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Fr.

Lázaro Iriarte, OFM Cap

Solicitado por las Misioneras Franciscanas del Verbo Encarnado


en ocasión del 25º Aniversario
de la “pascua” de su fundadora
Madre Giovanna Francesca del Espíritu Santo
Sierva de Dios
PRESENTACIÓN

Confieso que, invitado a presentar el Testamento de Madre Giovanna,


Fundadora de las Hermanas Misioneras Franciscanas del Verbo Encarnado,
me siento en seria dificultad por diversos motivos.
El primero es mi poco conocimiento de la Madre, luego la originalidad
del Testamento, obra verdadera de no común espiritualidad y de apreciado
estilo literario.
En fin, encontrarme delante a un comentario estilizado del llorado y
queridísimo P. Lázaro Iriarte, reanima en mí dulces recuerdos y afectuosos
sentimientos.
P. Lázaro ha sido –para mí- rector del Colegio Internacional de la Orden,
mi director espiritual y mi superior como definidor general cuando fui
nominado a mi vez, rector del Colegio Internacional. Para n osotros
capuchinos, P. Lázaro fue un verdadero padre y un don del Señor, también
como consejero general.
Religioso de profunda vida espiritual, de rara y profunda cultura,
especialmente de la historia y de la espiritualidad franciscana, con el don del
discernimiento.
Mientras era consejero general y yo rector del Colegio Internacional de
la Orden –Colegio S. Lorenzo de Brindis- fue repetidamente debatida la
cuestión del cierre y eventual venta del Colegio mismo, operación a la cual
muchos –comprendido yo- éramos contrarios. El padre, también él,
decididamente contrario. Sabía considerar las cosas y los acontecimientos
con gran previsión. Al fin fue acogida su posición y la historia le ha dado, y
esta dándole todavía, plena razón.
Mientras se vivía el torbellino del pos-concilio, el p. Lázaro fue punto de
referencia para jóvenes y ancianos. Ayudado de su profunda cultura y de la
grande, bíblica e histórica sabiduría, ha sido un faro luminoso para la Orden y
para la Iglesia.
Acogía a todos con humilde, paterno afecto y su palabra era siempre
confortadora e iluminadora. Lo sentíamos como un particular regalo de san
Francisco a sus hijos.
Su comentario al Testamento de Madre Giovanna, lectura en clave
evangélica y franciscana –que he leído con afectuosa admiración- te guía
paso a paso a penetrar en la profundidad de un alma toda de Dios que,

2
como Jesús en el Cenáculo, consigna a sus hijas espirituales, “un mensaje de
vida, una efusión de afecto materno”.
La Madre inicia con tres puntos de referencia que expresan los
fundamentos de su vida espiritual, recordados a sus hijas con vibrante afecto:
la Eucaristía, la Virgen María, la Iglesia católica.
Por lo que conozco, no recuerdo de haber encontrado en algún
testamento, una persona que, refiriéndose al pasaje bíblico de Jn 16,7, diga
que su partida es un bien y –como subraya el P. Iriarte- “el despertar de un
nuevo Pentecostés para sus Misioneras, una efusión transformadora del Espíritu
Santo, el eterno Amor, que infundirá nuevo vigor a su consagración esponsal
al Verbo”.
La Madre nos abre una rendija para la comprensión de su madurez
humana y espiritual. Y así confirma a sus hijas y las estimula a una actitud de
espiritualidad humana, para educarlas a los vuelos del Espíritu.
Como San Francisco, que de frente a cada problema decía a sus frailes:
“vayamos a la santa madre Iglesia”, así Madre Giovanna no duda en
recomendar a sus hijas el coraje de actualizarse con y en la Iglesia, de
“continuar a lanzar la red a derecha, o sea desde la parte de la Iglesia santa
e infalible”. Ejemplo de una fe eclesial hoy más que iluminadora y arrolladora,
que interpela a cada consagrada y consagrado y a quien comparte la
pasión por el anuncio del Reino.
Desde sus renglones se sienten traslucir las vibrantes palabras del apóstol
Pablo: “Para mi el vivir es Cristo y el morir una ganancia” (Fil 1,21) mientras
invita a sus hijas a fatigar y resistir, revistiéndose de aquella fuerza interior que
promana desde la espiritualidad propia del Instituto y desde su forma de
piedad. Una piedad que hace eco a las palabras de S. Francisco en su
“Pequeño testamento”.
Leyendo, hoy, este Testamento y el relativo comentario del P. Lázaro,
viene espontáneo un sentimiento de gozosa esperanza, unido a una
consoladora rendición de gracias.
A todas las Misioneras Franciscanas del Verbo Encarnado el augurio de
una fuerte, feliz y generosa fidelidad a las inspiradas palabras de su Madre
Giovanna.

Thiene, 9 de noviembre de 2009

✠ P. Flavio Roberto Carraro


Vescovo emerito di Verona

3
El original del Testamento

El manuscrito se encuentra en siete hojas unidas. De las numerosas


correcciones y agregados interlineares, se puede deducir que Madre
Giovanna, después de una primera composición, ha revisto el texto
cancelando, modificando o completando algunas cláusulas, con el fin de
precisar mejor su pensamiento, quizás con la intención de reescribirlo en una
copia definitiva.
Justamente estas enmiendas personales comunican un valor singular de
autenticidad a dicho documento, desde el momento en que ella, en todo
aquello que escribe, coloca mente y corazón, buscando los matices de
lenguaje que mejor expresan aquello que quiere transmitir, sin caer en frases
hechas.
Me ha parecido justo por lo tanto, transcribir con toda fidelidad la
terminología y las opciones ortográficas del original, cuidando solamente la
sucesión de las partes de su contenido con el ritmo lírico propio de la escritura
de Madre Giovanna.

Espíritu Santo 1971 Casa Madonna

Ante de Jesús Sacramentado,


en la sonrisa de la Virgen Santa,
en espíritu de fe, de amor y de humildad,
en la Religión católica y Apostólica,
arrebatada por el santo Evangelio1
me dirijo a ustedes todas, Hijas queridísimas en Cristo Señor,
para repetirles con El:
“¡es mejor para ustedes que yo me vaya!”
para que la plenitud del Amor descienda sobre todas ustedes
y refuerce su vocación real de Esposas de Sangre!

Nacida para la irradiación de la Vida,


les dejo la alegría,
que es el misterio del Verbo Encarnado en medio de nosotros,
y que dona la fe de poseerlo (a E) y unirnos a El.2

“¡Yo en ellos y Tu en Mi!”


1
En la primera composición, Madre Giovanna había escrito: arrebatada por las palabras evangélicas.
2
El pensamiento parece ser: el misterio del Verbo Encarnado, fuente de alegría, nos da la confianza de poseerLo y
de unirnos a Él un día.

4
¡Por eso no muero, inicio una nueva Vida
para ser perfecta en la unidad, con ustedes,
y para que el mundo conozca que El nos ha querido y mandado!

Como Dios me ha amado a mí, así le suplico que las ame a ustedes
y estén un día todas conmigo,
para que contemplen la herencia de amor
que nos ha reservado Su Corazón.

“Estén también ellas en nosotros


y todas sean una sola cosa”.
¡Ut unum sint!

La Verdad que las ilumina


sea testimoniada por vuestra vida
y sean todas transformadas en sacrificio perenne agradable a Dios,
fijas a los misterios celestiales y a las realidades del Cielo.
Así nos veremos nuevamente y vuestro corazón se alegrará.
“¡No permanezca perturbado vuestro corazón, ni tengan miedo!”
¡Alégrense, que yo vaya al Padre
y quede en vuestra sangre del alma!

¡Su Derecha me salve con su perdón!


¡A El rindo eternas gracias
por la luz, el amor, la voluntad, los dones, las gracias,
las predilecciones que me fueron prodigadas con tanta dulzura y tanta
fuerza!
“¿Qué restituiré al Señor por todo aquello que me ha dado?”
Sobre el umbral de la Eternidad,
“tomare el cáliz de la Salvación e invocare el Nombre del Señor”,
y a su gloria, Le repetiré el nombre de cada una de ustedes.
“Yo me sacrificaré enteramente por vuestras almas”.

“Como viento que se abate gallardo llenando toda la casa”,


al último respiro, quiero llamar al Espíritu Santo,
para que las invada a todas de su amor y de su potencia
y les renueve la vida.

5
Consagradas a la Virgen de Loreto
las coloco a todas bajo Su ala maternal,
segura de su omnipotencia por gracia,
para que las habitúe a los vuelos del Espíritu.
A san José, el Virgen Padre de Jesús3,
le confío la guía, la defensa y la protección
del alma de cada una.
Hambrienta y sedienta del Espíritu Franciscano,
grito al seráfico Padre san Francisco
de cubrirlas con su pobre manto
y de amarrarlas –una! – con su blanco humilde cordón,
gúmena celestial contra toda tempestad.

No les impongo nada:


les pido sólo, por amor y en caridad,
de continuar intrépidas a lanzar vuestra red a derecha,
o sea de la parte de la Iglesia santa e infalible,
ciñéndose siempre vuestra divisa,
y lanzándose en el mar de la miseria humana
para socorrer, curar, iluminar, animar, salvar.

Les invoco por eso la fuerza interior y exterior,


no sólo de hablar, mas de fatigar, resistir,
y vencer santamente, viviendo Cristo en ustedes.
Para esto, como ayuda infalible, les ruego de hacer vuestras
las insuperables devociones4 de la S. Misa, de la S. Comunión,
del Via Crucis, del S. Rosario, del Angelus
y de las Letanías Lauretanas.
Recibirán siempre un secreto flujo de Cielo:
¡consolador, reparador, constructor, animador, pacificador!

Lo que entonces les pido de manos juntas es que se amen


sinceramente, fraternamente, serenamente,

3
No obstante que original, he respetado el término como está en el manuscrito, equivalente al usado más
comúnmente “Esposo virginal de María”.
4
También aquí he respetado el manuscrito por las razones indicadas en el comentario.

6
haciéndoseles “hermano” todo el Cielo, el firmamento y el cosmos.
¡Yo viviré así en ustedes y para ustedes desde mi Cielo de paz y de luz!
Fervorosos ángeles de misión,
amen a Dios con el Corazón de Cristo, alábenlo con los labios de Cristo,
glorifíquenlo con vuestras obras:
no malgasten el designio de Dios sobre ustedes.

Cuiden como racimos las almas que Dios les ha confiado,


con alegría, discreción, sinceridad, generosidad y buen ejemplo,
en servicio permanente de la S. Iglesia
y con coraje de perseverancia.

¡Hijas queridas!
Con la muerte todo comienza: ella es la obra maestra de la vida.
¡Yo entro así en mi Pascua, abrazada a todas ustedes,
para seguir en unidad la “Liturgia eterna”
en una transfiguración y en una comunión infinita!

¡Abrazándolas una a una, les pido perdón de toda culpa mía,


segura de vuestro beso y de vuestra oración de sufragio;
y me abismo en el silencio, en el cual el Hijo de Dios se ha encarnado:
y es la Vida Trinitaria!
Aquí: es la sombra. Allá: es la Fiesta Eterna.
¡Hasta pronto en la Patria celeste,
que “sólo amor y luz tiene como confines”!

Vuestra
Madre Giovanna
M.F.V.E

7
Prefacio

Pentecostés de 1971, festividad en la cual Madre Giovanna se sentía


cada ano extasiada del Espíritu de Verdad, “consolador, renovador,
santificador, vivificador” (C.circ. 88,3; 121,1; 231,19; 248,1).
Empujada por un impulso materno, como tantas otras veces, había enviado
en aquel DIA un mensaje ardiente a todas sus hijas, “directísimas y siempre
presentes”, bajo su lema: Fides + Caritas. Comenzaba: “Nútranse de Cristo,
vivan con el Espíritu Santo, con María, que es la primavera de la eternidad, in
laetitia et exultatione, en el fuego rociado del Espíritu Santo y en el poderoso
soplo de sus Dones: llego a ustedes para que se centren en su caridad...”
(C.circ. 189.1). Seguía un apremiante reclamo al amor mutuo, un amor hecho
acogida fraterna, perdón.
El original del Testamento lleva el significativo título: Espíritu Santo 1971.
Casa Madonna.
Con sus 83 años cumplidos, la fundadora estaba en el pleno vigor de los
recursos físicos y mentales de modo de gestionar su responsabilidad como
guía del Instituto con aquella su sabiduría evangélica, unida a la energía
templada por la suavidad, y su sentido de lo concreto, cualidades que le
admiramos en sus cartas a las hermanas.
Estaba, por así decir, en el momento culminante de su misión. Dos años
antes, en el mes de junio de 1969, se había celebrado el Capitulo
Extraordinario, en cumplimiento de las disposiciones del Concilio Vaticano II,
para la adaptación de las Constituciones. Madre Giovanna acompañaba
con atención la acogida y la puesta en práctica, en las Comunidades, de la
nueva normativa promulgada en forma experimental, en vista al texto
definitivo. Estaba pues a la espera del Decreto de Lode, cuya promulgación,
con fecha del 9 de junio de 1972, la fundadora podía anunciar con legítima
exultación justamente en la vigilia de la inauguración del Capítulo ordinario.
En lo íntimo, pero, de su espíritu, existía la intuición de que estaba por
finalizar una etapa de su servicio, aquella de estar al timón como superiora
general, pero sin eximirse de la tarea de trazar a sus misioneras, como guía y
maestra, vías luminosas de fidelidad esponsal al Verbo Encarnado y de
presencia fecunda entre los hombres, mediante su oración, su ejemplo, sus
mensajes. Parece que ya estuviese decidida a renunciar a la reelección en el
próximo Capitulo general, como de hecho lo hizo.
Una semejante intuición tuvo san Francisco cuando, seis anos antes
de su muerte, vio llegado el momento de dejar a otros el gobierno externo de
la Orden, conservando, no obstante, la función recibida de Dios de padre y
fundador. El, antes de morir, dicto su testamento espiritual, como lo hará
santa Clara también y lo han realizado tantos otros fundadores y fundadoras.
Madre Giovanna no espero la proximidad del término de su vida terrena
para realizar este don a sus hijas. Lo que se siente inspirada de hacer en ese
Pentecostés de 1971, más que su “ultima voluntad”, es un mensaje de vida,

8
una efusión de afecto materno, de conservar oculto, entre tantos otros, como
un regalo para el futuro. Incierta de la duración del exilio terreno, se coloca
en el momento hipotético de la partida, cuando Dios querrá llamarla a si.
Vive del pensamiento del después de la muerte en modo muy personal.
En 1960 había dejado escrito esta misiva:
Oh Dios, que eres el Autor de todo bien....
cuando mis hijas vendrán a mi tumba
a gemir sus penas y sus culpas,
haz que una secreta consolación
les asegure que yo soy verdaderamente su madre.
¡Amén! (p 135)

El Testamento es un verdadero tejido de resonancias bíblicas y franciscanas,


como por otra parte lo son todos los escritos de Madre Giovanna. La Palabra
de Dios y la enseñanza de san Francisco constituyen su alimento cultural y
espiritual, son conceptos y expresiones que le fluyen sin esfuerzo desde el
corazón a la lapicera, en frases breves y frescas, siempre originales.
No sabemos si por un cierto presentimiento de la proximidad del abrazo de la
hermana muerte o puede ser por una composición ambiental, ella se coloca
en el punto de partida sin retorno, apropiándose de los sentimientos de Jesús
después de la última Cena. De hecho, resuenan todavía en su espíritu las
palabras escuchadas y meditadas en la lectura continua del Evangelio de la
Misa en las dos semanas anteriores a Pentecostés.
La redacción del texto no sigue un esquema previamente trazado; los
parágrafos se suceden casi por asociación de sentimientos. La primera parte
es casi una paráfrasis de las palabras de Jesús. Continúa pues una efusión de
agradecimiento a Dios por los dones que de El ha recibido. Invoca sobre
todas las hijas la invasión del Espíritu, la invasión del Espíritu, la protección
materna de María y aquella de san José y de san Francisco. A ellos pide amor
y fidelidad a la madre Iglesia. Coloca el acento, en modo particular, sobre la
unión en la caridad fraterna y sobre la irradiación del amor en la acción
apostólica. Termina invitándolas a unirse a ella en la liturgia de una Pascua sin
fin. Les pide su perdón con humildad y simplicidad. Y culmina con un sublime
“¡Hasta luego en la Fiesta eterna!”
Buscaremos de captar, paso a paso, la densidad del contenido y de las
intenciones de las singulares cláusulas, con las referencias adjuntas a las
Oraciones de Madre Giovanna y a las Cartas a sus Hijas, cuyo mensaje ha
adquirido ahora actualidad y perennidad en la edición preparada
cuidadosamente: “¡Hijas amadísimas: escúchenme!”.
A decir verdad, después del profundo y bello comentario bíblico-espiritual del
Testamento, realizado por Mons. Luciano Monari, entonces obispo de
Piacenza5 (Italia), en el curso de los ejercicios espirituales del mayo de 1994, y
5
Obispo de Brescia (Italia) desde el 19 de julio de 2007, ndr.

9
luego distribuido en transcripción6, me ha parecido casi de estar realizando un
doble trabajo innecesario. Pero no he podido rechazar el delicado convite
hecho por la Superiora general, Madre Giulia, y por su Consejo, de ofrecer mi
contribución, en la que relevase particularmente el filón franciscano del
Testamento.

6
El comentario que antecede a este en el presente fascículo

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SIGLAS UTILIZADAS

Documentos del Concilio Vaticano II


LG: Constitución Lumen Gentium
SC: Constitución Sacrosanctum Concilium

Fuentes franciscanas
FF: Fuentes Franciscanas, Editorial Franciscana (it), 1990
1 Cel: Tomas de Celano, Vida I
2 Cel: Tomas de Celano, Vida II
LP: Leyenda Perugina
Adm: Admoniciones de san Francisco
Reg B: Regla bulada
Reg NB: Regla no bulada de san Francisco
Test.: Testamento de san Francisco
Cart.fiel.: Carta a todos los fieles

Escritos de Madre Giovanna


C. circ.: Cartas circulares Hijas amadísimas: escúchenme, ed. 1997
P.: Oraciones de Madre Giovanna (con la paginación de la versión italiana)

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1. EL ESCENARIO ESPIRITUAL

Ante Jesús Sacramentado, en la sonrisa de la Virgen santa;


en espíritu de fe, de amor y de humildad,
en la Religión Católica y Apostólica,
arrebatada por el santo Evangelio,
me dirijo a todas ustedes,
Hijas queridísimas en Cristo Señor.

Madre Giovanna se introduce con un estilo que recuerda los formularios en


uso en las disposiciones testamentarias: el escribano, los testigos, el estado de
animo del testamentario, la profesión explicita de fe católica... Ella sin
embargo se mueve en una otra esfera.
El acto se desarrolla “ante Jesús Sacramentado”. El misterio de la presencia
silenciosa, más vital, de Jesús, el testigo fiel (Ap. 1,5), dice mucho a la fe y a la
piedad de Madre Giovanna..... Delante del sagrario ella descubre siempre de
nuevo aquel ECCE.... HIC... de la Encarnación. La Eucaristía es “el Dios con
nosotros, el cielo del amor, el banquete nupcial al que todos somos llamados”
(C.circ. 115,6).
“En la sonrisa de la Virgen santa”. María asiste como testigo cualificada,
asintiendo con la complacencia de su rostro materno. Madre Giovanna, en
una de sus oraciones, llama a María, “Sonrisa del Omnipotente” (P p.164). En
1952 invitaba a las Hermanas, con ocasión de los ejercicios espirituales, a
“encontrar a Dios en la sonrisa de la Virgen santa” (C.circ. 36,2).
De este inicio se podría, quizás, deducir que la composición del Testamento
ha sido hecha en la capilla de Casa Madonna, delante del tabernáculo y
bajo la mirada de la imagen de María.
La disposición de ánimo del testamentario se suele expresar con las palabras
“libremente, en pleno uso de la propia facultad...” Mas nuestra testamentaria
declara de hacerlo “en espíritu de fe, de amor y de humildad”, condiciones
que denotan una verdadera madurez evangélica.
El espíritu de fe de Madre Giovanna resplandece en todas sus actuaciones y
en cada una de las paginas de sus escritos; mira a si misma, a los otros, al
mundo y a las vicisitudes históricas desde la perspectiva divina, en una
panorámica sin confines. En ocasión de la proclamación del Ano de la Fe
por parte de Pablo VI (1967 – 1968), dirige una circular, verdadero himno a la
virtud fundamental del creyente: “¡Fe, fe diamantina, fe invencible! A referir
integralmente en un apostolado de santidad... fe viva y salvadora, que nos
vuelve transparentes para que aparezca El solamente, el Amor.... Por esta fe,
visible a todos, amamos y servimos a todos...” (C.circ. 122,3)
Su espíritu de amor determina la causa y la razón de las relaciones con Dios y
con los hombres, en modo especial con sus colaboradoras en la promesa

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evangélica, teniendo como centro el Verbo Encarnado. Con una expresión
ciertamente iluminada Madre Giovanna designa al amor “fe a elevada
temperatura” (C.circ. 88,3; 163,5).
El espíritu de humildad deriva del mismo misterio de la Encarnación,
verdadero anonadamiento del Hijo de Dios (cfr Fil 2,7s), y de la vida y el
magisterio de Jesús, “manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). La humildad
es “el paso de una perfecta misionera franciscana” (C.circ. 228,3), su
“fortaleza” (C.circ.68,3).
“En la Religión Católica y Apostólica”. Aquello que, desde siglos, ha sido un
elemento notarial de rutina cuando el testamentario quería morir como
creyente, ofrece a Madre Giovanna la oportunidad de profesarse
simplemente hija de la Iglesia, como se ha sentido siempre, desde que el
Verbo Encarnado se transforma en luz y centro de su existencia. La llama
“dulce esposa de Cristo, amadísima madre, familia de Dios, cuerpo místico de
Cristo, pueblo de Dios...” (C.circ. 67, 68, 88, 117, 119, 153...). Por el hecho de
ser responsable, delante de Dios y de la Iglesia, de un Instituto nacido de la
Iglesia y para la Iglesia, su expresión en el Testamento adquiere un significado
mas profundo.
Por ultimo, la bella declaración de profesión de la vida evangélica:
“Arrebatada por el santo Evangelio”. Como verdadera franciscana, Madre
Giovanna ha hecho del Evangelio su “forma de vida”, debe ser “la sangre”
de una franciscana del Verbo Encarnado (C.circ. 228,3). Pero el Evangelio no
es para ella solamente un libro a estudiar y meditar o un programa a seguir: es
Cristo mismo, su vida, sus enseñanzas, su pasión y muerte, su glorificación... El
Evangelio hace parte de su experiencia mística; no se siente solamente
atravesada de la verdad evangélica y comprometida en el seguimiento de
Cristo, sino también “arrebatada por el Evangelio”, verdadera mujer del
Evangelio.

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2. “PARA QUE LA PLENITUD DEL AMOR DESCIENDA SOBRE USTEDES”

Me dirijo a ustedes todas... para repetirles con El:


“Es mejor para ustedes que yo me vaya”,
para que la plenitud del Amor descienda sobre todas ustedes
y refuerce vuestra vocación real de ¡Esposas de sangre!

La fundadora querría que su mensaje culminante no fuese otro que aquel de


Jesús, justamente aquel mismo que el Maestro dirigió en términos inefables a
los discípulos en la noche de la grande despedida. Como El, también ella se
siente unida más que nunca a sus hijas-discípulas, intuye que ellas no se
resignaran fácilmente a su partida y menos, a su exoneración del gobierno
del Instituto; mas no se retiene imprescindible porque sabe de no ser ella a
darles vida: puro instrumento de Dios, ha plantado, ha irrigado, mas ha sido
Dios que lo ha hecho crecer (cf 1 Cor 3,6s).
Por el contexto evangélico sabemos el sentido que Jesús quiso dar a sus
palabras: “Les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a
ustedes el Paráclito” (Jn 16,7). No significa que la venida del Espíritu Santo
venga a substituir la presencia de Cristo en medio de nosotros, mas bien
promete que estará mas presente aun después de su regreso al Padre, atento
a nuestras necesidades, sensible a nuestras vicisitudes, perpetuo y eficaz
intercesor a favor nuestro (cf Jn 16, 22-27). Antes de la Ascensión, el
Resucitado confirmara esta promesa: “Yo estaré con ustedes todos los días
hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
Durante los anos de la existencia terrena del Verbo hecho hombre, su
presencia se localizaba corporalmente en Nazaret, en Cafarnaún, en Betania,
en el Templo...; pero desde que reina glorioso a la derecha del Padre, se ha
liberado de la localización temporal y se hace presente donde nuestra fe y
nuestro amor lo sienten próximo: en la Eucaristía, en el misterio de la Iglesia, en
cada fiel miembro suyo, en cada necesitado...
De modo semejante, salvando la diferencia, Madre Giovanna posee el
presentimiento que, cuando se vera libre de los actuales condicionamientos,
será mas útil a sus hijas, y ellas experimentaran su presencia, si bien invisible, su
ayuda alentadora y por que no, también su intercesión. Posee la osadía, por
lo tanto, de hacer suyas las palabras de Jesús: “Les conviene que yo me
vaya...”
Apropiándose aún del razonamiento del Maestro, piensa que su partida
personal será como el despuntar de un nuevo Pentecostés para sus
Misioneras, una infusión transformadora del Espíritu Santo, el eterno Amor, que
infundirá nuevo vigor a su consagración esponsal al Verbo.
...Para que la plenitud del Amor descienda sobre todas ustedes,
y refuerce su vocación real de ¡Esposas de Sangre!

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La expresión “Esposas de Sangre” es un arreglo que Madre Giovanna habrá
encontrado en los escritos de alguna santa mística, en las palabras que dice
a Moisés su esposa Séfora: “Tu eres para mi un esposo de sangre” (Ex 4,25). Tal
ajuste encuentra cierto apoyo en la idea de san Pablo cuando dice que
Cristo ama a la Iglesia, su esposa, adquirida con el precio de su sangre (cf Ef
5,15-27).
Madre Giovanna habla de “vocación real” justamente porque se trata de un
amor reservado al Rey Esposo, Cristo, según un otro arreglo muy frecuente en
la historia de la vida consagrada femenina y en la liturgia, aquel del salmo
mesiánico 44, 10-18: “A tu derecha una reina, con el oro de Ofir”. Santa Clara
escribiendo a Inés de Praga, que había renunciado a la mano del emperador
para darse a Cristo en totalidad de amor, la saludaba: “Hija del Rey de reyes,
esposa dignísima de Jesucristo y, por lo tanto, reina nobilísima” (FF 2871).

Y será la fiesta del Amor. Jesús ha declarado que en el precepto del amor en
sus dos dimensiones, hacia Dios y hacia el prójimo, se resumen la Ley y los
Profetas (Mt 22,40). Y san Pablo: “La plenitud de la Ley es el amor” (Rom
13,10). En Dios existe la plenitud del amor, porque El es el Amor; mas en el
Verbo hecho hombre “habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad”
(Col 2,9): y “de su plenitud todos nosotros hemos recibido” (Jn 1,16). Aun mas,
la misma caridad de Dios “se ha volcado en nuestros corazones mediante el
don del Espíritu Santo” (Rom 5,5). Pero ¿somos nosotros capaces de alcanzar
la plenitud del amor, limitados así como somos? Jesús nos ha presentado el
amor gratuito del Padre cual modelo y meta de nuestro amor mutuo (Mt 5,45)
y nos ha mandado amarnos como El mismo nos ha amado (Jn 15,21).
San Francisco, en sus oraciones, celebra a Dios como “plenitud de bien, bien
total, sumo bien” y como Amor infinito. Nuestra correspondencia de amor
deberá ser, por lo tanto, “con todo el corazón y con toda el alma, con toda
la mente, con todas nuestras capacidades, con todas las fuerzas” (Mc 12,30s).
Francisco agrega: “con todo el impulso, con todo el afecto, con todos los
sentimientos, con todas las ansias...” (Rnb 23,23s; FF69).
En Dios, plenitud significa inmensidad, infinidad; en nosotros, que somos
limitados, el amor será pleno si no lo reducimos a nuestros pobres parámetros.
El nos ha dado una capacidad infinita de amar. Es notoria la sentencia de
san Bernardo: “La medida del amor es amar sin medida”.
Lo mismo se diga del amor hacia el prójimo, el corazón pobre, que se ha
liberado para el Amor, renunciando a las apropiaciones afectivas –enseña
san Francisco– puede prodigarse sin limites hacia los hermanos, sea en
intensidad que en extensión (cf. 1 Cel 38s; FF 387s).
No es otra la “plenitud del Amor” que Madre Giovanna considera que
descienda sobre todas sus hijas como don del Espíritu Santo. Leemos en una
de sus cartas: “¡Venimos del Amor, debemos ser amor, llevar amor, suscitar
amor, difundir amos, recoger amor!” (C.circ.231,1).

15
3. LES DEJO EL MISTERIO DEL VERBO ENCARNADO

Nacida para la irradiación de la vida,


les dejo la alegría,
que es el misterio del Verbo Encarnado en medio nuestro,
y que dona la fe de poseerLo y de unirnos a El.

He aquí el verdadero legado testamentario de Madre Giovanna a sus


Misioneras: otro no podía ser.
“Nacida para la irradiación de la vida”. Luisa Ferrari, en el vigor de su
juventud, era ya una enamorada de la vida. Sus mas antiguas oraciones
líricas celebran el don de la existencia de todos los seres; se ve a si misma
como un puro regalo de la bondad y de la sabiduría de Dios. Y la alegría de
vivir no disminuye con el pasar de los anos; en el 1980, en una carta escrita
para festejar el cincuentenario del Instituto, con 92 anos de edad, prorrumpía
con esta exclamación: “Coraje, la vida es bella, porque don de Dios!... Vivan,
por lo tanto para el Verbo Encarnado!” (C.circ. 154,6-7). Al termino de su
larga peregrinación terrena, habría podido hacer suya la alabanza de santa
Clara antes de morir: “Bendito seas, Señor, porque me has creado” (FF 2986).
Leemos en el libro de la sabiduría: “Dios ha creado todo para la existencia; las
creaturas del mundo son saludables, en ellas no hay veneno de muerte” (Sab
1,14). Y refiriéndose a la creatura humana tenemos la declaración solemne
de Jesús: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos: todos de hecho viven por
El” (Lc 20,38).
Mas la vida para cuya irradiación Madre Giovanna dice de haber nacido y
destinado es la VIDA increada, el Verbo eterno, así como tantas veces lo ha
meditado en el prólogo del Evangelio de Juan: “En Ella estaba la Vida y la
Vida era la luz de los hombres...” (Jn 1,4).
Esta “vida, que estaba junto al Padre, se ha vuelto visible” (1 Jn 1,2) cuando el
mismo Verbo “se ha hecho carne y vino a habitar en medio nuestro” (Jn 1,14).
He aquí el Credo fundamental de Madre Giovanna, vuelto en ella verdadera
experiencia de fe y de amor después de aquel rayo de luz infusa en la Santa
Casa de Loreto, que marcó una nueva fase en la espiritualidad de la futura
fundadora: HIC VERBUM CARO FACTUM EST. Este HIC no tendrá, a lo largo de
su vida, una localización puramente histórica, sino actual y permanente. Su
perspectiva de fe le hace ver por doquier casi una Encarnación continua,
siempre renovada.
Y le satisface repetir con Maria: ECCE... HIC....
Hay ante todo el HIC eucarístico: el Verbo hecho carne, ha encontrado el
modo de habitar realmente, o más exactamente, según la expresión del
evangelista, ha plantado su tienda en medio nuestro, huésped y peregrino
entre un pueblo peregrinante.

16
San Francisco contemplaba el misterio del Cuerpo y de la Sangre de Cristo
como un perpetuarse de la Encarnación y un cumplimiento de la promesa de
Jesús:
“He aquí, cada día el Hijo de Dios se humilla, como cuando desde la sede
real desciende al seno de la Virgen, así cada día viene a nosotros en
apariencia humilde, cada día desciende del seno del Padre sobre el altar en
las manos del sacerdote... Y de tal manera el Señor está presente con sus
fieles, así como El dice: ‘He aquí, yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo’
(Mt 28,20)”. (Adm 1, 16-22; FF 144s)
La fe del Pobrecillo, luego, descubre el Cristo, Palabra del Padre, presente en
medio nuestro en la persona de cada miembro de la jerarquía: “Yo veo en
ellos al Hijo de Dios” (Tst 12; FF 113); en cada hombre y mujer,
especialmente en los pobres, en los leprosos (1Cel 76; 2Cel 83-85; FF 453, 670-
672); en cada ser creado. Así no obstante que lleno de enfermedades y de
sinsabores, pudo entonar, al fin de su vida, su festivo cántico alabando al
Altísimo con todas las criaturas (cfr. FF 263).
Frecuentemente me he detenido a observar la foto donde Madre Giovanna
aparece radiante de felicidad, con los brazos abiertos, en medio a un fondo
de plantas y flores. Así es: se sentía “nacida para irradiar la vida”. Y ha
querido dejar a sus hijas, en herencia, esa alegría de vivir que brota del
“misterio del Verbo Encarnado en medio nuestro”.
He preferido conservar la redacción original, aunque algo obscura, de
aquello que sigue: “y que dona la fe de poseer (El) y de unirnos a El”. El
sentido parece ser: el misterio del Verbo Encarnado nos dona la fe
(=confianza) de poseerlo y de unirnos a El, nuestra vida eterna.
Misión actualísima para todos nosotros, hijos e hijas de Francisco de Asís, pero
especialmente para las Misioneras Franciscanas del Verbo Encarnado. La
sociedad en que vivimos tiende a la desvalorización del don de la vida:
aborto, eutanasia, suicidio; tantos adolescentes crecidos en el bienestar no
encuentran un por qué a la existencia y la cortan como se corta una flor
marchita. Juan Pablo II ha hecho de su magisterio una auténtica cruzada a
favor de la vida, para hacer frente a todos los atentados de aquella que él
llama “cultura de muerte”.
Nos corresponde a nosotros “nacidos para irradiar la vida”, enseñar a las
personas a agradecer a Dios por este don primero, a celebrar la vida, a
descubrir la vida como una fundamental “misión a cumplir”, según la
enseñanza de Madre Giovanna (C.circ. 88,1); sobre todo, a mirar la presente
vida temporal como un caminar hacia la plenitud de la vida sin fin.
Madre Giovanna ha sabido vivir en la alegría el misterio del Verbo, un misterio
que querría transmitir a cada una de sus hijas como el secreto de la alegría de
vivir: en el Verbo estaba y está siempre la vida.

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4. HACIA LA UNIDAD PERFECTA

“¡Yo en ellos y tu en mi!”


¡Por eso no muero, inicio una nueva Vida
para ser perfecta en la unidad , con ustedes,
y para que el mundo conozca que El nos ha querido y mandado!

Madre Giovanna continúa a identificarse con los sentimientos de Jesús en sus


efusiones antes de regresar al Padre. Es el aprieto de la separación. Como el
Maestro con los discípulos, también ella se ha sentido íntimamente unida a las
hermanas que el Señor le ha donado.
Toda separación de los seres amados es dolorosa; pero Jesús no quiere que
los suyos permanezcan tristes, justamente porque El va al Padre. Entre El y el
Padre hay una unidad perfecta; y El ha venido entre los hombres para
hacerles partícipes de este misterio de unidad. Así ha rezado al Padre: “Que
todos sean una sola cosa. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en
la unidad y el mundo sepa que tú me has mandado y les has amado como
me has amado a mí” (Jn 17,11s).
La unidad en la diversidad entre las tres divinas Personas es un misterio de
comunión de vida y de amor, al cual todos nosotros somos llamados a
participar; la unión fraterna en la vida consagrada tiene como meta este
supremo modelo.
San Francisco, entre todos los fundadores, ha sido aquel que ha hecho de la
compenetración fraterna la fuerza secreta de la experiencia evangélica.
También él ha meditado y hecho propio el pedido de Jesús al Padre; “Que
sean perfectos en la unidad” (Rnb 22,55; Lfed 59; FF 62, 201). Se sentía unido
en espíritu a sus hermanos, también a los lejanos, y ellos experimentaron
sensiblemente, varias veces, su presencia en medio de ellos (cf. 1 Cel 47-50;
FF 404-409).
Las cartas de la fundadora a sus hijas están impregnadas de los reclamos a la
unidad, radicada en el amor, frecuentemente en tonos vibrantes: “¡Que ellos
sean uno! ¡Esta es la cumbre de su voluntad! ¡Este el faro de su puerto eterno!
“¡Y ustedes –por El- sean una”! ¡un solo corazón y un alma sola! En cada
casa, en cada misión, en cada camino....” (C.circ. 28,4).
“Por eso no muero, inicio una nueva vida” Para el creyente la muerte no es
una separación, sino sólo la “partida”. Se canta en el prefacio de la Misa de
los Difuntos: “La vida de aquellos que creen no les es quitada sino
transformada”. Con la muerte termina la vida temporal, sujeta al espacio y al
tiempo, y comienza la vida eterna, que es la dimensión divina; se entra en
comunión con la vida en Cristo. Y comienza también, en la esperanza de
Madre Giovanna, “la unidad perfecta” con las hermanas que la han

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precedido en la partida y con aquellas, que, aquí sobre la tierra, están unidas
vitalmente al Verbo.
¡La muerte! Sólo sentirla nombrar causa horror. Sin embargo, para quien se
siente viajero de eternidad, morir es nacer a una vida nueva, como se
expresa san Pablo: “Para mí la muerte es una ganancia” (Fil 1,21). San
Francisco, cuando el medico le dice que sus días se acercaban al fin,
exclamó: “¡Bien venga mi hermana Muerte!” (LP 65; 2 Cel 217; FF 809, 1615).
La cantó en su Cántico de las creaturas: “¡Alabado seas, mi Señor, por la
hermana Muerte corporal!” (FF 263); la saludó como “puerta de la vida” y la
recibió cantando (2 Cel 217; FF 809s).
Madre Giovanna había escrito en 1932 a las compañeras de la primera
aventura: “¡Ninguna cosa más nos dividirá, oh mis hijas, nada! ni siquiera la
muerte!... porque nosotras somos UNA en El.... para la eternidad de amor”
(C.circ. 4,1). Es maravillosa la variedad de conceptos que usa, en las cartas
en las que comunica la muerte de una hermana, para expresar el hecho
doloroso: “hermana muerte”, “el beso de Jesús”, “inicio del coloquio con
Cristo, que no tiene fin”, “abandonarse al Esposo celeste”, “abrazo del Esposo
divino”, “subir al trono de Dios, “gran vuelo de eternidad”, “levantar el ancla
hacia el mar eterno”, “divina llamada al cielo”, “alcanzar nuestro ‘Por qué
luminoso”...
Jesús confía a la unión en el amor, de sus discípulos, el suceso de su propia
misión: “de esto todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los
otros” (Jn 13,35). “Que sean una sola cosa para que el mundo crea que tú
me has enviado” (Jn 17, 21). Madre Giovanna está bien convencida que
Cristo, Palabra del Padre, la ha llamado a ella y a las hermanas a participar
de esa misma misión; será la unidad llevada a la perfección, el mejor
testimonio ofrecido al mundo por parte de las Misioneras del Verbo
Encarnado: “Para que el mundo conozca que El nos ha querido y mandado”.
En 1980, cincuentenario de la fundación del Instituto, compuso esta oración:
¡Verbo de Dios!
El palpitar de tu gracia
nos vivifique, nos plasme, nos transforme
en verdaderas, firmes, intrépidas Misioneras Franciscanas
y nos difunda siempre más en el mundo
para llevar a los hermanos tu Amor.
Tu oración Ut unum sint nos estreche a todas en “una”
para tus designios de salvación
y para tus obra maestras de misericordia... (P, p 136)

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5. UNA HERENCIA DE AMOR NOS ESPERA

Como Dios me ha amado a mí,


así le suplico que las ame a ustedes
y estén un día todas conmigo,
para que contemplen la herencia de amor
que nos ha reservado su Corazón.
“Estén también ellas en nosotros
y todas sean una sola cosa”
¡Ut unum sint!
Aún sobre la traza del discurso de Jesus después de la Cena, mas sin tener la
pretensión de substituirLo, el espíritu de Madre Giovanna continúa a anhelar
un futuro de amor en la patria del Amor.
Jesús había dicho a los discípulos: “Como el Padre me ha amado a mí, así
también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn 15, 9).
Bien compenetrada de la inmensidad del amor divino hacia ella, no osa
medirse con el Padre ni con Jesús en el afecto, por cuan sincero y puro hacia
a las hermanas; de modo que cambia el texto: “Como Dios me ha amado a
mí, así le suplico que las ame a ustedes”.
Luego retorna a la oración sacerdotal donde Jesús reza al Padre: “Quiero que
también aquellos que me has dado, estén conmigo donde yo estoy, para
que contemplen mi gloria, aquella que me has dado...” (Jn 17, 24). Madre
Giovanna realiza una delicada paráfrasis: “Y estén un día todas conmigo,
para que contemplen la herencia de amar que nos ha sido reservada desde
su Corazón”.
De esta herencia de amor había escrito en 1926 en una efusión intitulada
“Canto de esperanza de la esposa del Verbo”:
“En el Verbo, Dios-Amor,
yo espero de hacerme santa.
Y espero de poseerlo eternamente,
a El, mi Dios,
que será mi incomparable herencia
para siempre. ¡Amén! “ (P.p. 78)
San Pablo animaba a los fieles a soportar el ligero y momentáneo peso de las
tribulaciones actuales que nos procuran una “cantidad desmesurada y
eterna de gloria” (2 Cor 4, 17s).
Madre Giovanna quiere compartir con sus hijas la gloria celeste, con todas,
casi en la esperanza de recomponer en la patria beata la fraternidad
obtenida y experimentada en el exilio terreno, y así entrar, en la posesión de
la herencia de amor, una herencia de la cual somos coherederos con Cristo,
nuestro hermano (cf. Rom 8,17).

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Nosotros no tenemos ningún título que nos dé derecho a una tal herencia; es
toda gratuita: Cristo nos la ha adquirido con su sangre (cf. Hch 20,28). Y la ha
reservado para nosotros en su Corazón. Será algo inimaginable, un estupor
maravilloso: “Ningún ojo vio ni oído oyó, ni mente humana concibió, lo que
Dios preparó para aquellos que lo aman” (1 Cor 2, 9). “Grandes cosas hemos
prometido, mas son más grandes aquellas que Dios ha prometido a nosotros”,
decía san Francisco a sus frailes (2 Cel 191; FF 778).
Madre Giovanna se detiene todavía en el Unum sint –sean una sola cosa-, la
oración suprema de Jesús, que hoy más que nunca pesa en la consciencia
de las varias confesiones cristianas; y quiere, como El, dejar para sus
Misioneras esta ultima voluntad: “Que todas sean una sola cosa!” En una de
sus cartas llama al cielo “la eterna fiesta del “Unum sint” (C.circ. 73, 8).
De la fraternidad femenina de san Damián, formada por santa Clara en la
caridad unitiva, escribe Tomás de Celano: “La virtud de una continua y mutua
caridad une profundamente sus voluntades en modo tal que, en su
diversidad, tienen un solo querer y un solo no querer en unidad de espíritu” (1
Cel 19; FF 352).

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6. TRANSFORMADAS EN SACRIFICIO PERENNE AGRADABLE A DIOS.

La Verdad que las ilumina


sea testimoniada por vuestra vida,
y sean todas transformadas en sacrificio perenne agradable a Dios,
fijas en los misterios celestiales y a las realidades del cielo.
Así nos veremos de nuevo y vuestro corazón se alegrara.
“¡No permanezca turbado vuestro corazón, ni tengan miedo!”
¡Alégrense, que yo voy al Padre
y quedo en vuestra sangre del alma!
Habituada a la meditación inmediata de la Palabra de Dios, Madre Giovanna
no sabe expresarse sino con aquellas que san Francisco llama “las
perfumadas palabras de mi Señor Jesucristo, que es la Palabra del Padre, y
las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida” (Lfi 2s; FF 180).
En el mismo discurso de despedida Jesús ha dicho: “Yo soy la Verdad” (Jn
14,16); ha anunciado: “Cuando venga el Espíritu de la Verdad, que procede
del Padre, él dará testimonio de mí y también ustedes me darán testimonio”
(Jn 15, 26s). “Cuando vendrá el Espíritu de la Verdad, él los guiara a la verdad
entera” (Jn 16,13). Ha rezado al Padre: “Por ellos me consagro a mí mismo,
para que sean también ellos consagrados en la verdad” (Jn 17, 19). En la
Pasión proclamará delante de Poncio Pilatos: “Yo he nacido y he venido al
mundo para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37).
Todos estos pasajes evangélicos se acumulan en la mente de Madre
Giovanna mientras escribe. No hay duda alguna que cada una de sus hijas
se deja iluminar por la Verdad y es esta misma Verdad, don del Espíritu, que
se convierte en “testimonio” de sus vidas y las dispone a ser ellas mismas
testigos de la Verdad, o sea de Cristo y de su Reino: “La Verdad que las
ilumina sea testimoniada por vuestras vidas”.
En la fe y en la espiritualidad de Madre Giovanna la Verdad ocupa un puesto
importante. Primeramente, Dios es la Verdad absoluta, el Verbo es la Verdad
(C.circ. 118,3; 122,5; 250,3; 254,4); la Verdad es el camino de la salvación,
liberadora, poderosa... (cfr.L 11,3; 13,1; 28,3; 250,3...); las Misioneras del Verbo
Encarnado tienen la misión de testimoniar la Verdad y el Amor de Dios (cfr. L
57,2).
Jesús es el “consagrado del Padre”; se ha ofrecido a sí mismo, sacerdote y
víctima, mediante su muerte redentora, único sacrificio agradable al Padre,
en substitución de todos los sacrificios de la antigua Alianza (cf. Hb 7, 15-28; 8,
1-13; 9, 1-28; 10, 1-18). Por lo tanto, en la nueva Alianza, los cristianos no se
deben contentar en ofrecer cosas como sacrificio, sino deben ofrecerse a sí
mismos, como enseña san Pablo: “Les exhorto, hermanos, a ofrecer vuestros
cuerpos – vuestras personas- como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios: es

22
este vuestro sacrificio espiritual....; transfórmense renovando vuestra mente...”
(Rom 12, 1).
Madre Giovanna ha condensado toda la grandeza de este misterio en una
línea: “Sean todas transformadas en sacrificio perenne agradable a Dios”. En
la vida consagrada los religiosos y las religiosas entienden, mediante su
profesión, de hacer de su vida una “oblación asociada al sacrificio de Cristo”
(Juan Pablo II, Exhort. VC n. 30).
Ser un “sacrificio permanente agradable a Dios” significa plena donación y
plena dependencia a la voluntad de Dios, como lo fue la vida del Verbo
Encarnado desde el primer instante en el seno de Maria (cfr. Hb 10,7), hasta el
último respiro en la cruz.
Es así como se expresa el seráfico Padre:
“Este Verbo del Padre... depuso su voluntad en la voluntad del Padre
diciendo: “Padre, se haga tu voluntad, no como quiero yo, sino quieres tú”
(Mt 25, 39-42). Y la voluntad del Padre fue que su Hijo dilecto se ofreciese a sí
mismo cruentamente como sacrificio y como victima sobre el altar de la
cruz..., dejándonos el ejemplo para que sigamos sus huellas (1 Pd 2, 21) (Lfi
10-13; FF 183 ss).
“Fijas a los misterios celestes y a las realidades del cielo”. San Pablo distingue
el tiempo del misterio y el tiempo de la realidad. Mientras peregrinamos en fe
y esperanza todo el plano de salvación de Dios es para nosotros un misterio; la
acción de Dios mediante la gracia y los sacramentos es siempre misteriosa y
es misterioso todo cuanto se refiere a la vida futura; pero misterio no quiere
decir incerteza. Llegará el tiempo en el que la fe se transformará en visión y la
esperanza en posesión; viviremos de la realidad. “Ahora vemos como en un
espejo, de manera confusa; mas después veremos cara a cara. Ahora
conozco de modo imperfecto, mas entonces conoceré perfectamente,
como yo soy conocido” (1 Cor 13,12).
Madre Giovanna ha penetrado profundamente aquello que los teólogos
llaman el sentido escatológico de la vida presente. Escribió en ocasión de su
“80ª. Primavera”: “En la unidad inmaculada del Misterio que nos ha generado:
amemos nuestro puesto en la órbita de la divina Providencia, desarrollando su
designio de salvación. Es la espera de Cristo: Verbo Encarnado!
Respondamos como “Esposas” amantes y fieles! ¡En el ‘Hodie’ eterno, que no
conoce crepúsculo, las estrecho al alma, para ser “una” con cada una de
ustedes, en tierra y en cielo! ¡Así sea!” (C.circ. 136,4).
Allá será la cita definitiva. Madre Giovanna vuelve a ensimismarse con los
sentimientos de Jesús: “Así nos veremos de nuevo y vuestro corazón se
alegrara”. Son casi las mismas palabras de Jesús: “Les veré de nuevo y
vuestro corazón se alegrara y nadie podrá quitarles vuestra alegría” (Jn 16,22
ss).
La alegría es uno de los frutos del Espíritu Santo (cfr. Gal 5,22), patrimonio de
los hijos de Dios, es más, uno de los atributos del Altísimo, en boca de san
Francisco: “Tú eres Gozo y Alegría” (Lalt 4; FF261). El seráfico Padre veía en la

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alegría una hermana inseparable de la pobreza voluntaria (Adm 27,3; FF 177),
una componente de la vida fraterna y del mensaje que los hermanos
menores, “juglares de Dios”, deben llevar al mundo.
Madre Giovanna, alegre por naturaleza y por gracia, ha vivido en el gozo su
relación con Dios y ha celebrado, en la lírica de sus oraciones y de sus cartas
al Autor de la vida, el Verbo hecho hombre: “Tú eres el Gozo” (P p. 61). Y ha
sabido crear entorno a sí una atmósfera de exultación. No quiere, por ende,
tristeza, ni miedo el día de su partida; lo dice con las palabras de Jesús: “No se
turbe vuestro corazón, ni tengan miedo”.
Piensa en el momento en el que escuchara la invitación inefable reservada a
cada “siervo bueno y fiel”: “Toma parte del gozo de tu Señor” (Mt 25, 21-23).
Un gozo que la fundadora espera de poder compartir con todas sus
hermanas: “Alégrense, porque yo voy al Padre y permanezco en vuestra
sangre del alma”.
No sabemos que sentido haya dado Madre Giovanna a la expresión “sangre
del alma”. Podría ser una resonancia de un texto del libro del Génesis, leído
en la versión latina: “Sanguis animarum vestrarum requiram” (Gen 9,5).
Parece querer significar su íntima compenetración con el espíritu de cada
una de sus hijas espirituales. Al confrontar con los términos que encontramos
en la notable circular de 1976 en la que precisaba su posición de fundadora
de frente a “una escondida aspiración de algunas hermanas de cambiar el
rostro interno y externo de la Congregación” Se abre con un vibrante : “¡Hijas
mías, vísceras del alma!”
Y, como conclusión del largo documento escribe: “Este es mi simple escrito,
sangre de mi alma,(el subrayado es suyo), quiero que tenga el valor del más
seguro, materno “semáforo”, que repite a todas para el futuro las proféticas
palabras : Este es el camino a recorrer”. (C.circ. 231, 1.20).

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7. AL UMBRAL DE LA ETERNIDAD

¡Su Derecha me salve con su perdón!¡


¡A El rindo eternas gracias
por la luz, el amor, la voluntad, los dones, las gracias,
las predilecciones que me fueron prodigadas con tanta dulzura y tanta
fuerza!
“¿Qué cosa restituiré al Señor
por todo el bien que me ha hecho?”
Al umbral de la Eternidad:
“tomaré el Cáliz de la Salvación
e invocare el nombre del Señor”,
y a Su gloria, le repetiré el nombre de cada una de ustedes.
“Yo me sacrificaré enteramente por vuestras almas”.

Madre Giovanna es consciente que su regreso al Padre será muy diverso de


aquel de Jesús. El ha venido del Padre y va al Padre (cfr.Jn 16,28), luego de
haber glorificado al Padre sobre la tierra, para que sea El glorificado con
aquella gloria que tenia junto al Padre antes que el mundo fuese (cfr.Jn 17,
4s). Ella, en vez, se reconoce necesitada de perdón, como todo mortal, y
reconciliada con Dios por Jesucristo; por lo que se confía a la divina
misericordia. Ha celebrado tantas veces en los salmos la Salvación que viene
de la Derecha del Altísimo y, en el Evangelio, ha leído la insistencia con la cual
Jesús afirma que Dios, el Padre, se complace en perdonar.
En nuestra condición de pecadores, amor y perdón, en Dios, son la misma
cosa. El nos ama perdonándonos; es el perdón de Dios que nos salva. Por
eso Madre Giovanna va con confianza al encuentro con el Padre: “ ¡Su
Derecha me salva, con su perdón!”
La rendición de cuentas inexorable al término de la vida terrena no le infunde
temor. Ha meditado frecuentemente las palabras de san Pablo: “Si Dios es
por nosotros, ¿quién será contra nosotros? El, que no ha ahorrado a su propio
Hijo, mas lo ha dado por todos nosotros, ¿cómo no nos donará toda cosa
junto con El? ¿Quién acusara a los elegidos de Dios?”.... (Rom 8, 31-35).
Por lo tanto, según su costumbre, deja hablar su corazón agradecido. Cada
oración suya, de hecho, como aquellas de san Francisco, es una acción de
gracias al Dador de todo bien. La vida toda se presenta a sus ojos como una
cadena de beneficios; la luz de los ojos y del espíritu, el amor, aquel amor
divino que se ha derramado en nuestros corazones con el don del Espíritu
Santo (cfr.Rom 5,5), la voluntad, por la cual somos capaces de corresponder
al amor divino con amor libre; los otros dones de naturaleza y de gracia,
signos de una verdadera predilección divina, que Madre Giovanna sabe de
experimentar.

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En realidad Dios ama a todos con amor de “predilección”: “junto a El no hay
preferencia de personas” (Rom 2,11; Ef 8,9; 1 Pd 1,17). Escribe santa Veronica
Giuliani: “Dios, el Amor, invita a todos, se muestra a todos, se da todo a
todos....” (Diario, III, 488; V, 197, 318). Pero muchos santos y santas,
comenzando por Juan Evangelista, el discípulo que Jesús amaba, lo han
experimentado como un amor de preferencia, justamente por la gratuidad
de tal amor: “Dios nos ha amado primeramente” (1 Jn 4, 19).
Madre Giovanna experimenta, pues, la “dulzura y la fuerza” con las cuales el
Amor llena su corazón. Algunos meses antes, el 10 de noviembre de 1970, su
gratitud al gran Donador le había inspirado este himno de bendición:
“Bendito Dios, que me has llamado a la Luz.
Bendito el Amor, que me ha donado un cuerpo para ofrecerle.
Bendito el espíritu de pobreza, que El me ha donado y confirmado.
Bendita la hora de mi vida, en la que elegí el morir con Cristo.
Bendito mi nacimiento, porque viví y vivo en Dios.
Bendita mi muerte, porque ha dado tanta vida.
Bendita mi planta de Cielo ¡ Amén!” (P, p. 21)
Aquí habría que transcribir el entero cántico, verdadero Te Deum de
agradecimiento total, muy concreto, compuesto por Madre Giovanna en
ocasión de su nonagésimo cumpleaños (14 de septiembre de 1978). Inicia
con el don de la vida, de los dones naturales y de las circunstancias que
acompañaron los años de la infancia y de la adolescencia:
¡A Ti, mi Dios!
A Ti, que me creaste: ¡gracias!
A Ti, que me infundiste el espíritu: ¡gracias!
A Ti, que me diste un alma: ¡gracias!
A Ti, que me donaste sabios padres: ¡gracias!
Continúa con el don de la vocación y de las vicisitudes de la fundación; cada
cosa, prospera o adversa, la ve como un regalo de la liberalidad amorosa del
Padre celeste:
“A Ti, que me llamaste a ser franciscana: ¡gracias!
A Ti, que me nutriste de sufrimientos: ¡gracias!
A Tí, que me quisiste Madre de almas: ¡gracias!
A Tí, que me hiciste don de Madre Paola como de una mitad del alma:
¡gracias!
A Ti, que me honraste de una Congregación: ¡gracias!”...

Y termina con esta efusión de un corazón jamás envejecido, lleno de gratitud:

A Ti, que me guiaste a cantar tu Voluntad y tu Amor: ¡gracias!

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A Ti, que eres el respiro de mi vida: ¡gracias!
A Ti, que te sacias de mi pequeñez: ¡gracias!
A Ti, que vivificas mis noventa anos: ¡gracias eternamente! (P, p. 22s)

Mas ¿qué acciones de gracias pueden estar a la altura de tales beneficios?


¿Cómo recambiar por nuestra parte la divina munificencia? Madre Giovanna
se pregunta con el salmista: “¿Qué cosa podré restituir al Señor por todo
aquello que me ha dado?” Y en el mismo salmo encuentra la respuesta: “Al
umbral de la Eternidad: ‘tomare el Cáliz de la Salvación e invocare el nombre
del Señor’ (Sal 115, 12s)”.
En la nueva Alianza, después que el Verbo Encarnado ha bebido el Cáliz
preparado por el Padre (cf. Mt 20, 22; 26, 39-42), y después que nos ha dejado
el memorial de su Pasión en el sacramento, denominado Eucaristía – acción
de gracias- el Cáliz de la Salvación no es otro que aquel sobre el cual Jesús
ha dicho, después de haber dado gracias: “Beban todos, esta es mi
Sangre...” (Mt 26, 37).
En aquella perpetua Eucaristía, misterio de gratitud, Madre Giovanna piensa a
la alegría de invocar el Nombre del Señor eternamente, en unión al Cordero
inmolado y junto a sus hijas, nominalmente recordadas una a una: “Invocare
el nombre del Señor y , a su gloria, le repetiré el nombre de cada una de
ustedes”. Y piensa también de continuar el sacrificio materno por ellas, con el
mismo amor y la misma oblación que lo hizo mientras vivía: “Yo me sacrificare
por vuestras almas”. Hace eco de las palabras de san Pablo: “Yo me
sacrificaré y mi consumaré voluntariamente por vuestras almas” (2 Cor 12, 15).
Como fundadora no puede imaginar una eternidad de fiesta sino es unida a
sus Misioneras.

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8. EL AMOR Y LA POTENCIA DEL ESPIRITU SANTO

“Como viento que se abate gallardo llenando toda la casa”,


al último respiro quiero llamar al Espíritu Santo,
para que las invada a todas de su amor y de su potencia
y les renueve la vida.

Madre Giovanna, mientras escribe, esta viviendo espiritualmente el clima


litúrgico ofrecido por la lectura de los Hechos de los Apóstoles, que ha sido
proclamado en la Misa de la gran solemnidad: “Vino al improviso del cielo un
rumor, como de viento que se abate gallardo, y llenó toda la casa donde se
encontraban” (Hch 2, 2).
La espiritualidad del Verbo no puede no ser eminentemente trinitaria: el Padre
que manda el Hijo, su Palabra de vida, el Padre y el Hijo que mandan el
Espíritu Santo creador, vida de la Iglesia. En 1929 la fundadora escribió este
“Credo de la Esposa del Verbo”:
Yo creo en Dios:
deseo vivir en El.
Yo creo en el Verbo:
espero todo de su misericordia.
Yo creo en el Espíritu Santo:
me abandono a su infinito Amor.
¡Amén! (P, p. 128)

En Pentecostés los apóstoles fueron llenos del Espíritu Santo y se sintieron


profundamente transformados. Tarea del Espíritu Santo –enseña el Concilio
Vaticano II- es llevar a cumplimiento en la Iglesia la obra de Cristo,
santificándola continuamente; es El la garantía de nuestra condición de hijos
adoptivos; viene en nuestra ayuda con sus dones y nos enriquece con sus
frutos: “con la fuerza del Evangelio hace rejuvenecer la Iglesia, la renueva y la
conduce a la perfecta unión con su Esposo” (LG 4).
San Francisco tuvo una fe viva en la presencia y en la acción del Espíritu Santo
en sí mismo y en cada uno de sus hermanos. Dejo escrito en su Regla:
“Aquello que, sobre todo, los frailes deben desear es poseer el Espíritu del
Señor y su santa operación” (Rb 10, 10: FF 104).
Para Madre Giovanna el Espíritu Santo es mucho más de un objeto de su
devoción; basta recordar que su nombre de consagrada era Giovanna
Francesca del Espíritu Santo, como aparece en sus cartas. Lo llama “beso,
exhalación del Padre y del Hijo” (C.circ. 107, 7; 248,1), “aliento del Verbo
Encarnado” (C.circ. 88, 1), “brisa acariciadora y veloz” (245,1); lo experimenta
vivificante y operante en su itinerario espiritual, en la guía del Instituto y en la

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vida de las hermanas; escribe: “Nos ha concebido, llamado, arrebatado,
compenetradas y unidas...” (C.circ. 88,3; 225,3; 226,4). Se confía
frecuentemente a El, a sus luces, invoca sus dones, y recomienda a las hijas
de recurrir a su asistencia, especialmente en las decisiones a tomar (C.circ.
35,2; 43,2; 71,4; 81,7; 120,2; 190,2...).
Pentecostés es para la Madre Giovanna casi una nueva Encarnación: el
Espíritu Santo, que en Nazaret descendió sobre Maria cubriéndola con su
sombra a fin de que pudiese acoger al Verbo en su seno materno (cf. Lc 1,
35), tomó posesión de la Iglesia naciente en aquel grupo de fieles recogidos
en oración expectante, “junto con Maria la Madre de Jesús” (Hch 1,14).

El deseo de la fundadora es, por lo tanto, que sus hijas espirituales reciban
copiosamente el don del Espíritu. Esta confianza en la guía eficaz del
Consolador la sostuvo desde el inicio de la fundación. En 1923, cuando
todavía el Instituto era en gestación, rezó en estos términos:
“Padre nuestro, escucha a tu Hijo por nosotras.
Dónanos a El mismo para la Obra que tú deseas de nosotras;
y haznos dignas de tu arcano misterio de amor.
Sea el Conductor, a quien tú nos confías,
guiado por tu mano santísima,
a fin de que nosotras caminemos en el sendero
a través del cual Tú nos esperas:
¡Veni, Creator Spiritus!” (P, p. 104)
Madre Giovanna querría que su Testamento fuese un fuerte llamado a todas
sus hijas a abrirse confiadamente a la invasión del Espíritu Santo y a su acción
renovadora, El que es el divino “renovador” y “vivificador” (C.circ. 121,1 ;
248,1) :
“Al último respiro quiero llamar al Espíritu Santo,
para que las invada a todas de su Amor y de su Potencia
y les renueve la vida.”

29
9. BAJO LA GUIA DE MARIA, EXPERTA DEL ESPIRITU

“Consagradas a la Virgen de Loreto,


las coloco a todas baja su ala materna,
segura de su omnipotencia por gracia
para que las habitúe a los vuelos del Espíritu Santo .

A San José, el Virgen Padre de Jesús,


confío la guía, la defensa y la protección
del alma de cada una.

Desde la dimensión trinitaria Madre Giovanna pasa al plano mariano, o sea a


la parte que corresponde a la Virgen María en el misterio de la salvación y, en
concreto, en la protección materna del Instituto.
Para haber una idea de aquello que la “Madre del Amor” representa en la fe
y en la espiritualidad de la sierva de Dios es necesario un análisis atento a sus
plegarias y a sus cartas. Lo que en la adolescencia fue quizás solamente una
normal devoción se convierte, luego de la experiencia tenida en Loreto, luz
de contemplación, fuente de nuevas energías espirituales, amplitud de
horizontes teológicos, eclesiales y apostólicos.
La Virgen de Loreto no es solamente, para Madre Giovanna, el celebre
santuario o una imagen venerada, y ni mucho menos aquellas piedras
santificadas del misterio de la Encarnación; se trata del evangelio de la
Anunciación con todo su inagotable contenido de designios de Dios, de
acontecimientos admirables, de actitudes ejemplares de la Esclava del Señor.
Como fundadora escogerá la Virgen de Loreto cual modelo y patrona del
Instituto.
En 1921, cuando ya se sentía vinculada con los votos privados de castidad,
de pobreza y obediencia, agregó este acto de consagración al Verbo
Encarnado por las manos de Maria:
“Madre del Verbo Encarnado,
aquí estoy pronta en tus brazos como sobre un altar.
¡Ofréceme! ¡ Ecce, Domine!...
¡Madre de la salvación, preséntame!
Soy tuya y de tu Hijo Jesús,
Dios Amor, ¡Ecce!... ¡Hic!...
¡Virgen Santa, Madre del Amor,
acógeme, para El, en las horas de su Misterio!...
Ven, tómame de la mano y dóname a El
por las almas y por su glorificación”. (P. P 160)

30
Junto a la fundadora, todas sus hijas se habían “consagrado a la Virgen de
Loreto” según el modelo de total donación de la “Esclava del Señor”; esta
consagración les aseguraba la protección de Maria, una protección que
Madre Giovanna quiere que ellas continúen a experimentar después de su
partida: “Las coloco a todas bajo su ala materna”.

En la Biblia es frecuente la imagen de las alas protectoras. En el cántico de


Moisés es recordado todo aquello que Javé ha hecho por su pueblo:
“El los custodio como pupila de su ojo.
Como un águila que vigila sobre su nidada,
que vuela sobre sus pichones,
El desplegó las alas y lo tomó,
lo cargo sobre sus alas” (Dt 32, 10s).

En los Salmos estamos habituados a invocar el auxilio del Señor con


expresiones similares:
“Custódiame como pupila de tus ojos,
protégeme a la sombra de tus alas” (Sal 16,8; cf. 35,8; 56,2; 60,5; 62,8).

También Jesús cuando lloró sobre Jerusalén, usó la misma metáfora:


“¡Cuantas veces he querido recoger tus hijos como una gallina recoge sus
polluelos bajo sus alas!” (Mt 23, 37).
Madre Giovanna, con un legítimo arreglo, se complace de ver sus hijas bien
reparadas baja “el ala materna” de Maria. Y no es la primera vez: el 5 de
diciembre de 1963, anunciando a las hermanas la clausura del proceso
informativo diocesano en orden a la glorificación del Padre Daniel, su
colaborador en la fundación, lo veía también bajo el ala de Maria, aludiendo
a la tradición o pía leyenda del transporte angelical de la Santa Casa desde
Nazaret a Loreto: “En el aliento materno del angelical vuelo de nuestra
Patrona la Virgen Lauretana, en el paradisíaco abrazo de su protección y en
la sonrisa de su Santa Casa, llego a ustedes todas para darles mi palabra de
exultación por la primera apoteosis espiritual de nuestro Siervo de Dios, padre
Daniel, justamente bajo el ala de la Virgen inmaculada...” (C.circ. 95,1).
La protección de Maria ofrece seguridad con motivo de su “omnipotencia
por gracia”. Maria ha sido llamada por los escritores la “Omnipotencia
suplicante”, en el sentido que, si Dios es omnipotente por naturaleza, Ella es
“omnipotente por gracia”, o sea en virtud de su intercesión eficaz como
Madre del Cristo Mediador.
Maria, además, es modelo de docilidad al Espíritu Santo, que en la
Encarnación cumple la parte del esposo. Fue san Francisco, por primero, a
saludarla: “Esposa del Espíritu Santo” (OP, Ant: FF 281). A imitación de Maria,

31
Clara y las hermanas por medio de su consagración, se habían “desposado
con el Espíritu Santo” (FF 319). También Madre Giovanna, en la misma lógica
del evangelio de la Anunciación, la saluda: “Virgen santa, Madre del Amor,
Esposa del Espíritu Paráclito” (P,p. 165).
Maria es la experta del Espíritu, no solo en el momento de la Encarnación,
cuando se ve llena de su potencia creadora, sino durante todo su
peregrinación terrena y, en modo especial, en Pentecostés; por ende Madre
Giovanna se augura que sus Misioneras, guiadas por una tal Madre, “se
habitúen a los vuelos del Espíritu”.
Los actos de consagración a Maria son numerosos en las plegarias de Madre
Giovanna entre 1929 y 1939.
He aquí algunos pasajes de los mismos:
“¡Maria!... ¡Maria!...
Canta el Magnificat con nosotras
tus hijas en El.
¡Amen!...” (P, p. 66).

“¡Oh Maria,
Por aquello que Tú deseas
para tu Hijo,
nosotras nos consagramos a ti!
Oh Madre de la salud; preséntanos:
Somos tuyas y de tu Hijo Jesús!” (P, p. 167).

“¡Virgen Madre,
tómanos en tus brazos...
y haz de nosotras la obra maestra
de tu Potencia de Amor!
¡Amen!” (P, p. 170.)

“Madre de Dios, Maria...


A ti me ofrezco con mis hijas en corazón,
en unidad sagrada,
para que tu nos gobiernes,
nos bendigas y nos protejas
como cosa toda tuya” (P,p. 172).

32
A la misión materna de Maria y a su función como Madre de la Iglesia y del
Instituto, Madre Giovanna asocia la especial protección de José, Esposo de
Maria.
San José ha sido por muchos siglos el gran olvidado en la liturgia y aun en la
piedad popular, hasta que los hijos de san Francisco promovieron su devoción
y culto. Al final del siglo XIX, a favor de la difusión de la devoción a la
Sagrada Familia, bajo el pontificado de León XIII, san José ocupo el puesto
digno del hombre “justo” que tuvo la misión de ser el custodio de la Virgen y el
padre legal del Salvador. Es mas, los teólogos no tardaron en establecer una
relación entre la tarea del Santo como protector de Cristo, el jefe, y su actual
función en favor de la Iglesia, su cuerpo místico; lo que llevo a la introducción,
además de la fiesta del 19 de marzo, de aquella, después desaparecida, del
Patrocinio de san José.
Luisa Ferrari, por ende, creció espiritualmente en un ambiente favorable a la
que se podría denominar espiritualidad josefina. Y, como tantos otros
fundadores y fundadoras, que han seguido el ejemplo de santa Teresa de
Ávila, solía confiar a san José la solución de las estrecheces económicas.
Escribe en 1955: “Al glorioso nuestro Custodio, san José, pidan sus virtudes de
amor, de celo, de defensa, de abandono, de obediencia. Además
suplíquenle la ayuda material para la ampliación de nuestro noviciado”
(C.circ., 53,4).
Como en muchos otros casos, Madre Giovanna no sigue las consabidas frases
de los teólogos o de los predicadores, justamente por ello su léxico es siempre
original y expresivo, yo diría mas verdadero. Estamos acostumbrados a definir
a san José “padre putativo”, “padre legal”, etc.; a ella le gusta llamarlo “el
Virgen Padre”:
A san José, el Virgen Padre de Jesús, confío la guía, la defensa y la protección
del alma de cada una.

33
10. EL ESPIRITU DE SAN FRANCISCO: UN LEGADO A CONSERVAR
CELOSAMENTE

Hambrienta y sedienta del espíritu franciscano,


grito al seráfico Padre san Francisco
de cubrirlas con su pobre manto
y de amarrarlas –una! – con su blanco humilde cordón
gúmena celestial contra toda tempestad.

Luisa Ferrari, antes de definirse franciscana por vocación, lo era ya por


temperamento y por impulso del espíritu, en sintonía con el Pobrecillo en el
impulso poético, en la alegría de vivir, en la propensión a descubrir todo
aquello que de bello y de amable existe en el mundo. Ella misma se
reconoce “nacida franciscana en el alma, por gracia de Dios” (C.circ. 51,5).
Pero, cuando, en 1909, se sintió hija de san Francisco, como miembro de la
Tercera Orden, a la edad de veinte anos, consiguió asimilar plenamente los
ideales evangélicos del seráfico Padre, captando sin esfuerzo toda la
originalidad de su experiencia tras las huellas del Cristo pobre, manso y
humilde de corazón, y de su mensaje de paz y de fraternidad.
En aquellos anos no existían aun los subsidios para un conocimiento amplio y
profundo de la espiritualidad franciscana. Los escritos personales de san
Francisco y de santa Clara eran apenas conocidos por los estudiosos, a
excepción del Cántico de las Criaturas y de algún otro escrito. Además la
riqueza de las fuentes biográficas era casi inexplorada. En vez, circulaban
algunos escritos falsamente atribuidos a determinadas crónicas antiguas en
las que se citaban como verdaderas, máximas no autenticas de Francisco.
Algunas de esas se encuentran en las cartas de Madre Giovanna.
Ella, no obstante, se dejo fascinar por los valores fundamentales de ese ideal
seráfico de vida y, según su estilo excepcional, lo tradujo en cantos y
oraciones. Los anos 1915 e 1916 parecen ser los de su primavera franciscana;
a estas fechas pertenecen diez de las efusiones líricas dedicadas a san
Francisco. En total son diecisiete las publicadas en el libro de las Oraciones de
Madre Giovanna, en 1985, incluyendo las dos dedicadas a santa Clara. Mas
muchas otras respiran genuino aire franciscano, como aquella de 1919,
escrita en Castelnovo ne’ Monti, que es una bella paráfrasis del Cántico de las
Criaturas:
“¡Loado seas, mi Señor,
por tus horas inesperadas y buenas,
y por la quietud de su ritmo antiguo,
y por el efluvio de su sabia voz!

¡Loado seas, mi Señor,

34
por la hora del silencio y del misterio,
por la alta soledad beata,
por la hora del candor virginal!

¡Loado seas, mi Señor,


por el aire nublado e inmaculado,
que encierra la tempestad y el huracán
y el grito de los valles y de las cimas!...” (P,p. 15s)

Lo que Madre Giovanna siente por el seráfico Padre es mas que una simple
devoción o veneración; y no solamente es el modelo a imitar o el protector
cuya intercesión se busca en las situaciones difíciles. Para ella es simplemente
el seráfico Padre. A el recorre con confianza familiar, como a quien esta al
corriente de las necesidades y de los problemas; le pide de participarle sus
virtudes, de sus íntimos recursos por la fidelidad al Maestro divino... Tomemos
como ejemplo algunas de las invocaciones de la primera oración del 1915:
“Serafico Padre san Francisco, perdoname.
Serafico Padre san Francisco, levántame.
Serafico Padre san Francisco, iluminame.
Serafico Padre san Francisco, transformame.
Serafico Padre san Francisco, inundame de santa alegria.
Serafico Padre san Francisco, llename de paz…

Serafico Padre san Francisco, si erro, corrigeme.


Serafico Padre san Francisco, si tropiezo, sostieneme.
Serafico Padre san Francisco, si lloro, confortame.
Serafico Padre san Francisco, si rio, enalzame.

Serafico Padre san Francisco, dime que un dia sere tuya.


Serafico Padre san Francisco, dime que vivire de tu espiritu...” (P, p. 179-182)

Mas es sobre todo en los anos del encaminamiento de la fundación que el


recurrir al seráfico Padre refleja el peso d la responsabilidad de Madre
Giovanna. Así se dirige a el y a santa Clara en nombre del grupo de sus
primeras compañeras:
“San Francisco y santa Clara,
que se encontraron e hicieron unidad sagrada
para el edificio del Dios Crucificado,
ayúdennos ahora a cumplir la obra maestra.

35
¡Hágannos ser como Dios nos quiere!
¡Amén!” (P, p. 199)

Fue un momento duro para la fundadora, en el que, de frente a los tentativos


externos de imprimir a la obra una otra dirección, ella declaro
decididamente: O franciscana o muerta! Lo recordara más de una vez a las
hijas en sus cartas. Leamos en aquella del 9 de enero de 1955, escrita con
ocasión del veinticin....de fundación: “Quiero recordarles que esta nuestra
pequeña Familia ha brotado del corazón de san Francisco de Asís. Yo,
nacida franciscana de alma, por gracia de Dios; el venerado Padre Daniel,
ejemplo luminoso de altísima vida seráfica... : el inicio todo y solo franciscano.
Ustedes bien saben cuanto me ha costado el mantener este espíritu de frente
a los superiores de aquel tiempo y que finalmente la santa Iglesia ha
sancionado! Las reclamo a estos mis grandes sufrimientos solo para que cada
una camine exclusivamente y victoriosamente sobre este sendero que Dios
nos dio para alcanzarlo en el cielo” (C.circ. 51,5).

Y en aquella del 29 de noviembre de 1956, fiesta de Todos los santos


franciscanos: “En Fiesole cuando nos ven descender a la catedral, para las
sagradas funciones, nos definen benignamente con un dicho de aprobación:
“Escuadrón en bajada!! A la sonrisa con la cual acogerán esta bella similitud,
les ruego de unir el decidido grito de batalla y de paz, que yo misma lancé
por todas ustedes, hasta la ultima que exista sobre la tierra, en los primeros
pasos de nuestro camino: O franciscana o muerta! Si hijas queridísimas: o vivir
nuestro espíritu, o morir!” (C.circ. 60,2)
Y todavía en una otra carta de 1974 renovaba su “grito” (C.circ. 220,3).
Madre Giovanna fue feliz aquel día de 1967 en el que fue inaugurado en Asís,
bajo el titulo de “Plantula mea”, una casa destinada al noviciado, donde las
jóvenes llamadas por Dios fuesen formadas “en el espíritu del “Alter Christus”,
a su fuego de amor por cada cosa creada” (C.circ. 123,1). De esta casa
mando el 14 de septiembre de 1975 un vibrante mensaje a todas las
hermanas invitándolas a la alegría franciscana en medio de las adversidades:
“Hijas mías, el tiempo es temeroso: coraje! Sean el eco de la Palabra de Dios
en la tempestad... con aquella Purísima exultación, con aquella digna alegría
que conviene a almas consagradas!...
Al agudo de vuestro canto fraterno, fíjense en el ‘Cantor’ por excelencia,
nuestro seráfico Padre san Francisco, el cantor de Dios y de su santísima
Madre, del cielo y de las creaturas, del mundo sideral y del mundo
inanimado, del Amor y de la Cruz, de la Vida y de la Muerte, del Bien y de la
Paz! Canten, canten a Dios en todos los tonos, vuestro inmenso eterno
amor...!” (C.circ. 227,4).
Como hemos visto, la herencia que Madre Giovanna deja a sus hijas es el
misterio del Verbo Encarnado, centro polarizante de su vocación y de su
misión; mas el espíritu franciscano hace parte de tal herencia, irrenunciable;

36
por lo que, en su Testamento, lanza su “grito” dirigiéndose a san Francisco; a el
confía la fidelidad de sus Misioneras Franciscanas, en modo especial su
“unidad”.
Retorna siempre a su preocupación por la unión fraterna, aquella unidad que
Jesús pide a todos los creyentes. También san Francisco inculcaba el bien
primario de la unidad en la diversidad, fruto de la caridad que se abre a la
realidad del otro mediante la acogida sincera. En el “Pequeño testamento”,
dictado en Siena, hizo escribir: “ En obsequio a mi memoria, a mi bendición y
a mi testamento: siempre se amen entre ellos? como yo los ame y los amo “
(FF 133) También santa Clara, en su Testamento, recomendó a sus hermanas
pobres la unión en la caridad. (FF 2847s)

37
11. “LANZAR LA RED A DERECHA”

No les impongo nada:


les pido solamente, por amor y en caridad,
de continuar intrépidas a lanzar vuestra red a la derecha,
o sea de la parte de la Iglesia santa e infalible,
ciñendo siempre vuestra divisa,
y lanzándose en el mar de la miseria humana
donde socorrer, curar, iluminar, animar, salvar.

Luego de haber abierto su corazón para comunicar a las hijas, como en


herencia sagrada, el contenido fundamental de la fidelidad al divino Esposo,
ahora la fundadora pasa a transmitirles las recomendaciones maternas sobre
el modo en el que deberán responder a su misión en el servicio del Verbo. No
quiere que las reciban como ordenes; posee la confianza en la seriedad de
su empeño de amor: “No les impongo nada”. Y lo dice no solo porque no
tiene la pretensión de continuar a gobernar, después de su partida, sino
porque sabe que la fidelidad al Amor, si es verdadera, no se apoya sobre
imposiciones.
La primera recomendación tiene como objeto la fe en la Iglesia y la adhesión
filial a ella. El sentimiento de pertenencia a la Iglesia es la verificación más
segura para discernir el espíritu del Señor. San Francisco vivió, como ningún
otro fundador, la sumisión a la santa Madre Iglesia: luego de la experiencia
inicial del proyecto evangélico, se traslado a Roma con sus compañeros para
obtener del papa Inocencio III la confirmación de la “forma de vida”; mas
tarde obtendrá la designación de un cardenal protector, “de modo que
siempre súbditos y sujetos a los pies de la santa Iglesia Romana –dejo escrito
en la Regla-, estables en la fe católica, observemos la pobreza y humildad y
el santo Evangelio del Señor nuestro Jesucristo, que hemos firmemente
prometido” (Rb 12,4s : FF 108s). La misma actitud de fe y de reverencia
observo y enseñó respecto a los obispos y a los sacerdotes, dando como
razón: “yo veo en ellos al Hijo de Dios”. Es mas, todos los componentes del
pueblo de Dios eran para Francisco dignos de respeto y de veneración (cf.
Rnb 23,16-22; Test 10; Lfi 1s: FF68, 113, 179).
Madre Giovanna ve el Verbo Encarnado presente en la Iglesia, se siente hija
de la Iglesia, la llama: “Cuerpo místico de Cristo”, “dulce Esposa de Cristo”,
“ciudad de Dios”, “familia de Dios”, “pueblo de Dios”, “amadísima Madre”;
sigue con amorosa atención las vicisitudes actuales de su vida. Acoge con
alegría la convocación del Concilio Ecuménico, “el Concilio de la caridad”;
en 1960 escribe esta oración:

“Oh Señor, protege tu Iglesia

38
en las tempestades de nuestro tiempo:
santifícala y gobiérnala.
Despierta heraldos y testimonios de tu Verdad.
¡Une en el amor y en la fraternidad,
todos aquellos que sobre la tierra invocan tu Nombre!...
Concede perspicacia y sabiduría
a todos cuantos será confiado
el próximo Concilio Ecuménico”... (P. p. 153)

En la circular del 1 de enero de 1961 saludaba el nuevo ano como aquel del
“gran evento”, que será “el espectáculo maravilloso de la Iglesia santa de
Dios, espectáculo de fraternidad, de unión y de concordia”, en expresión del
papa Juan XXIII, y agregaba: “Recemos por su pleno triunfo y su
reconocimiento”. (C.circ. 79,8).
Madre Giovanna se sirve de una imagen evangélica bien conocida. Jesús
aparece resucitado a los apóstoles en el lago de Tiberiades; ellos no lo
reconocieron. Durante toda la noche no habían pescado nada. El Maestro
les dice: “Lancen la red a la derecha de la barca. Así lo hicieron y extrajeron
una enorme cantidad de pescados. Entonces lo reconocieron” (Jn 21, 4-8).
Las Misioneras Franciscanos deben “continuar intrépidas” a hacer lo mismo;
pero la “derecha” es “la parte de la Iglesia santa e infalible”. Sin la Iglesia no
se construye el Reino, cuya presencia en el mundo se reconoce del signo
dado por Jesús: “Los pobres acogen la buena noticia” (Mt 11,5). La
“derecha” de Dios, si se permite la expresión, son los últimos, los marginados,
las victimas del subdesarrollo económico, cultural y moral. “Láncense en el
mar de la miseria humana, donde socorrer, cura, iluminar, animar, salvar”.
Llegara el día de la rendición de cuentas final y, entonces, se vera quien ha
sabido verdaderamente “lanzar a derecha” las redes de las propias virtudes
evangélicas, de la propia colaboración para la construcción del Reino,
cuando “el Hijo del hombre dirá a aquellos que están a su derecha: “Vengan,
benditos de mi Padre, porque tenia hambre y me dieron de comer... Luego
dirá a aquellos de su izquierda: Váyanse, lejos de mi...!” (Mt 25, 34-35).
Madre Giovanna hace una enumeración, que no es exhaustiva y podrá
cambiar según los tiempos y lugares, de las necesidades a las cuales sus hijas
deben estar prontas a ir al encuentro, “en el mar de la miseria humana”. Se
precisa de intuición minoritita para descubrir los varios llamados de la caridad
en nuestro mundo.
En el mensaje anteriormente citado de 1976, en el que la fundadora ponía en
guardia vigorosamente contra una cierta corriente innovadora al interno del
Instituto, se podría haber esperado quizás, una reducción del dinamismo
misionero por temor de una dispersión en daño del espíritu del Instituto; mas
por el contrario, insiste sobre el deber de prodigarse sin limites doquiera se
ofrece el llamado de la caridad actuante: “Venimos del Amor, debemos ser

39
amor, llevar amor, suscitar amor, difundir amor, recoger amor!... El tiempo de
hoy es justamente nuestro tiempo, nuestra liza, nuestro mar, tiempo que se
perpetuará siempre, porque las evoluciones sociales producen siempre
nuevos penurias, nuevas pruebas, nuevas búsquedas, nuevas necesidades...
Debemos ser las mujeres prontas, equivalentes a coraje, a consolación, a
salvación, sacerdotisas del mas excelso ideal: amar y hacer amar al Amor...
Corramos, volemos, donémoslos totalmente en una apasionada acción
pastoral y en amoroso esfuerzo de adhesión a los nuevos problemas...”
(C.circ. 231, 3-5. 16s).
Hoy, como hace ocho siglos, es valida la invitación de san Francisco
encontrarnos entre la gente, aquella de la “derecha” de Dios: “Los frailes
deben ser felices cuando se encuentran entre personas de poca notoriedad y
despreciadas, entre los pobres y los débiles, entre los enfermos y los leprosos y
entre los mendigos del camino” (Rnb 9,3: FF 30).

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12. UN SECRETO FLUJO DE CIELO

Les invoco por lo tanto la fuerza interior y exterior,


no solo de hablar, mas de fatigar, resistir,
y vencer santamente, viviendo en ustedes Cristo.

Para esto, como ayuda infalible,


les ruego de hacer vuestras
las insuperables devociones
de la santa Misa, de la santa Comunión,
del Via Crucis, del santo Rosario,
del Angelus y de las Letanías Lauretanas.
¡Recibirán siempre un secreto flujo de Cielo:
consolador, reparador, constructor, animador, pacificador!

Para ser “intrépidas” misioneras del Verbo es necesario la “fuerza interior y


exterior” que viene de la fuente insustituible que es la vida en Cristo, o mejor,
la “vida de Jesús que se manifiesta en nuestra carne mortal” (2 Cor 4,10s).
Somos limitados, débiles, pusilánimes, incapaces de por nosotros mismos tener
un pensamiento bueno. Jesús lo ha dicho: “Quien permanece en mi y yo en
él da mucho fruto, porque sin mi no pueden hacer nada” (Jn 15,5). Pero
podemos decir con san Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me da la fuerza”
(Fil 4, 13). El mismo apóstalo ha expresado varias veces este misterio de una
existencia invadida y vigorizada de la vida de Cristo presente y operante en
sus miembros: “No soy mas yo que vivo, mas Cristo vive en mi” (Gal 2, 20) –
“Para mi el vivir es Cristo” (Fil 1, 21).
Madre Giovanna experimenta la vida de Cristo en si misma y quiere que sus
hijas tengan la misma experiencia, encontrando aquí el secreto de su
mensaje, de la constancia en sus fatigas por el Reino, de sus sucesos: “la
fuerza de padecer, de cansarse, resistir y vencer santamente”. En sus cartas
se encuentra la maravillosa variedad de conceptos que expresan la misma
realidad : “vivir con El”, “de El”, “por El” (C.circ. 39,5; 128,3; 163,1).
Mas la relación vital con Cristo no es solamente un bello pensamiento
teologico. Se debe manifestar en el conjunto de aquellas que Madre
Giovanna designo con el nombre de “insuperables devociones”; constituyen
una “ayuda infalible” para participar a la acción vital de Cristo. El termino
puede parecer inadecuado si es aplicado a las celebraciones litúrgico-
sacramentales; mas la “devoción” es una disposición del espíritu, que debe
acompañar toda manifestación guiada por la fe y por el amor; san Francisco
quiere que todo se cumpla “con devoción”: la celebración eucarística, el
Oficio divino, el trabajo, el estudio (cf. FF 88, 104, 218, 227, 251). El Vaticano II
distingue entre celebraciones litúrgicas y “ejercicios de piedad” (SC 13).

41
Al centro esta la celebración del misterio eucarístico, “desde el cual proviene
para nosotros, como de la propia fuente, la gracia –enseña el mismo Concilio-
y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres y
glorificación de Dios en Cristo, hacia la cual convergen, como a su fin, todas
las otras actividades de la Iglesia” (SC 10).
Luego vienen aquellas prácticas de piedad que son patrimonio de todo el
pueblo cristiano. El Vía Crucis tuvo origen en el impulso dado por san
Francisco a la meditación configurativa de la Pasión de Cristo y fue
propagada principalmente por los predicadores franciscanos. Acompañar
con afecto de compasión el Redentor en el camino del Calvario, es más,
participar a su sufrimiento llevando la cruz, aquella que cada uno de nosotros,
detrás de El (Mt 16,24), entra en la lógica del amor y del ansia de participar a
los frutos de la redención. Es así que Madre Giovanna contemplaba la Pasión,
como aparece en sus oraciones de la Cuaresma de 1980:
“¡Pueda yo meditar, oh Jesús,
tu Pasión y Muerte!
¡Pueda yo medirla!
¡Pueda yo estremecerme de las bofetadas por ti recibidas!
¡Pueda yo imaginar al vivo tu coronación de espinas!
¡Pueda yo seguirte camino al Calvario!
¡Pueda yo penetrar la lanzada al corazón!
¡Pueda yo escuchar tus palabras dichas sobre la cruz!..”. (), p. 64s)
En sus cartas a las hermanas recomienda asiduamente el ejercicio del Vía
Crucis, así como que esté colocado en cada casa (C.circ. 34,5; 45,4; 58,4;
76,6); constituye “el llanto” de la perfecta Misionera Franciscana (C.circ.
228,3). Al inicio de la cuaresma de 1979 mando a las casas una pagina de
fuego con el titulo: “¡Vía Crucis, Vía Lucis! – Pasión Muerte Resurrección- ¡Es
Jesús que pasa cargado de la cruz y habla!” (C.circ. 247,1).
Sigue pues en importancia, en la piedad general, el recitado del Rosario
mariano con la consideraciones de los quince “misterios” de la vida de Jesús
que tienen relación con la Virgen Maria, ejercicio recomendado del mismo
modo en las cartas; en una de estas escribe: “¡Les suplico: superen decididas
y convencidas las inquietudes contemporáneas. Las dulces Ave Maria,
santamente repetidas, las hagan sentir, no el frío tedio de una repetición, sino
el batido de su corazón siempre mas dirigido hacia lo alto!... (C.circ. 115,5).
La santificación de la jornada al alba, al mediodía y al atardecer, celebrando
el misterio de la Encarnación con las palabras del evangelio de la
Anunciación, con el saludo a Maria y con la adoración a la Trinidad, tuvo
inicio, probablemente, en la campana desarrollada por san Francisco, a su
retorno del Oriente, para introducir entre los cristianos un uso similar a aquel
que el había observado, con admiración, entre los musulmanes: la adoración
de Dios varias veces al día a la invitación de los muezines desde lo alto de los
minaretes. Se hizo promotor, ante las autoridades civiles, de la practica de

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invitar el pueblo, a horas determinadas, “al toque de la campana o por
medio de un pregonero”, a dar gloria a Dios (cf. FF 213, 243).
Finalmente en la devoción de Madre Giovanna no podía faltar una práctica
también universal: las Letanías Lauretanas, aquella serie de invocaciones y de
alabanzas a Maria que, desde el santuario de Loreto, se han difundido a todo
el mundo. Ella sin embargo hubiera agregado con gusto otras, dictadas por
su amor: en primer lugar aquella de Madre del Amor, que aparece a menudo
en sus oraciones y en sus cartas, y otras tantas muy expresivas: Virgen de la
soledad, Potencia de la gracia, Sonrisa del Omnipotente, Caricia del Amor,
Esposa del Espíritu Paráclito, Fuente perenne de todas las gracias... (P,p. 164s);
Madre suavísima, dulcísimo, amorosa, desolada; Madre de la Iglesia,; amor
operante, ancla de salvación, consoladora de todos los corazones, delicia de
Dios, primera misionera del mundo... : y así por delante en sus cartas.
Es de notar que la fundadora se limita a estas formas de devociones de
ámbito eclesial, dejando otras a las preferencias personales. Como hemos
visto y veremos todavía, en el mismo Testamento, Madre Giovanna incluye
entre las formas eclesiales de devoción aquellas del Sagrado Corazón de
Jesús.
Si así responderán a la propia vocación-misión, ella promete a sus hijas “un
secreto flujo del cielo”, o sea abundancia de gracias, de luces, de llamados,
de incitamiento, de oportunidad de hacer del bien...: “todo desde la
liberalidad de Aquel que es “consolador, reparador, constructor, animador,
pacificador”.

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13. AMENSE SINCERAMENTE, FRATERNAMENTE, SERENAMENTE

Aquello que les pido de manos juntas


es que se amen sinceramente,
fraternamente, serenamente,
haciéndoseles “hermano” todo el Cielo, el firmamento y el cosmos.
¡Yo viviré así en ustedes y por ustedes desde mi Cielo de paz y de luz!

Madre Giovanna retorna nuevamente sobre el amor fraterno que debe reinar
entre sus hijas. Como Jesús, quiere que este sea, si no su “mandamiento”, sea
al menos el meollo de su Testamento, su última voluntad. Y quiere que se
amen “sinceramente, fraternamente, serenamente”.
“Sinceramente”. La sinceridad fue uno de los frutos de la verdadera
conversión al Evangelio al inicio de la Iglesia: la comunidad de los creyentes
debe “nutrirse de ázimos de sinceridad y de verdad” (1 Cor 5, 8). Donde no
hay verdad no puede existir una relación verdaderamente fraterna. En las
relaciones humanas comunes hay mucho fingimiento, se usan formas
estudiadas, en ocasiones de puro galateo, cálculos interesados, segundas
intenciones; mas en la fraternidad evangélica debemos “caminar en la
verdad” (2 Jn 4; 3 Jn 3).
San Francisco inculcaba esta calidad del autentico amor fraterno. En su
primera Regla, después de haber recordado el mandamiento del Señor,
agrega: “Se amen mutuamente y muestren con las obras el amor que existe
entre ellos, como dice el apóstol: “No amemos de palabra ni con la lengua,
mas con hechos y en verdad” (1 Jn 3, 18, Rnb 11,4s: FF 37). En el Testamento
lírico compuesto para santa Clara y sus hermanas les recomendaba de “vivir
siempre en la verdad” para dar firmeza la unión fraterna (FF 263 / 1).
La sinceridad puede faltar entre las almas consagradas por motivo sea de la
falta de apertura fraterna, del dialogo, sea de un clima de desconfianza, de
autoritarismo, de adulación, o tal vez de aislamiento personal, egocéntrico;
peor aun cuando procede de verdadera falta de afecto, es mas de
pequeños resentimientos que obstaculizan el perdón generoso y gratuito: la
caridad no tiene en cuenta el mal recibido, se complace en la verdad (1 Cor
13, 5s). No siempre es fácil perdonar de corazón; por lo que ruega san
Francisco: “Señor, haz que aquello que no sabemos plenamente perdonar,
plenamente perdonemos, de modo que, por amor tuyo, amemos
verdaderamente a nuestros enemigos, no devolviendo a nadie mal por mal y
empeñándonos en ser útiles a todos “ (Par PN 8 : FF 273).
“Fraternamente”. La Iglesia ha nacido como comunión de hermanos,
reunidos por el Espíritu en el nombre de Jesús, el Primogénito, bajo un mismo
Padre, aquel del cielo. Francisco de Asís, en virtud de su descubrimiento del
Evangelio, tuvo de Dios el don de los hermanos – “El Señor me dio hermanos-
(Test 14: FF 116) – y así tuvo inicio, en la historia de la vida consagrada, la

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nueva etapa de los hermanos. Bajo el ejemplo de Francisco, hizo lo mismo
santa Clara con “las hermanas que el Señor le había donado”, como expresa
en su testamento (FF 2831). Esta es la base evangélica de la verdadera
fraternidad: la aceptación de cada hermano, de cada hermana así como es,
cual “don de Dios” y, por lo tanto, buscar de ser de nuestra parte un don
aceptable y agradable a los otros.
El amor mutuo en la fraternidad evangélica –enseña el seráfico Padre- debe
ser superior al amor de una madre hacia su hijo, que es la mas bella expresión
del amor humano (Rb 6,8: FF91); santa Clara lo ha traducido al femenino: “¡Si
una madre ama y nutre su hija carnal, con cuanto mayor cuidado debe una
hermana amar y nutrir a su hermana espiritual!” (R 8,16: FF 2798).

Serenamente. La serenidad en el rostro, en las palabras, en los gestos, es el


reflejo espontáneo de la paz interior y del habito de situarse con simplicidad y
equilibrio de frente a los acontecimientos de la vida, de no pensar a las
propias ventajas o desventajas. Es el arte de ser uno mismo. De santa Clara
dijeron las hermanas durante el proceso de canonización: “Jamás la hemos
vista turbada” (FF 2972).
El clima de serenidad es un componente indispensable en una comunidad
religiosa y se debería cultivar a toda costa, evitando motivos de tensión, de
nerviosismo, de preocupación. San Francisco daba mucha importancia a la
serenidad y afabilidad entre los hermanos y con las demás personas. Ordeno
en la primera Regla: “Cuídense los hermanos de mostrarse tristes
exteriormente y sombríos, sino se muestren felices y alegres y elegantemente
afables” (Rnb 7,16: FF 27).
La fraternidad franciscana no se circunscribe al ámbito de nuestros hermanos
y hermanas. Francisco saludaba cada hombre, cada mujer, como hermano
y hermana, es mas se sentía en sintonía fraterna con todos los seres y alababa
a Dios ‘con todas las creaturas’. Madre Giovanna tuvo en modo notable esta
proyección cósmica, y la estaba viviendo durante aquel Pentecostés de 1971
en el que escribió el Testamento, a juzgar por el mensaje mandado aquel día
a todas las hermanas, insistiendo vivamente sobre el amor reciproco con
profusión de textos evangélicos citados literalmente a memoria (C.circ.
189,2s).
A partir del amor mutuo, prosigue el Testamento, las Franciscanas Misioneras
se harán “hermano todo el cielo, el firmamento y el cosmos”.
Madre Giovanna tiene la seguridad –y no es presunción- que le espera una
eternidad feliz, y esta segura también, que desde aquella mansión de
plenitud, su vida será siempre para sus hijas: “yo viviré en ellas y por ellas
desde mi Cielo de paz y de luz”.

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14. NO MALGASTEN EL DESIGNIO DE DIOS SOBRE USTEDES

Fervorosas ángeles de misión,


amen a Dios con el Corazón de Cristo,
alábenlo con los labios de Cristo,
glorifíquenlo con vuestras obras;
no malgasten el designio de Dios sobre ustedes.

Cuiden como racimos las almas,


que Dios les confía,
con alegría, discreción, sinceridad,
generosidad y buen ejemplo,
sirviendo permanentemente a la santa Iglesia
y con coraje de perseverancia.

Madre Giovanna, siempre original y profunda en sus conceptos, traza aquí la


imagen espiritual de una Misionera del Verbo Encarnado identificada con su
“misión”. Busquemos de captar el significado de sus expresiones, todas
teológicamente justas.
“Ángeles de misión” Podría parecer un pleonasmo, ya que el término
“ángel”, en la Biblia, es sinónimo de mensajero, un enviado del Altísimo hacia
los hombres. Existe no obstante una cierta tradición entre la gente que ve en
las mujeres que se consagran generosamente al servicio de los enfermos o de
los necesitados, los “ángeles de la caridad”.
La fundadora une esta acepción, muy apropiada, al concepto bíblico, es
mas a la misión del Verbo, raíz y fuente de toda misión. Cristo es el enviado
del Padre, que ha cumplido en pleno su misión sobre la tierra y continua a
cumplirla desde la gloria. Quiere, sin embargo, asociar a su misión aquellos
que el Padre le había donado (cf. Jn 17,6), por El elegidos y mandados al
mundo: “Como el Padre me ha mandado a mi, así yo los mando a ellos” (Jn
20,21). El continua a llamar, en la Iglesia, a aquellos y a aquellas que el Padre
los ha destinado, para hacer de ellos testigos, profetas y mensajeros del Reino:
“ángeles de misión”.
“Amen a Dios con el Corazón de Cristo”. Nuestro amor limitado y
egocéntrico, jamás puede pretender de contracambiar el amor infinito de
Dios. Para que esto fuese posible, el Verbo asume nuestra naturaleza para
poder amar divinamente, con corazón humano, el Padre y los hombres. De
este modo ha remediado nuestra insuficiencia. Con su Corazón, que ha
amado “hasta el fin” (Jn 13,1), nosotros podemos corresponder al Dios Amor;
así como lo hizo san Francisco: “Porque todos nosotros, miserables y
pecadores, no somos dignos de nombrarte, te impliramos suplicantes que el

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Señor nuestro Jesucristo, tu Hijo dilecto, en quien has hado complacensia (cf.
Mt 17,5),que te basta siempre para todo y por quien tantas cosas nos has
hecho, te de gracias de todo junto con el Espíritu Santo Paráclitocomo a ti y a
El mismo le agrada.” (Rnb 23,5: FF66).
“Alábenlo con los labios de Cristo”. Dios solamente ha comenzado a recibir
de la tierra la alabanza perfecta cuando el Verbo, hecho hombre, enalzo su
sacrificio de alabanza a la divina Majestad. Enseña el Vaticano II: “El sumo
Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, tomando la naturaleza
humana, introduce en este exilio terrestre el himno que se canta
perpetuamente en las moradas celestes” (SC 83). Nuestra alabanza, nuestros
agradecimientos, nuestras suplicas, nuestros actos de amor..., todo recibe
valor y eficacia porque pasa a través del corazón y los labios de nuestro
Mediador.
“Glorifíquenlo con vuestras obras”. Estas palabras son la resonancia de un
texto evangélico en el que Jesús coloca al centro de su y de nuestra misión,
no los sucesos personales, sino la gloria del Padre: “Ustedes son la luz del
mundo... Resplandezca vuestra luz delante de los hombres de modo tal que,
viendo vuestras obras buenas, rindan gloria a vuestro Padre que esta en el
cielo” (Mt 5, 14-16). Jesús ve todo desde la perspectiva del Padre: la
voluntad del Padre, el Reino del Padre, la gloria del Padre, el suceso del
Padre..., es lo que cuenta para El. No solo con nuestras obras, mas con la
vida misma debemos glorificar a Dios, es mas admonesta san Pablo;
“Glorifiquen a Dios en vuestro cuerpo” (1 Cor 6,20).
“No malgasten el designio de Dios”. Toda vocación en la Iglesia es efecto de
un designio de amor de parte de Dios, designio eterno, una elección hecha
“antes de la creación del mundo” (Ef 1,3). He aquí una verdad que Madre
Giovanna ha asimilado profundamente, y que gusta repetirla a las hermanas.
En una carta de 1975 encontramos esta magnifica efusión, comentando las
Palabras de Jesús: “Yo los he elegido a ustedes” (Jn 15,16). “En el principio
del tiempo, cuando todas las cosas fueron hechas por el Verbo eterno,
nosotras éramos en El, artífice de cada cosa! Desde el inicio de sus obras, El
nos poseía y, desde los tiempos remotos, nosotras éramos constituidas en su
mente omnividente. Aun no existían los abismos, aun no existían las fuentes,
aun no existían los montes, y nosotras éramos! El es todo aquello que nosotras
somos y deseamos ser, siendo rayos salidos de El, Sol eterno! Somos su Amor,
su Pensamiento, su Luz, su Verdad, su Palabra, su Voluntad, su Programa, su
Fraternidad, su Alegría, su Paz...” (C.circ. 226,1s).
Dios no impone su proyecto ni físicamente ni moralmente; propone, o sea
llama, y espera la libre respuesta; en la medida en la que esta será total y
perseverante, Dios tendrá éxito en su designio; pero si yo rechazo esta
invitación y no correspondo a ese don, entonces soy causa del fracaso de
Dios en mi, viene malgastado el designio de Dios sobre mi”. Dios podría
realizar toda la obra de la salvación sin mi, mas quiere mi colaboración. Ha
escrito un notable teólogo moderno, Congar: “Dios perdona el mal que
realizamos, pero no suple el bien que no hemos cumplido”.

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Madre Giovanna rezaba así en 1933, pensando en el insondable misterio del
designio de Dios:
“¡Verbo de Dios, Palabra increada, Amor infinito:
estoy pronta a tus ordenes divinas
cual carbón encendido sobre el inmenso bracero de tu querer!
Recógeme y lánzame, en el infinito querer de tu Pasión,
a las almas esclavas y mudas, que de la culpa viven en las tinieblas.
¡Por ellas me inmolo sobre el altar de tu Holocausto!
¡Por ellas te ofrezco el Cáliz de la propiciación!
¡Señor Jesús, Verbo Encarnado,
mírame y cumple en mi tu misterio infinito!” (P, p.96)
“Cuiden como racimos las almas que Dios les confía”. En correspondencia al
designio de Dios no solo cuenta la propia fidelidad, mas entra en juego el bien
de las almas cuya salvación y santificación Dios ha querido vincular a nuestro
celo, lo que mas hemos de tener presente cuando se tienen serias
responsabilidades pastorales, formativas o de gobierno. San Francisco escribe
en su Regla en referencia a la tarea pastoral de los superiores de la
fraternidad: “Se recuerden que a ellos ha sido confiado el cuidado de las
almas de los hermanos, por lo que, si alguno de ellos se perdiera por su culpa
o mal ejemplo, deberán rendir cuenta, en el día del juicio delante del Señor
Jesucristo” (Rnb 4,6: FF 14).
La expresión “como racimos” podría indicar, en la intención de Madre
Giovanna, no un cuidado indiferenciado, anónimo, de grupo, sino la atención
asidua y diligente, similar a aquella con la que el minador mantiene el
desarrollo de los singulares racimos.
“Con alegría, discreción, sinceridad, generosidad y buen ejemplo”. Es así que
una Misionera Franciscana resulta verdadero “ángel de la misión”. La
verdadera alegría, que Jesús ha prometido a los suyos como signo de su
presencia, es uno de los frutos del Espíritu, patrimonio de los hijos de Dios; es
parte integrante de la vida y del mensaje de los hijos de san Francisco y, en
modo particular del espíritu de Madre Giovanna.
La “discreción”, en su sentido etimológico, usado por san Francisco y por
santa Clara, equivale al sano discernimiento a la luz de la fe y al dictado de la
caridad; en la acepción común es sinónimo de prudencia, tacto,
circunspección, oportuna reserva.
De nuevo aparece la sinceridad, una cualidad que la fundadora considera
necesaria, como hemos visto, en las relaciones interpersonales entre las
hermanas; aquí la requiere en la comunicación con objetivo apostólico. De
descartar, por ende, toda falsedad y, sobre todo, toda forma de hipocresía,
el vicio tan desaprobado por Jesús.
“Generosidad” significa amplitud de animo, desinterés, abnegación, vivir para
los otros y gozar en hacer el bien.

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Pero por encima de todo, el “buen ejemplo”. De Jesús dice san Lucas:
“Comenzó a hacer y a enseñar” (Hch 1,1). No hay mensaje más eficaz del de
la vida del mensajero evangélico. Francisco quería que los frailes predicasen
“mas con el ejemplo que con las palabras”.
“Sirviendo permanentemente a la santa Iglesia”. La Iglesia ha sido definida
por el Vaticano II como “sacramento universal de salvación”. Cristo ejercita
su misión mediante la Iglesia, la cual es esencialmente misionera en sus
medios de salvación y de santificación, en su estructura jerárquica, en su
magisterio, en la variedad de las formas de vida consagrada, en el testimonio
y en la acción de los laicos. Pero existen vocaciones específicamente
misioneras, por ende mas estrechamente vinculadas “al servicio permanente
de la Iglesia”.
“Con coraje de perseverancia”. En el mundo de hoy, sujeto a los cambios
rápidos y a la dinámica experimental de la ciencia y de la técnica, existe el
riesgo de perder el sentido de lo permanente y de ceder a lo provisorio. Mas
los valores del Reino son permanentes; vivir y enseñar a los otros a vivirlos
requiere “coraje de la perseverancia”.
Madre Giovanna ha dejado, en sus cartas, luminosas orientaciones sobre la
acción apostólica de sus Misioneras, las cuales, si quieren seguir su modelo, el
Verbo Encarnado, deben saber “andar, correr, volar, encontrar, bajar,
curvarse, penetrar, atraer, convencer, lanzarse, pasar haciendo el bien, ser
puras, simples, dilatadas, ardientes”, “con la verdadera libertad de los hijos de
Dios”... (ver índice temático: Misión).

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15. LA MUERTE: LA OBRA MAESTRA DE LA VIDA

¡Hijas queridas!
Con la muerte todo comienza:
ella es la obra maestra de la vida.
¡Yo entro así en mi Pascua, abrazada a todas ustedes,
para seguir en unidad la “Liturgia eterna”,
en una transfiguración y en una comunión infinita!

¡La muerte! Su solo nombre da miedo a quien no tiene fe y no mira el futuro


con esperanza. Para una gran parte de la gente todo termina con la muerte.
En vez para el cristiano, la muerte es el inicio de la verdadera vida, la puerta
de la eternidad, la llegada a la meta.
Para Madre Giovanna, mujer de fe, “con la muerte todo comienza”. La
muerte, de hecho, señala el fin del tiempo, que nos habitúa a ver como todo
pasa, mientras después de la muerte entraremos en la dimensión de Dios, que
es la eternidad: un presente permanente, siempre nuevo. Santa Verónica
Giuliani ha dado la noción exacta: “La eternidad es un continuo principio”
(Diario, II, 136).
Nadie ha cantado como Madre Giovanna los bienes de la beatitud sin fin
cuando, en la fiesta de Todos los Santos en 1978, cumplidos los noventa anos
de edad, estaba a la espera del vuelo liberador hacia la morada eterna:
“Eternidad beata, ¿quién eres? ¿Qué eres?
¡Eres Dios! Eres la santísima Trinidad.
Eres su misma vida.
Eres su verdad.
Eres su presencia.
Eres su omnipotencia.
Eres su encuentro...
Eres su felicidad.
Eres su Aleluya...
Eres su secreto.
Eres su Magnificat.
Eres su gloria...
¡Amén!
¡Que yo te alcance! (P. p. 24s)
Vida y muerte, en la común concepción, son dos realidades contrapuestas, la
una negación de la otra. Madre Giovanna, según la teología de san Pablo,
sabe que Dios es el autor de la vida, no de la muerte, y que esta ha reinado

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en la descendencia de Adán contra el designio divino (cfr.Rom 5, 12-14). En
Cristo, vencedor de la muerte, nuestra entera existencia, sea en el exilio
terrestre que en la patria eterna, se vuelve una vida, no interrumpida sino
transformada, es mas la muerte misma es la “obra maestra de la vida”. No es
un paradoxo; releamos el profundo pasaje de san Pablo: “Ustedes están
muertos y vuestra vida esta escondida con Cristo en Dios. Cuando se
manifestara Cristo, vuestra vida, entonces también ustedes se manifestaran
con El en la gloria” (Col 3,3).

Como hemos relevado encima, no es otra la manera en que la fundadora ve


la muerte de cada hermana que “retorna a la casa del Padre” en las
infaltables comunicaciones neurológicas.
“Yo entro así en mi Pascua”. Cristo, el Cordero inmolado, es nuestra Pascua (1
Cor 5,7). Pascua quiere decir “pasaje”; Jesús ha cambiado el sentido
tradicional judaico llamando Pascua al cumplimiento de la misión mediante
su muerte, resurrección y regreso al Padre. Madre Giovanna piensa en su
“pasaje” mediante la hermana muerte y a la Pascua eterna en la que los
bienaventurados se sentaran a la mesa en la “cena del Cordero” (Ap 19,9).
Escribe en los augurios pascuales de 1975: “El Espíritu nos ha llamado, nos ha
raptado, nos ha fusionado para que fuésemos en la eternidad su Familia
elegida, su perenne Pascua!” (C.circ. 126,4).
Pero no estará ella sola. Se sentirá “abrazada” a todas sus hijas, “para seguir
en unidad la “Liturgia eterna” en una transformación y en una comunión
infinita”. Madre Giovanna parece inspirarse en algunas enseñanzas del
Vaticano II, en las que se habla de la unión entre la Liturgia de la Iglesia
peregrina y la Iglesia del cielo: “Nuestra unión con la Iglesia celeste se realiza
de manera nobilísima, porque, especialmente en la sagrada Liturgia, en
fraterna exultación cantamos las alabanzas de la divina Majestad y todos...
con un único canto de alabanza, glorificamos a Dios uno y trino... (LG 50).
Todo será diverso: “una transformación y una comunión infinita”. Los teólogos
dan el nombre de gloria accidental a esta comunión de amor con los seres
queridos dejados aquí al morir. Madre Giovanna, pero, en sus anhelos de
felicidad total y totalizante, piensa especialmente en la gloria sustancial,
consistente en la comunión de vida y de amor con Dios mediante la visión sin
velos y en la posesión esponsal sin misterios. De este modo se expresaba en
un coloquio amoroso con el Niño Jesús en 1950:
“¡Niño Jesús, hablemos juntos de nuestra Primavera,
cuando refloreceremos en el bautismo de sol y
volaremos en los espacios amándonos,
amando inmensamente el cielo y la tierra,
y amándoTe infinitamente,
rotando hasta cuando no existirá mas el tiempo...
Y te saciare en eterno!

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¡Sorpresa del Amor: entonces me saciare y te saciare por la eternidad!
¡Amen!” (P. p. 54)
Parece el eco de la aspiración del salmista: “Yo por mi justicia contemplare tu
rostro, y r al despertar me saciaré de tu presencia” (Sal 16,15).

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16. ¡HASTA PRONTO EN LA PATRIA CELESTE!

¡Abrazándolas una a una,


les pido perdón de cada culpa mía,
segura de vuestro beso y de vuestra oración de sufragio;
y me abismo en el silencio,
en el cual el Hijo de Dios se ha encarnado:
y es la Vida Trinitaria!
Aquí: es la sombra. Allá: es la Fiesta Eterna.
Hasta pronto en la Patria celeste,
¡que” solo amor y luz tiene como confines”!

Vuestra
Madre Giovanna
M.F.V.E

“Abrazándolas una a una, les pido perdón”. Existe una bella tradición en las
comunidades religiosas que el enfermo, antes de recibir el Viático, pida
perdón de sus propias faltas a los hermanos. San Francisco, en la carta a la
Orden, escrita hacia el fin de su vida, realiza una confesión general en
términos de gran humildad (cfr. FF 226).
No me parece que Madre Giovanna lo haya hecho para atenerse a una
formula edificante, sino por un sentimiento espontáneo, exigencia de su fe y
de su humildad, y como demostración de afecto. No duda del “beso”, signo
de perdón, de cada una de las hijas y esta segura que, después de su muerte,
tendrá un puesto en la “oración de sufragio” de todas.
“Y me abismo en el silencio”. La vida después de la muerte es concebida
frecuentemente como el ámbito del silencio; no se trata sin embargo de un
silencio vacío. Dios vive en su silencio fecundo, en el que las palabras no son
necesarias; en su hoy eterno el Padre pronuncia su Palabra, el Verbo; y es en
el mismo silencio que el Hijo de Dios se ha encarnado. No es probable que
Madre Giovanna haya leído personalmente la carta de san Ignacio de
Antioquia donde la encarnación es presentada como un misterio cumplido
‘en el silencio de Dios”; quizás la haya escuchado citar por algún teólogo;
pero puede ser también una de sus sorprendentes intuiciones, sugerida por la
antífona natalicia: “Mientras el silencio envolvía cada cosa y la noche estaba
a la mitad de su curso, tu Palabra omnipotente, oh Señor, vino de tu trono
real” (Breviario, 26 dic.).
El hecho es que asocia espontáneamente el silencio al misterio del Verbo. En
una carta de 1956 escribe: “El omnipotente Dios nos llamo desde los silencios

53
de su Verbo divino a la armonía de sus obras de redención, por la humanidad
entera” (C.circ. 59,2). En la Navidad de 1976, la lectura del prologo del
evangelio de Juan de dio el tema para una inspirada composición lírica al
Verbo Encarnado, en la que leemos:
“¡Blanquea el alba: ¡es tu despertar!...
¡Cala la noche: ¡es tu silencio!
¡Murmuran las nubes: ¡es tu secreto!...”
(C.circ. 234.1)

En forma similar en la Navidad de 1979:


“¡Su Luz es eterna!...
¡Su abrazo es beatitud!...
¡Su silencio es armonía!...
¡Su sabiduría es su Palabra!...
¡Su alegría es El mismo!... “
(C.circ. 249s).
Este silencio eterno, en el que surge el misterio de los designios divinos, para
Madre Giovanna tiene un nombre: “La Vida Trinitaria”. Aquí la máxima
intensidad de vida y de intercambio, de comunión y de amor, de acción
creadora y salifica, se realiza sin rumor de palabras o de actividad. En los
últimos anos de su vida la fundadora amaba “abismarse” en el mar sin límites
del misterio trinitario; y cada tanto confiaba al papel sus contemplaciones:

“¡Oh santísima Trinidad!


¡Oh Sol, oh mi Sol!
Tu luz es perenne caricia;
tus rayos son besos de amor;
tus energías, abrazos potentes.
¡Tu vida es beatitud perfecta!... “ (P,p. 26)
“Aquí: es sombra. Allá: es la Fiesta Eterna”. En el Antiguo Testamento a
menudo se habla de la “sombra de la muerte” para significar el estado de los
difuntos. Mas en el cántico de Zacarías se saluda el surgir de lo alto de un
nuevo sol que viene a “iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra
de la muerte” (Lc 1, 18s). De hecho, en la nueva Alianza, aquellos que yacen
en las tinieblas y en la sombra de la muerte son los hombres lejanos de la
salvación. El cristiano ha pasado de las tinieblas a la luz, por lo que debe
comportarse como hijo de la luz y no de las tinieblas (cf. Rom 13,12; ¿ 5,8; 1 Ts
5,4s). Pero mientras el Reino de Dios progresa aquí sobre la tierra, es
permanente el asedio de las tinieblas contra la “Luz verdadera” que es el
Verbo hecho carne; “la Luz resplandece en las tinieblas, mas las tinieblas no la
han acogido” (Jn 1, 4-9).

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Quizás Madre Giovanna tiene presente el pensamiento de san Pablo que
todas las cosas que atraen nuestra atención en esta vida son “sombra de la
realidad futura: la verdadera realidad es Cristo” (Col 2,17). De hecho,
caminar en fe es siempre caminar en la sombra: “Ahora vemos como en un
espejo, de manera confusa, pero entonces veremos cara a cara. Ahora
conozco de modo imperfecto, mas entonces conoceré perfectamente” (1
Cor 13,12).
Y será” la fiesta eterna”, fiesta del Amor que jamás se sacia. Y como resulta
larga para Madre Giovanna la espera de esa tal fiesta! El 14 de septiembre
de 1983, en medio de las congratulaciones de sus hijas por su nonagésimo
quinto cumpleaños, débil en el cuerpo pero vigorosa en el espíritu, coloco por
escrito su última breve oración:
“Dios, cada minuto te amo,
cada hora te bendigo,
cada día te sigo en Fe y Caridad,
cada atardecer te agradezco,
cada noche reposo en Ti.
¡Amén! ¡¡¡ Para siempre, hasta el Cielo!!! “
(P. p. 29)
El Testamento termina con un cordial “¡Hasta pronto en la Patria celeste!” que
me confirma en mi opinión de que la fundadora lo escribe con la expresa
intención que fuese conocido solamente después de su muerte, anticipando
aquello que hubiera querido decir a sus hijas en la despedida final.
La citación, tan oportuna, de la Divina Comedia de Dante no es redundancia
erudita, sino la expresión de su modo de concebir la Patria celeste: que “sólo
amor y luz tiene por confines” (Par XXVIII, 54)
Verdadero testamento “ológrafo” se concluye con la firma, con aquella
caligrafía segura y suelta de Madre Giovanna, reflejo de una personalidad
diáfana, serena, positiva.

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