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Obra: “El Crisol de la Familia” Autor: Carl Whitaker

Capitulo: 4. El concepto de sistema


A comienzos de la década de 1950, un grupo de investigadores pertenecientes al personal de
un gran hospital para enfermos mentales fue atraído por una observació n vinculada con el
comportamiento de los esquizofrénicos. Aunque el esquizofrénico presuntamente responde a
su propia visió n distorsionada del mundo y esta <fuera de contacto con la realidad>, estos
observadores notaron que si la madre de un paciente visitaba el hospital, en los días
subsiguientes el enfermo manifestaba una aguda perturbació n en su conducta dentro del
establecimiento. Se preguntaron que estaría aconteciendo entre el paciente y la madre. Era
obvio que esa aguda perturbació n no era un fruto de la fantasía del paciente. Así pues hicieron
que las madres de los pacientes concurrieran al hospital y observaron la interacció n entre
aquellas y estos durante cierto lapso.

Quedaron fascinados por lo que vieron. Lejos de estar <fuera de contacto>, el paciente estaba
hondamente envuelto en una intrincada y perturbada pauta comunicacional con la madre. Uno
de los hallazgos interesantes fue que la comunicació n parecía tener lugar en dos planos, el
verbal y el no verbal, y que en el caso del esquizofrénico y su madre los mensajes en uno y en
otro plano estaban a menudo en conflicto.

Por ejemplo: el hijo esquizofrénico ve que su madre viene a verlo al hospital en el día de visitas
y se pone contento de ello, dibujá ndosele en el rostro una ancha sonrisa y abriendo sus brazos
para estrechar a la madre. Esta permite que su hijo la abrace, pero el contacto físico la pone
molesta y levemente rígida, aunque saluda a su hijo con palabras tan cariñ osas como las que él
le dirige. El hijo siente el rechazo no verbal de su madre y se retrae. Entonces la madre le dice,
con frialdad: <¿Qué ocurre? ¿No está s contento de verme?>. El hijo queda confundido y lanzq
una mirada hueca y abstraída.

En esta situació n, el hijo quedo atrapado en lo que los investigadores comenzaron a llamar un
<doble vinculo>: dos mensajes conflictivos. Si respondía a la calidez verbal de su madre tenia
que hacer caso omiso de su frialdad no verbal; si respondía al mensaje no verbal la madre
desmentía que este tuviera validez. No podían hablar entre ellos acerca de la ambivalencia de
este vinculo; y el hijo, cualquiera que fuese la forma en que respondiera, quedaba envuelto en
el conflicto. Entonces, a fin de abordar las ambigü edades propias de la situació n, él se tornaba
confuso.

Y así los estudiosos ingresaron en un excitante campo de investigació n, en el que gran parte de
la conducta esquizofrénica comenzó a cobrar sentido en términos de ciertas pautas de
comunicació n entre madre e hijo muy perturbadas.. Este estudio, en particular, se convirtió con
el tiempo en lo que daría en llamarse la <teoría de la comunicació n> de los investigadores y
terapeutas de la familia; pero también otras concepciones teó ricas enfocaron simultá neamente
la relació n madre-hijo. <¿Descubrimos que los esquizofrénicos tenían madre!>, dice Jay Haley,
uno de los mas astutos investigadores del á mbito familiar. Y durante un lapso considerable la
relació n madre-hijo fue considerada la culpable de la <enfermedad mental>. Un psiquiatra
acuñ o la expresió n <madre esquizofrenó gena> --vale decir, creadora de un esquizofrénico—y
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otro la de <madre perversa>. Por supuesto las madres adoran este periodo de la historia de la
psiquiatría.

Luego los estudiosos descubrieron que también tenían importancia las perturbaciones en la
relació n padre-hijo. En estas familias muchos padres se mostraban muy distantes y apartados
de sus hijos, permitiendo que imperara la excesiva involucració n de la madre con ellos. ¿Por
qué los padres eran tan uniformemente remotos y pasivos? Los investigadores no estaban
seguros de la razó n, pero si veían con claridad que, como dijo Haley, <los esquizofrénicos
tenían padres también>.

Entonces se hizo una observació n muy interesante. A medida que se iban sometiendo a estudio
familias de esquizofrénicos se fue poniendo de relieve que en casi todos los casos existían entre
los padres grandes dificultades conyugales de antigua data. Ademá s los episodios psicó ticos de
los <pacientes> parecían relacionados con los ciclos de conflictos conyugales. Los padres
iniciaban una batalla, y a medida que esta se iba intensificando, el hijo (o hija) comenzaba a
volverse psicó tico. Una vez internado la pareja hacia una tregua a fin de volver a ser los padres
de <un chico enfermo>. De hecho la psicosis del hijo parecía llenar un cometido muy prá ctico:
ayudaba a la pareja a tramitar su conflicto ofreciéndoles una manera de eludirlo. La propia
estabilidad de la familia parecía mantenerse gracias a estas perió dicas <enfermedades>.

Merced a esta investigació n, los científicos comenzaron a ver a la familia con nuevos ojos. Má s
que considerarla un conjunto de individuos, empezaron a comprender que estaba dotada casi
de la misma clase de integridad organizada que posee un organismo bioló gico. La familia
funciona como una entidad, una <totalidad>, con su propia estructura, reglas y objetivos.

Otra manera de expresar esto es decir que comenzaron a ver la familia como sistema. ¿Y qué es
un sistema? Bueno, prepá rense a escuchar lo que comenta al respecto un teó rico de la familia,
Lynn Hoffman:<La cuestió n de saber que es un sistema resulta enfadosa. La definició n má s
corriente parece ser esta: cualquier entidad cuyas partes co-varian de manera
interdependiente, y que mantiene el equilibrio de un modo activado por el error>. Enfadosa,
sin duda: <algo> que tiene partes que se conducen de manera previsible entre si, creando una
pauta que mantiene el equilibrio estable de la entidad introduciendo cambios en si misma.

Tal vez un ejemplo tomado de otro terapeuta de familias, Paul Watzlawick, vuelva mas claro el
concepto de sistema. Supó ngase que estamos estudiando la població n de conejos de un estado
del Oeste de Estados Unidos, y que luego de hacer recuentos durante un periodo considerable,
comprobamos que la curva de frecuencia presenta ondulaciones regulares.. Por momentos los
conejos abundan, por momentos escasean. Las ondulaciones de las curvas son tan regulares
que nos obligan a preguntarnos por sus causas. Para ello podemos seguir estudiando a los
conejos, o bien podemos volvernos hacia otras variables, otras influencias del entorno, que
puedan afectar esas cifras de població n.

Tras una etapa de conjeturas, se nos ocurre diagramar la població n de los zorros de la zona, y
cosa curiosa, encontramos en ella un ritmo similar, salvo que cuando los zorros abundan los
conejos escasean, y viceversa. Por ú ltimo descubrimos que ha estado sucediendo: luego de que
los zorros hacían su cosecha de abundantes conejos, su provisió n de alimentos empezaba a
declinar, y también ellos, a la postre, disminuían. La mengua de los zorros permitía a los
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conejos volver a expandirse, pero entonces los zorros otra vez se multiplicaban, al tener má s
comida. Y así el ciclo se repetía una y otra vez.

En este ejemplo tiene lugar una interesante trasposició n en el pensamiento, que también se
produjo en el de los investigadores que reflexionaban acerca del origen de la esquizofrenia. En
uno y otro caso se paso del estudio de un individuo o una especie individual al estudio de un
conjunto de relaciones que parecían estar influyendo en el sujeto. Nos desplazamos del examen
de una especie, la del conejo, al examen de la configuració n de relaciones dentro de un sistema
ecoló gico, y los investigadores del hospital de enfermos mentales desplazaron su foco de
atenció n del paciente esquizofrénico individual a las pautas de interacció n dentro de su familia.
Y así descubrieron que las pautas de perturbació n aguda del paciente, como las fluctuaciones
de la població n de conejos, se tornaban mucho mas comprensibles cuando se las analizaba en
conexió n con otras fuerzas <exteriores>.

Por supuesto que el ciclo del zorro y el conejo no es sino una parte de un sistema mucho mas
amplio de las llanuras, que abarca el suelo, el clima, los insectos y demá s animales y plantas de
la regió n; aná logamente, la familia es un sistema mucho má s complicado que el triangulo
padre-madre-hijo. No obstante, la idea de sistema es el referente comú n, y es una idea muy
interesante.

Lo atractivo del concepto de sistema es que nos proporciona un método para conceptualizar
constelaciones muy complejas. De hecho, el universo entero puede concebirse como una
colecció n de sistemas. Dentro de este universo de sistemas hay dos tipos fundamentales: los
vivientes y los no vivientes. Un sistema no viviente –como un sistema planetario o un sistema
climá tico- no está <muerto>, en el sentido de que tiene actividad y exhibe lo que, en líneas
generales, podría denominarse <comportamiento>. Los planetas se mueven en el espacio, y los
frentes de tormenta a veces hacen sentir muy intensamente su presencia. Pero hay notables
diferencias entre estos sistemas no vivientes, cuyo comportamiento puede con frecuencia
predecirse a partir de las leyes de la física, y los sistemas vivientes, cuyo comportamiento aú n
contiene muchos procesos elusivos.

Todos los sistemas presentan una cierta organizació n y mantienen cierta clase de balance o
equilibrio .Nuestro sistema planetario posee un orden preciso, y su equilibrio es preservado
por fuerzas físicas bien conocidas. Hasta los sistemas climá ticos mantienen un cierto equilibrio
a lo largo del tiempo.

También los sistemas vivientes está n organizados, pero de distinto modo. Tomemos el caso de
un organismo simple, la ameba. Es un sistema, pero cuyos límites son muy claros. Dentro de
ellos impera una suerte de organizació n. Esta organizació n es activa y <trabaja> para mantener
su estructura. Si la ameba encuentra en su camino un organismo o sustancia química hostiles,
tratara de esquivar al invasor o de sortearla a fin de proteger la integridad de su vida.

He ahí una interesante característica de los sistemas vivientes, que nos será ú til en nuestras
posteriores consideraciones: introducen cambios en su propia conducta basá ndose en la
informació n que poseen acerca del ambiente. Este mecanismo llamado <realimentació n>,
permite al sistema alterar su actividad, estructura o direcció n a fin de proseguir en la
consecució n de sus objetivos. Desde luego, también los sistemas no vivientes pueden operar
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teniendo en cuenta la realimentació n, como ocurre con el sistema de un cohete espacial que
modifica su curso sobre la base de la informació n recogida en cuanto a la altura, velocidad y
direcció n. Pero estos sistemas solo pueden proceder de esa manera si son cuidadosamente
instruidos por seres humanos.

Quizá la comparació n parezca forzada, pero el concepto de sistema permite establecer un


parangó n entre un organismo simple como la ameba y un sistema mas complejo, como la
familia. Y en verdad existen similitudes entre ambos: la familia tiene límites, y dentro de ellos
posee una organizació n que sus miembros se afanan activamente por mantener. Los
investigadores que hemos citado señ alaban que un episodio psicó tico era una de las maneras
que tenia la familia de <adaptarse> manteniendo así su estabilidad.

Un aspecto interesante de los sistemas es que está n organizados jerárquicamente. Por ejemplo,
si se considera a la persona individual como un sistema y a partir de su nivel se mira por
<debajo> de ella, se ve que incluye un cierto nú mero de subsistemas cuyo tamañ o y
complejidad siguen un orden decreciente:

PERSONA U ORGANISMO
sistema de ó rgano
ó rgano
célula
molécula
á tomo
partícula ató mica
Claro está que uno no tiene por que detenerse en esta jerarquía: puede dirigirse la mirada
hacia los sistemas má s complejos que está n <por encima> del individuo e influyen en él. La
cadena de influencias se expande de manera considerable con solo pensar en alguno de los
otros sistemas humanos a los que el individuo esta vinculado.
comunidad mundial de naciones
grupos de naciones aliadas
nació n
provincia
distrito
ciudad o comunidad
subgrupo de trabajo, de amigos, etc.
familia extensa
familia nuclear
PERSONA U ORGANISMO
sistema de ó rgano
ó rgano
célula
molécula
á tomo
partícula ató mica
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Esta jerarquía de sistemas, algo burda, deja fuera muchas cosas que influyen en la persona
(v.gr.,el clima, o el suministro de alimentos), pese a lo cual ilustra una cierta manera de ver las
cosas, segú n la cual el individuo es parte de una cadena de influencias enormemente compleja.
En general los sistemas mas grandes y complejos tienden a ejercer control sobre los mas
pequeñ os y simples; pero las influencias recorren, hacia arriba y hacia abajo, toda la cadena, y
si pretendemos comprender la conducta humana debemos integrar conocimientos
procedentes de muy distintos niveles. El individuo es influido desde <abajo>, por ejemplo, por
un có digo genético, que tiene su origen en el nivel ató mico y molecular, pero también es
influido por pautas aprendidas que le trasmite la red social que flora <encima> de él y lo rodea.
Y dentro de estas dos grandes esferas de influencia –la física y la social- hay muchas otras
influencias parciales que actú an sobre la persona.
Una esposa está sentada a la mesa a la hora de la cena. Por cierto que grandes necesidades
físicas la impulsan a comer, pero muchas otras fuerzas que gravitan sobre ella son fuerzas
sociales. Sus modales en la mesa los ha aprendido de su medio social, como también la
definició n de rol que la llevo a ella, y no al marido, a preparar la comida. Ademá s, puede sentir
có lera hacia su marido porque este llego tarde a cenar, y tal vez se abstenga de dirigirle la
palabra, aunque sabe muy bien que si el se quedo hasta una hora avanzada en la oficina fue por
motivos legítimos. Pero la ira de esta mujer crece hasta un grado inusual por la forma en que la
irrita su hijo de cinco añ os moviéndose de un lado para otro como una culebra. Quiza marido y
mujer guarden un silencio cargado de angustia mientras comen, pensando en las finanzas de la
familia y el costo creciente de las verduras y otros artículos esenciales. La tensió n en la mesa
puede verse incrementada por una llamada telefó nica de la madre del marido, que interrumpe
la cena y hace que la ira de la esposa llegue al colmo. Y como broche final, la hija adolescente
recibe una llamada del muchacho con quien sale, y quiere que se la excuse de sus quehaceres
domésticos para poder concurrir con él a un cine, que la madre lo sabe muy bien, es de ú ltima
categoría. La esposa y madre, que hace un mes que no sale de noche y que a esta altura ya se
siente agraviada por lo que, segú n se dice a si misma, es su <rol de ama de casa>, termina por
perder los estribos.
Las presiones que la esposa y toda la familia sienten parecen cernirse en torno de ellos en un
caó tico remolino. La mujer experimentara quizá que estas presiones invaden su vida de un
modo tan impredecible como si fueran invisibles insectos que le clavasen repetidamente su
aguijó n. Pero si uno mira las cosas má s de cerca, podrá apreciar que todas esas tensiones
actú an sobre ciertos niveles de la jerarquía que antes enumeramos.
En nuestros días, el mayor sistema que, dentro de la sociedad, presiona sobre la familia es tal
vez la economía mundial inflacionaria, pero otros sistemas también influyen: el sistema laboral,
el de los grupos de adolescentes, la familia extensa y, por supuesto, la diná mica de la familia
nuclear –incluidos los subsistemas que existen dentro de ella, como la relació n madre-hija o
marido-mujer-. Y los conflictos de la sociedad global influyen en la familia. El conflicto á rabe-
israelí gravita en ellos a través del precio fijado por los á rabes al petró leo, que contribuye en
grado significativo a la inflació n mundial. Problemas que la sociedad no tiene resueltos, como
sus conflictos ideoló gicos en torno del papel de la mujer y del hombre, del grado de
independencia aceptable en los adolescentes, de la censura, pesan asimismo en los conflictos
de la familia. Si la madre se pregunta si debe o no dejar ir al cine a su hija, no tiene ninguna guía
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segura, ningú n consenso social hacia los cuales volverse. Ni siquiera ouede apelar a su marido,
porque esta disgustada con él.
Caracterizando alguna de estas tensiones como problemas sistémicos que operan en distintos
niveles, el observador puede parcelar y simplificar en parte la complejidad que se presenta
ante él, y tal ves de ese modo pueda establecer algunas prioridades para la solució n de dichos
problemas. Por ejemplo, una de las dificultades que se le presentan a la familia a la hora de las
comidas podría resolverse si en esas horas no funcionara como un <sistema abierto> - v.gr.,
podría desconectar el teléfono-. Tal ves los otros problemas dieran un poco mas de trabajo,
pero, aná logamente, seria posible abordarlos si se ocuparan de un subsistema por vez,
empezando probablemente con el mas accesible y de menor tamañ o; el de las relaciones de la
familia nuclear.
Una vez que uno comienza a pensar en términos de sistemas, estos brotan por todas partes; en
el trabajo, en el hogar, en la comunidad, en el planeta. El cuerpo propio es un sistema, como lo
son la camarilla que se la pasa chismorreando en la oficina (la ecología del jardín o el parque, o
nuestra economía mundial, ¡ahora nos percatamos de que es nuestra!).
Ver como convergen grupos de científicos de distintas disciplinas en una tentativa por crear
una teoría general de los sistemas es atrevido y apasionante. ¡Imagínense, una estructura
teó rica que permitiría a la ciencia unificar el comportamiento de los sistemas políticos, por
ejemplo con el del á tomo! El día en que ello habrá de acontecer está muy, muy distante, pero la
obra ya esta en marcha: a ella contribuyen bió logos, ingenieros y expertos en la exploració n del
espacio, soció logos y antropó logos, economistas, matemá ticos, físicos, químicos y muchos
otros. Porque todos estos sistemas tienen propiedades en comú n, y una teoría de los sistemas
puede ser el modo de estructurar y vincular todo el saber científico.
Pero hemos dado un salto muy grande desde el interés de unos pocos científicos de la conducta
humana por las relaciones familiares y la esquizofrenia hasta una teoría general de los
sistemas. Cierto es que los terapeutas actuales consideran que esta teoría es un marco de
referencia muy ú til para reflexionar acerca de su labor, pero este cambio de enfoque no se
produjo de la noche a la mañ ana ni tuvo como ú nico antecedente el estudio de algunos
pacientes tildados de esquizofrénicos y sus familias. Tanto los investigadores como los clínicos
avanzaron a tientas hasta aproximarse a la idea de que las familias influían de algú n modo en la
vida de los enfermos psiquiá tricos, y hasta comprender luego que estas familias se
comportaban como sistemas. Y ese avance a tientas discurrió por muy diferentes caminos.
Las investigaciones prosiguieron, por supuesto, y en ellas el interés por la esquizofrenia
cumplió un papel decisivo. Si el sueñ o en las palabras de Freud, fue <la vía regia hacia el
inconsciente>, las complejidades de la familia del esquizofrénico suministraron un modelo
para reflexionar acerca de las encubiertas influencias dentro de las familias en general. La
familia del esquizofrénico se convirtió en la vía regia hacia el sutil y a veces aterrador mundo
interior de la familia. Pero los estudios abarcaron muchas otras clases de familias, y en su
transcurso se formularon y se siguen formulando una gran variedad de interrogantes.
También los clínicos cobraron una conciencia mucho mayor de la familia. Ciertos terapeutas
descubrieron el sistema familiar tras los golpes que este le causó . Ellos tuvieron experiencias
aná logas a las que Carl y yo tuvimos: trabajar con un individuo para ser luego totalmente
derrotado por el poder que la familia ejercía sobre él; o bien ver a un cliente <recuperado>,
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para má s tarde comprobar que ese progreso era minado por la familia; o tratar <con éxito> a
un hijo que había sido tomado como chivo emisario, para luego encontrar que otro niñ o de la
misma familia era arrastrado a ese mismo papel; o asistir al sú bito y furioso estallido de la
familia cuando uno de sus integrantes mejoraba en el tratamiento individual. Demasiado a
menudo el divorcio era la consecuencia de una terapia exitosa con uno de los conyugues. Esta
clase de enseñ anzas sobre el sistema familiar fueron a la vez penosas y eficaces. Aliado a uno
de los miembros de la familia o a uno de sus subsistemas, y viéndose literalmente absorbido
por los conflictos familiares, el terapeuta aprendió como era la familia. Ser sacudido, peloteado
por la familia de un lado a otro, fue una lecció n indeleble para conocer su poder.
Pero algunos clínicos no aceptaron en forma pasiva este tipo de derrotas. Sensibles al poder de
la familia, comenzaron a incluir en el proceso terapéutico a sus integrantes, con la expectativa
de que si podían acceder a la familia quizá pudieran actuar má s eficazmente sobre ella. Un
psiquiatra, al visitar a su paciente en su cama de hospital, encontró reunida la familia en torno
de él, y a partir de entonces decidió mantener allí mismo reuniones regulares con todos. Un
asistente social que trabajaba en una clínica de orientació n psicopedagó gica empezó
reuniéndose con una madre y su hijo, pero pronto advirtió que los problemas de la pareja
contribuían a las dificultades del niñ o y los reunió a los tres. Otro psiquiatra ya había oído
demasiado sobre el marido de una de sus pacientes, , y pidió a ésta que lo trajera a la proxíma
entrevista; al poco tiempo ya mantenía reuniones regulares con la pareja y escuchaba los
problemas de ambos; luego se canso de oírles hablar sobre sus hijos, y lesa solicito que también
ellos acudieran. En situaciones y encuadres muy distintos, los terapeutas descubrieron el poder
de la familia y congregaron a sus integrantes para tratar de hacer frente a ese poder con mas
idoneidad.
El proceso no se detuvo en la familia nuclear; hoy existen terapeutas que trabajan con <redes>
familiares de treinta o cuarenta personas, y que incluyen a los parientes mas lejanos, amigos,
vecinos, patrones, terapeutas anteriores, compañ eros de estudios y otros individuos
involucrados. Pero fue al persuadir a la familia nuclear o inmediata a que acudiera al
tratamiento cuando los terapeutas comprobaron que una energía, una excitació n de un nuevo
nivel imperaba en el consultorio, y cuando comenzaron a aprender muchísimo acerca de las
familias.
A medida que los terapeutas e investigadores fueron entrevistando y estudiando a una amplia
gama de familias, su reacció n inicial ante ellas era bastante parecida en todos los casos: <¡Por
Dios, todos en esta familia está n enfermos!>. El lenguaje empleado seguía siendo el modelo
médico, pero la idea era interesante. Tuvieron que sondear un poco hasta comprobar que el
<perfecto> hermano mayor del paciente perturbado era en realidad, por debajo del barniz de
su adaptació n al medio y de sus logros, un joven muy tenso y atormentado. Y solo después de
un tiempo vieron que la esposa del alcohó lico no era el dechado de salud y de virtudes que ella
sostenía ser. Una vez que observaron bien a estas familias, uno solo de cuyos integrantes había
solicitado ayuda psicoló gica, encontraron tensió n en todas direcciones. Y poco parecía importar
el motivo de la consulta de ese individuo, o el diagnóstico tradicional que se le había hecho.
Aparentemente los trastornos no estaban en ellos sino en las familias.
Desde luego que esta conclusió n, en si misma, no significaba mucho. Ella no decía nada acerca
de la causa de los trastornos. Cierto: individuos infelices provenían de familias en que había
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muchos otros individuos infelices. ¿Y eso qué?. Un poco mas de observació n genero la idea de
que lo que andaba mal (o al menos una gran parte de ello) era en verdad patente. No estaba
enterrado en profundos complejos o en el superyó o el yo de los individuos, sino que era visible
a pleno día para los terapeutas. Yacía en el sistema familiar; en el modo en que este se hallaba
organizado, en que se comunicaban sus miembros, en que desenvolvían su interacció n
cotidiana. Como sucedió con el saludo de aquel paciente esquizofrénico y su madre, una vez
que los terapeutas contemplaron lo que acontecía entre las personas , ciertas cosas antes
misteriosas comenzaron a cobrar mucho mayor sentido.
A medida que estos investigadores intentaban expresar má s concretamente lo que
encontraban equivocado, o ineficaz, o improductivo –y esto, má s que el estar <enfermo> o
<sano>, paso cada vez má s a ser el eje del asunto- tuvieron que desarrollar toda una nueva
manera de ver a las personas y un nuevo sistema lingü ístico para describir lo que veían.
Debieron examinar de que manera estaba organizada la familia, cuá les eran sus <reglas>
implícitas, cuales sus pautas de comunicació n, y muchas cosas mas. Analizaremos esta nueva
manera de concebir al individuo por la influencia que en él ejerce el proceso familiar a medida
que ahondemos en las situaciones de la familia Brice y de otras.
Pero cuando el foco de los investigadores se desplazó de la diná mica del individuo al proceso
familiar, un molesto problema quedo en pie: ¿Qué hacer con el <paciente>, la persona cuya
queja fue lo primero que atrajo la atenció n hacia la familia perturbada? ¿En qué casillero había
que situarlo? Bueno, lo má s simple era decir que era sencillamente la victima propiciatoria, el
chivo emisario, el Cristo de la familia: alguien que consentía en cargar sobre sí abiertamente
toda la tensió n para que ésta conservara su estabilidad.
Aunque de limitado alcance, esta idea era interesante, y cuando los investigadores comenzaron
a advertir sus implicaciones se preguntaron –un tanto horrorizados de que durante tanto
tiempo lo hubieran pasado por alto-: ¿no serian acaso todos los pacientes de la psicoterapia
individual chivos emisarios de la tensión familiar? Cuanto mas examinaban la cuestió n, mas
verosímil sonaba esto. Como veremos, la idea era excesivamente simple como para ser del todo
verdadera, pero se aproximaba bastante a la verdad.
Porque si esto era cierto, si todas las personas que acudían a la terapia en realidad respondían
a las tensiones de sus sistema familiar, entonces –al menos en el caso ideal- la terapia debía
centrarse en la familia, má s que en el individuo. El paciente debía ser la familia misma. Y para
un circulo de profesionales habituados a pensar en términos de padecimientos individuales,
esto implicaba una reestructuració n radical.
Imagínese al analista tratando de concebir a todos los familiares de sus pacientes posados
como palomas en el divá n; o al terapeuta de orientació n médica, acostumbrado a recurrir con
frecuencia a los tranquilizantes, tratando de amoldarse a la idea de dar una receta para toda la
familia (de hecho, uno de los primeros terapeutas familiares prescribió un tranquilizante para
toda la familia tratando de persuadirlos de que todos en realidad, eran el <paciente>); o a un
psiquiatra que, dentro del hospital en que trabajaba, tratara de estructurar la dotació n de
personal, las salas y el marco conceptual de modo tal que se justificase acoger a familias
enteras que sufrían una <crisis> (y esto no es una broma: este servicio se vuelve a veces
imprescindible, hasta tal punto son terribles las tensiones familiares, aunque hay pocos
hospitales que lo ofrecen); o a una compañ ía de seguros que, al programar su computadora,
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debiera informarle de que en este caso no se trata de un individuo de edad, altura, peso o
presió n arterial determinados, sino de toda una familia.
Computadora: <Fecha de nacimiento, por favor; y diagnó stico>.
<Escucha, no es una persona. Es un grupo, una organizació n. ¡Un sistema!>
Computadora: <¿Fecha en que apareció la enfermedad?>.
O bien piénsese en un centro comunitario de salud mental que atiende familias; pronto se pone
en evidencia que los procesos de comunicació n de la familia no son específicamente médicos y
que, en este á mbito, el asistente social diplomado puede estar má s calificado para la tarea, que
el médico psiquiatra que dirige el centro. ¿Por qué entonces ese psiquiatra que oficialmente
está a cargo de la institució n, cobraría tres veces el sueldo del asistente social? Esta
discrepancia en sueldo y posició n puede ser tolerable para el personal en la medida en que
coexisten los enfoques médico y no médico… pero, ¿Qué ocurrirá si la clínica comienza a
atender únicamente a familias? ¿No se producirá una subversió n de la jerarquía? Por cierto que
puede producirse, y en algunos medios ya está produciéndose.
Una de las dificultades que origino el enfoque de la terapia familiar fue poner de manifiesto la
falacia de concebir los problemas emocionales de los seres humanos como problemas médicos
aná logos a los de una <enfermedad> o relacionados con estos. No obstante esta no era mas que
una de las dificultades.
También el terapeuta se veía en dificultades. Imagínese el lector en una habitació n sin muchas
otras cosas interesantes que mirar salvo una familia de ocho integrantes que se preguntan por
qué diablos tendrían que estar allí cuando en realidad es John el que tiene todos los problemas,
y que esperan no-tan-pacientemente a que uno haga algo por remediar de inmediato la
situació n. No hay mas alternativa que batallar contra un poderosísimo grupo socio-bioló gico y
sus equivocadas y dañ inas concepciones y costumbres –una perspectiva a menudo
escalofriante-.
Lo que hicieron los terapeutas cuando fueron enfrentados –literalmente- por esta situació n fue
acudir para su socorro a cualquier modelo teó rico que les brindara comprensió n, a cualquier
enfoque que les proporcionara técnicas y métodos, y, finalmente, a cualquier colega disponible
que pudiera servirles de coterapeuta. El descubrimiento de la coterapia por Carl y sus
colaboradores de la clínica psiquiá trica de Atlanta fue decisivo en el desarrollo de la terapia
familiar; ella hizo que los terapeutas se sintieran mucho mas có modos en su tratamiento de las
familias y, a nuestro entender, aumento la eficacia de dicho tratamiento. (Mas adelante
examinaremos con má s detalle la coterapia).
La terapia familiar era entonces, y lo sigue siendo, ardua para las familias, también. Una cosa
era reunirse a contestar preguntas sobre el pobre John o la pobre Mary, y otra contestar
preguntas que involucraban a la familia entera, no solo como una parte del problema, sino
como el problema. Dentro de la habitació n, la angustia crecía en esos casos dramá ticamente.
Imagínese este cuadro: El psiquiatra residente comienza a entrevistar una familia en la que el
padre casi logra suicidarse la semana anterior tomando una dosis excesiva de una droga, y,
como respuesta a una pregunta de rutina, uno de los hijos le dice:
-Bueno, hasta hace tres semanas atrá s todos peleá bamos con papá por cualquier motivo.
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Terapeuta: -¿Qué sucedió luego?


Hijo: -No lo se. Simplemente dejamos de hacerlo. Tal vez nos cansamos de estar peleando
siempre con él.
Terapeuta: -¿Crees que renunciaron a él?
Hijo: -Puede ser.
Terapeuta (al padre): -Así que tal vez la familia renuncio a usted, y usted lo advirtió , y entonces
decidió renunciar usted también y se tomo las píldoras.
Padre: -Quizá lo haya hecho. Nunca se me ocurrió verlo de ese modo.
¿Es posible que la familia haya decidido, en silencio y sin que nadie se percatara realmente de
ello, que con la muerte del padre todos estarían mejor? Se cual fuere el problema que una
familia presenta, es para ella muy conturbador descubrir que está envuelta en el asunto su
estructura integra y que todos son en alguna medida responsables de sus problemas. Compartir
los buenos momentos es fá cil, pero no lo es tanto compartir las culpas por los malos.
El desarrollo de la terapia familiar ya lleva má s de un cuarto de siglo, pese a que el campo se
halla todavía en su adolescencia. Su infancia, su frenético crecimiento, tuvo lugar a comienzos
de la década de 1950, época (como la actual) en que había altísimos índices de divorcio y la
necesidad de acudir en ayuda de la familia era obvia. Los primeros terapeutas familiares
trabajaron en un virtual aislamiento; realizaban reuniones con familias a modo experimental
pero sin recibir el apoyo ni el aliento de sus colegas. Y cuando eventualmente daban a
publicidad su labor a través de conferencias o de revistas especializadas, encontraban
escepticismo y hostilidad. Los psiquiatras de orientació n psicoanalítica, en particular,
desdeñ aron la afrentosa idea de reunirse con toda la familia –probablemente porque intuían
que a largo plazo este enfoque representaba una amenaza para el control médico del proceso
psicoterapéutico-.
Los primeros terapeutas familiares fueron personas fuertes y de espíritu independiente, y
debían serlo, porque se enfrentaron con oposició n desde todos los á ngulos. Ademá s,
trabajaron separadamente. A medida que estos lideres comenzaron a crear un estilo
terapéutico y un marco conceptual individuales, fueron sumando prosélitos y empezaron a
formarse <clanes> locales. Fritz Midelfort, trabajo en forma privada en La Crosse, Wisconsin;
Murray Bowen formo a un grupo de psiquiatras residentes de la Universidad Georgetown, en
Washington; Nathan Ackerman estableció un programa diná mico en el ex Servicio Judío para
Familias de la ciudad de Nueva York. Un destacado grupo de individuos se asociaron con Don
Jackson y Gregory Bateson en Palo Alto, California, y varios de sus integrantes se hicieron luego
muy conocidos (mencionemos a Virginia Satir, Jay Haley, Paul Watzlawick). Carl y sus
colaboradores de la Clínica Psiquiá trica de Atlanta fueron de los primeros en trabajar con
familias. Poco a poco, estos clínicos –y muchos otros que la falta de espacio me impide
mencionar- se fueron encontrando y empezaron a establecer una red nacional de terapeutas
familiares.
En la década de 1960 la terapia familiar quedo firmemente establecida como un movimiento de
cará cter nacional. Se inicio la publicació n de revistas y libros sobre el tema, y se realizaron
convenciones y seminarios en gran escala. Los que se estaban formando en alguna de las
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disciplinas de la salud mental, al descubrir este nuevo enfoque, comprobaron casi


instantá neamente que satisfacía una necesidad que habían experimentado en su bú squeda de
métodos clínicos. Y esto fue lo que me sucedió a mí. En 1968 estaba a punto de doctorarme
como psicó logo clínico en la Universidad de Carolina del Norte; visite entonces el
departamento de psiquiatría de la Universidad de Wisconsin a fin de considerar de realizar allí
mi internado, ú ltimo requisito para obtener el título. Asistí a un seminario de entrevista
familiar de Carl Whitaker, quien se había trasladado a Wisconsin para poder dedicar mas
tiempo a la enseñ anza. La entrevista me entusiasmo tanto que me convertí en partidario de la
terapia familiar en cuestió n de minutos.
Un numero cada vez mayor de jó venes atravesaron por esta experiencia de <conversió n>,
aunque muchos no tuvieron la fortuna de encontrar lugar en un programa de instrucció n tan
bueno como el mío de Wisconsin. La demanda era tan grande que en muchas grandes ciudades
se abrieron instituciones privadas para suministrar formació n de posgrado en la nueva
especialidad. La necesidad de estas instituciones derivaba, en gran parte, de que las cá tedras o
programas universitarios tradicionales seguían mostrando escepticismo, duda o franca
hostilidad hacia la terapia familiar. Por mas que se había popularizado entre los estudiantes,
continuaba siendo una actividad rebelde, <subversiva>.
La situació n en que se encuentra la terapia familiar en la década de los 70 es interesante y
compleja. Si la década anterior fue la de nuestra adolescencia temprana, en la que los
terapeutas hallaron su grupo de pares y recurrieron al apoyo mutuo para sublevarse contra sus
<mayores> del medio psicoanalítico imperante, la década del setenta fue la de nuestra
adolescencia tardía. La enojosa bú squeda de identidad a quedado atrá s. La terapia familiar a
crecido y ha sido aceptada por las universidades de todo el país. Varias revistas se dedican en
forma exclusiva a la terapia familiar y de parejas. Entre los libros destinados a los profesionales
de la salud mental, los de terapia familiar son los que má s se venden. La sociedad nos ha
encomendado una tarea, y nos sentimos bastante ansiosos por cumplirla.
Sin embargo, aú n resta solucionar algunos importantes problemas. Para la població n en
general, la terapia familiar continua siendo relativamente desconocida. Cuando la gente busca
un terapeuta, todavía tiende a ir en calidad de personas individuales en busca de una terapia
individual. Entre los estudiantes se alza un gran clamor por una formació n apropiada, pero lo
cierto es que escasean los terapeutas familiares experimentados que puedan suministrarla.
Ademá s, los terapeutas familiares tenemos cada vez mayor conciencia de que hemos
acometido una tarea muy difícil. Al principio nos entusiasmamos tanto con ella que muchos ni
siquiera nos dimos cuenta de lo duro que está bamos trabajando. Ahora percibimos cuanta
energía, conocimiento y habilidad para las relaciones interpersonales demanda la terapia
familiar, y ello hace que obremos con má s cautela al seleccionar a nuestros futuros discípulos y
que estemos má s atentos a nuestro propio desempeñ o. Por añ adidura dentro de nuestro
movimiento nos encontramos con una creciente diversidad de enfoques. Los clanes reunidos
originalmente, en las décadas de 1950 y 1960, en torno de las personalidades <fuertes> han
cristalizado en escuelas de terapia familiar. Má s adelante trataremos de esbozar algunas de las
diferencias que existen entre los enfoques.
Pero a pesar de estos problemas y de la diversidad de enfoques, la terapia familiar sigue siendo
una idea unitaria con un buen panorama ante sí. Como sucede con el movimiento ecoló gico –
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con cuyo desarrollo ha marchado en forma paralela-, es probable que la terapia familiar cobre
mayor prominencia en los pró ximos añ os. Ambas orientaciones se basan en el concepto de
sistema y en la conciencia de la interdependencia de la vida y las condiciones que la hacen
posible. Es tan ló gico que se trabaje en forma directa con la totalidad de las fuerzas que
influyen en el individuo, que resulta difícil negarle validez. Y si bien puede acontecer que en el
futuro el terapeuta familiar se transforme en <terapeuta de sistemas>, y cuente entre sus
clientes a empresas o escuelas, creemos que seguirá entrevistando familias. A nuestro juicio, de
todas las unidades de la vida humana, la mas eficazmente destinada al desarrollo de la persona
no es el individuo en si, ni su grupo de trabajo, ni el grupo social mas amplio al que pertenece,
sino la familia.

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