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Capítulo III
UN DESAFÍO PARA EXPLICAR GEOGRAFÍA: EXPLICAR EL MUNDO REAL
Raquel Gurevich
PRESENTACIÓN
Quizá sea la geografía, dentro de las materias del área de Ciencias Sociales, la
más cuestionada por sus contenidos y por los problemas que presenta su
enseñanza en el aula, pero es, a la vez, la más abandonada: poco se han ocupado
de ellas las nuevas corrientes pedagógicas, no cuenta con suficiente difusión de
bibliografía actualizada y su valoración y legitimación como ciencia social son
todavía relativamente bajas.
Las dificultades con las que los maestros trabajan son muchas y muy variadas;
en particular, en lo que refiere a los contenidos de la disciplina, lo hacen en un
marco de dudas y confusión acerca de la pertinencia y la actualidad de los temas. El
malestar que provoca enseñar siempre lo mismo y del mismo modo tiene su
contraparte en la insatisfacción de los alumnos por tener que aprender de memoria
abundante información, generalmente, muy alejada de sus inquietudes e intereses.
Frente a esto, las casi únicas salidas que tiene el docente para combatir el
aburrimiento y lograr que los chicos aprendan los temas escolares de la geografía
son apelar a la inventiva o a la intuición, recurrir a las noticias de los diarios y la
TV, o a la consulta esporádica y asistemática de alguna publicación reciente.
Los libros de texto que existen en plaza mayoritariamente no abordan
problemáticas del mundo de hoy; edición tras edición, presentan los mismos
contenidos, con alguna actualización estadística y nuevos modos discursivos que
atrapan más a los chicos, pero en general es escasa la incorporación de elementos
que favorezcan la explicación y comprensión de los fenómenos y procesos
espaciales. Los periódicos tienen “mejor información” acerca de, por ejemplo, los
nuevos límites de los países de Europa, cómo se conforma y opera en el Mercosur,
los desastres que ocasionan los tifones en América Central o las últimas tecnologías
que se aplican en el agro.
Sin embargo, se sigue a pie juntillas el libro de texto. Sus contenidos y los
programas de geografía que se dan en la escuela poco tienen que ver con la
geografía que se enseña en los ámbitos académicos, la que se discute en los
proyectos de trabajo o la que se produce en las tareas de investigación.
La geografía escolarizada es una versión lavada y descolorida de la realidad
contemporánea. Ella describe trozos del planeta relatando sus características como
si fueran postales congeladas. Si aceptamos que el estudio de la superficie terrestre
es su principal objetivo, tal intención no llega a satisfacerse pus no alcanza a dar
cuenta de los cambios que se producen, y particularmente en un mundo que se
transforma a pasos agigantados y a gran velocidad.
La geografía de la escuela es la geografía de fines del siglo XIX y de principios
del XX, entendida como la ciencia de los lugares. Es básicamente cualitativa y su
interés radica en identificar y pormenorizar aspectos y atributos de cada porción de
la superficie terrestre. Se atiende al criterio de lo único, de lo que tiene de
excepcional cada lugar, sin posibilidad de realizar articulaciones y generalizaciones
que permitan transferir esos conocimientos a otros contextos. Así, por ejemplo, los
chicos transcurren por el estudio de innumerables ciudades de los distintos
continentes, y continúan sin saber qué es una ciudad.. Se empieza desde cero en
cada una de las ciudades que se estudian, las cuales se entienden exclusivamente
como portadoras de una personalidad propia. En esta concepción, más erudita que
otra cosa, se prioriza la descripción detallada de cada uno de los elementos, de
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modo que los contenidos que hay que aprender se convierten en largos inventarios
que memorizar.
No estamos diciendo que la ciudad de Buenos Aires sea lo mismo que la ciudad
de San Pablo, sino que podemos entender ambas y a otras si nos posicionamos en
un enfoque que permita explicar, en este caso, las particularidades de la dinámica
de las ciudades latinoamericanas en conjunto.
La geografía escolar de tradición francesa, que se pretende neutra, oculta
conflictos, contradicciones y cuestiones problemáticas. Presenta un mundo en
armonía, de folleto turístico, cuando el rasgo más saliente sobre la superficie
terrestre es la complejidad de las manifestaciones que tienen lugar en el territorio y
los conflictos dados por la diversidad de intereses, racionalidades y formas de poder
puestas en juego.
Llegados a este punto cabe la pregunta: ¿cuál es, entonces, el lugar de la
geografía en la escuela? ¡Por qué y para qué vale la pena su aprendizaje?
La respuesta la encontramos en el trabajo cotidiano que implica intentar explicar
las transformaciones que ocurren en el mundo real, a través del estudio del
territorio.
La realidad, que es compleja, múltiple y contradictoria nos acerca a diario
situaciones problemáticas que merecen constituirse en objeto de estudio de nuestra
disciplina. La relación entre geografía y el problema de la relevancia de su estudio
puede resolverse al ocuparnos de problemas territoriales actuales. Esto implica
recortar una parcela de la realidad que se presenta como significativa,
trascendente, conflictiva, y estudiarla en sus múltiples dimensiones. De este modo,
los contenidos no vienen dados a priori siguiendo el orden del programa, sino que
serán aquellos necesarios para explicar la situación seleccionada. La clase de
geografía, planteando de este modo el “qué” estudiar, no se convertirá en sinónimo
de incremento de la cultura general, sino que se trata de la delimitación de un
nuevo objeto de estudio. No será un saber por el saber mismo, por el placer de
conocer más, sino trabajar con los chicos en un conocer para intervenir, para
decidir, para cambiar, para criticar.
¿Por dónde empezar? Pensamos que será útil conocer, aunque sea muy
brevemente, las principales corrientes de nuestra disciplina que participaron y
siguen participando del debate teórico-metodológico. Esta panorámica permitirá
situar con mayor claridad el alcance de la renovación crítica ocurrida en los últimos
años. En un segundo momento, analizaremos las distintas visiones de la relación
naturaleza-sociedad que han prevalecido en cada una de las grandes corrientes del
pensamiento geográfico.
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Así como las formas cambian en el mundo real, las concepciones también lo
hacen. Queremos decir que los conceptos no son eternos, sino históricamente
construidos. En tal sentido, analizaremos ahora, por ser una relación fundamental
en la geografía, distintas visiones de la relación naturaleza-sociedad que han tenido
lugar a lo largo del tiempo.
En el transcurso de la historia de nuestra disciplina, el concepto de la relación
naturaleza-sociedad ha ido modificándose.
En algunos momentos el peso estuvo en lo natural exclusivamente; en otros, en
una relación asimétrica donde la naturaleza imponía sus condiciones al hombre; en
otros, en una relación de mayor control por parte de los hombres, y así
sucesivamente. Podemos sintetizar las diferentes posturas, aun con riesgo de caer
en cierto esquematismo, del siguiente modo. Según Vila Valenti (1984):
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La geografía, junto con las otras materias del área, tiene como objetivo analizar,
interpretar y pensar críticamente el mundo social. Por ello, le cabe a nuestra ciencia
la tarea de comprender cómo se articulan históricamente la naturaleza y la
sociedad, pues las distintas formas de organización espacial son el resultado del
particular modo en que las sociedades en determinados momentos históricos se
relacionan con la naturaleza, transformándola según sus necesidades e intereses.
La geografía utiliza marcos referenciales, conceptos, contenidos, metodologías y
técnicas para llevar adelante sus tareas. En algunos casos, toma de otras
disciplinas sociales y naturales sus respectivas formas de abordaje de la realidad, y
en otros, opera con categorías intelectuales e instrumentales que le son propias.
Es nuestro propósito presentar ahora algunos conceptos y argumentaciones
teórico-metodológicas de la disciplina. Entre muchos posibles de ser elegidos,
seleccionamos los que siguen pues entendemos que la capacidad de análisis y
explicación que ellos permiten es muy potente.
El espacio producido
El espacio no es una cosa ni un lugar donde las cosas están, sino que “es un
conjunto de cosas y relaciones juntas” (Santos, 1988). Está formado por dos
componentes que se integran continuamente: un conjunto de elementos naturales,
más o menos modificados por la acción humana, y un conjunto de relaciones
sociales, que definen una sociedad en un momento dado.
Esto supone diferenciar entonces un aspecto más estructural y otro más
dinámico, respectivamente. Las distintas combinaciones sobre el territorio de los
elementos naturales y artificiales dan como resultado determinadas configuraciones
espaciales. En cada momento histórico varía el arreglo de los objetos sobre el
territorio, y son las condiciones económicas, sociales, culturales y políticas las que
en cada momento histórico le dan significados distintos. Como estas condiciones se
hallan en perpetuo cambio, el espacio también se transforma a ese ritmo, y los
cambios cuantitativos y/o cualitativos que sufre van marcando las especializaciones
de cada uno de los lugares.
Los diferentes modos en la utilización del territorio significan una valoración
distinta de la naturaleza; esto significa que la relación naturaleza-sociedad se juega
de un modo particular en cada caso. “Cada lugar tiene un papel, un valor” (Santos,
1988). A la hora de analizar cuál es ese papel, intervienen elementos de la
naturaleza, una sociedad que los valora y apropia y una intencionalita que orienta
esa acción.
Naturaleza y sociedad no pueden entenderse como dos entes independientes
sino articulados permanentemente, y son las leyes sociales las que sobreconstruyen
a las naturales (Coraggio, 1988). En este proceso de valorización del espacio
distinguimos las siguientes fases: apropiación de los medios naturales, creación de
una naturaleza artificializada, apropiación de ella, creación y apropiación de formas
espaciales (Moraes, 1987).
Las formas espaciales resultan entonces como correlatos de las relaciones de
producción vigentes en la época en que fueron creadas y, a la vez, tienen funciones
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propias del presente. Interesa el análisis de las funciones actuales que tienen las
distintas formas espaciales, porque es el uso social el que les da significado.
La base natural se va modificando por masas de construcciones e inversiones de
todo tipo que, en distintos momentos históricos, se van depositando sobre la
superficie terrestre. Esta transformación se lleva a cabo a través de las distintas
fases del proceso productivo (producción, circulación, distribución, consumo). Ellas
quedan cristalizadas en las formas espaciales; por lo tanto, la división territorial del
trabajo resulta un concepto básico para entender cómo se organiza un espacio.
Este concepto cambia históricamente, pues, por ejemplo, la división del trabajo de
la época colonial no es la misma que la actual. No podemos seguir hablando de
países exportadores de materias primas y países industrializados como eran
entendidos para el siglo XIX, pues hoy básicamente las relaciones comerciales se
hacen centro-centro, quedando la periferia excluida del intercambio. Por lo tanto,
estudiar la actual división territorial del trabajo es un punto clave para interpretar el
mapa del mundo de hoy.
El paisaje transformado
“Es todo aquello que vemos, que nuestra vista alcanza” (Santos, 1988). El
conocimiento del paisaje está muy ligado a la percepción que de él tenemos, pues
no es el mismo paisaje el que aparece desde el nivel del suelo que desde un balcón,
o el registro que tiene un niño rural y otro que vive en el medio urbano. No sólo
depende del punto de referencia que tomemos sino de la selección que el
observador realiza cuando observa. Se trata, pues, de superar los aspectos
fenomenológicos (lo visible, lo observable, el modo como el fenómeno se presenta)
para llegar a “captar su significado”.
Mucho de ha hablado de la diferencia entre paisaje natural y paisaje cultural,
humanizado o artificial. Recuperando algunas ideas que tratamos anteriormente,
podemos decir que el paisaje natural hoy día prácticamente no existe, pues ha sido
transformado por el hombre, constituyendo entonces el llamado paisaje artificial.
Cuando más compleja y con mayor grado de desarrollo es la vida social, más
artificial es el paisaje. Ya dijimos que en los últimos 50 años el mundo ha “fijado”
gran cantidad y diversidad de objetos atornillándolos a la superficie terrestre. Las
ciudades son el mejor ejemplo de esto: selvas de hormigón, cemento, acero y
vidrio.
Los paisajes cambian en la medida en que desaparecen cosas, aparecen cosas
nuevas y permanecen otras. Estos cambios dejan marcas de los distintos
momentos históricos. Pueden ser de tipo estructural, por ejemplo el nuevo trazado
de una línea de subterráneos, la remodelación de zonas costeras, etcétera.
También hay cambios de tipo funcional, por ejemplo, el microcentro al mediodía y a
la medianoche; un área de parques recreativos un día jueves y un día domingo,
etcétera.
Es interesante cómo en los paisajes podemos rastrear objetos pertenecientes a
distintos momentos; se habla entonces de “el tiempo materializado en paisajes”
(Moraes, 1987).
Desde la realidad se extraen los elementos para pensar el mundo. Aquí el papel
de la observación es clave para percibir cómo se presentan los fenómenos, que
aspecto tienen. Ya dijimos que no podemos quedarnos con sólo describir lo visible,
lo fisonómico, pues “lo que se ve y lo que no se ve forman una unidad que debe ser
explicada” (Bagú, 1970). Es importante tener en cuenta que la observación directa
no devela la esencia y el significado de esa realidad observada. Para comprenderla
y poder explicar su estructura y cómo funciona, debemos pasar a una construcción
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Podemos comparar dos ciudades a través del número de viajes diarios que se
hacen, si tiene o no aeropuerto y subterráneos, el movimiento del correo, el
número de aparatos de TV y computadoras la cantidad y origen de periódicos y
revistas que circulan: realizar esta tarea es indagar el presente de ambas.
Ya vimos cómo una forma espacial contiene tiempos distintos y también remite a
escalas de análisis diferentes. Los conceptos de mundialización y globalización
ayudan a captar el significado de cada parte y armar el rompecabezas del mundo
actual.
Mundialización y globalización
Por ejemplo, la pasada Guerra del Golfo fue seguida por todos los ojos del mundo a través
de una sola mirada. Un banco de datos de importancia tiene usuarios en más de 30 países.
A través de una videoconferencia es posible un inmediato encuentro internacional sobre
cualquier tema, en el cual los participantes no necesitan moverse de sus casas. Los
tendidos de redes de cable de fibra óptica aumentan cientos de veces la capacidad de
transmitir información. Una baja pronunciada de las acciones en la Bolsa de Tokio puede
arruinarle el desayuno a un inversor en Nueva Cork (Landesman, 1991).
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Un efecto de las nuevas tecnologías […] es aumentar la distancia social entre quienes
tienen acceso a ellas y las usan y quienes no. En vez de sociales unificar el planeta y
convertirlo en una aldea global, han reemplazado las barreras del tiempo y del espacio por
barreras de acceso, privilegio y capacidad. […] Cada ola adicional de nuevas tecnologías
[…] refuerza esas barreras, convirtiendo a quienes viven en un mismo país –e inclusive en
la misma ciudad- no sólo desconocidos sino extranjeros el uno para el otro (W. Barnett
Pearce, 1992).
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también comprende a otros agentes situados fuera de ese subespacio y sin cuya
intervención no se podría reconocer ni evaluar adecuadamente tal proceso. Las relaciones
entre agentes así planteadas vinculan unidades de decisión dentro de una actividad
central, en la que los agentes producen insumos para otro u otros hasta que por último el
producto final entre en el ciclo de consumo o la inversión, dentro o fuera de la región
analizada (Rofman, 1983).
Reflexión final
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BIBLIOGRAFÍA
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