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como Jesús en el Cenáculo, consigna a sus hijas espirituales, “un mensaje de
vida, una efusión de afecto materno”.
La Madre inicia con tres puntos de referencia que expresan los
fundamentos de su vida espiritual, recordados a sus hijas con vibrante afecto:
la Eucaristía, la Virgen María, la Iglesia católica.
Por lo que conozco, no recuerdo de haber encontrado en algún
testamento, una persona que, refiriéndose al pasaje bíblico de Jn 16,7, diga
que su partida es un bien y –como subraya el P. Iriarte- “el despertar de un
nuevo Pentecostés para sus Misioneras, una efusión transformadora del Espíritu
Santo, el eterno Amor, que infundirá nuevo vigor a su consagración esponsal
al Verbo”.
La Madre nos abre una rendija para la comprensión de su madurez
humana y espiritual. Y así confirma a sus hijas y las estimula a una actitud de
espiritualidad humana, para educarlas a los vuelos del Espíritu.
Como San Francisco, que de frente a cada problema decía a sus frailes:
“vayamos a la santa madre Iglesia”, así Madre Giovanna no duda en
recomendar a sus hijas el coraje de actualizarse con y en la Iglesia, de
“continuar a lanzar la red a derecha, o sea desde la parte de la Iglesia santa
e infalible”. Ejemplo de una fe eclesial hoy más que iluminadora y arrolladora,
que interpela a cada consagrada y consagrado y a quien comparte la
pasión por el anuncio del Reino.
Desde sus renglones se sienten traslucir las vibrantes palabras del apóstol
Pablo: “Para mi el vivir es Cristo y el morir una ganancia” (Fil 1,21) mientras
invita a sus hijas a fatigar y resistir, revistiéndose de aquella fuerza interior que
promana desde la espiritualidad propia del Instituto y desde su forma de
piedad. Una piedad que hace eco a las palabras de S. Francisco en su
“Pequeño testamento”.
Leyendo, hoy, este Testamento y el relativo comentario del P. Lázaro,
viene espontáneo un sentimiento de gozosa esperanza, unido a una
consoladora rendición de gracias.
A todas las Misioneras Franciscanas del Verbo Encarnado el augurio de
una fuerte, feliz y generosa fidelidad a las inspiradas palabras de su Madre
Giovanna.
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El original del Testamento
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¡Por eso no muero, inicio una nueva Vida
para ser perfecta en la unidad, con ustedes,
y para que el mundo conozca que El nos ha querido y mandado!
Como Dios me ha amado a mí, así le suplico que las ame a ustedes
y estén un día todas conmigo,
para que contemplen la herencia de amor
que nos ha reservado Su Corazón.
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Consagradas a la Virgen de Loreto
las coloco a todas bajo Su ala maternal,
segura de su omnipotencia por gracia,
para que las habitúe a los vuelos del Espíritu.
A san José, el Virgen Padre de Jesús3,
le confío la guía, la defensa y la protección
del alma de cada una.
Hambrienta y sedienta del Espíritu Franciscano,
grito al seráfico Padre san Francisco
de cubrirlas con su pobre manto
y de amarrarlas –una! – con su blanco humilde cordón,
gúmena celestial contra toda tempestad.
3
No obstante que original, he respetado el término como está en el manuscrito, equivalente al usado más
comúnmente “Esposo virginal de María”.
4
También aquí he respetado el manuscrito por las razones indicadas en el comentario.
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haciéndoseles “hermano” todo el Cielo, el firmamento y el cosmos.
¡Yo viviré así en ustedes y para ustedes desde mi Cielo de paz y de luz!
Fervorosos ángeles de misión,
amen a Dios con el Corazón de Cristo, alábenlo con los labios de Cristo,
glorifíquenlo con vuestras obras:
no malgasten el designio de Dios sobre ustedes.
¡Hijas queridas!
Con la muerte todo comienza: ella es la obra maestra de la vida.
¡Yo entro así en mi Pascua, abrazada a todas ustedes,
para seguir en unidad la “Liturgia eterna”
en una transfiguración y en una comunión infinita!
Vuestra
Madre Giovanna
M.F.V.E
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Prefacio
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una efusión de afecto materno, de conservar oculto, entre tantos otros, como
un regalo para el futuro. Incierta de la duración del exilio terreno, se coloca
en el momento hipotético de la partida, cuando Dios querrá llamarla a si.
Vive del pensamiento del después de la muerte en modo muy personal.
En 1960 había dejado escrito esta misiva:
Oh Dios, que eres el Autor de todo bien....
cuando mis hijas vendrán a mi tumba
a gemir sus penas y sus culpas,
haz que una secreta consolación
les asegure que yo soy verdaderamente su madre.
¡Amén! (p 135)
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luego distribuido en transcripción6, me ha parecido casi de estar realizando un
doble trabajo innecesario. Pero no he podido rechazar el delicado convite
hecho por la Superiora general, Madre Giulia, y por su Consejo, de ofrecer mi
contribución, en la que relevase particularmente el filón franciscano del
Testamento.
6
El comentario que antecede a este en el presente fascículo
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SIGLAS UTILIZADAS
Fuentes franciscanas
FF: Fuentes Franciscanas, Editorial Franciscana (it), 1990
1 Cel: Tomas de Celano, Vida I
2 Cel: Tomas de Celano, Vida II
LP: Leyenda Perugina
Adm: Admoniciones de san Francisco
Reg B: Regla bulada
Reg NB: Regla no bulada de san Francisco
Test.: Testamento de san Francisco
Cart.fiel.: Carta a todos los fieles
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1. EL ESCENARIO ESPIRITUAL
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evangélica, teniendo como centro el Verbo Encarnado. Con una expresión
ciertamente iluminada Madre Giovanna designa al amor “fe a elevada
temperatura” (C.circ. 88,3; 163,5).
El espíritu de humildad deriva del mismo misterio de la Encarnación,
verdadero anonadamiento del Hijo de Dios (cfr Fil 2,7s), y de la vida y el
magisterio de Jesús, “manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). La humildad
es “el paso de una perfecta misionera franciscana” (C.circ. 228,3), su
“fortaleza” (C.circ.68,3).
“En la Religión Católica y Apostólica”. Aquello que, desde siglos, ha sido un
elemento notarial de rutina cuando el testamentario quería morir como
creyente, ofrece a Madre Giovanna la oportunidad de profesarse
simplemente hija de la Iglesia, como se ha sentido siempre, desde que el
Verbo Encarnado se transforma en luz y centro de su existencia. La llama
“dulce esposa de Cristo, amadísima madre, familia de Dios, cuerpo místico de
Cristo, pueblo de Dios...” (C.circ. 67, 68, 88, 117, 119, 153...). Por el hecho de
ser responsable, delante de Dios y de la Iglesia, de un Instituto nacido de la
Iglesia y para la Iglesia, su expresión en el Testamento adquiere un significado
mas profundo.
Por ultimo, la bella declaración de profesión de la vida evangélica:
“Arrebatada por el santo Evangelio”. Como verdadera franciscana, Madre
Giovanna ha hecho del Evangelio su “forma de vida”, debe ser “la sangre”
de una franciscana del Verbo Encarnado (C.circ. 228,3). Pero el Evangelio no
es para ella solamente un libro a estudiar y meditar o un programa a seguir: es
Cristo mismo, su vida, sus enseñanzas, su pasión y muerte, su glorificación... El
Evangelio hace parte de su experiencia mística; no se siente solamente
atravesada de la verdad evangélica y comprometida en el seguimiento de
Cristo, sino también “arrebatada por el Evangelio”, verdadera mujer del
Evangelio.
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2. “PARA QUE LA PLENITUD DEL AMOR DESCIENDA SOBRE USTEDES”
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La expresión “Esposas de Sangre” es un arreglo que Madre Giovanna habrá
encontrado en los escritos de alguna santa mística, en las palabras que dice
a Moisés su esposa Séfora: “Tu eres para mi un esposo de sangre” (Ex 4,25). Tal
ajuste encuentra cierto apoyo en la idea de san Pablo cuando dice que
Cristo ama a la Iglesia, su esposa, adquirida con el precio de su sangre (cf Ef
5,15-27).
Madre Giovanna habla de “vocación real” justamente porque se trata de un
amor reservado al Rey Esposo, Cristo, según un otro arreglo muy frecuente en
la historia de la vida consagrada femenina y en la liturgia, aquel del salmo
mesiánico 44, 10-18: “A tu derecha una reina, con el oro de Ofir”. Santa Clara
escribiendo a Inés de Praga, que había renunciado a la mano del emperador
para darse a Cristo en totalidad de amor, la saludaba: “Hija del Rey de reyes,
esposa dignísima de Jesucristo y, por lo tanto, reina nobilísima” (FF 2871).
Y será la fiesta del Amor. Jesús ha declarado que en el precepto del amor en
sus dos dimensiones, hacia Dios y hacia el prójimo, se resumen la Ley y los
Profetas (Mt 22,40). Y san Pablo: “La plenitud de la Ley es el amor” (Rom
13,10). En Dios existe la plenitud del amor, porque El es el Amor; mas en el
Verbo hecho hombre “habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad”
(Col 2,9): y “de su plenitud todos nosotros hemos recibido” (Jn 1,16). Aun mas,
la misma caridad de Dios “se ha volcado en nuestros corazones mediante el
don del Espíritu Santo” (Rom 5,5). Pero ¿somos nosotros capaces de alcanzar
la plenitud del amor, limitados así como somos? Jesús nos ha presentado el
amor gratuito del Padre cual modelo y meta de nuestro amor mutuo (Mt 5,45)
y nos ha mandado amarnos como El mismo nos ha amado (Jn 15,21).
San Francisco, en sus oraciones, celebra a Dios como “plenitud de bien, bien
total, sumo bien” y como Amor infinito. Nuestra correspondencia de amor
deberá ser, por lo tanto, “con todo el corazón y con toda el alma, con toda
la mente, con todas nuestras capacidades, con todas las fuerzas” (Mc 12,30s).
Francisco agrega: “con todo el impulso, con todo el afecto, con todos los
sentimientos, con todas las ansias...” (Rnb 23,23s; FF69).
En Dios, plenitud significa inmensidad, infinidad; en nosotros, que somos
limitados, el amor será pleno si no lo reducimos a nuestros pobres parámetros.
El nos ha dado una capacidad infinita de amar. Es notoria la sentencia de
san Bernardo: “La medida del amor es amar sin medida”.
Lo mismo se diga del amor hacia el prójimo, el corazón pobre, que se ha
liberado para el Amor, renunciando a las apropiaciones afectivas –enseña
san Francisco– puede prodigarse sin limites hacia los hermanos, sea en
intensidad que en extensión (cf. 1 Cel 38s; FF 387s).
No es otra la “plenitud del Amor” que Madre Giovanna considera que
descienda sobre todas sus hijas como don del Espíritu Santo. Leemos en una
de sus cartas: “¡Venimos del Amor, debemos ser amor, llevar amor, suscitar
amor, difundir amos, recoger amor!” (C.circ.231,1).
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3. LES DEJO EL MISTERIO DEL VERBO ENCARNADO
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San Francisco contemplaba el misterio del Cuerpo y de la Sangre de Cristo
como un perpetuarse de la Encarnación y un cumplimiento de la promesa de
Jesús:
“He aquí, cada día el Hijo de Dios se humilla, como cuando desde la sede
real desciende al seno de la Virgen, así cada día viene a nosotros en
apariencia humilde, cada día desciende del seno del Padre sobre el altar en
las manos del sacerdote... Y de tal manera el Señor está presente con sus
fieles, así como El dice: ‘He aquí, yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo’
(Mt 28,20)”. (Adm 1, 16-22; FF 144s)
La fe del Pobrecillo, luego, descubre el Cristo, Palabra del Padre, presente en
medio nuestro en la persona de cada miembro de la jerarquía: “Yo veo en
ellos al Hijo de Dios” (Tst 12; FF 113); en cada hombre y mujer,
especialmente en los pobres, en los leprosos (1Cel 76; 2Cel 83-85; FF 453, 670-
672); en cada ser creado. Así no obstante que lleno de enfermedades y de
sinsabores, pudo entonar, al fin de su vida, su festivo cántico alabando al
Altísimo con todas las criaturas (cfr. FF 263).
Frecuentemente me he detenido a observar la foto donde Madre Giovanna
aparece radiante de felicidad, con los brazos abiertos, en medio a un fondo
de plantas y flores. Así es: se sentía “nacida para irradiar la vida”. Y ha
querido dejar a sus hijas, en herencia, esa alegría de vivir que brota del
“misterio del Verbo Encarnado en medio nuestro”.
He preferido conservar la redacción original, aunque algo obscura, de
aquello que sigue: “y que dona la fe de poseer (El) y de unirnos a El”. El
sentido parece ser: el misterio del Verbo Encarnado nos dona la fe
(=confianza) de poseerlo y de unirnos a El, nuestra vida eterna.
Misión actualísima para todos nosotros, hijos e hijas de Francisco de Asís, pero
especialmente para las Misioneras Franciscanas del Verbo Encarnado. La
sociedad en que vivimos tiende a la desvalorización del don de la vida:
aborto, eutanasia, suicidio; tantos adolescentes crecidos en el bienestar no
encuentran un por qué a la existencia y la cortan como se corta una flor
marchita. Juan Pablo II ha hecho de su magisterio una auténtica cruzada a
favor de la vida, para hacer frente a todos los atentados de aquella que él
llama “cultura de muerte”.
Nos corresponde a nosotros “nacidos para irradiar la vida”, enseñar a las
personas a agradecer a Dios por este don primero, a celebrar la vida, a
descubrir la vida como una fundamental “misión a cumplir”, según la
enseñanza de Madre Giovanna (C.circ. 88,1); sobre todo, a mirar la presente
vida temporal como un caminar hacia la plenitud de la vida sin fin.
Madre Giovanna ha sabido vivir en la alegría el misterio del Verbo, un misterio
que querría transmitir a cada una de sus hijas como el secreto de la alegría de
vivir: en el Verbo estaba y está siempre la vida.
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4. HACIA LA UNIDAD PERFECTA
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precedido en la partida y con aquellas, que, aquí sobre la tierra, están unidas
vitalmente al Verbo.
¡La muerte! Sólo sentirla nombrar causa horror. Sin embargo, para quien se
siente viajero de eternidad, morir es nacer a una vida nueva, como se
expresa san Pablo: “Para mí la muerte es una ganancia” (Fil 1,21). San
Francisco, cuando el medico le dice que sus días se acercaban al fin,
exclamó: “¡Bien venga mi hermana Muerte!” (LP 65; 2 Cel 217; FF 809, 1615).
La cantó en su Cántico de las creaturas: “¡Alabado seas, mi Señor, por la
hermana Muerte corporal!” (FF 263); la saludó como “puerta de la vida” y la
recibió cantando (2 Cel 217; FF 809s).
Madre Giovanna había escrito en 1932 a las compañeras de la primera
aventura: “¡Ninguna cosa más nos dividirá, oh mis hijas, nada! ni siquiera la
muerte!... porque nosotras somos UNA en El.... para la eternidad de amor”
(C.circ. 4,1). Es maravillosa la variedad de conceptos que usa, en las cartas
en las que comunica la muerte de una hermana, para expresar el hecho
doloroso: “hermana muerte”, “el beso de Jesús”, “inicio del coloquio con
Cristo, que no tiene fin”, “abandonarse al Esposo celeste”, “abrazo del Esposo
divino”, “subir al trono de Dios, “gran vuelo de eternidad”, “levantar el ancla
hacia el mar eterno”, “divina llamada al cielo”, “alcanzar nuestro ‘Por qué
luminoso”...
Jesús confía a la unión en el amor, de sus discípulos, el suceso de su propia
misión: “de esto todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los
otros” (Jn 13,35). “Que sean una sola cosa para que el mundo crea que tú
me has enviado” (Jn 17, 21). Madre Giovanna está bien convencida que
Cristo, Palabra del Padre, la ha llamado a ella y a las hermanas a participar
de esa misma misión; será la unidad llevada a la perfección, el mejor
testimonio ofrecido al mundo por parte de las Misioneras del Verbo
Encarnado: “Para que el mundo conozca que El nos ha querido y mandado”.
En 1980, cincuentenario de la fundación del Instituto, compuso esta oración:
¡Verbo de Dios!
El palpitar de tu gracia
nos vivifique, nos plasme, nos transforme
en verdaderas, firmes, intrépidas Misioneras Franciscanas
y nos difunda siempre más en el mundo
para llevar a los hermanos tu Amor.
Tu oración Ut unum sint nos estreche a todas en “una”
para tus designios de salvación
y para tus obra maestras de misericordia... (P, p 136)
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5. UNA HERENCIA DE AMOR NOS ESPERA
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Nosotros no tenemos ningún título que nos dé derecho a una tal herencia; es
toda gratuita: Cristo nos la ha adquirido con su sangre (cf. Hch 20,28). Y la ha
reservado para nosotros en su Corazón. Será algo inimaginable, un estupor
maravilloso: “Ningún ojo vio ni oído oyó, ni mente humana concibió, lo que
Dios preparó para aquellos que lo aman” (1 Cor 2, 9). “Grandes cosas hemos
prometido, mas son más grandes aquellas que Dios ha prometido a nosotros”,
decía san Francisco a sus frailes (2 Cel 191; FF 778).
Madre Giovanna se detiene todavía en el Unum sint –sean una sola cosa-, la
oración suprema de Jesús, que hoy más que nunca pesa en la consciencia
de las varias confesiones cristianas; y quiere, como El, dejar para sus
Misioneras esta ultima voluntad: “Que todas sean una sola cosa!” En una de
sus cartas llama al cielo “la eterna fiesta del “Unum sint” (C.circ. 73, 8).
De la fraternidad femenina de san Damián, formada por santa Clara en la
caridad unitiva, escribe Tomás de Celano: “La virtud de una continua y mutua
caridad une profundamente sus voluntades en modo tal que, en su
diversidad, tienen un solo querer y un solo no querer en unidad de espíritu” (1
Cel 19; FF 352).
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6. TRANSFORMADAS EN SACRIFICIO PERENNE AGRADABLE A DIOS.
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este vuestro sacrificio espiritual....; transfórmense renovando vuestra mente...”
(Rom 12, 1).
Madre Giovanna ha condensado toda la grandeza de este misterio en una
línea: “Sean todas transformadas en sacrificio perenne agradable a Dios”. En
la vida consagrada los religiosos y las religiosas entienden, mediante su
profesión, de hacer de su vida una “oblación asociada al sacrificio de Cristo”
(Juan Pablo II, Exhort. VC n. 30).
Ser un “sacrificio permanente agradable a Dios” significa plena donación y
plena dependencia a la voluntad de Dios, como lo fue la vida del Verbo
Encarnado desde el primer instante en el seno de Maria (cfr. Hb 10,7), hasta el
último respiro en la cruz.
Es así como se expresa el seráfico Padre:
“Este Verbo del Padre... depuso su voluntad en la voluntad del Padre
diciendo: “Padre, se haga tu voluntad, no como quiero yo, sino quieres tú”
(Mt 25, 39-42). Y la voluntad del Padre fue que su Hijo dilecto se ofreciese a sí
mismo cruentamente como sacrificio y como victima sobre el altar de la
cruz..., dejándonos el ejemplo para que sigamos sus huellas (1 Pd 2, 21) (Lfi
10-13; FF 183 ss).
“Fijas a los misterios celestes y a las realidades del cielo”. San Pablo distingue
el tiempo del misterio y el tiempo de la realidad. Mientras peregrinamos en fe
y esperanza todo el plano de salvación de Dios es para nosotros un misterio; la
acción de Dios mediante la gracia y los sacramentos es siempre misteriosa y
es misterioso todo cuanto se refiere a la vida futura; pero misterio no quiere
decir incerteza. Llegará el tiempo en el que la fe se transformará en visión y la
esperanza en posesión; viviremos de la realidad. “Ahora vemos como en un
espejo, de manera confusa; mas después veremos cara a cara. Ahora
conozco de modo imperfecto, mas entonces conoceré perfectamente,
como yo soy conocido” (1 Cor 13,12).
Madre Giovanna ha penetrado profundamente aquello que los teólogos
llaman el sentido escatológico de la vida presente. Escribió en ocasión de su
“80ª. Primavera”: “En la unidad inmaculada del Misterio que nos ha generado:
amemos nuestro puesto en la órbita de la divina Providencia, desarrollando su
designio de salvación. Es la espera de Cristo: Verbo Encarnado!
Respondamos como “Esposas” amantes y fieles! ¡En el ‘Hodie’ eterno, que no
conoce crepúsculo, las estrecho al alma, para ser “una” con cada una de
ustedes, en tierra y en cielo! ¡Así sea!” (C.circ. 136,4).
Allá será la cita definitiva. Madre Giovanna vuelve a ensimismarse con los
sentimientos de Jesús: “Así nos veremos de nuevo y vuestro corazón se
alegrara”. Son casi las mismas palabras de Jesús: “Les veré de nuevo y
vuestro corazón se alegrara y nadie podrá quitarles vuestra alegría” (Jn 16,22
ss).
La alegría es uno de los frutos del Espíritu Santo (cfr. Gal 5,22), patrimonio de
los hijos de Dios, es más, uno de los atributos del Altísimo, en boca de san
Francisco: “Tú eres Gozo y Alegría” (Lalt 4; FF261). El seráfico Padre veía en la
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alegría una hermana inseparable de la pobreza voluntaria (Adm 27,3; FF 177),
una componente de la vida fraterna y del mensaje que los hermanos
menores, “juglares de Dios”, deben llevar al mundo.
Madre Giovanna, alegre por naturaleza y por gracia, ha vivido en el gozo su
relación con Dios y ha celebrado, en la lírica de sus oraciones y de sus cartas
al Autor de la vida, el Verbo hecho hombre: “Tú eres el Gozo” (P p. 61). Y ha
sabido crear entorno a sí una atmósfera de exultación. No quiere, por ende,
tristeza, ni miedo el día de su partida; lo dice con las palabras de Jesús: “No se
turbe vuestro corazón, ni tengan miedo”.
Piensa en el momento en el que escuchara la invitación inefable reservada a
cada “siervo bueno y fiel”: “Toma parte del gozo de tu Señor” (Mt 25, 21-23).
Un gozo que la fundadora espera de poder compartir con todas sus
hermanas: “Alégrense, porque yo voy al Padre y permanezco en vuestra
sangre del alma”.
No sabemos que sentido haya dado Madre Giovanna a la expresión “sangre
del alma”. Podría ser una resonancia de un texto del libro del Génesis, leído
en la versión latina: “Sanguis animarum vestrarum requiram” (Gen 9,5).
Parece querer significar su íntima compenetración con el espíritu de cada
una de sus hijas espirituales. Al confrontar con los términos que encontramos
en la notable circular de 1976 en la que precisaba su posición de fundadora
de frente a “una escondida aspiración de algunas hermanas de cambiar el
rostro interno y externo de la Congregación” Se abre con un vibrante : “¡Hijas
mías, vísceras del alma!”
Y, como conclusión del largo documento escribe: “Este es mi simple escrito,
sangre de mi alma,(el subrayado es suyo), quiero que tenga el valor del más
seguro, materno “semáforo”, que repite a todas para el futuro las proféticas
palabras : Este es el camino a recorrer”. (C.circ. 231, 1.20).
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7. AL UMBRAL DE LA ETERNIDAD
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En realidad Dios ama a todos con amor de “predilección”: “junto a El no hay
preferencia de personas” (Rom 2,11; Ef 8,9; 1 Pd 1,17). Escribe santa Veronica
Giuliani: “Dios, el Amor, invita a todos, se muestra a todos, se da todo a
todos....” (Diario, III, 488; V, 197, 318). Pero muchos santos y santas,
comenzando por Juan Evangelista, el discípulo que Jesús amaba, lo han
experimentado como un amor de preferencia, justamente por la gratuidad
de tal amor: “Dios nos ha amado primeramente” (1 Jn 4, 19).
Madre Giovanna experimenta, pues, la “dulzura y la fuerza” con las cuales el
Amor llena su corazón. Algunos meses antes, el 10 de noviembre de 1970, su
gratitud al gran Donador le había inspirado este himno de bendición:
“Bendito Dios, que me has llamado a la Luz.
Bendito el Amor, que me ha donado un cuerpo para ofrecerle.
Bendito el espíritu de pobreza, que El me ha donado y confirmado.
Bendita la hora de mi vida, en la que elegí el morir con Cristo.
Bendito mi nacimiento, porque viví y vivo en Dios.
Bendita mi muerte, porque ha dado tanta vida.
Bendita mi planta de Cielo ¡ Amén!” (P, p. 21)
Aquí habría que transcribir el entero cántico, verdadero Te Deum de
agradecimiento total, muy concreto, compuesto por Madre Giovanna en
ocasión de su nonagésimo cumpleaños (14 de septiembre de 1978). Inicia
con el don de la vida, de los dones naturales y de las circunstancias que
acompañaron los años de la infancia y de la adolescencia:
¡A Ti, mi Dios!
A Ti, que me creaste: ¡gracias!
A Ti, que me infundiste el espíritu: ¡gracias!
A Ti, que me diste un alma: ¡gracias!
A Ti, que me donaste sabios padres: ¡gracias!
Continúa con el don de la vocación y de las vicisitudes de la fundación; cada
cosa, prospera o adversa, la ve como un regalo de la liberalidad amorosa del
Padre celeste:
“A Ti, que me llamaste a ser franciscana: ¡gracias!
A Ti, que me nutriste de sufrimientos: ¡gracias!
A Tí, que me quisiste Madre de almas: ¡gracias!
A Tí, que me hiciste don de Madre Paola como de una mitad del alma:
¡gracias!
A Ti, que me honraste de una Congregación: ¡gracias!”...
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A Ti, que eres el respiro de mi vida: ¡gracias!
A Ti, que te sacias de mi pequeñez: ¡gracias!
A Ti, que vivificas mis noventa anos: ¡gracias eternamente! (P, p. 22s)
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8. EL AMOR Y LA POTENCIA DEL ESPIRITU SANTO
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vida de las hermanas; escribe: “Nos ha concebido, llamado, arrebatado,
compenetradas y unidas...” (C.circ. 88,3; 225,3; 226,4). Se confía
frecuentemente a El, a sus luces, invoca sus dones, y recomienda a las hijas
de recurrir a su asistencia, especialmente en las decisiones a tomar (C.circ.
35,2; 43,2; 71,4; 81,7; 120,2; 190,2...).
Pentecostés es para la Madre Giovanna casi una nueva Encarnación: el
Espíritu Santo, que en Nazaret descendió sobre Maria cubriéndola con su
sombra a fin de que pudiese acoger al Verbo en su seno materno (cf. Lc 1,
35), tomó posesión de la Iglesia naciente en aquel grupo de fieles recogidos
en oración expectante, “junto con Maria la Madre de Jesús” (Hch 1,14).
El deseo de la fundadora es, por lo tanto, que sus hijas espirituales reciban
copiosamente el don del Espíritu. Esta confianza en la guía eficaz del
Consolador la sostuvo desde el inicio de la fundación. En 1923, cuando
todavía el Instituto era en gestación, rezó en estos términos:
“Padre nuestro, escucha a tu Hijo por nosotras.
Dónanos a El mismo para la Obra que tú deseas de nosotras;
y haznos dignas de tu arcano misterio de amor.
Sea el Conductor, a quien tú nos confías,
guiado por tu mano santísima,
a fin de que nosotras caminemos en el sendero
a través del cual Tú nos esperas:
¡Veni, Creator Spiritus!” (P, p. 104)
Madre Giovanna querría que su Testamento fuese un fuerte llamado a todas
sus hijas a abrirse confiadamente a la invasión del Espíritu Santo y a su acción
renovadora, El que es el divino “renovador” y “vivificador” (C.circ. 121,1 ;
248,1) :
“Al último respiro quiero llamar al Espíritu Santo,
para que las invada a todas de su Amor y de su Potencia
y les renueve la vida.”
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9. BAJO LA GUIA DE MARIA, EXPERTA DEL ESPIRITU
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Junto a la fundadora, todas sus hijas se habían “consagrado a la Virgen de
Loreto” según el modelo de total donación de la “Esclava del Señor”; esta
consagración les aseguraba la protección de Maria, una protección que
Madre Giovanna quiere que ellas continúen a experimentar después de su
partida: “Las coloco a todas bajo su ala materna”.
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Clara y las hermanas por medio de su consagración, se habían “desposado
con el Espíritu Santo” (FF 319). También Madre Giovanna, en la misma lógica
del evangelio de la Anunciación, la saluda: “Virgen santa, Madre del Amor,
Esposa del Espíritu Paráclito” (P,p. 165).
Maria es la experta del Espíritu, no solo en el momento de la Encarnación,
cuando se ve llena de su potencia creadora, sino durante todo su
peregrinación terrena y, en modo especial, en Pentecostés; por ende Madre
Giovanna se augura que sus Misioneras, guiadas por una tal Madre, “se
habitúen a los vuelos del Espíritu”.
Los actos de consagración a Maria son numerosos en las plegarias de Madre
Giovanna entre 1929 y 1939.
He aquí algunos pasajes de los mismos:
“¡Maria!... ¡Maria!...
Canta el Magnificat con nosotras
tus hijas en El.
¡Amen!...” (P, p. 66).
“¡Oh Maria,
Por aquello que Tú deseas
para tu Hijo,
nosotras nos consagramos a ti!
Oh Madre de la salud; preséntanos:
Somos tuyas y de tu Hijo Jesús!” (P, p. 167).
“¡Virgen Madre,
tómanos en tus brazos...
y haz de nosotras la obra maestra
de tu Potencia de Amor!
¡Amen!” (P, p. 170.)
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A la misión materna de Maria y a su función como Madre de la Iglesia y del
Instituto, Madre Giovanna asocia la especial protección de José, Esposo de
Maria.
San José ha sido por muchos siglos el gran olvidado en la liturgia y aun en la
piedad popular, hasta que los hijos de san Francisco promovieron su devoción
y culto. Al final del siglo XIX, a favor de la difusión de la devoción a la
Sagrada Familia, bajo el pontificado de León XIII, san José ocupo el puesto
digno del hombre “justo” que tuvo la misión de ser el custodio de la Virgen y el
padre legal del Salvador. Es mas, los teólogos no tardaron en establecer una
relación entre la tarea del Santo como protector de Cristo, el jefe, y su actual
función en favor de la Iglesia, su cuerpo místico; lo que llevo a la introducción,
además de la fiesta del 19 de marzo, de aquella, después desaparecida, del
Patrocinio de san José.
Luisa Ferrari, por ende, creció espiritualmente en un ambiente favorable a la
que se podría denominar espiritualidad josefina. Y, como tantos otros
fundadores y fundadoras, que han seguido el ejemplo de santa Teresa de
Ávila, solía confiar a san José la solución de las estrecheces económicas.
Escribe en 1955: “Al glorioso nuestro Custodio, san José, pidan sus virtudes de
amor, de celo, de defensa, de abandono, de obediencia. Además
suplíquenle la ayuda material para la ampliación de nuestro noviciado”
(C.circ., 53,4).
Como en muchos otros casos, Madre Giovanna no sigue las consabidas frases
de los teólogos o de los predicadores, justamente por ello su léxico es siempre
original y expresivo, yo diría mas verdadero. Estamos acostumbrados a definir
a san José “padre putativo”, “padre legal”, etc.; a ella le gusta llamarlo “el
Virgen Padre”:
A san José, el Virgen Padre de Jesús, confío la guía, la defensa y la protección
del alma de cada una.
33
10. EL ESPIRITU DE SAN FRANCISCO: UN LEGADO A CONSERVAR
CELOSAMENTE
34
por la hora del silencio y del misterio,
por la alta soledad beata,
por la hora del candor virginal!
Lo que Madre Giovanna siente por el seráfico Padre es mas que una simple
devoción o veneración; y no solamente es el modelo a imitar o el protector
cuya intercesión se busca en las situaciones difíciles. Para ella es simplemente
el seráfico Padre. A el recorre con confianza familiar, como a quien esta al
corriente de las necesidades y de los problemas; le pide de participarle sus
virtudes, de sus íntimos recursos por la fidelidad al Maestro divino... Tomemos
como ejemplo algunas de las invocaciones de la primera oración del 1915:
“Serafico Padre san Francisco, perdoname.
Serafico Padre san Francisco, levántame.
Serafico Padre san Francisco, iluminame.
Serafico Padre san Francisco, transformame.
Serafico Padre san Francisco, inundame de santa alegria.
Serafico Padre san Francisco, llename de paz…
35
¡Hágannos ser como Dios nos quiere!
¡Amén!” (P, p. 199)
36
por lo que, en su Testamento, lanza su “grito” dirigiéndose a san Francisco; a el
confía la fidelidad de sus Misioneras Franciscanas, en modo especial su
“unidad”.
Retorna siempre a su preocupación por la unión fraterna, aquella unidad que
Jesús pide a todos los creyentes. También san Francisco inculcaba el bien
primario de la unidad en la diversidad, fruto de la caridad que se abre a la
realidad del otro mediante la acogida sincera. En el “Pequeño testamento”,
dictado en Siena, hizo escribir: “ En obsequio a mi memoria, a mi bendición y
a mi testamento: siempre se amen entre ellos? como yo los ame y los amo “
(FF 133) También santa Clara, en su Testamento, recomendó a sus hermanas
pobres la unión en la caridad. (FF 2847s)
37
11. “LANZAR LA RED A DERECHA”
38
en las tempestades de nuestro tiempo:
santifícala y gobiérnala.
Despierta heraldos y testimonios de tu Verdad.
¡Une en el amor y en la fraternidad,
todos aquellos que sobre la tierra invocan tu Nombre!...
Concede perspicacia y sabiduría
a todos cuantos será confiado
el próximo Concilio Ecuménico”... (P. p. 153)
En la circular del 1 de enero de 1961 saludaba el nuevo ano como aquel del
“gran evento”, que será “el espectáculo maravilloso de la Iglesia santa de
Dios, espectáculo de fraternidad, de unión y de concordia”, en expresión del
papa Juan XXIII, y agregaba: “Recemos por su pleno triunfo y su
reconocimiento”. (C.circ. 79,8).
Madre Giovanna se sirve de una imagen evangélica bien conocida. Jesús
aparece resucitado a los apóstoles en el lago de Tiberiades; ellos no lo
reconocieron. Durante toda la noche no habían pescado nada. El Maestro
les dice: “Lancen la red a la derecha de la barca. Así lo hicieron y extrajeron
una enorme cantidad de pescados. Entonces lo reconocieron” (Jn 21, 4-8).
Las Misioneras Franciscanos deben “continuar intrépidas” a hacer lo mismo;
pero la “derecha” es “la parte de la Iglesia santa e infalible”. Sin la Iglesia no
se construye el Reino, cuya presencia en el mundo se reconoce del signo
dado por Jesús: “Los pobres acogen la buena noticia” (Mt 11,5). La
“derecha” de Dios, si se permite la expresión, son los últimos, los marginados,
las victimas del subdesarrollo económico, cultural y moral. “Láncense en el
mar de la miseria humana, donde socorrer, cura, iluminar, animar, salvar”.
Llegara el día de la rendición de cuentas final y, entonces, se vera quien ha
sabido verdaderamente “lanzar a derecha” las redes de las propias virtudes
evangélicas, de la propia colaboración para la construcción del Reino,
cuando “el Hijo del hombre dirá a aquellos que están a su derecha: “Vengan,
benditos de mi Padre, porque tenia hambre y me dieron de comer... Luego
dirá a aquellos de su izquierda: Váyanse, lejos de mi...!” (Mt 25, 34-35).
Madre Giovanna hace una enumeración, que no es exhaustiva y podrá
cambiar según los tiempos y lugares, de las necesidades a las cuales sus hijas
deben estar prontas a ir al encuentro, “en el mar de la miseria humana”. Se
precisa de intuición minoritita para descubrir los varios llamados de la caridad
en nuestro mundo.
En el mensaje anteriormente citado de 1976, en el que la fundadora ponía en
guardia vigorosamente contra una cierta corriente innovadora al interno del
Instituto, se podría haber esperado quizás, una reducción del dinamismo
misionero por temor de una dispersión en daño del espíritu del Instituto; mas
por el contrario, insiste sobre el deber de prodigarse sin limites doquiera se
ofrece el llamado de la caridad actuante: “Venimos del Amor, debemos ser
39
amor, llevar amor, suscitar amor, difundir amor, recoger amor!... El tiempo de
hoy es justamente nuestro tiempo, nuestra liza, nuestro mar, tiempo que se
perpetuará siempre, porque las evoluciones sociales producen siempre
nuevos penurias, nuevas pruebas, nuevas búsquedas, nuevas necesidades...
Debemos ser las mujeres prontas, equivalentes a coraje, a consolación, a
salvación, sacerdotisas del mas excelso ideal: amar y hacer amar al Amor...
Corramos, volemos, donémoslos totalmente en una apasionada acción
pastoral y en amoroso esfuerzo de adhesión a los nuevos problemas...”
(C.circ. 231, 3-5. 16s).
Hoy, como hace ocho siglos, es valida la invitación de san Francisco
encontrarnos entre la gente, aquella de la “derecha” de Dios: “Los frailes
deben ser felices cuando se encuentran entre personas de poca notoriedad y
despreciadas, entre los pobres y los débiles, entre los enfermos y los leprosos y
entre los mendigos del camino” (Rnb 9,3: FF 30).
40
12. UN SECRETO FLUJO DE CIELO
41
Al centro esta la celebración del misterio eucarístico, “desde el cual proviene
para nosotros, como de la propia fuente, la gracia –enseña el mismo Concilio-
y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres y
glorificación de Dios en Cristo, hacia la cual convergen, como a su fin, todas
las otras actividades de la Iglesia” (SC 10).
Luego vienen aquellas prácticas de piedad que son patrimonio de todo el
pueblo cristiano. El Vía Crucis tuvo origen en el impulso dado por san
Francisco a la meditación configurativa de la Pasión de Cristo y fue
propagada principalmente por los predicadores franciscanos. Acompañar
con afecto de compasión el Redentor en el camino del Calvario, es más,
participar a su sufrimiento llevando la cruz, aquella que cada uno de nosotros,
detrás de El (Mt 16,24), entra en la lógica del amor y del ansia de participar a
los frutos de la redención. Es así que Madre Giovanna contemplaba la Pasión,
como aparece en sus oraciones de la Cuaresma de 1980:
“¡Pueda yo meditar, oh Jesús,
tu Pasión y Muerte!
¡Pueda yo medirla!
¡Pueda yo estremecerme de las bofetadas por ti recibidas!
¡Pueda yo imaginar al vivo tu coronación de espinas!
¡Pueda yo seguirte camino al Calvario!
¡Pueda yo penetrar la lanzada al corazón!
¡Pueda yo escuchar tus palabras dichas sobre la cruz!..”. (), p. 64s)
En sus cartas a las hermanas recomienda asiduamente el ejercicio del Vía
Crucis, así como que esté colocado en cada casa (C.circ. 34,5; 45,4; 58,4;
76,6); constituye “el llanto” de la perfecta Misionera Franciscana (C.circ.
228,3). Al inicio de la cuaresma de 1979 mando a las casas una pagina de
fuego con el titulo: “¡Vía Crucis, Vía Lucis! – Pasión Muerte Resurrección- ¡Es
Jesús que pasa cargado de la cruz y habla!” (C.circ. 247,1).
Sigue pues en importancia, en la piedad general, el recitado del Rosario
mariano con la consideraciones de los quince “misterios” de la vida de Jesús
que tienen relación con la Virgen Maria, ejercicio recomendado del mismo
modo en las cartas; en una de estas escribe: “¡Les suplico: superen decididas
y convencidas las inquietudes contemporáneas. Las dulces Ave Maria,
santamente repetidas, las hagan sentir, no el frío tedio de una repetición, sino
el batido de su corazón siempre mas dirigido hacia lo alto!... (C.circ. 115,5).
La santificación de la jornada al alba, al mediodía y al atardecer, celebrando
el misterio de la Encarnación con las palabras del evangelio de la
Anunciación, con el saludo a Maria y con la adoración a la Trinidad, tuvo
inicio, probablemente, en la campana desarrollada por san Francisco, a su
retorno del Oriente, para introducir entre los cristianos un uso similar a aquel
que el había observado, con admiración, entre los musulmanes: la adoración
de Dios varias veces al día a la invitación de los muezines desde lo alto de los
minaretes. Se hizo promotor, ante las autoridades civiles, de la practica de
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invitar el pueblo, a horas determinadas, “al toque de la campana o por
medio de un pregonero”, a dar gloria a Dios (cf. FF 213, 243).
Finalmente en la devoción de Madre Giovanna no podía faltar una práctica
también universal: las Letanías Lauretanas, aquella serie de invocaciones y de
alabanzas a Maria que, desde el santuario de Loreto, se han difundido a todo
el mundo. Ella sin embargo hubiera agregado con gusto otras, dictadas por
su amor: en primer lugar aquella de Madre del Amor, que aparece a menudo
en sus oraciones y en sus cartas, y otras tantas muy expresivas: Virgen de la
soledad, Potencia de la gracia, Sonrisa del Omnipotente, Caricia del Amor,
Esposa del Espíritu Paráclito, Fuente perenne de todas las gracias... (P,p. 164s);
Madre suavísima, dulcísimo, amorosa, desolada; Madre de la Iglesia,; amor
operante, ancla de salvación, consoladora de todos los corazones, delicia de
Dios, primera misionera del mundo... : y así por delante en sus cartas.
Es de notar que la fundadora se limita a estas formas de devociones de
ámbito eclesial, dejando otras a las preferencias personales. Como hemos
visto y veremos todavía, en el mismo Testamento, Madre Giovanna incluye
entre las formas eclesiales de devoción aquellas del Sagrado Corazón de
Jesús.
Si así responderán a la propia vocación-misión, ella promete a sus hijas “un
secreto flujo del cielo”, o sea abundancia de gracias, de luces, de llamados,
de incitamiento, de oportunidad de hacer del bien...: “todo desde la
liberalidad de Aquel que es “consolador, reparador, constructor, animador,
pacificador”.
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13. AMENSE SINCERAMENTE, FRATERNAMENTE, SERENAMENTE
Madre Giovanna retorna nuevamente sobre el amor fraterno que debe reinar
entre sus hijas. Como Jesús, quiere que este sea, si no su “mandamiento”, sea
al menos el meollo de su Testamento, su última voluntad. Y quiere que se
amen “sinceramente, fraternamente, serenamente”.
“Sinceramente”. La sinceridad fue uno de los frutos de la verdadera
conversión al Evangelio al inicio de la Iglesia: la comunidad de los creyentes
debe “nutrirse de ázimos de sinceridad y de verdad” (1 Cor 5, 8). Donde no
hay verdad no puede existir una relación verdaderamente fraterna. En las
relaciones humanas comunes hay mucho fingimiento, se usan formas
estudiadas, en ocasiones de puro galateo, cálculos interesados, segundas
intenciones; mas en la fraternidad evangélica debemos “caminar en la
verdad” (2 Jn 4; 3 Jn 3).
San Francisco inculcaba esta calidad del autentico amor fraterno. En su
primera Regla, después de haber recordado el mandamiento del Señor,
agrega: “Se amen mutuamente y muestren con las obras el amor que existe
entre ellos, como dice el apóstol: “No amemos de palabra ni con la lengua,
mas con hechos y en verdad” (1 Jn 3, 18, Rnb 11,4s: FF 37). En el Testamento
lírico compuesto para santa Clara y sus hermanas les recomendaba de “vivir
siempre en la verdad” para dar firmeza la unión fraterna (FF 263 / 1).
La sinceridad puede faltar entre las almas consagradas por motivo sea de la
falta de apertura fraterna, del dialogo, sea de un clima de desconfianza, de
autoritarismo, de adulación, o tal vez de aislamiento personal, egocéntrico;
peor aun cuando procede de verdadera falta de afecto, es mas de
pequeños resentimientos que obstaculizan el perdón generoso y gratuito: la
caridad no tiene en cuenta el mal recibido, se complace en la verdad (1 Cor
13, 5s). No siempre es fácil perdonar de corazón; por lo que ruega san
Francisco: “Señor, haz que aquello que no sabemos plenamente perdonar,
plenamente perdonemos, de modo que, por amor tuyo, amemos
verdaderamente a nuestros enemigos, no devolviendo a nadie mal por mal y
empeñándonos en ser útiles a todos “ (Par PN 8 : FF 273).
“Fraternamente”. La Iglesia ha nacido como comunión de hermanos,
reunidos por el Espíritu en el nombre de Jesús, el Primogénito, bajo un mismo
Padre, aquel del cielo. Francisco de Asís, en virtud de su descubrimiento del
Evangelio, tuvo de Dios el don de los hermanos – “El Señor me dio hermanos-
(Test 14: FF 116) – y así tuvo inicio, en la historia de la vida consagrada, la
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nueva etapa de los hermanos. Bajo el ejemplo de Francisco, hizo lo mismo
santa Clara con “las hermanas que el Señor le había donado”, como expresa
en su testamento (FF 2831). Esta es la base evangélica de la verdadera
fraternidad: la aceptación de cada hermano, de cada hermana así como es,
cual “don de Dios” y, por lo tanto, buscar de ser de nuestra parte un don
aceptable y agradable a los otros.
El amor mutuo en la fraternidad evangélica –enseña el seráfico Padre- debe
ser superior al amor de una madre hacia su hijo, que es la mas bella expresión
del amor humano (Rb 6,8: FF91); santa Clara lo ha traducido al femenino: “¡Si
una madre ama y nutre su hija carnal, con cuanto mayor cuidado debe una
hermana amar y nutrir a su hermana espiritual!” (R 8,16: FF 2798).
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14. NO MALGASTEN EL DESIGNIO DE DIOS SOBRE USTEDES
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Señor nuestro Jesucristo, tu Hijo dilecto, en quien has hado complacensia (cf.
Mt 17,5),que te basta siempre para todo y por quien tantas cosas nos has
hecho, te de gracias de todo junto con el Espíritu Santo Paráclitocomo a ti y a
El mismo le agrada.” (Rnb 23,5: FF66).
“Alábenlo con los labios de Cristo”. Dios solamente ha comenzado a recibir
de la tierra la alabanza perfecta cuando el Verbo, hecho hombre, enalzo su
sacrificio de alabanza a la divina Majestad. Enseña el Vaticano II: “El sumo
Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, tomando la naturaleza
humana, introduce en este exilio terrestre el himno que se canta
perpetuamente en las moradas celestes” (SC 83). Nuestra alabanza, nuestros
agradecimientos, nuestras suplicas, nuestros actos de amor..., todo recibe
valor y eficacia porque pasa a través del corazón y los labios de nuestro
Mediador.
“Glorifíquenlo con vuestras obras”. Estas palabras son la resonancia de un
texto evangélico en el que Jesús coloca al centro de su y de nuestra misión,
no los sucesos personales, sino la gloria del Padre: “Ustedes son la luz del
mundo... Resplandezca vuestra luz delante de los hombres de modo tal que,
viendo vuestras obras buenas, rindan gloria a vuestro Padre que esta en el
cielo” (Mt 5, 14-16). Jesús ve todo desde la perspectiva del Padre: la
voluntad del Padre, el Reino del Padre, la gloria del Padre, el suceso del
Padre..., es lo que cuenta para El. No solo con nuestras obras, mas con la
vida misma debemos glorificar a Dios, es mas admonesta san Pablo;
“Glorifiquen a Dios en vuestro cuerpo” (1 Cor 6,20).
“No malgasten el designio de Dios”. Toda vocación en la Iglesia es efecto de
un designio de amor de parte de Dios, designio eterno, una elección hecha
“antes de la creación del mundo” (Ef 1,3). He aquí una verdad que Madre
Giovanna ha asimilado profundamente, y que gusta repetirla a las hermanas.
En una carta de 1975 encontramos esta magnifica efusión, comentando las
Palabras de Jesús: “Yo los he elegido a ustedes” (Jn 15,16). “En el principio
del tiempo, cuando todas las cosas fueron hechas por el Verbo eterno,
nosotras éramos en El, artífice de cada cosa! Desde el inicio de sus obras, El
nos poseía y, desde los tiempos remotos, nosotras éramos constituidas en su
mente omnividente. Aun no existían los abismos, aun no existían las fuentes,
aun no existían los montes, y nosotras éramos! El es todo aquello que nosotras
somos y deseamos ser, siendo rayos salidos de El, Sol eterno! Somos su Amor,
su Pensamiento, su Luz, su Verdad, su Palabra, su Voluntad, su Programa, su
Fraternidad, su Alegría, su Paz...” (C.circ. 226,1s).
Dios no impone su proyecto ni físicamente ni moralmente; propone, o sea
llama, y espera la libre respuesta; en la medida en la que esta será total y
perseverante, Dios tendrá éxito en su designio; pero si yo rechazo esta
invitación y no correspondo a ese don, entonces soy causa del fracaso de
Dios en mi, viene malgastado el designio de Dios sobre mi”. Dios podría
realizar toda la obra de la salvación sin mi, mas quiere mi colaboración. Ha
escrito un notable teólogo moderno, Congar: “Dios perdona el mal que
realizamos, pero no suple el bien que no hemos cumplido”.
47
Madre Giovanna rezaba así en 1933, pensando en el insondable misterio del
designio de Dios:
“¡Verbo de Dios, Palabra increada, Amor infinito:
estoy pronta a tus ordenes divinas
cual carbón encendido sobre el inmenso bracero de tu querer!
Recógeme y lánzame, en el infinito querer de tu Pasión,
a las almas esclavas y mudas, que de la culpa viven en las tinieblas.
¡Por ellas me inmolo sobre el altar de tu Holocausto!
¡Por ellas te ofrezco el Cáliz de la propiciación!
¡Señor Jesús, Verbo Encarnado,
mírame y cumple en mi tu misterio infinito!” (P, p.96)
“Cuiden como racimos las almas que Dios les confía”. En correspondencia al
designio de Dios no solo cuenta la propia fidelidad, mas entra en juego el bien
de las almas cuya salvación y santificación Dios ha querido vincular a nuestro
celo, lo que mas hemos de tener presente cuando se tienen serias
responsabilidades pastorales, formativas o de gobierno. San Francisco escribe
en su Regla en referencia a la tarea pastoral de los superiores de la
fraternidad: “Se recuerden que a ellos ha sido confiado el cuidado de las
almas de los hermanos, por lo que, si alguno de ellos se perdiera por su culpa
o mal ejemplo, deberán rendir cuenta, en el día del juicio delante del Señor
Jesucristo” (Rnb 4,6: FF 14).
La expresión “como racimos” podría indicar, en la intención de Madre
Giovanna, no un cuidado indiferenciado, anónimo, de grupo, sino la atención
asidua y diligente, similar a aquella con la que el minador mantiene el
desarrollo de los singulares racimos.
“Con alegría, discreción, sinceridad, generosidad y buen ejemplo”. Es así que
una Misionera Franciscana resulta verdadero “ángel de la misión”. La
verdadera alegría, que Jesús ha prometido a los suyos como signo de su
presencia, es uno de los frutos del Espíritu, patrimonio de los hijos de Dios; es
parte integrante de la vida y del mensaje de los hijos de san Francisco y, en
modo particular del espíritu de Madre Giovanna.
La “discreción”, en su sentido etimológico, usado por san Francisco y por
santa Clara, equivale al sano discernimiento a la luz de la fe y al dictado de la
caridad; en la acepción común es sinónimo de prudencia, tacto,
circunspección, oportuna reserva.
De nuevo aparece la sinceridad, una cualidad que la fundadora considera
necesaria, como hemos visto, en las relaciones interpersonales entre las
hermanas; aquí la requiere en la comunicación con objetivo apostólico. De
descartar, por ende, toda falsedad y, sobre todo, toda forma de hipocresía,
el vicio tan desaprobado por Jesús.
“Generosidad” significa amplitud de animo, desinterés, abnegación, vivir para
los otros y gozar en hacer el bien.
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Pero por encima de todo, el “buen ejemplo”. De Jesús dice san Lucas:
“Comenzó a hacer y a enseñar” (Hch 1,1). No hay mensaje más eficaz del de
la vida del mensajero evangélico. Francisco quería que los frailes predicasen
“mas con el ejemplo que con las palabras”.
“Sirviendo permanentemente a la santa Iglesia”. La Iglesia ha sido definida
por el Vaticano II como “sacramento universal de salvación”. Cristo ejercita
su misión mediante la Iglesia, la cual es esencialmente misionera en sus
medios de salvación y de santificación, en su estructura jerárquica, en su
magisterio, en la variedad de las formas de vida consagrada, en el testimonio
y en la acción de los laicos. Pero existen vocaciones específicamente
misioneras, por ende mas estrechamente vinculadas “al servicio permanente
de la Iglesia”.
“Con coraje de perseverancia”. En el mundo de hoy, sujeto a los cambios
rápidos y a la dinámica experimental de la ciencia y de la técnica, existe el
riesgo de perder el sentido de lo permanente y de ceder a lo provisorio. Mas
los valores del Reino son permanentes; vivir y enseñar a los otros a vivirlos
requiere “coraje de la perseverancia”.
Madre Giovanna ha dejado, en sus cartas, luminosas orientaciones sobre la
acción apostólica de sus Misioneras, las cuales, si quieren seguir su modelo, el
Verbo Encarnado, deben saber “andar, correr, volar, encontrar, bajar,
curvarse, penetrar, atraer, convencer, lanzarse, pasar haciendo el bien, ser
puras, simples, dilatadas, ardientes”, “con la verdadera libertad de los hijos de
Dios”... (ver índice temático: Misión).
49
15. LA MUERTE: LA OBRA MAESTRA DE LA VIDA
¡Hijas queridas!
Con la muerte todo comienza:
ella es la obra maestra de la vida.
¡Yo entro así en mi Pascua, abrazada a todas ustedes,
para seguir en unidad la “Liturgia eterna”,
en una transfiguración y en una comunión infinita!
50
en la descendencia de Adán contra el designio divino (cfr.Rom 5, 12-14). En
Cristo, vencedor de la muerte, nuestra entera existencia, sea en el exilio
terrestre que en la patria eterna, se vuelve una vida, no interrumpida sino
transformada, es mas la muerte misma es la “obra maestra de la vida”. No es
un paradoxo; releamos el profundo pasaje de san Pablo: “Ustedes están
muertos y vuestra vida esta escondida con Cristo en Dios. Cuando se
manifestara Cristo, vuestra vida, entonces también ustedes se manifestaran
con El en la gloria” (Col 3,3).
51
¡Sorpresa del Amor: entonces me saciare y te saciare por la eternidad!
¡Amen!” (P. p. 54)
Parece el eco de la aspiración del salmista: “Yo por mi justicia contemplare tu
rostro, y r al despertar me saciaré de tu presencia” (Sal 16,15).
52
16. ¡HASTA PRONTO EN LA PATRIA CELESTE!
Vuestra
Madre Giovanna
M.F.V.E
“Abrazándolas una a una, les pido perdón”. Existe una bella tradición en las
comunidades religiosas que el enfermo, antes de recibir el Viático, pida
perdón de sus propias faltas a los hermanos. San Francisco, en la carta a la
Orden, escrita hacia el fin de su vida, realiza una confesión general en
términos de gran humildad (cfr. FF 226).
No me parece que Madre Giovanna lo haya hecho para atenerse a una
formula edificante, sino por un sentimiento espontáneo, exigencia de su fe y
de su humildad, y como demostración de afecto. No duda del “beso”, signo
de perdón, de cada una de las hijas y esta segura que, después de su muerte,
tendrá un puesto en la “oración de sufragio” de todas.
“Y me abismo en el silencio”. La vida después de la muerte es concebida
frecuentemente como el ámbito del silencio; no se trata sin embargo de un
silencio vacío. Dios vive en su silencio fecundo, en el que las palabras no son
necesarias; en su hoy eterno el Padre pronuncia su Palabra, el Verbo; y es en
el mismo silencio que el Hijo de Dios se ha encarnado. No es probable que
Madre Giovanna haya leído personalmente la carta de san Ignacio de
Antioquia donde la encarnación es presentada como un misterio cumplido
‘en el silencio de Dios”; quizás la haya escuchado citar por algún teólogo;
pero puede ser también una de sus sorprendentes intuiciones, sugerida por la
antífona natalicia: “Mientras el silencio envolvía cada cosa y la noche estaba
a la mitad de su curso, tu Palabra omnipotente, oh Señor, vino de tu trono
real” (Breviario, 26 dic.).
El hecho es que asocia espontáneamente el silencio al misterio del Verbo. En
una carta de 1956 escribe: “El omnipotente Dios nos llamo desde los silencios
53
de su Verbo divino a la armonía de sus obras de redención, por la humanidad
entera” (C.circ. 59,2). En la Navidad de 1976, la lectura del prologo del
evangelio de Juan de dio el tema para una inspirada composición lírica al
Verbo Encarnado, en la que leemos:
“¡Blanquea el alba: ¡es tu despertar!...
¡Cala la noche: ¡es tu silencio!
¡Murmuran las nubes: ¡es tu secreto!...”
(C.circ. 234.1)
54
Quizás Madre Giovanna tiene presente el pensamiento de san Pablo que
todas las cosas que atraen nuestra atención en esta vida son “sombra de la
realidad futura: la verdadera realidad es Cristo” (Col 2,17). De hecho,
caminar en fe es siempre caminar en la sombra: “Ahora vemos como en un
espejo, de manera confusa, pero entonces veremos cara a cara. Ahora
conozco de modo imperfecto, mas entonces conoceré perfectamente” (1
Cor 13,12).
Y será” la fiesta eterna”, fiesta del Amor que jamás se sacia. Y como resulta
larga para Madre Giovanna la espera de esa tal fiesta! El 14 de septiembre
de 1983, en medio de las congratulaciones de sus hijas por su nonagésimo
quinto cumpleaños, débil en el cuerpo pero vigorosa en el espíritu, coloco por
escrito su última breve oración:
“Dios, cada minuto te amo,
cada hora te bendigo,
cada día te sigo en Fe y Caridad,
cada atardecer te agradezco,
cada noche reposo en Ti.
¡Amén! ¡¡¡ Para siempre, hasta el Cielo!!! “
(P. p. 29)
El Testamento termina con un cordial “¡Hasta pronto en la Patria celeste!” que
me confirma en mi opinión de que la fundadora lo escribe con la expresa
intención que fuese conocido solamente después de su muerte, anticipando
aquello que hubiera querido decir a sus hijas en la despedida final.
La citación, tan oportuna, de la Divina Comedia de Dante no es redundancia
erudita, sino la expresión de su modo de concebir la Patria celeste: que “sólo
amor y luz tiene por confines” (Par XXVIII, 54)
Verdadero testamento “ológrafo” se concluye con la firma, con aquella
caligrafía segura y suelta de Madre Giovanna, reflejo de una personalidad
diáfana, serena, positiva.
55