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1) El elefante Fante

Hernan becerra salazar

Hace muchos años, los elefantes tenían la trompa chiquita, es decir, eran ñatos. No
tenían la larga trompa que se gastan ahora. Una vez el elefante Fante, quien tenía
fama de miedoso, y ahora es papá de todos los elefantes, iba con otros elefantes
jóvenes como él a beber agua del río. Como todos tenían la trompa chiquita sólo
bebían hasta donde su ñata les permitiera. Bien se sabe que la sed de los elefantes
es terrible, por eso el elefante Tito, el más travieso, chiquitín y orejón de todos, se
adelantó dos pasos demás y cayó en el agua.

- ¡Auxilio!, no sé nadar, ¡me ahogo!...glup, glup, glup –gritó el elefante Tito.

- No te preocupes, yo te sacaré –dijo el elefante Fante, quien estiraba su trompita lo


más que podía, mientras los demás elefantes lo miraban sorprendidos por su valentía.

- Glup, glup, glup –dijo el elefante Tito, bajo el agua y rodeado de burbujas.

De pronto, el elefante Tito glup, glup, glup estiró sus patas delanteras y glup, glup,
glup se agarró de la nariz del elefante Fante glup, glup, glup, y gritó:

- ¡Sácame, compañero! glup, glup, glup ¡Pronto! glup, glup, glup.

El elefante Fante le contestó con voz muy extraña:

-Do de peocubes, gombañedo, ge odita de daco de agua.

Empezó a retroceder. A medida que lo hacía el elefante Tito salía del agua, pero la
nariz del elefante Fante también crecía y crecía, se estiraba y se estiraba como un
pedazo de goma, un tubo de caucho o un palo de jebe.

-¡Oh, mi naniz! –pensó el elefante Fante. Todos los elefantes le llamaban héroe,
salvador, narigón valiente, sin dejar de mirarle la trompa. Desde ese día, los elefantes
nacerían con una larga trompa que les recuerda el heroísmo del elefante Fante; el
héroe, el salvador…el amigo narizotas…

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2) La pizarra que habla, juega y es tan divertida

Víctor Amar

Era la primera vez que iba a clase. No tenía demasiado miedo, pero aquella noche no
pudo dormir demasiado. Estuvo pensando y pensando cómo sería su primer día, así
que mientras no podía conciliar el sueño ideó una manera para que el tiempo pasara
lo más rápido posible.

José Buenaventura creyó que lo más conveniente era imaginar cómo sería el día
siguiente, aquella primera jornada frente a veinte chiquillos de entre cuatro y cinco
años.

Éste sería su primer contacto directo con estos niños. Cuando él estudió le enseñaron
y dieron muchos consejos de cómo debería tratar a los futuros alumnos, pero la
realidad siempre se le hacía muy diferente.

En su cama soñaba despierto que todos los niños se mostraban ilusionados con lo
que él enseñaba. Que lo hacía de modo agradable y que nadie se le distraía. De esta
manera imaginándoselo se quedó dormido.

Al día siguiente, el despertador sonó antes de lo habitual, había que vestirse para la
ocasión, por ello, la ropa bien planchada descansaba sobre la silla junto a la cama.
Aquel día no se hizo el remolón, se levantó inmediatamente. Se dirigió al cuarto de
baño, se aseó y afeitó, luego desayunó y se vistió. Hasta llegar al colegio sólo tuvo

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que caminar unos diez minutos, que se le pasaron volando, pues estaba muy
nervioso.

Una vez allí saludó a sus nuevos compañeros, quienes se mostraron muy contentos
con su llegada. Entre ellos murmuraban: ¡pobre maestro! En su clase no hay ni una
simple pizarra.

José Buenaventura llegó a su aula y saludó a los pequeños: "Hola a todo el mundo".
Pero éstos no le correspondieron. También para ellos era el primer día y no sabían
frente a quién estaban y como podrían suceder las cosas. Sólo Norberto, un chico
pelirrojo bastante despierto preguntó: "Aquí no hay pizarra". A lo que José
Buenaventura respondió: "Ésta gran pantalla será nuestra pizarra y con este
ordenador haremos todas las actividades".

Al parecer Norberto no había quedado muy satisfecho con la contestación y volvió a


preguntar: "¿Y usted dónde se sentará?" En esta ocasión, el maestro sonrió y dijo que
él siempre estaría de su lado. Al parecer la primera prueba con los alumnos no había
salido del todo mal. No obstante, para ello tuvo que explicar lo que era una pizarra,
pues creyó que la mayoría de los niños nunca habían visto una de éstas.
Seguidamente, dijo algo sobre su nueva pizarra y por qué estaba enchufada a un
ordenador.

Una vez todos se presentaron y mientras Norberto seguía haciendo preguntas de las
suyas, José Buenaventura encendió el ordenador y la pantalla se iluminó. En principio
resultó un poco fea pero, de repente, comenzó a hacer ruidos, emitir palabras y hasta
tenía música. Había muchos colorines y luego aparecieron dibujitos que se movían,
que charlaban entre ellos, que hacían preguntas…que invitaban a jugar.

Después de aquello, los chicos fueron al patio, jugaron con el resto de los amigos,
corrieron y saltaron muchísimo. Otra vez en clase estuvieron trabajando sobre
actividades que el maestro les mandó.

Los días fueron pasando y todos los alumnos estaban muy contentos con aquella
nueva pizarra que hablaba, invitaba a jugar y casi sin querer enseñaba cosas muy
bonitas. Cuando los pequeños se habían familiarizado con aquella herramienta,
también jugaban directamente con ella. Todos disfrutaban mientras aprendían y José

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Buenaventura cada día estaba más ilusionado pues veía cómo todos participaban.
Incluso Ramón, que tenía un problemita en las manitas, para él había una bola de
color azul con la que podía jugar y hacer dibujos, o bien colorear en el ordenador.

Él traía a la clase discos que colocaba en el ordenador y todo el mundo jugaba. A


veces, escribía algo y enseñaba juegos de otros países, pensados para los niños de
cualquier lugar del mundo. También veían la televisión, sólo los programas infantiles
y, de vez en cuando, mostraba lugares muy lejanos.

Un día, José Buenaventura dejó de venir al colegio. Nadie supo lo que le sucedió,
quizá nadie quiso preguntar qué le había sucedido. Así que me pusieron en su lugar.
Me extrañó muchísimo, el primer día que fui, que en la clase no hubiese pizarra, pero
pronto me acostumbré. En la actualidad soy incapaz de enseñar sin la ayuda del
ordenador y aquella pizarra que habla, juega y es tan divertida. ¡Ah! Lo había
olvidado, José Buenaventura está en la Universidad, un lugar donde enseña a los
mayores cosas sobre los niños y siempre que tengo alguna duda, acudo a él.

3) Tilín, Tilán, Tilón, Tilén y su amiga Tilún

Lourdes Becerril

Había una vez un lugar mágico donde vivían unos seres realmente asombrosos.

En el aspecto físico se parecía mucho a tí y a mí: tenía pelo encima de la cabeza; ojos
, nariz , boca y orejas; dos brazos y dos piernas. . . en fin, que a simple vista podían

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ser cualquiera de las personas con las que nos encontramos por la calle, en el colegio
o en nuestra casa.

Sin embargo tenían algo que les hacía especiales, diferentes, únicos. Y es que: Tilín
guiñaba un ojo y salía el sol; Tilán castañeteaba sus dientes y las nubes cubrían el
cielo; Tilón al mover sus orejas llovía ; y cuando Tilén aleteaba su nariz soplaba el
viento.

La pena era que no se conocía entre ellos. Cada uno iba a lo suyo y si se cruzaban
alguna vez en el camino se hacían los despistados y pasaban de largo.

Hacía ya un tiempo que andaban todos preocupados por un mismo problema.

Resulta que en el centro de aquel lugar había un Árbol muy Generoso que les daba
jugosos frutos para saciar su hambre y les proporcionaba una estupenda sombra
donde cobijarse los días de calor.

Pero un día se empezó a secar, se le cayeron las hojas y ya no daba esos ricos
frutos. Lo intentaron arreglar, cada uno por su lado, claro está:

-Tilín se acercó, guiñó un ojo y salió el sol que, al principio, hizo elevar sus ramas pero
al cabo del rato las quemó.

-Tilán castañeteó sus dientes y las nubes cubríeron el cielo dejándolo todo oscuro y el
árbol se asustó.

-Tilón movió sus orejas y empezó a llover, el árbol se puso contentísimo pero cuando
pasaron unas horas se ahogaba de tanta agua que caía y volvió a entristecer.

-Tilén también quería probar suerte, aleteó su nariz y sopló un viento que mecía las
hojas pero finalmente las hizo caer al suelo.

No conseguían nada y el pobre árbol empeoraba sin remedio.

Un buen día acertó a pasar por allí Tilún, una vecina de un lugar cercano, haciendo
turismo por la zona. Vio, miró y se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. ¡Ah! Tilún
también era especial porque cuando frotaba sus manos producía unas hondas
magnéticas que atraían hacia ella a todo aquel que se encontrase en su radio de

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acción. Enseguida se puso manos a la obra. Esperó, escondida tras una de las pocas
ramas sanas que le quedaban al Árbol, a que pasaran por allá Tilín, Tilán, Tilén y
Tilón y en el justo momento en que todos ellos andaban cerca frotó fuertemente sus
manos y los cuatro se vieron arrastrados a su lado. Cuando los tuvo lo
suficientemente cerca los miró fijamente y les pidió que cuando ella dijese sus
nombres hiciesen eso que sólo ellos sabían hacer. Tilún empezó a cantar:

"Tilín, Tilín mira quien está ahí (y Tilín hizo que saliese el sol)

es Tilán, Tilán que te va a ayudar ( las nubes taparon al sol por un esquinita)

acércate Tilón y caerá un chaparrón (y llovió)

nos faltas tú Tilén mueve sus hojas y harás bien (el viento sopló suavemente)"

Tilún les dijo que cada día viniesen juntos y cantasen esta canción. Así lo hicieron y
¿ qué creéis que pasó? pues claro, al Árbol Generoso le volvieron a salir las hojas y
los frutos y los cuatro amigos Tilín, Tilán , Tilón y Tilén descubrieron cuántas cosas
podían hacer juntos.

En cuanto a Tilún, siguió su camino viajando por el mundo. Si algún día la veis dadle
recuerdos de mi parte.

4) El estornudo Pirulo

Patricia Cabrejas Melero

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El estornudo Pirulo se ha caído de culo, ¡ menudo susto ! Tanto ha sonado que los
cristales han retumbado y los pájaros se han asustado. El estornudo Pirulo se ha echo
daño y está llorando, tanto lloró que el bigote Simón se asomo, ¿Que pasa Don Pirulo
que tanto está llorando y los rizos me está mojando?

El estornudo Pirulo que oyó hablar al bigote Simon de pronto se cayo, y enfadado
contesto:

-La culpa es tuya Simón, hiciste cosquillas a la nariz y de pronto tuve que salir, no
cogí bien la postura y caí en duro y de culo, me duele la rabadilla que es una
pesadilla.

Don Simón con alguna cana de experiencia contesto de buenas maneras.

-Pirulo te pido mil tropecientos perdones de corazones, pero si te hago cosquillas ,


llama a tú amiga la risa Sisa que te hará reír cada vez que haga cosquillas a la nariz,
de este modo te prepararás y de culo más no te caerás".

5) Rebelión en los cuentos

Joselina Beler

… y el león se cansó de ser rey

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… y las brujas se aburrieron de ser feas

… y las princesas odiaron los hechizos

… y los sapos a los principes…

… y entonces decidieron reunirse, todos los personajes de los cuentos, como una
protesta por sus dramáticos destinos (aunque casi todos tenían final feliz).

- "Yo me estoy perdiendo los mejores años de mi vida durmiendo por esperar que el
principe se digne a besarme" - dijo la Bella Durmiente.

- "Yo, aunque tomo sol, nunca estoy tostada y… siempre sigo blanca como la nieve" -
dijo la tradicional Blancanieves - "y eso que uso protector solar" - agregó, mientras
comía una manzana.

- "Y yo… siempre soy el narigón, mentiroso y… de madera en cada relato" - exclamó
Pinocho ofuscado.

Todos, muy enojados, hablaron con los Señores autores.

Como no lograron ponerse de acuerdo, los personajes de los cuentos organizaron un


paro general con movilización y todo. La marcha fue multitudinaria; la presidían los
tres canchitos, y contaban con famosos personajes como el "Gato" que lucía botas
nuevas, el "Patito" que fue a un Instituto de Belleza y estaba lindísimo y "la
Cenicienta" hermosa, en su carroza.

Aunque se demoró en la peluquería, Ricitos de Oro se apuró y llegó a este encuentro.


Incluso los personajes de los dibujos animados apoyaron esta medida de fuerza. El
Sr. Pedro y su esposa la Sra. Vilma Picapiedra, pasaron a buscar en "troncomovil" a
la familia Supersónica que no podía faltar a esta importante cita.

Llegaron tarde Batman y Robin porque no lograban encontrar lugar para estacionar el
"batmovil". Y se plegaron, solidariamente, los personajes de las canciones
tradicionales como: "La Farolera" que se cansó de tropezar y tropezar; "El Elefante
Trompita" harto de recibir chas-chas en la colita; y "Manuelita" la tortuga, que quería
quedarse, enamoradísima junto a su tortugo en Pehuajó. Yo no sé por qué¡¡.

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Y entonces ocurrió algo muy extraño. Las tranquilas mañanas y la quietud de los
larguísimos atardeceres contrastaron con las ruidosas noches. Lo que sucedió fue
que sin personajes, ya no había cuentos, y sin ellos ya ningún chico pudo dormir. Los
más perjudicados fueron los padres, quienes desesperados apelaron a los métodos
tradicionales, como contar ovejitas. Esto no funcionó, ya que las ovejas al enterarse,
huyeron hacia la marcha.

¿Cómo se solucionó el problema? ¿Cómo se arregló la situación? Por supuesto, los


chicos, que son grandes conciliadores, lograron lo que nadie podía: reconciliar a los
personajes con sus creadores, los autores. Desde ahora consultarán y participarán
ellos, los personajes, en el trazado de sus propios destinos; como en la vida ¿no?

6) Guala, la perrita aventurera

Lucía Noemí Barbagallo

Ésta es una historia que empieza al revés, termina al principio y sigue después. . .

En un pequeño pueblito vivía una hermosa perrita llamada Guala; ella era muy feliz de
vivir en libertad y de poder correr por las montañas, los ríos y los lagos sin que nadie
se lo prohibiera.

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Guala era realmente un animal muy especial. Caminaba todo el día buscando nuevos
amigos, aventuras y cosas nuevas para divertirse. Nunca se quedaba mucho tiempo
en ningún lugar, porque enseguida se aburría. Para ella la vida era emoción,
aventuras, magia, misterio. . .

Y ahora sí les contaré la historia que empezó al revés, terminó al principio y siguió
después. . .

Una tarde de primavera Guala se fue a pasear por la plaza del pueblo y allí se
encontró con sus amigas, "las perras vagabundas", con quienes jugó, corrió, saltó, se
escondió y se divirtió mucho. Al llegar la noche se despidieron y Gualita se fue a
dormir a su escondite preferido: un enorme hueco dentro de un tronco seco. Mientras
dormía soñó que era un pájaro y le encantó sentirse pájaro. Antes había soñado que
era un pez y también le había fascinado sentirse un pez. Algo empezó a inquietarla y
decidió ir a visitar al duende Serafín, que vive en los bosques, seguramente él podría
ayudarla.

Guala caminó durante tres días hasta que una tardecita debajo de un pino azul
encontró al duende durmiendo una larga siesta. Muy preocupada le contó que ella ya
no era feliz con sus amigas y que tenía muchísimas ganas de ser cualquier otro
animal o de vivir en otro lugar, como por ejemplo en el cielo. Serafín, que era muy
comprensible trató de ayudarla a pensar; pero ella insistía en que los bosques ya no la
divertían y que los ríos ya no tenían misterios para ella.

El duende, no muy convencido, accedió a ayudarla y le concedió el deseo que Gualita


le había pedido; pero le aclaró que no podría cambiar a cada rato de lugar y que si
ella se mudaba ya no podría volver a su hogar. La perra muy convencida le dijo que
aceptaba el desafío y que elegía vivir en el hermoso cielo junto a los pájaros, quienes
la alegrarían con sus bellos cantos y que podría disfrutar así de la fascinante
sensación de volar.

Serafín corrió a su casa y trajo un pequeño cascabel con el que tocó las patitas de la
perrita y ésta comenzó a despegarse muy despacio del suelo; fue elevándose
lentamente y subiendo hacia el cielo. Realmente Guala no lo podía creer; ahora sí se
sentía muy feliz, pues podía ver todo su mundo desde arriba, mientras subía pudo ver
a sus amigas corriendo en la plaza y a su amigo Juan jugando a las escondidas.

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Mientras se alejaba de la tierra saludaba al duende y daba saltos en el aire fascinada
con el nuevo mundo que le esperaba.

Cuando llegó a la primera nube, se sentó a mirar hacia abajo, pues no podía creer lo
que estaba viviendo. Al primer pájaro que pasó intentó saludarlo; pero éste se asustó
tanto de ver una perra voladora que se escapó volando a toda velocidad. Luego pasó
un gorrión, quien casi se desmaya al verla. Más tarde pasó una gaviota, quien al
escuchar sus ladridos salió llorando del miedo.

¡Pobre Guali! Nadie la comprendía. Tanto se aburrió de no hablar con nadie que se
quedó dormida. Al día siguiente al despertarse comenzó a buscar huesitos entre las
nubes, pero no pudo hallar ninguno. Nuevamente intentó hacerse amiga de otro
pájaro, pero en el cielo no están acostumbrados a ver perros, por lo tanto nadie quería
acercársele porque le tenían terror.

Así pasó nuestra amiga sus días en el cielo: sola, triste, aburrida y muerta de hambre.
Por fin se dio cuenta; ¡qué importante era ser perro!. Y ¡qué importante lo que uno es!.
Sentadita en su nube lloró día y noche, noche y día, hasta que Serafín comprendió
que Gualita había aprendido la lección y que ya no pretendería ser otro animal, y que
le daría mucho valor a su mundo, cuidándolo y respetándolo como debe ser. Entonces
el duende comenzó a bajar despacito la nube en donde estaba la perrita hasta que
llegó a la tierra. Los dos tuvieron una larga charla; Guali le confesó haber estado
equivocada con sus deseos y le auguró que lo que ella más quería en este mundo era
ser perra y jugar con sus amigas como siempre lo había hecho. La aventura no fue
fácil pero sirvió de mucho.

Y así termina esta historia que comenzó al revés contándoles el final al principio y la
aventura después.

En un pequeño pueblito vivía una hermosa perra llamada Guala que muy feliz se
encontraba con sus árboles, ríos y montañas. . .

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7) La araña y el gallo

Elisabet Alcaide

La araña saludó al gallo haragán desde un rinconcito del jardín. ¿Qué haría el gallo
ahí, pisando flores y mirándola con el pico abierto en un melódico quiquiriquí?

Pues señor, el gallo se había vuelto a quedar dormido y lo echaron del gallinero en un
revoleo de plumas y cacareos.

A la araña, sin embargo, le gustaba. El gallo, sí, el gallo. Era todo un galán, siempre
con el piropo justo en el momento acertado.

Ella, tan trabajadora, deslumbrada por un haraganote. . . Bien dicen que el amor es
ciego. . .

Pero hacían una buena pareja: ella chiquita y cazando alimentos como una leona y él
cantando con alegría para darle fuerzas.

En verdad para el gallo se trataba de una amistad, una buena relación: él cantaba y
ella saltaba rítmicamente por entre las telas como una bailarina. La arañita le
conseguía todo tipo de insectos para enriquecer su pobre comida fuera del gallinero.
Sería romántico eso de alimentarse con jazmines y claveles, pero esa comida de
jardín le hacía entonar un quiquiriquí que a él no le gustaba nada. Al comer los
insectos, en cambio, su canto era el de un tenor.

Decía el gallo:- Arañita, ¿cazaste más para mí?

Y la araña tenía siempre la misma respuesta:

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- Sí, gallo, yo te alimentaré, te protegeré, te mimaré y . . . - ¡y se interrumpía
emocionadísima!

-¡Qué buena amiga tengo! – pensaba el gallo.

Sí, sí, la araña era una verdadera amiga. Para él. Pero ella pensaba otra cosa: para la
araña, el amor había llegado a su vida.

Ni bien la arañita empezó a soñar con ese romance imposible, se abrió la puerta del
gallinero para el gallo, que de tanto verla trabajar, se había contagiado un poco, un
poquito, un poquititito así.

Cuando la araña pasó del jardín al gallinero para ver a su amado . . . ¡Sorpresa! Su
galán estaba al lado de una horrible gallina que empollaba unos espantosos huevos.

Tuvo muchas ganas de recurrir a su tía abuela la tarántula venenosa, pero justo en
ese momento el gallo comentaba con su voz más sonora:

- Amigos del gallinero, vengan aquí que les voy a presentar a mi mejor amiga, la
araña del jardín, que tanto me ayudó con su alegría para trabajar. . .

Tuvo que interrumpir las presentaciones porque un huevo empezó a romperse , y otro,
y otro, y otro. . . ¡Qué pollitos tan lindos!

La araña se sintió tía y ahí nomás les tejió la ropa más hermosa que hubo en gallinero
alguno.

Nuestra arañita fue muy feliz de poder compartir esa alegría con su amigo el gallo,
ahora lo veía claro, el mejor amigo de toda su vida.

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8) Julián de la Risa

Susana A. Aguilar

Julián era un niño diferente. Nunca reía. Vivía en su habitación y se negaba a salir de
ella. Tenía un montón de libros y juguetes que llenaban los armarios…pero no se
interesaba por nada.

Papá y mamá estaban muy preocupados, los médicos no sabían explicarles que le
ocurría a Julián… Un día compraron un pequeño canario y lo dejaron en una jaula
arrimada a la ventana de Julián para ver que sucedía. Por primera vez, el niño parecía
interesarse por algo…pasaba horas enteras mirando al animal. En silencio, seguía
todos los movimientos del pájaro en la jaula.

Pero el tiempo fue pasando y un día el canario enfermó. Desde una esquina de su
jaula, apenas movía un ala o una pata. Julián también permanecía inmóvil por
horas, .como si esa extraña enfermedad estuviese acabando con ambos. Fue
entonces cuando la tía Aurora llegó de muy lejos.

Papá y mamá la llamaron: ella no era doctora, ni enfermera ni nada de eso pero era
una persona muy especial: tenía un gran amor por los niños, los animales y las
plantas. Algunos hasta decían que ella conocía el idioma secreto de la naturaleza.

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La tía Aurora tomó al sobrino de la mano y sin más equipaje que la jaula, fue con él al
campo a un lugar maravilloso con verde por todas partes. Y mucho sol. Y cielo. Y un
tranquilo arroyo que corría entre flores y piedras. Primero ayudó al pequeño a
deshacerse de sus ropas: zapatos, medias, camisas salieron volando con el viento.

Luego, abrió la jaula y depositó al canario casi yerto sobre la hierba: el sol lo fue
calentando de a poquito, hasta que pudo incorporarse, después andar…saltar…
¡volar!. Lo hizo primero en círculos pequeños, después por encima del arroyo hasta
hacer un giro, como de despedida alrededor del hombro de su amigo…¡y cantó!

Julián nunca había oído algo así. Los sonidos para él habían sido siempre distantes o
confusos. Pero éste era tan claro, tan puro, tan profundo, tan cercano a él…¡cielos!
Dentro de si también oyó algo: un toc-toc que lo hizo estremecer. Primero, corrió del
susto. Y después del puro gusto al percibir que cuando corría todo sonaba a su paso:
las ramas de las plantas crujían, el viento silbaba, el agua también cantaba y hasta le
hacía cosquillas en la piel…

Todo su cuerpo sonaba a un ritmo muy extraño que le crecía de dentro y hacía
sacudir sus brazos, sus hombros, su pecho…ese sonido subía hasta el cuello y le
obligaba a abrir la boca para escapar hacia fuera…¡Si!…era su propia risa la que
estaba oyendo…y era tan clara, tan pura, tan profunda que todo el arroyo, las piedras,
las plantas, las aves, el cielo y la misma tía Aurora, felices, rieron con él.

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9) Don Pío, el carbonero

José Ignacio Dufur Aróstegui

Hace muchos, muchos años, vivía una familia de carboneros comunes; ya sabéis
esos pajaritos pequeños de color amarillo y pardo, que se alimentan de semillas y
viven en grandes colonias. Habitaban en las lejanas tierras del norte, en lo más
recóndito de un milenario bosque de castaños. Todos los pobladores del bosque los
apreciaban pues eran afectuosos y amistosos con sus vecinos.

Don Pío era el nombre del padre y a la madre todos la conocían como Doña Pía. Sus
tres hijos eran felices y juguetones. Les gustaba desplazarse por las ramitas cercanas
a su nido donde se escondían veloces cuando algún peligro acechaba. Todavía
faltaba algún tiempo para que se echaran a volar, así que trasteaban sin descanso:
tomaban el musgo que crecía en la corteza del árbol y eventualmente lo introducían
en su nido para, decían ellos, acolchar su algo desvencijada camita. Pero lo que más
llamaba la atención de otros carboneros, jilguerillos y verdecillos era que picotearan
aquí y allá, tratando , incluso, de engullir a las larvas de los insectos que plácidamente
vivían en las oquedades del tronco del viejo castaño. Además, llegaban a quitarse
plumón que dejaban por doquier o cambiaban de sitio las ramitas del nido y las
dejaban no importaba donde. Su madre, Doña Pía, enfurecida por semejante
comportamiento, les reprendía una y otra vez y Don Pío, nervioso por aquella
situación, acababa tomándola con su esposa, le gritaba y finalmente le retiraba sus
gorjeos durante algún tiempo.

Las cosas no mejoraban y el cabeza de familia apesadumbrado e incapaz de


solventar el problema se entristecía hasta tal punto que ya no parecía el de siempre.
Don Camachuelo y Doña Camachuela que acudían a visitar frecuentemente a Don
Pío decidieron hablarle: -Pío, ¿cómo es que estás ahí, tan atribulado con las tareas
que has de realizar? - Preguntó el señor Camachuelo. -Ah, ya. Ya lo sé, pero, no
tengo ganas de hacer nada. Es que…-. -No, no hace falta que nos cuentes nada. Lo
sabemos todo. No hace falta ser un búho para darse cuenta- replicó doña

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Camachuela- Si necesitas ayuda, has de acudir a Martín, la abubilla. Dicen que es el
más sabio del bosque. El te ayudará-.

Y así fue. Un día, antes de que su esposa y sus hijos se levantaran, se adentró aún
más en el bosque y llegó a la región de los abedules. Allí, en lo más alto del más bello
árbol, encontró a la abubilla, la del color de la caléndula. Don Pío, alicaído, contó con
plumas y señales lo que ocurría en su familia, mientras compungido perdía su mirada
en el suelo tapizado de helechos. Contó también que deseaba ser un magnífico
esposo y padre de familia y que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para
lograrlo. -No has de preocuparte. Toma una de mis plumas, la más negra de todas, y
hazla pender de tu cuello - musitó la abubilla. -Pero, ¿cómo podría yo…?-. -Calla y
haz lo que te digo.-afirmó imperativa -Vete después al aguadero de Punta Roma, allí
donde nace el sol-. -Pero…nadie puede ir allí, es un lugar prohibido-. -Déjame
terminar - continuó Martín - Nada te ocurrirá si haces lo que te digo. Desde mañana y
durante veintiséis días seguidos beberás el agua que por aquel arroyo discurre. Y
poco a poco, día a día, irás viendo y sintiendo cómo las cosas empiezan a cambiar
con tu ayuda.

Así es como Don Pío, el carbonero acudía presto a beber el agua de aquel manantial,
ataviado con la pluma del sabio Martín, el del color de la caléndula. De esa forma, don
Pío fue aguzando milagrosamente su vista hasta donde él nunca hubiera imaginado.
Y así fue como don Pío comenzó a mirar a su alrededor con otros ojos, los de la
sabiduría. Y así acertó a ver el comportamiento de las parejas de jilgueros, distinto al
de los pardillos, y el de estos distinto al de los escribanos y el de los pechiazules. Y
así, acertó a ver también como los otros padres carboneros guían a sus hijos para que
coman sólo semillas y no larvas y para que los pequeños observen cómo se comporta
un buen padre carbonero y sí el bosque pueda seguir siendo bosque y la ensenada,
ensenada y el risco, risco. Cuánto más observaba, más seguro se sentía de si mismo
y más firme y comprensivo se mostraba con sus pequeños y con su esposa.

Un día, mientras paseaba por la ribera de un riachuelo, se sorprendió de ver frente a


él al más llamativo y sonriente carbonero, al de pico más reluciente y poderoso que
había visto jamás. Cuando se dio la vuelta para saludarle quedó perplejo al no ver a
nadie pero más se extrañó aún cuando agachándose para refrescarse apareció

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nuevamente frente a él aquella figura. Sólo entonces comprendió que aquel a quien
veía no era sino el mismo, reflejado en esas cristalinas aguas: la figura del gran
carbonero que siempre había sido y que durante tanto tiempo había olvidado. Esta es,
pues, la historia del carbonero don Pío, cuyo recto proceder y empeño constante le
hizo conservar hasta nuestros días el valioso regalo que Martín, la abubilla, la del
color de la caléndula, le hizo. Y si dudáis de lo que os digo, observad cuando podáis
la negra corbata que pende todavía hoy de su pecho.

10) Las historias de zapas

Francisco de la Flor Terrero

En una hermosa tarde de invierno, cuando la vegetación ya comenzaba a adivinarse,


el Sr. Lezna lustraba un par de bellos y robustos zapatos recién acabados, de pieles
bien curtidas y de suelas bien cosidas. Quedó un rato contemplando su obra, y pensó,
sonriendo, en ponerles un nombre. Lo hacía con todas sus obras -aunque este acto le
suponía un trance más difícil que el hecho mismo de fabricarlos.

El trabajo de zapatero le obligaba a realizar las cosas por duplicado, pero aunque
pudiera parecer sencillo, nunca dos zapatos le salían completamente iguales; de ahí
la dificultad para nombrarlos, ya que era como bautizar a dos hermanos gemelos
cuyos destinos irían unidos hasta el fin. Casi siempre les llamaba con una palabra
idéntica y otra distinta, para indicar la semejanza y la diferencia que supone la
hermandad.

Así, resolvió tomárselo con tranquilidad y mientras pensaba en ello, los colocó en el
escaparate de su tienda-taller, para que pudieran conocer al resto de sus

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compañeros, se fueran acomodando a su nueva situación y, de paso, se distrajeran
observando a las personas que les curioseaban.

Como por azar, los recién llegados fueron instalados junto a una pareja de botines de
media caña, blancos, acharolados y llenos de curvas, con varias hebillas, y cordones
entrelazados de una forma muy coqueta. Dijeron llamarse Charo-Lyn y Charo-Lan.

A su derecha se encontraban un par de pantuflas, cómodas y mullidas; se


presentaron ellas mismas: "Como-Din y Como-Don". Frente a ellos, unos pequeñines
y tiernos patines de hilo, que -como apenas sabían hablar- entre todos les habían
puesto nombre: Patu-Quin y Patu-Con. Más allá, se asomaban unas frescas y
resistentes sandalias de cuero: Roma-Nin y Roma-Non y unos zuecos de madera de
tejo muy bien labrados y bellamente decorados: Zaco-Tin y Zaco-Ton.

Nuestros asombrados novatos se miraron perplejos ya que no sabían qué decir, ni


cómo presentarse, pues el Sr. Lezna, no les había comunicado su nombre.

Las Charo, dijeron que llevaban allí dos inviernos y que estaban un poco hartas, que
tenían ganas de trabajar y de salir de paseo, pero que todo dependía de las personas
que las comprasen. Desde luego, ellas eran emprendedoras y no querían caer en
"pies" de cualquier mujer; así, cuando alguna se encaprichaba de ellas, si no estaban
de acuerdo, se achicaban y se encogían para molestarla hasta el punto de hacerle
sentirse incómoda y obligarla a cambiar de opinión. Parece que esta estrategia les
había sido de utilidad hasta el momento, pues ya habían superado varios
desagradables intentos de compra.

Los Como dijeron que a ellos les daba igual quien se los llevara, que no querían una
vida ajetreada, sino tranquila, de estar por casa y esas cosas. Se habían
acostumbrado a la paz y a la tranquilidad de la tienda y no querían saber nada de
trabajo ni de ruidosas calles.

Sin embargo, los Roma comentaban que estaban deseando conocer mundo, que
desde que los pusieron en el escaparate no habían pegado ojo. Estaban excitados
sólo con ver a las diferentes personas con sus distintos tipos y atuendos, que
parecían haber salido de lugares muy diversos. (Se daba la circunstancia de que la

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tienda del Sr. Lezna estaba situada en una ciudad portuaria y bulliciosa). Eso sí, sólo
deseaban que su futuro dueño o dueña, fuera de gran vigor y "culillo de mal asiento".

Los Zaco dijeron que puestos a pedir, ellos deseaban estar en su medio, junto a sus
padres, o por lo menos cerca de sus parientes, y pensaban en una familia de
labradores que vivía cerca de la ciudad y que cultivaba el campo en un gran terreno
junto a un bosque de tejos, chopos y álamos, y que ya había visitado por dos veces la
tienda-taller del Maestro sin decidirse a comprarlos.

Los Patu balbucearon algo, pero no era necesario que dijeran nada porque se podía
adivinar que ellos podrían ser muy felices con cualquier familia que tuviera un bebé.

Nuestros protagonistas no salían aún de su asombro, cuando llegó el Sr. Lezna y les
dijo: "Ya sé, ya sé. Os vais a llamar Zapa-Tin y Zapa-Ton". Ellos suspiraron aliviados y
se pusieron muy contentos, pues no sólo tenían nombre sino que las palabras del
Maestro les sirvieron de presentación para la comunidad.

Los Zapa, poco a poco, se iban acomodando a su nueva situación, disfrutando de la


compañía de los demás al compartir sus deseos e inquietudes.

Sin embargo, inevitablemente, les surgió una pregunta: ¿Y ellos? ¿qué sería de ellos?
Se habían dado cuenta de que su destino iría unido al de la persona que los
comprase, aunque como ya habían oído por las Charo, algo se podía hacer para
oponerse en caso de no gustarles. Este interrogante desembocó en una conclusión
compartida: tendrían que observar a las personas, conocerlas, tanto a las personas de
fuera de la tienda, como a sus fabricantes.

Empezaron por investigar cómo fabricaban otros calzados el Sr. y la Sra. Lezna. Así
podrían encontrar pistas de cómo fueron realizados. Entonces descubrieron que la
Sra. Lezna compraba las pieles en el mercado y que se dedicaba a adobarlas,
encurtirlas y entintarlas; mientras que el Sr. Lezna, las cortaba, las cosía, las pegaba y
les daba la forma precisa. Era un trabajo conjunto, armónico, y bien sincronizado;
aunque no por ello menos paciente y laborioso.

Vieron además cómo disfrutaban con su labor, pues antes de ponerse a trabajar,
ambos hablaban de sus futuras creaciones: elegían los mercados, las especias y

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colores, y siempre, siempre, dibujaban entre ambos sus proyectos. Y a pesar de que
el resultado final era distinto, se podía ver en ellos la idea original.

Entonces pudieron apreciar el cuidado y el cariño que pusieron en ellos desde que
fueron unos simples pensamientos dibujados, hasta su estado actual, considerando
que esas cualidades que habían visto en sus creadores, así como la paciencia, la
ilusión, el diálogo y la entrega en el trabajo, deberían también formar parte, lo más
posible, de sus futuros dueños.

Esta minuciosa observación de los Srs. Lezna, alternaba con la de las personas que
se asomaban al escaparate o que entraban en la tienda-taller. Vieron que por la
mañana venía un tipo de personas, otro al mediodía, y otro por la tarde; y que también
el público era distinto tanto entre semana, como al final de la misma. Y que el atuendo
que llevaban variaba según la hora, el día, y la estación del año. Así, y con el tiempo,
pudieron concretar sus propios deseos y delimitar sus propios sueños. Descubrieron,
entre tantas personas, otras cualidades que les agradaban, tales como la elegancia, la
belleza y el orden.

Entretanto, ocurrió un suceso doloroso para nuestra pequeña comunidad. Un día,


apareció una joven, delgada y morena, de cara ovalada y grandes ojos negros, y con
libros bajo el brazo. Con talante decidido entró en la tienda y pidió probarse a las
Charo, con tan buena y mala fortuna que quedaron recíprocamente satisfechas. Ella
decidió llevárselas, y ellas se fueron encantadas. La desgracia consistió en que no
hubo tiempo para la despedida al crearse una situación parecida a la de una muerte
repentina.

Todos quedaron consternados, pues aunque sabían que la desaparición de algunos


de ellos podía pasar en cualquier momento, no estaban preparados para un trance
así. Quedó un hueco muy grande que los Srs. Lezna tardaron en reponer. Todos los
compañeros sintieron la pérdida, hablando durante mucho tiempo de los momentos
pasados en su compañía, recordándolas casi de continuo. Al fin, y después de dos
estaciones, se pudieron alegrar por ellas, ya que la mujer que se las llevó coincidía,
en gran medida, con las aspiraciones expresadas tantas veces por las Charo.

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Los Zapa, por su parte, se consolaban de la pérdida soñando que, tal vez, algún día,
pudieran reencontrarse, y quizás, hasta volvieran a compartir de nuevo un mismo
espacio.

El joven Sr. Anzel decidió finalizar sus estudios de botánica preparando para ello su
tesis doctoral sobre "Floración de los Arboles y Plantas de su ciudad".

Ello requería un trabajo no sólo de biblioteca, sino también de campo. Así, para
trabajar mejor, fue a comprar -entre otras cosas-, unos zapatos cómodos y
resistentes. Recordó unos que había visto en primavera en una tienda-taller cercana a
su domicilio. Fue decididamente a por ellos.

Estaba ilusionado con su trabajo, ya que conjugaba en él su amor por la naturaleza y


su pasión por la ciencia. Era un trabajo que requería saber esperar, saber observar y
conocer los rincones de su ciudad. El ya sabía que al azahar florecido durante las
fiestas, le seguirían las buganvillas de mayo; y a los magnolios de junio, junto a
jazmines y damas de noche, las acacias de julio. Pero quería investigar todo eso a
fondo y poder cerrar el círculo, pues había observado que en su ciudad había plantas
que florecían durante todo el año.

Mientras iba realizando su labor por las calles, notaba cómo en algunos momentos,
sus pies no le obedecían, y le obligaban a pararse, sin estar cansado.

Observó que esto le ocurría con mujeres jóvenes y, como quedaba tan avergonzado,
no tenía más remedio que iniciar algún tipo de conversación. Más tarde, todo parecía
indicar que de nuevo era dueño de la situación, y entonces ya sí podía encaminar los
pasos según su voluntad.

Por las noches reflexionaba sobre esto y se decía que quizás esa sensación se
debiera a un impulso desconocido para él. Quizás se había pasado gran parte de su
vida entre libros y quizás había descuidado el tema amoroso; tal vez por eso, ahora
esa faceta de su vida reclamaba una mayor atención...

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...Ocurrió una tarde, en el Paseo de los Magnolios. Sus sentidos estaban puestos en
aquellas flores grandes como alcachofas y en la fragancia que exhalaban. Examinaba
una de ellas detenidamente cuando de nuevo sus pies lo dirigieron a uno de aquellos
bancos situados bajo uno de aquellos grandes árboles.

Allí se encontraba una mujer joven, delgada y morena, de cara ovalada y grandes ojos
negros, que leía plácidamente. De nuevo se sintió azorado e inició una conversación.
Pero esta vez no pudo recobrar el control, ya que no eran sólo sus pies los que no le
obedecían, también estaban fuera de sí su boca, su corazón y su mente. Cuando a
duras penas pudo recobrar el dominio, sintió que toda ella, era la flor más hermosa y
fragante que habría podido encontrar nunca. No sólo le pareció bella su persona, sino
todo lo que llevaba puesto, y en especial, aquellos botines blancos acharolados.

11) Oda de la tortuga Bartola

Manuel Granado Palma

Con una gorra azul, unas gafas de sol y un cigarrito en la boca, caminaba muy chulita
una tortuga... Era la tortuga Bartola.

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Así iba Bartola cuando volando por allí le llamó un pajarito que comía galletas... Era el
pajarito Crispín.

- Hola Bartola, ¿a dónde vas caminado tan sola? Con tu gorra azul, tus gafas de sol y
el cigarrito en la boca.

- Déjame tranquila, pajarraco cotilla, o te daré una torta. Además, a ti que te importa a
donde voy.

El simpático Crispín se fue llorando, mientras Bartola se reía de su llanto, ja, ja, ja,
ja ...

Y siguió caminando Bartola, con su gorra azul, sus gafas de sol y el cigarrito en la
boca. Así iba Bartola cuando de un árbol grandullón la llamó un mono que comía
natillas. . . Era el monito Pilón.

- Hola Bartola, ¿a donde vas caminando tan sola? Con tu gorra azul, tus gafas de sol
y el cigarrito en la boca.

- Déjame tranquila, mono tontorrón o te daré una torta. Además, a ti que te importa a
dónde voy.

El juguetón Pilón se fue llorando, mientras Bartola se reía de su llanto, ja, ja, ja, ja...

Y siguió caminando Bartola, con su gorra azul, sus gafas de sol y el cigarrito en la
boca. Así iba Bartola cuando se fue a encontrar con un oso panda que comía
chocolate. Era el panda Patrás.

- Hola Bartola, ¿ a dónde vas caminando tan sola? Con tu gorra azul, tus gafas de sol
y el cigarrito en la boca.

- Déjame tranquila, panda gordinflón o te daré una torta. Además, a ti que te importa a
dónde voy.

El sonriente Patrás se fue llorando mientras Bartola se reía de su llanto, ja, ja, ja, ja ...

Así iba Bartola cuando de un charco muy limpio apareció un cocodrilo que comía
¡tortugas! Era el cocodrilo Saturnino.

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- Hola Bartola, ¿a dónde vas caminando tan sola? Con tu gorra azul, tus gafas de sol,
y el cigarrito en la boca.

- Déjame tranquila, cocodrilo gruñón o te daré una torta. Además, a ti que te importa a
dónde voy.

Pero a Saturnino esta respuesta tanto enfadó que, abriendo su enorme boca de un
solo bocado a Bartola se tragó.

Y tras hacer Saturnino la digestión. . . ¡apareció Bartola muy sucia y llena de caca! Y a
todos pidió perdón.

12) El sueño de Paola

Enrique Hernández Campos

Una mañana más Paola se había despertado en la cama de su habitación con


lágrimas en los ojos. Limpiándoselas con la manga del pijama, procedió a cumplir con
la rutina diaria de su aseo, desayuno y posterior marcha a la escuela. El día había
amanecido gris, y hacía juego con el resto de la ciudad. Cuando Paola llegó a su
colegio, sintió miedo de que la profesora le hiciera aquella pregunta que tanto le
preocupaba.

- Buenos días niños, ¿qué habéis soñado hoy?

Y es que Paola tenía un problema, un gran problema a decir verdad: ella no había
soñado nunca, no sabía lo que era soñar. Por eso la daba mucha envidia cuando sus
amigas comentaban que habían soñado con ese chico tan guapo de la otra clase, o
que eran famosas, o simplemente con toneladas de caramelos o helados de
chocolate.La otra pregunta que no sabía responder era la de que cuál eran sus
sueños de cara al futuro. Sus amigas decían que su sueño era casarse con un
millonario guapo o ser tan famosas como esa actriz que se salva de un naufragio en
un barco llamado "Gitanic" o algo parecido. Cuando hacían esta pregunta a Paola
respondía que su sueño era llegar a soñar algún día, y todos se burlaban de ella, y
Paola quería morirse...Esa misma tarde, volviendo a casa, decidió sentarse en un
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parque que había allí cerca, uno de los pocos lugares que no eran grises en aquella
ciudad. A los diez minutos de sentarse, se le acercó un hombre extraño, delgado, con
perilla, y que andaba cojeando con bastante dificultad.

- ¿Puedo sentarme a tu lado? –preguntó amablemente.- Si usted quiere...

Paola pronto olvidó la presencia de aquel hombre y siguió pensando en lo bonito que
sería llegar a soñar alguna vez.- Soñar es muy bonito, pero también peligroso algunas
veces –dijo de pronto aquel misterioso hombre.

- Pero, ¿cómo ha sabido en lo que estaba pensando? –preguntó asombrada Paola.-


Eso ahora no importa. Dime, ¿quieres conocer el Mundo de los Sueños?- Sí, pero...

- Entonces sígueme –y aquel extraño hombre se introdujo por una puerta junto al
banco que jamás había visto ella anteriormente.

Paola tenía miedo, pero había algo que la inspiraba seguridad, y entró...

El Mundo de los Sueños era maravilloso. Todo estaba inundado por multitud de
colores y de luces brillantes que se te metían por los ojos y te hacían sentir como
cabalgando a lomos de un increíble arco iris. El aire olía a una mezcla de algodón de
azúcar y de hierba mojada por el rocío de la mañana, y los sonidos que acompañaban
a estos olores eran dulces como el de las abejas libando la miel y melodiosos como
un millar de querubines celestiales tocando sus arpas.Paola estaba muy emocionada,
y su cuerpo no se cansaba de recibir bombardeos de sensaciones, olores, sabores y
sentimientos que la iban llenando poco a poco el hueco dejado por la falta de sueños
a lo largo de sus trece años de vida.Cuando finalizó este bombardeo, Paola se sintió
llena. Llena de increíbles colores, como el Mayok Cianítico, que acababa de inventar,
o de sensaciones tales como volar bajo el agua, o incluso de paladear sabores tales
como refresco de agua de luna (sin burbujas). Entonces se dio cuenta de la existencia
de dos puertas a su derecha. En las dos estaba escrito su nombre: una era del color
de la alegría y la felicidad, y la otra del color de la tristeza, la oscuridad y el llanto.

- ¿Qué he de hacer ahora? –preguntó Paola al extraño hombre.

- Has de entrar en las dos puertas. En una encontrarás tus sueños más hermosos, y
habrás de quedarte con tres de ellos. Elige bien, porque si no lo haces, tus sueños se

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convertirán en Pesadillas, que son la parte más oscura de este maravilloso Mundo. La
puerta oscura está llena de Pesadillas, y habrás de entrar en ella para poder
reconocerlas, y si se te presentan algún día, vencerlas con tus mejores sueños.Paola
entró en la Puerta de los Buenos Sueños, y allí se encontró con las cosas más
hermosas que jamás había imaginado. Tenía al alcance de su mano todos los sueños
del mundo, millones de sueños, y aunque deseaba quedarse allí contemplándolos
eternamente, se apresuró a elegir tres. Tras mucho dudar, escogió en primer lugar
uno relacionado con su futuro: sería una maravillosa pianista de fama internacional,
con una familia maravillosa y ofreciendo siempre su trabajo a los más necesitados; en
segundo lugar escogió la amistad, la honradez y la lealtad, en todas sus formas y
variantes positivas; y por último se quedó con algo muy valioso: la alegría, la paz y las
ganas de vivir. Atrás quedaban infinidad de sueños de riquezas, poder, egoísmos...
que atraían mucho, pero que a la larga te pasan facturas tales como la soledad y las
tinieblas.Al salir al exterior, el misterioso hombre se dirigió a ella.- Enhorabuena, has
elegido sabiamente, y por ello te regalaré un nuevo sueño: el Amor. Con este sueño
pasarás por muchos momentos felices, y por algunos tristes, pero al final te verás
recompensada con una gran felicidad.Paola miró dentro del sueño del Amor, y sonrió
al ver su interior... pero fue de nuevo interrumpida por el hombre cojo para recordarla
que debía entrar en el Mundo de las Pesadillas antes de poder abandonar el Mundo
de los Sueños.

Con un poco de miedo, Paola abrió la puerta y entró. Un escalofrío recorrió todo su
cuerpo al sentir la angustia y el miedo que allí reinaban. Todo estaba distorsionado, y
el único sonido que se escuchaba era el de una diabólica carcajada. Todos sus
miedos afloraron en un instante y la invadieron de un irracional temor. Tenía que
escapar de allí, pero no sabía cómo. En ese momento notó algo que no paraba de
palpitar en su mano izquierda: era el sueño del Amor, y al mirarlo, todo acabó de
repente...- ¡Eh, chica! ¡Despierta! ¿Estás bien? Estabas gritando. Parece que te
habías quedado dormida y hablabas en sueños –preguntó un joven.- Imposible, yo no
sé soñar, estará equivo... –pero Paola no pudo continuar. Acababa de ver la cara del
chico que la estaba hablando y se había quedado muda al reconocerle: era el mismo
que había visto en su sueño de Amor.

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- Pues para no soñar, dabas unos gritos muy reales.- Oye, ¿has visto a un hombre
con perilla y cojo por aquí?

- Sí, se acaba de ir. Me encargó que te dijera que confíes en tus sueños, y que
siempre que le necesites, estará a tu lado para ayudarte.- Gracias por todo, allá donde
hayas ido. No te olvidaré nunca –dijo Paola en voz baja.

A partir de ese día, Paola soñó todas las noches, acabó cumpliendo sus sueños, y
nunca tuvo pesadillas...

El hombre cojo había cambiado su vida.

13) Una bruja al revés

Cristina Martín

Lo que voy a contar es una de las tantas historias de Brújula, la bruja miedosa, que
sale de viaje un lunes de primavera con sol. Prepara su atadito de ropa, deja todo
arreglado, monta su escoba vieja y saluda a su amiga Liebre y al compadre Lechuzón.
Ellos se quedan tranquilos porque saben que Brújula no se perderá. De eso están
seguros.

Brújula despega como siempre: voltereta por aquí, voltereta por allá y más allá. Toma
vuelo, hincha sus pulmones y ZUMMMMM, empieza el viaje, más rápido que su amiga
Liebre y con los ojos abiertos como los del compadre Lechuzón. Juega con su escoba

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y bailotea en el cielo gris. Vueltas redondas, giros en zigzag, caídas en tirabuzón.
Dale que dale a las vueltas, a los giros y a las caídas.

De pronto, el gris del cielo se rompe porque Brújula se encuentra con una cosa blanca
y suavecita que anda paseando por ahí.

- ¿Quién sos? -pregunta la cosa blanca y suavecita.

- Soy Brújula y tengo escoba para volar.

- Con lo que me gustaría volar en escoba. Yo me desparramaría toda en tu pollera


larga y sería una nube-escoba que vuela. ¿Querés?

- No, las escobas son para las brujas. Y sin mas explicaciones, sigue su viaje más
rápido que su amiga Liebre y con los ojos abiertos como los del compadre Lechuzón.

El cielo empieza a ponerse rojo, rojo y caliente también, tan caliente que le dan ganas
de arrancarse el vestido negro, porque el calor le ahoga la garganta. Pero una bruja
sin vestido negro no es una bruja. Y Brújula es una bruja con todo: vestido negro,
nariz ganchuda, pelos duros y risa ruidosa, aunque con miedo. Eso sí.

En el cielo aparece una luz cada vez mas caliente, caliente y roja.

- ¿Quién sos? -pregunta la luz roja.

- Soy Brújula y tengo escoba para volar.

- ¿Sabés que me gustaría andar en escoba? Me engancharía en tu pelo y sería un


sol-escoba que vuela. ¿Querés?

- No, las escobas son para las brujas.

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Y otra vez de viaje. Más rápido que Liebre y con los ojos abiertos como los del
compadre Lechuzón. Ella los recuerda y una lágrima chiquita se le engancha en el
gancho de la nariz. ¡Que no lo sepa nadie, eh! Porque las brujas no lloran.

Da media vuelta de escoba y rumbo a casa. Mientras, el cielo se tiñe de negro como
Brújula. El miedo le vuelve otra vez pero se lo aguanta. Si se enteraran Liebre y
Lechuzón, cuánto se reirían. Y eso a ella no le gustaría ni medio.

Todo el cielo se pone negro, de un negro renegrido. De pronto, tiquitic, tiquitic, tiquitic,
tres puntitos blancos alumbran el negro del cielo y el de su vestido también.

- ¿Quién sos? -preguntan los tres puntitos blancos.

- Soy Brújula y tengo escoba para volar.

- Con lo que nos gustaría volar en escoba. . . nos prenderíamos en el volado de tu


blusa y seríamos tres estrellas-escoba que vuelan. ¿Querés?

- No, las escobas son para las brujas.

Dice esto y siente que el miedo se le está viniendo otra vez. Y cuando el miedo se le
mete adentro, le da más miedo todavía. Ya quisiera estar con Liebre y Lechuzón. Pero
falta bastante.

En eso aparece Don Viento Fuerte fffffff, un poquito, fffffff, otro poquito y fffffffffffffff con
todas las ganas. Brújula da vueltas para acá y para allá.

El vestido se le enreda en la escoba, la escoba se le resbala entre los dedos. Los


dedos de Brújula tiemblan: los de las manos y los de los pies también. El temblor le
sube desde el vestido todo negro a la garganta y le hace parar los pelos que se le
ponen más duros que nunca.

Si, el miedo es muy grande. Más grande que el cielo de las Tres Marías, de la nube y
del sol.

- ¿Qué te pasa, que estás tan temblorosa? -Le pregunta Viento Fuerte con su voz de
ventarrón.

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- Nada, es que, es que. . . se me hizo un poco tarde, sabés. Y mis amigos me
esperan.

A Brújula le gustaría contarle que ella no da miedo como sus amigas brujas, que ella
es la que tiene miedo. Pero no, faltaría más.

Se detiene un ratito y piensa muy seria: ¿Por qué no puedo ser miedosa?

Bueno, no es cuestión de perder tiempo. Liebre y Lechuzón la estarían esperando.

Acomoda su vestido, ordena su atadito de ropa, monta su escoba vieja y ZUMMMMM,


otra vez de viaje.

Entre voltereta y voltereta y para espantar un poquito el susto que aún le queda,
canta: Larali, laralá, soy una bruja con miedo y ya está, laralí, laralá. . .

Llega por fin a su casa un martes de primavera con sol.

Liebre y Lechuzón están muy tranquilos en la puerta, como si nada, seguros de que la
amiga volvería.

Si no, no se llamaría Brújula, ¿no te parece?

14. LA GRAN RUEDA DE AGATO KRISTOF

RUBEN GARCIA GARCIA

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Hay alguien a quién todavía no he tenido nunca ganas de matar.
Eres tú. Puedes caminar por las calles, puedes beber y caminar por las calles, no te
mataré. No tengas miedo. La ciudad no tiene peligro. El único peligro de la ciudad soy
yo. Camino, camino por las calles y mato.
Pero no tienes nada que temer. Te sigo porque me gusta el ritmo de tus pasos. Te
tambaleas. Es hermoso. Se podría decir que cojeas. Y que estás jorobado. Pero en
realidad no lo estás. De vez en cuando te enderezas y caminas recto.
Pero a mí me gustas en las horas avanzadas de la noche, cuando estás débil, cuando
tropiezas, cuando te encorvas. Te sigo, tiemblas. De frío o de miedo. Sin embargo
hace calor. Nunca, casi nunca, quizá nunca haya hecho tanto calor en nuestra ciudad.
¿De qué podrías tener miedo? ¿De mí? No soy tu enemigo. Te quiero. Y nadie más
podría hacerte daño. No tengas miedo. Estoy aquí. Te protejo.
Pero aún así también sufro. Las lágrimas –grandes gotas de lluvia- me resbalan por la
cara. La noche me oculta. La luna me ilumina. Las nubes me esconden. El viento me
desgarra. Siento una especie de ternura por ti. Eso sólo me sucede a veces. Muy
raramente.
¿Por qué tú? No lo sé. Quiero seguirte hasta muy lejos, por todas partes, durante
mucho tiempo. Quiero verte sufrir aún más. Quiero que estés harto de todo lo demás.
Quiero que vengas a suplicarme que te coja. Quiere que me desees, que tengas
ganas de mí, que me ames, que me llames. Entonces te cogeré entre mis brazos, te
estrecharé contra mi corazón, serás mi niño, mi amante, mi amor. Te llevaré.
Tenías miedo de nacer y ahora tienes miedo de morir. Tienes miedo de todo.
No hay que tener miedo. Es sólo que hay una gran rueda que gira. Se llama
Eternidad.
Yo hago girar la gran rueda. No debes tener miedo de mí. Ni de la gran rueda.
Lo único que puede dar miedo, que puede hacer daño, es la vida y tú ya la conoces.

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15. LAS HADAS DE FRANCIA DE ALPHONES DAUDET

RUBEN GARCIA GARCIA

¡Levántese la acusada! —dijo el presidente.


Algo se movió en el horrible banquillo de las petroleras, y una cosa informe,
titubeante, se acercó y se apoyó en la barandilla. Era un manojo de andrajos, rotos,
remiendos, cintas, flores marchitas y plumas viejas, en medio del cual asomaba un
pobre rostro ajado, curtido, arrugado, de entre cuyas arrugas surgía la malicia de dos
ojillos negros, como una lagartija en la hendidura de una vieja pared.
—¿Cómo se llama usted? —le preguntaron.
—Melusina. —¿Cómo dice? Ella repitió gravemente: —Melusina.
El presidente sonrió bajo su bigote de coronel de dragones, pero continuó sin
pestañear.
—¿Qué edad tiene? —No sé. —¿Profesión? —Soy hada.
Al oír esta frase, el público, el Consejo y hasta el mismo fiscal, es decir, todo el
mundo, estalló en una gran carcajada; pero las risas no la turbaron, y siguió hablando
con una vocecita clara y trémula, que se elevaba y mantenía en el aire como una voz
de ensueño:
—¡Ay! ¿Dónde están ya las hadas de Francia? Todas han muerto, señores. Yo soy la
última; no queda ninguna más que yo… Y de verdad es una lástima, porque Francia
era mucho más hermosa cuando aún vivían sus hadas. Nosotras éramos la poesía de
nuestro pueblo, su candor, su juventud. Los lugares por donde solíamos andar, los
rincones solitarios de los parques abandonados, las piedras de las fuentes, los

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torreones de los viejos castillos, las brumas de los estanques, las grandes landas
pantanosas, recibían de nuestra presencia un poder mágico y solemne. A la luz
fantástica de las leyendas se nos veía pasar por cualquier sitio, arrastrando nuestras
colas en un rayo de luna o corriendo por los prados sin pisar la hierba. Los aldeanos
nos apreciaban, nos veneraban.
Nuestras frentes, coronadas de perlas; nuestras varitas mágicas, nuestras ruecas
encantadas, suscitaban en las ingenuas imaginaciones temor y admiración. Por eso
nuestras fuentes permanecían cristalinas, y los arados se detenían en los caminos
que protegíamos, y como —al ser más viejas que nadie— infundíamos respeto hacia
lo que es viejo, de un extremo a otro de Francia se dejaban crecer los bosques y las
piedras derrumbarse por sí mismas.
Pero el siglo ha avanzado mucho. Se han inventado los ferrocarriles. Se han
perforado túneles, cegado estanques, y se ha hecho tal tala de árboles, que al poco
tiempo nos encontramos sin saber dónde guarecernos. Y los aldeanos han dejado
poco a poco de creer en nosotras. Por la noche, cuando golpeábamos en los postigos,
Robin decía: «Es el viento», y se volvía a dormir. Las mujeres hacían la colada en
nuestros estanques. A partir de entonces, todo acabó para nosotras. Como vivíamos
sólo de la creencia popular, al faltar ella, nos faltó todo. La magia de nuestras varitas
se esfumó, y de poderosas reinas nos convertimos en viejas arrugadas y malévolas,
como las hadas olvidadas, e incluso tuvimos que ganarnos el pan con nuestras
manos, que no sabían hacer gran cosa. Durante algún tiempo pudisteis vernos en los
bosques arrastrando haces de leña seca, o cogiendo bellotas por las orillas de los
caminos. Pero los guardabosques nos perseguían y los aldeanos nos lanzaban
piedras. Y entonces, como todos los pobres que no pueden ganarse la vida en el lugar
donde nacieron, nos fuimos a las ciudades buscando trabajo.
Unas entraron en las fábricas de hilados; otras vendieron manzanas durante el
invierno en las esquinas de los puentes, o rosarios a la puerta de las iglesias.
Nosotras empujábamos carritos cargados con naranjas; ofrecíamos a los transeúntes
ramitos de flores a cinco céntimos, que nadie quería; los chiquillos se reían al ver
cómo nos temblaba la barbilla; los guardias nos perseguían, y los coches nos
atropellaban. Además, enfermedades, privaciones, y finalmente, la sábana del
hospital sobre la cara inerte… Así es como Francia ha dejado morir a todas sus
hadas. Y ¡por eso ha sufrido tan duro castigo!

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Sí, sí; reíd cuanto queráis. Ya acabáis de comprobar qué es un pueblo que carece de
hadas. Ya habéis visto a todos esos aldeanos burlones y bien comidos abrir sus arcas
del pan a los prusianos y guiarlos por los caminos. ¡Ahí lo tenéis! Robin no creía en la
brujería, pero tampoco creía en la patria… Si nosotras hubiéramos estado en nuestro
sitio, ninguno de los alemanes que han entrado en Francia habría salido vivo.
Nuestros draks, nuestros fuegos fatuos los habrían arrastrado hacia las ciénagas; en
todas las claras fuentes que llevan nuestros nombres, habríamos vertido brebajes
encantados que los habrían vuelto locos; y en nuestras reuniones a la luz de la luna,
con una palabra mágica habríamos confundido de tal modo los caminos y los ríos,
enmarañado de tal forma con zarzas y matorrales las espesuras de los bosques
donde se escondían, que los ojos de gato de Moltke no habrían podido reconocerlos.
Los campesinos habrían luchado. Con las hermosas flores de nuestros estanques
habríamos elaborado bálsamos para los heridos; con los “hilos de la Virgen”,
habríamos tejido hilas; y en el campo de batalla, el soldado agonizante habría visto al
hada de su aldea inclinarse sobre sus ojos a medio cerrar para mostrarle un trozo de
bosque, un recodo del sendero, cualquier cosa que le recordase su tierra. Así es
como se hace la guerra nacional, la guerra santa. Pero ¡ay!, en los países que ya no
creen, en los países que ya no tienen hadas, una guerra así es imposible.»
En este punto, la vocecita sutil se quebró un momento, y el presidente tomó la
palabra:
—Bien; pero no nos ha dicho usted aún qué es lo que hacía con el petróleo que se le
encontró encima cuando los soldados la detuvieron.
—Prendía fuego a París, señor —contestó la anciana con tranquilidad—. Prendía
fuego a París porque lo odio, porque se burla de todo, porque él ha sido quien nos ha
matado. París fue quien envió a los sabios que analizaron nuestras hermosas fuentes
milagrosas y dijeron con toda exactitud la dosis de hierro que contenían y la de azufre.
París se ha burlado de nosotras en los escenarios de sus teatros. Nuestros
encantamientos se han convertido en meros trucos; nuestros milagros en farsas, y en
nuestros carros alados han desfilado tantas fealdades envueltas en nuestras gasas
rosadas a la luz de una luna simulada por bengalas, que nadie piensa ya en nosotras
sin echarse a reír… Había chiquillos que nos conocían por nuestros nombres, nos
querían aunque nos temieran un poco; pero en lugar de los bonitos libros repletos de
dorados y estampas en los que aprendían nuestra historia, París les ha puesto en las

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manos la ciencia al alcance de los niños: gruesos libros de los que el aburrimiento se
desprende como un polvillo gris que borra de los ojos infantiles nuestros palacios
encantados y nuestros mágicos espejos. ¡Sí! ¡No sabéis qué feliz me sentía al ver
cómo ardía Paris! Yo era quien dirigía las latas de las petroleras, quien las conducía
de la mano a los mejores lugares: «¡Vamos, hijas mías quemadlo todo, incendiadlo,
abrasadlo!».
—No hay duda: esta mujer está loca de remate —dijo el presidente—. ¡Que se la
lleven!

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