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Todos los hermosos caballos

Leonardo Oyola

Te gustaba ir a la plaza de Casanova. Decí el por qué. Decí la verdad: era por la calesita.
Tenía caballos muy bonitos. Y pasaba música a un volumen tan alto como no lo
escuchaste jamás en ninguna otra. ¿Qué loco, no? Que en las calesitas no suenen, como
primera opción, canciones infantiles. Por lo menos en las de allá. Mejor. Cómo si los
estuvieran preparando para lo que les iba a tocar un par de años más tarde. Cuando las
vueltas fueran a la hora de salir a bailar. En tu caso, ahí nomás, a unas pocas cuadras de
la plaza yendo por República del Portugal hacia Ruta 3. El centro de esa calesita en esa
plaza tenía dibujados a Hijitus, Pichichus, Larguirucho, Oaky, la bruja Cachavacha, Pucho
y el Profesor Neurus; y lo que pasaba eran temas bien bolicheros.
El Italo disco. O Italo dance.
El calesitero –lo recordás siempre de jean, Topper blancas y remera Sun Surf manga tres
cuartos– con el correr de los años habrá ido cambiando a los personajes de García Ferré
por Los Pitufos, He-Man y Mazinger, Thundercats, Supercampeones, Chicas
Superpoderosas y El laboratorio de Dexter; pero no le aflojaba a esos temazos de los que
jamás ibas a olvidar ni el orden ni el enganche. El calesitero le heredó negocio y gusto
musical a un hijo que ahora pinta a Phineas y Erb, a los personajes de Hora de aventura y
a Mordecai & Rigby de Un show más mientras los caballos de madera aún giran al ritmo
de lo que escuchaba su papá.
Gira la calesita de Isidro Casanova como gira un disco en la bandeja.
Ni fu ni fa con la calesita de Atalaya. La mejor con la disquería que tenían enfrente. Te
grababan en casete los vinilos que vos quisieras. Fuiste a encargarle el que pasaban en
la calesita. ¿Ella es el jefe, de Mick Jagger? No ese no. El que ponen en la de Casanova.
Ah, Lo mejor de Gapul. Allá son gapuleros. Acá somos más rolingas… A veces se escapa
un Modern Talking. El de la disquería fue muy enfático en el a veces. De un lado te grabó
el volumen 1. Del otro, el volumen 2. ¿Adónde habrá ido a parar ese TDK negro?
Lo escuchaste un tocazo. Lo mejor de Gapul Vol. 1 –tanto el vinilo como el casete
original– tenía en la tapa la imagen de una chica de espaldas quitándose una remera,
vestida solo con unos shorts de jeans apenas un poco más chicos que los que sabía usar
la Prima Daisy. Cuatro temas tienen que pasar hasta que llega el que a vos aún hoy te
vuelve loco. El lado B arranca con una mujer despidiéndose en japonés. Tartamudeando
el sa-sa de Sayonara pegado a un sintetizador que ejecuta una melodía tradicional
oriental. Sigue con una que, ¿andá a saber?, porque en el título habla de camellos. En
tercer lugar un You and Me aniñado –demasiado aniñado– incluso para vos que tenes esa
edad en ese momento. Y en cuarto, un hombre –que por la voz apostarías es negro y no,
no lo es– pidiendo que marquen su número cuando los teléfonos aún tenían una rueda
para discar.
Y ahí nomás es cuando una hinchada corea Hey, Hey, Hey… una… Hey, Hey, Hey…
dos… y desde el estribillo estalla esa canción hablando de un nombre; que vos aún no
sabes que en realidad es el apellido de un actor del cine mudo, que al aparecer en
pantalla su estampa en blanco y negro también dejaba sin habla a mujeres y a hombres
por igual.
Valentino mon amour…
Everybody dream somebody…
Everybody want to say
Valentino, hey! Hey!
¡Qué tiempos aquellos!
¿No?
El 317 era azul. Un ramal terminaba en Los Pinos. El otro, al costado de las vías de
Casanova. Calle de tierra. Querías aprender a manejar motos. Tener una. Llegar al
boliche en ella. Al amanecer irte con alguien abrazándose a tu espalda. Cuando seas
cinco minutos más grande, vas a querer que ese alguien sea la chica de la tapa de Lo
Mejor de Gapul 1, la Susana Romero que fumaba Jockey club bailando en la vereda o la
vecina más linda de tu cuadra aprovechando que al novio le tocó la colimba. Mientras
tanto y en ese ahora, vas a querer que sea alguien como la Dale Arden del dibujito de
Flash Gordon. Que corra a vos y te abrace y te bese como ella hacía con él. Sabías
preguntarte si Flash Gordon ganaba por ser rubio y/o por tener los ojos azules. Sabías
preguntarte cómo podría uno cambiar el color de sus ojos y si vos alguna vez podrías
tenerlos como los de Flash.
Vas a aprender a manejar motos. Jamás vas a tener una propia. Pocas personas serán
las que se abracen a tu espalda. Con un par, vas a estar convencido de que ellas corren
hacia vos y de que vos corrés hacia ellas para abrazarlas como lo saben hacer Flash
Gordon y Dale Arden; y que eso va a durar para siempre (1) y hasta un para siempre (2).
Y no. No va a ser así.
Odias la calesita de Morón. Porque no tiene caballos: solo naves espaciales, jeeps y
tanques de asalto. Odias la calesita de Morón. Decí la verdad. Decí el por qué. La odias
porque es la que vos chocaste. Porque sabes que la única vez que diste una vuelta en
ella fue con la mamá de tu nene vestida de novia y vos con un traje negro del que
después solo supiste usar el saco cuando son otros los que se casan. ¿A dónde habrá ido
a parar el VHS que les filmó un conocido de tu hermano, militante del PTS? Lo vieron una
sola vez. Lo había editado tan fulero que nunca más volvió a entrar en la videocasetera.
Mucho menos se les ocurrió prestarlo. Audio e imagen no estaban sincronizados. Como
les terminó pasando a ustedes.
Chocaste la calesita de Morón y ahí fue cuando después de mucho, mucho tiempo,
volviste a Casanova. Buscando repetir todo lo que habías hecho antes y que te sabía
hacer muy feliz. Ya no era lo mismo. Hacía rato había dejado de serlo.
En el medio de una multitud agrupada en la pista retro del Jesse James, por los parlantes
coreando la hinchada Hey, Hey, Hey… una vez… Hey, Hey, Hey… dos veces… te
encontraste con el calesitero padre –que ya no usaba ni toppers blancas ni la remera Sun
Surf– junto a su novia de toda la vida y también madre del calesitero hijo, bailando las
mismas canciones que él solía poner a todo volumen. Pisaban el italo dance como si
fuera rock de pasillo. Y él guiaba con la zurda con la misma habilidad con la que
manejaba la mano derecha para la sortija. La luz ultravioleta resaltaba en todos los
presentes labios, ojos y uñas. Y en el calesitero una melena que era un racimo de canas.
Nunca te sentiste tan solo como esa madrugada de mierda en la que te supiste más
viejo… y otro.
¡Qué añito para olvidar!
¿No?
Al 317 lo habían pintado verde agua. El ramal que terminaba en Los Pinos ampliaba su
recorrido hasta Cristianía y Crovara. El de Casanova conservaba su ruta hasta el costado
de las vías. Aún esa calle seguía siendo de tierra. El agua te había llegado hasta el cuello.
No parabas de tirar manotazos de ahogado. Nadie. Nadie vino a ofrecerte una mano. Te
preguntaste: justo cuando los necesitabas, ¿a dónde se habían mandado a mudar Super
Hijitus, Papá Pitufo, los Amos del Universo, Leon-O y Koji Kabuto? Quisiste saber: nene,
¿qué vas a ser… cuando seas grande? Y no podías dejar de pensar, ¡¿por qué carajos
esa calesita del orto en Morón no tenía caballos?!
¿Qué esperabas?
Habías cumplido 33. Llegado el momento de cargar solo, bien solo, con tu cruz. Al
Mascherano de Alemania 2006 aún le faltaban un par de mundiales para agarrarte en una
semifinal en Brasil y arengarte, Chiquito; convencerte de que podías convertirte en uno,
cuando vos eras solo un ruego expresado a los gritos que vos no podías dar, un ruego
expresado por un de Enrique Iglesias meta torturarte con el si pudiera ser.
Si pudieras ser… ¿qué?
¿Si pudieras ser un héroe?
¿Si pudieras ser un Dios?
Si pudieras salvar mil veces… ¿a quién?
¿Si ni siquiera te podías cuidar a vos mismo?
Si pudieras ser…
Si pudieras ser es…
Si pudieras ser escr…
No te animabas a pedirlo. Mucho menos serlo. Te encantaba hacerlo. Era lo único que
querías en este mundo. Eso. Y ser el papá de Ramón. Nada más. ¿Y sabés que,
pelotudo? Ya lo eras. En ese entonces. Las dos cosas. No en tu mejor versión. Mucho
menos en tu mejor momento.
Volviste a la plaza de Casanova.
Volviste a ver la calesita girar como gira un vinilo.
Aprendiste por las malas que la única manera en la que los ojos se te pongan azules
como los de Flash Gordon es si te largas a llorar.
¡Y mierda que largaste los mocos, Flash!
Anhelando paz.
Y pidiendo un deseo.
Uno solo.
No pediste ser.
Pediste hacer.
Pediste seguir haciéndolo.
Daban vuelta todos los hermosos caballos (de madera). Chicas y chicos montaban sobre
ellos. Divagaste cuánto le faltaría a tu nene para poder sostenerse solo de las riendas.
Cuando lo ibas a ver galopar. Cuando lo ibas a volver a ver. Más lágrimas pensando en
Ramón. Pero no hay tiempo para llorar. La carrera ya está empezada. Mentalmente,
apostaste por el jinete que iba sobre el potrillo blanco para que sacara la sortija. Porque el
caballo era inmaculado como el de San Jorge y el jinete morochito como el Máicol de
Thriller y Bad, el Kun Agüero que la estaba rompiendo en Independiente y un Leonardo
Oyola de borrego. Ponele.
Sonando a todo volumen: Valentino mon amour / Everybody dream somebody /
Everybody want to say / Valentino hey! Hey!
Y vos que volvés a sonreír después de una larga temporada sin hacerlo.
Gira la calesita de Casanova. Y gira en el tocadiscos la cuarta canción del labo B de Lo
mejor de Gapul Volumen 1. Alan Ross anticipa una vez más el estribillo con estas
estrofas: Because the lights of your eyes / Looks like a million little stars / when you’re
talking about / You got to feel you full of / Full of emotions / Full of romantic dreams…
Cerrás los ojos. El corazón te deja de latir quinta a fondo, bajando dos y hasta tres
cambios. Inhalás. Exhalás. Suspirás. Volvés a abrirlos. El mini San Jorge/Máicol/Kun
Agüero está saltando de la alegría sobre su caballo blanco. Fuertemente agarrada en una
mano, la sortija. A un costado tuyo, sus padres festejando el triunfo de su hijito. Y sin que
ellos tres lo sepan, también vos.
Es una señal.
Es una buena señal.
Tenés que volver a escribir.
Tenés que volver con esa novela.
Tenés que seguir escribiendo.
En el cyber abrís el archivo. Capítulo VII: Bueno, por lo menos me dieron algo que no tuve
que robar o ganar. No dejas de pensar en que chocaste una calesita. En todas las
cagadas que te mandaste. En cuales fueron tus grandes éxitos. En cómo te supieron
castigar. En cómo vos mismo no pudiste con la culpa. Tipeas: Una cosa es que te den un
frentoki y otra que te den un Tate quieto, Guns’N Roses. ¿A dónde habrá ido a parar ese
diskette Verbatim beige? El diskette con más virus de la historia agarrados en no sabés
como cuantos locutorios en el Oeste. Al amanecer, vas a cerrar el Word y a ponerte a
boludear en Internet. En Youtube escuchar otra vez Valentino mon amour. Y en Wikipedia
buscar quién era el cantante y qué fue de su vida.
Conocido con el seudónimo de Alan Ross, te venís a enterar que el verdadero nombre de
este intérprete italiano es Massimo Respetto. Parece joda. Pero no. Y si era un chiste, lo
fue desde un principio: un tano entonando en inglés un tema cuyo título contiene una
expresión cariñosamente francesa para que sea un hit que baile tanto la people from Ibiza
como ñande gente en La Matanza; destacándose incluso dentro de la colectividad de
paraguayos en la que te criaste. Tomá mate. O mejor dicho: tereré. Dera sore yerá.
Gira la calesita. Como gira un vinilo en un tocadiscos. Como así también sabe dar sus
buenas vueltas la vida; ya sea en 33, 45 o 78 revoluciones por minuto. He ahí el porqué
de la existencia de actores del cine mudo con canciones que hablan de ellos. Videos con
audio desfasado. Y en el medio VOS que andás buscando tu propia VOZ. Eso es lo que
nunca sabrá que te ayudó a encontrar el calesitero de la plaza de Casanova. Y lo que
jamás se va a enterar que aprendiste gracias a él, Alan Ross/Massimo Respeto.
Massimo Respetto a la hora de escribir.
Massimo Respetto para todos aquellos que alguna vez te vayan a leer.
Massimo Respetto para los que abracen tus historias como se abrazan y se besan Dale
Arden y Flash Gordon.
Porque la luz de tus ojos / Parecen un millón de pequeñas estrellas / Cuando estás
hablando (escribiendo) / Tenés que sentirte lleno de / Lleno de emociones / Lleno de
sueños que sean románticos…
Crear. Querer. Creer. Bailar.
Bailar, escritor.
Bailar… Valentino mon amour.
Y todas las que te toquen.

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