Está en la página 1de 3

Cuento Segundo Parcial

Juan Pablo Rosado Rivas

Felices Fiestas

Sus gritos me aturdían y sonaban como un eco que no me dejaba pensar. - ¡¿Daniel
porque lo hiciste?!- una oración interminable, incesable e irritante que hacía arder aún
más el odio dentro de mí. Yo solo quería paz, pero al parecer conseguí hacer más
revuelta de la que quería ocasionar. La imagen se hace más nítida y ya no es un eco,
es la voz de mi esposa, María - ¡Solo son unos niños!, ¡¿Porqué!?- me decía entre
tantos sollozos. Aún hay tiempo me repetía a mí mismo. Aún hay tiempo de arreglarlo.
Aún hay tiempo, aún hay tiempo. Son solo las 8:00 pm, aún hay tiempo.
Todo era distinto esa cálida mañana de diciembre fechas en donde todos se quieren y
viven felices en armonía mientras desean la paz, felicidad y ganas empezar bien el
nuevo ciclo que se avecina. Yo soy un hombre alto para el promedio, mi cabello es
café, corto y muy chino, no soy alguien robusto pero me considero lo suficientemente
atlético para mi tamaño, no lo suficiente como para salir a correr todas las mañanas e
inscribirme en maratones pero lo suficiente para aguantar actividad física moderada.
Vivo con mi esposa María quien es una persona delgada de estatura media, tiene el
cabello castaño (mas claro que el mío) y le molesta que le hablen de política.
Residimos en una privada en una zona apartada en Toluca en una privada que parece
construida en forma de “U” donde nuestra casa es la número 3 de un total de 5. Tiene
un gran portón café a lado el garaje para estacionar nuestro coche; era una casa
pequeña ya que solo vivíamos mi esposa y yo, consta de 2 recamaras, la cocina, el
comedor, cuarto de huéspedes (regularmente usado por mi madre), comedor, sala y un
pequeño jardín donde mi esposa se creía una gran jardinera. Yo soy un hombre
tranquilo realmente no tengo muchos hobbies, pero disfruto mucho los domingos de
fútbol al igual que el construir barcos a escala dentro de botellas de cristal. Uno de los
temas recurrentes de nuestras conversaciones era la idea de eventualmente poder
tener hijos pero nunca lo habíamos hablado a detalle debido a la carga laboral y otros
distractores, no obstante esta incertidumbre acrecentó dentro de mi esposa al ver a
nuestros vecinos Luis y Ximena, que tenían 2 gemelos de 3 meses de edad a los
cuales María adoraba con toda el alma. Día con día se acercaban más las fiestas todo
el mundo era feliz, pero, yo empezaba a tener minúsculos problemas con mi esposa; -
Se acercan las fiestas y tu sigues trabajando mucho- me decía, -Es tu culpa por ya no
estar para apoyarme-. Incluso llegó a haber una discusión en la que me acusaba de
tener una amante, claro que tenía justificaciones válidas, al fin y al cabo, reconozco que
empecé a estar más ausente en la relación pero era puramente por la alta demanda del
trabajo (nunca hubiera considerado la opción de tener una amante, no era algo propio
de mi).
Al fin llegaban las fiestas y pude ya librarme de la carga laboral pero las cosas no
estaban del todo bien con mi esposa. Parecía que mientras más feliz era la gente, peor
nos iba a nosotros. Este día, el maldito día, 23 de diciembre. Luis y Ximena iban a ir a
comer y quizá salir a un club de noche ya que el 24 es familiar y querían tener un
momento para ellos (nos comentaban a María y a mi entre unas pequeñas risas), de tal
manera que nos pidieron que si podíamos cuidar a sus hijos en la tarde y de noche
ellos pasaban por sus bebés, mi esposa accedió con mucho gusto, pero no me
entusiasmaba la idea, yo solo buscaba descasar de la larga jornada de trabajo pero
accedí al ver lo entusiasmada que estaba María. Había algo en estos bebés que hacía
que al verlos me fuera difícil mantener la vista sin que en mi cara se formara una
expresión de repudio, la verdad es que me gustan los niños tanto como considerar la
opción de tener hijos con mi esposa pero realmente había algo en estos niños que no
soportaba. Fue en ese momento en donde me di cuenta del problema y empecé a
malhumorarme porque estos niños, no lloraban; ¡reían todo el tiempo! Ahí descubrí que
la risa de los bebés era mucho más irritante que su llanto ya que este si cesa; a
diferencia de las risas que era un continuo, molesto, intenso, agudo y penetrante ruido
que al parecer en ellos no tenia indicios de terminar en ningún momento. Probé con
tapones, música con audífonos, dejarlos en un cuarto separado e incluso probé estas
tres cosas la mismo tiempo, pero parecía que no conseguía nada pues su maldita risa
ya estaba incrustada en lo más profundo de mi cabeza, repitiéndose como un ciclo sin
fin. Discutí con María el por qué había aceptado a los bebés sabiendo que yo estaba
muy cansado; de una cosa saltamos a otra la discusión subió de tono y a punto de que
ambos estalláramos de ira, ella fue lo suficientemente responsable como para ponerle
un alto, fue así como salió de la casa. Me dijo que necesitaba tiempo para respirar y
calmarse un poco y sugirió qué yo hiciera lo mismo. Al salirse los bebés se reían aún
más fuerte, cada vez el ruido era más irrítate, más odioso, ya no podía aguantar sus
risas y entre la discusión de mi esposa y el incesable sonido sentía que todo pendía de
un hilo; mi cordura pendía de aquel hilo. Antes de que me diera cuenta todo estalló,
mientras iba caminando tropecé y me pegué con la esquina del sillón en el pie. Debido
al gesto que hice los bebés se soltaron a carcajadas. En ese momento todo se fue al
demonio, no sé si fue la intensidad, la cadencia, pero había algo en aquellas risas que
las hacía insoportables. Juro que ya no podía más, solo quería silencio, nada de ruido,
quería paz. Mis pensamientos ya no eran míos, me faltaba el aire, se me nublaba la
vista y todo por culpa de esas incesables risas. Sabía que tenía que hacer algo, tenía
que haber una manera en la que guardaran silencio, no importaba el cómo, solo tenían
que guardar silencio. Fue en ese momento en donde casi por inercia agarre un cojín de
la sala y me acerque lentamente a ellos mientras cerraba los ojos. Presione
fuertemente, no logro recapitular durante cuánto tiempo presioné pero había cumplido
mi deseo, nuevamente había paz. Al paso de una hora, la casa estaba en silencio,
sentía que por fin podía descansar, mis pensamientos fluían como el mar y me dejaba
llevar por las olas, iban, venían había tanta quietud y tanta perfección. Fue entonces
cuando nuevamente comencé a escuchar sonidos, la quietud se rompió y un sonido
interrumpió mis pensamientos. Era mi esposa María abriendo la puerta de nuestra
casa. Al entrar tras unos momentos gritó horrorizada, pues inmediatamente supo lo que
había sucedido. - Solo son unos niños -me repetía mientras gritaba entre sollozos, a lo
que le respondí que había tiempo de arreglarlo que no se preocupara. Parecía estar en
un estado de shock, no comprendía en absoluto que era lo le decía y entre tanto gritó
nuevamente mis pensamientos se vieron interrumpido. Algo tenía que hacer,
necesitaba silencio para poder solucionar el problema y lentamente sus gritos
empezaban a asemejarse a aquellas risas, aquellas risas insoportables, lentamente me
acerqué a ella y la sostuve entre mis brazos y le dije que lo solucionaría, nuevamente
cerré los ojos y el ruido fue disminuyendo hasta que ya no hubo un solo grito. El
silencio era perfecto, casi abrumador, pero a la hora de volver a abrir los ojos,
nuevamente había paz, aún hay tiempo me repetí, aún hay tiempo, apenas son las
8pm, aún hay tiempo.

También podría gustarte