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Mario Augusto Poggi Estremadoyro era criminólogo, politólogo,

psicólogo, artesano, escultor, periodista, escritor, hablaba cuatro idiomas


y terminó pidiendo limosnas en una plaza del centro de Lima
"Sí, lo maté yo, con mis propias manos", dice el hombre de 71 años con
la piel curtida como el cuero, camisa blanca gastada y corbata
prolijamente anudada, chaleco de piel marrón y su bicicleta a un lado.
Lo cuenta mientras come parado un manojo de frutas en un carrito
estacionado en la vereda del malecón limeño, barrio peruano de
Miraflores. Pocos de los que pasan a su alrededor saben de quién se
trata: un psicólogo convocado para hacer confesar a un supuesto asesino
serial y que pasaría a la fama por ahorcar al detenido hasta matarlo.
Formado en Europa como criminólogo, a Mario Augusto Poggi
Estremadoyro lo había llamado la Policía de Investigaciones Peruana
para trazar el perfil psicológico de un presunto descuartizador de
mujeres.
En verdad, la misión era otra: hacerlo confesar. El psicólogo debía
obtener una declaración en la que el sospechoso, Ángel Antonio Díaz
Balbín, admitiera sus crímenes. Si era necesario, empleando "métodos
científicos" de la Segunda Guerra Mundial.
El sospechoso, Ángel Antonio Díaz Balbín, tenía 30 años y había estado
preso en el penal de Lurigancho, una de las cárceles más grandes y
peligrosas del Perú, condenado por matar a una tía y a dos de sus primos
hermanos, a quienes había ultimado a cuchillazos. También lo habían
incriminado por el asesinato de una italiana, Nina Barzotti, pero nunca
se lo pudo condenar por no reunir suficientes pruebas.
Los estudios psiquiátricos describían a Díaz Balbín como un psicópata
perverso. Había sido condenado a 15 años de prisión en 1976, hasta que
en 1985 empezó a gozar del privilegio de un régimen de semilibertad.
Apenas obtuvo las salidas transitorias, comenzaron a aparecer partes de
mujeres descuartizadas en avenidas y basurales de la capital peruana.

A Mario Poggi le bastaron solo cuatro jornadas de interrogatorio para


confirmar que Díaz Balbín había descuartizado al menos a una mujer, y
que luego había diseminado sus partes en bolsas negras por los basurales
de Lima.
Pero no se quedó ahí. Enceguecido porque el paciente no había
confesado como él quería, y ante la posibilidad de que saliera en libertad,
ya que la principal testigo que lo acusaba se había echado atrás, Poggi
decidió hacer justicia por mano propia.

Aprovechó la soledad del interrogatorio y arrojó al piso a Díaz Balbín, quien tenía las manos
atadas, le rodeó el cuello con un cinturón como si fuera el collar de ahorque de un perro, le
puso un pie en la nuca y con las dos manos ajustó con fuerza el cinto durante varios
minutos.

"He liberado a la sociedad de un asesino", confesó Poggi minutos después de que el


detenido expirara.

La otra teoría
Sin embargo, las investigaciones posteriores pusieron en duda que Díaz
Balbín haya sido el asesino serial que todos buscaban.
En realidad, hay quienes afirman que Poggi y un cabo de la policía peruana se habrían
excedido con la tortura ("métodos científicos" como los llamaba Poggi) y el psicólogo resolvió
matar a su paciente para que no contara luego los apremios ilegales a los que había sido
sometido.
Cuenta el periodista peruano Enrique Sol, que entrevistó al "psicólogo justiciero" en la cárcel
a finales de 1987, que Poggi había empleado con Díaz Balbín torturas diseñadas por las SS
nazis para obtener una confesión.
Durante un reportaje, Poggi confesó que el agente PIP, llamado Villar Almonacid, fue quien
lo incitó a estrangular al detenido. Y que él estaba tan turbado que en un primer momento
dijo que estaba solo, que se le había nublado la conciencia y que después se desdijo para no
recibir los 25 años de condena que pendían sobre su humanidad.
Poggi estuvo preso solo 5 años.

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