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ECLESIOLOGÍA
• Apoyándose en los testimonios bíblicos sobre la posición de la mujer entre los discípulos
de Jesús, y en los numerosos e importantes ministerios de las mujeres en las
comunidades neotestamentarias, fueran ordenadas mujeres como Diaconisas en las
Iglesias Orientales, e incluso algunas en las Iglesias de rito latino, durante los primeros
siglos del cristianismo.
• Debido a las circunstancias culturales de ese entonces, a ellas se les encomendó tareas
diaconales sobre todo para mujeres y en el campo de la familia. Su participación en la
Liturgia Eucarística y en la administración de los sacramentos fue muy limitada, debido al
puesto de las mujeres en la sociedad de ese entonces. A pesar de estas limitaciones en
sus tareas pastorales y sobre todo litúrgicas, estas mujeres colaboraron enormemente en
su época a impregnar de espíritu cristiano la vida de la mujer y de la familia.
• Estos hechos históricos en gran parte fueron desapareciendo de la conciencia de la Iglesia.
A través de la investigación teológica ellos fueron nuevamente accesibles. En la actual
situación pastoral, las siguientes razones aconsejan volver a esa antigua praxis eclesial
OBSERVACIONES DE LOS OBISPOS ALEMANES
SOBRE EL DIACONADO DE LA MUJER (SÍNODO DE
1975) - 2
• Junto con este verdadero apostolado del cristiano en el mundo, el Concilio trata
también sobre el apostolado que se realiza en el interior de la Iglesia; este
apostolado, típico de los "ministros de la Iglesia", no es tarea reservada
únicamente a ellos, sino tarea en la que deben participar también, en diversa
medida, los laicos (sean seglares o religiosos).
• En el apostolado de los laicos dentro de la Iglesia, cabe distinguir tres casos.
• 1) A veces el apostolado se realiza por libre decisión de los laicos, con la
aprobación explícita o tácita de la jerarquía;
• 2) otras veces se realiza debido a un "mandato" de la jerarquía;
• 3) finalmente, en otras ocasiones se realiza en virtud de una "misión canónica"
dada por la misma jerarquía.
• En estos dos últimos casos se trata de formas especiales de apostolado bajo una
más inmediata responsabilidad de la jerarquía, que se distinguen claramente de
aquella común vocación al apostolado que incumbe a todos los fieles.
APOSTOLADO LAICAL EN LA IGLESIA - 2
• Respecto a las "obras apostólicas constituidas por libre elección de los seglares y
dirigidas por su prudente juicio" (AA 24,3; cfr. AA 19), el Concilio reconoce que estas
obras apostólicas eclesiásticas son plenamente de carácter laical.
• El "mandato" se da cuando la autoridad eclesiástica asume una especial dirección y
responsabilidad en la empresa apostólica laical, de modo que los laicos pueden
actuar en nombre de dicha autoridad jerárquica y conjuntamente con ella. Este tipo
de apostolado es con frecuencia llamado "Acción Católica" (cfr. AA 20 y 24,5).
• La "misión canónica" por su parte, es el acto de la jerarquía, por el que esta confía a
los laicos algunas funciones que, de suyo, pertenecen al clero. En este caso, el
laico actúa como instrumento de la jerarquía.
• Los principales ministerios sobre los que versa la misión canónica son: los actos
litúrgicos que se delegan en ministros laicales, incluida la administración de la
Eucaristía en ciertas circunstancias; la predicación de la Palabra de Dios por los
catequistas, e igualmente, a cargo de éstos, la cura pastoral de almas en misiones.
En todos estos casos, como se ve, se trata no sólo de un apostolado intraeclesial,
sino realmente de un "ministerio eclesiástico".
OFICIO DE SANTIFICACIÓN
(CONSAGRACIÓN DEL MUNDO)
• También los laicos son Pueblo de Dios y pueblo sacerdotal; como tales, deben santificarse
ellos personalmente, y al mismo tiempo, a través de su presencia y actividad, deben ofrecer
y consagrar a Dios el mundo en que viven, usando de todo santamente y ordenándolo a la
mayor gloria de Dios.
• Para ello se les da el carácter sacramental por el Bautismo y la Confirmación, participan en
la Eucaristía, son reconfortados por los sacramentos de la Reconciliación y la Unción de los
enfermos, y consagran a Dios su vida familiar en el Matrimonio (cfr. LG 11); continuamente y
de múltiples maneras reciben la Gracia, destinada al digno ejercicio del sacerdocio cristiano.
• Esa consagración del mundo debe realizarla el seglar, en uso de su sacerdocio-seglar,
comprometiéndose con las cosas temporales para vivirlas según Dios, en Cristo. Entregado
en cuerpo y alma a su estado, su familia, su profesión, su trabajo, su empresa, su
institución, el seglar cristiano usará las cosas temporales sin dejarse encadenar por ellas,
porque está en Dios su principal punto de referencia; pero al mismo tiempo procurará
hacerlo todo con la mayor perfección natural y técnica posible, porque eso lo quiere Dios,
para eso lo dejó en el mundo y eso espera de él el mismo mundo, que en él y por él debe
reintegrarse a su Creador y su Redentor.
EL OFICIO PROFÉTICO
(TESTIMONIO DE PALABRA Y VIDA)
• La participación en la misión profética de Cristo constituye a los seglares en testigos de
Cristo, a fin de que el Evangelio brille en la vida cotidiana, familiar y social. La nota
específica de su profetismo es testimoniar su fe y esperanza con su propia vida, en
diálogo con el mundo, incluso a través de las estructuras de la vida secular. Este aspecto
de la misión profética del laicado debe ayudar a poner de manifiesto que la doctrina de
Cristo no es una teoría, sino una regla de vida con la que hay que informar toda la vida
concreta.
• Ahora bien, al igual que Cristo, los seglares deben predicar no sólo con su ejemplo sino,
explícitamente, también por la "palabra"; ellos deben anunciar a toda la humanidad los
valores morales y las verdades de la Fe, especialmente en aquellos ambientes que están
más cercanos a los seglares y en los cuales ellos pueden ejercer el apostolado con mayor
efectividad y facilidad.
• El primero y el más importante medio en el que el seglar-laico debe desarrollar su misión
es en su familia. La actual crisis familiar debe ser superada a través de una vida
profundamente cristiana en la familia, que haga de ella un lugar de amor auténtico, que
inevitablemente irradiará hacia fuera con una acción evangelizadora
OFICIO REAL
(EN LAS ESTRUCTURAS DEL MUNDO)
• Su condición de cristiano exige del laico una promoción de los valores morales de mundo, mediante
el saneamiento de los ambientes en que vive, y una callada labor en favor de la cristificación de la
cultura y del trabajo. La promoción de los valores morales contribuye indirectamente a la expansión
del reino de Dios, haciendo del mundo un campo propicio para que la Palabra de Dios sea aceptada
y produzca frutos.
• Sin embargo, se ha de evitar cuidadosamente la confusión y mezcla de los valores religiosos y de
los civiles, así como se ha de evitar también la separación u oposición entre los dos campos. El
seglar tiene que ser consciente de que son distintos los valores del uno y del otro campo; pero al
mismo tiempo el seglar debe tener presente que en cualquier asunto temporal debe guiarse por la
conciencia cristiana, teniendo en cuenta que también el orden temporal debe responder al plan del
Creador.
• Es de la mayor importancia que esta distinción y armonía brillen con claridad en el comportamiento
de los cristianos, para que la misión de la Iglesia pueda responder mejor a las circunstancias del
mundo de hoy. En efecto, pese a que el mundo moderno se muestre decididamente contrario a
mezclar los fines y las actividades de lo religioso y lo profano, debemos procurar que el mensaje
cristiano ilumine a los seres humanos y no sea manipulado por quienes detentan el poder. En este
campo es muy importante resaltar la necesidad de un asesoramiento y coordinación con la jerarquía.
JERARQUÍA Y LAICADO
• Jerarquía y Laicado pertenecen al Pueblo de Dios. Ambos se necesitan y condicionan
mútuamente. El laico tiene necesidad de los pastores en orden a la participación en la vida
sacramental del Cuerpo Místico. Los pastores están condicionados por el laicado, puesto que su
existencia tiene sentido por el pueblo, su actividad se ordena a servir al pueblo.
• Esta expresión "servir al pueblo" nos hace caer en cuenta de que no corresponde al clero
determinar qué clase de "ayuda" necesita el laicado, sino que él tiene la obligación de escuchar al
laicado para discernir el "servicio" que el laicado necesita y exige del clero.
• Ahora bien, el haber subrayado que la actitud del clero debe ser de "servicio" nos obliga a
precisar en qué sentido el clero tiene una auténtica "potestad" sobre el laicado, y en que sentido
el laicado le debe "obediencia" al clero. Aquí debemos tener muy claro que esta "potestad" de la
"jerarquía" eclesiástica se da sólo en el campo de la predicación de la Palabra de Dios y de la
administración de los sacramentos. Esto se basa, no en la virtud y sabiduría de la Jerarquía, sino
en la fe que le hace ver en esos ministros a los enviados y representantes de Jesucristo.
• Aún en este campo, sin embargo, se debe evitar confundir la obediencia con el servilismo; la
obediencia es una necesaria expresión de fe, pero ella no será obediencia cristiana sin la
auténtica libertad de los hijos de Dios que, con el debido respeto, les presentarán a los ministros
del Señor sus deseos y opiniones, no para buscar imponerse el uno al otro, sino buscar la
voluntad de Dios, que venga su Reino.
PARTICIPACIÓN DE LOS LAICOS EN LA IGLESIA
• Tomar en consideración la opinión de los laicos sobre asuntos temporales o religiosos significa
revalorizar la misión profética individual que el Espíritu deposita en cada uno de los fieles; reconocer
en cada individuo los dones y carismas con los que Dios quiere regalar a su Iglesia.
• Para facilitar el que estas manifestaciones del Espíritu sean aceptadas en la Iglesia, el Concilio
aconseja que la opinión de los laicos sea manifestada, si las circunstancias lo requieren, mediante
instituciones a nivel parroquial, diocesano o mundial, establecidas al efecto en la Iglesia. También
en estas instituciones, el verdadero diálogo implica, en primer lugar, un respeto hacia las opiniones
del otro. Los laicos deben expresar su opinión con "veracidad, fortaleza y prudencia" y a la vez "con
reverencia y caridad hacia quienes personifican a Cristo". Los clérigos deben a su vez procurar ir al
diálogo en una verdadera actitud de servicio y caridad cristiana, a imitación de Cristo, que no vino a
hacer su voluntad, ni a ser servido, sino a servir ya dar su vida por la salvación de todos.
• El texto de la Constitución precisa aun más y en qué ha de consistir la colaboración activa del laico
con la jerarquía: ésta debe utilizar los consejos de los laicos, encargarles tareas en servicio de la
Iglesia, animarlos a que las asuman, considerar sus iniciativas, peticiones y deseos. Muchas son,
por otra parte, las tareas eclesiales que el laico puede realizar. Para ello quizá convendría regular
las relaciones clero-laicado, según el principio de subsidiaridad que, en este caso concreto, habría
de ser aplicado según la fórmula: "lo que pueden cumplir los laicos, por su propio trabajo y
responsabilidad, no ha de acapararlo el clero" (cfr. J. Höffner).
UNA IGLESIA LAICAL
• Como fruto de la cooperación laicos-clérigos, el Concilio indica, por parte del laico, el desarrollo del
sentido de responsabilidad, el fomento del entusiasmo, una mayor colaboración. Los pastores, por
su parte, alcanzarán un juicio más preciso sobre los asuntos espirituales y temporales. Esto es una
consecuencia del sano funcionamiento de la opinión pública, que pone en conocimiento de la
jerarquía cuál es la situación concreta, y qué piensa y desea el pueblo cristiano.
• El capítulo sobre los laicos, en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, se cierra con un breve
párrafo que hace resaltar de nuevo la misión de los cristianos, y en particular de los seglares, de
ser testigos y signo de cristianismo en el mundo. Los seglares son discípulos del Señor y,
consiguientemente, sal de la tierra y luz del mundo.
• A través de ellos debe penetrar en el mundo el espíritu de las bienaventuranzas, consistente en un
ideal de perfección evangélica, hecho a base de pobreza, de sufrimiento, de mansedumbre, de
justicia, de sencillez de corazón, de hambre de paz, de paciencia en la persecución. La posesión
del Reino de los Cielos será el premio que les promete el Señor (cfr. Mt 5,3-10).
• Una bella cita de la Carta a Diogneto pone fin al texto: "En una palabra, lo que es el alma en el
cuerpo, esto han de ser los cristianos en el mundo" (LG 38). El alma está encerrada en el cuerpo,
pero ella es la que mantiene unido al cuerpo; así los cristianos, peregrinando en el mundo, son los
que mantienen la trabazón del mundo.
LA VIDA RELIGIOSA Y LA ACEPTACIÓN DEL
AMOR DE DIOS MANIFESTADO EN CRISTO.
• Para acercarnos a la Eclesiología de la Vida Religiosa, lo tenemos que hacer desde dos
vertientes: desde la vertiente espiritual, como profesión de los "consejos evangélicos", y
desde la vertiente ministerial, como un tipo especial (más que puramente laical, y casi
diaconal) de ejercicio del triple oficio de Cristo.
• El Mandamiento de Cristo, clave de la vida cristiana, es la caridad: Mi mandamiento es
éste: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el
que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando.
(Jn.15,12-14). El dato primero no es el amor de unos por otros, sino la revelación de
que Dios es amor. Esto posibilita que el hombre se libere de la angustia profunda que lo
encierra en sí mismo, y así, radicalmente libre, sea capaz de amar a lo divino.
• La aceptación del amor de Dios es gracia, pero al mismo tiempo se manifiesta como lucha
sin cuartel contra el pecado que anida en el corazón del hombre; esta lucha es
experimentada desde el primer momento como un negarse a sí mismo y buscar siempre
lo más perfecto; el sufrimiento está presente en esta lucha, pero más fuerte que el
sufrimiento es el gozo divino de amar con el amor de Dios y vivir para el bien de los
demás.
LOS TRES CONSEJOS EVANGÉLICOS
• Entre los consejos que de un modo u otro se pueden dar en la práctica de la vida espiritual están
los tres que desde la Edad Media se ha calificado como los "consejos evangélicos" por
excelencia: pobreza, castidad y obediencia.
• Ciertamente nos dice el Concilio que "la santidad de la Iglesia se fomenta de una manera
especial con los múltiples consejos que el Señor nos propone en el Evangelio" (LG 42,3), pero si
leemos atentamente el texto, observaremos que, más que como "consejos", el Concilio los
muestra como gracias que a algunos da el Señor "para que se consagren a solo Dios con un
corazón que en la virginidad o en el celibato se mantiene más fácilmente indiviso" (LG 42,3), y
para que "tengan en sí los mismos sentimientos que tuvo Cristo, el cual se anonadó a sí mismo
tomando la forma de esclavo ..., hecho obediente hasta la muerte (Flp 2,7-8), y por nosotros se
hizo pobre, siendo rico (2 Co 8,9)" (LG 42,4).
• El estado religioso es considerado por el Concilio como una riqueza para la Iglesia, pues "imita
más de cerca y representa perennemente en la Iglesia el género de vida que el Hijo de Dios
tomó cuando vino a este mundo para cumplir la voluntad del Padre, y que propuso a los
discípulos que le seguían" (LG 44,3). Derivados de éste, hay otros valores que el Concilio ve en
la vida religiosa como "testimonio de la vida nueva y eterna conquistada por la resurrección de
Cristo", y como estado de vida que "proclama de modo especial la elevación del Reino de Dios
sobre todo lo terreno, y sus exigencias supremas" (LG 44,3).
LA VIDA RELIGIOS Y EL MARTIRIO
• La suprema expresión de este amor es el "martirio" o "testimonio". Así comprendió la Iglesia el
sacrificio de Cristo, y en su seguimiento, así lo entendió y procuró vivirlo la Iglesia primitiva; sobre
los primeros cristianos pesaba con frecuencia la amenaza del martirio, pero lo recibían con
alegría, como signo de que participaban de la suerte de Jesús.
• No siempre se da el martirio violento, pero siempre el cristiano, que desea vivir en caridad
decidida, perseverante y valiente, se encuentra con la necesidad de marchar "contra corriente" y
sufrir una persecución latente, que es también, un testimonio de la fe; testimonio muchas veces
heroico y durísimo, que suple al martirio de la sangre.
• Todo ello es índice de una gran verdad subyacente a toda la teología del martirio, y que queda
sugerida en el texto conciliar, y es que el martirio, hasta el de sangre, el de dar la vida, es la gran
obligación de todo bautizado, de todo cristiano; no es un "consejo", ni un medio extraordinario de
santificación, como a veces se ha dicho; es un estricto mandamiento del Señor, y como tal tienen
que vivirlo en la "disposición" del corazón todos los que siguen a Jesucristo.
• Como consecuencia de esta disposición hacia el martirio, que debe darse en todo bautizado, de
esa aceptación del mismo en hipótesis, se entiende que toda la vida debe ser vivida en actitud
martirial, en testimonio riguroso, exigente, de fe encarnada en toda la vida, en el sufrimiento, en la
abnegación, en la ascesis, en el sacrificio, en la generosidad caritativa hacia los hermanos, en el
mismo morir, que es entregar a Dios esta vida en el instante histórico en que él venga a tomarla.
LA VIDA RELIGIOSA COMO "MINISTERIO"
-1 (LG 45; PC 7-11 Y AG 27).
• El Concilio alaba en primer lugar la vida religiosa contemplativa. Sin embargo, más
vivible que el ministerio de las Órdenes contemplativas en la Iglesia, es el de
aquellos "institutos, clericales o laicales, consagrados a las obras de apostolado,
que tienen dones diferentes según la gracia que les ha sido dada: ora de ministerio,
para servir; ora el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el
que da, con sencillez; el que ejerce la misericordia, con alegría (cfr. Rm 12,5-8)" (PC
8,1).
• "En estos institutos, la acción apostólica y benéfica pertenece a la naturaleza misma
de la vida religiosa, como sagrado ministerio y obra propia de la caridad que les han
sido encomendadas por la Iglesia y deben cumplir en su nombre. Por eso, toda la
vida religiosa de sus miembros debe estar imbuida de espíritu apostólico, y toda la
acción apostólica informada de espíritu religioso.
• Así pues, a fin de que sus miembros respondan ante todo a su vocación de seguir a
Cristo y sirvan a Cristo mismo en sus miembros, es necesario que su acción
apostólica proceda de la íntima unión con él. Con lo cual se fomenta la caridad
misma hacia Dios y el prójimo" (PC 8,2).
LA VIDA RELIGIOSA COMO "MINISTERIO"
-2 (LG 45; PC 7-11 Y AG 27).
• En este último texto conciliar podemos subrayar, en primer lugar, una afirmación
importante: los religiosos ejercitan un "sagrado ministerio" que les ha sido confiado por la
Iglesia (cfr. PC 8,2). Esto justifica el que podemos considerar al estado religioso incluso en
sus elementos que no han recibido el sacramento del Orden) como un grupo peculiar
dentro de la Iglesia que participa ordinariamente del ministerio jerárquico, en nombre de la
Iglesia.
• En segundo lugar, podemos observar que, al describir estos "ministerios" el Concilio utiliza
ciertos elementos del esquema teológico del triple oficio de Cristo: en efecto, en el Decreto
Perfectae Caritatis, sobre la Vida Religiosa, luego del ministerio de la oración, propio de los
institutos contemplativos (cfr. PC,7), se mencionan los ministerios del "servicio" y de la
"enseñanza" (cfr. PC 8,1), a los que podrían reducirse los demás ministerios enumerados.
• De este modo podemos considerar que al estado religioso le corresponde, dentro y fuera
de la Iglesia, una práctica peculiar del "triple oficio de Cristo y de la Iglesia". Precisamente
por el hecho de que el estado religioso está abocado de un modo peculiar, por naturaleza y
por historia, al servicio de la Iglesia, es comprensible que el Concilio se ocupe de este
estado, en la Constitución sobre la Iglesia, como algo que debe cuidar con esmero.
LA JURISDICCIÓN DE LOS OBISPOS SOBRE
LOS MINISTERIOS DE LA VIDA RELIGIOSA
• La jerarquía eclesiástica, por razón de su gobierno pastoral, ejerce un poder de jurisdicción sobre
la actividad apostólica de toda la Iglesia, jerarquía y laicado; este poder de jurisdicción lo ejerce de
modo particular sobre aquellos fieles cristianos que se han consagrado a su servicio en el estado
religioso. Por este título, la jerarquía eclesiástica controla la reglamentación de la vida y la actividad
de los institutos religiosos; así "admite las reglas y las aprueba" y "está presente con su autoridad
vigilante y protectora en el desarrollo de los institutos"; todo esto no tiene otro fin que asegurar su
fidelidad en el servicio de la misma Iglesia, según el espíritu de los fundadores (cfr. LG 45,1).
• Esta jurisdicción la ejerce cada Obispo en su propia diócesis, en nombre de Cristo; sin embargo, la
mejor utilización del estado religioso en beneficio de la Iglesia universal puede hacer necesaria su
dependencia inmediata del Romano Pontífice, pastor de la Iglesia universal, y su correspondiente
"exención" de la autoridad de los Obispos locales (cfr. LG 27). Aquí hay que subrayar que son los
fines universales del estado religioso los que motivan y justifican la exención. Su relativa
dependencia de la Iglesia local está impuesta por su incondicional y plena dependencia de la
Iglesia universal, regida por el Papa. La exención no es pues, un privilegio que distingue, sino una
mayor exigencia: una servicialidad incondicional a la Iglesia.
• Dado que las células de la Iglesia son las parroquias y las diócesis, es de todo punto lógico que los
religiosos "deben prestar a los obispos la debida reverencia y obediencia, según las leyes
canónicas, por su autoridad pastoral en las Iglesias particulares y por la necesaria unidad y
concordia del trabajo apostólico" (LG 45,2).
LA SANTIDAD EN LA IGLESIA. (LG
39-41
• La palabra "santidad" tiene entre nosotros un sentido corriente y vulgar, que resulta fácil en
una intuitiva e inmediata acepción; pero si queremos precisar lo que esa palabra cubre, el
problema es complejo. La Biblia es la fuente primerísima que tenemos para acercarnos a
esto, ella nos habla de "santidad de Dios", que es el origen y el término de toda santidad.
• En Jesucristo, el "Santo", Dios revela a los hombres la plenitud de su amor y de su
santidad; esta plenitud Cristo comunica a los suyos al darles su Espíritu e invitarlos a su
seguimiento. Así Él llama a los suyos a ser santos "como nuestro padre celestial es santo";
a ser una especie de imitación de Dios en su comportamiento de bondad, de misericordia y
de caridad para con sus hijos, los hombres.
• Todos los cristianos han recibido esta invitación a la santidad, y muchos de ellos la
abrazan; sin embargo, el Concilio indica que este seguimiento de la persona de Cristo "de
manera singular aparece en la práctica de los comúnmente llamados consejos evangélicos
(Pobreza, Castidad y Obediencia), e indica que "esta práctica de los consejos que, por
impulso del Espíritu Santo, muchos cristianos han abrazado tanto en privado (laicos y
clérigos seglares) como en una condición o estado aceptado por la Iglesia (los religiosos),
proporciona al mundo un espléndido testimonio y ejemplo de santidad (seguimiento de
Cristo)".
TODOS LLAMADOS A LA SANTIDAD
• No debemos perder de vista que esta santidad, que desborda hasta nosotros desde Jesucristo,
aparece en el NT como una realidad comunitaria, cuyo fundamento está en el Misterio del Cristo
Total, cuyo Cuerpo es la Iglesia. Cristo comunica a su Cuerpo, la Iglesia, su santidad, y hace que
la Iglesia sea santa, y que, por su unión con Él, sea capaz de santificar a sus miembros, que son
realmente miembros del Cuerpo de Cristo.
• Para hacer de la Iglesia elemento de santificación, Cristo la ha dotado de varios instrumentos. En
primer lugar, está la Revelación, hecha "tradición" en la Iglesia. En segundo lugar, viene la riqueza
sacramental, que se centra en la Eucaristía, sacramento de la Pascua del Señor, sacramento que
constituye a la Iglesia. En tercer lugar, está la comunión en la caridad dentro de la Iglesia, efecto
de la acción y presencia del Espíritu en ella y de su alimentación bíblica y sacramental. Esta
comunión en la caridad se expresa en los diversos carismas dentro de la Iglesia, particularmente
en la constitución jerárquica y ministerial de la Iglesia.
• El Concilio (en LG 41) exhorta a los diversos estratos de la Iglesia a ser santos; en primer lugar, al
clero (Obispos, presbíteros, diáconos, seminaristas, etc.), y, en segundo lugar, a los laicos (padres
y madres de familia, viudos, solteros, pobres, enfermos, ancianos, perseguidos). A cada uno de
estos grupos el Concilio exhorta a practicar la virtud de un modo diferente, según sus
circunstancias; lo común en todos estos tipos de santidad es el seguimiento de Cristo y la
participación en sus actitudes y santidad.
•MUCHAS GRACIAS.
LA IGLESIA DE CRISTO SUBSISTE EN LA IGLESIA “católica”
LG 7,7-8.- LA IGLESIA, CUERPO DE CRISTO
PARTICIPA DE SU ESPÍRITU
EL ESPÍRITU SANTO EN LA IGLESIA
CRISTO CABEZA Y ESPOSO DE LA
IGLESIA
LG 8,1.- LA IGLESIA, VISIBLE Y
ESPIRITUAL
LA IGLESIA, VISIBLE Y ESPIRITUAL
SACRAMENTO DEL ESPÍRITU DE CRISTO
LG 8,2.- LA IGLESIA CATÓLICA SUBSISTE EN
LA IGLESIA “católica” (en comunión con Pedro)
IGLESIA UNA, SANTA, CATÓLICA Y
APOSTÓLICA
LG 8,3.- MISIÓN DELA IGLESIA. - 1
LG 8,4.- MISIÓN DELA IGLESIA.- 2
.
•MUCHAS GRACIAS.
COMISIÓN
• Introducción
EL B
• 2. Los presupuestos
EL C
• 3. Algunas de la Iglesia