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Identidad y Patrimonio Cultural

En el marco de la Asamblea Nacional Constituyente


Mario Fernández Parra
potreritos_62@yahoo.com

“La identidad es algo más que tener una cédula de identidad”, dijo
una vez Arturo Uslar Pietri. Con lo que estamos de acuerdo y
agregamos que, “identidad” es, mucho más que identificar e
identificarse. Sería, antes que nada, tener la capacidad de reconocernos
ante todo aquello captado por nuestros sentidos, que termina siendo
una experiencia sensorial, espiritual, estética y cognitiva.

Pareciera un chiste, pero, muchos de nosotros -los occidentales


del mundo- cuando estamos frente a una imagen de un grupo de
humanos orientales podemos creer –a primera vista- que, todos quienes
aparecen en la fotografía son la misma persona repetida tantas veces
como el número que contamos. Algo similar nos ocurre ante un rebaño
de mamíferos, un cardumen de peces o una bandada de aves,
confusión que no se da entre sus congéneres, ya que éstos se
reconocen.

Sin embargo, en el caso de los seres humanos entran en juego


otros elementos: psicológicos, culturales, históricos, sociológicos,
además de los fenotípicos y genotípicos, en eso de “sabernos de un
grupo” o de otro. Unos exámenes bio-químico-analíticos,
cromosómicos, entre otros, nos permitirá descifrar a qué tipo
pertenecemos, de dónde venimos étnicamente hablando. Y, una
exploración acerca de lo que se encuentre en los intestinos y estómagos
de nuestros antepasados da lugar al origen de sus alimentos, que,
dependiendo de la data que arrojen otros estudios antropológicos y
paleontológicos, respecto del período en la cual pudieron haber vivido,
entonces se puede determinar si criaban animales o cazaban,
colectaban directamente de las plantas sus frutos o hacían agricultura.
Entonces, nos acercaríamos a su cultura. Término éste, difícil de definir
¿realmente es difícil de definir? Aquí me pliego al profesor Fernando
Araujo Acosta, cuando nos dice que la mejor definición que sobre
cultura se ha hecho, la plantea subrepticiamente Aramís Quintero, en
su poema Junto al Fuego:

Hablan los hombres junto al fuego,


tras los árboles. Casi en el fuego,
como criaturas de la llama.
Son unos pocos hombres, y no tienen
sino ese fuego, y unas pocas palabras
que dicen como el pan que se entregan.
Hasta ese círculo de luz
no llega el hambre, ni el silencio,
ni las mil bestias de la noche.
Son unos pocos hombres, tras los árboles,
mientras la noche en torno cierra
sin poder acercarse.

Aramís Quintero
(Junto al Fuego. Del libro LA ISLA OTRA)
http://poliedrolordkelvin.blogspot.com/2009/11/aramis-quintero-matanzas-1948.html

Extrapolando el verso de Pablo Milanés, podemos decir que


identidad y cultura “son de un pájaro sus dos alas”, y, ese pájaro es la
memoria, como la capacidad de catalogar, acopiar y recobrar un
conjunto de datos organizados y procesados, conectados con el
pasado, pero más allá del adjetivo. En este caso, lo pretérito está
definido por los afectos, envolviendo, al ser social (Aristóteles, 384 a. C.-
322 a. C.), al individuo y al grupo humano –comunidad- donde, el

segundo, ha vivido y lo ha marcado culturalmente.


Esa marca cultural, señalada en el anterior párrafo, nos lleva
justamente a la identidad pretendida exponer en este discurso escrito,
por lo frágil y por tanto riesgoso que es perder los rasgos que
caracterizan a un pueblo, lo cual sería mucho peor que extraviar la
cédula de identidad.
Lamentablemente, los venezolanos hemos perdido a través de la
historia, no sólo parte de nuestro territorio, sino también de nuestra
identidad. Topográficamente hablando, estamos “aguas abajo” de uno
de los vecinos, con más de 2.200 kilómetros de una frontera permeada
permanentemente en términos ambientales, pero también económicos
y culturales: todos los contaminantes agroquímicos, derrames
petroleros, descargas industriales y humanas que se vierten en varios
ríos colombianos terminan en nuestras cuencas.
El contrabando de extracción a través de esa línea divisoria ha
ocasionado estragos en nuestra economía y sus poderosas emisoras
radiofónicas, más un gran número de las que existen en nuestro país
proyectan abrumadoramente dentro de su programación la música
neogranadina –también de otros países, pero con profusión y descaro
la que se hace en Colombia-, dejando por fuera nuestra poesía, teatro
radiofónico y melodías. ¡Quédense tranquilos quienes viven señalando
a cualquiera que toque este tema como xenófobo! Cualquier país que
se respete legisla en esta materia, más aún, hace que se cumplan las
leyes.
El propio Estado Venezolano ha otorgado un importante número
de licencias de trasmisión para unas emisoras que ni son “alternativas”
ni mucho menos “comunitarias”, bajo el presupuesto de la buena
intención de quienes realizan la solicitud y la irresponsabilidad –por
decir lo menos- de aquellos que las otorgan. Urge revisar y poner orden
a todas estas radiodifusoras y a aquellas que entran o se encuentran en
otras categorías, en función de que sus entregas diarias se acojan a
normativas que potencien nuestros valores culturales. Por ejemplo, las
últimas horas de la noche (10:00 pm – 12:00 m) y las primeras de la
mañana (4:00 am – 7:00 am), deben ser exclusivas para nuestra música
autóctona, poesía de autores nuestros y teatro radiofónico que aborde
temas vinculados a nosotros, de tal forma que al dormirnos lo hagamos
sabiendo que estamos en Venezuela y al despertarnos -junto al café y
la preparación del desayuno- sintamos que estamos en Venezuela. Esto
no supedita el resto de la programación, puesto que, durante el día y la
noche, también debe estar normado de tal forma que se resalte los
valores culturales venezolanos, donde la convivencia y buen humor son
dos de ellos.
Por otro lado, tanto las emisoras radiofónicas como televisivas, se
encargaron de crear una escuela según la cual el acento y habla de
quienes trabajan como locutores, periodistas, artistas, lectores de
noticias, etc., debe ser neutro, que finalmente hay que hablar como los
caraqueños. Un nefasto ejemplo lo fue durante años el programa de
televisión llamado Radio Rochela, el cual se encargó de burlarse
sistemáticamente de las distintas formas y acentos que tenemos los que
ellos llaman “del interior” del país ¿será que ellos son del exterior? En
cambio, exaltan las cadencias de otros países casi con alabanzas.
También esto hay que regularlo…
La permanente reconstrucción de las historias locales en todos los
niveles de la educación, incluyendo el INCES, Consejos Comunales,
Comités Locales de Abastecimiento y Producción, Sindicatos, todas las
Misiones que han sido creadas más las que vayan surgiendo, sean
éstas educativas o no, etc., será fundamental para reforzar la identidad
y el patrimonio cultural como dos grandes valores de defensa de nuestra
memoria y el levantamiento del orgullo nacional. En este sentido, deben
crearse mecanismos legislativos que activen esta tarea y entusiasmo
por desentrañar nuestro pasado.
En la misma dirección anterior y dentro de los espacios e
instituciones señaladas, la enseñanza de la cultura petrolera debe ser
un tema apoyado desde el tramado de leyes de nuestro país. Ello nos
llevará a entender asuntos tan importantes como la geopolítica.
La enseñanza de nuestros idiomas ancestrales, en los espacios y
comunidades con presencia indígena no puede quedar a la
discrecionalidad de maestros y directores de escuelas, aun cuando
aparezca en los programas de educación del Ministerio del ramo, sino
que debe estar impulsado desde un cuerpo de leyes
Estimular desde la máxima entidad legislativa de la nación, los
mecanismos de protección de los derechos de autor, valorando tanto a
compositores como autores de libros, artículos de prensa y revistas,
impresas o digitales, obras de teatro, guiones de audiovisuales, entre
otros, en el que éstos autores puedan recibir un pago por sus productos
culturales, tal cual ocurre con los artistas plásticos, cantantes en
escenarios, actores de teatro, cine y televisión.
Declarar por ley, cada uno de los cementerios como patrimonio
cultural, en el entendido que en las necrópolis reposan todos aquellos
que durante sus vidas contribuyeron en la construcción del acervo
histórico de sus comunidades. En ese sentido, el camposanto es
sagrado tanto espiritual como culturalmente.
Catalogar nuestra agricultura y pesca tradicional como un valor de
identidad y patrimonio cultural, elevando tal categoría
constitucionalmente, de tal manera que pueda establecerse la
obligatoriedad de llevar sus enseñanzas a los distintos niveles de la
educación nuestra, no solo como un impulso para la economía local sino
como reconocimiento dentro del tejido histórico-cultural.
Establecer leyes que permitan recuperar las distintas salas de cine
abandonadas en todo el país, para que funcionen como espacios para
el fomento, desarrollo y exhibición de nuestros audiovisuales, teatro,
danzas, música, recitales poéticos, conferencias, etc., tal cual viene
ocurriendo en Caracas.
Siendo que la gastronomía, es, a un mismo tiempo, asiento y
fuente de la cultura de un país y de sus regiones, es necesario que ante
la avasallante penetración de distintas marcas de platos y “alimentos”,
se pueda regular en esta materia, que permita la exposición y venta de
las comidas de los venezolanos. Por ejemplo, dentro de un área
determinada, por cada establecimiento de comida extranjera debe
haber uno que expenda la culinaria de Venezuela.
Igualmente, debe establecerse una ley que obligue, tanto a las
empresas privadas como a las del Estado, que en las etiquetas y
envoltorios de sus productos vaya impresa información relacionada con
el quehacer cultural e histórico de nuestro país. De tal forma que se
difunda a través de este medio, nuestra poesía, historias locales, mitos,
leyendas, etc.
Nuestra música del tipo tradicional y popular, debe ser llevada a
las orquestas sinfónicas y filarmónicas venezolanas dentro de su
repertorio de presentación, tanto en los escenarios nacionales como en
el exterior, no quedando esto a la discrecionalidad de la dirección
orquestal, sino estableciendo unos parámetros legales para ello.
La vegetación de nuestras plazas y parques públicos debe estar
regulada no solo con base a razones agroecológicas, sino, además,
vinculada a nuestra realidad botánica, ya que ésta se encuentra en
nuestra memoria, por lo tanto, adquiere una dimensión cultural e
identitaria.
La música que se coloque en los sistemas de transporte y aquella
que se emita desde los equipos de sonido de las casas debe normarse
tanto sus decibeles, en ambos casos, como su origen en el primero de
ellos.
Las anteriores propuestas no son meramente punitivas como
algunos pudieran verlas, ya que apuntan a una necesidad
impostergable de fomentar y regular desde el propio “Poder Originario”,
un asunto que debe ser columna vertebral y transversal que nos define
como venezolanos, y que, de seguir diluyéndonos en otros temas –
también importantes, desde luego- perderemos los afectos por nuestro
país, luego de la cual no nos importará nada, como en efecto viene
ocurriendo con algunos connacionales.
En fin, como toda propuesta, ésta, es incompleta, pero asumo lo
escrito y estaré dispuesto a acompañarla desde mis oficios actuales o
desde la Asamblea Constituyente, si me tocase ese lugar.
¡Abrazos!

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