos y lo común a todos, pero
también mutua relación entre el sacerdocio común y el sacerdocio
ministerial o jerárquico.
El Acolitado, entonces, es susceptible de una doble posibilidad:
Como ministerio previo al presbiterado y antes del Diaconado y
como ministerio permanente de laicos comprometidos en las
comunidades cristianas.
El Acólito aparece, desde este momento, como “ministro
extraordinario de la Eucaristía”.
En la Instrucción INMENSAE CARITATIS se promulgó normas
oportunas que permiten a los fieles una mayor facilidad para
acercarse a la Eucaristía con devoción y fruto. Entre estas
encontramos el establecimiento de “Ministros extraordinarios de la
comunión”, tanto permanentes como ad casum, según las
necesidades y las circunstancias de las iglesias locales.

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TEMA I
EL ACÓLITO Y LOS MINISTROS
EXTRAORDINARIOS DE LA COMUNIÓN.
La Instrucción Inmensae caritatis del 29 de enero de 1973 apoyada
en los principios dados por el Papa en la carta Ministeria quaedam
busca “ofrecer mayores posibilidades a los creyentes para acercarse
a la Eucaristía”. Y determina lo siguiente:
Los ordinarios del lugar tienen la facultad para elegir e instituir como
ministros extraordinarios de la comunión a laicos de la comunidad
y en tres modalidades:
 Como ministros permanentes de la comunión
 Como ministros temporales de la comunión
 Como ministros ad casum de la comunión.
1. ¿ACÓLITOS O MINISTROS EXTRAORDINARIOS DE LA
COMUNIÓN?
Analizando bien los términos y las explicaciones de los documentos:
Inmensae caritatis y Motu propio Ministeria quedam, se puede
entender mejor la realidad ministerial de la siguiente manera:
Los llamados “Acólitos” pertenecen a los ministros extraordinarios
de la comunión, pero no todos los ministros de la comunión son
acólitos.
Hay tres casos de los ministros extraordinarios de la comunión.
 Los ministros permanentes: Acólitos, solamente hombres,
dicha institución es en función del ministerio diaconal y
presbiteral.
 Los ministros temporales. Que son elegidos y llamados a
prestar el servicio de distribuir la comunión dentro de la
comunidad. Su rito es dentro de la Eucaristía o fuera de ella,
y pueden ser llamados tanto varones como mujeres el
ordinario determina por cuanto tiempo.

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 Los ministros ad casum para una necesidad concreta, son
llamados por el presbítero para ayudar a distribuir la
comunión.
2. LOS MINISTROS EXTRAORDINARIOS DE LA COMUNIÓN
Origen y fundamento del ministerio.
Por el bautismo todos los creyentes pertenecen al pueblo sacerdotal
de Dios y tienen el derecho y el deber de una participación plena,
consciente y activa en la liturgia de la comunidad. (SC, MQ). La
Iglesia es una comunidad ministerial en la que todos tienen una
responsabilidad, y cada uno ha de desempeñar su servicio haciendo
todo y sólo lo que le corresponde en la liturgia (SC). El ministerio de
cada uno en la comunidad es para el servicio y la edificación de la
Iglesia. (Ritual). La situación actual plantea los ministerios como una
necesidad (IC).
3. ¿QUIÉNES PUEDEN SER MINISTROS EXTRAORDINARIOS DE LA
COMUNIÓN?
Todos los hombres y mujeres, pueden ser llamados e instituidos
ministros, de forma temporal o ad casum, ya que esta posibilidad es
una gracia, pero también una responsabilidad que funda su origen
en el bautismo (IC, Ritual).
4. CONDICIONES PARA SER INSTITUÍDOS.
 De origen general:
Un creyente que se distinga en la comunidad por su vida cristiana,
por su fe y por sus buenas costumbres (IC). Alguien cuya designación
no cause sorpresa a los hermanos (IC)
 De orden particular:
Cada ordinario del lugar podrá determinarlas, según su juicio.
 Exigencias espirituales:
a. Esforzarse por ser digno de este cargo (IC)
b. Cultivar la devoción a la Sagrada Eucaristía (IC)
c. Dar ejemplo de respeto al Santo Sacramento (IC)
d. Ser modelo para los hermanos de fe viva y caridad

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e. Vivir intensamente del ministerio de unidad y de amor
fraterno.
f. Recordar que todos formamos un solo Cuerpo por la
Eucaristía.
5. CRITERIOS DE IDONEIDAD PARA CANDIDATOS A M.E.C.
 Que sea conocido y aceptado por la comunidad.
 Que sea presentado y promovido por el párroco.
 Una persona de vida cristiana que viva su proceso de
conversión en algún grupo, área de trabajo parroquial,
comunidad de base.
 Que lleve bien su estado de vida (casado, soltero o viudo)
 Edad mínima 20 años y suficiente madurez física, mental y
emocional.
 Que disponga de tiempo y sea generoso en ofrecerlo al
servicio de la Iglesia.
 Disponibilidad a su formación permanente (Continuar
asistiendo a los cursos permanentemente).
 En los casados, que su cónyuge esté de acuerdo. En los
casados, en lo posible, formación conjunta de la pareja.
 Que su decisión sea libre sin coacciones de ninguna especie.
 Que no reciban dinero de las personas que atienden.
6. TIEMPO DE RENOVACIÓN.
No se debe dar indefinidamente, es necesaria la evaluación de su
proceso personal y comunitario y el ejercicio de este ministerio
laical. El lapso de UN AÑO parece prudente. El permiso se dará por
escrito por el Señor obispo a través del foráneo.
7. CRITERIOS PARA RENOVAR ANUALMENTE SU PERMISO DE
M.E.C.
 Evaluación con el párroco, Consejo Parroquial y comunidad
de su vida cristiana y de su trabajo como M.E.C.
 Que el párroco lo proponga nuevamente y continúe su
formación.
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 Que la comunidad confirme su aceptación (Consejo
Parroquial, Ejido, Barrio o Colonia).
 Haber asistido mínimo a un curso de formación o
actualización durante el año.
 Publicar la lista en la parroquia de los M.E.C. que renuevan
su permiso y por cuanto tiempo.
 Su territorio de acción es su comunidad: Ejido, Colonia o
barrio. No habrá M.E.C. que ande por otras comunidades,
parroquias u otros territorios que no le sean designados.
 Solamente saldrá fuera de su territorio cuando el párroco le
pidiere algún servicio en alguna otra comunidad de la
parroquia.
Conclusión.
Esto que hemos visto es el pensamiento del Magisterio actual sobre
los ministros extraordinarios de la comunión.
Habrá que ver que los ministerios son una necesidad y una
valiosa ayuda en cada una de nuestras parroquias y Diócesis,
deberemos ir viendo aquellos ministerios que en nuestra Diócesis
van surgiendo.
Hoy estamos viendo en nuestra parroquia que los ministros
extraordinarios de la comunión es una urgencia para poder
responder a las necesidades del pueblo de Dios.

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TEMA II
LA ESPIRITUALIDAD DE LOS MINISTROS DE LA COMUNIÓN
Cuando hablamos de espiritualidad, hablamos de la acción del
Espíritu en una persona o una comunidad. El Espíritu de Jesús es el
actor fundamental de la vida cristiana y el creyente le responde en
entera libertad con la donación de su vida y la acción de la Palabra.
El Espíritu, dice Pablo, distribuye los dones y carismas a cada uno,
según su voluntad (Cf. 1 Co 12, 11) para conducir a todos hacia el
Padre y permitirles vivir con alegría la experiencia de Jesús.
Hablar pues de “espiritualidad” propia de los ministros de la
comunión es proponer un camino del Espíritu para aquellos
hermanos que entregan su vida al servicio de la comunidad,
aportando la Eucaristía y la atención a los enfermos en nombre de
Jesús. Y pensamos que este camino espiritual se puede vivir con
seriedad si asumimos tres líneas de acción.
A. SEGUIR A JESÚS SIRVIENDO A LOS HERMANOS.
Tal es la primera orientación que deducimos, apoyándonos en el
término antiguo de “acólito”. En efecto, el verbo griego “Seguir”,
está a la base de toda la experiencia ministerial del Acólito. Estos
fueron instituidos en la Iglesia para “seguir” al diácono y subdiácono
en el servicio propia del altar, que es un servicio a Jesucristo,
“proclamado por Dios Sumo Sacerdote a semejanza de
Melquisedec” (Heb. 5, 10).
El seguimiento del Acólito en el ejercicio ministerial es, así, el
seguimiento a Jesús como Señor y Maestro, pero también como
Sumo Sacerdote de los nuevos tiempos. Y no podrá haber un
verdadero “seguimiento” de Jesús como Sacerdote sin una
comprensión seria de lo que significa en el Nuevo Testamento el
seguir al Señor en la vida.
Una ojeada al vocabulario.
El verbo griego “seguir” aparece 90 veces en el Nuevo Testamento,
de las cuales solo 79 pertenecen a los Evangelios (En Mateo 25
veces, en Marcos, 18 veces; en Lucas, 17 veces y en Juan 19 veces)
y 11 veces en el resto de los escritos neotestamentarios (1 en Pablo;
10
4 en Hechos; 6 en Apocalipsis). El más característico de estos
autores es Mateo, porque no solo es quien más veces emplea el
término “seguir” sino porque es el único que le da un sentido
estricto.
En efecto, mientras los demás autores lo usan indistintamente para
el seguimiento a varias personas, Mateo (con una excepción en 9.
19) lo relaciona siempre con la persona y la obra de Jesús. Es una
manera clara de afirmar otra realidad: el discípulo del Evangelio no
puede sino seguir a Jesús en la vida. Dejar de seguirlo es cambiar de
“escuela” y esto es perderse.
La misma excepción de Mateo 9, 19 es orientadora: Jesús y sus
discípulos siguen al Jefe de la sinagoga hasta su casa, para prestar el
servicio de la Vida allí donde ya reina la muerte.
Para este seguimiento es Jesús mismo quien llama, a Mateo el
publicano (9, 19), al joven (19,21) o al que quiera el mismo Señor
para su escuela (8, 22): “Sígueme”.
Por eso “lo siguen” Simón, Andrés, Juan, Santiago (4, 20. 22), Mateo
(8,23), los dos ciegos (9, 27; 20, 34) y muchos otros (12, 15) que
llegan a conformar una “multitud” (4, 25; 8, 1; 9, 9; 14, 13; 19, 2; 20,
29; 26, 58; 27, 55). Todos estos son “Los discípulos del Maestro”, y
a tal punto es central el “seguir” a Jesús que prácticamente este
verbo define la identidad de los discípulos de Jesús: “los que le
siguen” (8,10; 19, 28; 21, 9). Así lo entendieron todos ellos cuando,
en un diálogo íntimo y formativo con el Maestro, le dijeron a Jesús,
como sintetizando su experiencia de vida:
“¡NOSOTROS LO HEMOS DEJADO TODO Y TE HEMOS SEGUIDO!”
(9, 27)
Lo curioso que Mateo queriendo ser claro y explícito en su lenguaje,
no siga y aproveche a Marcos 10, 28 en la manera como el segundo
evangelio propone esta realidad de los discípulos. En efecto, para
Marcos el “dejar” y el “seguir” están expresados en un tiempo
“perfecto”, que indica perfección, acción completa y realizada.
Mateo lo cambia por un “imperfecto”. O ¿Será que Mateo sabe bien
que nuestro seguimiento a Jesús nunca es pleno?
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Es que ya Jesús les había planteado las exigencias del seguimiento
de una manera concreta y precisa (10, 38; 16, 24):
 Negarse a sí mismo
 Amarlo a Él por encima de todo
 Tomar la cruz
 Gastarse al servicio de los hermanos.
Con esta visión rápida de un solo evangelista tenemos ya,
suficientemente, los elementos fundamentales de lo que podríamos
llamar “el camino espiritual” de un Acólito:
a. Conciencia de la vocación recibida del mismo Jesús,
b. Identidad clara de la vida como un seguir a Jesús y
pertenecerle sólo a Él.
c. Compromisos concretos del que se arriesga a seguirlo.
El “Acólito” o ministro de la comunión encontrará aquí una fuente
de agua viva para alimentar constantemente su propia experiencia
espiritual.
EL SEGUIMIENTO DE JESUS EN LA VIDA DIARIA.
El punto anterior nos permite comprender una afirmación central:
El que sigue a Jesús pertenece a su “escuela” como discípulo. Y esto
nos sitúa de lleno en la experiencia de “discipulado”, tan
fundamental hoy para la vida cristiana y ministerial.
Jesús en efecto, aparece en su predicación y en su actividad
apostólica como un maestro, en comparación con los rabinos de la
época (Mt. 4, 23), pero más aún como el único Maestro (Mt. 23, 8),
o el Maestro por excelencia (Mt. 7, 28-29),
Para organizar su “escuela”, en un texto que es una excelente
síntesis (3, 14-15), Marcos nos cuenta que Jesús llama a los que
quiere; y a los que le responden, “los crea” como discípulos. La
mayoría de los traductores vierten al español por “constituir”, con
un estilo de vida que comprende:
Un estar con Él (Mc 3, 14 a), un “seguirlo” (Mc 10, 32; 4, 10), un “ir
en pos o detrás de Él” (Mc 8, 34; 11, 9) lo que implica una cercanía
constante junto a Jesús para conocer y aprender de Él sus criterios

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de vida, su palabra y su enseñanza, su modo de pensar y actuar, sus
costumbres, y llegar con Él a una comunidad de vida espiritual que
marcase indeleblemente su memoria. Tan importante fue esta
experiencia de andar día y noche con Jesús que, más tarde, “sólo
tenían que cerrar sus ojos para contemplar interiormente su
persona viva; incluso, aunque ya no recordasen al pie de la letra sus
palabras, sus dichos habían pasado a ellos en carne y sangre; y aun
cuando se encontrasen en una situación completamente nueva, no
vivida jamás en su convivencia con el Maestro, podían, sin embargo,
decir con inefable seguridad, cómo hubiese reaccionado él en este
preciso caso”.
A esta misma intimidad de vida y de pensamiento está llamado todo
discípulo de Jesús, teniendo como objetivo lograr tal conocimiento
de su Palabra y de sus sentimientos que -en términos de Pablo-
pueda obtener “el pensamiento de Cristo” (1 Co 2, 16).
Un ser enviado a misión con poder (Mc 3, 14-15b). Y esta misión es
concreta: anunciar la Buena Nueva del Reino a los hermanos,
haciéndolo presente en la realidad diaria de cada uno, con palabras
y acciones que comuniquen la salvación de Dios (Mc 6, 12; 16,41;
11,1ss; 14, 12ss).
A tal punto llegaron a ser importantes estos dos aspectos del estilo
de vida del discípulo que “seguir” y “servir” sintetizan la experiencia
en la escuela de Jesús. Marcos lo hace así cuando habla de las
mujeres discípulas, que manifiestan su presencia “mirando de lejos”
en la cruz: “mujeres… que lo seguían y servían cuando estaba en
Galilea” (Mc 15, 40-41). Y lo mismo hace el cuarto Evangelio, para
quien el seguimiento y el servicio de Jesús son, no sólo
fundamentales, sino duraderos: permanecen aún en la gloria del
Padre:
El que ama su vida la pierde; Y el que odia su vida en este mundo,
La guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga.
Y donde yo esté, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirve,
el Padre lo honrará (Jn 12, 25-26).

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Seguir y servir a Jesús se manifiesta, entonces, en una experiencia
diaria de “odiar la vida en este mundo”, frase que en el contexto
semita significa “vivir la lucha de cada día prefiriendo a Jesús, el
Maestro, por encima de todo”. Tal experiencia, con frecuencia, es
dolorosa, encuentra oposición en el mundo de antivalores en que
nos hallamos sumergidos y puede conducir hasta el martirio. Un
martirio que no siempre es físico, pero es capaz de expresarse,
finalmente, en la entrega de la vida humana por Jesús, el valor
central a quien se ama.
Pablo lo entendió muy bien cuando, analizando los valores humanos
que él mismo tenía y en los que sinceramente podía apoyarse para
gloriarse ante los demás, cambió su modo de pensar y, lo que antes
era para él “una ganancia”, pasó a ser una “pérdida” y una “basura”.
En efecto, “juzgo que todo es pérdida ante el sublime conocimiento
de Cristo Jesús, mi Señor” (Fil. 3, 3-12), Es saber perderlo todo por
ganar al TODO que da sentido a la vida.
Los mártires llegaron a ser considerados como aquellos que
realizaban plenamente la Palabra de Jesús y, por seguirlo hasta las
últimas consecuencias, eran capaces de sacrificar su vida. La Palabra
del Evangelio y la persona de Jesús constituían para ellos el centro y
la razón de su existencia. Por eso, entendemos el pensamiento de
san Ignacio de Antioquia, al escribirles a los cristianos de Éfeso,
cuando iba camino al martirio:
Ahora es cuando comienzo a ser un discípulo de Cristo y os puedo
hablar como condiscípulo… Excitad a las fieras para que sean mi
sepulcro y no dejen rastro de mi cuerpo… Cuando el mundo no sepa
ya más de mi cuerpo, entonces seré yo un verdadero discípulo de
Jesús (A los Efesios 3, 1).
Es que Ignacio era de la escuela y la experiencia de Juan y el libro del
Apocalipsis había ya descrito a los discípulos de Jesús como “los
seguidores de su propia vida y estilo”:
Había un Cordero … y con Él ciento cuarenta y cuatro mil, que
llevaban escrito en la frente el nombre del Cordero y el nombre de
su Padre … Cantan un cántico nuevo … Estos son los que no se

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mancharon con mujeres, pues son vírgenes. Estos siguen al Cordero
donde quiera que vaya, y han sido rescatados de entre los hombres
como primicias para Dios y para el Cordero, no tienen tacha (Ap. 14,
1-5).
También aquí, un ministro de la comunión puede “mirarse al espejo
de la Palabra” y encontrar continuamente una exigencia de cambio
y un apoyo en el camino para tratar de vivir con alegría su realidad
de “seguidor de Jesús.”
EL SERVICIO A LOS HERMANOS POR AMOR A JESÚS.
De los dos aspectos que vimos sintetizan la experiencia de un
discípulo en la escuela de Jesús, el servicio tiene unas connotaciones
especiales:
Los discípulos de los rabinos estaban obligados a prestar a su
maestro todos los servicios necesarios, excepción hecha de obras
propiamente serviles, que no se podía exigir de ningún compatriota
y eran propias de esclavos.
Entre estas estaba el desatar la correa de las sandalias, dado que el
contacto con el polvo y la suciedad del mundo de la calle, los volvía
ritualmente impuros.
Los discípulos, eso sí, debían prestar al maestro el servicio del agua
para lavar los pies y las manos antes de ir a la mesa. De esta manera
estaba él purificado de todo contacto impuro y podía comer con
alabanza el alimento que el Señor le daba. Un anfitrión que, con su
huésped tuviera estos detalles propios de discípulo, era una persona
especial y digna de alabanza (Cf. Lc 7, 44).
En este contexto histórico entendemos mejor la acción que narra
Juan en el capítulo 13 y la enseñanza práctica del Maestro a sus
discípulos:
La acción: Es el momento central, que Juan llama “la Hora” de la
Pascua y del amor (Juan 13, 1-2). Y en ella se da una conciencia
fundamental: “sabía Jesús que el Padre le había puesto todo en sus
manos y que había salido de Dios y a Dios volvía”. (13, 3).
Entonces se puso a lavar los pies a sus discípulos a acercárselos con
la toalla con que estaba ceñido”. (13, 5).
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Este gesto debió significar para todos los suyos una ruptura con
todas las concepciones corrientes de su cultura y fácil comprender
la reacción de Pedro (Juan 13, 6-10), Pero Jesús lo hace porque la
visión que Él tiene de su misión es concreta: “No he venido a ser
servido sino a servir y a dar la vida como rescate por muchos” (Mc
10, 45).
La enseñanza. Vuelto a la mesa, el Maestro reasume su lugar
principal e interpreta el signo, proponiendo a los discípulos toda una
tarea para el futuro:
¿Comprende lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman el
“Maestro” y el “Señor” y dicen bien, porque lo soy. Pues si Yo, el
Señor y el Maestro, le ha lavado los pies, ustedes también deberán
lavar los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo para que
también ustedes hagan como Yo he hecho con ustedes. En verdad,
en verdad les digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado
más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos serán si lo cumplen
(13, 12-17)
Pocas veces encuentra uno en el Evangelio una acción simbólica y
una enseñanza subsiguiente de parte del mismo Jesús (Cf Mc 9, 33-
37M 11, 12ss). El evangelista Lucas sitúa también –como el cuarto
Evangelio- y en el contexto de la Cena de despedida, la misma
enseñanza de Jesús sobre el servicio (Lc 22, 24-27), pero suprime la
acción simbólica. De él podemos agregar un elemento más:
¿Quién es el mayor: el que está a la mesa o el que sirve?
¿No es el que está a la mesa?¡Pues yo estoy en medio de ustedes
como el que sirve! (Lc. 22, 27).
Esta integración, pues, entre la autoridad y el servicio, contemplada
y vivida en el Maestro, se vuelve criterio de vida y exigencia de
acción para sus discípulos. En adelante, el que quiera ejercer el
puesto de autoridad dentro de la comunidad, deberá tomar la
actitud de esclavo, propia de Jesús y –a ejemplo de El- ponerse
plenamente al servicio de los hermanos por amor a Jesús.
Así lo entendieron, sobre todo, la comunidad de Lucas y el mismo
Pablo, al llamar “servicio” a todo ejercicio de responsabilidad dentro
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de la comunidad eclesial. El término es usado 9 veces en Lucas (una
en el Evangelio y ocho en los Hechos y 22 en Pablo, en tanto que
solo aparece una vez en el Apocalipsis (2, 19). Uno lo traducen como
“servicio”, otros como “ministerio” y si la palabra diácono viene
precisamente de este contexto de responsabilidad apostólica
dentro de una comunidad, nos ayudará mucho a ampliar el sentido
de la palabra griega para comprender mejor el sentido bíblico de
cualquier “ministerio”.
Ministerio o servicio es llamado, entre otros:
El trabajo de los apóstoles en continuidad con la misión de Jesús
(Hch 1, 17-25). Un poco más adelante es llamado también
“ministerio de la Palabra” (Hch 5, 4).
La actividad evangelizadora de Bernabé y Pablo (Hch. 12, 25).
El trabajo propio de Pablo a favor de los paganos, que él sintetiza
como “dar testimonio del Evangelio del amor de Dios” (Hch 20, 24M
21, 29; Rom. 1, 13).
La dedicación de la familia de Estéfanas al cuidado de los hermanos
(1Cor 16, 5) o la responsabilidad entregada a Arquito (Col 4, 17).
Ese ministerio o servicio es muy variado:
Puede ser el ministerio de los Apóstoles (Hch 1, 25), el ministerio de
la Palabra /Hch 5, 3), el ministerio de la reconciliación (2Cor 5, 18).
Puede ser también, la atención diaria a los hermanos más pobres
(Hch 6, 1), o la colecta a favor de las comunidades de Judea que
sufren la crisis económica (Hch 11, 29; Rom 15, 31; 2 Co 8, 4; 9, 12.
13).
El ministerio o servicio tiene como dos polos de expresión.
Frente a Dios es una liturgia, que le rinde culto y alabanza (2 Co 8,
4; 9, 1. 12. 13)
Frente a los hermanos es un “servicio de los santos”, es decir, a los
hermanos de la comunidad (1Cor 16, 15; 2 Co 8, 4).
Y lo más bello de todo en la comprensión teológica del asunto para
Pablo, el ministerio del Nuevo Testamento es bien distinto y
superior al Antiguo Testamento. En 2Cor 3, 7-9 hace una
17
contraposición entre ambos y afirma la riqueza del ministerio del
Nuevo Testamento al llamarlo: Ministerio del Espíritu… ministerio
de salvación (justicia).
Un ministro de la comunión que estudie toda esta riqueza de la
Palabra comprenderá y vivirá mejor lo que, con Pablo, hemos
llamado “Tesoro en vasos de barro” (Cf. 2 Co 4, 7), Se necesita, en
efecto, adquirir plena conciencia de las riquezas del ministerio
recibido (“misericordiosamente revestidos de este ministerio”: 2Co
4, 1), pero asumir también la realidad de nuestra debilidad y nuestro
pecado (“llevamos este tesoro en vasos de barro, para que aparezca
que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no nuestra: 2Cor 4,
7). En este juego de contrastes (conciencia del tesoro que llevamos
y del barro que somos se edifica todo ministerio y permite lograr
una identidad precisa: “Predicamos a Cristo Jesús como Señor, y a
nosotros como siervos de ustedes por amor a Jesús” (2Cor 4, 5).

18
TEMA III
EL SERVICIO AL CUERPO EUCARÍSTICO DEL SEÑOR
Y AL CUERPO ECLESIAL
EL SERVICIO AL CUERPO EUCARISTICO DEL SEÑOR.
El tema anterior nos ofrece una síntesis sobre el sentido del
“servicio” en el Nuevo Testamento. Será ahora más sencillo
comprender dos aspectos de este servicio en el ejercicio del
Acolitado o de los ministros extraordinarios de la comunión. El
Nuevo Ritual nos habla de un ministerio a favor del Cuerpo
Eucarístico y del Cuerpo Eclesial del Señor. La Eucaristía y la Iglesia.
El Sacramento del Pan y el Sacramento de la Comunidad. Ellos son
Cristo que se prolonga y actualiza en la historia, haciendo salvación.
Y a ellos sirve el ministro con la entrega de su vida.
¿De qué manera el servicio al Cuerpo Eucarístico del Señor es fuente
de vida espiritual?
IDENTIFICACIÓN CON EL SACRAMENTO.
La homilía que sugiere el rito de la institución de un Acólito es la
síntesis de lo que la Iglesia piensa y desea para una espiritualidad
madura del que asume este ministerio. Allí se le dice al Acólito:
Participarás de modo peculiar … en la Eucaristía .. Ya que vas a ser
destinado de un modo especial al ministerio eucarístico, deberás
vivir desde ahora más íntimamente unido y más perfectamente
identificado con el sacrificio del Señor.
Unidad e identificación, pues, con el sacramento para un mejor
servicio a los hermanos. Y unirse a Jesús es llegar a tomar con Él un
solo Cuerpo, pero identificarse con Él es tener los mismos
sentimientos que Jesús tuvo al entregarse y morir por nosotros en
la cruz.
Esto plantea todo un esfuerzo y un proceso de asimilación con la
realidad del Señor que se hace para nosotros Pan para ser comido y
Eucaristía perfecta para la gloria y alabanza del Padre. El ministro
que, a la luz de esta realidad teológica, va haciendo de su vida un
Pan universal al servicio de los hermanos y una alabanza continua

19
por lo que hace y vive, va trabajando, al mismo tiempo, en valores
cristianos fundamentales; el servicio, la generosidad, la entrega, el
sacrificio, el amor y la acción de gracias. Todos ellos se vuelven
fuentes de vida espiritual para quien quiere ser ministro de la
Eucaristía en medio de una comunidad creyente.
SUMISIÓN AL ESPÍRITU DE JESÚS.
Pero esta identificación con Jesús-Eucaristía no se puede llevar a
cabo sin una hacinan concreta del Espíritu que todo lo asume y lo
transforma. Y la meditación del misterio eucarístico que frente al
Acólito o ministro extraordinario de la comunión, se realiza en la
celebración es la que le permite al ministro trasladar a su propia vida
lo que él ve hacer a Dios.
En efecto, el pan y el vino que la comunidad aporta para el sacrificio,
no se transforman en el Cuerpo y la Sangre de Cristo sin una
invocación y una acción creadora del Espíritu Santo. Por la
imposición de manos sobre las ofrendas y la palabra del que preside
la celebración, este Espíritu desciende y con su fuerza creadora
convierte el pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Cristo, “Cuerpo
entregado y Sangre derramada por los hombres para el perdón de
los pecados”.
Así también el ministro va tomando conciencia de que su propia
vida, hecha ofrenda diaria a Dios, no podrá ser transformada
plenamente sino por una acción novedosa en él del Espíritu de
Jesús, que va creando al “hombre nuevo” para el servicio de los
hermanos. Por eso, su oración se hace, con frecuencia una
verdadera “Epíclesis”: invocación al Espíritu para que tome posesión
de su vida y la vuelva continuación de la vida de Jesús que se hace
Pan de Vida para todos.
De esta manera, el servicio permanente al Cuerpo Eucarístico del
Señor se va volviendo exigencia de vida, y testimonio de una
existencia al servicio de la Vida eterna hecha Pan para todos.
MINISTRO QUE SE HACE EUCARISTÍA.
El ejercicio del ministerio, vivido serenamente al servicio de los
hermanos y fuente de contemplación en medio de la simplicidad de
20
los signos y de los hechos, va transformando lentamente la persona
del ministro … Y así, el contacto con la Eucaristía y su repartición a
los hermanos, el llevarla frecuentemente a los enfermos por las
calles del pueblo o de la ciudad, o por las laderas de las montañas,
siempre en una actitud de respeto y oración, va permitiendo al
ministro identificarse con la misma Eucaristía que lleva.
El ministro vive la Eucaristía, la ama y la reparte con gusto a los
hermanos de la comunidad. Va adquiriendo lo que el Ritual llama un
“espíritu eucarístico”, que se expresa no solamente en que le guste
estar en oración delante del Sacramento sino también en que se
vaya identificando con la Eucaristía y vaya haciendo de su propia
vida una Acción de Gracias continua y una ofrenda o don al servicio
de los hermanos.
Por eso, el ministro debe aprender a reconocer en todos los
acontecimientos, situaciones y personas que tienen relación con su
vida, rastros de la presencia y la misericordia del Señor y debe “ser
agradecido”, como enseña Pablo (Col 3, 16), es decir, hacer de su
vida una continua acción de gracias.
Pero también el ministro tiene que ir asumiendo, -así sea con dolor
y sufrimiento, pero siempre con valentía y ganas- que su vida toda
es una ofrenda y como un regalo “entregado” a los hermanos para
su propia liberación y realización. Lo importante de un regalo es su
gratuidad y su entrega, cualquiera sea el uso que de él haga quien
lo reciba. Lo mismo acontece con la vida del ministro, hecha don y
Eucaristía a favor de los hermanos.
EL SERVICIO AL CUERPO ECLESIAL DEL SEÑOR.
Por ser la Iglesia el Cuerpo de Cristo (Cf 1 Co 12, 27), el acólito o
ministro extraordinario de la eucaristía, se hace, al mismo tiempo,
servidor del Cuerpo Eclesial del Señor. Y este servicio, gozosamente
vivido, se hace también fuente de vida espiritual.
UN SOLO PAN, UN SOLO CUERPO.
Escribiéndoles a los hermanos de Corinto, Pablo reflexionaba sobre
la experiencia eucarística de todos los creyentes, y dedujo una
realidad misteriosa. “Aun siendo muchos, un solo cuerpo somos,
21
pues todos participamos de un solo pan” (1 Co 10, 16-17). Y este pan
es Jesús. Ofrecido y compartido por todos, es Pan de Vida eterna
que a todos vivifica y fortalece, pero también que a todos une en la
realidad de un solo Cuerpo.
Por eso, el ministro de la Eucaristía debe crecer en la conciencia y
en la experiencia de que, si participa con los hermanos en un solo
Pan, forma también con ellos un solo cuerpo. Pro, más aún, si él
mismo es el servidor que reparte a los hermanos este Pan de Vida,
debe -como ninguno- ser servidor de la unidad y constructor de
comunión entre los hermanos. Ilógico e incomprensible sería que,
al mismo tiempo, fuera causa de división o de tensiones entre los
hermanos.
El ministro extraordinario de la comunión, por lo mismo, tiene que
ser una persona que va descubriendo la responsabilidad y la tarea
de construir la Iglesia Local y se va volviendo él mismo servidor de
la comunión y de la fraternidad, con su palabra y sus obras, con su
entrega y amor. Presionado por la Eucaristía que lleva y reparte,
sabe que no puede sino repartir unidad y sentirse el mismo en
comunión con los dolores y sufrimientos de sus hermanos, con las
alegrías y anhelos de los que, con él, conocen y aman a Jesucristo.
CON AMOR SINCERO AL CUERPO DE CRISTO.
El contacto continuo con el Cuerpo de Cristo, hecho Eucaristía, pero
también en Iglesia en una comunidad concreta, va acrecentando, al
mismo tiempo, el amor y la entrega al servicio de los hermanos, a
ejemplo de Cristo.
Pablo mismo así lo fue entendiendo y en la carta a los Efesios nos
ofrece una reflexión teológica que fundamenta y exige nuestra
donación a favor de la Iglesia. Contemplando la vida de Cristo, llega
a decir: Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para
santificarla… y presentársela resplandeciente a sí mismo… La ama y
la cuida con cariño. (Ef. 5, 26. 27. 29).
Esto mismo es lo que debe hacer un esposo con su esposa; pero,
igualmente, alguien que, intentando continuar y completar la vida
de Jesús, se entrega al servicio de la comunidad, Esposa y Cuerpo de
22
Cristo. Por eso, un ministro extraordinario de la Eucaristía debe
crecer en el amor y en la entrega a favor de la comunidad; debe
gastarse por ella para “santificarla”, debe cuidarla con cariño para
transformarla.
Sus hermanos pueden sentir y descubrir en él un amor personal y
un cuidado especial porque no sólo les sirve con alegría el Cuerpo
Eucarístico de Cristo, sino que se gasta por ellos como Cuerpo
Eclesial del Señor.
Y MISERICORDIA ENTRAÑABLE CON LOS ENFERMOS.
Por algo, la Iglesia le ha pedido siempre a los Acólitos y Ministros
Extraordinario de la Comunión que se preocupen por visitar y
atender a los enfermos de la comunidad, llevándoles el regalo de la
Comunión Eucarística. Este ministerio se renueva hoy y lo que se
espera de un ministro es la experiencia gozosa de ser “portador de
Cristo”, que lleva paz, salud, y Vida a los hermanos más necesitados
de la comunidad.
Para realizarlo, nada mejor que contemplar a Jesús en su actitud con
los enfermos y tratar de aprender sus sentimientos.
Jesús debió tener una atracción especial y una actitud de acogida,
de ternura y amor, pues Marcos gusta de narrar las veces que
acudían a Él y le presentaban los hermanos enfermos para que Él los
sanara: A la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos… La
ciudad entera estaba agolpada a la puerta… Jesús curó a muchos
que se encontraban mal de diversas enfermedades… (Mc 1, 32-34).
Le siguió una gran muchedumbre… Entonces, a causa de la multitud,
dijo a los discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que
no le aplastaran. Pues curó a muchos de suerte que cuantos
padecían dolencias se le echaban encima para tocarle… (Mc 3, 7-
12). Jesús, por su parte se compadece de los enfermos (Mc 1, 41),
se acerca a ellos y la toma de la mano (Mc 1, 31.41; 7, 33), se aparta
del barullo para escucharlos y compartir un poco con ellos (Mc 7,
33; 8, 23), les pregunta: “¿Qué quieren que haga?” (Mc 10, 51) y los
sana con amor, les perdona los pecados y los sitúa al servicio de la
comunidad (Cf Mc 10, 52; 5, 19; 1, 31).
23
Mateo agrega que toda esta actividad salvadora de Jesús es
realización del oráculo de Isaías sobre el Siervo de Yahvé, (Is. 53, 4).
Sólo que del texto hebreo del profeta a la cita del evangelista hay
todo un cambio en la persona del Siervo, realizada por Jesús.
Mientras en Isaías, el Siervo es una persona enferma y sufriente, en
Mateo, Jesús es una persona fuerte y sana. El texto griego de Mateo
dice que Jesús “se leva nuestras flaquezas y carga con nuestras
enfermedades” (8, 17). Es, pues, Jesús, el Siervo de Yahvé, en su
dimensión pascual, un Siervo victorioso y fuerte que es capaz de
sanar totalmente la enfermedad y debilidad el hombre. Por eso, su
presencia aporta seguridad y paz en medio de la inseguridad y la
angustia que domina al enfermo.
Esto es lo que aprende un ministro extraordinario de la comunión y
trata de vivirlo cuando, con el deseo de continuar y completar a
Jesús en la historia de los hombres, visita a los hermanos enfermos
y les lleva el servicio del amor, la oración y la Eucaristía.
Su presencia ante los enfermos tiene que darles seguridad y él debe
ser sacramento de Jesús Salvador. Su palabra ha de ser de apoyo,
de consuelo y de fortaleza. Sus actitudes, testimonio de amor y
cercanía que aseguran al enfermo la misericordia de Jesús con los
más necesitados.
Concluyamos con un texto bello, pero duro, de san Vicente de Paúl
sobre el servicio a los más pobres. Va dirigido a sus hermanos de la
Caridad, pero podemos aplicarlo a los enfermos.
Pronto verás que la caridad pesa más que el caldero de la sopa y el
cesto del pan… Pero conserva tu dulzura y tu sonrisa. No todo
consiste en dar el caldo y el pan, eso pueden hacerlo los ricos. Tú eres
la pobre sierva de los pobres, la sierva de la Caridad, siempre
sonriente y de buen humor. Los pobres son tus amos, amos
terriblemente susceptibles y exigentes; así que cuanto más feos y
sucios sean, cuanto más groseros te parezcan, tanto más amor
deberás darles... Sólo por tu amor te perdonarán los pobres el pan
que les des.

24
TEMA IV
ESPIRITUALIDAD DE LOS MECs
PARTICIPAR DE LA MISIÓN MESIÁNICA DE JESÚS.
Isaías. 49, 3.5.6. “Me dijo: "Tú eres mi siervo, Israel, y estoy orgulloso
de ti".
Escuchad ahora lo que dice el Señor, que ya en el vientre me formó
como siervo suyo, para que le trajese a Jacob y le congregase a
Israel. Yo soy valioso para el Señor, y en Dios se halla mi fuerza. Él
dice: "No sólo eres mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y
traer a los supervivientes de Israel, sino que te convierto en luz de
las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la
tierra".
Juan 1, 29-34. Al día siguiente, Juan vio a Jesús que se acercaba a él,
y dijo: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. A
éste me refería yo cuando dije: "Detrás de mí viene uno que es
superior a mí, porque él ya existía antes que yo". Ni yo mismo sabía
quién era, pero Dios me encomendó bautizar precisamente para que
él tenga ocasión de darse a conocer a Israel. Y Juan prosiguió: He
visto que el Espíritu bajaba del cielo como una paloma y permanecía
sobre él. Ni yo mismo sabía quién era, pero el que me envió a
bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre quien veas que baja el
Espíritu y permanece sobre él, ése es quien ha de bautizar con
Espíritu Santo". Y puesto que lo he visto, testifico que éste es el Hijo
de Dios."
Los textos elegidos para esta reflexión evocan la vida pública de
Jesús, el Mesías. Quieren mostrarnos cuál es la naturaleza y el
significado del ministerio mesiánico que Jesús desplegó en su vida
pública. Y nos ofrecen algunos rasgos de este ministerio. Vamos a
aproximarnos a ellos. No por un simple sentimiento de curiosidad
contemplativa. A los creyentes de hoy nos importa mucho saber
cómo entendió Jesús su misión de Mesías y como la vivió. Porque a
nosotros nos corresponde prolongar y actualizar en nuestra vida
concreta la tarea mesiánica de Jesús.

25
La palabra mesianismo tiene mala prensa. Cuando decimos que
alguien es mesiánico, pensamos en un iluminado fanático, que se
cree superior a todos, investido de una misión histórica y dispuesto
a utilizar cualquier medio para realizarla.
No es así el Mesías de Dios. Es ilustrativo que al retratar al Mesías,
la liturgia de hoy, traiga a colación uno de los textos del Antiguo
Testamento que nos describen al Siervo de Yahvé esperado por
Israel. El Siervo de Yahvé sería un personaje fiel y dócil y entregado
a Dios, tendría la misión de aproximar el pueblo pecador y rebelde
de Israel a Yahvé su Dios. Más aún: se esperaba de él que acercara
al Señor a todos los pueblos de la tierra. Pero el Siervo no iba a
hacerlo de manera fulgurante y violenta, sino mansa, humilde,
paciente y pacífica. No iba a forzar, -sino a invitar. Como todo
pacificador saldría trasquilado. Caería sobre él la ira y el desprecio
de la gente. Dios, mismo parecería que, en vez de intervenir
milagrosamente, le abandonaría. Pero no: Dios estaba con él. Sus
sufrimientos no serían inútiles. Dios tendría muy en cuenta el amor
manso y abnegado de este siervo para atraer a sí a todas las
naciones de la tierra.
Jesús en su vida pública se identificó con este riquísimo
personaje del Antiguo Testamento. Concibió y vivió su misión
mesiánica en términos de Siervo de Yahvé. Él se sintió el Siervo de
Yahvé. Quienes tenemos el encargo de prolongar al Mesías en
nuestra vida (y este encargo afecta a todos los cristianos) hemos de
saber que nos va a pasar lo que a Jesús Siervo de Yahvé. Hemos de
adoptar las mismas actitudes y comportamientos de Jesús Siervo de
Yahvé.
Si queremos reproducir nuestra vocación mesiánica, la primera
condición será la paciencia. La misión de padre de familia, la tarea
profesional, la responsabilidad de un sacerdote, o la de un
catequista, celebrador o la de cualquier comité de salud, o de otros
servicios en la comunidad, la de un educador necesitarán una buena
dosis de paciencia. Las cosas avanzan poco y a veces lo hacen
imperceptiblemente. Como el Siervo de Yahvé, como Jesús,
tendremos que ejercitar la paciencia. Tendremos que controlar
26
nuestras impaciencias. Tendremos que ser mansos con las personas
que obstaculizan la mejora de la realidad.
La segunda condición necesaria para reproducir el mesianismo de
Jesús es el sufrimiento en nuestra propia carne. Ningún
alumbramiento es indoloro. Lo propio del Mesías no es la violencia
que hace sufrir a los demás. Su vocación consiste en sufrir de parte
de los demás. Si quieres mejorar las cosas encontraremos gente que
se opongan, heriremos intereses o costumbres. Interpretarán mal
nuestras actividades e intenciones. Nos llamarán protagonistas,
dictadores, fanáticos, hipócritas o aprovechados. Nadie educa sin
sufrir. Nadie transforma sin sufrir. Aprender a sufrir mansamente
sin agresividad ni resentimiento es propio de los seguidores del
Mesías.
La tercera condición de los que deseamos prolongar la misión
mesiánica de Jesús es una cierta soledad, incluso por parte de Dios.
Cuando queremos mejorar las cosas porque Jesús así nos lo pide,
parecería que Dios tendría que volcarse más. Tendríamos que ver
más palpablemente su ayuda y los efectos de su gracia en nuestro
trabajo. Dios generalmente se calla. Está ahí, pero silencioso. Como
estuvo en la Cruz de Jesús. No nos abandona, pero habitualmente
"no nos saca las castañas del fuego". Dios no quiere ser paternalista,
sino padre de hijos adultos.
Pero hay una cuarta condición que no falla nunca. Dios está
presente en nuestra vida y trabajo a través de su Espíritu. El Bautista
vio cómo el Espíritu Santo descendía sobre Jesús en el Bautismo, lo
impregnaba "hasta los bronquios" y lo conducía. Esto nos sucede
también a los que en nombre de Jesús queremos prestar un servicio
en la familia, en la parroquia, en la sociedad. Aquellos creyentes,
que están animados por estos nobles ideales saben que es verdad
lo que digo: el consuelo, la fuerza, la proximidad del Espíritu es una
vivencia que ellos conocen bien.
Los candidatos a ministros extraordinarios de la Eucaristía deberían
vivamente reflejar estas cuatro características hasta el punto de que
fueran carne de sud carne y sangre de su sangre. El ministerio que

27
recibirán, como encargo de la Iglesia, es una participación en la
misión mesiánica de Jesucristo. La Iglesia les confía lo más precioso
que tiene: la Eucaristía. La distribuirán en el templo y la llevarán a
los enfermos. "Tratádmelo bien: es Hijo de buen Padre" decía San
Juan de Ávila a los sacerdotes. Háganlo también ustedes así. Den
testimonio con su conducta de que sus manos no son indignas de
realizar este servicio. Que la comunidad se acerque confiadamente
a ustedes a la hora de comulgar o de pedir la comunión para un
enfermo de su casa.
Este compromiso que asumen afiance en todos los deseos de
colaborar con el Mesías y, especialmente en ustedes, la disposición
a servir a la comunidad el alimento del Cuerpo y la Sangre del Señor
y el testimonio de su entrega abnegada.

28
TEMA V
LA EUCARISTIA ALIMENTO Y CENTRO DE NUESTRA FE.
La Eucaristía, constituye la fuente y cima de la vida cristiana. Es el
centro de la vida de fe y de la vida de la Iglesia. A través de la
Eucaristía hacemos memoria de la muerte y resurrección de nuestro
Señor Jesucristo, dando gracias a Dios y conmemorando la Última
Cena de Jesús con sus discípulos. La Eucaristía es el alimento que el
Señor dejó para sus discípulos. A través de ella nos encontramos con
el mismo Jesús, presente en el pan y en el vino, y nos hacemos
comunidad en su Nombre. Por la Eucaristía entramos en comunión
con el Señor y somos llamados a vivir en comunión con los demás,
en la comunidad de la Iglesia, cuerpo místico de Jesús.

En la fracción del pan eucarístico, participando realmente del cuerpo


del Señor, nos elevamos a una comunión con Él y entre nosotros
mismos. Puesto que hay un solo pan, aunque somos muchos
formamos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan
(1Cor. 10, 17). Así todos nosotros quedamos hechos miembros de su
EnCuerpo (1Cor 12,27),
la Eucaristía pero cada
celebramos conuno es miembro
alegría y gozo de
la otro (Rom. real
presencia 12,5)de
Lumen
Jesús Gentium 7 bajo los signos de pan y vino transformados en
Resucitado
alimento para nuestra vida de fe y para nuestro compromiso con el
Reino.
La Eucaristía, como centro de nuestra vida cristiana, nos recuerda el
mandato recibido del Señor: “hagan esto en memoria mía” (Lc.
22,19). Jesús antes de morir comparte la cena con sus discípulos
como gesto de comunión e intimidad con ellos, como anticipo del
Reino prometido a sus seguidores. Al cenar con sus discípulos las
vísperas de su pasión, Jesús instituye la Nueva Alianza, que como la
Antigua Alianza, celebrada entre Dios y el pueblo de Israel, sería
sellada con la sangre. Pero a diferencia de los antiguos ritos, que
utilizaban la figura del cordero como víctima del sacrificio pascual y
rubricaban el pacto con la sangre, en la Nueva Alianza el mismo
Jesús asumirá su misión de dar la vida por los demás y sella con su
propia sangre el pacto definitivo de Dios con la humanidad.

29
La Eucaristía es:
 Sacrificio, que actualiza el sacrificio de Jesús y su muerte en la
cruz.
 Memoria viva de su pasión, muerte y resurrección.
 Comida sagrada de comunión entre Dios y su pueblo.
 El nombre del Sacramento.
El catecismo de la Iglesia Católica sobre el nombre nos dice:
“La riqueza inagotable de este sacramento se expresa mediante los
distintos nombres que se le da. Cada uno de estos nombres evoca
algunos de sus aspectos. Se le llama Eucaristía porque es acción de
gracias a Dios. Las palabras eucharistein; Lc 22,19; 1Cor. 11, 24; y
eulogein; Mt. 26, 26; Mc. 14,22; recuerdan las bendiciones judías
que proclamaban -sobre todo durante la comida- las obras de Dios:
la Creación, la redención y la santificación. (C.I.C. 1328)
El Nuevo Testamento contiene también otras expresiones para
hacer referencia a este sacramento; el Catecismo de la Iglesia
Católica nos los pone de esta manera: Banquete del Señor; Cf. 1Cor.
11, 20, porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus
discípulos la víspera de su pasión, y de la anticipación del banquete
del Cordero, Cf. Ap. 19, 9, en la Jerusalén Celestial
Fracción del pan porque este rito, propio del banquete judío, fue
utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza
de familia, Cf. Mt. 14, 19.15, 36; Mc. 8, 6. 19, sobre todo en la última
Cena Cf. Mt. 26, 26; 1Cor. 11, 24. En este gesto los discípulos lo
reconocerán después de su resurrección, Lc. 24, 13-35, y con esta
expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas
eucarísticas Cf. Hech.2, 42-46; 20, 7.11. Con él se quiere significar
que todos los que comen de este último pan, partido, que es Cristo,
entra en comunión con Él y forma un solo cuerpo en Él. Cf. 1Cor. 10,
16-17. (C.I.C. No. 1329).
Memorial de la pasión y de la resurrección del Señor. Santo
Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e
incluye la ofrenda de la Iglesia; o también santo sacrificio de la Misa.
“sacrificio de alabanza”: Hech. 13, 15; Cf. Sal 116, 13.7, Sacrificio
30
espiritual Cf. 1Pe 2,5, sacrificio puro Cf. Mi, 1,11, y santo, puesto que
completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza. (C.I.C.
No. 1330)
Comunión, porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos
hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo
cuerpo Cf. 1Cor. 10, 16-17. (C.I.C. No. 1331)
Santa Misa porque la Liturgia en la que se realiza el misterio de
salvación se termina con el envío de los fieles (missio) a fin de que
cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana.
Missio, es una palabra latina que significa misión y de donde viene
la palabra Misa. Este término se utiliza en la Iglesia de occidente a
partir del siglo IV. Era usado para despedir a los catecúmenos antes
de la Eucaristía en los primeros siglos de la Iglesia (mientras fue
fuerte la institución del catecumenado). Luego paso a designar toda
la celebración.
En resumen, los nombres de este sacramento son:
1. Eucaristía porque es acción de gracias a Dios.
2. Banquete del Señor porque es una última cena.
3. Fracción del pan porque Jesús partió el pan después de
bendecirlo.
4. Memorial de la pasión y resurrección del Señor.
5. Comunión ya que por este sacramento entramos en
comunión con Cristo.
Historia del rito.
El sacramento de la Eucaristía tiene sólidos fundamentos bíblicos y
fue instituida por el mismo Jesús en la noche anterior a su muerte
mientras celebraba su Última Cena con los discípulos.
El pueblo judío conmemoraba la Alianza con Yahvé a través de la
Cena Pascual. Este banquete ritual, en un ambiente de oración,
acción de gracias y fiesta, era la celebración más importante de la fe
judía. Hacía memoria de la gesta liberadora del Éxodo, en la cual el
Dios de la Vida había conducido al pueblo a la libertad y a la tierra
prometida.

31
La Cena Pascual congregaba a la familia y se recordaba, a través de
una serie de gestos y oraciones, la noche de la liberación. También
se celebraba la promesa de salvación futura, a semejanza de la
salvación acaecida en Egipto.
El ritual consistía en varios pasos y lo presidía el jefe de familia. Se
compartía el pan, se pronunciaba la bendición, se compartía la
comida y se daba gracias. Durante la cena se bendecían y
compartían cuatro copas de vino y el pan, de los cuales todos
participaban.
En Nuevo Testamento nos relata también varias escenas de Jesús
compartiendo comidas, con sus discípulos, con los pecadores, con
la gente. La actitud de Jesús de compartir la mesa con estas
personas era criticada por los maestros de la ley y los fariseos.
Los cuatro evangelistas nos relatan la última Cena de Jesús con sus
apóstoles, (ver Mc. 14, 12-25; Mt. 26, 17-29; Lc. 22, 14-38; Jn. 13,
1ss.). En los tres hipnóticos Jesús instituye la Eucaristía a través del
gesto del pan y el vino compartido acompañado de sus palabras:
Esto es mi cuerpo el que es entregado por ustedes. Hagan esto en
memoria mía… Esta copa es mi Alianza Nueva sellada con mi sangre,
que va hacer derramada por ustedes”. Lc 22, 19-20. El relato de la
institución de la Eucaristía también lo encontramos en la primera
carta de Pablo a los Corintios (1Cor. 11, 23-26), en la cual el apóstol
nos relata la tradición que ha recibido y a su vez transmitido, en
fidelidad al Señor.
Yo recibí esta tradición del Señor que, a mi vez les he
transmitido: Que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado,
tomó el pan, y después de dar gracias lo partió, diciendo: “Este es
mi cuerpo, roto por ustedes; hagan esto en memoria mía.” De la
misma manera, tomando la copa después de haber cenado, dijo:
Esta es la Nueva Alianza, en mi sangre. Siempre que beban de ella,
háganlo en memoria mía”.
Así, pues, cada vez que comen de este pan y beben de la
copa, están proclamando la muerte del Señor hasta que venga”
1Cor. 11, 23-26.
32
Sabemos que las primeras comunidades incorporaron a su vida la
celebración y memoria del sacrificio de Jesús, a través de la fracción
del pan, como nos lo describen los sumarios de la vida de la primera
comunidad presentes en el libro de los hechos (Hech. 2, 42.46).
También encontramos en los relatos evangélicos algunos
encuentros de Jesús Resucitado con sus discípulos compartiendo la
comida. El encuentro con los discípulos de Emaús (Lc. 24, 13-35), el
encuentro con los once en Jerusalén (Lc. 24, 36-43), el encuentro
con los discípulos a orillas del lago (Jn 21, 1-23).

33
TEMA VI
LA IMPORTANCIA DEL MINISTERIO DE LA EUCARISTIA
PRIMERA PARTE
EL PAPEL DEL LAICO EN EL MUNDO DE HOY.
Es imposible hablar sobre la importancia del Ministerio
Extraordinario de la Sagrada Comunión sin referirnos a un
presupuesto, estimo básico: “El rol del laico en la sociedad de hoy”
porque de eso se trata hermanos ministros, somos ante todo laicos
(no cuasi curas), laicos comprometidos con el mundo y con la iglesia
de hoy. El proceso de la Nueva Evangelización que se está dando,
requiere que los laicos pongamos en marcha todo un plan de acción
como agentes de cambio, en nuestro país y en nuestras
comunidades.
En la Exhortación Apostólica Ecclesia in América, se asienta
claramente que esto solo se da, cuando el laico, consciente de su
dignidad de bautizado junto con sus pastores, estiman
profundamente su testimonio y su acción evangelizadora,
integrados en el Pueblo de Dios, con espíritu de comunión para
conducir a sus hermanos al “encuentro con Jesucristo vivo”.
¿No somos muchas veces agentes del Jesús de la tumba de
Getsemaní? La renovación de la Iglesia en América no será posible
sin la presencia activa de los laicos, por eso, en gran parte recae en
ellos la responsabilidad del futuro de la Iglesia. (n. 44).
La presencia y misión de los laicos en el mundo, se realiza de modo
especial en la diversidad de carismas y ministerios que posee para
aplicarlos en el orden temporal.
La secularidad es la nota característica y propia del laico y de su
espiritualidad que lo lleva a actuar en la vida familiar, social, laboral,
cultural y política, a cuya evangelización es llamado.
EL LAICO FRENTE A LA NUEVA EVANGELIZACIÓN.
Se espera de los laicos una gran fuerza creativa en acciones que
expresen una vida coherente con el Evangelio, con el objeto de que
se den cambios significativos, duraderos y vivos en las personas y en

34
nuestra sociedad, en donde la población es mayoritariamente
católica. Convencernos y convencer con nuestra particular actitud
que cambiar por amor a los demás es posible y preferible a cualquier
forma de actuación contraria a la fraternidad.
Dada la responsabilidad de confesar la fe católica, acogiendo y
proclamando la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el
hombre, en colaboración al Magisterio de la Iglesia, cada agrupación
de laicos, debe ser un lugar en el que se anuncia y se propone la fe,
en la que se educa para practicarla en todo su contenido.
Todas las formas asociadas de laicos y a cada una de ellas tanto al
interior como al exterior de su organización, se les pide un decidido
ímpetu misionero que los lleve a ser cada vez más sujetos de una
Nueva Evangelización.
Las asociaciones de laicos en las actividades particulares en cada
uno de sus miembros, deben ser corrientes vivas de participación y
solidaridad para crear condiciones más justas y fraternas en y entre
nuestras comunidades.
Estos criterios nos darán frutos concretos como son el renovado
gusto por la oración, la contemplación, la vida litúrgica y
sacramental, el estímulo para que florezcan vocaciones al
matrimonio cristiano, al sacerdocio ministerial y a la vida
consagrada.
Tener la disponibilidad para participar en los programas y
actividades de la Iglesia, tanto a nivel local como nacional, el
empeño catequético y la capacidad pedagógica para formar a los
cristianos, el impulsar una presencia cristiana en los diversos
ambientes de la vida social, crear y animar obras caritativas,
culturales y espirituales.
Los laicos deben estar confiados y convencidos de su fe para
incorporarse a los cambios sociales de sus comunidades y del país y
que el cambio se manifieste a través de su testimonio, movimiento
o asociación, etc.
El laico tiene que ser, además de conocedor del saber acumulado
por la Iglesia y de las nuevas realidades; conocedor del mundo que
35
le rodea y de su quehacer propio para actuar donde se requiera el
cambio. Cuando decimos que la Iglesia tiene que salir del templo,
démonos cuenta que la Iglesia ya está fuera del templo en cada uno
de nosotros.
Si consideramos la Carta Pastoral “Del Encuentro con Jesucristo a la
solidaridad con todos”, los laicos culmen su vocación cristiana,
principalmente, en las tareas seculares, su colaboración en el
ámbito intraeclesial, si bien es relevante, no debe suprimir aquello
que constituye su propia misión, específica, dentro de la sociedad y
de la Iglesia. (Nos. 270-273)
UNA SOCIEDAD EN TRANSICIÓN
Hoy escuchamos a los sociólogos, estadistas, ecologistas, en los
noticieros, incluso dentro del ámbito de la Iglesia que estamos en
“una sociedad en transición”. Veamos:
Significado.
En las Ciencias de la Naturaleza y en las Ciencias Sociales.
• Tránsito de una situación determinada a otra.
• Fase intermedia y provisional dentro de un proceso mayor (la
adolescencia, por ejemplo).
• Paso progresivo de una realidad a otra marcadamente distinta (de
dictadura a democracia...).
• Una forma de describirla: Hecho de carácter dinámico y
englobante que rompe con la estabilidad y el equilibrio de la vida,
exigiendo de las personas replanteamientos diversos, reubicación
continua y reajuste de actitudes frente a situaciones inéditas que se
perciben desde otras perspectivas como algo desafiante.
Causas.
Las causas de la transición pueden ser muy diversas: Por un lado el
desgaste, la decadencia, la pérdida de significaciones, la
insatisfacción, el afán de novedad, la ineficiencia, la frustración; por
el otro, la sana inquietud de búsqueda, la creatividad, las
aspiraciones de autorrealización y plenitud, la necesidad de hacer

36
rupturas, la formulación de nuevas proyectos, la urgencia de
expresar de otro modo valores fundamentales, etc.
LOS EFECTOS.
Las reacciones más frecuentes que acompañan a la transición
suelen ser: El cuestionamiento, la insatisfacción, la indiferencia, el
rechazo y hasta la abierta rebeldía. Las consecuencias inmediatas
que derivan de la transición van desde la crisis y el aturdimiento,
hasta la inseguridad y la incertidumbre, pasando por la vacilación,
el conflicto, el desencanto, el escapismo o el refugio en las propias
seguridades.
LAS FORMAS HISTÓRICAS DE LA TRANSICIÓN
Se han realizado dentro de la dinámica de ruptura-continuidad-
proyecto nuevo. Las formas históricas de la transición han sido: la
evolución (cambio progresivo y gradual); la revolución (cambio
violento y a veces caótico); la renovación (cambio profundo en cosas
sustanciales); la restauración (cambio epidérmico, superficial, de
fachada, donde todo queda igual); involución (cambio en sentido
inverso a la historia, anacronismo, arqueologismo…)
LA MISIÓN DEL LAICO EN LA ENCRUCIJADA DE LA TRANSICIÓN.
1. Las posturas o actitudes indispensables.
Asumir serenamente la transición de una sociedad llena de retos.
Tratar de comprenderla y asimilarla como un signo de los tiempos.
Confrontarla con el Evangelio para “examinarlo todo y quedarse con
lo bueno”. Promoverla donde sea necesario como un signo de
nuestra fidelidad al Señor que lo renueva todo.
2. Aceptar ser un laico que vive su Fe como una experiencia de
transición permanente. - Como un nómada en la fe, dispuesto a
enrollar cada día su tienda para ponerse en camino. - Como un
discípulo que nunca termina de aprender. - Como un intérprete de
los signos de Dios que siempre tiene cosas nuevas que decir. - Como
un testigo que comparte con otros su experiencia de Dios para
crecer él mismo. - Como un aliado incondicional del Espíritu del
Señor, tratando de caminar a su ritmo. - Como un portador del Reino
dondequiera que se haga presente en cuanto laico cristiano. - Como
37
un signo viviente del Evangelio de Jesús, cuyas marcas están
impresas en su vida - Como un creyente que madura su fe a través
de una búsqueda permanente.
CONCLUSIÓN
La misión del laico en una sociedad y una Iglesia en transición pide
reconocer dos modalidades que a veces parecen desequilibradas y
mutuamente distantes en lo concreto de la vida.
Por un lado, están los deberes del laico de los cuales siempre se
habla y se nos recuerda que tenemos que cumplir en nombre de
nuestra fe, de nuestro bautismo, de nuestra presencia en el mundo,
de nuestra vocación, etc.
Pero por otro lado también existen los derechos de los laicos en la
Iglesia, cosa de la que se habla muchísimo menos y que pediría quizá
hasta elaborar “una carta de los derechos del laico” a fin de que nos
sintamos también sujetos corresponsables, participativos y
respetados en la comunidad a la que pertenecemos por derecho
propio. Esta transición está por llevarse a cabo.

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TEMA VII
IMPORTANCIA DEL MINISTERIO DE LA EUCARISTIA
SEGUNDA PARTE
MINISTERIOS INSTITUIDOS O LAICALES.
EL SACERDOCIO DE LOS LAICOS.
El Papa Paulo VI en su Motu Proprio titulado “Algunos ministerios”
estableció los ministerios instituidos conferidos a laicos sin que
dejen su condición de laicos.
En el documento de Puebla, al final del capítulo sobre los laicos,
después de hablar de la misión del laicado en la Iglesia y en el mundo
leemos:
“Para el cumplimiento de su misión la Iglesia cuenta con diversidad
de ministerios. Al lado de los ministerios jerárquicos la Iglesia
reconoce un puesto a ministros sin orden sagrado. Por tanto,
también los laicos pueden sentirse llamados o ser llamados a
colaborar con sus pastores en el servicio de la comunidad eclesial,
para el crecimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios diversos
según la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles. Los
ministerios que pueden conferirse a laicos son aquellos servicios
referentes a aspectos realmente importantes de la vida eclesial (por
ejemplo, en el plano de la Palabra, de la Liturgia o de la conducción
de la comunidad), ejercidos por laicos con estabilidad y que han sido
reconocidos públicamente y confiados por quien tiene la
responsabilidad en la Iglesia” (Puebla 804 - 805).
Pero el fundamento de los ministerios laicales, instituidos o no
ordenados reside en el sacerdocio común de los fieles o sacerdocio
bautismal y en los carismas. Este sacerdocio común de los fieles no
es una participación del sacerdocio ministerial o jerárquico del
sacramento del Orden.
Ejercicio del sacerdocio de los fieles laicos.
“En orden a ejercer las funciones del sacerdocio común de los fieles
existen otros ministerios particulares, no consagrados por el
sacramento del Orden, y cuyas funciones son determinadas por los

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obispos y según las tradiciones litúrgicas y las necesidades
pastorales. Los acólitos, lectores, comentadores y los que
pertenecen a la schola cantorum desempeñan un auténtico
ministerio litúrgico”. (SC 29)
La importancia litúrgica de estos ministerios depende de su mayor
o menor proximidad al celebrante principal o presidente: en primer
lugar, los acólitos y los ministros extraordinarios de la comunión;
luego, quienes se ocupan de la liturgia de la palabra: los
comentadores y los lectores; en tercer lugar, los que sirven al canto
y a la música y, luego, los que se ocupan de otros ministerios en
servicio de la asamblea.
El ministro extraordinario de la Comunión.
El Señor Jesús, “verdadero pan bajado del cielo” (Jn 6,35) nos dejó
en el Misterio Eucarístico “para que tengamos vida y la tengamos en
abundancia” (Jn 10,10). Al instituir en la Ultima Cena ese admirable
sacramento, el Señor nos ordenó comer el pan y beber el cáliz para
anunciar su muerte y su resurrección hasta que vuelva (Cf. 1 Cor.
11,26).
“La Iglesia siempre ha considerado de su obligación llevar la
comunión a los enfermos, ancianos o impedidos que no pueden
asistir a la celebración. A su vez, la Iglesia nunca ha aceptado que
los comulgantes tomen directamente el pan consagrado, por lo que
ha mantenido la función de un ministro que entregue el Cuerpo y la
Sangre del Señor”.
El Ministerio extraordinario de la Sagrada Comunión es un
servicio litúrgico destinado sobre todo a los enfermos y a la
asamblea litúrgica cuando el número de fieles que desean comulgar
es muy numeroso, por lo que la celebración tomaría
innecesariamente demasiado tiempo, o cuando por falta de
sacerdotes no se puede celebrar todos los domingos la misa
dominical, por lo que los Celebradores realizan la celebración de la
Palabra.
El Concilio Vaticano II nos enseña que “no se edifica ninguna
comunidad si no tiene como raíz y quicio la celebración de la
40
Sagrada Eucaristía, porque es en la comunión fraterna de la mesa
del Señor en la que nos nutrimos sacramentalmente con los frutos
del sacrificio de la cruz”.
De aquí que, los laicos, hombres o mujeres que sobresalen
en su comunidad cristiana por su vida ejemplar, por su fe y sus
buenas costumbres pueden ser admitidos a prestar este servicio a
sus hermanos en la fe. De esta manera, los fieles no ordenados
colaboran con los ministros sagrados a fin de que el don inefable de
la Eucaristía sea siempre más profundamente conocido y se
participe de su eficacia salvadora cada vez con mayor intensidad.
Quien sea elegido para este nobilísimo encargo debe ser
persona ejemplar en todos los aspectos, cultivar la devoción a la
Sagrada Eucaristía y dar ejemplo ante los demás fieles de respeto al
Santísimo Sacramento.
Las causas que justifican la actuación de un Ministro
Extraordinario de la Sagrada Comunión son:
 La falta del sacerdote o del diácono.
 La imposibilidad por ausencia, enfermedad o vejez del
sacerdote.
 El número de personas que desean comulgar es tan grande que
se prolongaría demasiado tiempo la distribución de la
comunión.
 El número de enfermos es tan numeroso que el sacerdote no
puede atenderlos a todos.
 Según esto, el ministro extraordinario de la comunión:
 Debe conocer e imitar a Jesús en la ofrenda e inmolación de sí
mismo.
 Debe saber que todos los fieles de la Nueva Alianza somos
templo de Dios, lugar donde él habita y donde Cristo celebra su
misterio Pascual.
 Debe actuar en la certeza de que, en Cristo, con él y en él, todos
los miembros de la Iglesia estamos llamados a ofrecer el
sacrificio espiritual de nuestra propia existencia.
41
Para ello, Cristo nos consagró por el don de su Espíritu Santo (Cf.,
Jn 17,19) a fin de ser hostia viva según la enseñanza de san Pablo:
“Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis
vuestros cuerpos como una víctima viva, santa y agradable a Dios.
Tal es vuestro culto espiritual” (Rom. 12,1), ya que “como piedras
vivas todos entramos en la construcción de un edificio espiritual,
para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales
aceptos a Dios por medio de Jesucristo” (1Pe 2,5).
Corresponde al párroco elegir a quienes considere aptos para
desempeñar este ministerio. El mismo párroco presenta los
candidatos al Señor Obispo quien tiene establecidos, en la diócesis,
criterios precisos acerca de la idoneidad, de la preparación que han
de tener y de la manera como han de ser constituidos ministros
dentro de una celebración litúrgica propia.
EL MINISTRO EXTRAORDINARIO DE LA COMUNIÓN DEBE PROPONERSE COMO
META:
 Formar su espiritualidad según los principios anteriormente
establecidos para el ejercicio de los ministerios confiados a
laicos, particularmente en una espiritualidad eminentemente
eucarística.
 Conformar con los demás ministros de la comunión un equipo
comprometido en la promoción de la comunión eclesial de la
parroquia.
 Constituir un equipo para la atención pastoral de los enfermos.
 Fomentar, por todos los medios, el culto a la Sagrada Eucaristía.
La dignidad e importancia de nuestra misión en la Iglesia, a través
de este ministerio, no es otra cosa que ser en cada momento aquello
para lo que fuimos llamados: Laicos responsables, formados y
entusiastas de la reconstrucción del orden temporal, no en la
comodidad de nuestras parroquias, reuniones, encuentros (eso es
fácil, agradable, placentero) sino, como dijimos al principio en llevar
esta “etapa de transición del mundo” hacia la parusía de Jesús.

42
Para terminar, recordemos unas palabras de Joseph Ratzinger de su
Primera Homilía como S.S. Benedicto XVI en la Celebración
Eucarística en la Capilla Sextina el 20 de abril de 2005:
“La Eucaristía hace presente constantemente a Cristo Resucitado,
que sigue entregándose a nosotros, llamándonos a participar en la
mesa de su Cuerpo y su Sangre. De la comunión plena con él, brota
cada uno de los elementos de la vida de la Iglesia, en primer lugar,
la comunión entre todos los fieles, el compromiso, anuncio y
testimonio del Evangelio, el ardor de la caridad hacia todos,
especialmente para los pobres y los pequeños”. Que éstos sean
también nuestros sentimientos.

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TEMA VIII
DOCUMENTOS OFICIALES SOBRE LOS MEC’S
I. INSTRUCCIÓN: REDEMPTIONES SACRAMENTUM.
De esta importante instrucción, únicamente estudiaremos aquellos
capítulos que se refieren más directamente a los ministros
extraordinarios de la comunión (MEC).
IV. LA SAGRADA COMUNIÓN
1. Las disposiciones para recibir la Sagrada Comunión.
80. La Eucaristía sea propuesta a los fieles, también como antídoto
por el que somos liberados de las culpas cotidianas y preservados
de los pecados mortales.
Por lo que se al acto penitencial, situado al comienzo de la Misa,
este tiene la finalidad de disponer a todos para que celebren
adecuadamente los sagrados misterios, aunque “carece de la
eficacia del sacramento de la Penitencia, y no se puede pensar que
sustituye, para el perdón de los pecados graves, lo que corresponde
al sacramento de la Penitencia. Los pastores de almas cuiden
diligentemente la catequesis, para que la doctrina cristiana sobre
esta materia se transmita a los fieles.
81. La costumbre de la Iglesia manifiesta que es necesario que cada
uno se examine a sí mismo en profundidad, para que
Quien sea consciente de estar en pecado grave no celebre la Misa
ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión
sacramental.
A no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de
confesarse; es este caso, recuerde que está obligado a hacer un acto
de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse
cuanto antes.
83. Ciertamente, lo mejor es que todos aquellos que participan en
la celebración de la santa Misa y tienen las debidas condiciones,
reciban en ella la sagrada Comunión. Sin embargo, alguna vez
sucede que los fieles se acercan en grupo e indiscriminadamente a

44
la Mesa sagrada. Es tarea de los pastores corregir con prudencia y
firmeza tal abuso.
86. Los fieles deben ser guiados con insistencia hacia la costumbre
de participar en el sacramento de la penitencia, fuera de la
celebración de la Misa, especialmente en horas establecidas, para
que así se pueda administrar con tranquilidad, sea para ellos de
verdadera utilidad y no se impida una participación activa en la
Misa.
87. La Primera Comunión de los niños debe estar siempre precedida
de la confesión y absolución sacramental. Además, la primera
Comunión siempre debe ser administrada por un sacerdote y,
ciertamente, nunca fuera de la celebración de la Misa. Salvo casos
excepcionales, es poco adecuado que se administre el Jueves Santo,
“in Cena Domini”. Es mejor escoger otro día, como los domingos II-
VI de Pascua, la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
o los domingos del Tiempo Ordinario, puesto que el domingo es
justamente considerado como el día de la Eucaristía.
No se acerquen a recibir la sagrada Eucaristía los niños que aún no
han llegado al uso de razón, o los que el párroco no juzgue
suficientemente dispuestos.
Sin embargo, cuando suceda que un niño, de modo excepcional con
respecto a los de su edad, sea considerado maduro para recibir el
sacramento, no se le debe negar la primera Comunión, siempre que
esté suficientemente instruido.
2. La distribución de la Sagrada Comunión.
88. Los fieles, habitualmente, reciban la Comunión sacramental de
la Eucaristía en la misma Misa y en el momento prescrito por el
mismo rito de la celebración, esto es, inmediatamente después de
la Comunión del sacerdote celebrante. Corresponde al sacerdote
celebrante distribuir la Comunión, si es el caso, ayudado por otros
sacerdotes o diáconos; y este no debe proseguir la Misa hasta que
haya terminado la Comunión de los fieles.
Sólo donde la necesidad lo requiera, los ministros extraordinarios
pueden ayudar al sacerdote celebrante, según las normas del derecho.
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91. En la distribución de la sagrada Comunión se debe recordar que
“los ministros sagrados no pueden negar los sacramentos a quienes
lo pidan de modo oportuno, estén bien dispuestos y no les sea
prohibido por el derecho recibirlos”, Por consiguiente, cualquier
bautizado católico, a quien el derecho no se lo prohíba, debe ser
admitido a la sagrada Comunión. Así pues, no es lícito negar la
sagrada Comunión a un fiel, por ejemplo, sólo por el hecho de
querer recibir la Eucaristía arrodillado o de pie.
Aunque todo fiel tiene siempre derecho a elegir si desea recibir la
sagrada Comunión en la boca, si el que va a comulgar quiere recibir
en la mano el Sacramento, en los lugares donde la Conferencia de
Obispos lo haya permitido, con la confirmación de la Sede
Apostólica, se le debe administrar la sagrada hostia, sin embargo,
Póngase especial cuidado en que el comulgante consuma
inmediatamente la hostia, delante del ministro, y ninguno se aleje
teniendo en la mano las especies eucarísticas. Si existe peligro de
profanación, no se distribuya a los fieles la Comunión en la mano.

94. No está permitido que los fieles tomen la hostia consagrada ni


el cáliz sagrado “por sí mismos, ni mucho menos que se lo pasen
entre sí de mano en mano”. En esta materia, además, debe
suprimirse el abuso de que los esposos, en la Misa nupcial, se
administren de modo recíproco la sagrada Comunión.
3. La comunión bajo las dos especies.
103. Las normas del Misal Romano admiten el principio de que, en
los casos en que se administra la sagrada Comunión bajo las dos
especies, “la sangre del Señor se puede tomar bebiendo
directamente del cáliz, o por intención (mojando la hostia
consagrada en el vino consagrado).
O con una pajilla, o una cucharita. Por lo que se refiere a la
administración de la Comunión a los fieles laicos, los Obispos
pueden excluir, en los lugares donde no sea costumbre, la
Comunión con pajilla o con cucharita.

46
Permaneciendo siempre, no obstante, la opción de distribuir la
Comunión por intención. Pero si se emplea esta forma, utilícense
hostias que no sean ni demasiado delgadas ni demasiado pequeñas,
y el comulgante reciba del sacerdote el sacramento, solamente en
la boca.
VI. LA RESERVA DE LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA Y EL CULTO FUERA
DE LA MISA.
1. La Reserva de la Santísima Eucaristía.
129. “La celebración de la Eucaristía en el Sacrificio de la Misa es,
verdaderamente, el origen y el fin del culto que se le tributa fuera
de la Misa. Las sagradas especies se reservan después de la Misa,
principalmente con el objeto de que los fieles que no pueden estar
presentes en la Misa, especialmente los enfermos y los de avanzada
edad, puedan unirse a Cristo y a su sacrificio, que se inmola en la
Misa, por la Comunión sacramental. Además, esta reserva permite
también la práctica de tributar adoración a este gran Sacramento,
con el culto de latría (culto de adoración), que se debe a Dios. Por lo
tanto, es necesario que se promuevan vivamente aquellas formas
de culto y adoración, no sólo privadas sino también públicas y
comunitarias, instituidas o aprobadas por la misma Iglesia.
130. “Según la estructura de cada iglesia y las legítimas costumbres
de cada lugar, el Santísimo Sacramento, será reservado en un
sagrario, en la parte más noble de la iglesia, más insigne, más
destacada, más convenientemente adornada” y también, por la
tranquilidad del lugar, “apropiado para la oración”, con espacio ante
el sagrario, así como suficientes bancas o asientos y reclinatorios.
Atiéndase diligentemente, además, a todas las prescripciones de los
libros litúrgicos y a las normas del derecho, especialmente para
evitar el peligro de profanación.
131. Además de lo prescrito en el c. 934 Ç1, se prohíbe reservar el
Santísimo Sacramento en los lugares que no están bajo la segura
autoridad del Obispo diocesano o donde exista peligro de
profanación. Si esto ocurriera, el Obispo revoque inmediatamente
la facultad, ya concedida, de reservar la Eucaristía.

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132. Nadie lleve la Sagrada Eucaristía a casa o a otro lugar, contra
las normas del derecho. Se debe tener presente, además, que
sustraer o retener las sagradas especies con un fin sacrílego, o
arrojarlas, constituye uno de los “graviora delicta” (delito
gravísimo), cuya absolución está reservada a la Congregación para
la Doctrina de la fe.
133. El sacerdote o el diácono, o el ministro extraordinario, cuando
el ministro ordinario esté ausente o impedido, que lleva al enfermo
la Sagrada Eucaristía para la Comunión,
 Irá directamente, en cuanto sea posible, desde el lugar donde se
reserva el Sacramento hasta el domicilio del enfermo.
 Excluyendo mientras tanto cualquier otra actividad profana, para
evitar todo peligro de profanación y para guardar el máximo
respeto al Cuerpo de Cristo.
 Además, sígase siempre el ritual para administrar la Comunión a
los enfermos como se prescribe en el Ritual Romano.
2. Algunas formas de culto a la Santísima Eucaristía fuera de la
Misa.
135. “La visita al santísimo Sacramento”, los fieles, “no dejen de
hacerla durante el día, puesto que el Señor Jesucristo, presente en
el mismo, como una muestra de gratitud, prueba de amor y un
homenaje de la debida adoración”. La contemplación de Jesús,
presente en el santísimo Sacramento, en cuanto es comunión
espiritual, une fuertemente a los fieles con Cristo, como
resplandece en el ejemplo de tantos santos. “La Iglesia en la que
está reservada la santísima Eucaristía debe quedar abierta a los
fieles, por lo menos algunas horas al día, a no ser que obste una
razón grave, para que puedan hacer oración ante el santísimo
Sacramento”.
139. Donde el Obispo diocesano dispone de ministros sagrados u
otros que puedan ser designados para esto, es un derecho de los
fieles visitar frecuentemente el santísimo Sacramento de la
Eucaristía para adorarlo y, al menos algunas veces en el transcurso

48
de cada año, participar de la adoración ante la santísima Eucaristía
expuesta.
VII. MINISTERIOS (servicios) EXTRAORDINARIOS DE LOS FIELES
LACIOS.
147. Sin embargo, donde la necesidad de la Iglesia así lo aconseje,
faltando los ministros sagrados, pueden los fieles laicos suplir
algunas tareas litúrgicas conforme a las normas del derecho.
152. Estos ministerios de mera suplencia no deben ser ocasión de
una deformación del mismo ministerio de los sacerdotes, de modo
que estos descuiden las celebraciones de la santa Misa por el pueblo
que les ha sido confiado, la personal solicitud hacia los enfermos, el
cuidado del bautismo de los niños, la asistencia al matrimonio, o la
celebración de las exequias cristianas, que ante todo conciernen a
los sacerdotes, ayudados por los diáconos.
159. Al ministro extraordinario de la sagrada Comunión nunca le
está permitido delegar en ningún otro para administrar la Eucaristía,
como, por ejemplo, los padres o el esposo o el hijo del enfermo que
va a comulgar.
164. “Cuando falta el ministro sagrado u otra causa grave hace
imposible la participación en la celebración eucarística”, el pueblo
cristiano tiene derecho a que el Obispo diocesano, en lo posible,
procure que se realice alguna celebración dominical para esa
comunidad, bajo su autoridad y conforme a las normas de la Iglesia.
Pero esta clase de celebraciones dominicales especiales, deber ser
consideradas siempre como absolutamente extraordinarias. Por lo
tanto, ya sean diáconos o fieles laicos, todos los que han sido
encargados por el obispo diocesano para tomar parte en este tipo
de celebraciones.
“considerarán como cometido suyo el mantener viva en la comunidad
una verdadera “hambre” de la Eucaristía, que lleve a no perder ocasión
alguna de tener la celebración de la Misa, incluso aprovechando la
presencia ocasional de un sacerdote que no esté impedido por el
derecho de la Iglesia para celebrarla”

49
II. MOTU PROPIO: MINISTERIA QUAEDAM.
Esta Carta Apostólica MINISTERIA QUAEDAM, del Papa Pablo VI (15 de
agosto 1972) hace historia pues nos muestra que:
 Antes del Concilio Vaticano II los ministerios estaban
reservados a los candidatos al presbiterado, y se habían
perdido los ministerios laicales que existían en los primeros
siglos de la Iglesia.
 Eran transitorios y en ocasiones se recibían juntos casi como
un requisito que se llevaba.
 Nos abre el panorama para el ejercicio de los ministerios
laicales, retomando la más antigua tradición de la Iglesia.
 De esta Carta Apostólica tomaremos prácticamente el No. VI
que marca detalladamente las funciones del acólito instituido.
Es de notar que éste es ministro extraordinario de la comunión.
Por lo que la formación del acólito instituido y la del MEC
coinciden en este punto, siendo mucho más amplia la del
acólito instituido. He aquí sus funciones.

El acólito queda instituido para ayudar al diácono y prestar su


servicio al sacerdote. Es propio de él cuidar el servicio del altar.
Asistir al diácono y al sacerdote en las funciones litúrgicas,
principalmente en la celebración de la Misa.
Además, distribuir, como ministro extraordinario, la sagrada
Comunión cuando los ministros de que habla 845 del Código de
Derecho Canónico: o están imposibilitados por enfermedad,
avanzada edad, o ministerio pastoral, o también cuando el número
de fieles que se acerca a la Sagrada Mesa es tan elevado que se
alargaría demasiado la Misa.
En las mismas circunstancias especiales se le podrá encargar que
exponga públicamente a la adoración de los fieles el Sacramento de
la sagrada Eucaristía y hacer después la reserva; pero no que
bendiga al pueblo.
Podrá también –cuando sea necesario- cuidar la instrucción de los
demás fieles, que por encargo temporal ayudan al sacerdote o al

50
diácono en los actos litúrgicos llevando el misal, la cruz, las velas,
etc., o realizando otras funciones semejantes.
Todas estas funciones las ejercerá más dignamente participando
con piedad cada día más ardiente en la sagrada Eucaristía,
alimentándose de ella y adquiriendo un más profundo
conocimiento de la misma.
El acólito, destinado de modo particular al servicio del altar,
aprenda todo aquello que pertenece al culto público divino y trata
de captar su sentido íntimo y espiritual, de forma que se ofrezca
diariamente a sí mismo a Dios, siendo para todos une ejemplo de
seriedad y devoción en el templo sagrado y además, con sincero
amor, se sienta cercano al Cuerpo místico de Cristo o pueblo de
Dios, especialmente a los necesitados y enfermos
III. INSTRUCCIÓN INMENSAE CARITATIS

El Concilio Vaticano II trajo consigo una reforma de las normas de la


vida litúrgica de la Iglesia. Inevitablemente la disciplina preconciliar
sobre la recepción de la sagrada Comunión también tuvo que cambiar.
Esta instrucción fueron los primeros pasos en el cambio de visión sobre
cuatro puntos clave en la recepción de la sagrada comunión:

1. Los ministros extraordinarios de la Comunión.


2. La ley de ayuno eucarístico para los enfermos.
3. La posibilidad de recibir la sagrada Comunión dos veces al día.
4. Devoción cuando se comulga recibiendo la Comunión en la mano.
De este Documento para facilitar la comunión sacramental en algunas
circunstancias tomaremos algunos trozos.

1. LOS MINISTROS EXTRAORDINARIOS DE LA SAGRADA


COMUNIÓN.
Hoy día no se conciben a los MEC sueltos y trabajando por su parte,
sino insertados en un equipo litúrgico como miembros vivos de una
comunidad bajo la autoridad del párroco.

51
Los Ordinarios de lugar tienen facultad para permitir a personas
idóneas, elegidas individualmente como ministros extraordinarios,
en casos concretos o también por un período de tiempo
determinado, o en caso de necesidad de modo permanente, que se
administren a sí mismas el pan eucarístico, lo distribuyan a los
demás fieles, y lo lleven a los enfermos a sus casas.
 En esta primera condición se marca el campo de la actividad del
MEC.
 administrarse a sí mismo el Pan Eucarístico;
 distribuirlo a los demás fieles en la Misa o celebración de la
Palabra;
 llevarlo a los enfermos en sus casas dentro del territorio
parroquial o la zona que se le indique por su párroco.
El fiel designado ministro extraordinario de la sagrada Comunión
y debidamente preparado, deberá distinguirse:
 por su vida cristiana,
 su fe y sus buenas costumbres.
 Se esforzará por ser digno de este nobilísimo encargo,
 Cultivará la devoción a la sagrada Eucaristía
 Y dará ejemplo a los demás fieles de respeto al santísimo
Sacramento del Altar.
 No será elegido para tal oficio una persona cuya designación
pueda causar sorpresa a los fieles.
A estas condiciones añadiríamos hoy día, la de vivir su proceso
cristiano de conversión dentro de una pequeña comunidad que lo
inserte en la vida de la parroquia en donde dará su servicio. Al ser una
persona que vive en comunidad de ninguna manera causará sorpresa
su designación pues los fieles lo ubicarán como un laico
comprometido en su vida y apostolado.

52
IV. RITUAL DE LA SAGRADA COMUNIÓN Y DEL CULTO A LA
EUCARISTÍA FUERA DE LA MISA.
En numerosas ocasiones los MEC deberán de llevar la Comunión a los
enfermos a comunidades fuera de la sede parroquial y conviene que
conozcan la disciplina de la Sagrada Comunión fuera de la Misa.
Finalidad de la reserva de la Eucaristía.
El fin primero y primordial de la reserva de las sagradas especies
fuera de la Misa es la administración del viático; los fines
secundarios son la distribución de la comunión y la adoración de
nuestro Señor Jesucristo presente en el sacramento. Pues la reserva
de las especies sagradas para los enfermos ha introducido la
laudable costumbre de adorar este manjar del cielo conservado en
las iglesias. Este culto de adoración se basa en una razón muy sólida
y firme; sobre todo porque a la fe en la presencia real del Señor le
es connatural su manifestación externa y pública…
Renuévense frecuentemente y consérvense en un copón o vaso
sagrado las hostias consagradas, en la cantidad suficiente para la
comunión de los enfermos y de otros fieles…
El lugar de la reserva de la Eucaristía.
El lugar en que se guarda la santísima Eucaristía sea
verdaderamente destacado. Conviene que sea igualmente apto
para la adoración y oración privada, de modo que los fieles no dejen
de venerar al Señor presente en el sacramento, aún con culto
privado, y lo hagan con facilidad y provecho…
La presencia de la santísima Eucaristía en el sagrario indíquese por
conopeo o por otro medio determinado por la autoridad
competente. Ante el sagrario en el que está reservada la santísima
Eucaristía ha de lucir constantemente una lámpara especial, con la
que se indique y honre la presencia de Cristo. Según la costumbre
tradicional, y en la medida de lo posible, la lámpara ha de ser de
aceite o cera…

53
Observaciones para distribuir la sagrada Comunión.
Cuando se administra la sagrada Comunión en la iglesia o en un
oratorio, póngase el corporal sobre el altar cubierto con un mantel;
enciéndase dos cirios como señal de veneración y de banquete
festivo; utilícese la patena. Pero cuando la sagrada Comunión se
administra en otros lugares, prepárese una mesa decente cubierta
con un mantel; téngase también preparados los cirios…
Para administrar la Comunión fuera de la Iglesia, llévese la Eucaristía
en una cajita u otro vaso cerrado (porta viático, o relicario) con la
vestidura y el modo apropiado a las circunstancias de cada lugar…
Disposiciones para recibir la sagrada Comunión.
 Una conciencia limpia como recta disposición.
 La Eucaristía, que continuamente hace presente entre los
hombres el misterio pascual de Cristo, es la fuente de todas
gracias y del perdón de los pecados. Sin embargo, los que
desean recibir el Cuerpo del Señor, para que perciban los frutos
del sacramento pascual tienen que acercarse a él con la
conciencia limpia y con recta disposición de espíritu.
 Los que van a recibir el sacramento no lo hagan sin estar durante
al menos una hora en ayunas de alimentos y bebidas, a excepto
del agua y de las medicinas. El tiempo de ayuno eucarístico, o
sea, la abstinencia de alimento o bebida no alcohólica, se
abrevia a un cuarto de hora aproximadamente para: + Los
enfermos que residen en hospitales o en sus domicilios, aunque
no guarden cama; + Los fieles de edad avanzada, que por su
ancianidad no salen de casa o están en asilos, + Los sacerdotes
enfermos, aunque no guarden cama, o de edad avanzada, lo
mismo para celebrar la misa que para recibir la sagrada
comunión. + Las personas que están al cuidado de los enfermos
o ancianos, y sus familiares que desean recibir con ellos la
sagrada comunión, siempre que sin incomodidad no puedan
guardar el ayuno de una hora.

54
El ministro de la exposición de la sagrada Eucaristía.
El ministro ordinario de la exposición del santísimo Sacramento es
el sacerdote o el diácono, que al final de la adoración, antes de
reservar el sacramento, bendice al pueblo con el mismo
sacramento. En ausencia del sacerdote o diácono, o legítimamente
impedidos, pueden exponer públicamente la santísima Eucaristía a
la adoración de los fieles y reservarla después, el acólito u otro
ministro extraordinario de la comunión, o algún otro autorizado por
el Ordinario del lugar.
Todos estos pueden hacer la exposición abriendo el sagrario, o
también si se juzga oportuno, poniendo el copón sobre el altar, o
poniendo la hostia en la custodia. Al final de la adoración guardan el
sacramento en el sagrario. No les es lícito, sin embargo, dar la
bendición con el Santísimo Sacramento.
V. CARTA DOMINICAE CENAE DE JUAN PABLO II
Es una carta sobre el misterio y culto a la sagrada Eucaristía. De ella
tomamos también una partecita.
Eucaristía y prójimo.
El auténtico sentido de la Eucaristía se convierte de por si en escuela
de amor activo al prójimo. Sabemos que es éste el orden verdadero
e integral del amor que nos ha enseñado el Señor. “En esto
conocerán todos que sois discípulos míos, en que os améis unos a
otros”. La Eucaristía nos educa para ese amor de modo más
profundo, en efecto, demuestra qué valor debe de tener a los ojos
de Dios todo hombre, nuestro hermano y hermana, si Cristo se
ofrece a sí mismo de igual modo a cada uno, bajo las especies de
pan y de vino. Si nuestro culto eucarístico es auténtico, debe hacer
aumentar en nosotros la conciencia de la dignidad de todo hombre.
La conciencia de esta dignidad se convierte en el motivo más
profundo de nuestra relación con el prójimo.

55
VI. CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO
Evidentemente que el último responsable en la diócesis del culto a la
Eucaristía y, por lo tanto, del cuidado de los sagrarios es el Obispo
diocesano, sin embargo, en la práctica lo es cada párroco y sacerdote
encargado de un templo o capilla. Juegan, también un papel
importante en la corresponsabilidad de velar por el cuidado del
sagrario todos los fieles de la parroquia y en especial los miembros del
equipo litúrgico y entre ellos los MEC que están estrechamente
vinculados en su ministerio con el santísimo Sacramento que se reserva
en los sagrarios. Lo mismo podemos afirmar en relación con el cuidado
935.
de la Allave
nadiedelestá permitido
sagrario. A losconservar en su casa
MEC corresponde la santísima
también una
Eucaristía o llevarla consigo en
corresponsabilidad de su cuidado. los viajes, a no ser que lo exija una
necesidad pastoral, y observando las prescripciones dictadas por el
Obispo diocesano.
Este campo es muy importante en la práctica pues se han dado casos
de MEC que al llevar la Comunión a los enfermos se entretienen a
platicar largamente y hasta hay quien lo guarda en su casa porque no
le alcanzó el tiempo de llevarlo a su enfermo ese día. Esta conducta no
es la deseable ni es correcta. Al tomar la Eucaristía del sagrario,
debemos llevarla inmediatamente al enfermo que lo ha solicitado.

938. 1). Habitualmente, la santísima Eucaristía estará reservada


en un solo sagrario de la Iglesia u oratorio.
2). El sagrario en el que se reserva la santísima Eucaristía ha
de estar colocado en una parte de la Iglesia u oratorio
verdaderamente noble. Destacada, convenientemente adornada y
apropiada para la oración.
3). El sagrario en el que se reserva habitualmente la
santísima Eucaristía debe ser inamovible, hecho de materia sólida
no transparente, y cerrado de manera que se evite al máximo el
peligro de profanación.
4). Por causa grave, se puede reservar la santísima Eucaristía
en otro lugar digno y más seguro, sobre todo durante la noche.

56
Como los MEC tienen mucho contacto con el sagrario en sus diversas
funciones: ayudar a distribuir la Comunión en la santa Misa, llevarla a
los enfermos y exponer al santísimo Sacramento para la adoración de
los fieles deben tener mucho cuidado de la llave del sagrario y del lugar
donde se guarda.
939. Deben guardarse en un copón o recipiente las hostias
consagradas, en cantidad que corresponda a las necesidades de los
fieles, y renovarse con frecuencia, consumiendo debidamente las
anteriores.
El MEC es corresponsable en observar que se cumpla esta norma de
renovar con frecuencia la sagrada reserva de la Eucaristía.
943. Es ministro de la exposición del santísimo Sacramento y de
la bendición eucarística el sacerdote o el diácono; en circunstancias
peculiares, sólo para la exposición y reserva, pero sin bendición, lo
son el acólito y el ministro extraordinario de la sagrada Eucaristía u
otro encargado por el Ordinario del lugar, observando las
prescripciones dictadas por el Obispo diocesano.
De aquí sacamos la enseñanza que el acólito instituido y el MEC pueden
“en circunstancias especiales” solamente hacer la exposición y la
reserva, pero no pueden en ningún caso dar la bendición con el
Santísimo.
941. 1). En las Iglesias y oratorios en los que esté permitido tener
reservada la santísima Eucaristía, se puede hacer la exposición tanto
con el copón como con la custodia, cumpliendo las normas
prescritas en los libros litúrgicos.
2). Durante la celebración de la Misa, no se tenga exposición
del santísimo Sacramento en la misma Iglesia u oratorio.
Rito de la exposición y reserva por el acólito instituido o por el MEC
1. Exposición.
Los cantores y todo el pueblo entonan un canto eucarístico.

57
Mientras tanto el ministro hace genuflexión sencilla, doblando una
rodilla, al sacar el Santísimo del sagrario, y lleva al Santísimo al altar
o al manifestador.
De pie pone incienso en el incensario y se arrodilla para incensar el
Santísimo. Inicia la adoración rezando o cantando la estación al
Santísimo.
 Hace inclinación de cabeza y se retira.
 Puede organizarse:
 Lecturas de la Sagrada Escritura.
 Breves exhortaciones que promuevan el aprecio a la Sagrada
Eucaristía.
 Cantos eucarísticos.
 Oraciones con el pueblo.
 Rezo de la liturgia de las horas, según la hora que toque.
 Oración en silencio.
2. Reserva.
La reserva del santísimo Sacramento puede hacerse en la forma
siguiente: (mientras la Comisión Episcopal Mexicana de Liturgia no
dé las respectivas normas o mientras carezcamos de orientaciones
dadas por la Comisión Diocesana de Liturgia)..
 Se entona un cántico eucarístico por los cantores y el pueblo.
 El ministro inciensa el Santísimo Sacramento.
 Reza una de las oraciones “colecta” propias del tiempo. Y/o
rezan las alabanzas al Santísimo.
 Bendito sea Dios
 Bendito sea su santo nombre, etc.
 Luego guarda al Santísimo en el sagrario.
 Y hecha la genuflexión sencilla, el ministro se retira a la
sacristía.
El párroco o sacerdote encargado enseñará al MEC la forma
práctica de la exposición y reserva asesorándolo en todos los
detalles, como, por ejemplo: cómo y dónde poner el corporal,
genuflexión doble, cómo incensar, etc.

58
TEMA IX
LA PASTORAL DE LA SALUD
I. La enfermedad y el sufrimiento humano.
No hay mayor bendición en la vida humana que gozar de una buena
salud, tener trabajo, mantener buenas relaciones con los demás y
experimentar una paz interior que proviene de la unión con Dios y
con los hermanos. Pero, al mismo tiempo, es bien duro asumir la
realidad permanente de la enfermedad, el hambre y el desempleo,
las peleas y disensiones con los demás, la angustia interior que nos
hace sentir la división.
El sufrimiento, el dolor físico, la enfermedad y la pérdida de la salud,
aparecen como uno de los momentos cumbres, como una de las
experiencias límites que sitúan al hombre ante el misterio de la
existencia humana y ante el misterio mismo de Dios.
Los dolores y las enfermedades –dice el nuevo Ritual de la Unción
de los enfermos- se han considerado siempre entre los más grandes
problemas que angustian la conciencia de los hombres (Rito de la
Unción, n. 1)
¿Cuál es el sentido de la enfermedad, del dolor y del sufrimiento?
Intentemos responder a esta pregunta desde dos ópticas:
Desde una sana antropología.
El creyente, y con mayor razón el ministro extraordinario de la
Comunión, ha de tener clara la enseñanza eclesial para evitar hablar
cosas que no son o tomar actitudes que deforman, en lugar de
fortalecer, la situación del enfermo.
La enfermedad y el dolor físico son realidades que acompañan al
hombre en su existencia (Salvifici dolores, n.8). Por ser barro y
debilidad, la enfermedad y el dolor son consecuencia normal de la
condición limitada y finita del hombre. No los podemos eludir; son
compañía de nuestro caminar, y mal haríamos en querer negarlos.
Por eso, lo lógico es asumirlos serenamente como parte de nuestra
condición humana, así no nos guste su visita o su presencia
permanente en nuestra vida. Pero asumir no es resignarse, ni
aguantar.
59
La enfermedad y el dolor no son realidades causadas por Dios o por
fuerzas ocultas y misteriosas, como se llegó a creer en ciertas épocas
de la historia humana. La causa está, insistamos, en el hombre
mismo, como ser limitado. Durante muchos siglos, en efecto, se
creyó que los dioses luchaban contra los humanos, enviándoles
dardos venenosos que constituían las diversas enfermedades. En
otras culturas se implantó la relación íntima entre enfermedad e
injusticia o pecado personal y comunitario; de modo que aquella era
un castigo divino a su infidelidad. Hoy todavía, en muchos
ambientes de raigambre religiosa, se sigue pensando en que Dios
causa la enfermedad. De ahí la pregunta concreta cuando alguien
cae enfermo: “¿Qué pecado cometí para que Dios me trata así? Pero
se nos olvida que, desde el Evangelio, ya fue superada la relación
entre pecado y enfermedad (cfr. Juan 9, 1-3). Para nosotros, en una
sana teología, Dios no es el causante de la enfermedad, pero sí
puede dar sentido al dolor y ofrecer una dimensión significativa a
una realidad tan inevitable del existir humano.
Hay ciertos sufrimientos y enfermedades que son causados,
acelerados o intensificados por la voluntad humana y su
irresponsabilidad en el cuidado de la vida. No podemos decirnos
mentiras. Muchos de los dolores y enfermedades actuales tienen su
origen en la manera irresponsable de asumir la vida; en unas
relaciones interpersonales y sociales condicionadas por el ansia de
poder, del tener y del placer, que generan violencia, agresividad,
destrucción de la vida humana. En este caso concreto, el sufrimiento
y la enfermedad dejan de ser un misterio inexplicable para
convertirse en evidencia de actitudes humanas de autodestrucción
(vgr. Todas las enfermedades que son consecuencia de vicios,
drogadicción, alcoholismo…), de socio-destrucción (vgr. Todas las
enfermedades que son consecuencia la injusticia, las desigualdades
sociales, la ambición y eco-destrucción (vgr. Todas las
enfermedades que son consecuencia de la contaminación
ambiental, de la destrucción de la naturaleza, de las armas
nucleares…). Sería infantil echarle la culpa de todo a Dios. Por el
contrario, es el hombre mismo el causante de su propio
60
aniquilamiento, y en términos teológicos, eso se llama “pecado” e
injusticia. Saber esto y explicarlo a los hermanos es fundamental,
porque con demasiada frecuencia le echamos a Dios la culpa de
nuestros propios errores. Cuántas enfermedades provienen de
nuestro descuido o nuestra irresponsabilidad. Cuántas provienen de
situaciones injustas, de manipulaciones genéticas o de acciones
terroristas.
Desde una visión teológica.
Esa realidad humana que acabamos de describir puede ser leída y
entendida desde la experiencia de fe en Jesucristo. Con esta fe
descubriremos el papel, el puesto y la presencia de Dios en la
realidad dolorosa de la enfermedad y el sufrimiento. Es decir, que la
dimensión religiosa, más que explicar las causas de la enfermedad y
el sufrimiento, lo que hace es dar sentido a estas realidades. Y todo
ello, gracias a Jesús, revelación definitiva de Dios y clave para
entender el sentido de la vida y realidad trascendental del hombre.
El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado… Cristo, el nuevo Adán, manifiesta plenamente el
hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su
vocación… Por Cristo y en cristo se ilumina el enigma del dolor y de
la muerte. (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 22)
El Dios de Jesucristo es un Dios vivo y dador de vida (Jn 6,57; Mt 16,
16; Mc 12,27; Hech 14,15; Rom 9,2). Como tal es un Dios que crea,
genera, impulsa y conserva la vida (cfr. Gen 1-2). Un Dios que no
quiere la muerte sino la vida (cfr. Ez 18,23; 33,11) y, a través de la
presencia, la palabra y las acciones de Jesús, ofrece Vida en
abundancia (Jn 10,10; 1,4; 3,15-16, etc.). Como consecuencia, el
Dios de Jesucristo no es un Dios de muerte, que destruye a los
hombres y se goza enviándoles enfermedades para que apaguen la
vida. No es tampoco un Dios castigador y verdugo, que destruye la
humanidad y reparte enfermedades y sufrimientos para parificar al
hombre. Es un Dios que da la vida, quiere la vida y nos invita a luchar
por la vida. Por lo mismo, es un Dios que no aprueba la enfermedad,
ni la envía. Pero, por hacernos libres y responsables, cuando la

61
enfermedad llega con su poder, nos ayuda a luchar contra ella y a
encontrarle sentido en la fe y en el amor.
El Dios de Jesucristo es un Dios que salva, perdona y libera. Lo hace
en la historia, los acontecimientos y, sobre todo, en la persona de
su propio Hijo (Mt 1,21; Jn 3,15-17; 11, 25-26; Lc 9,56). Como tal, es
el Dios de la vida que libera de toda opresión y ofrece un camino y
una ley de libertad (cfr. Gal 5, 1.13). La Buena Noticia del Reino es,
ante todo, una noticia de liberación y perdón (Lc 4, 16-19); noticia
que se hace realidad en la palabra y en las acciones de Jesús con los
enfermos. Por lo mismo, el sufrimiento y el dolor, como todo lo que
oprime al hombre, están en contradicción con el Dios cristiano y
quien cree en él ha de luchar contra toda enfermedad y toda forma
de sufrimiento. El creyente que cae enfermo no está invitado,
inicialmente, a sufrir y aguantar pasivamente sino a luchar y tratar
de salir adelante.
El Dios de Jesucristo es un Dios de esperanza y plenitud, que colma
de gozo y paz (Rom 15,13). Un Dios que no encierra al hombre en
los estrechos límites de esta vida terrena sino que lo invita a salir
más allá de sí y contemplar en Jesús el sentido de una vida
entregada, gastada y ofrecida en el amor por los demás (cfr Jn
5,51.57; 11,25-26; 15,13). Ahora bien, el culmen del amor se
encuentra en la cruz de Jesús (Rom 5,8-11). Ella es la clave de lectura
de todo dolor y sufrimiento, no sólo porque ayuda a entender el
sentido del dolor pleno y total de Jesús por nuestra salvación, sino
porque sólo en ella podemos darle sentido al dolor y al sufrimiento
humano. El creyente, que cae derribado por el dolor y la
enfermedad, además de luchar, está invitado a contemplar a Jesús,
clavado en la Cruz y capaz de cargar con todas nuestras
enfermedades (Mt 8,17), para tratar de encontrarle un sentido
salvífico a su dolor y colaborar en el misterio de la redención del
mundo, ofreciendo su situación por la vida de todos.
Entendemos ahora mejor la afirmación de la Iglesia en el nuevo
Ritual de la Unción de los enfermos.
Dios quiere que luchemos esforzadamente contra toda clase de
enfermedades y busquemos, por todos los medios a nuestro
62
alcance, el don de la salud, para que podamos desempeñar el oficio
que a cada uno nos corresponde en la sociedad y en la Iglesia, a
condición de que estemos siempre dispuestos a completar en
nosotros lo que falta a la Pasión de Cristo, para la salvación del
mundo, en espera de que la creación sea liberada de la esclavitud
de la corrupción, para participar de la gloria de los hijos de Dios (cfr
Col 1,24; Rom 8,19-21) (n.3).
II. La pastoral de enfermos.
Cuando hablamos de pastoral de enfermos, hablamos de un trabajo
y un servicio concreto a favor de los que sufren. Tiene, por lo mismo,
varias características:
Es una actividad eclesial. No es la iniciativa ni la buena voluntad del
creyente que se preocupa por los enfermos de la comunidad. Es una
acción concreta de la Iglesia, a través de sus diferentes ministros,
para expresar a los enfermos la solicitud y el amor de Dios por ellos.
De esta manera, se precisa que el ministro extraordinario de la
comunión, cuando atienda a un hermano enfermo se sienta parte
de la Iglesia de Cristo y, al mismo tiempo, experimente su trabajo y
su servicio como un sacramento de la Iglesia con los más
necesitados. Él es parte de la Iglesia y la Iglesia se hace presente por
medio de él.
Es una actividad pastoral. Es decir, expresión de un pastoreo
concreto a los hermanos más necesitados de la comunidad, que
yacen en el lecho de enfermo y no pueden participar con los demás
hermanos en el culto semanal y en la actividad eclesial común.
Como pastoreo es expresión de misericordia y realización viva de la
promesa profética. (Ez 34, 11-16).
Es una pastoral a favor de los enfermos. Ellos son miembros
privilegiados de la comunidad y es preciso hacerles sentir este
cariño y preocupación de la Iglesia por ellos.
En el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, sufre un miembro, todos los
demás sufren con él (cfr. 1Cor 12,26). Por lo cual, la misericordia con
los enfermos y las así llamadas obras de caridad y de ayuda mutua

63
para aliviar todas las necesidades humanas, deben ocupar un
puesto preeminente… (Ritual de la Unción, n.32)
Precisamente porque la enfermedad aísla, encierra y recorta
posibilidades, la atención a los enfermos quiere ofrecer comunión,
apertura y nuevos aires para vivir la experiencia de Dios y la
situación de enfermedad. Las orientaciones que ofrece el nuevo
ritual de la Unción, con mayor razón se han de asumir por los
ministros extraordinarios de la comunión que atienden a los
enfermos:
Todos los cristianos, como partícipes que son de la solicitud y
caridad de Cristo y de la Iglesia, tengan, cada uno según sus
capacidades, particular esmero en el cuidado de los enfermos
visitándolos y consolándolos en el Señor, y ayudándolos
fraternalmente en sus necesidades (n.42).
La visita y la comunión a los enfermos.
De una manera inteligente, el ministro extraordinario de la
comunión ha de conocer e interpretar la orientación de la Iglesia,
cuando lo envía, en su nombre, a servir a los enfermos.
Digamos, en primer lugar, que este servicio lo llama tres veces “un
ministerio de curación” en el ritual de la Unción de los enfermos (nn.
4, 32,42), y comprende no sólo la ofrenda del sacramento de la
Unción por parte del sacerdote, sino también la Comunión, la
oración, la visita y la preocupación por los enfermos. Quien visita a
los enfermos y les lleva la Comunión ha de sentirse, pues,
comprometido en un verdadero ministerio de vida y curación, que
busca fundamentalmente la salud del hermano enfermo.
Si revisamos el ritual de la Comunión a los enfermos, podemos
encontrar un esquema simple y orientativo:
 Saludo y diálogo con el enfermo y su familia,
 Lectura y actualización de la Palabra,
 Comunión con el Cuerpo de Cristo,
 Oración de acción de gracias y súplica,
 Bendición que acompaña y anima en la situación.

64
El ministro extraordinario de la Comunión se apoya en estas
orientaciones y actúa con libertad, tratando de adaptarse a cada
circunstancia, a cada persona y familia. Sabe que su servicio procura
integrar el anuncio del Evangelio de Jesús y la presencia de su acción
salvadora en la vida de cada uno. Por eso lo vive intensamente,
mediante los siguientes elementos:
En el diálogo y la escucha del enfermo. Hay enfermos conversadores
y los hay también silenciosos. A los primeros se los escucha; a los
segundos se les comprende, y una presencia generosa, llena de
cariño, puede ser para ellos la mejor palabra de apoyo. Pero si se
puede dialogar sobre la enfermedad, es importante liberar al
enfermo de la idea que ésta es un “castigo”, es “prueba” o “visita de
Dios”. Como ya lo dijimos antes, la enfermedad no es algo que Dios
manda para que el enfermo “se convierta”; pero sí puede ser “un
lugar de conversión”, una vez llegue y sea asumida serenamente.
En la presencia y la solidaridad. La mejor acción pastoral es ayudarle
a descubrir al enfermo la presencia viva, solidaria, esperanzadora de
Jesús, que “pasa haciendo el bien y curando a los oprimidos porque
Dios está con él” (Hch 10,38). Pero esta presencia salvadora no la
puede descubrir el enfermo sino a través de todos los que lo
acompañan y se preocupan por él. Por eso, el ministro
extraordinario de la Comunión comprende que ha de ser presencia
del Señor, en la medida en que se hace compañero del dolor y amigo
del enfermo: Dios salva y comunica su presencia a través de nuestra
propia vida, de nuestro amor.
En el acompañamiento. Porque no basta una visita aislada y fría. El
ministro extraordinario de la Comunión se preocupa por el hermano
enfermo, por su proceso de curación, o su proceso de enfermedad,
y está allí presente con interés, con amor, con oración. Recordemos
que hay enfermedades que terminan en curación plena; y hay otras
que llevan a la muerte. El que visita a un enfermo en nombre de la
Iglesia, le manifiesta su preocupación constante, le asegura su
oración y la de la comunidad, lo anima a mirar la vida con esperanza,
le sabe dar palabras de apoyo y no de angustia y temor. Pasa a ser
un amigo y un hermano de camino en el dolor; pero mediante una
65
actitud que dignifique al enfermo, que lo haga sentir persona y
hermano querido, no simplemente un “objeto de compasión y de
caridad”. Y, si el hermano muere, el ministro sabe llorar por él y con
la familia; sabe dar una palabra de consuelo y acompañar a la familia
en el dolor y la oración.
En el servicio del Evangelio y de la Eucaristía, en nombre de la
Iglesia. Si el ministro visita al enfermo en misión eclesial, ha de
recordar que le lleva una palabra y un mensaje que no es propio,
sino de Dios y de la comunidad. Por eso, la Palabra de Dios que le
proclame y la explicación que le ofrezca han de sr un Evangelio de
Vida para el enfermo. Si la visita es un domingo, lo mejor es
compartir con el enfermo y la familia alguno de los textos de la
liturgia dominical y alguna palabra de la homilía escuchada, con el
fin de que el enfermo se sienta parte de la comunidad. La Comunión,
además, es invitación a compartir las luchas y necesidades, los gozos
y esperanzas de la comunidad.
En la oración. El ministro extraordinario de la Comunión no sólo ora
con el enfermo sino ora por el enfermo. Si hay en él una verdadera
preocupación pastoral por la situación del hermano que sufre y un
amor entrañable que proviene del mismo Señor, su oración será
constante y activa. Durante la visita, ayuda y hace oración con el
enfermo; pero después de ella, siente el peso de la responsabilidad
eclesial y lo presenta permanentemente en las manos del Padre. Su
vida de “servidor del Cuerpo de Cristo” se va transformando y
haciendo “Eucaristía” al servicio de los hermanos.
Con estas actitudes, pero sobre todo con una vida sencilla, pobre,
servicial, fraterna y alegre, los ministros de la Iglesia podremos ser
presencia fuerte del Dios vivo, del Dios liberador y del Dios de la
esperanza, y nuestra presencia será humanizadora del dolor, de la
enfermedad y del sufrimiento.

66
TEMA X
Reglamentos para los Ministros Extraordinarios
de la Comunión
Cada párroco y su parroquia crearán su reglamento particular,
según su realidad, tomando en cuenta las disposiciones del Propio
de la Diócesis.

ORACIÓN DEL MINISTRO EXTRAORDINARIO


DE LA COMUNIÓN
Señor, la Iglesia me ha confiado el Ministerio extraordinario de la
Comunión, de la Asamblea Litúrgica, que comparte la mesa
fraternal de la Comunión en la consolación de los enfermos,
ancianos e impedidos que se fortalecen con el Pan de la Vida
Yo sé, Señor, que es, en primer lugar, un servicio. Pero
íntimamente, lo descubro también como un honor; por
intermediación mía, desde mis manos, hago posible la comunión de
mis hermanos contigo, en el Sacramento de tu Cuerpo y de tu
Sangre
Por eso señor, te consagro mis labios que te anuncian, mis manos
que te entregan; te consagro mi ser, mi cuerpo y mi corazón para
ser tu testigo leal, no quiero, Señor, que mi vida sea un obstáculo
entre mis hermanos y tu Ministerio. Quiero ser un puente, quiero ser
como dos manos tendidas…
Te pido tu ayuda, de modo que yo sea un creyente de verdad, un
cristiano ansioso de tu Palabra, una persona de oración y reflexión;
un contemplativo de tus misterios; un celebrante feliz de tus
Sacramentos y un servidor humilde de todos mis hermanos. Que
cuando diga: el “Cuerpo de Cristo”, yo desaparezca y vean tu rostro.
Amén.

67
Oración a la Virgen
Virgen Madre; Servidora del Señor, Servidora de la Iglesia Virgen
fiel, orante y oferente, modelo de la actitud espiritual con que la
Iglesia celebra y vive los misterios divinos; como nosotros, Ministros
del Cuerpo de Cristo, el Señor, enséñanos a ser generosos
humildes y simples, para que, como tú, seamos camino, breve y
diáfano del encuentro de nuestro hermano con Jesús.
“Maestra de vida espiritual para cada uno de los cristianos”,
ayúdanos a tener intimidad con el señor, en la Palabra recibida con
corazón abierto, en la oración, y en los sacramentos de tal modo
que, en Él encontremos, cada día la fuerza y decisión para vivir el
Evangelio; la lucidez para exigirnos profundidad en la Fe, serenidad
en la Esperanza y solicitud en el Amor sincero.
Que nuestras manos, que en la Liturgia dan el Cuerpo Salvador en
la Comunión, sean manos, que en la vida cotidiana una en las
manos y los corazones divididos, en la común - unión de los de la
reconciliación fraterna. Ese será nuestro Ministerio, prolongado en
el mundo como servicio fraternal.
Como tú guardabas en tu corazón los misterios de Jesús; ayúdanos
a que, también nosotros sepamos maravillarnos y contemplar con
admiración admirado gozo, los misterios sacramentales que la
Iglesia puso en nuestras manos, para que la fuerza del Misterio nos
inunde y nos transforme en testigos de la Fe.
Enséñanos la fidelidad. Ayúdanos a vivir en la alegría. Fortalece
nuestro espíritu servicial. Danos a Jesús como amigo; Él dará
plenitud a nuestra vida y enriquecerá nuestro Ministerio. Amén.

NOTA: Día mundial del enfermo: 11 de febrero. Celebración


de la Virgen de Lourdes.

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