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UNIDAD 2

I. PRINCIPIO DE LEGALIDAD PROCESAL. 1. Concepto. 2. Reglamentación. 3.


Manifestaciones de su influencia en la persecución penal. 4. Justificación y críticas. 

II. PRINCIPIO DE OPORTUNIDAD. Noción. 1. Oportunidad reglada. 2. Noción. 3.


Criterios de aplicación. 4. Ventajas.
 III. EXCEPCIONES Y CONDICIONAMIENTOS AL PRINCIPIO DE LEGALIDAD.1.
Casos vigentes.2. Reglas de disponibilidad de la acción penal. 2.1. Supuestos legales.
2.2. Casos excluidos: 2.3. Efectos y trámite. 2.4. Término de aplicación. 2.5. Posición de
la víctima. 2.6. Supuestos de conversión de la acción penal pública en privada. 3.
Suspensión del proceso a prueba. 3.1. Noción. 3.2. Potestad para ejercer el pedido. 3.3.
Presupuestos de admisibilidad. 3.4. Casos de exclusión. 3.5. Momento para formular la
solicitud. 3.6. Trámite oral. 3.7. Impugnabilidad 
IV. LA VERDAD SOBRE LA ACUSACIÓN.1. Concepto. 2. Reconstrucción conceptual.
3. Dificultades y límites al logro de la verdad. 4. Responsabilidad de su obtención. 5.
Método de averiguación. 6. Percepción subjetiva de la verdad: estados intelectuales. 7.
Verdad consensual. 8. Restricciones.
V. LA PENA. 1. Noción. 2. La reparación como sustituto de la pena. 3. Ámbito de
aplicación. 4. Otras alternativas no punitivas.
VI. LA ACCIÓN RESARCITORIA EN EL PROCESO PENAL. 1. Noción. 2.
Fundamento. 3. Justificación y fines. 4. Titularidad. 

PUNTO 1

PRINCIPIO DE LEGALIDAD PROCESAL: Las actividades de perseguir penalmente, juzgar y,


eventualmente penar, se encuentran orientadas entre nosotros por tres principios
fundamentales: legalidad, verdad histórica y pena como única o principal respuesta a la
infracción penal. Aunque, como estos principios registran algunas excepciones desde antes de
ahora, y comienzan en estos últimos tiempos a admitir otras nuevas, quizá podría decirse que,
prevalentemente, orientan aquellas actividades. Se encuentran condicionadas insuperablemente
en su ejercicio por el principio de la dignidad personal del imputado, que les impone límites y
restricciones como salvaguarda de sus derechos ciudadanos frente a posibles excesos estatales
en esta materia.

Concepto: la ley penal describe en abstracto una conducta punible y amenaza con una sanción
a quien incurra en ella. Pero su actuación práctica en un caso concreto requiere un
procedimiento mediante el cual, frente a la hipótesis de que se ha incurrido en esa conducta, se
procure establecer si en verdad esto ha ocurrido, para dar paso a la aplicación de la sanción
prevista para el responsable.

Se presentan dos alternativas posibles:

- O la reacción buscando acreditar el hecho delictivo para que pueda ser penado se debe
dar fatalmente en todos los casos en que exista la posibilidad de que haya ocurrido, sin
excepción y con la misma energía. Es la LEGALIDAD O INDISPONIBILIDAD. La legalidad
procesal es la automática e inevitable reacción del estado a través de órganos
predispuestos que frente a la hipótesis de la comisión de hecho delictivo (de acción
pública) comienzan a investigarlo, o piden a los tribunales que lo hagan, y reclaman luego
el juzgamiento, y posteriormente y si corresponde, el castigo del delito que se hubiera
logrado comprobar. Se lo enuncia diciendo que todo delito de acción pública debe ser
ineludiblemente investigado, juzgado y penado y con igual compromiso de esfuerzos
estatales.
- O se puede elegir en qué casos se va a provocar esta actividad y en qué casos no, según
diversas razones. Es la DISPONIBILIDAD U OPORTUNIDAD.

REGLAMENTACION: En nuestro país no hay normas constitucionales que impongan el


principio de legalidad o el de oportunidad. Sí las tiene el CP.

Salvo los casos de algunos delitos que podríamos denominar constitucionales, como el delito de
traición, la constitución y los tratados internacionales incorporados se limitan a poner
condiciones para el ejercicio del poder penal del estado: “nadie puede ser penado sin juicio
previo fundado en ley anterior al hecho del proceso”.

Pero en ningún lugar se expresa que cada vez que se cometa un hecho de los que la ley anterior
tipifica como delito, deba provocarse la iniciación de un juicio o se deba imponer una pena.
Además reconoce expresamente la necesidad de acusación como presupuesto del juicio, no
ordena que aquélla se produzca en todo caso. La CN tolera tanto la legalidad como la
oportunidad, en la medida que esta última respete el principio de igualdad ante la ley y ante los
tribunales, que protege al ciudadano frente a la discriminación en situaciones iguales.

Sin embargo aquella tolerancia parece encontrar un límite en la jurisprudencia de la Corte


Internacional de derechos humanos cuando señala que como consecuencia de su obligación de
garantizar el libre y pleno ejercicio de aquellos derechos, a toda persona sujeta a su jurisdicción
el estado tiene el deber jurídico de investigar las violaciones que se hayan cometido a fin de
identificar a los responsables e imponerles las sanciones correspondientes. Hay también casos
en donde la actuación de oficio es una obligación estatal de expresa raíz constitucional o casos
en que es posible entrever alguna autorización para criterios de oportunidad, expresados como
atenuantes de pena para quienes, habiendo participado en el delito de desaparición forzada de
persona contribuyan a la aparición con vida de la víctima o suministren información que
permitan esclarecer la desaparición.

El CP sí hace una opción y establece el principio de legalidad como regla general. Por un lado el
art. 71 dispone que deberán iniciarse de oficio todas las acciones penales. Como la iniciación de
oficio solamente se concibe mediante la actuación de órganos estatales se refiere a todas las
acciones y se utiliza el imperativo deberán. La misma disposición hace excepción de las acciones
públicas dependientes de instancia privada y las acciones privadas. Por otro lado y
concordantemente, el art. 274 CP reprime la conducta de los funcionarios públicos que
debiendo perseguir y castigar a los delincuentes, omitan hacerlo, esta disposición además
proporciona sentido al principio de legalidad, indicando para qué se inician las acciones
penales: para perseguir y castigar el delito.

Manifestaciones de su influencia en la persecución penal: la influencia del principio de legalidad


procesal se advierte en el momento inicial de la persecución penal, en donde se presenta con la
característica de la inevitabilidad: frente a la hipótesis de la comisión de un delito,
necesariamente se tiene que poner en marcha el mecanismo estatal enderezado a la
investigación, juzgamiento y castigo, sin que se pueda evitar de ninguna manera o por ninguna
razón que esto así ocurra. Luego de que esto ocurrió, el principio de legalidad se manifiesta en la
irretractabilidad: una vez puesta en funcionamiento la persecución penal, no podrá
interrumpirse, suspenderse ni hacerse cesar hasta que el juez que corresponda resuelva
definitivamente sobre ella.

Justificación y críticas: el principio de legalidad ostenta serias y fundadas justificaciones de


carácter teórico. No obstante cada una de ellas recibe una crítica o una relativación desde la
misma óptica.

1) Se argumenta principalmente que, para lograr que el orden jurídico penal vulnerado por el
delito sea reintegrado, es necesario que se imponga la sanción amenazada por la ley como
consecuencia de su comisión: solo así se afirmará la efectividad del derecho en la realidad. Esta
argumentación se contra argumenta diciendo que es una expresión de autoritarismo del sistema
penal, en donde no se repara tanto en la protección del bien jurídico concretamente lesionado
por el delito sino que se presta mayor atención a lo que significa como desobediencia. Prueba de
ello es la escasa o nula atención que presta a los intereses que pueda tener el principal
involucrado por el conflicto penal, que es quien sufre las consecuencias del ilícito, la víctima.

2) Un segundo argumento a favor del principio de legalidad es que sólo a través de él se puede
lograr cumplir con los fines de la pena, a lo que se responde a este argumento señalándose que
es puramente retribucionista y que en muchos casos se pueden alcanzar los fines de prevención
general y sobre todo de prevención especial, sin necesidad de imponer una sanción, y que hoy se
piensa que el rol del derecho penal en la sociedad, no se agota en la idea de la pena, sino que
abarca también el examen de su idoneidad para proporcionar alternativas para la definición del
conflicto penal, que no siempre deben ser punitivas.

3) Otro argumento utilizado a favor del principio de legalidad, es que favorece la independencia
entre los poderes del estado porque si la voluntad del poder legislativo fue la de sancionar una
conducta por ser delictiva, ni el órgano que ejercita la acción penal ni el que tiene que aplicar la
sanción, que es el Pod. Judic., pueden evitar la pena sin afectar las atribuciones
constitucionales del primero o del último. Este argumento también es relativizado al afirmarse,
por un lado, que precisamente el legislativo es quien fija los criterios de oportunidad y que, entre
nosotros, el ministerio público fiscal es independiente del ejecutivo, y por otro, que es normal la
existencia de controles entre los poderes para que, además de su independencia, tiendan a un
equilibrio recíproco.

4) Se dice asimismo, a favor de la legalidad, que es la forma más perfecta de garantizar, en los
hechos, el principio de igualdad ante la ley penal. A esto se replica, por un lado que la igualdad
es tal, cuando se refiere a quienes están en iguales circunstancias. No es lo mismo la situación
del conductor desaprensivo de un vehículo que en estado de semiebriedad atropella a un peatón
y le causa la muerte, que la situación del padre de familia que, por una distracción accidental
en la conducción de su automóvil, choca y ocasiona la muerte de su hijo que lo va
acompañando. Y por otro lado, se expresa que la aplicación habitual de la ley penal es desigual
porque, según se puede comprobar empíricamente, afecta prioritariamente a los sectores
marginados de la sociedad, y en medida decreciente, a quienes ostentan una mejor situación
económica y social.

El fracaso en la práctica: el principio de legalidad sufre sus más severas críticas desde la
óptica de su aplicación práctica. Allí nos encontramos que, por encima de lo que mande la ley,
en verdad no tiene plena efectividad en la realidad. Ésta indica que en el mundo no hay sistema
judicial que pueda dar tratamiento a todos los delitos que se cometen, ni siquiera a los que se
conocen, y ni siquiera a los que a él ingresan.
CAUSALES: Ello obedece a la falta de información (la cifra negra del delito) o a la venalidad o
influencias (cifra dorada) o a la aplicación informal (y muchas veces ilegal) de criterios de
oportunidad por parte de funcionarios policiales, fiscales o judiciales, favorecida por algunas
disposiciones procesales o prácticas muy extendidas. A esto se suma la imposibilidad material
del aparato estatal para investigar y juzgar todos los delitos derivada de la desproporción entre
el número de éstos y el de órganos públicos encargados de su persecución y juzgamiento.

CONSECUENCIA: La realidad muestra esta crisis de vigencia práctica del principio de legalidad,
y la existencia de un extendido, informal y muchos veces inicuo fenómeno de selección de casos,
que se hace arbitrariamente, sin responsables, ni control y sin atención de los criterios que
postulan esta selección como conveniente para ciertas hipótesis y que deberían estar previstas
en la ley.

PUNTO 2

PRINCIPIO DE OPORTUNIDAD: Lo contrario al principio de legalidad procesal es el principio de


disponibilidad o de oportunidad.

Puede expresarse como la posibilidad que la ley acuerda a los órganos encargados de la
persecución penal, por razones de política criminal o procesal, de no iniciar la persecución o de
suspender provisionalmente la ya iniciada, o de limitarla en su extensión objetiva y subjetiva
(sólo a algunos delitos o a algunos autores y no a todos), o de hacerla cesar definitivamente
antes de la sentencia, aun cuando concurran las condiciones ordinarias para perseguir y
castigar o la autorización de aplicar penas inferiores a la escala penal fijada para el delito por la
ley, o eximirlos de ella a quien lo cometió.

Oportunidad reglada: las atribuciones propias de este principio pueden ser dejadas por el
orden jurídico exclusivamente en manos de los órganos de la acusación, para que las ejerciten
discrecionalmente cuando lo crean conveniente, o bien pueden ser prefijadas por la ley, como
una excepción al principio de legalidad. Ésta significa que sobre la base de la vigencia general
del principio de legalidad, se admiten excepciones por las razones de oportunidad que se
encuentren previstas como tales en la ley penal, tanto en sus motivos como en sus alcances.

La aplicación de un criterio de oportunidad en el caso concreto debe realizarse bajo la


responsabilidad de funcionarios judiciales predeterminados, requiriendo generalmente el
consentimiento del imputado y a veces también el de la víctima y sometido al control del órgano
jurisdiccional sobre si el caso es de los que la ley autoriza abstractamente a tratar con algún
criterio de oportunidad y sobre si amerita concretamente dicho tratamiento.

Criterios de aplicación: los criterios de oportunidad priorizan otras soluciones por sobre la
aplicación de la pena, sobre todo en delitos de poca y hasta mediana gravedad, autores
primarios, o mínima culpabilidad o participación, o cuando el bien lesionado por el delito sea
disponible, o cuando sea el modo más equitativo de armonizar el conflicto entre víctima y autor.
Se encuentran dentro de estas soluciones alternativas, la reparación de la víctima que hoy se
plantea como el tercer fin del derecho penal o la resocialización del autor o su rehabilitación o la
pérdida del interés de castigar o cuando la pena impuesta por otros delitos hace irrelevante
perseguir el nuevo, o cuando concurre la misma razón por la gran cantidad de hechos
imputados, entre otras propuestas. También se proponen excepciones por razones utilitarias o
como un modo de armonizar el conflicto penal de una manera más conveniente a los intereses
de la víctima.
Ventajas: como tal se ha señalado que ella permitirá por un lado, canalizar la enorme
selectividad intrínseca de la persecución penal, evitando desigualdades en contra de los más
débiles, ajustándola a criterios predeterminados y racionales y asignándole controles , y por el
otro, satisfacer la necesidad de descongestionar el saturado sistema judicial para así evitar los
irracionales efectos que en la práctica suelen provocar el abarrotamiento de causas.

Propuestas: para que esta propuesta traiga ventajas prácticas que se esperan de ella, además
de las necesarias reformas legislativas serán necesarias otras acciones prácticas que realizar a
saber:

- REDISTRIBUCIÓN DE RECURSOS: desde lo operativo, esto exigirá un prolijo inventario


de todos los recursos humanos y materiales afectados a la persecución penal del estado
para luego redistribuirlos con un criterio más racional, de modo que su mayor
concentración se destine a aquellos delitos cuya investigación, juzgamiento y castigo se
considere más importante por su gravedad, por la forma organizada de su comisión, por
el abuso de la función pública del autor, por la peligrosidad, etc. El resto se asignará a
aquellos delitos de mediana o mínima gravedad, los que podrán ser tratados mediante las
alternativas a la pena que autoricen los criterios de oportunidad que favorezcan la
resocialización teniendo prevalentemente en cuenta los intereses de la víctima, cuya
reparación puede considerarse no ya una simple cuestión civil, sino el tercer fin del
derecho penal, al lado de la pena y las medidas de seguridad.
- POLÍTICAS DE PERSECUCIÓN PENAL: ésta exigirá desde lo orgánico – funcional que
haya alguien que se ocupe de fijar criterios (políticas) al respecto, es decir, que pueda fijar
objetivos y tras ellos orientar procederes idóneos para alcanzarlos, dentro del marco que
las leyes autoricen.
Este deberá ser la cabeza de un ministerio público fiscal independiente, estructurado
jerárquicamente, cuya tarea se puede llevar a cabo en la práctica orientando a los de
inferior rango mediante criterios uniformes para la aplicación de las excepciones al
principio de legalidad que ya existen en la legislación penal y las nuevas que habría que
incorporar. También podrá disponer la priorización de tratamiento de los casos penales,
porque la realidad indica que cuando no existe la posibilidad material de investigar todo,
y desde la cabeza del ministerio público fiscal se ordena empezar a hacerlo primero por
ciertos delitos, el resultado práctico será que éstos recibirán atención por haber sido
priorizados, y el resto serán tratados más adelante, o sencillamente nunca, porque habrá
menos o ninguna posibilidad material para hacerlo desde el punto de vista de los
recursos.

PUNTO 3

EXCEPCIONES Y CONDICIONAMIENTOS AL PRINCIPIO DE LEGALIDAD

La exteriorización del principio de legalidad en lo relativo a la promoción y ejercicio de la


persecución penal pública, tiene en la realidad del derecho argentino algunas excepciones
vigentes y expresamente previstas, las que impiden o demoran, según el caso, la aplicación de la
pena a conductas delictivas.

Casos vigentes: las constituciones y las leyes penales consagran impedimentos al inicio de la
persecución penal, absolutas: inmunidad de opinión del legislador, relativas: instancia privada,
o a la prosecución de la misma que si bien responden a fines diferentes, en la práctica tienen el
mismo efecto. También se establecen límites temporales a la vigencia del poder de perseguir
penalmente (prescripción de la acción y de la pena).

Sólo algunas pueden considerarse criterios de oportunidad, pero todas, de algún modo,
restringen la actuación práctica del principio de legalidad procesal.

Inmunidad de opinión: las constituciones establecen en general, que los legisladores no


pueden ser acusados, interrogados judicialmente, ni molestados por las opiniones, discursos o
votos que emitan en el desempeño de su mandato, es decir, no pueden ser perseguidos
penalmente ni mucho menos sancionados por tales expresiones, aun cuando puedan
considerarse delictivas.

Esta verdadera inmunidad penal alcanza a toda manifestación vertida con motivo del ejercicio
del cargo, aún después del cese del mandato del legislador, y debe ser entendida en el más
amplio sentido, pues garantiza el libre funcionamiento del parlamento, favorece su función de
control y afianza la independencia entre los poderes del estado.

Instancia privada: en ciertos casos, la ley subordina el ejercicio de la acción (persecución) penal
pública a una manifestación de voluntad de la víctima: la instancia privada. Se deja así en
manos del agraviado la decisión de permitir el inicio de la persecución penal, instándola o
impedirla mediante su inactividad o silencio. Si la instancia se produce (denuncia o querella) el
particular no tiene luego ninguna posibilidad de revocarla, aspecto que hoy se propone revisar,
procurando respetar mejor su interés. (Delitos contra la integridad sexual, ley 25087).

El fundamento originario de esta institución fue el de evitar a la víctima de delitos contra la


integridad sexual la re victimización que le significaría el conocimiento público del hecho y su
participación en el proceso. Actualmente se ha extendido a otras situaciones, protegiendo
relaciones de familia en las que también se subordina a la voluntad del damnificado el interés
estatal de penar y a otras hipótesis que sólo persiguen fines de descongestión judicial. Sin
embargo, existen motivos especiales que transforman a todos estos ilícitos en perseguibles de
oficio.

Cuestiones prejudiciales: SE SUSPENDE EL EJERCICIO DE LA PERSECUCION PENAL. Las


leyes aceptan como causales de suspensión del ejercicio de la persecución penal las llamadas
cuestiones prejudiciales civiles y penales.

Las cuestiones prejudiciales civiles, son aquellas cuya resolución, que es puesta a cargo de
un juez extra penal (distinto del que tiene competencia en el proceso penal), tendrá como
efecto, según sea como se resuelvan, el de quitar o atribuir tipicidad penal al hecho que
origina el proceso. No basta con que puedan influir en la calificación legal.

La única que hoy subsiste es la relacionada con la validez o nulidad del matrimonio, que puede
tener incidencia, por ej., sobre la existencia del tipo de la bigamia. (El segundo matrimonio solo
será delito si el primero es válido).

Existe cuestión prejudicial penal cuando la solución de un proceso penal dependa de la


resolución que recaiga en otro proceso penal, y ambos no puedan ser acumulados por
razones de distinta jurisdicción. EJEMPLO: si un documento que fue presuntamente falsificado
en una provincia, en donde se labra un proceso por su falsificación, se habría usado en otra
provincia, donde se labra un proceso por uso de un documento falso, en este último podría
plantearse la cuestión prejudicial penal hasta que se dicte resolución en el primer proceso.
Admitida la cuestión prejudicial la persecución penal se suspende hasta que el tribunal que
debe resolverla lo haga por sentencia firme, la que hará cosa juzgada en el primer proceso.

Privilegios constitucionales: también con el propósito de garantizar el libre ejercicio de las


funciones de miembros del PL, PE y PJ, la CN y las leyes procesales reglamentan verdaderos
obstáculos transitorios al ejercicio de la acción (persecución) penal en su contra.

Si bien se autoriza el inicio de ella, (promoción de acción, acusación, querella), el sometimiento a


proceso del funcionario imputado o su encarcelamiento preventivo no es posible sin una
decisión previa de un cuerpo político que fundadamente lo autorice, a pedido, también fundado,
del tribunal judicial competente.

La constitución de Cba., del año 2001 ha derogado toda inmunidad de proceso o de arresto
respecto de los legisladores. Y mantiene alguna inmunidad para magistrados judiciales y altos
funcionarios del PE, restringida por los arts. 14 y 15 CPP a una inmunidad de coerción y de
juicio, para poder detener a un magistrado o funcionario de los mencionados, o para someterlo a
juicio oral y público, deberá obtenerse el allanamiento del privilegio, mediante el procedimiento
constitucional previsto para su destitución.

Criterios de oportunidad: como ejemplos claros de excepción al principio de legalidad, por


aceptación de criterios de oportunidad que admiten una solución no punitiva del caso penal, se
presentan hoy en el derecho positivo vigente entre nosotros los siguientes.

La ley 24316 incorpora al CP la suspensión del juicio a prueba, que en ciertos casos bajo
ciertas condiciones y requiriendo acuerdo entre los sujetos del proceso permite suspender el
ejercicio de la persecución penal, con la posibilidad de que, si el imputado cumple con las
condiciones impuestas, en especial la de reparación a la víctima, aquélla se extinguirá y deberás
ser sobreseído.

La ley 23737 dispone que si el imputado de simple tenencia de estupefacientes para uso
personal, es un adicto a la droga, se le puede imponer un tratamiento de rehabilitación, lo que
suspenderá la persecución penal. Si hay recuperación, se extingue la acción penal dictándose el
sobreseimiento.

La ley 24679 que estatuye sobre el régimen penal tributario, permite en ciertos casos que la
reparación del damnificado, pagando la deuda, extinga la acción penal deducida contra el
infractor. Igualmente podrán citarse los casos de arrepentimiento y colaboración con la
investigación que prevén la ley 23737 de estupefacientes y el art. 217 CP que pueden disminuir
la pena legalmente prevista y aun eximir de ella, o la más reciente ley 25241 relativa al
terrorismo que permite reducir la escala penal a la de la tentativa, o limitarla a la mitad o al
mínimo legal de la especie de pena al imputado que haya colaborado eficazmente con la
investigación, con los alcances que allí se precisan.

Prescripción: la pretensión punitiva tiene un límite temporal para procurar su satisfacción,


vencido el cual queda extinguida: es la prescripción.

Se discute si su fundamento radica en que el paso del tiempo acalló la alarma causada por el
delito y la exigencia social de su represión, a la par que demuestra la enmienda del autor sin
necesidad de la pena o si sólo se trata de una limitación temporal al poder penal del estado
fundado en un rasgo esencial del estado de derecho. También se le atribuye como roles
accesorios un efecto de estímulo a la actividad de los órganos de persecución penal contribuir al
derecho a la terminación del proceso penal en un plazo razonable, y funcionar como una válvula
de escape a la acumulación de casos en la justicia penal.

Existen últimamente por obra de tratados internacionales con vigencia en Arg., delitos
imprescriptibles.

La prescripción de la acción penal se suspende en los casos de los delitos para cuyo
juzgamiento sea necesaria la resolución de cuestiones previas o prejudiciales. También en los
casos de delitos cometidos en el ejercicio de la función pública, para todos los que hubiesen
participado, mientras cualquiera de ellos se encuentre desempeñando un cargo público, lo que
encuentra justificación en el obstáculo que al descubrimiento del hecho delictivo o a su
investigación eficaz, puede significar la investidura oficial del agente. Superadas estas
circunstancias el término de la prescripción se reanuda.

La prescripción de la acción penal se interrumpe por la comisión de otro delito desde la fecha
de comisión de este, salvo que el delito interruptivo sea continuado o permanente, en cuyo caso
el curso de la prescripción se reanudará cuando este delito cese, lo que adquiere sentido, ya sea
como prueba de que el autor no se enmendó o como aprovechamiento racional del esfuerzo que
demandará al sistema judicial el tratamiento del nuevo ilícito. También se interrumpe por la
secuela del juicio causal interruptiva que ha sido cuestionada por absurda o porque de modo
desigual libra al imputado de un proceso, o lo mantiene bajo su amenaza. La interpretación de
la naturaleza y alcances de esta causal interruptiva ha generado perplejidades y contradictorias
posiciones.

Secuela del juicio: actos realizados en cualquier momento de la persecución penal o quienes
creemos (pos., del autor) que sólo pueden serlo actos propios de la etapa procesal denominada
juicio. Ello no sólo porque en el CP “juicio” no es “instrucción” sino porque aceptar que los actos
de la investigación previa puedan configurar la secuela interruptiva de la prescripción, podría
llegar a estimular la abulia judicial, o a facilitar la inobservancia de los plazos acordados por los
códigos para la tramitación de las causas, o a favorecer la posibilidad de mantener al imputado
sujeto al proceso, si no en forma indefinida, por lo menos durante un lapso mucho mayor al
tolerado por el art. 18 CN.

PUNTO 4

La verdad sobre la acusación: es indudable que el objetivo de afianzar la justicia incluido en el


preámbulo de la CN, implica la exclusión de la arbitrariedad en las decisiones judiciales, de
cualquier fuero que sean e impone el mayor grado posible de verdad en sus conclusiones
fácticas y jurídicas. El concepto de verdad no es un concepto regulador de la teoría de la prueba
sino el basamento de todo el sistema de garantías penales y procesales.

El criterio de verdad constituye un requisito sine qua non cuando se trate de la imposición de
una pena por la comisión de un delito, solo será legítimo penar al culpable verdadero y siempre
que su culpabilidad haya sido plenamente acreditada. Esta es una exigencia del sistema
constitucional argentino derivada del principio de inocencia, que reconoce un estado de no
culpabilidad del acusado hasta que se pruebe la verdad de lo contrario y, consecuentemente,
establece para el caso de incertidumbre sobre la verdad de la acusación, originada tanto en la
ausencia, como en la insuficiencia o falta de contundencia conviccional de la prueba de cargo, la
imposibilidad de penarlo.
La exigencia de verdad abarca, asimismo, la aplicación de la ley, pues el hecho cometido u
omitido debe ser “en verdad” el descrito por la norma penal como merecedor de la pena que se
aplique, el encuadramiento legal también debe ser verdadero, lo que fundamentalmente significa
no podrá ser analógico ni equivocado.

Concepto: a diferencia del proceso civil, que se conforma con lo que las partes aceptan como
verdadero (verdad formal), y sólo procura la verdad de los hechos controvertidos por ellas, en el
proceso penal se procura llegar a la verdad real sobre la atribución a una persona de un hecho
delictivo (verdad material). Pero se trata de la verdad que se conoce como verdad por
correspondencia, que es la adecuación de lo que se conoce de una cosa, con lo que esa
cosa es en realidad.

La exactitud total de esa correspondencia en el proceso penal no es más que un ideal al que se
aspira.

Debe servir para redoblar los esfuerzos y extremar las precauciones tendientes a que el
conocimiento que se obtenga en el proceso, sea el más correspondiente posible con la realidad
de lo ocurrido, y que las pruebas de cargo que en él se obtengan sean idóneas para provocar en
los jueces la firme concepción demostrable de haber llegado a la verdad, de estar en lo cierto, es
lo que se conoce como certeza.

Frente a la dificultad para demostrar la absoluta verdad por correspondencia de la acusación, el


orden jurídico, en garantía del acusado opta por solucionar el problema en término psicológicos:
acepta que se tenga por verdadero lo que el tribunal cree firmemente que es verdad, siempre que
esa convicción pueda derivarse de las pruebas del proceso y se pueda explicar, racionalmente,
porqué esas pruebas permiten fundar esa convicción. Solo la satisfacción de las exigencias de
prueba y motivación, se podrá otorgar a la creencia o convicción de los jueces el título de certeza
judicial y dar por verdadera esa creencia.

De este modo la verdad, si bien aproximativa funcionará como garantía de que quien resulte
penado lo será porque verdadera y probadamente es culpable. La verdad y su prueba son
conceptos inescindibles en el proceso penal.

Es cierto que la actividad procesal solo puede comenzar cuando se afirme, aún hipotéticamente,
que una persona ha cometido un hecho punible.

La verdad sobre la inocencia del imputado no tiene por qué ser un fin de la actividad procesal
pues en virtud del principio de inocencia, aquélla se encuentra presupuesta por el ordenamiento
jurídico y subsiste hasta que se pruebe lo contrario. Si tal cosa no ocurre, la verdad seguirá
siendo la inocencia. Lo que se debe procurar es la verdad sobre lo contrario, es decir sobre la
culpabilidad. Esto no excluye el derecho del imputado de acreditar su inocencia mediante
pruebas de descargo, ni la obligación de los órganos oficiales de no pasarlas por alto, y de
investigar con objetividad sólo en el sentido de sospechas.

Por referirse a un hecho acaecido en el pasado, la verdad que se busca en el proceso es una
verdad histórica. Es por eso que su reconstrucción conceptual se admite como posible
induciéndola de las huellas que aquel acontecimiento pudo haber dejado en las cosas o en las
personas las que por conservarse durante un tiempo pueden ser conocidas con posterioridad, y
también mediante los resultados o conclusiones de experimentaciones, operaciones o
razonamientos que puedan disponerse sobre tales huellas para descubrir o valorar su posible
eficacia reconstructiva con relación al hecho del pasado.
Por su naturaleza, la verdad que se persigue en el proceso penal es una verdad posible de
probar y precisamente por eso, el orden jurídico solo la aceptará como tal cuando resulte
efectivamente probada: será la prueba de lo contrario exigida por el principio de inocencia. La
garantía frente a la condena penal es la verdad probada.

En cuanto a los condicionamientos de orden jurídico, puede señalarse que la CN, los pactos
internacionales y los códigos procesales subordinan la obtención de la verdad sobre el hecho
punible, al respeto de otros valores o intereses que priorizan sobre ella. Y ello podrá implicar que
la verdad sobre el delito o su autoría no llegue a ser probada, o no pueda serlo con el grado de
convicción exigido para condenar. Correlativamente, se prohíbe la utilización de las pruebas
obtenidas mediante la violación de aquellas limitaciones. También pueden condicionar el logro
de la verdad, algunos límites a la prueba impuesta por leyes sustantivas, cuando se dispone que
ciertas situaciones sólo pueden ser acreditados a través de un determinado medio probatorio, no
admitiéndose ningún otro.

Por ser la verdad, que se procura en el proceso, relativa a un hecho del pasado, su búsqueda
encuentra dificultades prácticas. A la desgastante influencia que sobre las huellas de su acaecer
tiene el transcurso del tiempo, se sumará el peligro de equivocaciones en su percepción
originaria, o de distorsión en su transmisión e interpretación o de su falseamiento, a veces
malicioso o de errores en su apreciación por parte de los jueces.

Diversas particularidades de la investigación judicial ponen límites al logro de la verdad. Así se


parte de una hipótesis que sólo podrá ser confirmada o no. La búsqueda de datos debe respetar
determinadas formas procesales y se orienta sólo hacia los aspectos fácticos que se crean
jurídicamente relevantes y no hacia otros, que resultan así filtrados aún cuando luego pudieran
ser útiles.

Importante incidencia tendrán también en la búsqueda de la verdad ciertas rutinas


premoldeadas del proceso penal y los prejuicios de los funcionarios policiales, fiscales o
judiciales que tengan a cargo la investigación de la verdad.

Hay coincidencia sobre que el imputado goza de un estado jurídico de inocencia que no debe
construir, sino que compete al Estado destruirlo, probando su culpabilidad en un proceso
desarrollado en forma legal, pero ¿qué órganos deben ser los responsables de destruir ese estado
de inocencia y probar la culpabilidad del imputado en los delitos de acción pública?. La mayoría
de los doctrinarios piensa equivocadamente que todos, es decir, la policía, los fiscales, y
principalmente los jueces, cualquiera sea la competencia funcional que a éstos se les asigne.

Le incumbe a la parte acusadora incorporar la prueba de sus imputaciones. Resulta así correcto
sostener que la carga probatoria conducente a la determinación de la responsabilidad del
imputado, corresponde al Ministerio Público como titular de la acción, pues al estar la inocencia
asistida por el postulado de su presunción hasta prueba en contrario, esa prueba en contrario
debe aportarla quien niega aquélla, formulando la acusación.

Desde otra perspectiva, puede también señalarse que admitir que los jueces sean
corresponsables de la prueba para destruir el estado de inocencia, probando la culpabilidad,
significa ponerlos en riesgo de parcialidad, haciéndolos coacusadores.

Es que la imparcialidad del tribunal se verá afectada, no sólo cuando debe comenzar afirmando
una hipótesis delictiva sobre la que luego tendrá que investigar y juzgar sino también cuando se
le permita la obligación de incorporar pruebas por sí mismo para fundar la acusación o para
resolver luego sobre ella en forma definitiva.

Todos estos condicionamientos evidencian la necesidad de elegir un método de averiguación


de la verdad que sea, por un lado, lo más respetuoso posible de las limitaciones de origen
jurídico impuestas y por otro que sea lo más idóneo posible.

Parece conveniente adoptar un procedimiento en el que la acusación pueda ser comprobada o


desvirtuada a través de un método probatorio idóneo a tal fin, que solo autorice a admitirla
como verdadera cuando pueda apoyársela firmemente en un conjunto de legítimas pruebas de
cargo concordantes con ella, no enervadas o desvirtuadas por ninguna prueba de descargo,
luego de haberlas valorado a todas ellas conforme a las reglas de la sana crítica racional, que
orientan el recto pensamiento humano reglas que se utilizan para discernir lo verdadero de lo
falso, y todo sin que exista la posibilidad de arribar a una conclusión diferente.

Roles de los distintos sujetos procesales: ello implica la igual posibilidad de desarrollo de un
rol activo y protagónico del acusador y el imputado y su defensor, respectivamente, en la
afirmación y negación de la acusación y en la libre y responsable actividad de producción y
valoración de las pruebas de cargo o descargo.

Al juez se le reservará la tarea de decidir imparcialmente y en forma motivada acerca del


fundamento de la acusación a base de las pruebas y argumentaciones vertidas en apoyo o
refutación de aquélla.

Percepción subjetiva de la verdad: estados intelectuales. La verdad es algo que está fuera del
intelecto del juez, quien sólo la puede percibir subjetivamente como creencia de haberla
alcanzado.

Cuando esta percepción es sólida, se dice que hay certeza la que es definida como la firme
convicción de estar en posesión de la verdad, excluyendo cualquier duda. Ésta puede ser
positiva: firme creencia de que algo existe o negativa: cuando se tiene la firme creencia de que
algo no existe. Pero sólo la convicción firme fundada en pruebas de la existencia del delito y la
culpabilidad del acusado, permitirá que se le condene y aplique la pena prevista. Y si tal grado
de convencimiento no se alcanza no se puede penar, habrá que absolver.

Estas posiciones no son absolutas. El intelecto humano debe recorrer un camino, salvando
obstáculos, tratando de alcanzar esa certeza, pues a este grado de convicción se arriba
paulatinamente, en cuyo transcurso el intelecto va posicionándose en estados intermedios con
relación a la verdad que se procura, los cuales suelen ser denominados: duda, probabilidad e
improbabilidad.

En el ámbito procesal, a partir de la inicial falta de conocimiento sobre la hipótesis imputativa,


las pruebas que se van incorporando pueden provocar una situación de oscilación del
pensamiento entre la confirmación o no de aquélla, sin que la razón pueda afirmarse con
firmeza en ninguna de tales alternativas. Oscilando entre la certeza positiva y negativa la duda
se presenta como una indecisión del intelecto puesto a elegir entre la existencia o la
inexistencia del objeto(culpabilidad)sobre el cual está pensando, derivada del equilibrio
conviccional entre los elementos que inducen a afirmarla y los elementos que inducen a
negarla, siendo todos ellos igualmente atendibles.
En cuanto se encuentren mejores motivos a favor de la confirmación de la hipótesis imputativa,
que pueden mostrarse como prevalentes sobre los motivos contrarios, se dice que existirá la que
se presente como una especie de duda, porque no logra excluir totalmente a estos últimos
impidiendo al espíritu llegar a la certeza. Habrá probabilidad, es decir, que aquellos sean
preponderantes desde el punto de vista de su calidad para proporcionar conocimiento. Ella
permite al proceso avanzar hacia el juicio definitivo.

Cuando los elementos negativos sean superiores a los positivos se dice que hay improbabilidad.

En el proceso penal interesa especialmente la certeza positiva, fundada y explicada, sobre la


existencia del delito y la culpabilidad del acusado, pues sólo ella permitirá que se le aplique la
pena prevista. Si tal grado de convencimiento no se alcanza, aunque se llegue a la probabilidad,
no se puede penar habrá que absolver.

Por cierto que a la firme convicción sobre que el acusado verdaderamente es culpable se llegará,
la mayoría de las veces no por la inexistencia de dudas sobre ello, sino por su disipación o
superación.

Obviamente, este resultado no podrá obedecer a puros actos de voluntad ni a simples


impresiones de los jueces, sino que deberá ser el fruto de una consideración racional de datos
objetivos exteriores a su espíritu legalmente introducidos como pruebas al proceso, que
justifique y explique de qué forma se pudieron disipar las dudas existentes y cómo se arribó, a
pesar de ellas, a la convicción de culpabilidad.

Toda esta actividad intelectual, que deberá realizarse del mismo modo que lo haría cualquier
persona común para llegar, mediante el uso de su razón, a la misma conclusión, tendrá que
exteriorizarse en forma de explicación, comprensible también por cualquier persona mediante el
uso de su razón.

Verdad consensual: si bien ha quedado dicho que la pena solo se puede aplicar al verdadero
culpable, en los últimos tiempos han aparecido interesantes propuestas que pueden significar la
posibilidad de desplazamiento de la verdad material por una verdad consensual, admitida como
verdadera por acuerdo de los sujetos que actúan en el proceso. Esto se desprende de la idea de
considerar al consenso como una forma alternativa o auxiliar de solución para ciertos casos
penales, evitando la pena, simplificando o acelerando su imposición o pactando su extensión.

La propuesta de darle tal eficacia jurídica al consenso, encuentra propulsión en tendencias


modernas que, viendo en el delito más un conflicto intersubjetivo que una infracción legal,
aconsejan priorizar la reparación del daño causado por el ilícito por sobre su castigo, otorgar a
la víctima un protagonismo en la resolución del caso penal más acorde con su condición de
primera y máxima damnificada por infracción penal, y receptar criterios de utilidad y
oportunidad frente al reconocido fracaso del principio de legalidad.

Verdad consensual (cont.): estas ideas chocan con algunos fundamentos teóricos que inspiran
el sistema penal y procesal argentino, como son los principios de legalidad, todo delito de
acción pública que se comete debe ser investigado, juzgado y penado, y el de verdad real,
adecuación entre lo realmente ocurrido y lo reconstruido conceptualmente en el proceso, como
base de una imposición de la pena por parte de órganos jurisdiccionales del estado. Y chocan
porque la verdad consensual puede prestarse, no tanto a que se castigue a quien no sea
culpable, sino más bien a que no se castigue a quien sí lo sea, a través de formas de resolución
del caso por alternativas a la pena que prescindan total o parcialmente de ella.
Restricciones: hoy en día es indispensable e inconveniente sustituir el sistema de regulación
oficial monopólica del caso penal, por otro que deje librada su solución a la voluntad de los
protagonistas. Pero no es menos cierto que el consenso puede tener un considerable campo de
acción para ciertos delitos, especialmente los que lesionan intereses o derechos disponibles por
su titular, como atenuante de la opuesta regla general vigente, idea que amplía su espacio en el
campo doctrinario y legislativo, aportando un nuevo ingrediente a la relativización del concepto
de verdad real, pensado como única y excluyente base para la aplicación de la ley penal.

PUNTO 5

LA PENA: La persecución penal se agota al obtener la imposición jurisdiccional de una pena al


culpable de la comisión de un delito por parte del tribunal estatal y con la ejecución de ésta. El
tema del delito y su sanción ha sido desde siempre una preocupación para la comunidad.

El concepto social imperante es el de la pena como castigo, para reintegrar el orden jurídico
afectado.

Noción: la pena es un mal consistente en la pérdida de bienes, como retribución por haber
violado el deber de no cometer un delito, entendido como una ofensa intolerable para la sociedad
contra bienes individuales o sociales, que por su particular importancia, son considerados por
aquélla como merecedores de una particular tutela jurídica. Solo puede ser impuesta por el
estado, a través de órganos y formas especialmente predispuestas.

La pena aparece así como un irreflexivo valor entendido: es como si fuera la única o la más
natural consecuencia del delito, lo que refleja una concepción exclusivamente punitiva sobre la
función del derecho penal en la sociedad.

Fines: Se afirma que es un castigo y un símbolo de la reprobación pública frente al delito .


Muchos la entienden sólo como una retribución, consistente en la imposición de un mal como
contrapartida de una conducta delictiva culpable, sin que para sus sostenedores tenga otra
finalidad. Unos dicen que con ella se logra la restitución simbólica del derecho lesionado o la
reintegración y compensación de la norma quebrantada o del orden jurídico alterado por el
delito.

Últimamente hay quienes piensan que la pena es una respuesta institucional que renivela a la
víctima y victimario, redignificando a aquélla en su condición de persona vulnerada por la
comisión del delito. Su base es la culpabilidad del agente.

Pero también hay mucha coincidencia sobre que la pena debe servir para que no se delinca,
llegándose a sostener que este es su único justificativo. Los sostenedores de la prevención
general creen que la amenaza de la pena debe servir de freno par que no caigan en el delito
quienes se puedan ver inducidos a cometer una acción punible. Su imposición concretará el mal
previsto como amenaza, mostrando a los potenciales infractores los perjuicios reales que puede
acarrearles el cometer la infracción, desalentándolos y demuestra a la comunidad la
conveniencia de respetar el orden jurídico y los bienes y derechos que ésta tutela.

Pero la imposición concreta de la pena, expresa a la vez, la vigencia real del orden jurídico y
refuerza la confianza de la sociedad en el derecho, pues esta percibe cómo se sanciona su
quebrantamiento dando por solucionado el conflicto.

En cambio, el efecto de prevención especial puede lograrse evitando que el agente cometa
nuevos delitos, tanto porque la pena nos libra durante su ejecución del delincuente y de su
potencial accionar delictivo como porque logrará resocializarlo. El sistema constitucional
argentino establece con claridad que las cárceles no serán para castigo sino para seguridad de
los reos (art. 18 CN) y que la ejecución de las penas privativas de la libertad tendrá como
finalidad esencial la reforma y la readaptación social de los condenados. Se adscribe así a la
teoría de la prevención especial. También se ha dicho que en las cárceles predomina la intención
primordial de que constituyan lugares informales aunque la ley diga lo contrario, porque la
sociedad no sólo tolera sino que exige que al delincuente se lo haga sufrir.

Al margen de estas finalidades que se puedan pensar, lo cierto es que la imposición concreta de
la pena expresa la vigencia real del orden jurídico y refuerza la confianza de la sociedad en el
derecho, porque éste, a través de vías institucionales, ha servido como instrumento para la
solución de un conflicto instalado en un nivel muy básico de la vida social. Como el delito, en
tanto obra del hombre, aparece siempre como una conducta con entidad suficiente para dañar o
poner en peligro bienes individuales o colectivos, y ello afecta el sentimiento de seguridad de los
ciudadanos.

Condiciones de imposición: la pena sólo podrá imponerse cuando un juez natural e imparcial
declare por sentencia la culpabilidad del acusado por el delito que se le atribuye, luego de la
realización de un proceso respetuoso de todos los derechos y garantías acordadas a éste por el
orden jurídico, fundándose en legítimas prueba de cargo aportadas por la acusación, de las que
aquélla pueda inferirse racionalmente y sin duda alguna, recibidas en juicio oral y público con
vigencia de la inmediación, el contradictorio y la identidad física de los jueces.

La reparación como sustituto de la pena: existe un fuerte impulso como respuesta frente al
delito, al lado de la pena y la medida de seguridad, a la reparación, aún simbólica, de la víctima,
lo que no sólo podría considerarse una excepción al principio de legalidad sino que permitiría
asignarle al derecho penal una función social distinta a la de ser un instrumento
exclusivamente punitivo.

Sin embargo hay quienes sostienen que, en estos casos, correspondería una retirada del derecho
penal, pues si basta con reparar el daño, el asunto debe ser regulado por el derecho civil.

Fundamento: reposa en una concepción que ve en el delito más un conflicto que una
infracción, y por ende, busca priorizar la solución o armonización del conflicto entre partes,
sobre el castigo a la infracción a la ley para ciertos delitos.

Por ello, prefiere la reparación del daño causado por determinados ilícitos antes que su
represión, otorgando al ofendido un protagonismo en la resolución del caso penal más acorde
con su condición de primer damnificado por la infracción. Esto implica revalorizar la autonomía
de la voluntad de la víctima que, así como en la mayoría de los delitos es esencial para que
puedan configurarse como tales no puede ser ignorada totalmente luego de su comisión.
También requiere reconocer que es posible y conveniente, aceptar la no imposición de la pena si
la víctima recibe la compensación del daño que ha sufrido, acordando a la reparación el valor de
respuesta alternativa del conflicto que el delito expresa.

La crisis de justificación de la pena y su incapacidad para demostrar la declamada reinserción


social del autor, han determinado la búsqueda de estos nuevos caminos para prevenir los ilícitos
penales y evitar un daño mayor. La idea de la reparación de la víctima como alternativa a la
imposición de la pena se presenta como la tercera vía del derecho penal. Se ha dicho incluso que
cumple mejor los fines de la pena, pues soluciona el conflicto por reposición al estado anterior al
delito, lo que satisface la conciencia jurídica colectiva, y el autor reconoce el valor del bien
jurídico que lesionó y procura su reinserción social

Esta finalidad punitiva de la reparación, es criticada por algunos señalando que permite una
injerencia excesiva del Estado en la solución del conflicto, pudiendo llegar a frustrar el interés
de la víctima.

Ámbito de aplicación: es importante señalar que este reconocimiento a la decisión del


ofendido, deberá referirse principalmente a aquellos ilícitos que solo lesionan derechos e
intereses disponibles de su titular, y por ende, dejados por el orden jurídico en el ámbito de la
autonomía de su voluntad, como por ej., la propiedad privada, o bien a aquellos delitos en que la
tutela de la intimidad de la víctima requiere acordarle un mayor alcance a sus decisiones, o a los
de naturaleza culposa, por su menor culpabilidad. En general los delitos graves impiden que la
sociedad considere el esfuerzo del autor por reparar el daño como suficiente para el
restablecimiento de la paz jurídica.

Hay opiniones referidas a que la reparación puede no ser estrictamente resarcitoria sino que en
ella caben otras formas de desagravio, incluso moral. Esta idea, si bien independiza en algo a la
reparación del criterio civilístico de indemnización de los perjuicios ocasionados no excluye su
calidad de tal. La reparación debe ser voluntaria y no forzada: es algo más que un simple volver
al statu quo anterior.

Otras alternativas no punibles: estas ideas ya tienen influencia en nuestra legislación penal
cuando la reparación de la víctima se impone como condición para el logro de ciertos beneficios
como la rehabilitación, la extinción de la acción penal por reparación voluntaria del perjuicio al
fisco en los casos de evasión fiscal o la suspensión del juicio a prueba. No debe pasarse el orden
de prelación del art. 30 CP, que prioriza atender la reparación de la víctima antes que el pago de
la multa.

PUNTO 6

LA ACCIÓN RESARCITORIA: Ante la identidad del bien jurídico lesionado el CPP autoriza que
en el proceso penal se ejercite también la acción civil tendiente a lograr la restitución del objeto
material del delito, o la indemnización del daño material (daño emergente, lucro cesante), y
moral causado por aquel ilícito. La acción civil es la que nace de los delitos incriminados en el
CP, cuyo fin es la reparación del daño causado, a través de la restitución o de la indemnización.

El ejercicio de la acción resarcitoria amplía el objeto del proceso, pues el hecho que lo motiva
será considerado no sólo en orden a sus connotaciones relevantes para su calificación legal
desde la óptica del derecho penal, sino también en sus connotaciones relevantes para el
resarcimiento de los daños que ha ocasionado desde el punto de vista del derecho civil.

Esta ampliación podrá llegar a comprender a hechos extraños al delito, pero generadores de
responsabilidad extracontractual, como son los vínculos jurídicos que unen al imputado con
terceras personas y que determinan la obligación de éstos de afrontar la reparación del daño
(civilmente responsables), y también circunstancias que pueden ser penalmente irrelevantes,
pero interesantes para la reparación civil.

FUNDAMENTOS: esta autorización encuentra sustento en el art. 29 del CP que al disponer que
la sentencia condenatoria podrá ordenar la indemnización del daño material y moral causado y
la restitución de la cosa obtenida por el delito, autoriza al damnificado a reclamar en sede penal,
mediante una acción civil independiente de la acción criminal (art. 1096 CC).

JUTIFICACION Y FINES: la justa indemnización de la víctima de un delito por estar prevista en


el art. 63 punto 1 de la CADH (Convención americana de derechos humanos), ha adquirido nivel
constitucional, lo que requiere facilitar el ejercicio de ese derecho, pues los órganos regionales de
protección de los derechos humanos han señalado que para garantizarlo plenamente no es
suficiente que el gobierno emprenda una investigación y trate de sancionar a los culpables, sino
que es necesario, además que toda esta actividad del gobierno culmine con la reparación a la
parte lesionada. Procura, en suma, una mejor protección para la víctima, pues como el Estado
se encarga de probar el acaecimiento del delito que violó su derecho y la participación del
responsable, aquélla sólo tendrá que probar la existencia y extensión del daño material o moral
que sufrió.

Titularidad: la acción civil sólo podrá ser ejercida por la víctima, sus herederos en los límites de
su cuota hereditaria, o por otros damnificados directos (no han sido sujetos pasivos del delito),
contra los partícipes del delito y, su caso, contra el civilmente responsable.

La legitimación para ejercer la acción civil dentro del proceso penal, no corresponde a todos
aquellos que, conforme a las leyes civiles, tienen derecho a la reparación por delitos o
cuasidelitos, sino, entre ellos, solamente a la víctima o bien a sus herederos y otros
damnificados directos. Estas personas tienen entonces derecho a optar entre ejercer la
pretensión resarcitoria dentro del proceso penal o bien ante un tribunal civil, mientras que los
demás damnificados carecen de esta opción de competencia.

No se encuentran legitimados para ejercer la acción civil en el proceso penal los damnificados
indirectos, es decir, aquellos que por causa del delito y debido a una vinculación contractual con
la víctima, deben efectuar en su favor erogaciones dinerarias.

Pueden ser sujetos pasivos de la acción civil en el proceso penal los partícipes del delito y los
terceros civilmente responsables. La acción puede dirigirse en contra de todos, pero como lo
indica la conjunción copulativa “y” que utiliza el art. 24 no es posible demandar sólo al tercero
excluyendo al imputado.

VICTIMA IMPUTADO

HEREDEROS TERCERO CIVILMENTE DEMANDADO

DAMINIFICADOS DIRECTOS

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