Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
RIALP
12 AL SERVICIO DEL AMOR Y DE LA VIDA
INTRODUCCIÓN
PARTE PRIMERA
MATRIMONIO Y VOCACIÓN
Una de las líneas de fuerza del Concilio Vaticano es, sin duda, la
solemne proclamación de la llamada universal a la santidad. Todos
y cada uno de los cristianos, de cualquier y raza y condición, por el
hecho de su incorporación a Cristo por el bautismo, están llamados
a la plenitud de la vida cristiana. Desde esta perspectiva, carece de
sentido clasificar a los cristianos según criterios de una mayor o
menor dignidad, como si hubiera algunos que estuvieran
destinados a una santidad «menor».
Esa doctrina, sin embargo, sólo tiene incidencia práctica si se la
capta con otra verdad, que le da cuerpo. La plenitud de vida
cristiana ha de ser perseguida por cada cristiano según los dones y
funciones que le son propios. Santidad y vida no son dimensiones
yuxtapuestas, sino realidades que se entrecruzan, porque
constituyen una profunda unidad. Es lo que tiene delante el
Concilio, cuando, refiriéndose a los matrimonios, dice que los
esposos y padres cristianos, «al cumplir su misión conyugal y
familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, que satura toda su vida de
fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección
y a su mutua santificación, y, por tanto, conjuntamente, a la
glorificación de Dios» (Gaudium et spes, n. 48). El matrimonio -la
vida matrimonial y familiar- es el camino que han de vivir los
esposos para responder a la vocación cristiana, que es vocación a la
santidad.
De la consideración de esta doctrina se ocupan los tres
capítulos de esta Primera Parte. El primero -«vocación, moralidad y
vida cristiana»- viene a ser el marco o contexto de referencia de los
otros dos. Trata de poner de relieve que la vida del cristiano -de
todo cristiano- encuentra su sentido cuando se desarrolla como
seguimiento e imitación de Cristo. Así es como, viviendo en y de la
verdad, es verdaderamente libre y llega a la santidad. El capítulo
segundo -«el matrimonio, vocación cristiana»- se detiene en la
consideración del matrimonio como uno de los caminos del
15 AL SERVICIO DEL AMOR Y DE LA VIDA
VOCACIÓN, MORALIDAD
Y VIDA CRISTIANA
6 Cfr. ibídem.
7 Cfr. ibídem, n. 4.
8 El número señalado entre paréntesis (en este caso, n. 24) corresponde al texto y la
numeración del Catecismo de la Iglesia Católica. Así deben leerse las abundantes referencias que se
hacen en el capítulo: indican el número del Catecismo.
9 Cfr. Catecismo Romano, parte III.
VOCACIÓN, MORALIDAD Y VIDA CRISTIANA 18
imagen de
Dios (nn. 1701-1715), nuestra vocación a la bienaventuranza (nn.
1716-1729), la libertad del hombre (nn. 1730-1748), la moralidad
de los actos humanos (nn. 1749-1761), la moralidad de las
pasiones (nn. 1762-1775), la conciencia moral (nn. 1776-1802), las
virtudes (nn. 1803-1845) y el pecado (nn. 1846-1876). El segundo
capítulo, que tiene como titulo «la comunidad humana», se refiere
al carácter comunitario de la vocación humana (nn. 1878-1896), la
participación en la vida social (nn. 1897-1927) y la justicia social
(nn. 1928-1948). Y en el capítulo tercero, sobre «la salvación de
Dios: la ley y la gracia», se habla de la ley moral (nn. 1949-1986), la
gracia y la justificación (nn. 19872029) y la Iglesia, Madre y
educadora (nn. 2030-2051). De esta manera se exponen los
fundamentos del ser y obrar cristianos -el seguimiento de Cristo-,
cuyas exigencias y contenidos se explicitan y desarrollan en la
sección segunda, la que se centra sobre los mandamientos.
La novedad, a que se alude, obedece al propósito que dio
origen a la redacción del Catecismo10 y es exigencia interna de la
fidelidad a la doctrina de la fe que, siendo la misma y
permaneciendo siempre idéntica, debe encarnarse y realizarse en
las diversas épocas y culturas.
Sin embargo, el propósito de estas líneas no se dirige a la
valoración de esta novedad ni de otros aspectos como, por ejemplo,
la medida en que se incorporan o tienen en cuenta los
planteamientos teológicos con que actualmente se abordan algunas
cuestiones; con esta introducción se intenta hacer emerger y
subrayar el hilo conductor que, en mi opinión, vertebra y organiza
la exposición de la parte moral del Catecismo11. Ese hilo o línea de
exposición es la llamada universal a la santidad que, como se
reconoce por todos, constituye una de las «líneas de fuerza» del
Concilio Vaticano II. Precisamente en relación con la renovación de
las disciplinas Teológicas, el Concilio dice, a propósito de la
Teología Moral, que debe mostrar en su exposición «la grandeza de
la vocación de los fieles en Cristo»12, en coherencia con la doctrina
de «la llamada universal a la santidad» de que se trata en la
10 «Este catecismo —se lee en el n. 11— tiene por fin presentar una exposición orgánica y
sintética de los contenidos esenciales y fundamentales de la doctrina católica tanto sobre la fe como
sobre la moral, a la luz del Concilio Vaticano II y del conjunto de la Tradición de la Iglesia».
11 En estas páginas se analizan únicamente los capítulos primero y tercero de la primera
sección.
12 Cfr. CONC. VATIC. II, Decl. Optatam totius, n. 16.
VOCACIÓN, MORALIDAD Y VIDA CRISTIANA 19
Constitución Dogmática Lumen gentium13.
La reflexión que aquí se hace se articula en torno a estos
apartados: (1) «La vida cristiana, vocación a la santidad»
(dimensión escatológica y secular de la vida cristiana); (2) «la
vocación cristiana, vocación en Cristo» (dimensión cristocéntrica
de la vida y moral cristiana); (3) «la moral cristiana, moral de la
persona» (dimensión personalista de la moral cristiana).
14 La vida cristiana viene descrita como la «acción de Dios» en nosotros que «nos hace obrar»
(n. 1695). A partir de ahí es perceptible la importancia de los sacramentos en la vida cristiana y el
sentido positivo de virtudes como la mortificación (n. 2015), la penitencia (n. 2043) etc., en cuanto
son la manera de tener el corazón libre para seguir al Señor.
VOCACIÓN, MORALIDAD Y VIDA CRISTIANA 22
no de pecados.
EL MATRIMONIO,
VOCACIÓN CRISTIANA
17 Ha sido publicada en J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, ES Cristo que pasa, Madrid (4a edic.) 1973, nn.
23-30 (en adelante las referencias a esta homilía se harán así: Es Cristo que pasa (título del libro),
seguido de n. o nn. (el número o números a que se alude). El comentario que ahora hacemos presenta
como novedad más notable respecto al que se publicó en el año 2000 el hecho de la canonización, por
Juan Pablo II, del entonces Beato. Por eso, en la reproducción de aquel comentario se anota esa
circunstancia con la sustitución de «San» por «Beato».
18 Cfr. Decreto de Introducción a la Causa de Beatificación, n. 2 y Decreto Sobre las virtudes
heroicas (AAS 82 [1990], 1430-1431), donde se dice de San Josemaría que es «reconocido
unánimemente como precursor del Concilio por haber proclamado la vocación universal a la santidad
desde que fundó el Opus Dei en 1928».
EL MATRIMONIO, VOCACIÓN CRISTIANA 35
para la predicación, para ayudar a la oración y, enfrentando a los
oyentes consigo mismos, sacarles del anonimato y hacerles actores
de sus propias vidas. No se puede intentar descubrir una
exposición completa ni sistemática de la teología del matrimonio
como vocación cristiana. Después -es otro motivo para no olvidar
que el estudio que hacemos se limita a esa homilía-, porque de esa
manera, al no abarcar la totalidad de sus publicaciones, el estudio
que aquí hacemos sobre la doctrina del Fundador del Opus Dei
acerca de la vocación matrimonial es necesariamente incapaz de
recoger toda la riqueza doctrinal y teológica que nos ha trasmitido.
Pero a la vez esa evidente limitación contribuye a poner de
manifiesto la profundidad que encierra la homilía que analizamos.
Por otra parte, parece oportuno advertir también que el interés que
nos mueve al centrarnos en esa homilía es subrayar la
transcendencia que tiene, para las familias y la Iglesia, vivir el
modelo de vida matrimonial y familiar que allí propone San
Josemaría. Porque, según hace notar Juan Pablo II, «entre los
numerosos caminos» de la Iglesia para salvar al hombre «la familia
es el primero y más importante» 19. Y con el correr de los años el
texto de esta homilía sigue teniendo la misma actualidad. Incluso es
posible afirmar que recordarlo de nuevo es más urgente en nuestra
sociedad.
Cualquier análisis que se realice sobre la homilía que
estudiamos ha detener siempre delante, como marco de referencia,
la doctrina de la llamada universal a la santidad. «A todo cristiano -
se lee en la homilía-, cualquiera su condición -sacerdote o seglar,
casado o célibe-, se le aplican plenamente las palabras del apóstol
que se leen precisamente en la epístola de la festividad de la
Sagrada Familia: Escogidos de Dios, santos y amados (Col III, 12).
Eso somos todos, cada uno en su sitio y en su lugar en el mundo:
hombres y mujeres elegidos por Dios para dar testimonio de Cristo
y llevar a quienes nos rodean la alegría de saberse hijos de Dios, a
pesar de nuestros errores y procurando luchar contra ellos» 20. En
el fondo, esta homilía no es más que una aplicación de lo que esa
vocación a la santidad comporta en el caso de los casados. Por eso
sólo con luz de esa perspectiva más amplia será posible penetrar en
las riquezas doctrinales y pastorales o prácticas del escrito que
19 Cfr. JUAN PABLO II; Carta Gratissimam sane, n. 2 (en adelante GrS).
20 Es Cristo que pasa,, n. 30.
EL MATRIMONIO, VOCACIÓN CRISTIANA 36
analizamos.
Uno de los presupuestos teológicos de la doctrina de la llamada
universal a la santidad, a cuya difusión San Josemaría dedicó por
entero su vida desde que, en 1928, el Señor le hizo ver el Opus Dei,
es la afirmación de la íntima unidad entre la Creación y la
Redención. Son constantes en su predicación y escritos las
referencias a la Encarnación del Verbo, como fuente y modelo del
ser y obrar cristianos. Es en Cristo y sólo en Cristo, la «imagen de
Dios invisible»21 y «Primogénito entre muchos hermanos»22, al que
el hombre se ha incorporado por el Bautismo y de cuya Vida vive
por los sacramentos, donde se encuentra la explicación última de la
dignidad humana: la filiación divina. Ser hijos de Dios en el Hijo -
ser cristiano- se revela así como una participación en la naturaleza
divina23, y, por eso mismo, en la misma misión por la que el Hijo de
Dios se hizo hombre y vino a la tierra: la salvación de la humanidad.
Ése es el motivo de que, entre otras cosas, la vocación humana
forme parte de la vocación divina 24, y de que el discurrir de la vida
diaria constituya el medio y la materia de realizar esa vocación 25.
Con relación al matrimonio, también el mismo San Josemaría
—según se verá enseguida- llama ya la atención sobre las
consecuencias que comporta la valoración adecuada del misterio
del Verbo Encarnado. Junto a otras, cabe señalar: a) la bondad de la
sexualidad y el amor humano26; b) la necesidad de materializar el
amor27; c) la dignidad y santidad de las relaciones conyugales 28; d)
la dimensión apostólica adintray ad extra de la vida del hogar29; etc.
30 Entre los Padres latinos cabe destacar a IRENEO DE LYON (t ca. 202) y TERTULIANO (t220)
que, enfrentados a la tesis gnóstica de la incapacidad radical de la carne para ser salvada, responden
con el argumento de la Encarnación del Verbo, que asumió la carne para salvar a la carne. Sobre S.
Ireneo puede verse A. ORBE, Antropología de S. IreneOy Madrid 1969.
31 Es Cristo que pasa,, n. 112: «Hablando con profundidad teológica, es decir, si no nos
limitamos a una clasificación funcional; hablando con rigor, no se puede decir que haya realidades —
buenas, nobles, y aun indiferentes— que sean exclusivamente profanas, una vez que el Verbo de Dios
ha fijado su morada entre los hijos de los hombres, ha tenido hambre y sed, ha trabajado con sus
manos, ha conocido la amistad y la obediencia, ha experimentado el dolor y la muerte».
32 Ibídem, n. 23.
33 Cfr. 1 Co 7, 7; Ef 3, 32. Cfr. CONC. VATICANO II, Const. Lumen gentium, n. 11 (en adelante LG).
EL MATRIMONIO, VOCACIÓN CRISTIANA 38
del matrimonio da origen a ese «nuevo modo de ser» en la Iglesia.
Como bautizados, los esposos están llamados ya a la plenitud
de la vida cristiana34. Ésa es la vocación de todo cristiano. Desde
esta perspectiva no hay diversidad, sino una «radical igualdad de
vocación a la que todos somos llamados en Cristo por la iniciativa
de Dios Padre»35. Carece de sentido, en consecuencia, «clasificar» a
los cristianos según criterios de «mayor» o «menor» dignidad. Una
llamada a la plenitud de la vida cristiana ha de ser perseguida por
cada cristiano «según los dones y funciones que le son propios» 36.
«Los esposos y padres cristianos, siguiendo su propio camino»37. El
cumplimiento de su misión conyugal y familiar es el camino que
han de seguir los esposos para llegar a la santidad 38.
Cuando un hombre y una mujer se casan, aquella vocación
radical y fundante de una nueva existencia -la cristiana- iniciada en
el bautismo, se determina con una modalidad concreta. En el «gran
sacramento» de Cristo y de la Iglesia descubren el espacio y la
concreción de su vocación a la santidad 39. De tal manera que los
esposos cristianos ocupan, como tales, una posición o lugar propio
y permanente en la Iglesia -también en su relación con Cristo-, cuyo
despliegue existencial es un quehacer vocacional. «El matrimonio
introduce en un ordo ecle- sial, crea derechos y deberes en la
Iglesia entre los esposos y para con los hijos»40. Desde el punto de
vista objetivo, los esposos cristianos se convierten, por el
sacramento del matrimonio, en sujetos de la vocación matrimonial,
que, como se acaba de decir, es siempre una determinación de una
realidad vocacional anterior: la bautismal. Conlleva, por tanto -esa
es la consecuencia-, las exigencias de radicalidad, irreversibilidad,
etc., propias de la vocación cristiana 41.
Balaguer (pp. 80-90) así como las conclusiones para el enfoque de la teología (pp. 90-96).
48 Es Cristo que pasa, n. 23.
49 LG, n. 41. El subrayado es nuestro.
50 JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, Madrid 1969, n. 114 (en
EL MATRIMONIO, VOCACIÓN CRISTIANA 41
Se muestra así en toda su fuerza la realidad de la Encarnación
del Verbo recapitulando en sí todas las cosas 51. El matrimonio no
da lugar a una segunda vocación que vendría a sumarse a la
primera: la que correspondería a los casados gracias al bautismo
recibido. Se trata, por el contrario, de la misma vocación,
determinada ahora en un ámbito bien definido: el matrimonial. Por
eso valorar en todo su alcance el sentido vocacional del matrimonio
supone penetrar primero en la «novedad» que significa el bautismo
para el existir cristiano, es decir, en la irrupción de ese espíritu
nuevo en la existencia humana, que resulta así incorporado e
integrado en el existir cristiano52. Lo específico del sacramento del
matrimonio se inserta en la dinámica de la conformación e
identificación con Cristo en que se resume la vida cristiana iniciada
en el bautismo.
En el orden práctico, eso lleva a concluir que, para vivir la
vocación sobrenatural del matrimonio, es absolutamente necesario
valorar en toda su amplitud y profundidad la realidad matrimonial
en cuanto institución natural o creacional. Es eso -no otra cosa- lo
que constituye la «materia» de la plenitud de la vida cristiana en el
matrimonio «Santificar el hogar día a día, crear, con el cariño un
auténtico ambiente de familia: de eso se trata» 53. Por otro lado, es
necesario advertir que la condición sobrenatural del matrimonio
cristiano, lejos de separar a los esposos cristianos de los afanes e
ilusiones de los demás matrimonios y familias, los acerca e inserta
entre ellos todavía más: porque sólo es posible llevar a plenitud las
exigencias de «humanidad» inscritas en el matrimonio como
realidad humano- creacional, si vive con fidelidad la vocación
matrimonial cristiana. Esta es una de las razones por la que los
esposos cristianos han de sentirse urgidos a responder con
fidelidad a los compromisos de su matrimonio. De esa manera, los
demás -tanto los no cristianos como los cristianos que tal vez se
encuentren «en dificultad»- se sentirán movidos a imitar su modo
de proceder. Verán «hechos vida» los anhelos de verdad y bien que
sienten en su interior, y también que es realizable el modelo de
matrimonio que los esposos verdaderamente cristianos proponen.
adelante Conversaciones)
51 Cfr. Ef 1, 10.
52 Cfr A. DE LUENMAYOR, V. GÓMEZ-lGLESIAS, J. L. ILLANES, El itinerario jurídico, cit., 71.
53 Es Cristo que pasa, n. 23.
EL MATRIMONIO, VOCACIÓN CRISTIANA 42
2. La peculiaridad de la vocación matrimonial
54 Ibídem, n. 30.
55 Cfr. GrS, nn. 7 y 10.
56 Cfr. Gn 2, 24.
57 Cfr. Mt 19, 8.
58 Es Cristo que pasa, n. 24.
59 Cfr. FC, n. 13.
EL MATRIMONIO, VOCACIÓN CRISTIANA 43
establecido, como se acaba de decir, por el mismo Pero, si Dios60.
los que se casan son cristianos -eso es lo que ahora interesa
considerar-, su alianza queda de tal manera integrada en la alianza
de amor entre Dios y los hombres que su matrimonio -el vínculo
conyugal- es «símbolo real» de ese amor. «Su recíproca pertenencia
es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma
relación de Cristo con la Iglesia» 61. Entre la alianza esponsal de
Cristo con la Iglesia y la alianza matrimonial del sacramento del
matrimonio se da una relación real, esencial e intrínseca. No se
trata sólo de un símbolo, ni de una simple analogía. Se habla de una
verdadera comunión y participación que, sobre la base de la
inserción definitiva e indestructible propia del bautismo, une a los
esposos «en cuanto esposos» con el Cuerpo Místico de Cristo 62.
Si el sacramento es decisivo en relación con la comunión
conyugal o «unidad de dos» -el vínculo matrimonial- ha de serlo
también con el amor matrimonial. Es la consecuencia. El amor
conyugal o matrimonial es un amor de una naturaleza y
características propias que le distinguen de todas las demás clases
de amor. Se puede decir que es el amor que se da entre un hombre
y una mujer en tanto que y porque son personas distintas y
sexualmente complementarias. Por eso son tres las coordenadas
que definen necesariamente ese amor: a) originarse a partir de la
alianza matrimonial, es decir, la celebración del matrimonio; b) ser
eminentemente humano; y c) comprometer la dimensión sexual. Es
una «participación singular en el misterio de la vida y del amor de
Dios mismo»63, una participación cualificada y específica que
transforma «toda la vida matrimonial en un andar divino en la
tierra»64.
Cuando el Señor -según señala el Vaticano II- «sale al
encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del
71 La Carta apostólica de JUAN PABLO II, Mulieris dignitatem —sobre la dignidad de la mujer—
es una meditación profunda sobre esta doctrina a partir, sobre todo, de los textos de Gn 1, 27-28; 21,
18-25 y Ef 5, 25-32; cfr. entre otros, los nn. 6-7, 10, 23 (en adelante MD). Esa misma reflexión se
encuentra en la Carta a las familias Gratissimam sane, nn. 18-19.
72 Es Cristo que pasa, n. 25; cfr. también Conversaciones, n. 121.
EL MATRIMONIO, VOCACIÓN CRISTIANA 46
transitorias. Como tampoco lo es la inserción del matrimonio o
vínculo conyugal en la alianza de Cristo con la Iglesia. Es tan
permanente -mientras vivan- y exclusiva como lo es la unión de
Cristo con la Iglesia. Cristo -dice el Concilio Vaticano II- «por medio
del sacramento del matrimonio (...) permanece con ellos [los
esposos], para que (...), con su mutua entrega, se amen con
perpetua fidelidad, como El mismo ha amado a su Iglesia y se
entregó por ella»73. Se concluye, por eso, que en el amor de Cristo
por la Iglesia los esposos cristianos han de encontrar siempre el
modelo y la norma de su mutua relación. Ése ha de ser el referente
permanente del amor de los esposos. Pero -interesa recalcarlo- el
amor de Cristo ha de ser la referencia constante de ese amor,
porque primero y sobre todo es su «fuente». Su amor es un «don» y
derivación del mismo amor creador y redentor de Dios, del amor
de Cristo. Precisamente esa es la razón de que sean capaces de su-
perar con éxito las dificultades que se puedan presentar, llegando
hasta el heroísmo si es necesario. Ese es también el motivo de que
puedan y deban crecer más en su amor: siempre, en efecto, les es
posible avanzar más, también en este aspecto, en la identificación
con el Señor.
Después del pecado de los orígenes, vivir la rectitud en el amor
matrimonial es «trabajoso». A veces es difícil. La experiencia del
mal se hace sentir en la relación del hombre y la mujer. Su amor
matrimonial se ve frecuentemente amenazado por la discordia, el
espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden
conducir en ocasiones hasta el odio y la ruptura 74. Acecha
constantemente la tentación del egoísmo, en cualquiera de sus
formas. Hasta el punto que «sin la ayuda de Dios el hombre y la
mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a
la cual Dios los creó al comienzo’»75. Sólo el auxilio de Dios les hace
capaces de vencer el repliegue sobre sí mismos y abrirse al «otro»
mediante la entrega sincera -en la verdad- de sí mismos.
Precisamente, tras la caída del principio, este es uno de los come-
tidos asignados por Dios al sacramento del matrimonio en relación
con el amor conyugal, como señala el Concilio Vaticano II cuando
afirma que «el Señor se ha dignado sanar, perfeccionar y elevar
82 FC, n. 13.
83 Es Cristo que pasa, n. 30.
84 LG,n. 34.
EL MATRIMONIO, VOCACIÓN CRISTIANA 49
símbolo de una realidad invisible, es decir, un rito o acto externo al
que se le ha atribuido una determinada significación en el orden
moral o jurídico. Ante todo es una acción de Cristo por la que el
hombre y la mujer participan de la vida divina: en su matrimonio se
da un encuentro singular y personal con Cristo que -con las debidas
disposiciones- significa y produce la gracia. Una gracia que, por ser
participación e incorporación de los dos «como esposos» -como
«unidad de dos»- en la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia,
tiene como finalidad hacerles capaces de vivir su unión según el
modelo de la unión de Cristo con la Iglesia. A partir de ese
momento les queda como tarea conformar el existir matrimonial de
acuerdo con la realidad que son y participan: santificarse y
santificar (subjetivamente) la realidad santa (santidad objetiva)
que han constituido con su matrimonio.
Cada uno de los sacramentos hace que la santidad de Cristo
llegue hasta la humanidad del hombre; es decir, penetra el hombre
-el cuerpo y el alma, la feminidad y la masculinidad- con la fuerza
de la santidad. (Nada más contrario a una doctrina sacramental
auténtica que una concepción peyorativa o reductiva de la
corporalidad humana). En el matrimonio la santificación
sacramental alcanza a la humanidad del hombre y de la mujer,
precisamente en cuanto esposos, como marido y mujer. Efecto del
sacramento es que la vida conyugal -la relación interpersonal
propia de marido y mujer, de la que es inseparable la disposición a
la paternidad y a la maternidad- esté elevada a una dimensión de
santidad real y objetiva. La corporalidad -el lenguaje de la
sexualidad-, según se ha recordado, está en la base y raíz de la
vocación matrimonial a la santidad, como el ámbito y la materia de
su santificación. En este sentido escribe con fuerza San J. Escrivá de
Balaguer: «(...) el amor humano y los deberes conyugales son parte
de la vocación divina (...) El matrimonio está hecho para que los
que lo contraen se santifiquen en él, y santifiquen a través de él:
para eso los cónyuges tienen una gracia especial, que confiere el
sacramento instituido por Jesucristo. Quien es llamado al estado
matrimonial, encuentra en ese estado -con la gracia de Dios- todo lo
necesario para ser santo, para identificarse cada día más con
Jesucristo, y para llevar hacia el Señor a las personas con las que
convive»85.
91 FC, n. 19.
92 JUAN PABLO II, Aloe. (25.VIII.1982), n. 3, en A. SARMIENTO - J. ESCRIVÁ, Enchiridion Familiae, IV,
Pamplona 2003, 3658.
93 Ef 5, 26-27.
EL MATRIMONIO, VOCACIÓN CRISTIANA 52
porque ni siquiera se podría hablar de amor conyugal auténtico. La
santificación del otro cónyuge -el cuidado por su santificación-,
desde la rectitud y fidelidad a la verdad del matrimonio, es, por
tanto, una exigencia interior del mismo amor matrimonial y,
consiguientemente, forma parte de la propia y personal
santificación94.
En el plano existencial, la tarea de los esposos -en la que se
cifra su santificación- consiste en advertir el carácter sagrado y
santo de su alianza conyugal y modelar el existir común de sus
vidas sobre la base y como una prolongación de esa realidad
participada. Algo que tan sólo es dado hacer con el ejercicio de las
virtudes sobrenaturales y humanas, en un contexto de amor a la
Cruz, condición indispensable para el seguimiento de Cristo. La
alianza conyugal, en sí misma santa, es entonces santificada
subjetivamente por los esposos a la vez que es fuente de su propia
santificación. De esta manera, además, sirve para santificar a los
demás, porque -entre otras cosas- gracias al testimonio visible de
su fidelidad, se convierten ante los otros matrimonios y los demás
hombres en signos vivos y visibles del valor santificante y
profundamente liberador del matrimonio. El matrimonio es el
sacramento que llama de modo explícito a un hombre y a una
mujer determinados a dar testimonio abierto del amor nupcial y
procreador.
Por eso, la entera existencia de los esposos cristianos debe
configurarse permanentemente como una comunión de vida y
amor a imagen de la comunión Cristo-Iglesia. La transformación
ontológica, la nueva criatura que los esposos cristianos han venido
a ser por el bautismo, a partir del sacramento del matrimonio ha de
vivirse como una «unidad de dos». Y eso, como se ha intentado
poner de relieve, comporta unas consecuencias que son
determinantes en la respuesta a la vocación matrimonial que cada
esposo debe dar como bautizado y, por tanto, como hijo de Dios.
94 Se comprende, por eso, que el esfuerzo —supuesta siempre la gracia de Dios— por ayudar a
la otra parte a apartarse del mal y a crecer en la virtud no puede ser algo circunstancial o como
consecuencia de una recomendación o condición exterior al matrimonio (v.g. una ley de la Iglesia).
Es, por el contrario, exigencia de la autenticidad del amor matrimonial. Como aplicación de esta
exigencia el Vademécum para los Confesores (2. 3) recuerda que, en la cooperación material al pecado
del cónyuge que voluntariamente hace infecundo el acto unitivo, el cónyuge no culpable —además de
otras condiciones— ha de procurar «ayudar al cónyuge (pacientemente, con la oración, con el diá-
logo: no necesariamente en aquel momento, ni en cada ocasión a desistir de tal conducta)».
EL MATRIMONIO, VOCACIÓN CRISTIANA 53
4. A MODO DE CONCLUSIÓN
95 Mt 5, 48.
96 1 Ts 4, 5.
EL MATRIMONIO, VOCACIÓN CRISTIANA 54
de los demás. Incorporarse a Cristo por el bautismo es participar
(aunque de manera analógica, pero real y verdaderamente) de la
naturaleza divina -en definitiva: ser hijo de Dios en el Hijo Unico de
Dios- y, por eso mismo, «pertenecer» a la familia de Dios (a tomar
parte en la relación de Amor entre el Padre y el Hijo) y participar
en la misión salvadora por la que el Hijo de Dios vino a la tierra. Por
el sacramento del matrimonio esa incorporación a Cristo reviste
una modalidad o características propias. Pero siempre, sobre la
novedad de la realidad bautismal.
- La consecuencia es que, para penetrar en la dignidad y
grandeza de la vocación matrimonial, es del todo necesario valorar
adecuadamente lo que supone y conlleva la vocación cristiana. La
matrimonial -como se termina de decir- no es más que la
determinación de la vocación que los esposos han de vivir como
bautizados. Tiene, por tanto, la radicalidad, irreversibilidad,
totalidad, etc., propias de la vocación cristiana.
- Esa determinación o concreción consiste fundamentalmente
en que los esposos -que, por el bautismo, ya participaban en la
alianza de amor entre Cristo y la Iglesia-, por el sacramento del
matrimonio pasan a hacerlo «como esposos» o como «unidad de
dos». El sacramento hace que su pertenencia recíproca sea
representación real -no sólo simbólica y analógica- de la misma
relación de Cristo con la Iglesia, y lo sea como «unidad de dos». En
un cierto sentido el marido y la mujer son, por el sacramento del
matrimonio, un solo sujeto.
- La consecuencia es doble: a) el amor conyugal y familiar
(entendido no sólo en su manifestación específica sino como
principio y fuerza del matrimonio y vida familiar en toda la amplia
gama de sus manifestaciones) responde a la verdad de lo que es, y
está llamado a ser, en la medida que es revelación -hace visible- el
amor de Cristo por la Iglesia. Y como es el mismo amor humano —
pero transformado y elevado a sobrenatural por el sacramento- el
que han de vivir los esposos, la consecuencia es que sólo las
relaciones de amor genuinamente humanas son manifestación o
revelación del amor de Cristo por la Iglesia, b) A la vez -es la
segunda consecuencia- de la autenticidad del amor conyugal es un
elemento esencial la reciprocidad. Por eso el cuidado por el bien de
la otra parte y por el de los hijos (en los diversos ámbitos de la
condición humana y cristiana) son un elemento necesario de la
EL MATRIMONIO, VOCACIÓN CRISTIANA 55
santificación de cada uno de los esposos en el matrimonio 97.
97 Muchas más son las riquezas doctrinales y pastorales de esta homilía. En concreto, no se ha
considerado uno de los aspectos que ocupa un lugar relevante en el tratamiento que la homilía hace
de la vocación matrimonial. Me refiero, entre otras cosas, a la fecundidad o apertura a la vida
(comprendida la educación), elemento esencial en la identificación del amor conyugal. Con todo, lo
que se ha dicho puede contribuir a despertar el interés y la necesidad de hacer un estudio más a
fondo de la riqueza teológica, dogmática y pastoral, no sólo de esta homilía sino de los escritos de San
Josemaría sobre el matrimonio y la familia. Ésa ha sido, en última instancia, mi intención.
EL MATRIMONIO, UNA VOCACIÓN A LA SANTIDAD 55
Capítulo III
98 CONC. VAT. II, Const. Past. Gaudium et spes, 2 (En adelante GS).
99 JUAN PABLO II, Carta Gratissimam sane, n. 2 (En adelante GrS).
100 GrS, n. 3. Al respecto se lee en esta misma Carta: «En nuestra época este tesoro es explorado
a fondo en los documentos del Concilio Vaticano II [cf., en particular, Const. past. Gaudium et spes,
sobre la Iglesia en el mundo actual, nn. 47-32]; interesantes análisis se han hecho también en los
numerosos discursos que Pío XII dedica a los esposos [especial atención merece el Discurso a los
participantes en el Congreso de la Unión Católica Italiana de Comadronas, 29 octubre 1931]; en la
Encíclica Humanae vitae, de Pablo VI; en las intervenciones durante el Sínodo de los Obispos
dedicado a la familia (1980), y en la Exhortación apostólica Familiaris consortio» (Ibídem, n. 23).
EL MATRIMONIO, UNA VOCACIÓN A LA SANTIDAD 56
spes y la Exhortación Apostólica Familiaris consortio, de Juan Pablo
II.
La Carta a las Familias tiene dos partes -«la civilización del
amor» (I) y «el Esposo está con vosotros» (II)- y se articula en
torno a la «verdad» de la familia en su «ser» y realizarse, de los que
la componen en cuanto personas y como familia. Como comunión y
comunidad de personas en la que cada uno es «honrado» por sí
mismo, la familia es la base y el corazón de «la civilización del
amor». Es así como la familia vive su responsabilidad por el bien
común. Pero es y construye esa civilización en la medida en que es
y actúa como familia; y por lo que respecta a los padres esa tarea se
concreta, en buena parte, en la paternidad y maternidad
responsables101. Para llevar a cabo ese cometido, los esposos y la
familia no se encuentran solos: por el sacramento del matrimonio
el Señor está con ellos y les acompaña a fin de que puedan realizar
con éxito la misión que les ha sido confiada 102. Dentro de este
contexto, la exposición de los diferentes temas sigue un guión bien
determinado: el de los contenidos de los mandamientos cuarto,
quinto, sexto y noveno, sobre la base del mandamiento del amor
que es la síntesis de todos los demás 103.
Sin embargo, no es propósito de estas líneas hacer el análisis
de los diferentes aspectos de la Carta, como la naturaleza,
principales contenidos, estilo104, etc. Me voy a referir tan sólo a
poner de relieve una de las líneas que, en mi opinión, atraviesa y da
cohesión a toda la reflexión que el Papa dirige a las familias.
Emerge con claridad de los textos de la Escritura que inspiran la
meditación del Papa, especialmente de Efesios 5,21-6,9105, y
significa una insistencia mayor en la doctrina del Concilio Vaticano
-de Lumen gentium y Gaudium et spes-, de Familiaris consortio y de
todo el magisterio de Juan Pablo II. Es la doctrina del matrimonio
como vocación y «camino de santidad»106.
107 JUAN PABLO II, Aloe. (4.VIII.1982), n.3, en A. SARMIENTO - J. ESCRIVÁ, En- chiridion Familiae, IV,
Pamplona 2003, 3640 (en adelante EF)
108 FC, n. 17.
109 Cfr. Mt 19,8.
EL MATRIMONIO, UNA VOCACIÓN A LA SANTIDAD 58
verdad sobre la familia, y también vivirla con fidelidad. La virtud
salvadora -se debe recordar- se introduce en la realidad de la
familia sin ningún tipo de violencia, precisamente porque la
elevación a la dimensión nueva y superior propia de la Redención
es la vía para que esa institución se despliegue en toda su amplitud
como realidad creada y natural. «La familia es tanto más humana
cuanto más cristiana sea». La consecuencia que se deduce es clara:
tan contrario al realismo de la fe -al evangelio de la familia- es la
sobrevaloración de las dimensiones coyunturales e históricas, que
confundiría la verdad de esa institución con el hacer y acontecer
diarios, como la huida o desatención de ese cotidiano vivir,
refugiándose quizás en una espiritualidad mal entendida.
En la fidelidad a la verdad, según las palabras y el don de
Cristo, hay que situar la razón profunda del dinamismo apostólico
que ha de distinguir siempre a la familia, como escuela de
humanidad y formadora de cristianos. Y en esa misma fidelidad se
apoyan también la esperanza y optimismo que impregnan las
consideraciones sobre su futuro. Porque, como denuncia con
frecuencia el Magisterio de la Iglesia, aunque no son fáciles ni
exentas de contradicción las circunstancias en que a veces ha de
ponerse en práctica el «evangelio» de la familia, es también cierto
que no son pocas las familias que realizan gustosamente la obra
que Dios les ha confiado 110. Y nunca se puede olvidar que la
fidelidad a la verdad es siempre modeladora de la realidad. Por
otra parte, la autenticidad tiene un efecto multiplicador, como
claramente se descubre si se valora adecuadamente la condición
del hombre, capaz -por ello- de reconocer y amar la verdad y el
bien a los que se siente atraído como por connaturalidad.
Esta es la razón de que la Carta a las Familias y los textos del
Magisterio centren su atención en la familia cristiana. A parte de
que desde el punto de vista pastoral y práctico no tienen gran
interés situar la reflexión en un orden de cosas o economía distinta
de la presente -la del hombre creado y redimido-, es sólo la familia
cristiana la que lleva a plenitud la verdad de esa realidad. Nos
situamos así en el marco de la historia de la salvación.
110 GrS, n. 5: «Que (...) constituya ante todo un testimonio alentador por parte de las familias
que, en la comunión doméstica, realizan su vocación de vida humana y cristiana. ¡Son tantas en cada
nación, diócesis y parroquia! Se puede pensar razonablemente que esas familias constituyan ‘la
norma’, aun teniendo en cuenta las no pocas situaciones irregulares».
EL MATRIMONIO, UNA VOCACIÓN A LA SANTIDAD 59
1.2. El matrimonio y la familia: consideración conjunta
112 Cfr. JUAN PABLO II, Homilía a las familias (12.X.1980), n. 5, en EF III, 2841.
113 Cfr. Mt 19,1-12; Me 10,2-12; cfr. GrS, nn. 7,18.
EL MATRIMONIO, UNA VOCACIÓN A LA SANTIDAD 61
dotado de bienes y fines varios» 114.
El hombre y la mujer,
«formados a imagen y semejanza de Dios»115, han sido creados en
dualidad de sexos que se atraen y complementan mutuamente en
orden a la procreación116. El desarrollo inmediato y natural de
estas dos exigencias a nivel personal -salvaguardando la dignidad
de la persona humana- desemboca en el matrimonio monogámico e
indisoluble117.
El Concilio Vaticano II pone de relieve el sentido de comunidad
de vida y amor que es propio del matrimonio. Pero, junto a ello, se
insiste también en que la esencia más íntima del matrimonio está
en hacer, del hombre y de la mujer, «una sola carne» 118. Y ser una
sola carne significa que ambos vienen a ser «como una sola
persona» porque están vinculados en sus cuerpos y en sus almas:
«Esta unidad a través del cuerpo (y serán los dos una sola carne5)
indica, desde el principio, no sólo el cuerpo5 sino también la
comunión encarnada de las personas -commu- niopersonarum—y
exige esta comunión desde el principio»119.
Con esto es fácil llegar a dos conclusiones: la primera, que el
matrimonio es «unidad en la carne», siendo la comunidad de vida y
amor una derivación -la manifestación- de esa unidad en la carne;
la segunda, que el amor esencial al matrimonio, aquél que forma
parte de su esencia, no es el amor como hecho, sino el amor
comprometido: el deber de amarse. El amor de hecho, en cambio,
sólo es indisoluble o perpetuo de modo tendencial, ya que el hecho
del amor pertenece a la historia del hombre, y, por ello, está sujeto
a posibles cambios. Si ese amor como hecho se considerase esencial
en el matrimonio, se incidiría en el equívoco de reducir la fidelidad
indisoluble a un ideal, y no a una propiedad del matrimonio.
Terminado ese amor-sentimiento, dejaría de existir la esencia del
matrimonio y, por tanto, el matrimonio mismo.
Se hace así necesario evitar dos extremos igualmente
demoledores de la identidad matrimonial: la «institucionalización
excesiva» y el «personalismo exagerado». La visión institucional y
la personalista no tienen por qué oponerse, sino que se exigen y
complementan mutuamente. De esta manera, la indisolubilidad,
126 Ibídem.
EL MATRIMONIO, UNA VOCACIÓN A LA SANTIDAD 64
vocación matrimonial. El momento de la celebración del
sacramento del matrimonio hace que un hombre y una mujer
concretos se conviertan en marido y mujer, en sujetos actuales de
la vocación y de la vida matrimonial. El matrimonio es el
sacramento de la vocación de los casados.
En relación con la vocación matrimonial son varios los puntos
que se deben resaltar a partir de la relación sacramento-
matrimonio. Primero, que el sacramento constituye el origen y
determina la vocación matrimonial, en el sentido de que toda la
vida matrimonial y familiar encuentra ahí su fundamento y
justificación. Antes de la venida de Cristo -como realidad de la
Creación-, en cuanto memorial del amor de Dios al hombre a la vez
que anuncio y profecía de la donación de Cristo en la Cruz. Después
de la muerte del Señor -como sacramento de la Redención:
sacramento en sentido estricto-, en cuanto realización y
actualización de ese mismo amor de Cristo y de Dios. La tarea voca-
cional propia de los casados -a la que son llamados por el
sacramento recibido- es hacer visible el amor de Cristo y de Dios: el
ser signos y testigos vivos del amor de Cristo por la Iglesia a través
de las vicisitudes de la vida matrimonial y familiar.
Otro punto que debe subrayar es que el sacramento del
matrimonio no da lugar a una segunda vocación en los casados -ni
cristiana ni tampoco matrimonial-, que vendría a sumarse a la que
les correspondería por su matrimonio en cuanto institución de la
Creación. (Ello supondría, junto a otras cosas, no haber penetrado
suficientemente en la doctrina de la identidad e inseparabilidad
entre pacto o consentimiento matrimonial y sacramento, en el
matrimonio de los bautizados). Se trata, por el contrario, de la
misma vocación a la que corresponde una doble fundamentación,
desvelada a su vez en etapas o fases sucesivas: la de la Creación y la
de la Redención. En el orden práctico y existencial, eso lleva a
concluir que, para vivir la vocación sobrenatural del matrimonio, es
absolutamente necesario valorar en toda su profundidad y
amplitud la realidad matrimonial, en cuanto institución natural;
por otro lado, se ve cómo la sacramentalidad -lejos de separar a los
esposos cristianos de las realidades y cometidos en los que viven
inmersos con el resto de los hombres- les lleva a modelarlos según
el designio y plan de Dios.
Aquí está la razón de que el Apóstol, en el texto clásico de
Efesios 5, se dirija a los esposos cristianos a fin de que modelen su
EL MATRIMONIO, UNA VOCACIÓN A LA SANTIDAD 65
vida conyugal sobre el sacramento instituido desde el principio por
el Creador: sacramento que halló su definitiva grandeza y santidad
en la alianza nupcial de gracia entre Cristo y la Iglesia. En el «gran
sacramento» de Cristo y de la Iglesia, los esposos cristianos
descubren el fundamento y espacio sacramental de su vocación y
vida matrimonial127.
la gracia del sacramento del Matrimonio (res tantum). Sin embargo, no existe unanimidad en los
autores a la hora de explicar el modo en el que las gracias y auxilios determinados son concedidos de
hecho a los esposos en las diferentes circunstancias y necesidades. La respuesta, como es sabido, está
ligada a la concepción que se tenga sobre la causalidad de los sacramentos.
131 GS, n.51.
132 Cfr. MD, nn. 14,17.
EL MATRIMONIO, UNA VOCACIÓN A LA SANTIDAD 67
Cuando se afirma que uno de los fines del matrimonio es servir
de «remedio a la concupiscencia», se está diciendo sin más que al
matrimonio -como sacramento- le corresponde como don o gracia
particular -también como tarea- dominar el desorden de las
pasiones, estableciendo la armonía y libertad del corazón. En este
contexto «el matrimonio significa el orden ético introducido
conscientemente en el ámbito del corazón del hombre y de la mujer
y en el de sus relaciones recíprocas como marido y mujer» 133.
La consideración sacramental del matrimonio conduce a poner
de relieve que el hombre y la mujer «históricos» -los que viven-,
aunque son «hombres de la concupiscencia», son, sobre todo, los
hombres llamados a vivir y caminar «según el Espíritu»134. Aunque
la «concupiscencia» pueda, en ocasiones, arrastrarles hasta el error
y el pecado, sigue siempre inscrita en su interior la llamada a
abrazar la verdad, abandonando el error. El sacramento del
matrimonio es, por eso, fuente y razón de la esperanza y tono
ilusionante con que ha de desarrollarse siempre la vida de los
esposos cristianos. Por encima de cualquier obstáculo o
contrariedad está siempre vencedora la gracia del «don» que
recibieron. ¡Es el amor esponsal de Cristo por la Iglesia el que ellos
participan y vive en ellos por el sacramento!
PARTE SEGUNDA
LA FIDELIDAD MATRIMONIAL
142 1 Co 7, 4.
143 JUAN PABLO II, Exh. Apost. Familiaris consortio, n. 19.
144 Cfr. Mt 19, 6; Gn 2, 24.
145 Cfr. CONC. VAT. II, Const. Gaudium et spes, n. 48.
146 Se publicó como El «nosotros» del matrimonio. Una lectura personalista del matrimonio como
«comunidad de vida y amor», en «Scripta Theologica» 31 (1999/1), 71-102.
71 AL SERVICIO DEL AMOR Y DE LA VIDA
149 Son cuatro las redacciones o esquemas de la Constitución hasta llegar al texto definitivo. El
esquema I, discutido en el aula conciliar desde el 20 de octubre al 10 de noviembre de 1964, durante
la tercera sesión del Concilio, consta de cuatro capítulos y cinco anexos. La doctrina sobre el
matrimonio se encuentra en el n. 21 del esquema y en el anexo 2, que viene a ser un comentario
amplio del n. 21 citado. El esquema II («Textus receptus») se discute por los padres conciliares los
días 29 de septiembre al 1 de octubre de 1965: se compone de un prólogo, una parte primera
doctrinal y una parte segunda, práctica; tenía 106 números. Del matrimonio y la familia se habla en el
capítulo primero de la segunda parte, en los nn. 60 a 64. Con las sugerencias y peticiones de los
padres conciliares se reelabora el texto que se entrega a los padres el 13 de noviembre de ese mismo
año: es el esquema III («Textus recognitus»). El capítulo sobre el matrimonio y la familia es aprobado
el 16 de noviembre, si bien se hacen tantas enmiendas («modos»), que hay que enviarlo a la Comisión
para que las examine. Una vez realizado ese examen, el texto (esquema IV o «Textus denuo
recognitus») se presenta a votación. El 6 de diciembre se aprueba en la votación final ordinaria. La
votación definitiva tiene lugar en la sesión solemne del 7 de diciembre. En esa misma sesión es
promulgado por Pablo VI. Para el seguimiento de la redacción del texto conciliar sobre el capítulo
acerca de la dignidad del matrimonio y la familia, de la Constitución Gaudium et spes es de gran
ayuda E GIL HELLÍN, Constitutionis Pastoralis «Gaudium et spes» Synopsis Histórica. De dignitate
matrimonii etfamiliae fovenda., Pamplona 1982.
150 La expresión «íntima comunidad conyugal de vida y amor» aparece en el esquema III y, en su
EL «NOSOTROS» DEL MATRIMONIO 73
En los últimos años se ha discutido mucho sobre el lugar del
amor conyugal en el matrimonio: si debía colocarse ahí la esencia
del matrimonio, etc. El Concilio, que se hace eco del debate, supera
la discusión entre los que pretendían afirmar que el amor es el
elemento principal del matrimonio y los que sostenían que esta
teoría lleva el peligro de reducir el matrimonio a sus componentes
subjetivos151. Y afirma abiertamente que, aunque el amor no lo es
todo en el matrimonio, si es su elemento más decisivo; y por eso ha
de ocupar el «centro» de la comunidad conyugal 152. Juan Pablo II
incide después sobre este mismo aspecto, al poner de relieve que el
amor debe ser siempre el principio y la fuerza de la comunión y
comunidad conyugal153.
Ahora, sin embargo, no me propongo analizar cómo, en los
años posteriores al Concilio, se ha desarrollado ese debate sobre el
materialidad, se debe al Cardenal Léger. Al respecto PH. DELHAYE, LEthique chrétienne face au défi de
la Moral Séculiere, en «Cahiers de la Revue Théologi- que de Louvain», Louvain-la-Neuve 1983, 112.
Las intervenciones del Cardenal Léger tienen lugar en las Congregaciones Generales 112 (Acta
Synodalia Concilii Oecumenici Vaticani II, vol. III, Pars VI, 33-36) y 138 (Acta Synodalia..., vol IV, Pars
III, 21-28). La «relatio» o presentación del texto en el aula conciliar, hecha por Mons. Hengsbach, ex-
plica que se incluye para dar respuesta a la petición de muchos padres que piden que, al hablar del
matrimonio, se subraye, ya desde el principio, no sólo los aspectos institucionales sino los de
comunión de vida. En concreto, se citan a los Cardenales Meouchi y Léger, y a los Arzobispos Dearden
y Djajasepoetra, de Detroit y Yakarta respectivamente. En el esquema II se habla de «comunidad
conyugal», que se completa en el esquema III con las palabras «íntima» y «de vida y amor». Las
palabras «y amor» les parece, a algunos padres, que es un añadido superfluo, porque —así
argumentan— el «amor» está comprendido en la «vida». Pero se rechaza esa propuesta, por la razón
apuntada antes, es decir, la necesidad de poner de relieve la importancia del amor en el matrimonio.
En la Congregación General 112, el Cardenal Léger, en las observaciones que hace al esquema sobre
el matrimonio, dice que, pareciéndole bien el esfuerzo que se hace por emplear un lenguaje pastoral
y sin tecnicismos al tratar de las cuestiones relacionadas con los fines del matrimonio, no está de
acuerdo con la manera de presentar la doctrina sobre el amor conyugal. En concreto, pide que se
ponga de relieve el valor intrínseco del amor de los cónyuges, que no sólo tiene valor moral porque
se siga de él la fecundidad. Para el Cardenal, el texto debería afirmar que el amor conyugal es un
verdadero fin de la unión de los esposos (Acta Synodalia..., vol. III, Pars VI, 55-56). En la intervención
posterior, en la Congregación General 138, es cuando propone que se hable del matrimonio como
«comunidad de vida y amor». Puesto que el matrimonio es la unión de dos personas, es necesario
referirse a él con una expresión que lo ponga de manifiesto, sin que, por ello, se descuide la
ordenación que tiene a la procreación. Por lo que su propuesta es: «a) se diga abierta y claramente
que el matrimonio es una comunidad de vida y amor; b) se exponga con nitidez el profundo signifi-
cado que la generación de hijos tiene para el amor y la vida conyugal; c) se ponga de relieve que la
voluntad de Dios es que los esposos, en su matrimonio, engendren y sean así sus cooperadores, de
manera que sepan que su amor se ordena no sólo a ellos, sino que forma parte de la Providencia
divina creadora (Acta Synodalia..., vol. IV, Pars III, 21-28).
151 Cfr. CONC. VAT. II, Const. Past. Gaudium et spes. Textus recognitus et relationes, Pars II, en Acta
Synodalia..., vol, IV/I, 485- Sobre el lugar del amor conyugal en el matrimonio según Gaudium et spes
puede consultarse a E GIL HELLÍN, El lugar propio del amor conyugal en la estructura del matrimonio
según la «Gaudium et spes», «Anales Valentinos» 6 (1980), 1-35; s . LENER, Matrimonio e amore
coniugale nella «Gaudium et spes» e nella «Humane vitae», en «La Civiltá Cattolica» 1969/2), 25ss.;
ídem, Lamore coniugale, en «ibídem» 122 (1971/2), 451ss.
152 Cfr. CONC. VAT. Const. Gaudium et spes, n. 49 (en adelante GS).
153 Cfr. JUAN PABLO II, Exh. Apost. Familiaris consortio, n 18 (en adelante FC).
EL «NOSOTROS» DEL MATRIMONIO 74
lugar del amor conyugal en el matrimonio; tampoco es mi
propósito estudiar los textos conciliares relativos al amor conyugal;
o tratar de llegar hasta el sentido genuino de la expresión «íntima
comunidad conyugal de vida y amor» usada por el Concilio,
valiéndome de las Actas o del uso que el Magisterio de la Iglesia ha
dado a esa expresión, etc. Lo que se pretende en estas páginas es
situar de alguna manera los precedentes de esa expresión, es decir,
describir en parte el contexto intelectual del que se sirven los
redactores de la Constitución conciliar para acuñar y formular la
descripción del matrimonio como comunidad de vida y amor. El
estudio se desarrolla en tres apartados. El primero es una
justificación de la reflexión que hacemos. Viene a ser la respuesta a
las preguntas: ¿Por qué en el personalismo francés? ¿Por qué en
Madinier? (1). El segundo es una consideración sobre el
matrimonio como comunidad, en la perspectiva personalista (2). Y
el tercero trata de analizar, desde esa misma perspectiva, la
naturaleza y la función del amor en la construcción del matrimonio
como comunidad (3).
Es evidente que, al hacerlo, no se intenta establecer el criterio
que ha de tenerse en cuenta para determinar el sentido del texto
conciliar; pero a la vez es claro también que constituye un material
que puede ser útil en esa interpretación.
164 Gabriel Madinier nace el 18 de julio de 1981 en Lyon, ciudad en la que muere el 12 de
diciembre 1958. Ingresa en la «École Nórmale Supérieure», en 1919, obteniendo el grado de
Agregado de Filosofía, en 1922 y el de Doctor, en 1938. Como profesor ejerce en el Liceo de Alen^on
(1923-1924), Bourges (1924-1929), Lyon (1929-1940), encargado el la Universidad de Montpellier
(1940-1941), encargado y titular en la de Lyon (1941-1958). De sus obras cabe citar: Conscience et
mouvement. Étude sur la philosophie frangaise de Condillac h Bergson, Paris 1938; Conscience et
amour. Essai sur le «nous», Paris 1938; Conscience et signification, Paris 1953; La conscience morale,
Paris 1954; Vers une philosophie réflexive, Neuchátel 1960; Nature et mystere de la famille, Tornai
1961.
Para el estudio del pensamiento de Madinier, junto a otros estudios, son de interés los J. LACROIX,
Panorama de la philosophie frangaise contemporaine, Paris 1966; A. BERGE- RON, Lautoposition du
moipar la conscience moral,’ en «Dialogue» (1964), 1-24; AA, W., Hommage a la memoire de P.
Lachiéz-Rey et G. Madinier, Lyon 1959; A. FOREST, Lapen- sée de G. Madinier, prefacio a G. MADINIER,
Vers une philosophie réflexive, cit., 7-32.
165 J. Lacroix (1900-1986), cuya producción literaria suma un total de 24 libros y más de dos
centenares de otros escritos (entre artículos y prólogos), tiene dos obras relacionadas de manera
particular con el matrimonio y la familia: Personne et amour, Paris 1955 (Ia edic., Lyon 1942); y Forcé
et faiblesses de la famille, Paris 1948 (trad. castellano: Fuerza y debilidades de la familia, Barcelona
1962). En la 4a edición aumentada de esta segunda obra, Lacroix acude al escrito Famille et société
(una ponencia pronunciada por Madinier en junio de 1942, en Lyon, y publicada como uno de los
capítulos en el libro Nature et mystere de la famille, cit., 43-66. Entre Madinier y Lacroix existe
bastante afinidad en el tratamiento de las cuestiones sobre el matrimonio y la familia, según se des-
prende del prólogo que Lacroix escribe para el libro que se acaba de citar, y también por las
referencias que se hacen, el uno al otro, en sus escritos.
166 Para el estudio del pensamiento de M. Nédoncelle (1905-1976) son de gran ayuda los
estudios de C. VALENZIANO, Introduzione alia filosofía delVamore di Maurice Nédoncelle, Roma 1965;
M. PRETTO, La filosofía della persona in Maurice Nédoncelle, Padova 1964. En castellano está el
amplio estudio de J. FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Antropología dialéctica. Estatuto metafisico de la
persona según Maurice Nédoncelle, I-II, Madrid 1982.
En relación con el estudio que se hace aquí, la obra más interesante, de Nédoncelle, es La réciprocité
des consciences, essai sur la nature de la personne, Paris 1942. Madi- niera cude a ella, para el análisis
que hace del «nosotros» de la familia, en el libro Nature et mystere de la famille.
EL «NOSOTROS» DEL MATRIMONIO 78
muere en 1950167,
desarrolla buena parte de su actividad con
anterioridad a Lacroix y Nédoncelle, con los que -como se acaba de
decir- también coincide y se relaciona.
De Madinier, en relación con el objetivo que nos hemos
propuesto, interesan sobre todo dos obras: Conscience etamour168 y
Nature et mystere de la famille169. Sirven para analizar, desde la
perspectiva psicológica y existencial -el método de la «filosofía
espiritualista francesa»- el «nosotros» del amor y de la familia, y
del matrimonio como realización principal de la comunidad
interpersonal. A partir de los datos de la psicología, de la
experiencia personal, se trata de elaborar una antropología que
permita hablar de la dimensión comunitaria como algo esencial de
la persona. Para Madinier la conciencia del «yo» es, en el fondo,
conciencia del «nosotros». La conciencia «justa» del yo personal es
la conciencia moral, la conciencia de un «yo» responsable ante
alguien, que es superior y transcendente a él; y, por eso, la
experiencia del «yo» personal es inseparable de la conciencia de los
valores transcendentes: psicología y ética son inseparables.
Marcada en lo más íntimo de su ser por un dinamismo que le abre a
una aspiración de «más ser» -como ser contingente-, la persona
está abierta a los otros: Dios, los demás, el cosmos. En el fondo ese
dinamismo se identifica con la vocación al amor.
Desde esta perspectiva, el problema de la comunidad, para
Madi- nier, es cómo concebir la unidad entre el todo -el «nosotros»
de los miembros de la comunidad- y las partes -las personas- que la
componen, porque existe el peligro de acentuar tanto el todo -el
«nosotros»- que se caiga en un monismo o, por contra, subrayar
tanto las partes -los «yo» de las personas- que el todo apenas tenga
relevancia. Para Madi- nier es el amor el que da razón tanto de la
unidad como de la multiplicidad. El «nosotros» de la comunidad se
construye sobre todo por el amor. Sobre la base de estas
167 E. Mounier (1905-1950), reconocido como el creador del movimiento personalista freancés,
escribe la mayor parte de sus obras entre 1932 y 1939. Han sido recogidas en E. MOUNIER, Oeuvres,
I-IV, Paris 1961-1963 (de la traducción al castellano se ha hecho cargo la editorial «Sígueme»,
Salamanca, 1980-1993). Sobre la obra de Mounier es mucho y muy variado lo que se ha escrito. Entre
lo publicado en castellano cabe destacar a C. DÍAZ, Mounier y la identidad cristiana,, Salamanca 1978.
Un breve apunte sobre la vida de Mounier, con abundante bibliografía puede verse en J. L. LORDA,
Antropología. Del Vaticano IIa fuan Pablo //, Madrid 1996.
168 En este trabajo se tiene delante la 3a edición (Paris 1962), prologada por H. Gouthier (en
adelante CetA).
169 Nature et mystere de la famille (Paris 1961) es el conjunto de diversos artículos sobre la
familia con motivos diferentes. El prólogo es J. Lacro ix, según se señalaba antes (en adelante NetM).
EL «NOSOTROS» DEL MATRIMONIO 79
reflexiones en Nature et mistere de la famille se aborda ya la
naturaleza del «nosotros» de la familia y el matrimonio y las
implicaciones prácticas que se derivan: la inseparabilidad entre
amor conyugal y fecundidad, entre otras.
Cuanto acaba de decirse debe tenerse siempre a la vista en el
estudio de la obra de Madinier. En efecto, da razón del horizonte en
el que deben ser leídas sus reflexiones: el ético y existencial. Por
eso en el análisis del matrimonio y la familia -se afirma
expresamente-, lo que interesa realmente es «para qué» o
«intención» de esas realidades y, más concretamente, cuál ha de ser
la actuación de los sujetos que las forman, a fin de que,
respondiendo a esa finalidad, cada uno de ellos alcance su
realización personal170. Desde esta perspectiva Madinier habla del
matrimonio como «la unión del hombre y la mujer con vistas a
fundar un ‘hogar de amor en el que, gracias al don recíproco de sí
mismos, están en disposición de realizarse como personas y llamar
a la existencia a otros seres (los hijos), con el compromiso de
ayudarles en su realización personal (mediante la educación)» 171.
El bien -la realización personal- del hombre y la mujer que se unen
en el matrimonio y la paterni- dad/maternidad ejercida de manera
acorde con esa realización personal, por tanto, están vinculadas a
que la unión de los esposos dé lugar a la constitución de un «hogar
de amor» que, en otros momentos, designa con la expresión
«comunidad de amor»172. Ahora bien, ¿cuándo y cómo -según
Madinier- se puede decir que la unión de los esposos es un «hogar
de amor» o «comunidad de amor»?
1. La persona y la «personalización»
258 Es así como los autores acostumbran a designar el personalismo de Nédoncelle siguiendo a
J. Lacroix («La philosophie chrétienne de M. Nédoncelle», cit., 115); cfr. T. URDANOZ, Historia de la
filosofía. VIII, Madrid 1985, 398.
259 E. FORMENT, El personalismo de Santo Tomás, en «Sapientia» 45 (1990),
278.
260 J.-J. PÉREZ-SOBA, ¿Personalismo o moralismo?: La respuesta de la metafísica de la comunión,
en A. SARMIENTO (ed.), El primado de la persona en la Moral Contemporánea,, Servicio de
Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona 1997, 283
261 Cfr. M. NÉDONCELLE, Vers unephilosophie de Vamour et lapersonne, Aubier, París 1957, 265
(en adelante VphAetP). Este libro es una ampliación de Vers une philosophie de Vamour, Paris 1946.
262 J.-Á., GARCÍA-CUADRADO, «Introducción...», cit., 16. Cfr. J.L. LORDA, Antropología, cit., 53-56;
C. VALENZIANO, Introduzione alia filosofa dellamore di Maurice Nédoncelle, Roma 1965, 37. Sobre
este mismo punto incide J.-J.Pérez-Soba en el artículo citado.
263 J.M. BURGOS, Elpersonalismo, Madrid 2000, 81.
264 M. NÉDONCELLE, Personne humaine et nature. Étude logique et métaphysique, Paris 1963, 16
(en adelante PetN). La primera versión de este libro, más reducida, es en 1956: La Personne humaine
et la nature, étude logique et métaphysique, Presses Universi- taires de France, Paris 1956.
LA FIDELIDAD O PERMANENCIA RENOVADA EN LA DECISIÓN DE AMAR 103
parece considerar como un espíritu degenerado y, como tal, es, dice, un obstáculo en el proceso de
personalización.
273 Cfr. ibídem, 44-45.
274 Nédoncelle, en el análisis de la persona, describe con trazos muy generales su componente
biológico y pone de relieve su carácter dinámico: no se satisface con lo presente y siempre busca más.
Y por eso precisamente es imprescindible la intervención de lo espiritual que ordene e integre esas
tendencias y dinamismos.
275 Cfr. DF, 46.
276 Cfr. ibídem, 43.
LA FIDELIDAD O PERMANENCIA RENOVADA EN LA DECISIÓN DE AMAR 106
282 Cfr. M. NÉDONCELLE, Prosopon etpersona dans l'antiquité classique, essai de hilan
linguistique, en «Revue de Sciences religieuses» 22 (1948), 277ss; ídem, «Remarques sur l’expression
de la personne en grec et en latín», en Explorations Personnalistes, Paris
1970, 148.
283 Cfr. LrC, 291; cfr. VphAetN, 36-37.
284 Cfr. PetN, 35.
LA FIDELIDAD O PERMANENCIA RENOVADA EN LA DECISIÓN DE AMAR 108
290 Cfr. C. VALENZIANO, Maurice Nédoncelle filosofo per il nostro tempo, en «Filosofía e vita» 6 (1965)
61; A. CANIVEZ, La doctrine de Vamour chez Maurice Nédoncelle, en AA. W., La penséephilosophique et
religieuse de Maurice Nédoncelle (Actes du colloque, organise par la Faculté de Philosophie et le
Centre d’Histoire des Religions, les 21-22 mars 1979), Paris 1981,115.
291 Cfr. VphAetP, 15.
292 Cfr. LrC, 22.
293 Cfr. PetN, 32, 34.
294 Cfr. VphAetP, 154.
295 Cfr. T. URDANOZ, Historia de la filosofía, cit., 400.
296 Cfr. LrC, 25.
297 Cfr. ibídem, 11.
LA FIDELIDAD O PERMANENCIA RENOVADA EN LA DECISIÓN DE AMAR 110
egoísta e inestable.
Los sentimientos, sin embargo, desempeñan una función
importante en el despertar y desarrollo del verdadero amor.
Aunque existe el peligro de considerar a las pasiones como si
fueran el amor verdadero, no se puede olvidar que las pasiones
sirven, en primer lugar, de preparación de ese amor298. Y después
contribuyen a que la voluntad se afiance en la decisión de amar,
porque una cosa es el propósito de amar y otra hacerlo
existencial299. La pasión o los sentimientos son un elemento im-
portante del amor verdadero 300.
Pero lo verdaderamente decisivo es la voluntad, es el factor
determinante de la autenticidad del amor. En la búsqueda de la
esencia del amor -de lo que podría llamarse «el amor en su estado
puro»-, Nédon- celle, después de analizar los términos «eros» y
«agapé», concluye que el acento ha de ponerse en la valoración de
la persona amada. Amar no es desear las cualidades o valores de la
persona del otro301. No es el deseo natural o la atracción provocada
por las cualidades naturales de la persona302. Amar es querer la
promoción y perfección de la persona amada 303. Amar es querer al
otro en cuanto tal, es querer el bien del otro (su desarrollo y
realización) y quererlo según el bien al que debe dirigirse como
persona304. Algo que, evidentemente, sólo puede ser fruto de la
voluntad racional305. Por eso sólo las personas pueden amar y por
eso precisamente sólo son actos de amor los realizados con
libertad.
Ésa es también la razón de que el amor sea esencialmente don
y que «el amar no sea un dar sin más, sino sobre todo darse a sí
mismo»306. Sólo de esa manera se afirma y valora al otro por lo que
es. El amor verdadero busca, entre otras cosas, el mayor bien para
la persona amada (en definitiva, que se realice según el proyecto de
Dios)307, necesita del diálogo para crecer y desarrollarse (tan sólo
La reciprocidad
La vida social desarrolla un abanico de posibilidades de
reciprocidad que de alguna manera se pueden distinguir en cuatro
a modo de grados. El primero y más fundamental se da cuando la
respuesta a la voluntad de promoción de la persona consiste en el
mismo hecho de existir (la relación entre el «yo» y el «tú» es
asimétrica312). El segundo nivel tiene lugar cuando el «yo» percibe
el proyecto de realización del «tú» (lo que significa un
enriquecimiento, incluso si ese proyecto es captado en forma
anónima313). En el tercer nivel el «tú» acepta el proyecto del «yo»
sobre «él»(se afirma sencillamente por el hecho de venir de quien
viene314). El nivel mayor de reciprocidad es aquél en el que el «tú»
quiere a su vez la promoción del «yo» y le corresponde con la
misma voluntad. Entonces la reciprocidad es completa 315. Es el
nivel de unión interpersonal verdaderamente personalista. A él
están orientados la estructura y los dinamismos de la persona, pero
su realización está ligada al esfuerzo continuo de la voluntad 316. Se
sitúa, evidentemente, en el plano existen- cial.
Esta reciprocidad entre el «yo» y el «tú» da lugar al «nosotros».
Es un tipo de comunión tan profunda y fuerte que se puede
4. La fidelidad matrimonial
5. Conclusión
377 SAN JOSEMARÍA, Conversaciones, n. 91; cfr. ídem, Es Cristo que pasa, n. 24.
378 Cfr. DF, 136.
Capítulo VI
«CONSTRUIR» Y CUSTODIAR
LA FIDELIDAD MATRIMONIAL
392 Cfr. Rm 3, 3.
393 DPF, n. 60.
«CONSTRUIR» Y CUSTODIAR LA FIDELIDAD MATRIMONIAL 132
reconciliación con Dios. De manera necesaria mediante el
sacramento de la Reconciliación en el caso de ofensas graves, y
muy conveniente en todas las demás.
399 Como indicativos de esa atención pueden consultarse, entre otras, las obras de: B. LAVAUD,
Mundo moderno y matrimonio cristiano, Barcelona 1944; J. STOETZEL, Renouveau des idées sur la
famille, Paris 1954; F. G. ESPOSITO, Matrimonio «societá di amore» da Pió XI al Concilio Vaticano II,
Roma 1966; L. ROSSI, Morale sessuale in evoluzione, Torino 1967; etc.
400 La Teología Moral, según señala la generalidad de los autores, tiene por objeto la conducta
humana a la luz de la revelación. Sobre este punto cfr. S. TOMAS, S.Th. I q. 1. Además puede
consultarse a J. RATZINGER-PH. DELHAYE, Principes d’ethique chrétienne, PARIS 1975; G. GRISEZ, The
Way ofthe Lord Jesús. I: Christian Moral Principies, Chicago 1983; S. PlNCKAERS, Las fuentes de la
moral cristiana. Su método, su contenido su historia, Pamplona 1988; R. GARCÍA DE HARO, La vida
cristiana, Pamplona 1992. Por eso las Ciencias del hombre constituyen una fuente imprescindible para
el conocimiento y reflexión teológica sobre la sexualidad.
PERSONA, SEXUALIDAD Y PROCREACIÓN 137
manera de abordar esos mismos temas el Magisterio. En este
sentido es clara la novedad de perspectivas, lenguaje v.g. de Casti
connu- biU Gaudium et spesy Humanae vitae, o, más recientemente,
la carta a las familias Gratissimam sane, de Juan Pablo II, al hablar
de la naturaleza del amor conyugal401.
- El análisis de esa bibliografía teológico-moral sobre la
sexualidad lleva también a constatar cómo la perspectiva de la
persona es otra de las constantes en el tratamiento de las
cuestiones402. Si se hace abstracción de los planteamientos que
niegan la existencia o la cognoscibilidad o el valor de la persona403,
se puede decir que en el discurso teológico-moral sobre la
sexualidad están presentes todas las concepciones sobre la persona
que se dan cita en el debate contemporáneo (las que, sin calificarse
como personalistas, reconocen el valor de la persona 404; los así
llamados personalismos405; y las diversas formas de «retorno» o
«redescubrimiento de la persona 406). Todas ellas, en cierta manera,
son coincidentes en afirmar la necesidad de partir de una
concepción de la persona capaz de dar razón de la
intersubjetividad y de la identidad personal 407.
- Con todo -es otra observación-, se percibe también que, en
torno a la publicación de la encíclica Humanae vitaey comienza a ser
401 Cfr. A. MATTHEEUWS, Unión y procreación., Madrid 1989; cfr. A. AUTIERO, Mensaje cristiano
y sexualidad, voz sexualidad, en Nuevo Diccionario de Teología Moral’ Madrid 1992, 1688. Sobre la
«Humanae vitae», cfr. L. ClCCONE, Interpretazione e ap- profondimento della «Humanae vitae» nel
Magistero seguente, en W. AA., «Humanae vitae»: 20 anni dopo. Atti del II Congresso Internazionale di
Teología Morale (Roma, 9-12 nov. 1988), Milano 1989, 139-181.
402 Desde esta perspectiva se considera cuanto se refiere a la institución matrimonial: ¿contrato
o alianza?; el concepto de institución; la realidad del amor conyugal; la paternidad responsable; etc...
Para una panorámica sobre las cuestiones planteadas —aunque no comparto todos sus puntos de
vista— puede consultarse A. HORTELANO, Problemas actuales de moral. II: La violencia, el amor y la
sexualidad, Salamanca 1982, 480-300.
403 A la cabeza de estas formas de pensamiento abiertamente antipersonalistas está, sin duda, el
pensamiento de Nietzche, cuya herencia ha sido recogida por el último Hei- degger quien une
indiscriminadamente metafísica y técnica y para el que el sujeto es siempre y sólo la voluntad de
poder, de dominio. En Italia, más recientemente Vatimo.
404 Como representantes, se pueden citar, en Alemania, a Scheler, quien, en el ámbito de su ética
material de los valores, considera a la persona como «portadora de valores» y a Jaspers, que concibe
la existencia como «ser persona»; en Francia, dos posiciones opuestas: el existencialismo de Sartre y
el neotomismo de Maritain, para el que la persona es un «todo» abierto: la persona es pero a la vez se
hace... Cfr. E. BERTI, II concetto di persona nella storia delpensiero filosófico, en W. AA., Persona e
personalismo, Padova 1992, 57-59.
405 Con el término «personalismos» se designan esos movimientos que hacen de la persona el
centro y el fundamento de toda la realidad. Entre esos movimientos, sobresale el desarrollado en
Francia en torno a la revista Esprit, del que hay que citar a nombre como Mounier, Lacroix,
Nedoncelle... Cfr. E. BERTI, II concetto di persona, cit., 59-61.
406 Cfr. P. RlCOEUR, Meurt lepersonnalisme, revient lapersonne, en «Esprit» (1983/1) 113-119; E.
BERTI, II concetto di persona, cit., 64-71.
407 Otra cosa es que lo consigan: cfr. E. BERTI, II concetto di persona, cit., 71-74.
PERSONA, SEXUALIDAD Y PROCREACIÓN 138
masiva la difusión de una valoración ética de la sexualidad
claramente diferente de etapas anteriores y también de otras
valoraciones que en esta misma época se ofrecen por otros autores.
No es infrecuente advertir que, apelando a la perspectiva
personalista y usando un mismo vocabulario, se termina en claras
divergencias -cuando no en oposición frontal- en la consideración
ética de las cuestiones. Un ejemplo claro es lo sucedido con la
enseñanza de la Encíclica. Como bien se sabe, Humanae vitaey a
propósito de un problema bien concreto -la moralidad del uso de
los contraceptivos orales- hace una afirmación ética clara: la
contracepción es intrínsecamente mala. Así lo exige «la inseparable
conexión, que Dios ha querido y que el hombre no puede romper
por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el
significado unitivo y el significado procreador» 408. La Encíclica,
siguiendo al Concilio Vaticano II, deduce este principio de la
consideración «de la misma naturaleza del matrimonio y de sus
actos» (Gaudium et spes dice: «de la naturaleza de la persona y de
sus actos)409. Es una exigencia de la naturaleza de la relación y
donación propias del matrimonio y amor conyugal que, por ir «de
persona a persona», abarca el bien de toda la persona 410. La
condición personal del amor conyugal -y del acto conyugal como
expresión de ese amor- reclama esa inseparabilidad. Y lo pide como
cauce y garantía de autenticidad: tan sólo de esa manera el lenguaje
de la sexualidad propio de la relación conyugal responde a la ver-
dad de la donación que está llamada a expresar.
En no pocos casos, sin embargo, ese principio antropológico, la
norma ética a que da lugar y la argumentación aludida son
tachados de biologicistas y fisicalistas 411. La condición personal del
412 Así piensa A. HORTELANO, Problemas actuales de moralcit., 530-531. Y en esta misma línea
se pueden mencionar a M. ORAISON, Le mystere humaine de la sexualité, París 1966; B. HÁRING, La
crisis de la encíclica, cit.; C. CURRAN, Contraception. Authority and dissent, London 1969; P. E.
CHARBONNEAU, Amore e libertó, Assisi 1970; M. VIDAL, Moral del amor y la sexualidad, Salamanca
1971; A. VALSECCHI, Nuevos caminos de la ética sexual, Salamanca 1974; W. AA., Catholic Theological
Society of America, Human Sexuality, New York 1967.
413 Cfr. GS, n. 14.
414 CONG. EDUC. CAT. Orientaciones educativas sobre el amor humano (1.XI. 1983), n. 5; CONG.
DOCT. FE, Decl. Persona humana (29.XII.1975), n. 1. En este sentido los autores hablan de dimensión
y dimensiones, características, etc... de la sexualidad humana. De la dimensión de altura, longitud,
profundidad anchura: M. VIDAL, Etica de la sexualidad, Madrid 1991. 19-22; distingue dimensión
personal, relacio- nal, social, teológica: M. CUYAS, Antropología sexual, Madrid 1991, 15-114; etc.
415 Cfr. JUAN PABLO II, Exh. Apost. Familiaris consortio (22.XI.1981) 11 (en adelante FC).
PERSONA, SEXUALIDAD Y PROCREACIÓN 140
separadamente algunos de esos aspectos y dimensiones y, al
perder el sentido de la realidad, derivar exclusivamente de alguno
de ellos los criterios de moralidad y, como consecuencia, impedir la
integración adecuada de la sexualidad en la unidad del ser humano
(dimensión interpersonal) y en la relación con los demás
(dimensión interpersonal) 416. En el discurso sobre la sexualidad es
necesario no perder nunca de vista la verdad y significado de la
sexualidad: su verdad ontológica, el logos. Sólo así será posible dar
razón de su complejidad -la presencia y diversidad de dimensiones-
y a la vez señalar el fundamento que permita integrar éticamente
esa diversidad en la unidad de la persona, superando los dualismos,
las visiones fragmentarias, etc.
Por otro lado, es irrenunciable también advertir claramente los
diferentes niveles en que cabe referirse a la sexualidad. A parte de
servir para indicar la condición o dimensión del ser humano como
hombre o mujer -la masculinidad o feminidad- ese término puede
señalar la facultad sexual y también la actividad propia de la
facultad sexual. Aunque íntimamente relacionadas entre sí, son
realidades que no pueden identificarse: una cosa es el ser sexuado;
otra, la facultad sexual; y otra muy distinta, la actividad
correspondiente a la actuación de esa facultad. Sería improcedente,
por eso, hablar de «humanizar» o «personalizar» la sexualidad, si
con esa expresión se quisiera decir algo diferente de integrar
éticamente-zn el bien de la persona-, es decir, en el plano operativo
la realidad de la sexualidad que, por ser de la persona, ya es hu-
mana y personal417.
Pero, ¿cuál es la verdad y significado de la sexualidad? Y ¿cómo
realizar éticamente esa verdad? Son los interrogantes sobre los que
reflexionamos en nuestra exposición, cuyo desarrollo se articula en
torno a tres afirmaciones más generales: la sexualidad, dimensión
constitutiva de la persona (1); la vocación de la persona humana al
amor: los significados unitivo y procreador de la sexualidad
humana (2); y la integración ética de los bienes de la sexualidad: la
virtud de la castidad (3).
1. La sexualidad, dimensión constitutiva de la persona
416 Es lo que ocurre no pocas veces en las patologías sexuales, v. g. cuando los aspectos
biológicos se consideran separadamente y falta esa integración dentro de la unidad ordenada de todo
el organismo. Cfr. E. SGRECCIA, Manuale di Bioética, Roma 19 8 9 , 1 8 1 -1 9 8 .
417 Cfr. C. CAFFARRA, Etica general de la sexualidad, Barcelona 1993, 23.
PERSONA, SEXUALIDAD Y PROCREACIÓN 141
Lo que afirmamos -esa es nuestra tesis según se apuntaba
antes- es que penetrar en el logos, en la verdad y sentido de la
sexualidad sólo es posible si se parte de una concepción
fuertemente unitaria del hombre418. Esta tesis, tan significativa
para la recta comprensión de la sexualidad, se explica
frecuentemente de manera negativa, es decir, como contrapuesta a
toda forma de dualismo (sea de inspiración platónica 419 o
cartesiana420). Y en esa perspectiva la unidad de la persona viene
definida sobre todo por lo que no es: la persona humana es una e
indivisible porque no está sujeta a ninguna forma de dualismo421; la
sexualidad es una dimensión de la persona humana porque, de no
serlo, habría que considerarla como una realidad extrínseca y
accidental al ser humano.
Pero si se quiere describir adecuadamente la naturaleza de la
sexualidad humana, se hace necesario además penetrar
positivamente -no sólo en sentido negativo- en el alcance de esa
afirmación, central para el logos y ethos de la sexualidad. ¿Qué
quiere decir que la sexualidad pertenece al ser de la persona?
Porque, si la persona humana es la totalidad unificada cuerpo-
espíritu -esa es la realidad que se llama hombre422, y si, por otro
lado, la persona humana no tiene otra posibilidad de existir que
como hombre o como mujer, la sexualidad -masculinidad/femini-
dad- es una dimensión constitutiva de la persona humana. La
conclusión inmediata de estas dos tesis -la unidad substancial de la
persona y la sexualidad es el modo de ser la persona humana-
418 En la tesis de FC, n. 11, que sigue en ese punto a GS, n. 14. Es constante en el Magisterio —
sobre todo de los últimos años— la afirmación de situar en el marco antropológico adecuado la
consideración de los diversos problemas morales. A parte de los documentos citados se deben
recordar en este sentido HV, n. 7, DV, n 3 (CONG. DOCT. FE, Decl. Donum Vitae [22.11.1987]); etc.
419 La cuestión de la relación entre el cuerpo y el alma ha sido siempre uno de los puntos claves
de la antropología; y su comprensión ha marcado siempre la manera de entender la valoración de la
corporalidad y la perfección (la relación entre perfección espiritual y moral). Para Platón, el cuerpo y
el alma son dos sustancias completas unidas accidentalmente en la existencia terrena, pero sin
constituir una única sustancia: el alma y el cuerpo están la una al lado o en el otro. Por eso la
eliminación de la corporalidad es el camino necesario para llegar a la perfección. Esta forma de
pensar es retornada por otros autores como Plotino, Filón de Alejandría, San Agustín, Descartes,
Malebranche, Spi- noza, Leibniz, etc... Cfr. B. MONDIN, voz Corpo, en Dizionario Enciclopédico de
Filosofía e Teología Moraley Milano 1989, 167-168.
420 Parecida es la posición de Descartes: destruye la unidad de la persona reduciéndola a dos
sustancias independientes entre sí, el alma — res cogitans- y el cuerpo — res extensa—y de las que
sólo el alma sería la persona. Cfr. E. BERTI, II concetto dipersonay cit., 32-33.
421 Cfr. C. ZUCCARO, Unita de la persona e integrazione sessuale, en «Rassegna di Teología» 36
(1995) 710. Para este autor, esa es la manera de explicar la unidad de la persona de D. TETTAMANZI,
La corporeita humana. Dimensioni antropologiche e teologiche, en «Medicina e Morale» 4 (1989) 678-
679.
422 Cfr. FC, n. 11.
PERSONA, SEXUALIDAD Y PROCREACIÓN 142
constituye el fundamento antropológico y teológico de la ética de la
sexualidad423.
428 Cfr. J. RATZINGER, Presentación a la Instrucción «Donum vitae», en W. AA., El don de la viday
Madrid 1992, 19; cfr. C. CAFFARRA, Etica general de la sexualidad, cit., 34.
429 Cfr. G. MARCEL, Étre et avoir, Paris 1968, 223-226. Al respecto se debe notar que una forma
bastante generalizada de concebir el cuerpo y la vida humana —ya lo señala la encíclica Evangelium
vitae (25.III.1995)— es considerar al hombre «en el contexto de los demás seres, especialmente vivos
y sobre todo de los animales superiores morfológica y comparativamente más semejantes al
hombre» Cfr. F. COMPAGNONI, voz Corporeidad, en Nuevo Diccionario de Teología Moral, Madrid
1992, 282. En este contexto, el hombre no es en realidad superior a los animales. Está en la cima de
los seres creados, pero no es diferente (teoría de la evolución de Darwin; escuela behaviorista...). Esta
concepción del hombre se apoya en algunas antropologías contemporáneas que ya no contemplan al
hombre como un ser creado de modo especial por Dios y redimido.
En cambio, otros autores que admiten la diferencia esencial que como persona tiene el ser humano
respecto de los que no lo son, explican ese concepto con criterios exclusivamente biológicos,
sicológicos o sociológicos: la persona se definiría no por lo que es sino por lo que está en condiciones
de hacer o aparentar. Sobre este punto cfr. E. SGRECIA-M. C. Di PlETRO, VOZ Procreación aritificial, en
Nuevo Diccionario de Teología Moral, cit., 1483.
PERSONA, SEXUALIDAD Y PROCREACIÓN 144
espiritualismos430-; otras, porque no se ha entendido
adecuadamente la unidad, explicándola, en la mayoría de los casos,
en términos de causalidad instrumental: la persona sería el
espíritu; y el cuerpo, el instrumento del que aquél se serviría para
obrar431. Y entonces es evidente que la sexualidad en modo alguno
puede ser considerada como dimensión constitutiva de la persona.
Con lo que resulta imposible acceder a la profunda verdad y
sentido de la sexualidad432.
430 La historia demuestra cómo las actitudes hacia la sexualidad han sido frecuentemente
contradictorias. Desde la visión más pesimista (teorías maniqueas, gnósticas, cáta- ras, jansenistas...)
como consecuencia de una consideración peyorativa de todo lo relacionado con el cuerpo, hasta la
exaltación más absoluta sin ninguna otra norma que la del placer (J. Van Usel; W. Reich). Ambas
actividades responden a la misma concepción dualista de la persona. Si en el primer caso se
desprecia lo sexual y corpóreo y se aboga por una esplritualismo descarnado, en el segundo se olvida
la dimensión espiritual afirmando exclusivamente la biológica (el ser humano como mono desnudo:
v.g. D. MORRIS, El mono desnudo, Barcelona 1969). En esta perspectiva la sexualidad —las facultades
sexuales— es pura materia, mera función biológica, es una mercancía de consumo: no existe
diferencia ninguna con la sexualidad animal. Una y otra posición comparten la misma antropología: la
absoluta separación entre el alma y el cuerpo, entre lo racional y lo biológico en el hombre. En
algunos casos, la negación de uno u otro componente del binomio.
431 Sobre este punto cfr. C. CAFFARRA, Etica general de la sexualidad, cit.
432 Es lo que sucede desde el individualismo, utilitarismo y hedonismo, tres formas del
materialismo práctico (cfr. EV, n. 23). Cada una de ellas se caracteriza por una actitud respecto del
cuerpo humano, en la que éste no es percibido según su dimensión personal. Es, por el contrario,
reducido a su materialidad de tal manera que pasa a ser considerado como objeto de placer
(hedonismo) o de explotación o utilidad (utilitarismo). En este contexto, la sexualidad deja de
considerarse como lenguaje de amor —es despersonalizada— y se desconoce por entero su «verdad
ontológica»; el individualismo se opone a la relación interpersonal que supone respeto, gratuidad y
donación.
PERSONA, SEXUALIDAD Y PROCREACIÓN 145
bajo este aspecto, la persona humana no es hombre ni mujer; pero
como espíritu humano está orientado a informar el cuerpo -para
eso ha sido creado- y éste es siempre y necesariamente hombre o
mujer. La sexualidad no es un simple atributo; es la modalidad
substancial del ser de la persona humana.
Ahora bien, decir que la sexualidad es modalización de la
persona humana es afirmar que la sexualidad impregna la
humanidad del hombre y de la mujer en su totalidad. La sexualidad
-masculinidad o feminidad- caracteriza y determina a todos y cada
uno de los componentes de la unidad substancial cuerpo-espíritu
que llamamos hombre o mujer. Por eso todas las dimensiones
espirituales del hombre están impregnadas por esta dimensión; y
ésta, a su vez, por la espiritualidad. La sexualidad afecta al núcleo
íntimo de la persona en cuanto tal. Es la persona misma la que
siente y se expresa a través de la sexualidad. Afecta tan
profundamente a la persona que al decidir sobre la sexualidad, v.g.
en la alianza conyugal o en la entrega propia de la unión conyugal,
se decide sobre la persona. Los mismos rasgos anatómicos, en
cuanto expresión objetiva de esa masculinidad o feminidad, están
dotados de una significación trascendente objetivamente: están
llamados a ser manifestación visible de la persona.
La sexualidad humana, entonces, es esencialmente diferente de
la sexualidad animal ya que -gracias al alma como forma
substancial del cuerpo- a la vez que sensitiva es racional por
participación. En el ser humano todas las dimensiones y funciones
orgánicas están incorporadas a su unidad total. Todo en él es
humano. En el nivel que ahora consideramos -el del ser- nada hay
en el hombre que, siendo de él, se pueda considerar infrahumano:
especialmente -si se pueda hablar así- en la sexualidad, una
dimensión que más que ninguna otra es intrínsecamente corpóreo-
espiri- tual. Por eso es del todo inadecuado considerar a la
sexualidad humana como asimilable a la sexualidad animal o como
dimensión separable de la espiritualidad433. No se puede ver en la
conducta sexual humana tan sólo el resultado de unos estímulos
fisiológicos y biológicos.
Los relatos bíblicos de la creación con el lenguaje que les es
propio expresan esta misma verdad al hablar de la creación del
hombre y la mujer. Uno y otro es imagen de Dios en su
433 Cfr. M. BRUGAROLA, Sociología y Teología de la natalidad, Madrid 1967, 376, nota 32.
PERSONA, SEXUALIDAD Y PROCREACIÓN 146
masculinidad y feminidad. Como hombre y como mujer el ser
humano es imagen de Dios; y dado que sólo se es hombre o mujer
en la humanidad especificada sexual- mente, la conclusión es que la
diferenciación sexual es un dato originario -tiene su origen en el
acto creador de Dios- y participa de la espiritualidad propia de la
persona. La discriminación por razón de sexualidad no tiene
ningún sentido434.
434 Sin embargo, no parece que sea el sentido que dan a esa expresión autores como Spinoza,
Kant, etc. cuando en su discurso antropológico afirman que la diferenciación sexual es irrelevante y
ponen la dignidad humana en «la razón». Mucho menos lo es en aquellos que con un marcado tinte
antifeminista sostienen que la racionalidad es una característica de la masculinidad.
PERSONA, SEXUALIDAD Y PROCREACIÓN 147
profundas de la humanidad del hombre y de la mujer. Y, además,
esta significación «originaria» de la sexualidad es la que ha sido
asumida en el orden de la Redención. Este -no otro- es el del
hombre «histórico», el que vive: el de ahora y el de todos los
tiempos.
444 E. LÓPEZ AZPITARTE, Moral del amor y la sexualidad, en Praxis cristiana. II: Opción por la
vida y el amor, Madrid 1981, 292.
445 «Dossier de Roma», Documentum Synteticum de Moralitate regulationis nativita- tum, en J. M.
PAUPERT, Contróle des naissances et théologie. Le dossier de Rome, Paris 1967, 159.
446 Sobre este punto puede consultarse, entre otros, los artículos de: G. GRISEZ, Dualism and the
New Morality, en M. ZALBA, LAgire Mórale. Atti del Congresso Interna- zionale: Tommaso dAquino nel
suo settimo centenario, vol. 5, Ñapóles 1974, 323-330; M. RHONHEIMER, Contraception, sexual
behavior, and natural law. Philosophical Foundation ofthe Norm of Humanae vitae, en VV.AA.,
«Humanae vitae»: 20 anni dopo. Atti delII Congresso Internazionale di Teología Morale (Roma, 9-12
PERSONA, SEXUALIDAD Y PROCREACIÓN 150
Desde la Sagrada Escritura, los relatos de la creación apuntan
abiertamente esta misma tesis. La diferenciación del ser humano
en hombre y mujer está orientada a la procreación. A la unión del
hombre y la mujer a la que conduce la recíproca
complementariedad a través de la sexualidad corresponde la
bendición de la fecundidad447. Por otra parte, si el ser humano ha
sido creado a imagen de Dios en cuanto hombre y mujer, y expresa
esa imagen de Dios a través de la comunión de personas448 -que se
realiza fundamentalmente por medio de la «unidad en la carne»-,
se comprende fácilmente que la apertura a la fecundidad sea uno
de los elementos que revelen la verdad de la imagen divina en el
hombre. (En otro caso, la relación hombre-mujer a través de la
actividad sexual no iría de persona a persona, y nunca podría ser
considerada como comunión interpersonal).
La imagen de Dios, que llevan impresa en su ser las criaturas
humanas, es una imagen o «forma» que alcanza a la humanidad del
hombre y de la mujer en todas sus dimensiones. Pero como la
creación es obra de toda la Trinidad, esa imagen es la imagen de
Dios Uno y Trino y, en consecuencia, el ser humano encuentra el
arquetipo de su amor y también de la generación en la vida
Trinitaria. Dios, el amor de Dios -es lo que ahora interesa recalcar-
es doblemente fecundo: intratrinita- riamente en la misma persona
del Espíritu Santo; y extratrinitariamente en la creación. El amor
humano participa de ese profundo dinamismo e implica
esencialmente la fecundidad. La fecundidad -esa es la conse-
cuencia- es intrínseca a la verdad de la sexualidad como lenguaje
del amor humano en cuanto participación del amor de la
Trinidad449. «Dios es amor, el Padre engendra al Hijo, el Espíritu
Santo procede de su Unión absoluta; son tres personas distintas
que viven en un amor, tan infinitamente perfecto, que no son más
que un solo Ser, una sola Naturaleza. Vemos, pues, en la absoluta
perfección creadora los dos conceptos que orientan la sexualidad,
amor y generación»450. Como reflejo y analogía de la Trinidad la
sexualidad está orientada a servir de fusión de amor y de fuerza
generadora.
455 Aunque no se contempla aquí, la tesis es que sólo en el matrimonio uno e indisoluble puede
darse un ejercicio de la facultad sexual acorde con la dignidad personal del hombre y la mujer. Por
eso se habla de acto conyugal y no de acto sexual sin más.
456 Para un conocimiento de las diferentes posiciones sobre este punto cfr. F. BÓC- KLE, La
regulación de nacimientos y discusión del problema dentro de la Iglesia, en «Conci- lium» 5 (1965)
101-129; A. VALSECHI, Regulación de los nacimientos. Diez años de reflexión teológica, Salamanca
1968.
457 Entre los autores que disocian ambos aspectos o significados cabe citar a: F. BOCKLE, C.
HOLENSTEIN (dir.) Die Enzyklika in der Diskussion. Eine orientierende Do- kumentation zu «Humanae
vitae» Zurich 1968; K. RAHNER, Zur Enzyklica «Humanae vitae», en «Stimmen der Zeit» 182 (1968)
193-210; L. LORENZETTI, Concilio e «Humanae vitae». Tradizione ed evoluzione della dottrina della
Chiesa sus matrimonio, Bologna 1969; L. Rossi, Sulla problemática della procreazione responsablile, en
«Revista di Teología Morale» 3 (1971) 537-556; B. SCHÜLLER, Empfdngnisverhütung in Lichte einer
ethis- chen Theorie teleologischen Typs, en R. OLECHOWSKI (dir.), Familien plannung und Se-
xualmoral, Wisseuschatliches Kolloquium (23-24.1.1976) Wien 1976, 60ss.
PERSONA, SEXUALIDAD Y PROCREACIÓN 154
la procreación en aras del amor?458.
- ¿Por qué el dominio que el hombre tiene indudablemente
sobre sí mismo y su corporalidad -otra objección- no ha de
extenderse también hasta su sexualidad y separar uno y otro
significado de acuerdo con los principios clásicos del «doble efecto»
y, de «totalidad». Se viviría así responsablemente el aspecto unitivo
y la paternidad responsable459.
- Si existe ya una disociación natural entre la función unitiva y
procreadora de la sexualidad -se argumenta también en una línea
muy similar al argumento anterior- ¿por qué no provocar
artificialmente esa disociación. En definitiva, no sería otra cosa que
«racionalizar creativamente» la fecundidad integrándola en el
proyecto de perfección de la persona. No hay diferencia -se dice-
entre la regulación natural y la contracepción, no son más que dos
métodos de la misma paternidad responsable 460. Si el uso de la
técnica es lícito en otros ámbitos de la corporalidad ¿qué razón
existe para que no lo sea también en relación con la sexualidad y,
por tanto, porqué no ha de ser lícita la contracepción artificial? El
rechazo de la contracepción -viene a decirse- es la consecuencia de
identificar lo dado por la naturaleza con la expresión inmediata de
la voluntad de Dios461.
- Por último -este es el argumento invocado más
frecuentemente- la doctrina de la inseparabilidad de los
significados unitivo y procreador se apoya en un biologismo ya
superado, contrario -se dice- a una visión personalista de la
sexualidad. La dimensión unitiva sería la «personal» en sentido
propio, mientras que la procreación sería la «natural» y propia de
la biología462. Por eso -se insiste- es necesario «personalizar» y
«humanizar» la sexualidad.
Pero, si se examinan bien, estos argumentos -en contra de lo
que se proclama- responden a una concepción biologicista y
extrinsicista de la sexualidad. En este contexto, en efecto, la
persona (lo personal) se definiría exclusivamente por la cultura -
458 Cfr. E. LÓPEZ AZPITARTE, Moral del amor y la sexualidad, cit., 429.
459 Cfr. B. HÁRING, The inseparability ofthe unitive-procreative. Functions ofthe Marital Act, en
CH. CURRAN (ed.), Contraception: Authority and Dissent, New York 1969, 183-185; cfr. E. LÓPEZ
AZPITARTE, Moral del amor y la sexualidad, cit., 432.
460 Cfr. B. HÁRING, Pastorale Erwágungen zur Bischofssynode über die Ehe und Fa- milie, en
«Theologie der Gegenwart» 24 (1981) 71-80.
461 Cfr. Documentum Syntheticum De Moralitate Regulationis..., cit., 158.
462 Cfr. E. LÓPEZ AZPITARTE, Moral del amor y de la sexualidad, cit.
PERSONA, SEXUALIDAD Y PROCREACIÓN 155
por la libertad diría Kant- como opuesta a la naturaleza (lo natural)
determinada por el determi- nismo. De ahí la antimonia entre
naturaleza y libertad (presente ya en Descartes). A esta misma
conclusión conduce también esa concepción de la libertad
trascendental del hombre que -según la definición de K. Rahner- se
realizaría como persona en la medida de su libertad, radicalmente
diversa del mundo existente y del que el cuerpo sería un elemento
más463.
La cuestión, central en la consideración de la sexualidad
humana, ha sido abordada por Humanae vitae (el aspecto de la
sexualidad sin procreación) y por Donum vitae (el de la procreación
sin sexualidad). Como se sabe, la respuesta dada desde su
perspectiva por uno y otro documento es clara: entre los bienes y
significados del ejercicio de la sexualidad -el acto conyugal- existe
una unión de tal naturaleza que «nunca está permitido separar
estos diversos aspectos hasta el punto de excluir positivamente sea
la intención procreativa, sea la relación conyugal»464. La
inseparabilidad de esos bienes y significados en la relación
conyugal está requerida por la verdad ontológica del acto conyugal
como acto de amor de los esposos, y designa el carácter
indisociable de la dimensión unitiva y procreadora de la sexualidad
humana. En Humánete vitae se dice que esa es la estructura íntima
del acto conyugal. Se habla, por tanto, del carácter objetivo de esa
indisociabilidad.
Son varias las afirmaciones que en estos documentos -
concretamente en Humanae vitae- se hacen en relación con este
principio: a) en la sexualidad -en el acto matrimonial- hay inscritos
dos significados fundamentales: el unitivo y el procreador; b) estos
significados están unidos inseparablemente por designio de Dios,
c) el hombre no puede romper esa unidad por propia iniciativa.
En continuidad con el Concilio Vaticano II y con el Magisterio
anterior, la encíclica Humanae vitae proclama que el amor conyugal
-y su acto específico, el acto matrimonial- ha de ser plenamente
humano, total, exclusivo y abierto a la vida. Es un «principio» que
no admite excepciones. Ninguna circunstancia -personal o social-
puede o podrá conseguir que sea honesta una acción que
463 Cfr. A. SZOSTEK, La concezione delVintelletto creatore di norme. Fondamenti an- tropologici
del rifiuto deH’Enciclica «Humanae vitae», en W. AA., «Humanae vitae», cit., 483-484.
464 DVII, n. 4; cfr. HV, n. 12; PÍO XII, Discurso a los participantes en el XI Congreso Mundial de
Nápoles sobre la fecundidad y la esterilidad humana (19.V.1958), en AAS 48 (1956) 470.
PERSONA, SEXUALIDAD Y PROCREACIÓN 156
desnaturalice y contradiga la verdad del amor conyugal: Ni la
«necesidad» de salvaguardar el amor conyugal (en un hipotético
conflicto de deberes) ni la posibilidad de que serían muchos los
esposos cristianos que dejarían la práctica de la vida cristiana o,
incluso, de la comunión de la Iglesia, si no se admite la
contracepción. La contracepción que, como su nombre indica, está
dirigida evitar la concepción, atenta directamente contra la relación
interpersonal de los esposos. Es siempre un desorden moral grave,
porque la procreación y la donación personal recíproca son bienes
básicos del matrimonio y del amor conyugal.
En la sexualidad humana, y en el acto conyugal, los significados
unitivo y procreador están unidos inseparablemente por designio
de Dios. Uno y otro se reclaman e implican mutuamente hasta el
punto que, si cualquiera de ellos falta, ni el ejercicio de la
sexualidad es humano ni la unión sexual es verdaderamente
conyugal. En el fondo, porque en la verdad de su dimensión
ontológica constituyen una unidad. Humanae vitae habla de la
«inseparable conexión que Dios ha querido, y que el hombre no
puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del
acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador». La
consideración antropológica y teológica de la sexualidad y amor
conyugal exige que en la relación del acto conyugal se observe
como norma la inseparabilidad de uno y otro significado. La inse-
parabilidad de esos dos significados es un criterio de la verdad del
acto conyugal. Es una necesidad ética: una realidad que debe ser así.
El término «significado» indica la finalidad a la que está
orientado el acto conyugal en su dimensión objetiva (lo que ese
acto quiere decir en sí mismo). Por eso mismo señala también el
criterio que determina la verdad de ese acto en su dimensión
subjetiva (lo que quieren decirse los esposos con el lenguaje del
acto conyugal). La coincidencia de estos dos significados responde
a la verdad del acto y a la norma que deben seguir los esposos. Los
aspectos personales forman parte de la verdad objetiva del acto
conyugal. La norma moral del acto conyugal se identifica con la
relectura, en la verdad, del lenguaje del cuerpo. El acto conyugal
que no está abierto a la vida -según su disposición natural- o se
impone al otro cónyuge, se revela, en sí mismo, incapaz de expresar
el amor conyugal. Cuando se separan estos dos significados se
degrada la vida espiritual de los cónyuges y se comprometen los
bienes del matrimonio y el porvenir de la familia.
PERSONA, SEXUALIDAD Y PROCREACIÓN 157
El «principio» es claro y el Magisterio lo expone sin
ambigüedad y abiertamente. Otra cosa, sin embargo, es la
justificación racional, sobre lo que no hay unanimidad entre los
autores. Pero acerca de este punto se debe advertir que el valor y
obsequio que se debe dar a la doctrina no depende de la
argumentación racional, está ligado «a la luz del Espíritu Santo, de
la cual están particularmente asistidos los pastores de la Iglesia
para ilustrar la verdad». En cualquier caso, si se considera la
naturaleza de la vida y de la sexualidad humana, tal como ha sido
interpretada constantemente por la Iglesia, se descubre una
argumentación antropo- lógico-teológica que -en mi opinión-
manifiesta bien a las claras la racionalidad del principio de la
inseparabilidad de esos dos significados.
El fundamento antropológico de la inseparabilidad de esos
significados y bienes está en la unidad substancial de la persona
humana cuerpo-espíritu y en la consideración de la sexualidad
como dimensión constitutiva de la persona. No es posible pensar la
dimensión procreadora como dimensión «natural» y la dimensión
unitiva como la dimensión «personal»465. Son, en su verdad más
profunda, dimensiones de la misma y única realidad 466.
471 Cfr. M. RHONHEIMER, Contraception, sexual behavior, and natural law, cit., 107, nota 36.
PERSONA, SEXUALIDAD Y PROCREACIÓN 160
ésta- su fuente y su principio. «El hombre es libre, no a pesar de sus
indicaciones naturales al bien, sino a causa de ellas»472. Por ello,
para obrar libremente, es del todo necesario conocer primero la
naturaleza de las cosas sobre las que se actúa.
En el tema que ahora consideramos hay que decir que la
verdad, el bien de la naturaleza se conoce, en primer lugar, en la
sexualidad misma: en las inclinaciones inmanentes a la sexualidad.
Porque «no se trata de inclinaciones cualesquiera; se trata de
inclinaciones humanas. Esto es, se trata de la persona humana en
cuanto sexualmente inclinada hacia un bien, un bien que no puede
ser más que humano. Más, dado que el bien humano en general, y
en especial el de la sexualidad, es el bien de la persona humana,
sujeto espiritual que subiste unido substancialmente a un cuerpo,
sujeto espiritual-corporal, persona corporal, cuando la razón
intenta descubrir el bien humano operable de la sexualidad y se
dirige a las inclinaciones sexuales (y no puede no hacerlo), éstas no
son consideradas sólo y exclusivamente como inclinaciones psico-
físicas, sino también como inclinaciones espirituales. No porque las
primeras no sean humanas, sino porque no son todo lo humano y lo
son en tanto que informadas por la inclinación espiritual. Todo esto
se puede decir de un mundo más técnico y breve: la inclinación
sexual humana es la fuente de conocimiento, para la razón práctica
del hombre, del bien (operable) inteligible de la sexualidad
humana. Conociendo el bien, la razón conoce la vía para realizarlo:
conoce la ley divina de la sexualidad» 473.
Las inclinaciones de la sexualidad no constituyen sin más e
inmediatamente las normas de la moralidad sexual. (Tampoco lo es
la razón). La sexualidad, la facultad sexual es éticamente neutra.
Pero esas inclinaciones sí son el camino que permite conocer la
verdad y el bien de la sexualidad que han de observarse para que la
actividad sexual sea recta. Es lo que se afirma cuando se dice que la
ley natural -en este caso, de la sexualidad- es obra de la razón
práctica del hombre.
Además de la ley natural para conocer la verdad y, el bien de la
sexualidad, Dios ofrece al hombre la ayuda de la Revelación, cuya
plenitud es Cristo mismo. El hombre no se encuentra sólo en la
búsqueda de la verdad y del bien.
474 Cfr. ídem, «Ratio technica», «ratio ethica», en «Antropotes» 5(1989/1)129-146; ídem,
«Humanae vitae»: Veinte anni dopo, en W. AA., «Humanae vitae: 20 anni dopo, cit., 187.
PERSONA, SEXUALIDAD Y PROCREACIÓN 162
«histórico» es también el hombre de la «redención» 475,
y, en
consecuencia, en los incorporados a Cristo, el pecado ha sido ven-
cido, esa integración ha comenzado ya; aunque de forma definitiva
sólo tendrá lugar al final con la resurrección de los cuerpos.
Precisamente ese final es el que descubre al horizonte de
integración de la sexualidad en el bien de la persona a lo largo del
proceso redentor ya iniciado. Con palabras de Caffarra se debe
señalar, en ese sentido, que la redención del cuerpo -y, por tanto, la
integración de la sexualidad- «no significa la destrucción de la
dimensión psicosomática del hombre. Significa que el espíritu, -o,
mejor, la subjetividad espiritual- del hombre penetrará plenamente
en el cuerpo (plenitud intensiva y extensiva) y, por tanto, los
dinamismos espirituales gobernarán por entero los dinamismos
psico- somáticos, con la correspondiente consecuencia de una
completa subordinación de estos a aquellos (...). En esta
espiritualización, es decir, integración de la persona humana,
consiste la perfecta realización de la persona. Y, en efecto, la
persona humana perfecta no es un sujeto espiritual privado del
cuerpo; no es una persona en la que sus dimensiones constitutivas
estén dinámicamente en oposición entre sí; no es una persona en la
que la unificación ocurra por negación. Es la persona en la que se
da una perfecta participación de todo lo que en el hombre es psi-
cofísico en lo que en ella es espiritual» 476.
Como virtud sobrenatural, la castidad es un don de Dios, una
gracia que el Espíritu Santo concede a los regenerados por el
bautismo477.
Es una virtud necesaria para todos los hombres en las diferentes
etapas de su vida. En cuanto virtud propia de los casados, la
castidad conyugal está indisociablemente unida al amor conyugal.
Integra la sexualidad de tal manera que puedan donarse el uno al
otro sin rupturas ni doblez. Está exigida por el respeto y estima
mutuos que como personas se deben ya los esposos; además de
que así lo reclaman también los otros bienes del matrimonio. Es
una virtud que está orientada al amor, la donación y la vida.
478Cfr.CONC. VAT. II, Const. Gaudium et spes, n. 50 (en adelante GS). Como se indicará después, el
Concilio Vaticano II no modifica la doctrina recibida sobre la ordenación del matrimonio a la
procreación ni tampoco la jerarquía u orden entre los diversos fines. La reafirma, sin usar esa
terminología, «al menos diez veces» según consta explícitamente en las Actas (Acta Synodalia, vol. IV,
pars VII, p. 478). El abandono de esa terminología se debe a que no es propio de un documento
pastoral usar un lenguaje técnico que, por otra parte, podría no ser interpretado adecuadamente en
un contexto en el que el término «fin» viene a identificarse con «resultado»: algo extrínseco a la
realidad de la cual se predica.
EL AMOR CONYUGAL, ABIERTO A LA VIDA 164
antropológica de la sexualidad. Aunque la terminología y la
sistematización de la doctrina de los fines entró tardíamente en el
lenguaje del Magisterio de la Iglesia, el hecho es que el Magisterio
ha considerado el matrimonio y la sexualidad fundamentalmente
desde la orientación a la fecundidad: la procreación y educación de
los hijos.
El matrimonio, ciertamente, está estructurado en torno a una
doble finalidad: el bien de los esposos, en torno a la dignidad de los
esposos en cuanto personas que forman la comunidad conyugal; y
la apertura a la fecundidad, en torno a la existencia como valor
básico de la persona. Una y otra son éticamente inseparables, como
se verá después. Pero el valor primero y singularísimo del
matrimonio, como marco para el ejercicio de la sexualidad, radica
en que por su intrínseca constitución está ordenado a dar origen a
la persona humana479. Un valor que se acrecienta aún más, cuando
se considera la sexualidad «como participación en la creación
divina de la persona humana, como el vehículo de la conjunción de
la creatividad del amor divino y del amor humano o, si se prefiere
como el ámbito de una acción que es sólo de Dios: la elevación del
acto procreativo humano hasta el orden divino de la
procreación»480.
De los textos de la Escritura sobre la creación del hombre se
desprende claramente que la procreación es una finalidad
intrínseca a la unión matrimonial. El hombre y la mujer han sido
creados («varón y mujer») para asegurar, a través de su unión en el
matrimonio, la multiplicación de los hombres sobre la tierra. El
«creced y multiplicaos»481 expresa la finalidad del matrimonio. Esta
finalidad no se ha alterado con el pecado de «los orígenes».
Después del diluvio la bendición divina del principio continúa:
«Dios bendijo a Noé y a sus hijos, y les dijo: ‘Sed fecundos y
multiplicaos482»5. Una bendición sobre la que -principalmente en el
Antiguo Testamento- se insiste desde los ángulos más diversos.
La ordenación del matrimonio a la procreación es una tesis
admitida por todos. Ése es el alcance que se da, en la teología, a la
afirmación de que el matrimonio está ordenado naturalmente a los
hijos o a la fecundidad. El problema que se debate sobre esta
479 A. RODRÍGUEZ LUÑO-A. LÓPEZ MÓNDEJAR, La fecundación «in vitro», Madrid 1986, 124.
480 Ibídem, 126.
481 Gn 1, 28.
482 Gn 9, 1.7
EL AMOR CONYUGAL, ABIERTO A LA VIDA 165
cuestión es otro: ¿cómo se relaciona con el bien de los esposos
como fin del matrimonio? ¿Uno y otro se sitúan en el mismo plano?
Conectados con estos interrogantes, existen otros, cuyas respuestas
son de gran transcendencia para la vida y espiritualidad de los
matrimonios y familias. Me refiero, entre otros, a la manera de
entender la unión de los aspectos unitivo y procreador del acto
específico del amor conyugal: ¿se pueden separar esas dos dimen-
siones del amor conyugal? ¿Es suficiente «admitir que la finalidad
procreadora pertenece al conjunto de la vida conyugal más bien
que a cada uno de sus actos» 483, para poder decir que el
matrimonio está abierto a la vida y que los esposos viven la
orientación a la fecundidad?
Contestar a estas preguntas es el propósito de estas páginas. A
través de tres apartados más generales se procurará mostrar la
naturaleza de la relación que se da entre las diversas finalidades
del matrimonio y amor conyugal (1). Después se considerará la
orientación del matrimonio a la fecundidad desde la consideración
de la sexualidad y el amor conyugal (2). Y por último se tratará de
la apertura del acto conyugal a la fecundidad, fijándonos de manera
particular en la inseparabilidad de las dimensiones unitiva y
procreadora de ese acto, en la racionabilidad, y en la autoridad de
la norma de la inseparabilidad (3).
487 Cfr. Código de Derecho Canónico, en. 1013 (en adelante CIC).
488 Entre estos documentos pueden citarse: PÍO XI, Ene. Casti connubii, (31 .XII. 1930), n. 17, en
A. SARMIENTO-J. ESCRIVÁ, Enchiridion Familiae, I, Pamplona 2003 (2a edc.),720 (en adelante EF);
PÍO XII, Aloe. (3.X. 1941), n. 7, en EF, 11,1027; Decr. del Santo Oficio (1.IV.1944), nn. 1-4, enEF II,
1283-1286; Aloe. (29.X.1951), n. 62, en EF, II, 1439. En todos estos documentos se describen con
claridad los fines del matrimonio y su jerarquía. Al mismo tiempo, sin embargo, incorporan la teoría
de los bienes a la de los fines.
489 A. FERNÁNDEZ, Teología Moral, cit., 457. En este sentido la Ene. Casti connubii, (EF I, 724-
725) resalta con trazos fuertes: «Esta mutua conformación interior de los esposos, este constante
anhelo de perfeccionarse recíprocamente, puede incluso llamarse, en un sentido pleno de verdad,
como enseña el Catecismo Romano, causa y razón primaria del matrimonio, siempre que el
matrimonio se entienda no en su sentido más estricto de institución para la honesta procreación, y
educación de la prole, sino en el más amplio de comunión, trato y sociedad de toda la vida». Sobre
este punto en la Encíclica Casti connubii puede consultarse a A. FAVALE, Fin i del matrimonio nel
magisterio del Concilio Vaticano II, en M. TRIACA-G. PlANAZZI (dir.), Realta e valori del Sacramento del
Matrimonio, Roma 1976, 181.
490 Entre otros motivos, cabe citar el diálogo —propio de la teología moral— con las
determinadas antropologías, la sobreestimación de la sexualidad en la vida matrimonial, la
desvalorización de los fines secundarios a que había conducido la exageración de la teoría de los fines
primario-secundario, el reduccionismo a nivel puramente biológico de la doctrina de los fines, etc.
491 En síntesis, ésa es la posición de H. DOMS, Vom Sinn undZweck der Ehe, Bres- lau 1935 (trad.
aprobada por el autor: Du sens et de la fin du mariage, Paris 1937); ídem, Amorces d’une conception
personaliste du mariage d’apres S. Thomas, en «Revue Thomiste» 45 (1939) 745-753; ídem, Du sens et
de la fin du mariage. Réponse au Pere Boigelot, en «Nouvelle Revue Théologique» (66 (1939) 513-538.
Insistiendo en esta misma cuestión: ídem, Bisexualidady matrimonio, en W.AA., Mysterium SalutisllH,
Madrid 1969, 759-841. Un resumen sobre esta teoría pueden encontrarse en G. F. PALA, Valori efini
del matrimonio nel magisterio degli ultimi cinquant’ anni, Cagliari 1973; pero sobre todo en R. B.
ARJONILLO, Conjugal Love and The Ends of Marriage in Dietrich von Hilde- brand and Herbert Doms,
Pamplona 1996, 133-206.
EL AMOR CONYUGAL, ABIERTO A LA VIDA 168
consecuencia a que llega esta teoría- la finalidad del acto conyugal
es la unión de los esposos, no la procreación. Si se dice que la
procreación es fin del matrimonio, debe entenderse que es tan sólo
secundario: no tiene razón de fin, es sólo el efectou.
* Contra esta interpretación, aludida ya en la encíclica Casti
connu- biP, intervienen la Congregación de la Fe (entonces Santo
Oficio) y Pío XII. Estas intervenciones sirven para reforzar la
doctrina de la jerarquía de los fines del matrimonio. Pero a la vez
avisan ya del peligro de reducir la procreación y la unión conyugal
a un nivel meramente biológico. Se apunta en esas respuestas, por
tanto, la perspectiva personalista en la que el Magisterio posterior
del Vaticano II, Pablo VI y Juan Pablo II tratan de la finalidad del
matrimonio492 493.
Algunos autores han intentado dar respuesta a esas teorías
fenome- nológicas, sirviéndose de la distinción entre fines objetivos
(ontológi- cos) y fines subjetivos (psicológicos). Desde el punto de
vista objetivo, el fin primario, que especifica el matrimonio y al que
está ordenado por su naturaleza, es único: la procreación y
educación de los hijos. El fin secundario, que deriva de la
492 Cfr. PÍO XI, Ene. Casti connubii, 31.XII. 1930, nn. 45s, en EF, I,735s.
493 PÍO XII tiene dos intervenciones relacionadas con esta cuestión, en 1941 y en 1931. En la
primera (3.X.1941) —una alocución a la Rota Romana—, denuncia dos tendencias: sobrestimar el fin
primario hasta el punto de negar la existencia del fin secundario; y desvincular el fin secundario de
su subordinación al fin primario hasta el punto de considerarlo como fin principal. La segunda
intervención es la alocución al Congreso de la Unión Católica Italiana de las Comadronas, el 29 de
octubre de 1931. El Papa rechaza las teorías que pretenden elevar el perfeccionamiento de los
esposos hasta decir que es el fin primario o negar la subordinación de los fines secundarios al fin
primario. El Santo Oficio (31.111.1944) condena la posición de ciertos modernos (H. Doms y B.
Krempel) que «o bien niegan que la procreación y la educación de los hijos son el fin primario del
matrimonio o bien enseñan que los fines secundarios no están esencialmente subordinados al fin
primario, sino que son igualmente principales e independientes». El libro de Doms es incluido en el
índice.
Entre los autores católicos, la teoría de Doms levanta fuertes críticas que ven en ella un rechazo
frontal de la doctrina tradicional sobre los fines del matrimonio: R. BOIGE- LOT, Du sens et de la fin du
mariage, en «Nouvelle Revue Théologique» 66 (1939) 5-33; ídem, Reponse au Dr. Doms, en «ibídem»
66 (1939) 539-550; A. LANZA, De fine primario matrimonii, en «Apollinaris» 13 (1940) 57-83; 218-
264; ídem, Sui fini del matrimonio, en «La Scuola Cattolica» 71 (1943) 153-163; A. PEREGO, Fine ed
essenza della so- cietci coniugale, en «Divus Thomas» 56 (1953) 343-361; ibídem, 57 (1954) 25-52;
ibídem, Le nuove teorie sulla gerarchia dei fini matrimoniali, en «Civiltá Cattolica» 110 (1959/3) 378-
392; T. URDÁNOZ, Otro grave problema moral en torno al matrimonio, en «Ciencia Tomista» 68
(1945) 230-259; E. BOISSARD, Questions théologiques sur le mariage, Paris 1948. A la vez hay autores
—algunos de ellos con alguna reserva— favorables a la teoría de Doms: B. LAVAUD, Sens et la fin du
mariage. La these de Doms et la critique, en «Revue Thomiste» 44 (1938) 746-749; M. GERLAUD, Le
mariage. A propos d’un livre recent, en «Revue Apologetique» 67 (1983/3) 193-212; etc.
Sobre la historia de la polémica puede consultarse el estudio de G. GRUBB, The an- tropology
ofMarriage in significant Román and Catholic documents from «Casti connubii» to «Gaudium et spes»,
Dissertation, St. Louis University 1986 (sobre la polémica entre Boigelot y Doms); A. SEVILLA
SEGOVIA, El pensamiento de Herbert Doms. Sobre algunos aspectos ignorados del matrimonio, tesis
doctoral, Madrid 1985 (si bien el autor parece ser favorable a Doms).
EL AMOR CONYUGAL, ABIERTO A LA VIDA 169
institución del matrimonio en cuanto está ordenado a completar el
fin primario, es la ayuda mutua. Pero desde la perspectiva subjetiva
nada impide que la ayuda mutua y el perfeccionamiento recíproco
sea el fin primario y principal. Con esta distinción -sostienen- se
garantiza la objetividad y primacía ontológica de la procreación y
educación de los hijos, aunque varíen los motivos por los que se
casan los contrayentes. Porque «no es contradictorio, ni muchos
menos, mantener que el hijo es a la vez fin (objetivo, natural)
primario del matrimonio y fin (objetivo, psicológico) mediato de
éste. Es una afirmación que se fundamenta en Santo Tomás494,
aunque éste la exprese en términos diferentes» 495.
El Concilio Vaticano II, guiado por una intención
marcadamente pastoral, no se propone abordar la cuestión de los
fines y de sus relaciones mutuas, al tratar del matrimonio. Pero
habla con profusión de la procreación y educación de los hijos, y del
amor y perfeccionamiento de los esposos. Señala repetidamente
que el matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su
propia naturaleza a la procreación. La institución matrimonial no
se identifica con el amor, si bien dice relación directa al amor y
éste, a su vez, está abierto por su misma índole a la fecundidad. En
consecuencia, el amor conyugal y la apertura a la fecundidad no
sólo no se contraponen sino que se implican recíprocamente como
expresión y cauce de garantía y autenticidad en la relación matri-
monial. Fluyen inseparablemente de la naturaleza misma de la
institución matrimonial496.
Con todo, el Concilio no emplea nunca la terminología fin
primario-fin secundario; tampoco alude a la jerarquía de los fines.
No ha querido entrar en esas cuestiones y afirma tan sólo que
existen varios fines vinculados al matrimonio y al amor
conyugal497. El Concilio supera la teoría de los fines y habla
GIL HELLÍN, El lugar propio del amor conyugal en la estructura del matrimonio según la «Gaudium et
spes», cit., 1-33; A. FAVALE, Fin i del matrimonio nel magisterio del Concilio Vaticano II, cit.; P. FEDELE,
L»ordinatio adprolem» e i fini del matrimonio con particolare referimento alia Constitutione «Gaudium
et spes» del Concilio Vaticano II, en «Ephemerides Iuris Canonici» 23 (1967) 137-186; B. HÁRING,
Matrimonio y familia en el mundo de hoy, en «Razón y Fe» 173 (1966) 277-292.
498 Cfr. GS, nn.48y 31.
499 A la petición de 190 Padres conciliares que querían que se tratara de la jerarquización de los
fines del matrimonio, la Comisión responde (Shema Constituionis Pastora- lis, cit., 13): «Notetur
hierarchiam sub diverso aspectu considerari posse: cfr. Casti Con- nubii, AAS 1930, p.547. Insuper in
textu, qui stylo directo et pastorali mundum alloquitur, verba nimis technica (hierarchia) vitanda
apparent. Ceteroquin momentum primordiale procreationis et educationis saltem decies in textu
exponitur, de sacramento pluries sermo fit, fidelitas et indissolubilitas saltem septies in textu
sublineatur». El Concilio no rechaza como errónea la doctrina de la jerarquía de los fines;
simplemente dice que usar esa terminología no encaja en el estilo pastoral.
500 CONGR. DOCTRINA DE LA FE, Carta a Mons. John R. Quinn (Presidente de la Conferencia
Episcopal Norteamericana) 7.XII.1979 (fecha de publicación). Se adjuntan unas «observaciones sobre
el libro La sexualidad humana: Nuevas perspectivas del pensamiento católico», en las que se dice:
«Además, en lo referente a la enseñanza del Vaticano II, observamos aquí otra noción equivocada.
Este libro repetidamente declara que el Concilio deliberadamente rehusó conservar la jerarquía
tradicional de los fines primario y secundario del matrimonio, abriendo ‘la Iglesia a una nueva y más
profunda comprensión del significado y valor del amor conyugal’ (pág. 148 y passirn). Por el con-
trario, la Comisión de los ‘Modi declaró explícitamente, respondiendo a una propuesta presentada
por muchos de los padres que pedían se pusiera esta distinción jerárquica en el texto del núm. 48,
que, ‘en un texto pastoral que pretende entrar en diálogo con el mundo, los elementos jurídicos no
son necesarios. De todas maneras, la importancia primordial de la procreación y educación se
muestra a lo menos unas 10 veces en el texto’ (cfr. núms. 48 y 50)».
501 JUAN PABLO II, Aloe. (10.X.1984), n.3, en EF, V, 4200.
EL AMOR CONYUGAL, ABIERTO A LA VIDA 171
todos ellos, son exigencias intrínsecas del matrimonio y del amor
conyugal y constituyen la plenitud del significado de esas
realidades.
La consideración de esta unidad ocupa también un lugar
fundamental en Humanae vitae, aunque lo hace desde la
perspectiva del sentido y valor del acto conyugal. Los aspectos
unitivo y procreador del acto conyugal responden al significado
más profundo de la sexualidad humana y están inscritos en la
verdad más íntima del acto conyugal. La consecuencia es que son
inseparables y nadie los puede romper502. Tampoco aparece la
terminología fin primario y fin secundario ni se habla de la
jerarquía de los fines. Para referirse a la finalidad, la Encíclica se
sirve de las expresiones «orientación» y «significados», cuya
unidad subraya con fuerza: la procreación y la unión son dos
aspectos esenciales e inseparables del acto conyugal.
Siguiendo esta misma línea, el Catecismo de la Iglesia Católica
une indistintamente los términos bienes y fines. Señala también
que son unas significaciones y valores que en modo alguno se
pueden disociar. «Por la unión de los esposos se realiza el doble fin
del matrimonio: el bien de los esposos y la transmisión de la vida.
No se pueden separar estas dos significaciones o valores del
matrimonio sin alterar la vida espiritual de los cónyuges ni
comprometer los bienes del matrimonio y el porvenir de la familia.
Así, el amor conyugal del hombre y de la mujer queda situado bajo
la doble exigencia de la fidelidad y de la fecundidad»503.
502 Para la interpretación de los números centrales de Humanae vitae (nn. 10-14) son
interesantes los estudios de K. WOJTYLA, Amor y responsabilidad, Madrid 1978; ídem, Lamore
fecondo responsabile, en Actes du Congres International «Amour feconde et responsable», dix ans apres
«Humanae vitae», Milano 1978, 19-28; G. MARTELET, La existencia humana y el amor, Bilbao 1970,
55-151; L. ClCCONE, Humanae vitae. Analisi e orienta- menti Pastorali, Roma 1970 (2a ed.: Humanae
vitae. Analisi e commento, Roma 1989).
503 Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2333, 2366 (en adelante CEC). Es la enseñanza
constante del magisterio de Juan Pablo II.
EL AMOR CONYUGAL, ABIERTO A LA VIDA 172
reflexión teológica sobre la existencia de esos fines y el modo de
relacionarse: algo cambiante y susceptible de tratamientos
diversos, como acaba de verse. En cualquier caso -eso interesa
subrayar ahora-, el tema de la recíproca relación entre los fines no
es sólo una cuestión académica; es además decisiva para la ética y
espiritualidad matrimonial. En efecto, determina, en buena parte,
cómo deben serlas relaciones entre los esposos a fin de que
respondan al designio de Dios sobre su matrimonio como
comunidad de vida y amor.
En esta cuestión, el principal problema que se plantea es el de
la integración de los diferentes fines del matrimonio. De modo
particular cuando aparecen como contrapuestos y no conciliables
entre sí. ¿Se puede «sacrificar» alguno de ellos para alcanzar o
salvar otro o todos los demás? Sobre este punto se trata después al
hablar de la inseparabilidad de los aspectos unitivo y procreador
del acto conyugal. Pero ya desde ahora se deben indicar los
principios doctrinales firmes para la recta solución.
- Entre los diversos fines del matrimonio o las diferentes
dimensiones de la finalidad inscrita en el matrimonio no puede
haber contradicción objetiva alguna. Aunque cada uno tiene su
consistencia propia y su razón de ser, no se justifica sólo por estar
al servicio de los demás fines; están, sin embargo, tan íntimamente
relacionados que no se pueden dar separadamente. Son, en el
fondo, dimensiones de la misma finalidad. Todos ellos responden al
designio de Dios sobre el ser y la naturaleza del matrimonio. Los
conflictos que pudieran darse son sólo aparentes y subjetivos,
motivados -quizás- por un deficiente conocimiento del designio de
Dios o por la dificultad en ordenar las conductas de acuerdo con el
plan de Dios. Si, como consecuencia del pecado de los orígenes,
forma parte de la existencia del hombre encontrar dificultades para
descubrir y vivir el designio de Dios, la conducta adecuada debe
consistir en esforzarse por superarla; actuar de otro modo
constituiría una violación de la ley de Dios.
- Los esposos han de ser conscientes de que los fines del
matrimonio, en cuanto expresión del designio de Dios, señalan el
modelo ético que deben seguir. Pero, por eso, son a la vez garantía
de la donación, por parte de Dios, de los auxilios necesarios para
integrarlos en sus vidas. Uno de los efectos del sacramento del
matrimonio es la gracia sacramental específica para vivir la vida
matrimonial según el designio de Dios. En esta perspectiva, las
EL AMOR CONYUGAL, ABIERTO A LA VIDA 173
posibles dificultades han de constituir motivos de esperanza para
proseguir en el esfuerzo en que están comprometidos.
- La integración de los diversos fines del matrimonio en la vida
y relación recíproca de los esposos sólo es posible a través de la
virtud de la castidad. Por esta virtud los esposos son capaces de
integrar en la unidad interior de su humanidad,\ como hombre o
mujer, los valores y significados propios de su matrimonio y amor
conyugal. Son capaces de convertirse en don recíproco de una
manera total e ilimitada.
La sexualidad humana no es automática e instintiva como en el
caso de los animales. Los esposos tienen un verdadero dominio
sobre ella, está a su alcance desarrollar, suspender, o desviar todos
sus valores y significados. Pero, por el desorden introducido por el
pecado en la propia interioridad y en la relación con los demás, ese
dominio es costoso. Y respetar y dirigir la sexualidad según el
sentido de su finalidad requiere proceder de acuerdo con los
valores éticos inscritos en ella. Éste es, precisamente, el cometido
de la castidad. Una virtud que, siendo necesaria para todos los
hombres, reviste, en los casados, la peculiaridad de integrar los
diversos fines del matrimonio en la unidad de cada uno de ellos
(los casados) como personas dentro de la unidad de su matrimonio.
En consecuencia, los fines del matrimonio constituyen otras
tantas tareas de los esposos, todas ellas unidas en una inseparable
conexión. El recto orden de la sexualidad y del amor conyugal
propio del matrimonio exige que los esposos no pongan obstáculos
a la dimensión procreadora del acto conyugal. Pero a la vez, ese
mismo orden recto pide que se garantice siempre la dimensión
unitiva. El matrimonio es una comunidad que abraza al hombre
entero: no sólo en su cuerpo sino en su alma y en su corazón. En la
consideración del matrimonio es necesario, por tanto, unir a la vez
aspectos biológicos y espirituales dentro de esa unidad sustancial
que es la persona humana.
504 P. ADNÉS, El matrimonio, cit., 145 (citando implícitamente una alocución de Pío XII
[29.X.1951], en AAS 43[1951]844)
505 Cfr. GS, n. 50; HV, n. 12; FC, nn. 28-35; GrS, nn. 12,16.
506 CEC, n. 2366.
507 Cfr. ljn 4, 8.
508 Cfr. FC, n. 14
EL AMOR CONYUGAL, ABIERTO A LA VIDA 175
de la actividad esponsal, si no se les desposee expresamente de su
significación originaria y la naturaleza no se resiste, concluyen en la
procreación»509. La plenitud del amor y acto conyugal, tanto desde
el punto de vista biológico como afectivo, se alcanza -en caso de
que la naturaleza no falle- cuando es fecundo. La orientación del
matrimonio a la procreación no se identifica con el hecho de la
fecundidad ni con la intención subjetiva de los esposos de tener un
hijo. Desde el punto de vista ético, esa apertura a la fecundidad
viene determinada -ese es el criterio- por el respeto a la orientación
a la vida que el acto matrimonial tiene en su misma estructura.
El matrimonio está orientado a la procreación, porque la
sexualidad está ordenada al matrimonio, y la ordenación a la
transmisión y educación de la vida es una dimensión intrínseca a la
sexualidad. Éste es el sentido objetivo al que tienden estas
realidades desde su misma interioridad y verdad. Y de tal manera
es esencial la orientación a la fecundidad que respetarla es
necesario tanto en la constitución del matrimonio como en la
posterior existencia matrimonial. En el primer caso, porque sería
nulo, no habría surgido el matrimonio si se rechazara esa
fecundidad510. En el existir matrimonial, porque, si no se observa la
disposición a la fecundidad, las relaciones de los esposos, al quedar
desnaturalizadas, no pueden ser consideradas como expresión del
amor conyugal.
A este propósito, sin embargo, se deben hacer dos
observaciones importantes para la ética matrimonial:
- Que el matrimonio está orientado a la fecundidad no ha de
entenderse como si ésta fuera su única finalidad. Tampoco, en el
sentido de que la sexualidad en el matrimonio sólo es ordenada si
es posible la fecundidad (únicamente, por tanto, en la época de
fertilidad femenina). Los matrimonios sin hijos y la vida conyugal
no pierden entonces su valor. Ni siquiera cuando, por motivos
serios y graves, se intenta que esa fecundidad no tenga lugar, con
tal de que los esposos respeten la disposición natural a la
fecundidad propia del amor conyugal. Porque una cosa es la
disposición a la fecundidad -estar dispuesto a ser padre o madre si
la procreación se siguiera de los actos que se ponen según la natu-
DVi, II, n. 4. Cfr. PÍO XII, Aloe. (19.V.1956), en AAS 48 (1956) 470.
EL AMOR CONYUGAL, ABIERTO A LA VIDA 179
puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del
acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador». La
consideración antropológica y teológica de la sexualidad y el amor
conyugal exigen que en la relación del acto conyugal se observe
como norma la inseparabilidad de ambos significados. La
inseparabilidad de esos dos significados es un criterio de la verdad
del acto conyugal. Es una necesidad ética: una realidad que debe ser
así.
El término «significado» indica la finalidad a la que está
orientado el acto conyugal en su dimensión objetiva (lo que ese
acto quiere decir en sí mismo). Por eso mismo señala también el
criterio que determina la verdad de ese acto en su dimensión
subjetiva (lo que quieren decirse los esposos con el lenguaje del
acto conyugal). La coincidencia de estos dos
EL AMOR CONYUGAL, ABIERTO A LA VIDA 180
significados responde a la verdad del acto y a la norma que deben
seguir los esposos. Los aspectos personales forman parte de la
verdad objetiva del acto conyugal. La norma moral del acto
conyugal se identifica con la relectura, en la verdad, del lenguaje
del cuerpo. El acto conyugal que no está abierto a la vida -según su
disposición natural- o se impone al otro cónyuge, se revela, en sí
mismo, incapaz de expresar el amor conyugal. Cuando se separan
estos dos significados se degrada la vida espiritual de los cónyuges
y se comprometen los bienes del matrimonio y el porvenir de la
familia.
519 Entre los intentos de argumentación se pueden citar —a parte del artículo ya citado de M.
RHONHEIMER- los estudios de: G. MARTELET, Amor conyugal y renovación conciliar, Bilbao 1968; B.
HONNINGS, IIprincipio di inscindibilitci un segno per due significati, en «Lateranum» 44 (1978) 169-
194. Por su profundidad destaca el estudio de K. WOJTYLA, Amor y responsabilidad, Madrid 1972.
520 HV, n. 28.
EL AMOR CONYUGAL, ABIERTO A LA VIDA 181
unitiva como la dimensión «personal» 521.
El vínculo que une esos significados es indisoluble ya que es
indisoluble también la unidad cuerpo-espíritu de la totalidad
unificada que es la persona. En cuanto modalización de la
corporalidad, la sexualidad participa de la condición personal (el
ser humano es hombre o es mujer). Y, en cuanto tal, expresa la
persona y es cauce de comunicación. Por otro lado, la dimensión
procreadora es constitutiva de la sexualidad, es decir, por su
intrínseca naturaleza y dinamismo está orientada a la procreación.
En consecuencia, tanto el aspecto unitivo como el procreador son
dimensiones constitutivas e indisolubles del ejercicio de la sexuali-
dad, estructuradas en torno a la dignidad y al bien de los esposos
en cuanto personas llamadas a la comunión interpersonal (la
unitiva) y en torno a la existencia como valor básico de la persona
(la procreativa). No se observa la dimensión unitiva si se rechaza la
relación interpersonal. Este proceder, además de responder a una
visión fisicista, genitalista de la sexualidad, introduce una actitud
de «apropiación» en la relación sexual, que contradice a su más
íntima verdad: la de ser cauce y expresión de donación. Hacia esa
finalidad están encaminados la sexualidad y el acto conyugal. Por
eso este acto ni puede realizarse automáticamente ni ser impuesto.
Para que sea expresivo de la relación interpersonal ha de ser un
acto de libertad en el que participe la persona en su totalidad. Y
aquí está -en la verdad de la donación interpersonal a través de la
relación sexual- la razón de que el acto matrimonial deba estar
abierto a la fecundidad. La apertura a la transmisión de la vida es
una exigencia del carácter interpersonal y de la totalidad propia de
la comunión conyugal. Conyugalidad, unión o acto conyugal
significan también apertura a la fecundidad.
Pero la dimensión procreadora reclama a su vez la dimensión
unitiva, es decir, el contexto de amor y comunión. Tanto si se
considera desde la perspectiva de los esposos como desde los hijos,
los frutos de la unión conyugal. En el primer caso, porque su unión
es verdaderamente expresiva de la relación interpersonal en la
medida en que es desinteresada y total. Y eso no sucede cuando no
se respeta la apertura a la fecundidad: al menos no se entregan en
esa dimensión. En el segundo caso -es decir, desde los hijos-,
porque su condición de personas exige que vengan a la existencia
522 Cfr. M. RHONHEIMER, Contraception, sexual behavior and natural law, cit., 88-89.
EL AMOR CONYUGAL, ABIERTO A LA VIDA 183
así una nueva persona entre en la existencia» 523.
Esto explica que la
actividad sexual propia del matrimonio -el acto matrimonial- exija,
por su propia naturaleza, la presencia simultánea, inseparable de
las orientaciones unitiva y procreadora. Sólo así es expresión de la
verdad interior del amor conyugal; y sólo así es «signo» del amor
creador de Dios. La lógica del «don» -esa es la consecuencia- debe
determinar el ethos del acto conyugal.
523 C. CAFFARRA, Ética general de la sexualidad, cit., 59. El autor explica en estas páginas el
sentido en el que, hablando con rigor teológico y filosófico, es posible referirse a la sexualidad como
facultad de cooperar con el amor creador de Dios.
524 Cfr. HV, n46;FC, n. 33.
525 Cfr. FC, n. 29; CEC, n. 2366.
526 Cfr. HV, nn. 11, 18-20.
527 Cfr. ibídem, nn. 11-10; cfr. JUAN PABLO II, Aloe. (18.VII.1984), n. 4.
528 Cfr. LG, n. 23.
529 Cfr. HV, n. 19.
530 Cfr. ibídem, n. 18.
531 Cfr. ibídem.
EL AMOR CONYUGAL, ABIERTO A LA VIDA 184
cristianos).
En continuidad con el Concilio Vaticano II y con el Magisterio
anterior, la Ecíclica Humanae vitae proclama que el amor conyugal -
y su acto específico, el acto matrimonial- ha de ser plenamente
humano, total, exclusivo y abierto a la vida. Es un «principio» que
no admite excepciones. Ninguna circunstancia -personal o social-
puede o podrá conseguir que sea honesta una acción que
desnaturalice y contradiga la verdad del amor conyugal: ni la
«necesidad de salvaguardar el amor conyugal (en un hipotético
conflicto de deberes) ni la posibilidad de que serían muchos los
esposos cristianos que dejarían la práctica de la vida cristiana o,
incluso, de la comunión de la Iglesia, si no se admite la con-
tracepción. La contracepción que, como su nombre indica, está
dirigida a evitar la concepción, atenta directamente -por eso-
contra la relación interpersonal de los esposos. Es siempre un
desorden moral grave, porque la procreación y la donación
personal recíproca son bienes básicos del matrimonio y del amor
conyugal.
Es, por tanto, una norma obligatoria para la conciencia de los
creyentes, que debe ser recibida con asentimiento religioso e
interior. Por ser expresión de un magisterio auténtico, es decir, de
una doctrina propuesta autoritativamente -aunque no sea con
carácter infalible- ha de recibirse «con pronta y respetuosa
obediencia de la mente»532.
LA VIRTUD DE LA CASTIDAD
O LA AUTENTICIDAD DEL AMOR
Cfr. C. CAFFARRA, «Ratio technica», «vatio ethica», en «Anthropotes» 5 (1989/1) 129-146; ídem,
533
«Humarme vitae»: Venti anni dopoy en W. AA., «Humanae vitae: 20 anni dopoy cit., 187.
LA VIRTUD DE LA CASTIDAD O LA AUTENTICIDAD DEL AMOR 186
necesaria la intervención de la voluntad racional.
La persona posee interioridad, es «alguien», no «algo» ni una
más entre las cosas. Hay una diferencia esencial entre la persona y
las cosas. Con relación a ellas es «otra». Pero también es «otra»
respecto a los demás «tú» o personas. El «tú» -cada persona- no se
distingue de los otros «tú» simplemente porque son un «no-yo».
Cada «tú» es «él» y sólo «él». Una de las características de la
persona es su «mismidad» e «inalienabili- dad»: es insustituible e
irremplazable. Aunque los valores inherentes a la persona juegan
un papel importante en la valoración que se debe hacer de ella, no
son más que una particularidad de su ser. Y el valor de la persona
está ligado -debe estarlo- a su ser íntegramente considerado. La
conciencia de esta verdad exige que la reacción ante el bien de la
sexualidad sea elevada al nivel de la persona. No puede quedarse
encerrada en el bien sensible sin más. Esa integración es el amor en
sentido verdadero. El amor es afirmación de la persona o no es
amor.
Por eso, el lenguaje de la sexualidad ha de ir de persona a
persona; y eso tan sólo es posible si responde a una decisión
«libre» de la voluntad racional. Ha de ser obra de la voluntad,
porque esa afirmación de la persona (es bueno que «tú» existas) es
un compromiso real de la libertad de la persona-sujeto (el que
ama), fundado sobre la verdad que corresponde a la persona-
objeto (el amado). Y ha de ser obra de la voluntad «racional»,
porque la persona, en cuanto tal, no es objeto de la percepción
sexual, ha de ser descubierta por un saber intelectual previo. Una
voluntad que ha de penetrar todas las reacciones, el
comportamiento en su totalidad respecto de la persona. Porque no
se trata de dejar de lado los valores inherentes a la persona (v. g.
los sensuales, los corporales, etc.), sino de ligarlos a la persona. El
amor, para ser auténtico, ha de dirigirse a la persona, no sólo al
cuerpo o al ser humano de distinto sexo.
Sólo de esa manera, gracias a un acto de la voluntad racional, la
persona puede ser conocida y afirmada. Y es entonces cuando los
movimientos de los dinamismos psico-físicos adquieren su
calificación moral. Ésta es buena, es decir, responde al bien de la
sexualidad, si es integración de los diversos dinamismos (psico-
físicos, espirituales...) de la sexualidad en el bien de la persona.
Precisamente ese es el cometido de la castidad. Es la virtud que
lleva a descubrir «en todo lo que es erótico5 el significado personal
LA VIRTUD DE LA CASTIDAD O LA AUTENTICIDAD DEL AMOR 187
del cuerpo y la auténtica dignidad del don» y hace capaz de
realizarlo efectivamente534.
Como parte de la virtud de la templanza, la castidad -se acaba
de decir- tiende a impregnar de racionalidad las pasiones y los
apetitos de la sensibilidad humana 535. Desde la perspectiva
ontológica, la sexualidad -«en la que se expresa la pertenencia del
hombre al mundo corporal y biológico»- es personal y
verdaderamente humana. Pero se realiza como tal -es decir, el
lenguaje de la sexualidad es auténtico y responde a la verdad-, tan
sólo «cuando está integrada en la relación de persona a
persona»536.
La castidad se realiza, sobre todo, en «el corazón», en el
interior de la persona. «La dignidad del hombre requiere que actúe
según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido
personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego
impulso interior o de la mera coacción externa» 537.Y además, es
decir, aparte de ser consciente (con advertencia, porque se trata de
una actuación humana), ha de ser conforme con la dignidad o bien
de la persona (observando el orden moral recto).
Por eso, «la virtud de la castidad entraña la integridad de la
persona y la totalidad del don» 538. Entraña la «integridad de la
persona», porque sólo cuando la unidad de los diversos elementos
del lenguaje de la sexualidad (pensamientos, palabras, obras, etc.)
está asegurada en la unidad interior del hombre en su ser corporal
y espiritual, y se es libre para relacionarse con los demás en la
verdad. «La unidad de la persona (...) se opone a todo
comportamiento que la pueda lesionar. No tolera ni la doble vida ni
el doble lenguaje»539. Y entraña la «totalidad del don», porque para
ser castos no basta con someter las pasiones al dominio de la razón,
es necesario que ese dominio -consecuencia del señorío sobre uno
mismo- esté al servicio del amor. Y el amor sólo es verdadero si es
total, es decir, si a la persona del otro se le valora por lo que es
(observada su condición de esposo/esposa, padre/madre,
hermano/hermana, casado/casada, soltero/soltera, etc.). Lo que
534 Cfr. ídem, Ética general de la sexualidad,’ cit., 71. Para una consideración más extensa pueden
verse las páginas 68 —73.
535 Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica,, n. 2341 (en adelante CEC).
536 Cfr. CEC, n. 2337.
537 GS, n. 17.
538 CEC, n. 2337.
539 CEC, n. 2338.
LA VIRTUD DE LA CASTIDAD O LA AUTENTICIDAD DEL AMOR 188
exige una relación de donación gratuita y desinteresada. El dominio
de sí propio de la virtud de la castidad está ordenado al don sí
mismo540.
Como virtud, la castidad es, además, una inclinación
permanente de la voluntad. Para asegurar el dominio sobre el
apetito sexual no es suficiente una actuación puntual, se requiere
una disposición permanente y firme de la voluntad. Primero,
porque el apetito sexual acompaña al ser humano a lo largo de toda
su existencia y su actuación exige ser asumida, en cada caso, por la
voluntad racional para que conduzca afectivamente al bien de la
persona. Y, evidentemente, son múltiples las circunstancias a las
que deben estar ligadas las elecciones de la voluntad. (Como
condición del ser humano, la libertad ha de ejercerse en la historia
de cada día). Después, porque, si bien el hecho redentor de Cristo
ha vencido el pecado, el desorden introducido por ese pecado
permanece y, en consecuencia, se hace difícil lograr el dominio
sobre la sexualidad. Es necesaria, por tanto, una inclinación estable
que lleve a la persona a ordenar toda la esfera de lo sexual de
acuerdo con su dignidad.
La castidad se puede describir como el «modo de ser» que
comporta el dominio racional y firme de la voluntad sobre el
apetito sexual. Y esto se lleva a cabo de dos maneras: haciendo que
la persona sea capaz de rechazar cuanto contradice el significado
esponsal del cuerpo, de la verdad del cuerpo como apertura a la
donación (negativamente); y, sobre todo, haciendo que sea capaz
de realizar el bien de la sexualidad (positivamente)
Por eso, la castidad es una virtud positiva y orientada al amor.
Crea la disposición necesaria en el interior del corazón para
responder afirmativamente a la vocación del hombre al amor. «La
castidad -la de cada uno en su estado: soltero, casado, viudo,
sacerdote- es una triunfante afirmación del amor» 541. Sólo de esa
manera el cuerpo humano, en las funciones que le son propias, se
orienta adecuadamente al fin de la persona y a los medios para
alcanzar ese fin. Por ese mismo motivo es una virtud necesaria para
todos los hombres en todos los estados y etapas de su vida. «La
castidad -no simple continencia, sino afirmación decidida de una
voluntad enamorada- es una virtud que mantiene la juventud del
545 J. MAUSBACH-G. ERMECKE, Teología Moral Católica. III, Eunsa, Pamplona 1974, 300. En
sentido amplio «se entiende por pudor la tendencia natural a esconder algo, para defenderse
espontáneamente contra toda intromisión ajena a la esfera de la intimidad»: M. ZALBA, VOZ «Pudor»,
en GER 19, 453
546 La castidad tiene por objeto la regulación de los actos sexuales según la recta razón; el pudor, la
regulación de cuanto se relaciona estrechamente con aquellos actos; la modestia, el respeto al propio
cuerpo y al de los demás en cuanto que de esa manera se coopera a la virtud del pudor.
547 CEC, n. 2524.
548 Cfr J.R. FLECHA, Moral de la persona, Madrid 2002, 55.
549 CEC, n. 2522.
LA VIRTUD DE LA CASTIDAD O LA AUTENTICIDAD DEL AMOR 191
gracia que el Espíritu Santo concede a los regenerados por el
bautismo550. Integrar el bien de la sexualidad en el bien de la
persona es una tarea, exige el esfuerzo de la voluntad. En esa lucha,
sin embargo, el hombre no se encuentra solo. Cuenta con la el
poder del Espíritu Santo que, obrando dentro del espíritu humano,
hace que su actuación fructifique en bien551. Es un don que,
respetando la libertad humana, la sana, perfecciona y eleva hasta
hacer al hombre capaz de elegir el verdadero bien, sin dejarse
llevar por las apetencias a que, como consecuencia del pecado, es
tentado por la concupiscencia de la carne. Causa, por tanto, en el
hombre una connaturalidad que le lleva a querer el bien de la
sexualidad como camino para hacer de su vida una donación de
amor a Dios y por Él a los demás.
La Sagrada Escritura considera la castidad como fruto del
Espíritu Santo552 y una virtud cristiana característica 553. Es un fruto
del Espíritu en el hombre que dispone al hombre para «mantener el
propio cuerpo en santidad y respeto» 554, dejándole «plenamente
abierto el acceso a la experiencia del significado esponsal del
cuerpo y de la libertad del don que va unida con él y en la que se
revela el rostro profundo de la pureza y su vínculo orgánico con el
amor»555.
«La infusión de la caridad en la voluntad es el primer fruto de
la presencia del Espíritu Santo en la subjetividad espiritual del
hombre. Es esta inhabitación el acontecimiento decisivo para el
obrar humano, el cual viene, por tanto, a configurarse como fruto
de esta presencia, fruto del Espíritu. (...) El espíritu Santo habita en
el corazón de la persona y la dispone permanentemente para
recibir su luz y su moción (don de la Sabiduría): luz con la que la
persona intuye el carácter valioso, la belleza única del ser persona
y moción que la empuja al don. De este modo se orienta al bien
inteligible de la sexualidad (virtud de la caridad). Inspira y go-
bierna la dimensión erótica de la sexualidad, que se integra en la
persona (virtud de la castidad). Y la persona realiza su castidad en
la santidad»556.
559 El término «celibato», que etimológicamente se refiere a la condición propia de la persona que no
ha contraído matrimonio, se toma aquí como la condición o modo de vida posible para cualquier
clase de fieles, sin que por ello quede modificado su estado dentro de la Iglesia. Este es también el
sentido que se da al término «virginidad» cuando se emplea en este capítulo. Se prefiere, sin
embargo, usar la palabra «celibato», ya que tiene resonancias menos vinculadas a la vida religiosa.
560 Cfr. CEC, n. 2349.
561 FC, n. 11.
LA VIRTUD DE LA CASTIDAD O LA AUTENTICIDAD DEL AMOR 195
virginidad] tiene con el reino de Dios» 562.
Para advertir que la virginidad es realización de la bondad de
la sexualidad -esa es la cuestión planteada- ha de acudirse al
misterio de Cristo en quien, según recuerda Gaudium et spes, se
revela plenamente la verdad entera sobre el hombre563. Porque es
el amor de Cristo lo que, tanto el matrimonio como la virginidad,
tienen que revelar o manifestar. Un amor que, siendo total, es a la
vez exclusivo y universal (todos y cada uno de los seres humanos
es amado por el Señor con un amor único y personal: todos y cada
uno pueden decir con verdad «me amó y se entregó a la muerte por
mí»564). Es evidente, sin embargo, que la donación sexual, por ir de
persona a persona, sólo será total si es exclusiva. La exclusividad es
intrínseca a esa donación, ya que se realiza a través de la
corporeidad (ésta persona y no otra). Para que esa donación,
siendo total, sea a la vez universal, es necesario que quede excluida
cualquier forma de actividad sexual. Sólo de esa manera es posible
amar o donarse a todos y cada uno totalmente. La expresión de esa
capacidad de donación es la continencia o exclusión de toda
actividad sexual.
LA LIBERTAD DE LA CASTIDAD
JUAN PABLO II, Aloe. (29.X.1983), n. 6, en A. SARMIENTO-J. ESCRIVÁ, Enchir- dion Familiae, V, Pamplona
565
2003 (2a edc.), 3978; cfr. CONC. VAT. II, Const. Gaudium et spesy n. 14 (en adelante GS).
LA LIBERTAD DE LA CASTIDAD 197
todos ellos son de la persona: la condición personal los atraviesa a
todos ellos, confiriéndoles una dimensión ética. De ahí que lo
biológico -en el hombre- no sea un valor pre-personal y pre-moral
que existiría al lado de los valores morales los propiamente
humanos, por la sencilla razón de que se trata de una condición y
de una actividad del hombre.
Ello, sin embargo, no equivale a identificar la condición
personal y los valores éticos de la personalización de la sexualidad
con las inclinaciones naturales, hasta el punto de que pudiera
reducirse a ellas. Porque, a parte de que -como se verá después- el
pecado ha introducido en el hombre «un desequilibrio fundamental
que hunde sus raíces en el corazón humano»566, para que la
realización de la sexualidad contribuya al perfeccionamiento
personal, ha de hacerse de modo específicamente humano. Y esa
especificación -que es una exigencia inmanente de la sexualidad, en
cuanto dimensión de la persona en su unidad- reclama que, en su
ejercicio, se observe siempre la característica propia de la ac-
tuación personal: la interioridad a través del conocimiento y el
amor.
Cuando la Revelación habla del hombre como «imagen de
Dios» hay que entenderlo en el sentido de que la condición de
imagen de Dios pertenece a la íntima estructura del hombre,
alcanza también a su dimensión corporal. Cierto que la interioridad
es la razón última y fundante de la peculiaridad de la persona
humana respecto de los demás seres de la creación visible; pero
esta peculiaridad es propia también de la corporeidad por su
unidad con el espíritu. El hombre es «imagen de Dios» en la unidad
de su cuerpo y de su espíritu, en su «totalidad unificada»567. Se
comprende entonces que la libertad -«el signo eminente de la
imagen divina en el hombre»-568 desempeña un papel insustituible
en la personalización de la sexualidad; y también que, a esa
personalización, sirve únicamente la libertad que contribuye a
inscribir el ejercicio de la sexualidad en el designio y ordenación de
Dios.
La libertad es, pues, el factor que, en última instancia,
determina la existencia de la personalización del amor y de la
sexualidad. Para que sea manifestación de amor humano, la
571 Cfr. A. RODRÍGUEZ LUÑO, R. LÓPEZ MONDEJAR, La fecundación «in vitro», Madrid 1986, 126.
LA LIBERTAD DE LA CASTIDAD 201
la razón de su condición personal; y, por eso mismo, de su
perfeccionamiento y realización personal. El contenido de la vida
conyugal se vería reducido a violencia y entrañaría la pérdida del
dominio y señorío personal, aunque se obrara consentidamente.
«Cuando el hombre y la mujer, que tienen relaciones conyugales -
escribía el entonces Cardenal Wojtyla-, excluyen de manera
absoluta o artificial la posibilidad de la paternidad o de la
maternidad, la intención de cada uno de ellos se desvía por eso
mismo de la persona y se concreta en el mero goce; ‘la persona
procreadora del amor desaparece5, no queda mas que la
copartícipe del acto erótico»9 No sólo no se acogería y aceptaría al
otro cónyuge como hombre o mujer -condición esencial del
verdadero amor10-, sino que la esposa o esposo que actuara de esa
manera tampoco conseguiría su propia perfección por no obrar
humana y racionalmente, es decir, con libertad y
desinteresadamente mediante el dominio de sí mismo; se dejaría
llevar por el desorden de las pasiones, sin proceder con la libertad
necesaria para donarse al otro en una auténtica comunión de amor
interpersonal.
Por otra parte, la procreación es una participación de los
padres en el acto creador de Dios (el hombre es siempre el término
de un acto creador de Dios); y, como tal, no puede ser más que un
acto de amor, ya que Dios únicamente crea por amor. Sólo de esa
manera la intervención de los padres es signo del reconocimiento
del señorío y actividad creadora de Dios en la transmisión de la
vida. Además, la condición personal del engendrado -del posible
engendrado-, por la que jamás puede ser objeto de un acto de
dominio, exige que su origen tenga siempre lugar en un contexto de
amor gratuito y desinteresado.
El respeto a la finalidad procreadora inmanente a la sexualidad
constituye -por tanto- el cauce absolutamente indispensable de la
significación humana, personal de esa actividad.
580 Cfr. JUAN PABLO II, Homilía (9.X.1983), n. 2, en EF, V, 3961-3962; cfr. C. CAFFARRA, Droits de
Dieu et bien de l’homme, en «La Documentation Catholique» (6.XII.1983) 971-973 (es un comentario
al discurso del Papa anteriormente citado).
581 FC, n. 29.
582 Cfr. GS, nn. 18, 19.
583 Cfr. Rm 7, 14-23.
LA LIBERTAD DE LA CASTIDAD 205
hombre ha sido redimido. Por eso, aunque la sexualidad puede
constituir un posible aliado para realizar el desorden introducido
por el pecado, sirve también de cauce para la instauración de la
armonía primitiva y originaria. Porque la redención, que sitúa al
hombre «histórico» ante la dimensión futura que le espera, es
decir, la de la resurrección y salvación definitivas -la
«escatológica»-, le coloca también en la perspectiva «del principio»,
en la que fue creado. En efecto, una de las consecuencias que la
redención produce en el hombre justificado es la de la «sanación» o
liberación de la «esclavitud del pecado», que acompañaba siempre
a la sexualidad como efecto del pecado original. Gracias al hecho
redentor de Cristo, el desorden de la «concupiscencia» -que
proviene del pecado e inclina al pecado, aunque en sí no es pecado-,
inscrito en la sexualidad, es sobre todo una invitación a vivir y
caminar «según el Espíritu»584.
De esta manera, el desequilibrio originado en la sexualidad es
una exhortación constante a mantenerse en vela; constituye un
estímulo para esforzarse en la restauración de la armonía entre los
instintos y el espíritu mediante la integración de los diferentes
planos y aspectos que concurren en la sexualidad. Porque el
hombre y la mujer -por la redención- cuentan desde el punto de
vista objetivo con la liberación «de la dureza del corazón» suficiente
para conocer y observar el orden recto de la sexualidad. Por eso,
cuando, en este contexto, se dice que uno de los fines del
matrimonio es servir de «remedio de la concupiscencia», esa
afirmación no tiene ninguna connotación peyorativa: se señala sin
más que al matrimonio -en esta situación histórica- le corresponde
como «don» -también como tarea- dominar el desorden de la
concupiscencia, estableciendo la libertad del corazón necesaria
para dirigirse humana y racionalmente al propio cónyuge y a los
demás. «El matrimonio -escribe Juan Pablo II- significa el orden
ético introducido conscientemente en el ámbito del corazón del
hombre y de la mujer y en el de sus relaciones recíprocas como
marido y mujer»585. La virginidad (y el celibato) es el otro «don»
otorgado al hombre «histórico» para vivir ese orden y rectitud.
Consiguientemente, el misterio de la encarnación y redención
de Cristo no deja lugar para el pesimismo radical (de signo
597 Ibídem.
LA LIBERTAD DE LA CASTIDAD 212
ésta es la condición sirte qua non para la humanización de la
sexualidad.
PARTE CUARTA
MATRIMONIO Y FAMILIA
EN EL PLAN DE DIOS
598 Con motivo de la visita pastoral de Juan Pablo II a España, en 1982, la revista «Scripta
Theologica» saca un número dedicado al viaje del Papa. Uno de ellos es el que se inserta aquí:
Matrimonio y familia en la encrucijada actual y en «Scripta Theologica» 15 (1983/3), 963-981.
599 El Sínodo de los Obispos, de 1980, sobre la misión de la familia en el mundo contemporáneo,
fue la ocasión del artículo que ahora se publica de nuevo. Apareció con este título: La misión de la
familia cristiana: teología y pastoral. (Perspectivas fundamentales para la lectura del VSínodo de los
Obispos), en «Scripta Theologica» 14 (1982/1), 233-278.
600 Es la comunicación presentada en el V Simposio Internacional de Teología, celebrado en la
Universidad de Navarra, los días 25-27 de abril de 1984, con el título La «imagen de Dios» en el
hombre y en la familia, publicada en la actas: W. AA., Dios y el hombre, Pamplona 1985, 539-555.
601 Del 3 al 5 de abril de 1991 tuvo lugar, en Pamplona, el XII Simposio Internacional de
Teología. Versó siobre la doctrina social de la Iglesia, con ocasión del centenario de la encíclica Rerum
Novarum. Se reproduce aquí, con el mismo título, la comunicación presentada, y publicada en las
actas. W.AA., Doctrina social de la Iglesia y realidad socio- económica.(En el centenario de la «Rerum
Novarum»), Pamplona 1992, 849-856.
Capítulo XI
MATRIMONIO Y FAMILIA
EN LA ENCRUCIJADA ACTUAL
602 JUAN PABLO II, Mensaje en la fiesta de Santa Teresa (15.X.1982), n. 5 (el n. corresponde al
párrafo del documento de que se trata).
603 Ibídem, n.6.
604 ídem, Homilía en la misa del peregrino (Santiago 9.XI.1982), n. 4.
605 Ibídem.
606 ídem, Palabras de despedida en el aeropuerto de Labacolla (Santiago p.XI. 10982),
siendo, al mismo tiempo, fieles a sí mismos y capaces, por ello, de
abrirse con originalidad al porvenir.
La determinación de esos objetivos responde claramente a la
convicción profunda de que la fe, lejos de apartar al cristiano del
mundo y de las realidades temporales, le lleva a vivir inmerso en
ellas, siendo a la vez el verdadero señor y protagonista de las
mismas. Responde al mismo tiempo a la seguridad de que la
fidelidad a la fe es garantía que permite evitar la fácil tentación de
confundir el amor al hombre y el estar al día con un adaptarse más
o menos ficticio a las circunstancias y situaciones históricas607.
Y éste fue también el contexto del mensaje a las familias
españolas, tanto en relación con los contenidos como con la manera
que el Papa proponía vivirlos. Se puede decir, por eso, que el
resumen de ese mensaje son las palabras de la Exhortación
Apostólica Familiaris consortio: «Familia, ‘sé’ lo que ‘eres’!»608:
¡familia cristiana española, «sé» lo que «eres»! Es ahí, en su misma
naturaleza, donde la familia cristiana española ha de encontrar la
raíz de su actuación en temas como el divorcio, el aborto, la
educación, etc. Es así como responde a las exigencias más
profundas de su verdad e identidad. Una verdad e identidad que
sólo con la fe y desde la fe, es dado descubrir y vivir en su más
honda y radical plenitud.
La familia cristiana estuvo presente siempre en el viaje de Juan
Pablo II a España. De ahí que un estudio completo del mensaje del
Papa a las familias, debería de alguna manera atender a cuanto el
Papa dijo e hizo a lo largo de aquellas jornadas. Es indudable, en
efecto, que al referirse al hombre, a los derechos del hombre, a la
defensa de la vida humana..., o en las atenciones prodigadas a los
enfermos, a los subnormales, a los niños, etc. se podía descubrir
siempre detrás a la familia. Ahora, sin embargo, me voy a referir
tan sólo al mensaje hablado, y principalmente, al que Juan Pablo II
dirigió a las miles de familias reunidas en la Plaza de Lima, de
Madrid. En él se sintetiza lo más fundamental de lo que el Papa
trató sobre la familia y, por otra parte, todas las demás referencias
se reconducen siempre hacia esa intervención609.
La reflexión que hago está dividida en siete apartados, tres de
607 CONC. VATI. II, Const. Gaudium et spes, n. 43 (en adelante GS).
608 JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Familiaris consortio, n. 17 (en adelante FC).
609 El Papa hace alusiones directas a la familia en 19 intervenciones diferentes, aparte de la
homilía a las familias en la plaza de Lima, en Madrid.
los cuales -los primeros- son de carácter más general y los
restantes ponen de relieve algunos problemas o cuestiones
particulares. Creo interpretar así el pensamiento del Papa, aunque -
soy consciente de ello- de esa manera no hago más que señalar
algunos de los aspectos -me parecen los más notables- del mensaje
del Papa a las familias.
1. Realismo y esperanza
n. 10.
el hombre puede conocer con seguridad y del todo la verdad sobre
esas instituciones -negativa y positivamente-; y después, porque
puede hacer realidad en su propia vida esa verdad previa conocida,
siendo capaz -para ello- de superar la dureza de corazón, que tal
vez se oponga a esa intelección y vivencia.
Una y otra cosa es conseguida, además, sin ningún tipo de
violencia. Ya que es en la dinámica misma de esas instituciones
donde se introduce el Evangelio del matrimonio y la familia,
elevándolas a una dimensión nueva y superior; la que -por otra
parte- las permite desplegarse en toda su amplitud, en cuanto
realidades creadas y naturales. «La familia -dice en esta misma
línea el Mensaje del Sínodo de los Obispos sobre la Familia- es
tanto más humana cuanto más cristiana sea» 613. Por eso, tan
contrario al realismo -en definitiva, a la verdad del Evangelio del
matrimonio y la familia- es la sobrevaloración de la dimensión
coyuntural e histórica -la que confundiría la verdad de esas
instituciones con el hacer y acontecer diarios-, como la huida o
desatención absoluta de ese cotidiano vivir, refugiándose quizás en
una espiritualidad mal entendida.
En la fidelidad a la verdad, «según las palabras y el don de
Cristo», hay que situar, además, la razón más profunda del
dinamismo apostólico y misionero de la familia, tanto en la
vertiente de humanidad y humanismo, como en la que le
corresponde como escuela y formadora de cristianos.
Cuando Juan Pablo II habla a las familias españolas mostrándo-
les «el proyecto cristiano de la vida familiar» «en algunos puntos
esenciales»614 -la indisolubilidad del amor conyugal, la transmisión
de la vida y el respeto a la vida concebida aunque todavía no
nacida, la educación religiosa, etc.-, lo que hace es descubrir una
vez más «la verdad de la vocación de la vida matrimonial y
familiar»615. Solamente a partir de ahí las familias cristianas
españolas podrán vivir una existencia verdaderamente
configuradora de la situación y circunstancias que atraviesan.
613 SÍNODO DE LOS OBISPOS SOBRE LA FAMILIA, Mensaje a las familias cristianas en el mundo
contemporáneo, n. 12.
614 JUAN PABLO II, Homilía en la misa para las familias (Madrid 2.XI.1982) n. 4 (en adelante:
Homilía), en A. SARMIENTO-J. ESCRIVÁ; Enchiridion Familiae, IV, Pamplona 2003, 3737 (en adelante
EF).
615 Ibídem, n. 6.
La sociedad -también la española- se ha visto sometida, quizás
con mayor insistencia en los últimos años, a revisiones profundas.
Es una crisis que, en ocasiones, ha afectado al conocimiento y a la
misma noción de verdad616. El problema -estrechamente vinculado
a la antropología y a la teología- se ha trasladado inevitablemente a
la familia y al matrimonio, dando origen no pocas veces a
concepciones sobre esas realidades absolutamente irreconciliables
entre sí.
Ahora el Papa, situándose por encima de posibles polémicas,
señala el camino seguro para llegar hasta la verdad. Y para ello -lo
mismo que hace la Iglesia-, mira en primer lugar y sobre todo a
Cristo, quien «manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre»617. Juan Pablo II no cita expresamente estas palabras de
Gaudium et spesy pero lo hace claramente cuando propone «cultivar
con todo el empeño posible»618 «la verdad de la vocación de la vida
matrimonial y familiar, según las palabras de Cristo»619, porque es
así como se conoce y hace vida el «proyecto original de Dios, la
verdad del matrimonio (cfr. Mt 19,8)»620. Y Cristo revela esa verdad
con su palabra; pero sobre todo con su vida. «La ley de Dios sobre
el matrimonio está escrita (...) en la Escritura, en los documentos de
la Tradición y del Magisterio de la Iglesia» 621.
El Papa habla también de otra vía para llegar hasta la verdad
del matrimonio, según insistió con fuerza el Sínodo de los Obispos
sobre la familia622. Es la vida misma de los matrimonios y familias
cristianas. La importancia de esta fuente y método de acceso a la
verdad es fácil de comprender con sólo tener en cuenta la sociedad
y mundo secularizados que hoy vivimos.
Estos dos modos o caminos para llegar hasta la verdad del
matrimonio y la familia -el ser y deber ser- están íntimamente
relacionados. No sólo porque se trata de la misma verdad, sino
porque el criterio último y verdaderamente decisivo en el
616 En relación con esta temática puede consultarse el trabajo de P. RODRÍGUEZ, ¿Qué es hoy
una persona «normal»? Interpretación sociológica e interpretación ética, en J. L. ILLANES y otros (dir.),
Ética y Teología ante la crisis contemporánea, Pamplona 180,
439-445.
617 GS, n. 22.
618 Homilía, n. 6, en EF, IV, 3759.
619 Ibídem.
620 Ibídem, n. 2, en EF, IV, 3754.
621 Ibídem, n. 4, en EF, IV, 3757.
622 Cfr. J. RATZINGER, Relación final, en «L’Osservatore Romano» (ed. castellana), (19.XII.1980)
9; cfr. FC, nn. 4, 5, 6.
discernimiento de la verdad revelada por los matrimonios y
familias cristianas está en el Evangelio mismo, en la Escritura y
Tradición leídas por el Magisterio de la Iglesia623. Sin que ello reste
-como es obvio- nada de importancia y trascendencia a ese vivir y
actuar de los matrimonios y familias cristianas.
El designio o proyecto cristiano de la vida matrimonial y
familiar -lo mismo que el de toda vocación- es antes que nada una
iniciativa divina, está en primer lugar en Dios. Después está en el
hombre, en el interior de todo hombre y de toda mujer
«convertidos en cónyuges en virtud del sacramento de la
Iglesia»624. Porque es necesario recordar continuamente que
cuando el hombre y la mujer cristianos reciben el sacramento del
matrimonio se produce una transformación tal del amor humano
que éste, permaneciendo substancialmente el mismo, pasa a ser y
tener una significación nueva: la de ser signo y causa en los mismos
esposos del amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Así la verdad
del amor conyugal consiste en ser participación del amor esponsal
de Cristo y de la Iglesia -ésta es su verdad ontológica-; y desde
entonces no puede tener otra ley -ésta es su verdad ética y
religiosa- que la de significar, reproduciéndoloy el amor de Cristo y
de la Iglesia.
Por eso, la fidelidad de los esposos cristianos, es decir, la
historia o hacerse realidad en las propias vidas el anterior proyecto
divino tiene siempre como punto de partida el sacramento
recibido. La existencia matrimonial cristiana -derivadamente la de
la familia- consistirá en el despliegue, cada vez más pleno y
acabado, de la configuración previamente participada. «La vida de
los cónyuges, la vocación de los padres -dice el Papa-, exige una
perseverante y permanente cooperación con la gracia del Espíritu
que os ha sido donada mediante el sacramento del matrimonio,
para que esta gracia pueda fructificar en el corazón y en las obras,
para que puedan dar frutos sin cesar y no marchitarse a causa de
nuestra pusilanimidad, infidelidad o indiferencia» 625.
3. Coherencia: el dinamismo de la fe
4. Indisolubilidad matrimonial
642 Ibídem.
conviene recordarlo- debe entenderse de una manera exigitiva y
ten- dencial. En el sentido de que el ser del amor matrimonial
reclama por su misma estructura y dinamismo ser indisoluble; de
tal manera que todo él está encaminado desde su misma raíz a ser
para siempre: ésta es la plenitud a la que efectivamente se dirige.
Pero no debe entenderse como si el amor de hecho -el hecho de
amarse un hombre y una mujer determinados- no estuviera sujeto
a posibles cambios: si ese fuera el sentido de la indisolubilidad
habría que concluir que ésta es sólo un ideal, ya que el hecho del
amor pertenece a la historia del hombre que, como histórico, está
sujeto -por definición- a cambios y variaciones. Esta es, por otro
lado, la razón de que se pueda y deba hablar de que los esposos
hayan de construir cada día su amor conyugal, logrando que éste
sea el resultado de una conquista esperanzada; porque la
indisolubilidad que pertenece a la esencia del amor exige ser
realizada existencialmente, en la mutua fidelidad de cada día.
«Estáis llamados -insiste el Papa- a vivir la plenitud interior de
vuestra unión fiel y perseverante»643.
De esta manera la existencia de los matrimonios y familias
cristianas que viven la indisolubilidad, a la vez que dan «testimonio
de estas palabras del Señor: ‘No separe el hombre lo que Dios ha
unido5», dan «prueba -contra lo que alguno puede pensar- de que el
hombre y la mujer tienen la capacidad de donarse para siempre; sin
que el verdadero concepto de libertad impida una donación
voluntaria y perenne»644. Son pues también testigos de la auténtica
libertad y de la verdadera dignidad del hombre. Este -lo mismo que
su libertad- ni es un absoluto ni está condenado a ser pura y mera
pasividad645.
El nervio de la argumentación del Papa -así me parece- está en
que, según decía anteriormente, la indisolubilidad no es algo yuxta-
puesto o paralelo al amor conyugal -una condición accidental y
extrínseca-, sino que es su más genuina y auténtica manifestación.
Por eso, tan sólo hay verdad en el amor matrimonial -además de
otras condiciones- cuando se ama incondicionalmente: lo que,
entre otras cosas, implica la promesa de fidelidad, la voluntad de
permanencia. La decisión de ser fieles que han de tener los esposos
no viene a agregarse a un amor que ellos ya tenían antes. La
651 JUAN PABLO II dedica los nn. 1 y 2 de la Alocución (17.IX.1983) a los participantes en el
seminario sobre «la procreación responsable» (EF, V, 3939-3942), a describir «las razones de orden
teológico» y «de orden antropológico» que sustentan las enseñanzas de Humanae vitaey Familiaris
consortio sobre este punto. Por su parte C. CAFFARRA publica un comentario a este discurso, con el
título Droits de Dieu et bien de L’homme, en «La Documentation Catholique» 1861 (6.XII.1983), 971-
973 (traducción del original italiano aparecido en «L’Osservatore Romano» [1.X.1983]).
652 Cfr. J. RATZINGER, Matrimonio y familia en el plan de Dios, en «L’Osservatore Romano» (ed.
castellana), (24.1.1982) 13-14.
653 En los primeros meses de 1983.
654 Homilía, n. 2, en EF, IV, 3733.
ser y no por el tener. Y si de una sociedad se ha hecho desaparecer
su fundamento -el hombre-, ésta ya no tiene, evidentemente, razón
alguna de ser. «Se minaría el fundamento mismo de la sociedad»655.
Cuando se examina detenidamente el marco existencial en que
se expresan las conductas y actitudes contra la vida, se llega,
también prácticamente, a la conclusión de que penetrar en el
profundo y verdadero sentido de la vida humana sólo es posible
desde la referencia a Dios; es decir, cuando a la vida se la ve como
fruto de «la participación singular en el misterio de la vida y del
amor de Dios mismo»656. Todo hombre, con independencia de la
calidad económica, biológica, etc., ha sido llamado a la existencia
por el amor de Dios, tiene como misión revelar ese amor y está
destinado a participar de manera definitiva -si es fiel- del mismo
Dios, que es Amor657. Y en consecuencia, la dignidad de origen y de
destino de la vida humana -viene y se dirige a Dios-, así como el
modo peculiar de su dignidad -viene y se dirige a Dios como
persona- constituyen el criterio último de su valoración. Una vez
más hay que concluir que la vida humana: «la dignidad humana
tiene en el mismo Dios su fundamento y perfección» 658.
655 Ibídem.
656 FC, n. 29.
657 Cfr. GS, nn. 18, 19.
658 Ibídem, n. 21.
659 Homilía, n. 3, en EF, IV, 3736.
leza a la procreación de nuevos hombres (...) es el lugar
privilegiado y el santuario donde se desarrolla toda la aventura
grande e íntima de cada persona humana e irrepetible» 660. No sólo
del crecimiento físico sino, sobre todo, del crecimiento moral y
espiritual a través de una obra educativa inteligente.
La familia es el lugar natural y primario de educación de los
hijos, donde se lleva a cabo el modo de educar específicamente
humano y enteramente acorde con la condición personal del
hombre. De manera tan fundamental y básica como lo es la
procreación, ya que, en el fondo, la educación y la procreación no
son más que aspectos y dimensiones de la misma realidad: la
paternidad. Por eso, los padres que han dado la vida a sus hijos son
y tienen que ser los «primeros y principales educadores de sus
hijos»661.
Se trata de una «gravísima obligación»662; pero también de un
grato y nobilísimo derecho, que consiste, en definitiva, en colaborar
activa y responsablemente con Dios, de la manera más próxima y
directa, a la formación de nuevos hombres663 664. Por eso, la
dimensión educativa de la paternidad y la maternidad ha de ser
vivida responsablemente -lo mismo que acontece con la dimensión
procreadora-; y esto exige tener en cuenta dos fases,
evidentemente entrelazadas entre sí: la de descubrir el plan de
Dios y la de colaborar con ese designio previamente descubierto.
Los padres no pueden proceder a su antojo en la educación de sus
hijos, el acierto y eficacia de su cometido dependen de la fidelidad
con que escuchen primero, y sigan después lo que Dios les pide.
El deber/derecho de la educación origina, tanto en los padres
como en las restantes instancias relacionadas con el mundo
educativo -incluidos los mismos sujetos de la educación: los hijos-,
un mundo de interrelaciones -de derechos y deberes- del todo
necesarios para vivirse adecuadamente. Pero todos ellos se
constituyen a partir y en función del deber/derecho de los padres,
cuyas características más fundamentales son -recuerda el Papa
siguiendo al Vaticano II- la de ser esencial, originario y primario,
insustituible e inalienable.
660 JUAN PABLO II, n. 14, en T. LÓPEZ, Juan Pablo II a las familias, Pamplona 4 1982.
661 Homilía, n. 3.
662 FC, n. 36; cfr. CONC. VAT. II, Decl. Gravissimum educationis, n. 3.
663 Homilía, n. 3.
664 Cfr. FC,n. 36.
El deber/derecho educativo de los padres se califica, en primer
lugar, como esencial; tanto si se analiza con relación a los mismos
padres que han de ejercerlo, como si se contempla desde las otras
esferas de educación: la Iglesia, el Estado, las instituciones de
enseñanza, etc. La razón está en que la procreación, en la que se
funda y de la que es prolongación, es, por encima de cualquier otra
consideración, un dere- cho/deber esencial de los padres, propio y
especifico de ellos según descubre la misma estructura y finalismo
de la vida conyugal. La educación -dice Juan Pablo II- «es para ellos
(los padres y madres de familia) un deber natural, puesto que han
dado la vida a sus hijos; es también el mejor modo de garantizar a
éstos una educación armónica por razón del carácter
absolutamente singular de las relaciones padres/hijos y de la at-
mósfera de afecto y seguridad que pueden crear los padres con la
irradiación de su propio amor (cfr. Gaudium etspes, 52)»665
El descuido o minusvaloración de ese deber/derecho, de tal
manera afectaría a la paternidad y maternidad, que no sólo a los
hijos se les privaría del desarrollo armónico de la personalidad -
por lo menos en el aspecto absolutamente único e irrepetible de las
relaciones padres-hijos-, sino que hasta los mismos padres se
verían disminuidos en el enriquecimiento de su personalidad; ésta
no se desarrollaría en esa dimensión que es esencial a la
paternidad y maternidad: la educativa.
En relación con las restantes instancias educativas -la Iglesia, el
Estado, etc.-, ese deber/derecho de los padres respecto de sus hijos,
es original y primario; porque así lo es también la relación
paternidad-filiación respecto a las demás relaciones: en efecto,
todas las demás formas de relacionarse propias del hombre, en
cuanto persona humana, son posteriores y nacen de ella, incluidas
las naturales como la fraternidad, etc. Tan primaria y original es la
relación existente entre los padres y el hijo, que éste, en realidad,
puede ser considerado como la prolongación de los padres; éstos
viven en el hijo. Por eso, los derechos y deberes que funda son
también originarios y primarios; lo que acontece concretamente
con la educación, al ser, como se ha dicho, una dimensión de la
misma procreación.
Deriva también de aquí que ese deber/derecho de los padres
es insustituible -como lo es la paternidad y maternidad- y, por el
665 Ibídem.
mismo motivo, inalienable. Los padres, en efecto, podrán ser
ayudados, y deberán serlo allí donde a ellos no les sea posible
llegar. Pero ni ellos podrán abandonar del todo su responsabilidad,
confiándosela a los demás, ni los demás podrán suplantarles en ese
quehacer666. La ayuda que prestarán las restantes instituciones o
instancias educativas comenzará, en primer lugar, por reconocer
ese deber/derecho originario de los padres -¡la primera forma de
reconocimiento es no conculcarlo!-; y en segundo lugar, por
facilitar los medios necesarios para que, de hecho, sea posible
ejercitar por los padres ese deber/derecho. Deberán
proporcionárseles ayudas económicas, instrucción, material
educativo...; nunca, sin embargo, con la condición de que esa
educación se haga o realice de una determinada manera, ya que, en
esa hipótesis, no serían los padres quienes decidirían sobre la
educación de los hijos; y de esa forma se negaría con los hechos lo
que tal vez se proclamase con las palabras667.
Y se trata -dice el Papa- de unas características que deben
marcar de tal manera el deber/derecho de los padres a la
educación de los hijos que nunca pueden faltar -en los padres-,
precisamente como desarrollo mismo de la paternidad y
maternidad. O lo que es lo mismo, el amor de los padres a los hijos
no sería paterno y materno si no se realizara también en esa
dimensión. No lo sería porque, en esa hipótesis, los padres no
harían pleno, y perfecto el servicio a la vida que han transmitido.
Para que la persona humana engendrada -el hijo- nazca y se
desarrolle hasta vivir una vida plenamente humana -se haga
hombre-, necesita ser amada por sí misma: es decir, ser ayudada y
valorada en todo su abanico de relaciones y dimensiones, entre las
que la primera y fundamental, la más intima y que más afecta a su
condición personal, es la de ser hijo. Por eso, el amor paterno y
materno -al que, por la carne y la sangre, corresponde la relación
de filiación- es el alma y la norma que debe guiar la educación de
las personas -hijos-; y eso, precisamente, porque es el origen y la
fuente de la misma educación del hijo 668.
Se comprueba, cómo son manifestaciones concretas y
consecuencia directa de las características de este deber y derecho
de los padres, la alta dignidad que corresponde a los padres en
***
Mayor riqueza existe -sin duda- en las palabras del Papa a las
familias, pero éstas -la riqueza que encierran las líneas que he
tratado de hacer emerger- sirven ya para ayudar a «recobrar y
conservar celosamente el excelso patrimonio de virtud y servicio a
la Iglesia y a la humanidad»669, que ha adornado siempre a las
familias cristianas españolas.
670 El «Synodus Episcoporum», desde su institución por Pablo VI, ha celebrado seis Asambleas:
cinco generales (1967, 1971, 1974, 1977 y 1980) y una (1969) extraordinaria. Esta, dedicada a la
misión de la familia cristiana en el mundo contemporáneo, se inauguró el 26 de septiembre de 1980 y
se clausuró el 25 de octubre siguiente; es la VI —la V Asamblea general— y ha tenido veintisiete
Congregaciones Generales.
671 JUAN PABLO II, Discurso en la clausura de la VAsamblea General del Sínodo de los Obispos (25-X.
1980), n. 3, en «L’Osservatore Romano» (edic. en castellano) (2.XI.1980), 2 y 20 (en adelante se citará
Clausura, con referencia a los números en que se divide el discurso, según la edición castellana
«L’Ossservatore Romano»).
672 Ibídem, n. 1.
673 Cfr. Aloe. (28.XII.1980), en «L’Osservatore Romano» (29 y 30.XII.1980),!.
674 Clausura, n. 4.
LA MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA: TEOLOGÍA Y PASTORAL 234
Mientras tanto, no desaprovecha la ocasión de proponer y ahondar
en la doctrina del Sínodo, como ha hecho, por ejemplo, en el
discurso sobre la paternidad responsable y los métodos naturales
de la regulación de los nacimientos, pronunciado con motivo del I
Congreso Euro-africano sobre la familia675.
Pero no sólo de estímulo y aliento sirve este anuncio del Papa
sobre el documento que está redactando a partir del material
ofrecido por el Sínodo; recuerda también la naturaleza de esa
Asamblea y, paralelamente, el criterio que debe orientar siempre
las reflexiones en tomo a los trabajos sinodales: porque el Sínodo
tiene como objetivo fundamental hacer llegar al Santo Padre la
solicitud pastoral que una determinada cuestión les ha planteado
colegialmente a los Obispos. Es ésta una observación que, siendo
obvia, no puede jamás olvidarse: al Sínodo, en efecto, no se le puede
pedir otra cosa distinta de la que quiso y pudo hacer 676.
El reciente Sínodo, sin embargo, además del material de
trabajo presentado al Santo Padre, ha dirigido un «mensaje a las
familias cristianas en el mundo contemporáneo» 677. Y aunque es
cierto que el mensaje sinodal no es un resumen de las 43
Proposiciones elevadas al Papa, tampoco se puede dudar que
guarda una estrechísima coherencia con ellas: con esos trabajos,
que «como fruto inmediato este Sínodo de 1980 ha producido ya, y
están contenidos en las Proposiciones de la Asamblea» 678. Por eso,
este mensaje -junto con el discurso del Papa en la clausura del
Sínodo- ofrece el marco apropiado para subrayar las líneas y
directrices seguidas en los trabajos y debates sinodales.
Y éste es precisamente el propósito de estas páginas: poner de
relieve aquella temática más fundamental estudiada en el Sínodo,
cuyo contenido y descripción viene a constituir como la clave para
la lectura de los trabajos sinodales. Se trata, por tanto, de hacer
emerger aquellas líneas que, por estar en la base del tratamiento
sobre la familia, vertebraron y centraron, en cierta manera, todos
los resultados del Sínodo; y ello, tanto en el plano doctrinal como
675 JUAN PABLO II, Aloe. (16.1.1981), n. 1, en «L’Osservatore Romano» (edic. en castellano) (1.II.
1981), 12.
676 Cfr. R. PRIMATESTA, Comunicado de la Conferencia de Prensa (23.X.1981), en «L’Osservatore
Romano» (edic. en castellano) (2.XI.1980), 8. Los resúmenes de las relaciones del Secretario General
del Sínodo, J. TOMKO, y del Relator General del Sínodo, J. RATZINGER, vienen publicados en
«L’Osservatore Romano» (edic. en castellano) (5.X.1980), 3-6 y 6-7 respectivamente.
677 El texto en «L’Osservatore Romano» (edic. en castellano) (2.XI.1980), 10-11 (en adelante
Mensaje, y la numeración interna correspondiente que aparece en la edición castellana citada).
678 Clausura, n. 4.
LA MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA: TEOLOGÍA Y PASTORAL 235
pastoral.
El Sínodo se había fijado como meta la de profundizar en la
misión de la familia cristiana: descubrir y recordar a las familias
cristianas el papel trascendental que, por designio divino, están
llamadas a realizar en la Iglesia y en el mundo de hoy. No podía
ignorar, sin embargo, que, a veces, esas familias se encuentran en
dificultades graves para desempeñar su misión. Algunas de ellas,
porque están tan enfermas y tan hondamente afectadas por una
crisis de identidad, que les resulta casi moralmente imposible
llegar hasta el cumplimiento del plan de Dios; otras, porque están
sometidas a circunstancias tan adversas, que les es muy costoso
vivir coherentemente con su fe; y todas, porque el dolor de la cruz
es parte de la vida de cada uno de los hombres que intentan seguir
a Cristo.
Por eso el Sínodo, que ha mirado constantemente y con amor a
todas las familias, ha dedicado una parte de sus trabajos al estudio
y análisis de las diferentes situaciones por las que atraviesa hoy la
familia; siempre, ciertamente, en orden -por un lado- a alentar y
robustecer las convicciones de las familias que, a pesar de las
dificultades, continúan siendo fieles; y -por otro- con el fin de
aplicar los remedios oportunos a aquellas que los necesiten. Este
aliento y remedio no pueden ser otros, en definitiva, que la
fidelidad y coherencia con el ser y dinamismo propios de la
institución familiar: se hacía necesario, por tanto, tratar de
descubrir el plan de Dios sobre la familia. Y así lo hizo el Sínodo:
entrando, además, en la consideración de puntos concretos, como
el de la paternidad responsable, el de la indisolubilidad del
matrimonio y los divorciados, etc. Por último, y en estrecha
dependencia con todo lo anterior, los trabajos del Sínodo se
orientaron a señalar la misión de la familia, describiendo tanto los
frentes o campos principales en que se debe desarrollar esa misión
como los objetivos que debe conseguir con esa actividad.
Dentro, pues, de este marco más amplio -el seguido por el
Sínodo al hablar de misión de la familia cristiana- se deben situar
las partes y apartados de esta nota, cuya finalidad -insisto- no es
otra que la de llamar la atención sobre las líneas que dieron fuerza
al trabajo sinodal. Y así, en la primera parte -«Planteamientos
doctrinales básicos» (1)- se señalan aquellas líneas más profundas
que, desde el punto de vista doctrinal, es necesario tener en cuenta
para acceder de una manera adecuada a la exposición hecha por el
LA MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA: TEOLOGÍA Y PASTORAL 236
Sínodo sobre el ser y misión de la familia. La segunda parte -
«Cuestiones doctrinales y pastorales» (2)- analiza tan Sólo algunos
de los problemas: los más representativos quizás, y que más
directamente dejan hoy sentir la influencia sobre la familia, como
son los del divorcio y los divorciados, y los relativos a la
transmisión de la vida. Y en la tercera parte -«Principios
fundamentales de pastoral» (3)- se contemplan los principios que,
según el Sínodo, deben animar toda la pastoral familiar; sin ellos,
por tanto no es posible dar todo su alcance a la pastoral que el
Sínodo propone de cara a las familias.
679 GS, n. 3.
680 Clausura, n. 3.
681 JUAN PABLO II, Homilía a las familias cristianas (12.X.1980), n. 5, en «L’Osser- vatore
Romano» (edic. en castellano) (19.X.1980), 1-2 (en adelante Homilía a las familias, según la
LA MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA: TEOLOGÍA Y PASTORAL 237
Pero se trata de la familia que vive, de «la familia tal como es
realmente en la Iglesia y en el mundo contemporáneo» 682; sólo en
estas familias viven y se desenvuelven, de hecho, los hombres. Por
eso el Sínodo, consciente de que «es la familia la que da la vida a la
sociedad», y de que «es en ella donde, a través de la obra de la
educación, se forma la estructura misma de la humanidad, de cada
hombre sobre la tierra»683, no ha regateado esfuerzo alguno por
lograr que esa mirada sobre la familia haya sido completa;
abarcándola en sus aspectos más variados. «Estamos agradecidos -
puede decir Juan Pablo II- porque hemos podido proyectar nuestra
atención sobre la familia (...) teniendo en cuenta las múltiples
situaciones en las que se encuentra, las tradiciones en las que se
encuentra, las tradiciones que dimanan de las diferentes culturas y
que influyen sobre ella, los condicionamientos propios del
desarrollo a los que se ve sometida y por los que se ve afectada y
otras cosas semejantes»684.
El realismo, se puede decir, ha sido una nota dominante dentro
de los debates y consideraciones sinodales sobre la familia. Un
realismo que -como no podía ser de otra manera- ha llevado, entre
otras cosas, a impregnar de optimismo las reflexiones sobre el
futuro de la familia. Porque es cierto que no son fáciles ni están
exentas de dificultad las circunstancias en las que a veces vive y
ejerce su misión la familia: dificultades de todo tipo -económicas,
morales, etc.-, provenientes en ocasiones hasta de los mismos
Estados -¡una de cuyas tareas principales ha de consistir
precisamente en proteger y defender a las familias!685-; y el Sínodo
ha tomado buena cuenta de ello. Pero también es cierto que «tantas
familias, aunque se encuentran presionadas a obrar de otra
manera, realizan, sin embargo, gustosamente la obra que Dios les
ha confiado»686: y esto es motivo de esperanza no sólo por el hecho
de que «esas familias aumentan de día en día por todas partes» 687,
sino, sobre todo, porque la fidelidad de esas vidas es siempre
configuradora de la realidad. No se puede olvidar que la
688 Ibídem.
689 Ibídem, n. 12.
690 Clausura, n. 3.
691 Inauguración, n. 3.
692 Clausura, n, 3.
LA MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA: TEOLOGÍA Y PASTORAL 239
la que convergían todos los trabajos. Por eso, a la familia se le ha
considerado como «objeto primordial de la evangelización y de la
catcquesis de la Iglesia» y también -y sobre todo- como «el sujeto
indispensable de ellas (de la evangelización y catcquesis): el sujeto
creativo»693. «Precisamente para esto -sigue diciendo Juan Pablo II-
, para ser sujeto, y no sólo para perseverar en la Iglesia y recibir de
ella su esfuerzo espiritual, sino también para constituir la Iglesia en
su dimensión fundamental, como una ‘Iglesia en miniatura (Ecclesia
domestica), la familia debe ser consciente, de un modo especial, de
la misión de la Iglesia y de su propia participación en esta
misión»694.
El Sínodo, por tanto, en el análisis de las situaciones en que de
hecho viven las familias -las familias cristianas-, no ha pretendido
tanto presentar la panorámica de la situación familiar cuanto
señalar y tener presentes los horizontes en los que la familia ha de
ejercer su misión: advertir, en efecto, y tener conciencia clara de la
realidad que se vive -«estar en la tierra»- es una de las primeras
condiciones para poder realizar con éxito la misión asignada. Se
trataba, entonces, de descubrir y constatar el grado de salud de las
familias cristianas -ofreciéndoles la medicina Evangelii en los casos
necesarios; confirmándolas y alentándolas en todos- y, al mismo
tiempo, de destacar suficientemente los valores y contravalores,
con los que la familia se encuentra hoy, al vivir su misión en el
mundo contemporáneo.
La parte IV -Iglesia y Familia- del Mensaje que el Sínodo dirige
a las familias, está dedicada a la ayuda que debe facilitarse a las
familias en orden a que puedan salir adelante con su misión;
especialmente por parte de la Iglesia. Se recuerda aquí, en primer
lugar, «el deber de la Iglesia de confirmar y ayudar a los esposos y a
las familias»695 en esta tarea. También, la favorable acogida que la
Iglesia dispensa -y debe seguir dispensando- a las diversas formas
de «apostolado familiar»: sean éstas «ca- tequéticas», «litúrgicas» o
de cualquier otra índole; y vayan encaminadas «a la preparación
para el matrimonio» o se orienten como «ayuda a los casados en
todas las etapas de la vida matrimonial», a través de las diferentes
circunstancias en que ésta pueda desenvolverse 696. Con particular
693 Inauguración, n. 2.
694 Ibídem, n. 3.
695 Mensaje, n. 16.
696 Cfr. ibídem, n. 17
LA MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA: TEOLOGÍA Y PASTORAL 240
énfasis se destaca que «el sacerdote ocupa un puesto peculiar en el
ministerio familiar»697: y no porque a la familia se la deba
considerar como menor de edad o sin una vocación y espiritualidad
propias -«la familia está llamada de una manera especial a realizar
el plan de Dios»698-, sino porque sólo mediante «el alimento de la
palabra de Dios y de los sacramentos» -especialmente la Penitencia
y la Eucaristía- se protege y robustece de tal manera que pueda ser
«auténticamente ejemplar»699.
Decía que la familia cristiana, real y concreta, tal como es y vive
en la sociedad y en la Iglesia, es la que ha sido objeto de la atención
del Sínodo. Y que lo ha sido fundamentalmente, desde el ángulo de
su misión: a fin de mostrarle la función que le corresponde y
también el camino para llevarla a cabo. Pero, cómo conocerla; y,
primero, cuál es o en qué consiste esa misión. Dos preguntas o
cuestiones que están estrechamente relacionadas entre sí. Así las
ha considerado el Sínodo; y así también -conjuntamente- se
abordan en estas páginas.
705 Ibídem, n. 3.
706 A. SARMIENTO, Presentación, en A. SARMIENTO y otros (dir.), Cuestiones fundamentales
sobre Matrimonio y Familia, Pamplona 1980, 22.
LA MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA: TEOLOGÍA Y PASTORAL 243
humanas debidas al pecado original y pecados personales, de
hecho sólo con ella (con la condición de sacramento) es posible
vivirlos del todo. También -y es otra consecuencia-, que la
sacramentalidad no se introduce en el matrimonio como algo
extraño o ajeno al mismo: es el matrimonio, el amor mismo de los
esposos, el que es santificado de esa manera -por el sacramento-,
desde dentro.
707 Mensaje, n. 8.
708 Cfr. Mt 19, 1-12; y paral.
LA MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA: TEOLOGÍA Y PASTORAL 244
matrimonio: «por eso Cristo, en su tiempo, se remitirá a este texto -
el de Génesis- de actualidad también en su época. Creados a imagen
de Dios, también en Cuanto forman una auténtica comunión de
personas, el primer hombre y la primera mujer deben constituir el
comienzo y el modelo de esa comunión para todos los hombres que
en cualquier tiempo se unirán tan íntimamente entre sí, que
constituirán una sola carne»709.
En este sentido, la unión del primer hombre y la primera mujer
es, efectivamente, «comienzo y modelo» de todas las uniones
matrimoniales futuras -en toda la humanidad-, porque el
matrimonio -esa unión íntima y específica por la que el esposo y la
esposa se convierten en marido y mujer, siendo «una sola carne»-
es, ya desde el principio, prefiguración del amor esponsal con que
Cristo se ha unido a la Iglesia, y a toda la humanidad. «Todo
matrimonio humano -ha escrito J. Tomko-, es decir el amor
conyugal, prefiguraba el amor de Dios por la humanidad; es más,
prefiguraba ya misteriosamente y de manera escondida la unión
íntima de Jesucristo con la humanidad y, de una forma especial, con
la Iglesia. Y es aquí donde se abre el primer camino para la visión
del matrimonio ‘desde los orígenes, el matrimonio como realidad
humana, considerada en el orden de la creación» 710.
709 JUAN PABLO II, Aloe. (21.XI.1979), n. 3, en «L’Osservatore Romano» (edic. en castellano)
(23.XI.1979), 3.
710 J. TOMKO, La familia cristiana: cuestiones ante el Sínodo de los Obispos, en A. SARMIENTO y
otros (dir.), Cuestiones fundanmentales sobre Matrimonio y Familia, cit., 63.
711 Homilía a las familias, n. 3.
LA MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA: TEOLOGÍA Y PASTORAL 245
«Al llegar la plenitud de los tiempos -se lee en el Mensaje del Sí-
nodo-, el hijo de Dios, nacido de mujer (cfr. Gal 4,4), enriqueció con
su gracia salvífica esta alianza (la del matrimonio ‘desde los
orígenes) elevándola a sacramento y haciéndola partícipe de la
alianza de su amor redentor sellada con su propia sangre. El mismo
amor de Cristo a la Iglesia y de la Iglesia a Cristo son el modelo del
amor y donación del hombre a la mujer (cfr. Ef 5, 22-32). La gracia
sacramental del matrimonio es fuente de gozo y fortaleza para los
esposos»712.
Aquella unión matrimonial, que «desde el principio» era
prefiguración y signo del amor de Dios por la humanidad -y de
Cristo por la Iglesia-, es, a partir de Cristo, además de símbolo,
realidad; una realidad que santifica y hace, a los esposos, partícipes
del amor esponsal con Cristo se ha unido a la Iglesia: es el «gran
misterio» de que se habla en Efesios 5. El Sacramento, por tanto,
manteniendo íntegras todas las exigencias y características
queridas por Dios «desde el principio» como propias de la unión
conyugal, las eleva a la solidez de la caridad de Cristo. La alianza
primera y originaria descrita en el Génesis es «asumida en la unión
de amor de Cristo y la Iglesia, no sólo sicológicamente sino también
onto- lógicamente, como enseña la misma carta a los Efesios»713.
La novedad del matrimonio cristiano consiste, sencillamente,
en elevar a la dignidad de sacramento -en sentido estricto- el
matrimonio que ya «desde el principio» estaba ordenado a Dios. La
sacramentali- dad, entonces, no es algo añadido o superpuesto al
matrimonio: es el mismo matrimonio, que, entre bautizados, o es
sacramento o no es matrimonio.
Cuando Jesucristo restaura y confirma aquella alianza
conyugal, instituida «desde el principio» por Dios como definitiva,
la inserta de modo peculiar y nuevo -sacramental- en el misterio de
la salvación. Desde el bautismo, los esposos cristianos participaban
ya del misterio y del amor de Cristo; pero ahora, por el sacramento
del matrimonio, adquieren además una forma específica de
insertarse en el misterio de Cristo: participan como esposos en el
amor de Cristo Esposo. «Ciertamente -recuerda Juan Pablo II- todo
sacramento comporta una participación en el amor nupcial de
Cristo para su Iglesia. Pero en el matrimonio la modalidad y el
712 Mensaje, n. 8.
713 Mensaje de la familia cristiana en el mundo contemporáneo (Documento presinodal),
Ciudad del Vaticano 1979, 23.
LA MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA: TEOLOGÍA Y PASTORAL 246
contenido de esta participación son específicos» 714.
Y esta
especificidad consiste en que los esposos se insertan en el amor
nupcial de Cristo por la Iglesia, en cuanto esposos. El lazo conyugal
viene a representar el misterio de la encarnación de Cristo, y del
amor esponsal de Cristo por su Iglesia; o dicho de otro modo, el
sacramento del matrimonio hace posible vivir la relación con Cristo
de un modo específico dentro de la dimensión conyugal.
720 Ibídem, n. 7.
721 Clausura, n. 11.
722 Mensaje, n. 11.
723 Ibídem, n. 8.
724 Ibídem.
725 Homilía a las familias, n. 5.
LA MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA: TEOLOGÍA Y PASTORAL 248
conciencia sacramental- «los esposos y esposas (...), que son
instrumentos y ministros de la fidelidad y el amor de Cristo en sus
diversas relaciones mutuas», se convierten en «signos auténticos
del amor de Dios» y «del amor de Cristo a la Iglesia»726.
Consiguiendo así ante los demás matrimonios y familias el efecto
multiplicador propio del apostolado más convincente: el ejemplo
de las obras.
753 Todo matrimonio, sea o no sacramento, es absolutamente indisoluble, tanto por parte de los
esposos —indisolubilidad intrínseca— como por parte de la autoridad meramente humana —
indisolubilidad extrínseca—. Con todo, la Iglesia Católica, no como sociedad humana, sino en cuanto
única depositarla e intérprete del derecho divino, puede disolver el vínculo conyugal en los
siguientes casos: a) el matrimonio rato y no consumado, por la profesión religiosa solemne y por
dispensa de la Sede Apostólica; b) el matrimonio legítimo, aun consumado, en virtud del privilegio
paulino.
754 Clausura, n. 7.
755 Ibídem, n. 6.
756 Ibídem, n. 11.
LA MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA: TEOLOGÍA Y PASTORAL 253
cuando el hombre y la mujer, que no pueden cumplir la obligación
de separarse, se comprometen a vivir en continencia total, esto es,
absteniéndose de los actos propios sólo de los esposos y al mismo
tiempo no se da escándalo; sin embargo, la privación de la
reconciliación sacramental con Dios no debe alejarlos lo más
mínimo de la perseverancia en la oración, en la penitencia y en el
ejercicio de la caridad, para que puedan conseguir finalmente la
gracia de la conversión y de la salvación. Conviene que la Iglesia se
muestre como madre misericordiosa orando por ellos y
fortaleciéndolos en la fe y en la esperanza» 757.
La fidelidad al plan de Dios, el esfuerzo humilde y confiado por
llevar a la práctica el querer divino es siempre modelador de la
realidad. «La buena nueva de la fidelidad al amor, que tiene en
Cristo su fuerza y fundamento»758, es capaz de superar y vencer
todas las dificultades, por muchas y graves que sean. La verdad -
solamente la verdad- nos hará libres759.
757 Ibídem, n. 7.
758 Ibídem.
759 Cfr.Joh8, 32.
LA MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA: TEOLOGÍA Y PASTORAL 254
amor en aras del hedonismo y del placer egoísta. El valor de la
familia está unido a la inviolabilidad de la vida humana» 760.
No es que el Sínodo haya silenciado otras perspectivas al tratar
del amor conyugal -el Mensaje, citando a la Humanae vitae dice que
«el acto conyugal... debe ser plenamente humano, total, exclusivo y
abierto a la nueva vida (cfir. Humanae vitae, 9 y ll)»761-; pero «los
padres sinodales, confirmando abiertamente la validez y la verdad
firme del anuncio profético, dotado de un profundo significado y en
consonancia con la situación actual, contenido en la Carta Encíclica
Humanae vitae»762, han destacado, sobre todo, que «la transmisión
de la vida es inseparable de la unión conyugal» 763. No sólo la
inseparabilidad del amor conyugal y la apertura a la procreación,
sino que la autenticidad del amor de los esposos está condicionada
necesariamente por la disposición a la fecundidad. Por eso, también
el perfeccionamiento y la realización personal de los esposos a
través del amor conyugal son inseparables de la apertura a la
procreación. Quiere esto decir que, aunque existan razones para no
procrear nuevas vidas y los esposos se unan conyugalmente con
esa intención, los actos conyugales han de estar, por sí mismos,
abiertos a la fecundidad; y en la intención de los esposos ha de
haber la disponibilidad a ser padre/madre.
Los esposos, en los actos propios de la vida conyugal, han de
proceder siempre responsablemente, es decir, colaborando con el
plan de Dios que los «ha llamado a participar de su potestad
creadora transmitiendo el don de la vida» 764. Otra cosa sería actuar
de manera irresponsable, porque entonces ya no se obraría en
conformidad con la verdad -la identificación con el plan de Dios-,
sino arrastrados por otras instancias. Lo determinante y decisivo
de la auténtica paternidad responsable no es el número de hijos o
la adopción de una u otra clase de métodos para la regulación de
los nacimientos -si es que ello debe hacerse-, sino la fidelidad a los
760 JUAN PABLO II, Discurso al 1 Congreso Internacional de la familia de Africa y Europa, nn. 1, 2
y 3.
761 Mensaje, n. 9.
762 JUAN PABLO II, Clausura, n. 8. Cfr. las intervenciones de los relatores de los diferentes grupos
o círculos de trabajo: J. CORDEIRO («L’Osservatore Romano», [ed. en castellano: 26.X.1980], 5), D. E.
HURLEY (ibídem), J. R. QUINN (ibídem, 5-6), G. DANNELS (ibídem, 6), L. MONSENGWO (ibídem), J.
PFAB (ibídem, 7), A. N. ACHA DUARTE (ibídem), A. LÓPEZ TRUJILLO (ibídem, 7-8), A. QUARRACINO
(ibídem, 8), C. M. MARTINI (ibídem) y P. PALAZZINI (ibídem, 9); cfr. además, entre otros, W.W. BAUM,
en «L’Osservatore Romano» (ed. en castellano) (10.X.1980), 12.
763 Mensaje, n. 9.
764 Ibídem, n. 8.
LA MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA: TEOLOGÍA Y PASTORAL 255
planes divinos sobre el don de la vida y la vocación al amor. Se
hace, por ello, necesario -en primer lugar, por parte de los padres,
pero también por parte de todos- considerar la transmisión de la
vida «como una procreación, es decir como un descubrimiento y
colaboración con el designio de Dios Creador. El plan del Creador
que ha provisto al organismo humano de estructuras y funciones
para ayudar a las parejas a alcanzar una paternidad
responsable»765. La responsabilidad en la paternidad, que, por
tanto, consiste de manera fundamental en descubrir los planes de
Dios y en seguirlos después con fidelidad, aunque ello conlleve
sacrificio, pide de los esposos «cultivar sinceramente la virtud de la
castidad conyugal»766 767. Sin esta virtud, ha recalcado el Sínodo, si-
guiendo a la Humanae vitaé*s y al Concilio Vaticano II768, es
imposible vivir bien la paternidad: la paternidad verdaderamente
responsable769.
La inseparabilidad de los aspectos unitivo y procreador de la
vida conyugal, pedida por el plan de Dios, jamás debe interpretarse
como si sólo fuesen responsables y conformes con el plan divino,
los actos conyugales a los que de hecho sigan nuevas vidas. Aparte
de que la libertad humana es condición necesaria para esa
responsabilidad -en virtud de la cual los esposos deben actuar
siempre humanamente en su vida matrimonial-, el plan de Dios es
que no todas las uniones matrimoniales sean fecundas: «Dios, en
efecto, ha dispuesto sabiamente leyes naturales y ritmos de
fecundidad que producen una separación en la sucesión de los
nacimientos»770. Por otro lado, puede suceder que existan motivos
graves y justos -de orden económico, médico o social- que hagan
obligatoria moralmente la no procreación de nuevas vidas. En
cualquier caso, la inseparabilidad de los aspectos unitivo y
procreador de la vida conyugal, según el plan de Dios, y la
actuación responsable con esa inseparabilidad piden que -aún
existiendo motivos graves para que no haya nuevos nacimientos-
los esposos han de estar siempre dispuestos a recibirlos, si es que
de hecho alguna nueva vida se siguiera de sus uniones.
765 JUAN PABLO II, Discurso al I Congreso Internacional de la familia de Africa y Europa, cit., n. 3.
766 GS, n. 51.
767 Cfr. HV, nn. 21-22.
768 Cfr. GS, n. 51.
769 Mensaje, nn. 11, 15.
770 JUAN PABLO II, Discurso al I Congreso Internacional de la familia de Africa y Europa, cit., n. 3;
cfr. HV, n. 11.
LA MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA: TEOLOGÍA Y PASTORAL 256
Dos cuestiones están aquí planteadas: una sobre la decisión de
procrear o no hijos; y otra, en relación con los medios a seguir para
poner en práctica aquella decisión. Para una y otra, el Sínodo ha
encontrado la respuesta responsable en la fidelidad al plan de Dios.
De ahí que, cuando no existan «motivos serios» en contra,
solamente la generosidad en la paternidad es la actitud congruente
con la consideración de la procreación como don de Dios771. De ahí
también que los esposos deban rechazar del todo el empleo de
«medios como la contracepción (...), la esterilización y el aborto» 772
para la regulación de los nacimientos, y recurrir exclusivamente a
aquellos que están de acuerdo con la naturaleza.
El Sínodo -a este respecto- ha exhortado vivamente a los
teólogos y científicos a que con sus estudios encuentren el modo de
ayudar a los esposos en la valoración y puesta en práctica del
designio de Dios sobre la transmisión de la vida. Es necesario llegar
a un conocimiento cada vez más profundo de los fundamentos
bíblicos y las razones «personalistas» de esta doctrina; y también,
de los métodos naturales en la regulación de los nacimientos.
2.3. La inculturación
774 Mensaje, n. 2.
775 Clausura, n. 9.
776 Mensaje, n. 3.
777 Clausura, n. 9.
LA MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA: TEOLOGÍA Y PASTORAL 258
Cuanto hasta aquí se lleva dicho acerca de lo que han
constituido, en el Sínodo, las líneas y planteamientos de fondo, nos
ha introducido ya en lo que -según mi opinión- son los principios
de la pastoral familiar y matrimonial alentada por el Sínodo. Y son
los principios fundamentales, porque a ellos deben reducirse todos
los demás. Se trata, por tanto, de unos principios cuya luz deberá
iluminar siempre la actividad de los matrimonios y las familias -y
también la que con esas instituciones se realice-; especialmente la
de los matrimonios y familias «normales», ya que nadie duda que
«en las condiciones actuales la evangeliza- ción de las familias se
hará, sobre todo, por otras familias»778.
778 JUAN PABLO II, Aloe. (23.11:1980), en «L’Osservatore Romano» (edic. en castellano)
(9.III.1980), 9.
779 Clausura, n. 8.
780 Ibídem, n. 5.
781 Ibídem.
LA MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA: TEOLOGÍA Y PASTORAL 259
huida o de absentismo de la vida o circunstancias concretas en que
se mueven los hombres. La tentación -por eso- más grave que
puede acechar a las familias y matrimonios cristianos no está en no
ser familias o matrimonios de su tiempo, sino en que, no siendo
fieles a la ley o plan de Dios, confundan el ser y misión de esas
instituciones con un adaptarse más o menos ficticio a las
situaciones que se presenten.
Es necesario darse cuenta del profundo valor transformante
presente siempre «en la doctrina y en la gracia de Cristo» 113, y de
que «sólo aquellos que se abren plenamente al misterio pascual
pueden aceptar las difíciles pero amorosas exigencias que
Jesucristo nos impone»782 783. «Por eso -ha dicho Juan Pablo II a los
matrimonios- deseamos renovar junto a vosotros la conciencia del
sacramento, de la que nace y sobre la que se desarrolla la familia
cristiana. Deseamos hacer que despierten de nuevo las potencias
divinas y humanas encerradas en él» 784. «Jamás se puede olvidar
que hay un sacramento, un sacramentum magnum, en la raíz y en la
base de la familia, el cual es signo de una presencia operante de
Cristo resucitado en el seno de la familia, así como es igualmente
fuente inagotable de gracia»785.
Y advertir este carácter de don que la ley comporta, conduce,
entre otras cosas, al optimismo y tono ilusionante que debe
impregnar el esfuerzo de las familias por superar las dificultades.
Las exigencias que la ley de Dios, como mandamiento, impone a las
familias, se pueden observar siempre, si se acude a los medios
adecuados.
793 Ibídem.
794 Ibídem.
LA FAMILIA COMO «EXPERIENCIA DE COMUNIÓN Y PARTICIPACIÓN, 262
Capítulo XIII
795 Cfr. CONC. VAT. II, Const. Gaudium etspes, nn. 12, 24, 25, etc. (en adelante GS).
796 JUAN PABLO II, Exh. Apost. Familiaris consortio, n. 13 (en adelante FC); cfr. GS, nn. 48, 49.
797 GS, n. 48.
798 Cfr. Gn 1, 26ss.
799 Cfr. FC, nn. 42-43.
800 Cfr. FC, n. 15.
LA FAMILIA COMO «EXPERIENCIA DE COMUNIÓN Y PARTICIPACIÓN) 263
un comentario a la Exhortación Apostólica Familiaris consortio, que
tan de cerca sigue el pensamiento de Gaudium etspes. (De esta
manera, además, se tiene en cuenta la invitación de Juan Pablo II a
los teólogos españoles en Salamanca, cuando les anima a que
procedan en sus reflexiones teológicas de modo similar al seguido
por Gaudium etspes: se debe profundizar en las enseñanzas de esta
Constitución -decía-, y también, de alguna manera, seguir un
método de análisis parecido al adoptado en ese documento por el
Concilio801).
809 Cfr. ibídem. En este número —según advierte la Relatio adn. 17 al Textus Recog- nitusy en
Acta Synodalia..., vol. IV, Pars VI, 444— no se tiene presente a la libertad de los h¡j os de Dios, sino la
libertad del hombre en cuanto criatura racional. Cfr. también, Ex- pensio Modorum al Textus denuo
Recognitus, en Acta Synodalia..., vol. IV, Pars VII, 385: «Primum opponitur voluntati Patrum, qui
voluerunt, ut libertas filiorum Dei non mis- ceatur cum libértate arbitrii, de qua in hoc numero».
810 Cfr. GS, n. 14.
811 Ibídem, n. 24.
812 Ibídem, n. 36.
813 Ibídem, n. 24.
814 J. RATZINGER, Matrimonio y familia en el plan de Dios, en «L’Osservatore Romano» (24.1.1982)
LA FAMILIA COMO «EXPERIENCIA DE COMUNIÓN Y PARTICIPACIÓN) 267
Esta es también la línea que sigue Familiaris consortio cuando
desarrolla su visión del hombre como «imagen de Dios». Como
criatura -viene a decir el Papa-, el hombre lleva de alguna manera
impreso en sí mismo el plan de Dios sobre el matrimonio y la
familia. Porque, como «Dios es amor» —es decir, un ser en
relación—, y el hombre ha sido creado «a imagen de Dios», la
relacionalidad o «el amor es la vocación fundamental e innata de
todo ser humano»815. Una vez que Él ha decidido crearlo «a su
imagen», la vocación al amor de tal manera pertenece a la
estructura del hombre que -se decía antes- éste se desvanecería sin
aquélla.
Esta estructura íntima del hombre, «imagen de Dios-Amor»,
determina desde sus mismos fundamentos el comportamiento
humano y tiene, en consecuencia, una decisiva importancia,
existencial y práctica, en el campo de la moralidad. Porque, entre
otras cosas, pone de relieve la primacía de la interioridad y el valor
primero y fundante del «ser» sobre el «obrar». Las normas y los
preceptos, que son necesarios, están orientados a favorecer la
decisión personal y libre que le corresponde al hombre, en cuanto
«imagen de Dios». Y por eso la obediencia a la letra de los
preceptos importa menos que la penetración en los sentimientos y
espíritu propios del «ser imagen»: es decir, lo verdaderamente
decisivo no es repetir -imitándole quizá- las acciones del Señor,
sino identificarse con Él por el amor y, como consecuencia, realizar
su misma actividad. Esa es la manera de proceder como verdadera
«imagen de Dios», al actuar y tener por sí mismo -en la verdad- la
decisión de la propia vida y libertad 816
La participación en el Ser de Dios -hay que notarlo bien en el
tema de la «imagen de Dios» en el hombre- no se realiza sólo en
cuanto al espíritu; también se lleva a cabo a través del cuerpo. El
hombre «es imagen de Dios» también en su dimensión corporal, en
817 Cfr. Relatio ad n. 14al Textus Recognitus, en Acta Synodalia..., vol. IV, Pars VI, p. 443: «Ad
satisfaciendum desideriis plurium Patrum ‘de anima’ non in n. 13, sed iam hic una cum corpore
sermo fit. Sic melius evitatur species dualismi; unitas enim animae et corporis melius efertur
(E/5633, E/3473) et ostenditur dignitatem corporis humani eo fundari, quod anima inmortali et
spirituali informatur (E/3626, El 3747, 5475)».
818 FC, n. 11.
819 Ibídem.
LA FAMILIA COMO «EXPERIENCIA DE COMUNIÓN Y PARTICIPACIÓN) 269
el hombre con el hombre, en cuanto «imagen de Dios». Sólo de esa
manera, a los otros se les ama por sí mismos -como personas-, y
sólo de esa manera el que ama así procede también como persona.
Sin embargo, para que sea verdaderamente familiar -y, en su caso,
matrimonial-, es decir, para que sea fundamento y manifestación
de esa íntima comunidad de vida y de amor que es la familia, ese
amor ha de estar configurado con unas características exigidas por
la humanidad del hombre, «espíritu encarnado».
El hombre y la mujer son naturalezas humanas completas y, en
cuanto tales, no necesitan de la unión con el otro sexo para
desarrollarse plenamente como personas. Por otra parte, la
masculinidad y la feminidad afectan a las zonas más profundas del
hombre y de la mujer, que de esa manera -en cuanto personas-
quedan afectados por la modalidad sexual masculina o femenina.
Por eso, la condición personal del hombre y de la mujer, siendo
igual en ambos casos, actúa, sin embargo, según la modalidad
masculina en el hombre y según la femenina en la mujer. De ahí que
el hombre y la mujer puedan relacionarse entre sí como personas,
haciendo abstracción de su condición de hombre y de mujer. Y -
teniendo en cuenta esa modalidad- puedan también limitar su
relación a aquellos aspectos que no son los específicos del hombre-
esposo (marido) y de la mujer-esposa (mujer). Pero si se relacionan
como marido y mujer -lo propio del amor matrimonial-, entonces
ese amor ha de dirigirse necesariamente al tú personal del otro en
cuanto sexualmente distinto y complementario. Eso es lo que
quiere decir amarse conyugalmente o como marido y mujer.
Del hombre y la mujer depende llegar a ser esposo y esposa.
Pero, en el momento en que libremente disponen entregarse como
don el uno al otro y convertirse en marido y mujer, surge entre
ellos el deber de amarse según esa manera propia, como marido y
mujer, como comunidad conyugal. Hasta entonces eran libres -
estaba en su potestad poder llegar, o no, a ser marido y mujer-;
pero después de tomar la decisión de convertirse en marido y
mujer, el único poder que tienen -en lo que radica su libertad- es
amarse, el deber de amarse como marido y mujer. Porque, gracias
al consentimiento y entrega mutua, es decir, «en virtud del pacto de
amor conyugal, el hombre y la mujer no son ya dos, sino una sola
carne (Mt 19,6; cfir. Gen 2,24)»820. Y a partir de entonces el hombre
821 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, ES Cristo que pasa, Madrid 1976, n. 24.
LA FAMILIA COMO «EXPERIENCIA DE COMUNIÓN Y PARTICIPACIÓN) 271
feminidad y la virilidad, por ser modalizaciones de la persona, son
absolutamente inseparables de la persona. En realidad, no son más
que dimensiones personales y, en consecuencia, no se dan sin la
persona única e irrepetible, cuya corporeidad hace que sea
masculina o femenina. Por eso, en definitiva, la unidad de la
persona -que no se puede romper- hace que el amor conyugal sea
exclusivo. En otro caso, no se amarían como esposo o esposa,
porque tampoco se amarían como personas: su amor no sería
auténticamente humano.
De esta manera se descubre, además, que la unidad y
exclusividad de la comunión conyugal está exigida también por «la
igual dignidad personal del hombre y de la mujer» 822. Las
relaciones del hombre y la mujer sólo pueden llevarse a cabo en
términos de igualdad, porque en el nivel de la condición personal la
paridad es total entre el hombre y la mujer -son igualmente únicos
e irrepetibles-, y porque la masculinidad y la feminidad no son más
que dos modos de ser, del cuerpo humano. Lo que, ciertamente, no
sucedería en el amor conyugal, si éste no fuera exclusivo, entre el
esposo y la esposa. No sólo rompen o van contra la comunión
conyugal la poligamia, la poliandria, las diversas formas de uniones
sucesivas o simultáneas..., sino cualquier forma de reserva o
egoísmo que pueda darse en la vida y unión conyugal.
Por otro lado -y esto es lo verdaderamente importante-, se ve
cómo la comunión de los esposos -derivación y manifestación de
esa unidad en la carne- ha de crecer y fortalecerse en la vida de
cada día «mediante la voluntad de compartir todo su proyecto de
vida, lo que tienen y lo que son» 823. Se trata por tanto, de vivir, con
el esfuerzo constante, una unidad de corazón y afecto, de
pensamiento e interés, como fruto de la unidad indivisible
matrimonial. Una unión que ha de darse en todos los niveles -del
cuerpo, del carácter, del corazón, de la inteligencia y la voluntad,
del alma- y que ha de desarrollarse y crecer más y más, cada día.
Esta consideración del matrimonio, como comunión del
hombre y la mujer en cuanto esposos, lleva como de la mano a la
consideración de la comunión más amplia de la familia. El amor
conyugal de los esposos, al dirigirse a la totalidad de su condición
de marido y mujer, no puede excluir ninguna de las dimensiones
JUAN PABLO II, Exh. Apost. Familiaris consortio, n. 43 (en adelante FC).
familia en el desarrollo y perfeccionamiento del hombre y de la so-
ciedad.
LA FUNCIÓN SOCIAL DE LA FAMILIA 277
1. Originalidad y peculiaridad de la participación
DE LA FAMILIA EN EL DESARROLLO DE LA SOCIEDAD
835 Cfr. CONC. VAT. II, Const. Past. Gaudium et spes, n. 48.
LA FUNCIÓN SOCIAL DE LA FAMILIA 280
ser «una sola carne»836.
Además de la relación conyugal -la propia de los esposos-,
existen dentro de la familia un conjunto de relaciones
interpersonales que han de observarse fielmente, si se quiere que
la vida de familia sea una verdadera comunión de personas: de los
padres y los hijos, de los hermanos entre sí, de los parientes, etc.
Porque el amor auténticamente humano y personal, no puede
dirigirse hacia su objeto de una manera indiferenciada, como si
todos los seres amados fueran iguales; por el contrario, ha de
aprobar todas las características que configuran la condición del
amado y al mismo tiempo se ha de observar la propia condición,
que también está conformada con unas concretas modalizaciones,
v.g., de padre, hijo, etc.
El amor de la familia es un amor de amistad con unas
connotaciones y dinamismo tales que lo identifican con una
identidad propia: como amor conyugal, paterno o materno, filial,
fraterno, etc. Como consecuencia -y a la vez exigencia- de darse
entre unas personas relacionadas entre sí con unos vínculos
específicos, esa amistad se convierte, por eso, en amor conyugal,
paterno, materno...
El amor y la comunión interpersonal se fundan
originariamente en la carne y en la sangre: lo que existe primero es
el hecho de ser esposo, padre, hijo, etc.; pero, por ser un amor
humano y personal, lo verdaderamente importante es la libre
decisión de actuar según la condición propia, tanto del que ama
como de la persona amada. Desde este punto de vista, cabe hablar
de desarrollo y perfeccionamiento del amor y de la comunión fami-
liar. Siempre es posible profundizar más en el conocimiento de las
exigencias inherentes a la condición de ser esposo, padre, hijo..., y
siempre es posible también un esfuerzo mayor por acomodar las
conductas a ese ideal previamente conocido. «El amor entre los
miembros de la misma familia [...] está animado e impulsado por un
dinamismo interior e incesante que conduce a la familia a una
comunión cada vez más profunda e intensa» 837. En concreto, los
esposos lo conseguirán «a través de la fidelidad cotidiana a la
promesa matrimonial de la recíproca donación total» 838, por la que
comparten «todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que
839 Ibídem.
840 Ibídem.
841 Cfr. Rm 10, 12.
842 FC, n. 21.
LA FUNCIÓN SOCIAL DE LA FAMILIA 282
sacramentos se participa y vive de su misma vida.
A cada miembro de la familia le corresponde una tarea
específica en la construcción de la familia, debiendo todos ayudar y
colaborar con los demás para cumplirla convenientemente. Un
factor determinante e imprescindible de esa colaboración
necesaria es que cada uno desempeñe su función propia de esposo,
padre, hijo, hermano..., ahí son insustituibles. El servicio recíproco
de todos los días, según la manera propia de cada uno, es el modo
práctico de vivir su vocación personal contribuyendo a la unión y
comunión familiar.
843 Ibídem.
844 Ibídem, n. 44.
LA FUNCIÓN SOCIAL DE LA FAMILIA 284
económicas, sociales, educativas, políticas, culturales- que
necesitan para afrontar de modo humano sus
responsabilidades» .
845
Antropología de la sexualidad,
Jacinto Choza.