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La cuestión de cómo iba a insertarse a la población andina en la nación fue un problema que se
planteó desde la propia fundación de la República.
En un inicio escritores como Mariano Melgar, José Joaquín de Olmedo y Faustino Sánchez
Carrión imaginaron una nación que incluyera a la población indígena, con este mismo espíritu
se dio el decreto Monteagudo que abolió la palabra ‘‘indio’ para que aquellas personas sean
conocidos como ‘‘peruanos’’, y de igual forma el de Bolivar, que ayudó a abolir los títulos
nobiliarios, pero debido al refuerzo de los poderes locales del interior estas medidas fueron
abandonadas. El gran mariscal Agustín Gamarra fue quien impuso involuciones más
conservadoras como la prolongación de la ‘‘tutela’’ impuesta a los negros bajo la dominación
de sus amos hasta que cumplieran los 50 años, la restauración del tributo indígena colonial
bajo el nombre de ‘‘contribución personal’’ y la exoneración de este tributo a la población
indígena.
La palabra ‘‘indio’’ no solo los identificaba étnica y racialmente, sino también era una
condición fiscal que llevaba consigo obligaciones tributarias para ellos.
Tres años después de este discurso, el país que era considerado en bancarrota, tuvo un cambio
radical gracias a la exportación del guano de las islas que permitió la súbita entrada de
ingentes riquezas. En el interior, debido a la debilidad del Estado central se dio la privatización
del poder y a la constitución de fuertes poderes que encuadraron a la población indígena
mediante violencia e imposición de relaciones de servidumbre. Así fue cómo surgió el
gamonalismo republicano, que durante un siglo bloqueó la incorporación de la población
indígena a la ciudadanía. Algunas décadas después el conde Arthur de Gobineau sostenía que
la diferencia entre los individuos tenía un origen biológico, lo cual respaldaba a los prejuicios
racistas que habían.