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RECORRIDO HISTÓRICO
Rodolfo Bertoncello
En http://www.educ.ar
Aportes para la enseñanza en el nivel medio
EL AUTOR
RODOLFO V. BERTONCELLO
Es profesor y licenciado en Geografía por la Universidad de Buenos Aires, y máster en Geografía por la
Universidad Federal de Río de Janeiro.
Actualmente se desempeña como investigador independiente del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas -Conicet- y como profesor adjunto regular de la cátedra de Geografía Social de la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde tiene a cargo también la cátedra
Problemas Territoriales I (formación docente). Ha realizado una amplia labor de docencia en posgrado.
Dirige proyectos de investigación acreditados por la UBA y el Conicet, sobre la temática de valorización turística
del territorio. Ha dirigido y participado en otras investigaciones sobre la temática y también sobre distribución
y movilidad territorial de la población. Los resultados de esta labor se expresan en numerosas publicaciones y
presentaciones a congresos.
Ha sido autor de numerosas publicaciones para la enseñanza de la Geografía, tales como textos escolares para
los distintos niveles educativos. También ha brindado asesoramiento en la temática y ha dictado cursos de
capacitación docente.
INDICE:
1. Introducción:
La geografía, un recorrido histórico
2. Antecedentes:
Los temas “geográficos”. La ciencia moderna.
3. Humboldt y Ritter:
Los “padres” de la geografía.
4. La institucionalización de la geografía:
Introducción.
Exploración del territorio y sociedades geográficas en el siglo XIX:
La definición de un objeto propio para la geografía
5. El triunfo del evolucionismo.
Ratzel y la antropogeografía.
6. Otra forma de asumir el evolucionismo.
Eliseé Reclus.
7. Reacción antipositivista y geografía regional.
Introducción.
La geografía regional francesa: Paul Vidal de la Blache.
La geografía regional alemana: Alfred Hettner.
La geografía regional: a modo de cierre.
8. La geografía cuantitativa o nueva (New Geography)
El positivismo y los grandes cambios metodológicos.
9. Radicalismos geográficos.
La determinación del espacio geográfico a partir de los procesos sociales.
10. Los “humanismos” geográficos.
La perspectiva antropocéntrica
11. A modo de cierre desde la preocupación por la enseñanza.
La geografía llevada a la práctica escolar.
12. Bibliografía y textos consultados.
1. INTRODUCCIÓN
2. ANTECEDENTES
Los temas "geográficos"
Resulta interesante ver que algunos temas que serán objeto de la geografía como disciplina científica, y
que hoy reconocemos como tales, han estado presentes como temas de interés o preocupación a lo largo
de la historia occidental. Si bien sería erróneo desprender de esto que la geografía como ciencia tiene
un origen remoto, ya que esto implicaría –entre otras cosas– desconocer que lo que hoy entendemos
como ciencia es producto de la modernidad (habiéndose consolidado, por lo tanto, mucho después),
permite ver que se trata de cuestiones que han sido importantes y han estado presentes a lo largo del
tiempo y en las diversas sociedades, suscitando interés y debate, y brindando utilidad. Aunque no
puedan ser considerados como “geografía”, estos temas y conocimientos sentarán las bases sobre las
cuales se irá consolidando la disciplina.
Entre otros autores, Capel y Urteaga (1984), reconociendo el origen griego de la palabra geografía,
señalan que ya en esta civilización encontramos su uso aplicado a dos grandes temas de preocupación.
Uno de estos grandes temas podría ser rotulado como lalocalización en la superficie terrestre, apoyada
en los conocimientos matemáticos e interesada en gran medida en la elaboración de mapas. El otro gran
tema es el que se refiere a la descripción de dicha superficie.
El nombre de geografía abarcaba entonces tanto el interés por aspectos de descripción de la superficie
terrestre como el interés acerca de aspectos matemáticos relativos a la ubicación de lugares y la
construcción de mapas. Al tiempo que aumentaba el conocimiento de las características diferenciales de
los lugares, crecía también el interés por conocer sus ubicaciones específicas en la superficie terrestre
(Broek, 1967; Unwin, 1995); y ambos temas resultaban, así, estrechamente vinculados por la necesidad
de disponer de mapas que permitiesen localizar de manera precisa los lugares descriptos. Ambas
tradiciones, a su vez, estaban íntimamente ligadas a una tercera vertiente o tradición, la teológica,
preocupada por los orígenes de la Tierra y las razones de la existencia humana sobre ella. En el marco
de esta tradición, las preocupaciones estaban centradas en el papel del poder divino en la formación de
la Tierra, y en comprender o “explicar el lugar que correspondía a la humanidad dentro del mundo
natural” (Unwin, 1995: 87).
Eratóstenes expresa de manera paradigmática la tradición de la localización, dada su preocupación por
medir el tamaño de la Tierra y por establecer algún sistema que permitiera ubicar cualquier punto en
su superficie. Esta tradición será continuada por Ptolomeo quien también se interesa por la medición de
la Tierra, la localización de puntos en la superficie y la representación cartográfica. La obra de este
último tendrá, con su rescate y difusión a fines de la Edad Media, una gran influencia en los viajes de
exploración.
Conocer la ubicación de los distintos lugares, las distancias que median entre ellos, y contar con
elementos que permitan llegar de un lugar a otro, tendrá una utilidad práctica evidente tanto para el
comercio como para la conquista. La cartografía será, desde esta perspectiva, el producto más
importante, tanto por su utilidad práctica como por su condición de objeto que expresa los
conocimientos, intereses y cosmovisión de cada sociedad en cada momento.
La tradición descriptiva encuentra su expresión paradigmática en el mundo griego en la figura
de Estrabón, quien sintetiza una larga tradición de relatos de viajeros y descripciones sobre lugares
conocidos. El interés por conocer los atributos propios y peculiares de un lugar de la superficie terrestre
tiene un valor práctico, en el sentido de inventariar la existencia de elementos que puedan ser útiles
(recursos, poblaciones, etc.); pero tiene también el valor del conocimiento de lo diferente, que al tiempo
que permite pensar más allá de la propia realidad, habilita la reflexión sobre la misma, en la medida en
que representa, al decir de algunos autores, una especie de espejo que, por similitudes y por contrastes,
permite mirarse a sí mismo:
De este modo, la geografía humana nació en manos de una cultura que tomó conciencia de la relación
“hombre-Naturaleza”: mas, como contraparte negativa, esa misma cultura organizó su esquema de
relaciones con otras culturas poniéndose como modelo absoluto frente a las mismas, lo cual suponía una
desvalorización, y en otros casos, además, una justificación de dominio y servidumbre. La historia de
este hecho se extiende desde las páginas de la Geografía de Estrabón hasta las casi contemporáneas
nuestras de las Lecciones sobre la filosofía de la historia universal de Hegel. (Arturo Roig, Introducción
a la Geografía, Prolegómenos de Estrabón, Madrid, Aguilar, 1980, XV).
Unwin (1995) señala la estrecha relación que existía entre geografía y conquistas, entre la descripción
detallada de lugares y regiones y el ejercicio del control político, en los mundos griego y romano. Las
campañas y conquistas de la época fueron posibles gracias a los escritos geográficos anteriores que
suministraban información acerca de los recursos y las gentes, y, a su vez, permitieron un importante
crecimiento del saber geográfico. La utilidad de la geografía era “proporcionar la información que
permitiese a los dirigentes conquistar más territorios y mantener el poder en las tierras que regían”
(Unwin, 1995: 84). Así, la información, por ejemplo, sobre las dimensiones de un territorio, las
características de sus suelos y accidentes, y la historia de sus pueblos, estaba condicionada también por
los intereses políticos de la época.
Estas tradiciones temáticas estarán muy presentes en todo el mundo antiguo, y aunque permanecerán
relativamente acalladas durante el orden feudal, volverán a expresarse con fuerza en el proceso de
desestructuración de este orden feudal y conformación del orden moderno. Broek (1967: 18) señala
que “el Renacimiento trajo, como en otros campos, el restablecimiento de la geografía clásica”. Un
ejemplo de ello es la utilización de la obra Geographia de Ptolomeo como referencia básica para las
exploraciones portuguesas y españolas de los siglos XV y XVI.
Para pensar la geografía actual, estos “antecedentes” son de gran valor en la medida en que en ellos ya
aparecen núcleos temáticos y problemáticos que atravesarán toda la disciplina, dando lugar a múltiples
obstáculos y respuestas que representan, en gran medida, fuente de dificultades pero también de
riqueza.
Los grandes viajes de exploración y conquista de fines de la Edad Media rescatarán el interés por los
conocimientos que permiten desplazarse en la superficie terrestre y explorar más allá de lo conocido;
en un proceso que se realimenta a sí mismo, los conocimientos disponibles serán puntos de partida para
emprender nuevas aventuras de exploración, al tiempo que el perfeccionamiento de equipos e
instrumentos de navegación lo hacen posible. Los avances cartográficos acompañarán estos procesos,
permitiendo conocer y representar las extensiones reales, medir las distancias o delimitar territorios
con precisión creciente. Así, con el conocimiento de nuevos territorios comenzó a configurarse otra
imagen del mundo.
El descubrimiento y exploración de nuevos territorios, a su vez, proveerá insumos para nuevas
descripciones; las mismas tendrán, ciertamente, fines utilitarios vinculados con el inventario de las
riquezas pasibles de ser apropiadas, y su posterior apropiación efectiva. Pero tendrá también impacto
en la cultura, a través de descripciones y narraciones que se consumirán como obras literarias, mezclas
de realidad y fantasía, que alimentan el interés por conocer lo nuevo y lo diferente entre algunos grupos,
limitados por cierto, de las sociedades de la época. Conocer el mundo como totalidad (aunque en gran
medida siga siendo una totalidad imaginada) y conocer sus lugares en forma pormenorizada (aunque
sigan siendo sólo algunos lugares), tendrá notables consecuencias en la transformación de las
cosmovisiones imperantes, y pasará a ser parte del acervo cultural disponible.
La ciencia moderna
La edad Moderna estará asociada a profundos cambios sociales, en todos sus órdenes. La contestación
del orden social vigente tendrá una de sus herramientas en la desacralización de las explicaciones, hasta
entonces monopolio de las interpretaciones teológicas, y en la consolidación de lo que luego
llamaremos ciencia moderna. Se instala la presunción de que el hombre, por medio de la razón, puede
conocer el porqué de las cosas; y para esto, es necesario descomponer las totalidades y observar las
causas (o cadenas causales), de manera objetiva y sistemática. Galileo y Newton resultan paradigmáticos
en este sentido.
Lo anterior implica una nueva relación con la naturaleza, que deja de ser expresión de lo divino para
comenzar a ser objeto de indagación; la razón humana y la observancia de ciertas reglas permiten dar
cuenta del orden natural, describirlo y explicarlo a través del establecimiento de las causas subyacentes.
La indagación de la naturaleza y la comprensión de sus mecanismos causales no es sólo una aventura
de conocimiento. Es también la posibilidad de manipular esa naturaleza en función de objetivos
humanos, y la capacidad que algunos actores sociales tengan para hacerlo definirá también su rol en la
sociedad. La burguesía en ascenso comprende esto inmediatamente.
La expansión del mundo conocido proveerá de una naturaleza casi inagotable, que será objeto de
observación sistemática y de clasificación e inventario. El conocimiento de los mecanismos subyacentes
al orden natural permitirá el creciente aprovechamiento de los elementos y procesos de este orden
natural, realimentando el prestigio creciente de la ciencia como forma de conocimiento, y el poder
económico de quienes están vinculados a su utilización.
Pero el interés por comprender la naturaleza no es sólo instrumental. También se vincula con el interés
por comprender a los hombres y a la sociedad en su conjunto. ElIluminismo es la corriente de
pensamiento que expresa de forma más acabada la preocupación de ese momento por comprender qué
papel juega el orden natural en el social. Colocando al hombre en un lugar central, el Iluminismo se
interesó por comprender cómo se relaciona la historicidad de lo natural con la historicidad social
(Quaini, 1981). Y por supuesto las descripciones sobre otros lugares y otras sociedades que derivaban
de exploraciones, proveyeron las bases empíricas para este tipo de reflexiones. Temas como
la influencia de las condiciones naturales en las sociedades serán objeto de reflexión por parte de
pensadores de la ilustración como Montesquieu o Rousseau.
El conocimiento del territorio será también una necesidad de los estados que se van consolidando en el
período moderno. Razones prácticas vinculadas con la delimitación precisa, el inventario de poblaciones
y recursos o la facilitación de la circulación se unirán a otras vinculadas con la construcción de
argumentos legitimadores de la pertenencia de los habitantes y la homogeneización interna. La crisis de
los vínculos de vasallaje requerirá la construcción de nuevos discursos de pertenencia, y la idea del
pueblo vinculado a un territorio se irá consolidando cada vez más.
Para concluir este primer título, interesa remarcar que sus contenidos muestran cómo, a lo largo del
tiempo, han estado presentes temas que, con posterioridad y ya definida la geografía como ciencia, serán
objeto de su interés. En algunos casos estos temas fueron reconocidos bajo el rótulo de geografía, en
otros no; pero cuestiones tales como la localización y la distribución en la superficie terrestre, la
descripción de los rasgos particulares de los lugares, la comprensión de la naturaleza y sus relaciones
con la sociedad, atraviesan la historia y van adquiriendo peso propio. Algunos están presentes antes de
que pueda hablarse de ciencia como la entendemos actualmente; otros –o los mismos con nuevos
significados– se imbrican en la constitución misma de esta ciencia moderna, pero son siempre temas de
interés. Aparecen esbozados cuestiones y problemas que desafiarán a los estudiosos y para los cuales
se propondrán distintas respuestas, que irán perfilando la geografía actual: tradiciones físicas o
matemáticas interesadas por la localización, o humanas más relacionadas con la descripción; el papel
central de la representación cartográfica; la descripción de lugares y sociedades como espejo de quien
hace la descripción; y, atravesando todo, la relación entre los hombres y la naturaleza.
3. HUMBOLDT Y RITTER
4. LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA GEOGRAFÍA
Introducción
A lo largo del siglo XIX, y especialmente durante su segunda mitad, diversos factores concurrirán al
establecimiento de la geografía como una disciplina con carácter autónomo, integrante del concierto de
las ciencias. Entre ellos, cabe destacar la expansión del número y consolidación social de las
denominadas sociedades geográficas, muy vinculadas al proceso de exploración y colonización
territorial. También la presencia de la geografía en los programas de enseñanza básica que se fueron
estableciendo a lo largo de este siglo obligó a formar a un cuerpo de profesores que asumiese esta tarea,
los que a su vez fueron conformando un grupo o cuerpo específico de individuos que se reconocían como
geógrafos y actuaban como tales. Esto también incentivó el establecimiento de cátedras universitarias de
Geografía, que se intensificó a partir de 1860 (Capel y Urteaga, 1984). Por último, la inscripción de la
producción geográfica en los parámetros de cientificidad del período también contribuye a esto.
Abordaremos aquí algunos de estos factores, reservando el vinculado a la geografía escolar para otro
Módulo.
Ratzel y la antropogeografía
Frederic Ratzel (1844-1905) es considerado como el representante paradigmático de la asunción del
evolucionismo y el positivismo en la geografía, que se consolida a fines del siglo XIX. Ratzel contará con
una amplia y variada formación; durante sus estudios en la Universidad de Jena tomará contacto con
Haeckel, quien desarrolla los principios básicos de lo que será la ecología; estudia también etnografía en
Munich. Realiza numerosos viajes por Europa y América del Norte como periodista, lo que le brinda
oportunidades amplias de observación de la realidad.
Entre sus obras se destacan la Antropogeografía (dos volúmenes publicados en 1882 y 1891
respectivamente) y la Geografía Política (1903).
En la obra de este autor se reconocen claramente los postulados positivistas y también los del
evolucionismo. A ellos se suman un minucioso conocimiento de la tradición geográfica, en especial de
las obras de Humboldt y Ritter, y también nociones provenientes de autores como Herder (de quien
toma el ideal nacionalista y la idea de la Tierra como “teatro de la humanidad”).
Su obra se orienta, en gran medida, al tema clásico de la diferenciación de la superficie terrestre, aunque
enfocándolo específicamente en lo relativo a la diferenciación humana. El problema de la unidad de la
especie humana que se manifiesta en grupos o pueblos (“razas”) tan diferentes –como lo documenta la
etnografía– exige una explicación que será hallada en la historia que se desarrolla sobre la Tierra, lo que
da lugar a la consideración de las distintas condiciones naturales de los cuadros terrestres (Moraes,
1989).
Las diferencias entre los pueblos son interpretadas como diferencias de civilización, la cual, a su vez,
expresa un determinado nivel de utilización de la naturaleza: cuanto mayor es el “nivel” de civilización
más intensa es la relación con la naturaleza. Por otra parte, cada pueblo tendría una energía (“energía
de los pueblos”) que también estaría condicionada por las condiciones naturales en las que se desarrolla.
Fuerza del pueblo y condiciones naturales, juntas, definen los “niveles de civilización”. Este esquema se
enriquece con la consideración de la “difusión” o movimiento de los pueblos en el espacio; los pueblos
más civilizados tienen la capacidad de expandirse y, con esto, influir sobre otros. A medida que los
pueblos “se civilizan”, establecen relaciones más complejas con sus espacios, al tiempo que tienden a
expandirse.
La cuestión del dominio del espacio adquiere una posición central, y dos conceptos formulados por
Ratzel son fundamentales para dar cuenta de ella:
uno es el concepto de territorio, entendido como la porción de superficie terrestre apropiada por un
grupo humano; y
el otro es el concepto de espacio vital, que expresa la necesidad de territorio de una determinada
sociedad, variable según sean su bagaje tecnológico, sus efectivos demográficos o los recursos
naturales disponibles (Moraes, 1989).
Así, toda sociedad necesita de un territorio en tanto espacio vital, y su defensa pasa a ser un imperativo
de la historia. La historia es vista entonces como una lucha por el espacio, en la que los más fuertes
(civilizados) serán los vencedores. La defensa del territorio será una necesidad fundamental a la hora
de comprender el proceso de organización delEstado; una vez constituido, el Estado adquiere autonomía
y se transforma en el principal agente del proceso histórico, teniendo entre sus principales intereses el
apetito territorial.
A la luz de lo expuesto, pueden señalarse algunas cuestiones importantes para el tratamiento del tema.
La primera es observar que la relación entre condiciones naturales y sociedad, en Ratzel, es más
compleja y mediada que lo que suele reconocerse. La cultura, la tecnología, entre otros, están presentes
mediando esta relación, alejándola de las visiones deterministas más simplistas. A pesar de esto, gran
parte de los difusores del pensamiento ratzeliano transmitieron estas últimas visiones, llegando a
formular afirmaciones tales como las que vinculan las regiones planas con el predominio de las
religiones monoteístas (Ellen Churchil Semple) o, aunque menos burdas pero más difundidas, las que
relacionan las condiciones climáticas con la civilización (según las cuales, por ejemplo, el rigor de los
inviernos explicaría el mayor desarrollo de la Europa del Norte, o las afirmaciones acerca de la indolencia
del hombre tropical comparado con el industrioso septentrional, que se han utilizado como explicación de
las diferencias entre las colonias de Brasil y Estados Unidos).
La segunda es notar la coherencia de estos planteamientos con los intereses de las sociedades europeas
dominantes de ese momento. El planteo ratzeliano es, en gran medida, una explicación “científica” de lo
que está ocurriendo: expansionismo, colonialismo, consolidación nacional y puja entre estados, orden
capitalista y diferenciación social extrema. Todos estos hechos encuentran su explicación y, más aún, su
justificación. Y más interesante aún es el vínculo que, en esta justificación, se establece con el orden
natural; esto lleva a la naturalización del orden social y, en concordancia, al carácter necesario de dicho
orden. El darwinismo social resulta bastante evidente. Los distintos pueblos serán ordenados en un
orden evolutivo, desde los más “primitivos” hasta los más “civilizados”, abriendo paso a relaciones
jerárquicas y de dominación de los segundos sobre los primeros.
Vinculado con lo anterior, cabe destacar el rol central que adquiere la relación entre Estado y territorio,
y la justificación del expansionismo, que tendría bases en una energía propia y diferencial de los pueblos,
y en sus necesidades territoriales (como su espacio vital). En último término, estas tendrían razones de
índole natural. Estos planteos tendrán importantes consecuencias. Por una parte, serán retomados por
ideólogos de la geopolítica y darán sustento y justificación a hechos como el expansionismo alemán en
el siglo XX, con nefastas consecuencias. Por otra, y para el campo de la disciplina, llevarán –por reacción–
a un alejamiento o desconsideración del rol de la política en la explicación de la organización espacial,
que perdurará por muchos años.
Nuevamente, y para concluir este título, resulta de interés dejar instalada la pregunta acerca de las
relaciones entre estos temas, conceptos y enfoques, con los contenidos que serán impartidos por la
geografía escolar.
E. Reclus
La obra de Elisée Reclus expresa también una clara asunción de los postulados evolucionistas que
permiten la comprensión unificada de lo físico y lo humano en geografía. Sin embargo, y a diferencia de
Ratzel, Reclus se aleja del darwinismo social poniendo énfasis en las nociones de armonía y
concordancia de los hombres y la Tierra.
Este geógrafo francés (1830-1905) tuvo una importante militancia anarquista, que lo llevó a la cárcel y
al exilio. Esto mismo tuvo relación con su alejamiento del mundo académico y universitario francés,
razón por la que en la geografía “oficial” fue ignorado por mucho tiempo. Sin embargo, su profusa obra
tuvo gran difusión entre el público, alcanzando a sectores populares que permanecían ajenos a las
publicaciones académicas. En 1868 publica La Terre, y entre 1876 y 1905 se publican 19 volúmenes de
su Nouvelle Geographie Universelle, una obra en la que describe detalladamente, para cada región, los
movimientos generales que se producen en el globo. En 1905 publica L’homme et la Terre, respecto de
cuyos objetivos el autor expresa:
Hace algunos años (...) Trazaba el plan de un nuevo libro en el que se expondrían las condiciones del
terreno, del clima, de todo el ambiente en el que se han producido los acontecimientos de la historia, en
el que se mostraría el acuerdo de los Hombres y de la Tierra, en el que se explicarían las actuaciones de
los pueblos, de causa a efecto, por su armonía con la evolución del planeta. Este libro es el que presento
ahora al lector. (Elisée Reclus, El hombre y la tierra, tomado de Gómez Mendoza, 1994: 217)
En el mismo texto, más adelante, el autor da una muestra acabada de su propuesta de trabajo:
La emoción que se siente al contemplar todos los paisajes del planeta en su variedad sin fin y en la
armonía que les da la acción de las fuerzas étnicas, siempre en movimiento, esa misma dulzura de las
cosas, se siente al ver la procesión de los hombres bajo sus vestimentas de fortuna o de infortunio, pero
todos igualmente en estado de vibración armónica con la Tierra que los lleva y los alimenta, el cielo que
los ilumina y los asocia a las energías del cosmos. (Ibídem, p. 218)
Los párrafos citados muestran que el autor coloca en lugar central la consideración de la relación entre
los hombres y el medio, pero lo hace poniendo énfasis en ideas de armonía y concordancia entre ellos
(retomando con esto las ideas de Rousseau). Esta armonía entre el hombre y la naturaleza está rota,
según el autor, por la constante violación de la justicia entre los hombres, que exige siempre venganza,
con lo cual el desequilibrio se reproduce. La superación de este desequilibrio reposa y reclama cambios
en la organización social, que permitan el imperio de la libertad humana, la que sólo puede garantizarse
cuando el hombre se integra en forma armónica con el orden natural.
La obra de Reclus presenta un gran interés para el tema que nos ocupa, en la medida en que muestra
que la misma matriz positivista y evolucionista que se reconoce en Ratzel puede ser utilizada para dar
lugar a formas totalmente diferentes de seleccionar, tratar e interpretar los mismos temas. Su obra es
hoy considerada fundacional de una geografía social, en tanto coloca a la organización de las sociedades
en un lugar central para comprender los procesos de organización del espacio geográfico. Sin embargo,
fue ignorada por la geografía durante mucho tiempo, y recién en las últimas décadas ha sido rescatada
y analizada.
Introducción
Entre los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX tomarán fuerza posturas reacias o
críticas al positivismo, en particular respecto de su utilización o pertinencia para el estudio de los
fenómenos humanos, que serán englobadas bajo el rótulo de historicismo.
Por una parte, comenzará a rechazarse la cientificidad positivista, que coloca a las ciencias naturales
como modelo, reconociéndose en cambio la especificidad de las ciencias humanas y abriendo paso a la
consideración de una antinomia entre historia y naturaleza. Por otra parte, se pondrá en duda el objetivo
de formular leyes para los fenómenos sociales, reconociéndose el carácter contingente que los
caracteriza; en lugar de buscar explicaciones causales, se propone alcanzar la comprensión de los
hechos. También la objetividad que rige la relación entre sujeto que conoce y objeto conocido es puesta
en cuestión, en la medida en que quien conoce los hechos sociales está inmerso en ellos, y por lo tanto
la distancia entre ellos es, cuando menos, ilusoria. Las generalizaciones propias del evolucionismo
aplicado a lo social también serán puestas en cuestión, en la medida en que resulta cada vez más
evidente la imposibilidad de acomodar la información que la investigación etnográfica aporta sobre
distintos pueblos en una línea evolutiva lineal; en lugar de esto, la indagación se orientará hacia la
comprensión de cada sociedad, de su funcionamiento (esto se conocerá en antropología como
funcionalismo). Y esto mismo se aplicará también al conocimiento geográfico, en el que los postulados
deterministas no logran superar las formulaciones vagas y simplistas, sin alcanzar las pretendidas leyes
que expliquen de modo universal y necesario estas relaciones.
El historicismo rescatará la dualidad que Kant ya había establecido entre naturaleza y espíritu,
afirmándose que así como la primera es el reino de lo necesario, la historia es el reino de la libertad. Las
ciencias que se ocupan del estudio de cada una de ellas, necesariamente, deben ser diferentes. Las
ciencias humanas o del espíritu parten de reconocer que la característica básica de la humanidad es la
historicidad de los procesos, los cuales acontecen en forma intencional y están atravesados por valores:
en ellas la neutralidad es ilusoria. Y la especificidad de este conocimiento admitirá también otros
métodos que no son el positivista: la intuición, la sensibilidad o el conocimiento empático (contacto
directo y total con el objeto que se quiere observar, netamente sensible), son aceptados como vías o
caminos válidos hacia el conocimiento.
Como consecuencia de todo esto, el interés se irá desplazando desde la búsqueda de lo regular y
repetible (pasible de formularse en leyes) hacia la consideración de los hechos singulares, cuyas
características particulares serán objeto de comprensión en lo que tienen de único y particular. En
geografía, estas perspectivas darán lugar al paulatino abandono de las pretensiones de comprender
regularidades, para centrarse en el estudio específico de porciones de la superficie terrestre,
las regiones.
Es habitual reconocer dos grandes escuelas de geografía regional, la francesa en torno a la figura de Paul
Vidal de La Blache, y la alemana en torno a Alfred Hettner, cuyos planteos serán continuados y
profundizados, ya cerca de la mitad del siglo XX, por Richard Hartshorne, en Estados Unidos.
La geografía regional francesa: Paul Vidal de la Blache
Paul Vidal de La Blache (1843-1918) tuvo una enorme influencia en la geografía. Formado originalmente
en historia, y con sólidos conocimientos de las ciencias naturales, a partir de la década de 1870 se dedica
a la geografía. Será profesor de la Escuela Normal Superior de París desde 1878, y desde 1898 estará al
frente de la cátedra de Geografía en la Sorbona, puestos desde los cuales formó a un nutrido grupo de
seguidores.
El pensamiento de Vidal de La Blache se inscribe en el marco de la reacción antipositivista de su época, y
se nutre también de perspectivas espiritualistas que afirman que el espíritu es irreductible a la materia y,
por lo tanto, contingente respecto de ella.Con esto, rechaza el determinismo natural y reafirma la libertad
humana, oponiéndose así a los planteos ratzelianos (oposición en la cual, además, influirán posturas
nacionalistas que lo llevan a distanciarse de la tradición alemana).
Abandonar la determinación natural para reconocer el papel de la libertad humana en relación con las
condiciones del medio no implica en Vidal el abandono definitivo del interés por esta relación, sino su
reconsideración en tanto condicionante y facilitador al mismo tiempo, en una relación abierta a
múltiples posibilidades. De aquí el rótulo de posibilismo con que su perspectiva será conocida (término
acuñado por el historiador Lucien Fevre en 1922).
Vidal de La Blache tomará de los planteos funcionalistas la noción de género de vida, definido como el
conjunto de actividades y rasgos de un grupo social, articulados funcionalmente y cristalizados por la
costumbre (la historia), que expresan las formas de adaptación de dicho grupo a las condiciones del
medio geográfico. Esto muestra que el interés por la relación hombre-medio sigue siendo fundamental
en Vidal, pero sin –o incluso, contra– las pretensiones de necesidad y universalidad positivistas.
El género de vida se expresará en una unidad espacial que tendrá características propias,
fundamentalmente una relativa autonomía funcional. Esta unidad espacial es la región, la que se
convierte así en objeto privilegiado de estudio para la geografía. La región tendrá un interés intrínseco,
que resulta de sus características peculiares y únicas, y el paisajeserá la expresión fenoménica de estas
características peculiares, que se manifestará a la observación y a la sensibilidad del investigador, quien
a través de una aproximación empática será capaz de captar la esencia de dicha región.
La región vidaliana permite, de este modo, superar los problemas planteados por el determinismo, sin
por esto abandonar el interés por la relación entre el hombre y el medio. Al mismo tiempo, permite
superar la dicotomía entre el conocimiento sistemático de los distintos aspectos que intervienen en la
comprensión de las especificidades de un lugar (propio de la geografía sistemática o incluso escindidos
de ella y transformados en campos disciplinarios autónomos) y la descripción detallada de las
particularidades de los lugares. Combina, así, las grandes tradiciones disciplinarias: conocimiento
sistemático de un fenómeno en su despliegue en la superficie terrestre, por un lado, y conocimiento
descriptivo e integrado de las peculiaridades de un lugar resultantes de la forma específica en que estos
distintos fenómenos se combinan él. Y al habilitar la vía sensible y empática para su estudio, reafirma el
carácter humano e histórico de la construcción regional. El énfasis en la relación de los grupos humanos
con su medio tendrá, asimismo, un carácter político conservador que resulta adecuado a una sociedad
que ya se ha consolidado como Estado nacional y necesita reafirmar la pertenencia de su pueblo
(Escolar, 1992).
La propuesta vidaliana, sin embargo, no estará exenta de problemas. Por una parte, la dicotomía entre
lo humano y lo físico permanece subyacente al abordaje regional, y se expresará, en la tradición de
las monografías regionales , en un tratamiento sistemático y muchas veces desvinculado de uno y otro.
Por otra parte, el énfasis puesto en captar las peculiaridades de la región desembocará en un abandono
de la consideración de la totalidad en la cual dichas regiones se incluyen, la que aparece, en más de un
caso, como la mera suma de las partes (regiones).
El énfasis puesto en la historia y en lo humano permitiría suponer que la geografía vidaliana se aproxima
a las ciencias humanas o sociales; sin embargo, Vidal de La Blache negó esta posibilidad, al afirmar que
la geografía es la ciencia de los lugares y no de los hombres. Con esto, colocó a la geografía en una
posición de excepción que, más tarde, será blanco de fuertes críticas.
9. RADICALISMO GEOGRÁFICO
La perspectiva antropocéntrica
“Los individuos entran a escena” sería una expresión útil para introducir estas perspectivas geográficas.
En efecto, y más allá de la extrema diversidad de propuestas que se engloban bajo el rótulo de
humanismos geográficos, todas ellas comparten el hecho de poner énfasis en los individuos y en los
factores subjetivos asociados a ellos. Se trata de perspectivas antropocéntricas, esto es que colocan a los
individuos en el núcleo de interés. Buscan un enfoque holístico de la realidad, evitando las
fragmentaciones temáticas mediante la centralidad de la experiencia humana (García Ramón, 1985).
Un antecedente importante lo constituye la denominada geografía de la percepción, inscripta
originalmente en el marco cuantitativo, que buscó dar cuenta de aquellos aspectos que no podían ser
entendidos mediante la indagación de la racionalidad dominante, a través de la captación de los aspectos
vinculados con la percepción subjetiva de los individuos. Por ejemplo, ya en la década del sesenta se
realizaron estudios que permitieron captar los valores subjetivos que los habitantes otorgaban a ciertos
lugares de sus ciudades, lo que permitía explicar los “desvíos” que el precio del suelo mostraba respecto
del comportamiento esperado según los modelos de costo-distancia. Otro tanto sucede con la percepción
de riesgos, fuertemente condicionada por valores culturales, que desvía el comportamiento de las
personas de los parámetros “racionales” esperables.
Basadas en perspectivas fenomenológicas y existencialistas, estas miradas geográficas pondrán énfasis
en la subjetividad, cuestionando la existencia de un mundo objetivo independiente de la existencia del
hombre. La experiencia es la base del conocimiento, y por lo tanto la experiencia individual debe ser
considerada. Específicamente, en geografía interesa la relación entre la experiencia y la dimensión
espacial, que se plasmará en conceptos tales como el de mundo vivido, que remite a la conjunción de
hechos y valores que abarca la experiencia cotidiana personal, o el de lugar, entendido aquí como un
espacio concreto cargado de significado para el ser humano, que está unido a él por una vinculación
afectiva o emocional.
En algunos casos, estas perspectivas se proponen como complementarias de otras, procurando un
entendimiento más acabado del objeto de estudio. Es el caso, por ejemplo, de los trabajos que plantean
la consideración de dimensiones ideológicas o subjetivas en articulación con las estructurales, para
comprender una determinada forma de organización espacial. Se reconoce así que, si bien un
determinado espacio puede estar organizado en función de las lógicas dominantes (por ejemplo, la
capitalista) el mismo es también un lugar cargado de significados para los individuos que lo habitan;
todo junto, se especifica en ese lugar y le otorga peculiaridad.
En otros casos, las dimensiones subjetivas cobran absoluta centralidad, dejando de lado la consideración
de las estructuras. El hombre pasa a ser el núcleo de estas indagaciones, interesadas en comprender sus
acciones a partir de como él mismo las entiende y valora, contribuyendo con esto a que se comprenda a
sí mismo.
La distinción entre sujeto y objeto, al igual que las pretensiones de objetividad y neutralidad, pierden
gran parte de su sentido en estas perspectivas. La búsqueda de explicación es reemplazada por la
comprensión. Las metodologías participativas son privilegiadas, en tanto permiten una mayor
proximidad y compromiso. Y los objetos de indagación se multiplican: literatura, films y
representaciones (pinturas, mapas, etc.) son fuentes para comprender el valor del espacio y poder
comprender, a través de esto, sus características.
12. BIBLIOGRAFÍA
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