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Grulla en el recreo

Cuando anunciaron recreo


las patitas del reloj,
el silencio se hizo hoja
que una hormiga se llevó.

Y en bullicio galopante
niños y niñas salieron
a poblar todo el espacio
que en el patio consiguieron.

En el aula practicaban
el plegado y la doblez,
por eso traen en sus manos
cien figuras de papel.

María Cristina Ramos

«Iba a la escuela cada mañana, y en el recreo largo, me sentaba en un banco de cemento,


en el patio y les contaba a mis compañeras de entonces algo que había leído el día anterior,
una historia que alargaba o modificaba a mi antojo, para agregar suspenso o acabar a
tiempo para regresar al aula. Ellas no sabían que esas historias no me pertenecían, que se
trataba de episodios robados a los libros, y yo sentía por eso una inmensa vergüenza, pero
lo mismo contaba, como un vicio cuya marcha no podemos detener, yo contaba.»

María Teresa Andruetto

Quiero tiempo pero tiempo no apurado


Tiempo de jugar que es el mejor
Por favor, me lo da suelto y no enjaulado
Adentro de un despertador.

María Elena Walsh

Selección Ivana Sosnik


“Entonces ocurrió. De improviso apareció frente a mis ojos el contorno de una isla
desconocida y la oportunidad de desembarcar para hacer un alto en el aburrimiento. La voz
de la maestra sonó con unas palabras que me refrescaron el ánimo: “Mónica, por favor,
andá a la biblioteca y traé el globo terráqueo”. Sentí que esos pocos sonidos me devolvían
la luz del sol. Por un rato, apenas un ratito, tenía permiso para volver a la vida.
Me levanté y salí del aula como impulsada por un resorte. Me encantaba andar sola por lso
pasillos y las escaleras de la escuela durante las horas de clase. Me parecía estar en las
calles de una ciudad que, por unos minutos, me pertenecía por completo. Demoré lo más
posible cada paso. Caminaba en cámara lenta tratando de estirar cada segundo. Así como
dentro del aula el tiempo parecía transcurrir con lentitud exasperante, afuera los minutos se
escurrían como un líquido por un colador.
Tardé todo lo que pude en llegar a la biblioteca, y cuando llamé a la puerta nadie me
contestó. Entré y enseguida me asaltó la tentación de tomar alguno de los libros y
quedarme a leer. Todos parecían estar esperándome, y cualquier cosa sería más divertida
que una sucesión de ríos secos y sin vida.
Pero no pude ni acercarme a los libros. Algo invisible me empujó con fuerza inesperada
hacia el globo terráqueo, y sin que yo atinara a darme cuenta de lo que pasaba, me hizo
atravesar la superficie exterior, con el dibujo de los continentes y los océanos, y me llevó
hacia adentro (… )”
Adela Bach - “Por nada del mundo” en ¡Todos al recreo!

“Em y yo cuidamos de Louis en el recreo. Corretea entre los chicos que juegan al fútbol con
los brazos en alto, como una pequeña bailarina.
Al principio, Em y yo pensábamos que jugaba al fútbol, pero no era así. Simplemente le
gustaba correr en medio del partido. Los demás niños se enfadan bastante, pero Louis no
se da cuenta.
Hay días en los que la señorita Olivia dice: “Hoy toca día sin fútbol”, y los jugadores se
pasean por el patio sin saber qué hacer. Entonces, los niños y las niñas jugamos juntos
para variar. El último día sin fútbol dejamos que nuestro amigo Sam se subiera a la rueda
de tractor con nosotras. Casi se cae, pero no nos reímos.
Louis estaba de pie, muy quieto, mirando, así que le pregunté: “¿Te quieres subir en la
rueda Louis?”. Y Louis repitió “¿Subir en la rueda Louis?, pero no se movió…
Lesley Ely- “Cuidando a Louis”

Selección Ivana Sosnik


Recreo perdido

Y sí, la que no está contenta es la maestra de Fernán y Malena. Ellos se la pasaban


charlando y jugando y riéndose y haciendo travesuras.
Basta Fernán- decía la maestra-. Silencio Malena- repetía sin parar, y ellos trataban de
portarse bien, pero no les salía.
Una mañana, a Fernan se le cayeron los treinta y seis marcadores que le regaló la tía y los
pasaron toda la hora por el piso juntando uno por uno y, como el piso era muy blanco, se
pusieron a dibujar corazones y flores en las baldosas. Cuando llegó el recreo, la maestra los
descubrió y se enojó muchísimo. Como penitencia, tuvieron que limpiar el piso con un trapo
y después copiar lo que les faltaba del pizarrón.
-Nos perdimos el recreo- rezongaba Fernán.
-No seas quejón- pidió Malena, y pelearon un rato sobre quién había tenido la idea de
dibujar el piso.
Cuando terminaron, Male dijo que borraran todo así le daban la sorpresa a la maestra de
dejar el pizarrón bien limpio y entre los dos lo dejaron impecable.
-¿Quién borró? ¡No les pedí que borraran!- dijo la maestra ni bien entró en el aula y tuvo
que escribir las oraciones de nuevo.
Fernaná y Malena se quedaron callados. Malena porque la idea había sido de ella y Fernán
porque no es buchón.
Después, la maestra les pidió el cuaderno de comunicados para los padres, pero solo para
asustarlos porque no escribió nada.
Desde hoy se sientan separados -ordenó-. En el recreo pueden jugar juntos, pero en el aula
es mejor que se concentren en la tarea.
Así fue como Fernan y Malena quedaron lejos unos del otro. Pero no fue una solución.
Ahora se paraban a cada rato para pedirse los colores, para compartir la tijera y
aprovechaban para conversar un poco.
Sentate, Fernán. Sentate, Malena- repetía la maestra.
Margarita Mainé- “Días de escuela”capítulo 9

Selección Ivana Sosnik


Poema para jugar a la rayuela

Tiro una piedrita,


¡plaf!, a la laguna.
Le da en el ojo a la luna.
Tiro dos piedritas
al aire delgado,
paso al otro lado.
Tiro tres piedritas,
caen a mis pies.
Empiezo otra vez.
Cuando tiro cuatro,
miau, renegro noche,
se me cruza un gato.
Y, del susto, cinco
tiro piedras, brinco.
No paro hasta el seis,
siete, ocho y nueve:
y ahí es cuando llueve.
Salto y llego al diez,
un mar con un pez.
Y el mar borra todo,
la tiza, el recreo:
me quedo parado
en la c de cielo.

Cecilia Pisos

Selección Ivana Sosnik


Prueba escrita
Estoy en una prueba,
shh, lean en voz baja.
Nunca hay que molestar
a alumno que trabaja.

Estoy en una prueba


y borro como loco.
Estudié muchas horas
¡pero me acuerdo poco!

Me tiemblan las dos piernas


y los dientes me suenan,
Se me nublan los ojos,
la mente se me frena.

“Lean bien las consignas”,


“No se apuren”, “Revisen”,
“No se copien”, “No espíen
lo que el de al lado escribe”.

(¿Valdrá si ustedes soplan,


aunque sea una respuesta,
ahora que no mira
ni escucha la maestra?)

Por suerte, poco a poco,


los clavos del cerebro
se aflojan y contesto
y dibujo y resuelvo.

Suena el timbre y la seño:


“Entreguen ya las hojas!”
y al frente van volando,
mariposas nerviosas.

Igual que las hojitas


qué alivio!, liberadas,
salimos al recreo,
flotando, en gran bandada.

Ahora sí que se puede


leer tranquilo en voz alta,
hasta el fin del poema,
que es el verso que falta.
Cecilia Pisos

Francisco y el dragón

Selección Ivana Sosnik


Mañana de lunes en primer grado. A Francisco le cuesta olvidarse del fin de semana y del
partido de fútbol que le ganó a su tío. La maestra ya está explicando algo y Francisco, con
desgano, saca los útiles de la mochila.
Hoy va a trabajar bien para poder salir al recreo sin problemas, porque a Francisco siempre
le pasa algo y no puede terminar la tarea en la clase.
En cuanto escribió la primera letra, al lápiz se le quebró la punta y buscando el sacapuntas
en la mochila, encontró una moneda vieja que le regaló su tío. Se la mostró a Ezequiel y
empezó a explicarle lo antigua que era. Como Ezequiel no le creía, estuvieron discutiendo y
hablando toda la hora. Mientras discutían, Ezequiel hacía la tarea pero Francisco…
Cuando sonó el timbre del recreo todos salieron corriendo. Francisco se escondió atrás de
Camila. Con un poco de suerte la maestra no lo veía y no le tenía que mostrar el cuaderno.
Cuando Francisco iba llegando a la puerta del salón, el corazón le galopaba; quizás hoy se
salvaba, un pasito más y…
—Francisco, antes de irte al recreo, mostrame tu cuaderno —dijo la maestra.
Francisco se volvió a buscar su cuaderno adivinando lo que pasaría después. De toda la
tarea que habían hecho ese día, él sólo había escrito mar, de martes y para colmo era
lunes.
—Si no trabajás en clase, trabajarás durante el recreo —dijo la maestra repitiendo una ley
que Francisco conocía de memoria.
Así fue que se quedó solo en el aula y con su tarea para hacer.
Escribió lunes y en ese momento entró Alejandro para buscar las figuritas y llevárselas al
recreo.
—A verlas… —dijo Francisco con bronca. Alejandro siempre terminaba su tarea en clase y
encima tenía figuritas.
Alejandro se las mostró orgulloso pero apurado. Lo único que quería era volver al recreo
para cambiar figuritas con sus amigos.
Francisco miraba las figuritas y pensaba que no era justo que él solo se perdiera el
recreo….
Margarita Mainé en Cuentos para salir al recreo

Selección Ivana Sosnik


“...Cuando sonó el timbre del recreo largo, salimos corriendo con Belén y Gianfranco hacia
el eucalipto. Nos sentamos debajo y plantamos en la tierra nuestro banderín del Club para
que todos se guiaran, y pusimos la bandeja con los libritos de grasa, y el dibujo de Lola Lin
gigante que hizo Gianfranco. También yo había llevado de mi casa una enciclopedia de los
países y otro libro que me dió mi papá, que me lo recomendó porque él lo leyó muchas
veces cuando era chico. Se llama La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Verne.
Enseguida llegó Felipe, que traía dos botellas de jugo y vasitos de plástico: por ser la
primera vez, íbamos a convidar nosotros. Y al segundo empezaron a aparecer los socios
del Club, con sus carnets y sus libros de Lola Lin (el que no lo tenía podía pedirlo prestado a
la biblioteca, porque había diez iguales, de los que vos nos donaste). Ya estaban todos
acomodados en sus almohadones, cuando llegaron más chicos, algunos invitados de los
socios, y otros curiosos, que nos vieron y se acercaron.
Teníamos que apurarnos porque, aunque el recreo es largo, solo dura veinte minutos.
Dijimos entonces: “Vamos a hacer un resúmen del primer viaje de Lola y luego, los que
quieran opinar, levanten la mano.”
Cecilia pisos en “Querido libro” capítulo 10 (fragmento)

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Cuando sonó el timbre y salieron al patio sintió que era un poco más difícil de lo que
había calculado, pero lo iba a hacer. Se dio cuenta de que se había olvidado los
caramelos en su banco. Regresó por ellos. Alma estaba hablando con su amiga Vera;
convenía esperar que estuviera sola. Dio vueltas por el patio, contando los caramelos
en su bolsillo. Faltaba uno. No podía ser. Acá está. Sin darse cuenta, él mismo lo había
pasado al otro bolsillo. Mejor paraba de contarlos porque si no, iban a quedar un poco
manoseados. Hola, Alma, ¿querés que te lave unos caramelos?
Se quedó sola. No quedaba más remedio que acercarse. Bueno, tampoco era una
obligación, podía hablar mañana. No, ahora. Frin sentía que las palabras empezaban a
huir de su cabeza, como ratas que escapan de un barco que se hunde. ¿Querés
caramelos?, no era un largo parlamento, al menos podría decir eso, o ¿caramelos?, y
ya. Pero a medida que se fue acercando se puso más nervioso. Ella lo saludó:
—Hola, Frin, ¿cómo estás?
Pero a él no le quedaba ni una sola consonante en su cabeza, ni la más mínima vocal.
Lo único que pudo hacer fue sacar la mano del bolsillo, llena de caramelos. Pero estaba
tan nervioso que el movimiento fue un poco brusco. Alma dio un respingo, pensando
que era una broma. Al hacerlo chocó a una maestra que pasaba detrás de ella, casi la
hizo tropezar. Alma lo señaló a él, que seguía con la mano extendida.
—Gracias, Frin (dijo la maestra, tomó un caramelo y siguió su camino).
—No eran para ella (protestó Frin, con la mano extendida).
—¿Y para quién eran? (preguntó Alma), ¿para vos, nomás?
—... (negó con la cabeza).
—¿Puedo agarrar uno?
—... (asintió).
—Uy, están un poco arrugados.
Frin los miró. No sólo estaban arrugados, algunos estaban sin la envoltura. Metió la
mano en el bolsillo, las encontró, envolvió los caramelos, extendió la mano
nuevamente. Ella puso cara de asco.
—Éste (dijo Frin).
—¿Qué?
—Éste estaba envuelto de fábrica.
—Gracias... (sonó el timbre, Alma lo tomó, y fue hacia el aula).
Él miró los caramelos en su mano, estaban arrugados y transpirados. Eran un asco. Si
ella había aceptado uno, era que le había ido realmente muy bien. Además no se rió,
ni se burló, y él no había tenido que decir ningún chiste. Éste estaba envuelto de
fábrica, una frase que jamás se le hubiera ocurrido. No había estado nada mal.

Luis María Pescetti en Frin capítulo 3 (fragmento)

Selección Ivana Sosnik


Ojo de tigre
Ahí estaba, reluciente, casi imposible ojo de tigre que miraba fijo y hacía correr un
estremecimiento por la piel. Rodeado de otros mil ojos era el único que importaba, el único
que hacía poner los pelos de punta, que hacía secar la boca y sentir ese cosquilleo que casi
se parecía al miedo.

Desde el primer momento se llamó así, “el ojo del tigre”. Y ahí estaba, como esperando la
repetida visita del Negro, que pasaba mañana y tarde para mirarlo una y otra vez, entre las
bolitas de ese infinito frasco que guardaba los sueños de los chicos.
(…)
Esa tarde la puntería del Negro ganó las aclamaciones de los chicos. No había dudas, era
casi mágico ese ojo del tigre al que todos querían mirar de cerca y tocar.

Cuando las llamadas de las mamás marcaron la hora de entrar, los bolsillos del Negro
estaban llenos de bolitas ganadas, y las miradas de los chicos mezclaban envidia y
admiración. El Negro llegó a su casa flotando en una nube.

Se sacudió las piernas llenas de tierra y se limpió las manos en los pantalones antes de
entrar. La mamá del Negro lo miró de pies a cabeza y el Negro fue corriendo a lavarse, sin
ninguna protesta.

Hizo los deberes, hizo dos mandados, comió sin hablar con la boca llena, no les quitó nada
de postre a sus hermanos, y hasta dejó que todos mirasen y tocasen el ojo del tigre. Su
papá mostró todavía más entusiasmo que sus hermanos, lo que lo llenó de orgullo.

–A mí me hubiera gustado tener una bolita así –dijo.


(…)

Sacó el ojo del tigre de debajo de la almohada. Lo hizo girar lentamente entre los dedos,
como para no dejarlo nunca.
Pero todavía faltaba lo más importante. Ahora sí que iba a ser el día… No había sido fácil
decidirse. Ese ojo del tigre era una cosa única, estaba seguro de que no existía en el mundo
nada igual.

Se preparó para ir a la escuela. Temprano, con tiempo de sobra, tomó el desayuno.

–Estás contento, Negro –dijo la mamá del Negro–. ¿Qué te pasa?

–Debe estar planeando alguna de sus barrabasadas –dijo el papá del Negro.

Selección Ivana Sosnik


–Y… un poco las dos cosas –dijo el Negro.

Cuando llegó a la escuela solo había algunas chicas. Ya se sabe que las mujeres siempre
llegan temprano a la escuela.

Con las manos en los bolsillos se acercó adonde estaba la Cecilia.


Sacó la mano cerrada y, como de paso, dijo:

–Tomá Cecilia, es para vos.

Los bolsillos del Negro quedaron vacíos, llenos de bolitas de todos colores, pero vacíos,
ahora que ya no era más el dueño del ojo del tigre. Y le resultaba raro tener los bolsillos tan
vacíos pero la boca y los ojos tan llenos de ganas de reír.
Gustavo Roldán en “Todos los juegos el juego”

Selección Ivana Sosnik

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