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En 1975, con veinte años, tuve mi primera cámara fotográfica.

Era una Yashica Electro 35, que


ahora recuerdo con gran cariño, pues, además de ser muy compacta y manejable, tenía un
objetivo con una distancia focal de 45 mm y una alta luminosidad de f/1.7, que le permitía
afrontar con éxito condiciones de poca luz. Con un enfoque manual, en el disparo tenía
prioridad la abertura del diafragma; así, la cámara elegía la velocidad de obturación más
adecuada, que teniendo en cuenta que oscilaba entre 1/500 y 30 s, permitía trabajar en
condiciones de luz muy variadas, siempre con mediciones muy exactas y ajustadas. Después de
ella vinieron otras, ya réflex, con objetivos intercambiables; más tarde los teleobjetivos, los
objetivos zoom, la cámara de formato medio y la era digital, con la revolución que ha supuesto
en la técnica fotográfica.
Desde mis primeros pasos en la fotografía sentí atracción por retratar a las personas, por
documentar sus diversas actividades cotidianas, su trabajo o, en una palabra, su vida. En los
años 1976, 1977 y 1978, yo era un joven estudiante de arquitectura de entre veintiún y
veintitrés años, que me escapaba a los pueblos siempre que podía por mi temprano interés
por la arquitectura tradicional, pero que, cuando veía personas trabajando, me paraba a
charlar con ellas, y si accedían, les hacía unas fotos.
La razón que me empuja a ir publicando ahora alguna de estas fotografías es el hecho de que
considero una obligación hacerlo, creo que se lo debo a las personas que un día me posaron
para ellas. Muchas de las personas que protagonizan estas imágenes tenían una edad
avanzada en aquel momento, de manera que, dado el tiempo transcurrido, es razonable
pensar que ya han fallecido. En las fotos ellas están absolutamente presentes, sonríen, miran a
la cámara con intensidad o realizan sus trabajos y tareas domésticas, en instantes que la
fotografía detiene e inmortaliza. Vivieron, y estas fotografías recogen una parte de su
recorrido vital, que no puede ser silenciado, sino que debe ser compartido. Por otra parte, la
transformación social de estos años hace que estas fotos bien puedan ser parte de un fondo
de la memoria etnográfica y cultural de nuestra región, que documente modos de vida que
paulatina e inexorablemente han ido desapareciendo.

YASHICA Electro 35
Sr. Amador, Carrascal (Zamora), 1977.

Sr. Amador, Carrascal (Zamora) 1977.


En 1977 visité Pino del Oro (Zamora). Allí me encontré a un hombre que estaba preparando las
vacas para comenzar a arar, acompañado de un anciano; imagino que eran padre e hijo,
aunque nunca lo aclaré. Al ver mi interés por su trabajo, el hombre mayor se ofreció a arar él
mismo, de forma que así yo pudiera hacerle unas fotografías. Aún recuerdo su maestría y
dominio absoluto de la labor, su total control del arado que dirigía con mano firme, en la que
no flaqueaban las fuerzas y de la que fluía el movimiento con una armonía natural, resultado
de toda una vida de dedicación y amor por su trabajo. Una verdadera lección de destreza sin
necesidad de fuerza física, basada en la experiencia, el conocimiento acumulado y la
comprensión del comportamiento de los animales de los que se servía.

Pino del Oro (Zamora) 1977.

Pino del Oro (Zamora) 1977.


Sr. José y Sra. María, San Martín de Castañeda (Zamora). 1978.

Sr. José y Sra. María. San Martín de Castañeda (Zamora). 1978.


Sra. Aquilina, San Salvador de Palazuelo (Zamora). 1977.

Sra. Pepa, San Salvador de Palazuelo (Zamora). 1978.


Sra. Graciela, San Salvador de Palazuelo (Zamora). 1978.

Sr. Ángel, San Salvador de Palazuelo (Zamora). 1978.


Sr. Francisco, San Salvador de Palazuelo (Zamora). 1978.

San Salvador de Palazuelo (Zamora). 1978.


Una vez uncidas las vacas, la ida y el regreso del lugar de laboreo se hace con la reja del arado
apoyada sobre el yugo, y la esteva sobresaliendo entre las cabezas de los animales a modo de
vela o mástil. Mientras, la lanza arrastra por el suelo sobre su lado cortado en bisel, como se
aprecia en la fotografía, en la que se vislumbra el rastro que la lanza va dejando en la tierra,
que se superpone a otros surcos marcados por las yuntas del resto de la comunidad.

San Ciprián de Sanabria (Zamora). 1981.

Los hermanos Sr. Ramón y Sra. Pepa, San Salvador de Palazuelo (Zamora). 1978.
Sr. Baldomero, San Justo (Zamora). 1981.

Santiago de la Requejada (Zamora). 1978.


Sr. Salvador y Sra. María, Sotillo de Sanabria (Zamora). 1984.

En 1984, viajaba siempre que podía a Sanabria, para dibujar e intentar conocer lo mejor
posible su arquitectura. Visitaba los pueblos y recorría todos sus rincones con vistas a la
preparación de mi futura tesis doctoral, finalmente realizada y publicada. La forma de los
asentamientos en la comarca es muy característica: dispersa, y con espacios agrícolas y de
labor entre las edificaciones; en los pueblos alternan edificios de viviendas con pajares y otras
construcciones agrícolas, además de eras y huertos. Para conocer y comprender un lugar, es
necesario meterse por todos sus recovecos, pues con frecuencia ocurre que, a la vuelta de un
recodo, donde parece que termina la aldea, existe otro barrio o algunas viviendas aisladas de
enorme interés. Recorriendo estos asentamientos es posible observar cómo, rápidamente, se
pasa de espacios de dominio público a otros privados, prácticamente sin solución de
continuidad, ni límites físicos; existen áreas privadas donde se localizan viviendas, totalmente
alejadas del espacio público. Eso me ocurrió en Sotillo de Sanabria, un pueblo de gran interés
arquitectónico: en una parte de su núcleo pasé desde la calle a una era interior, un gran
espacio abierto entre las edificaciones, que evidentemente pertenecía a un dominio privado,
pero carecía de cualquier límite físico que lo separara del ámbito público. En dicha era se
localizaba una magnifica casa, con galería acristalada y corredor, que daba a un patio interior y
se encontraba en su integridad dentro del dominio interior. Al interesante conjunto le dediqué
varios dibujos, tanto en perspectiva, como en planta y alzado, que aparecen reproducidos en
mi libro dedicado a la arquitectura de Sanabria. En una de las visitas que realicé al lugar me
encontré al matrimonio propietario trabajando sentado en el corredor; ellos, en vez de
sentirse molestos, preguntarme cómo había llegado hasta allí y reprocharme mi intrusión, me
recibieron muy afablemente, con cortesía y hospitalidad, seguramente contentos de que un
extraño los visitara; hablamos y accedieron a que realizara unas fotos. El hombre tenía una
minusvalía en una pierna, que seguramente le había impedido el trabajo en el campo y
obligado a desarrollar otras habilidades. Por ello, en la foto se ve su bastón en primer plano. Se
veía que era un hombre dotado de una especial inteligencia, que en aquel momento estaba
fabricando unas botas, que ya habían adquirido mucha forma; mientras tanto, a su lado, la
mujer pelaba unas patatas. Siempre he recordado la imagen de equilibrio que trasmitían y la
fina vivacidad que reflejaban sus rostros.

Sr. Ángel, Sotillo de Sanabria (Zamora). 1981.


Desde mis primeros pasos en la fotografía sentí atracción por retratar a las personas, por
documentar sus diversas actividades cotidianas, su trabajo o, en una palabra, su vida. En los
años 1976, 1977 y 1978, cuando se realizaron la mayoría de las fotografías aquí publicadas, yo
era un joven de entre veintiún y veintitrés años, que me escapaba a los pueblos siempre que
podía, por mi temprano interés por la arquitectura tradicional, pero que, cuando veía personas
trabajando, me paraba a charlar con ellas, y si accedían, les hacía unas fotos. No me cabe
ninguna duda de que las mejores fotografías de esta colección que estoy publicando son el
resultado de un encuentro fortuito y una conversación casual, que propiciaron una mirada a
corta distancia, una fotografía de las cosas y las personas tal como las vemos nosotros, sin
ayuda de un teleobjetivo. En la imagen resultante el propio fotógrafo forma parte de la escena,
aunque lógicamente no se le vea, pero es evidente su presencia en complicidad con los
personajes retratados, los cuales dirigen su conversación y su mirada hacia él. Recuerdo
intensamente los momentos compartidos con ellos, llenos de anécdotas y de bonhomía. Por
ejemplo, la pareja que posa frente a las vacas uncidas al arado, que no eran matrimonio, como
podría deducirse de la pose que adoptaron en el retrato, sino hermanos. Después de hablar
con ellos y de realizar las fotos, me ofrecieron de la comida que llevaban como refrigerio en su
trabajo. Yo nunca había comido tocino antes ni lo he hecho después de aquella ocasión, pero
me lo ofrecieron con tanto afecto y tanta verdad, que ¡¿cómo rechazarlo?! Lo comí con gusto y
pasados tantos años recuerdo ese instante con la misma intensidad y cariño de entonces.

Sr. Francisco, San Salvador de Palazuelo (Zamora). 1978.


Sra. Manuela, Carbajales de Alba (Zamora). 1978.

El rostro de la Sra. Manuela demuestra el daño que causan en la piel el duro trabajo y la vida al
aire libre, aunque acaban por aumentar la expresividad y la emoción que transmite su
semblante. La pose, que ella misma adopta para el retrato, tiene un porte clásico y gran
dignidad, donde las manos, con su posición lateral, crean variedad a la rígida simetría del
conjunto; además, son el contrapunto imprescindible para la cara y la densa mirada de ojos
acuosos.
San Martín de Castañeda (Zamora). 1978.

San Martín de Castañeda (Zamora) 1978.


San Martín de Castañeda (Zamora). 1978.

Sr. Francisco, "Sico", Riomanzanas (Zamora). 1995.


Sr. Antonio, "El tío aire", Ribadelago (Zamora). 1975.

Santiago de la Requejada (Zamora). 1978.


Las fotos de los pastores suelen ofrecer siempre un encuadre paisajístico, dado el estrecho
contacto con la naturaleza en el que desarrollan su trabajo, con su continuo deambular con los
rebaños por los barbechos, el borde de los ríos, los valles e, incluso, atravesando pueblos al
inicio o al final de la jornada. En las fotos están presentes las nubes sobre sus cabezas como
enormes bóvedas envolventes, los cielos encapotados, amenazantes de tormenta, o los grises
plomizos, que les hace salir siempre provistos de paraguas para afrontar las inclemencias del
largo día que tienen por delante. Siempre acompañados de sus inseparables perros, ofrecen
imágenes muy pintorescas.

Los Pisones (Zamora). 1977.


Sr. Carlos de Almendra, fotografiado en las inmediaciones de Fermoselle (Zamora). 1980.

El Sr. Paco, Villaveza de Valverde (Zamora). 1978.


San Salvador de Palazuelo (Zamora). 1978.

Sr. José María, "El Aloriano", Fermoselle (Zamora). 1980.


Cuando preparaba los libros de la arquitectura popular de Sanabria y de la casa en las Tierras
de Alba y Aliste, recorría los pueblos fotografiando y dibujando todo aquello que veía de
interés. Uno de mis objetivos era entrar en las casas, para comprender cuál era su disposición,
y si era el caso, dibujar las plantas que permitieran un correcto estudio. La labor no era fácil,
había que hablar mucho con los dueños de las viviendas para que accedieran a dejarme
franquear su hogar, aunque seguramente no entendían qué es lo que buscaba exactamente.
Siempre agradecí mucho la colaboración de las personas; pensaba en mí mismo, en abrir la
puerta a un desconocido que va a estar durante algunas horas en el interior, va a mirar todos
los rincones, midiendo cada detalle. En aquellos años era una decisión arriesgada y generosa,
creo que hoy sería casi imposible, abrir así las puertas de nuestro hogar. Hubo muchas
personas que lo hicieron; gracias a su generosidad y su confianza en el prójimo, pude entrar y
dibujar casas que ahora están publicadas, y todos podemos aprender de ellas y así mantener la
memoria de un modo de concebir la arquitectura y en concreto el espacio doméstico. Nuestro
agradecimiento y recuerdo deben ser intensos; muchas gracias a todos ellos.

Sra. Feliciana, San Juan de la Cuesta (Zamora). 1988.


La señora de la fotografía fue una de las que me permitió pasar a su casa, no conservo su
nombre, pero sí el recuerdo de su generosidad. La casa era espléndida, con un magnífico
trabajo en piedra y madera en el exterior, con buenos acabados de carpintería en su interior.
En los últimos tiempos de la campaña de levantamientos de planos en Sanabria tuve una
ayuda inesperada. Jesús Ignacio San José Alonso había comenzado a realizar su tesis doctoral
sobre la arquitectura religiosa de la comarca; viajábamos juntos y nos ayudábamos
mutuamente sujetando el uno el extremo de la cinta de medir al otro. Lógicamente, Jesús se
ponía en contacto con los sacerdotes para concertar una cita y poder visitar y dibujar las
iglesias. Con uno de ellos tuvimos una anécdota curiosa; era un joven que acababa de finalizar
sus estudios y aquellos pueblos sanabreses eran su primer destino pastoral. Al comprender la
situación de nuestro trabajo, él mismo se ofreció: ¿queréis que os anuncie en misa?, por
supuesto yo acepté encantado. Los domingos, según la ruta que nosotros hacíamos, en el
pueblo correspondiente, al finalizar la misa y antes de la bendición debía decir algo parecido a
esto:
- Durante la semana van a venir dos arquitectos que están haciendo un estudio sobre las casas
antiguas. No son de Hacienda, ni del Catastro, podéis ayudarles sin ningún problema.
Esto fue mano de santo (nunca mejor dicho), cuando llegábamos al pueblo, la gente al vernos
nos preguntaban:
- ¿Son ustedes los arquitectos que ha anunciado el Sr. cura? Vengan a ver mi casa, que es muy
antigua.
¡! ¡Tenía que seleccionar qué casa quería dibujar!

Sra. Feliciana, San Juan de la Cuesta (Zamora). 1988.

Aquel sacerdote nos facilitó mucho el trabajo. Mi agradecimiento y recuerdo también para él.
Con esta fotografía y esta anécdota quiero rendir homenaje a las personas que
verdaderamente están detrás de las estudios de arquitectura popular, que colaboran
generosamente, incluso, y esto es muy importante, sin comprender los intereses de las
personas a las que ayudan.
En muchas casas tradicionales el paso del interior al exterior no es rotundo, suelen existir
espacios de transición, abiertos pero techados, que hacen de filtro intermedio; además suelen
comunicar con el corral, que, aunque abierto, sigue perteneciendo al mundo privado. La
relación entre el interior y exterior, entre lo privado y lo público aumenta en complejidad con
la inclusión de estos espacios filtro, en los que se prolongan algunas de las actividades de la
casa. Este es el lugar donde posa la Sra. Cancionila; la naturaleza del lugar se descubre gracias
a luz, que, tras reflejarse en el exterior, en el suelo del patio, iluminaba de abajo arriba la
figura, efecto especialmente visible en el rostro. La silla y la palancana indican el uso
doméstico, pero la ausencia de más enseres nos hace ver que el lugar es un complemento del
espacio vital del hogar.

Sra. Cancionila, Arrabalde (Zamora). 1982.


Sr. Pablo, Fornillos de Aliste (Zamora). 1997.

Entrar en las casas y dibujar las plantas siempre es un gran esfuerzo. Primero hay que recorrer
todos los espacios, entender perfectamente cómo es la configuración del conjunto; al mismo
tiempo se deben ir trazando los croquis y tomar todas las medidas necesarias. También hay
que estar muy atento a los replanteos irregulares, e intentar captarlos adecuadamente con
una triangulación cuidadosa. Es un proceso que necesita varias horas de trabajo en el que
invado la vivienda, mientras, el propietario asiste impasible y bastante perplejo a todo el
proceso, dejando pasar el tiempo y paralizando todas sus actividades.
En algunos de los viajes de trabajo para el libro de la casa en las Tierras de Alba y Aliste me
acompañó mi padre, al que recogía en Zamora, y en alguno en concreto un tío que vivía en
Carbajales de Alba, al que también pasaba a buscar. Así ocurrió en mi viaje a Fornillos de Aliste,
la compañía de ambos fue un refuerzo fundamental en el tiempo en que yo trabajaba, pues
ellos establecieron una animada conversación con el propietario. En la foto aparece el señor
Pablo, creo que así se llamaba, aunque no estoy seguro, hablando con mis familiares mientras
esperaba el fin de mi labor.
Siempre he recordado a este señor muy especialmente, con mucha admiración y respeto, por
una reacción que tuvo al final de mi trabajo. Acostumbro a preguntar el nombre del
propietario y anotarlo en los dibujos, es un modo de personalizar las casas, de que existan, con
la entidad de los dueños avalando sus espacios íntimos. Así procedí en esta ocasión y su
respuesta fue sorprendente: ponga el nombre de mi abuelo, la casa era suya, se llamaba Pablo
Pastor Porto. Obedecí su voluntad y con este nombre aparece en el libro de Alba y Aliste en las
páginas 414-419.
En una época como la nuestra dominada por la individualidad, del yo, yo y yo por encima de
todo, de aparentar, figurar, de querer ser los protagonistas … un hombre sencillo y cabal, da un
paso atrás y homenajea a sus mayores: quiero que en el futuro libro figure su nombre. Una
persona que por su edad ya debía ser abuelo, que hacía tiempo sus mayores debían haber
fallecido, los quería recordar y hacer de algún modo protagonistas. Me pareció emocionante y
absolutamente admirable su gesto.
Su actitud en la foto ya demuestra este talante, con una personalidad común en muchas
personas del mundo rural: con los brazos cruzados sobre el regazo, en actitud humilde,
sencilla, contenida, de respeto y atención al interlocutor, de máxima discreción en sus
ademanes y reacciones.
Hoy quiero que el protagonismo sea para él, para el señor Pablo de Fornillos de Aliste.
Sotillo de Sanabria (Zamora). 1982.

Los primeros pueblos que recorrí de la comarca de Sanabria, cuando comenzaba a pensar en el
estudio de su arquitectura, son los que me han dejado un mayor recuerdo, lo cual es lógico,
pues les dediqué más tiempo, observando todo con mucha atención, disfrutando de cada
detalle que descubría. Uno de ellos fue Sotillo de Sanabria, lugar que visité repetidamente y en
el que me encontraba muy cómodo; ha sido y es un entorno muy especial para mí. Algunas de
estas visitas se prolongaron durante dos o tres días, por lo que me alojaba en Puebla de
Sanabria y desde allí me dirigía a Sotillo a trabajar. Tengo magníficos recuerdos y anécdotas de
allí; como cuando estaba dibujando sentado en la calle, en la silla plegable que llevaba para
este fin; después de un tiempo de realizar mi trabajo, la dueña de la casa de al lado se me
acercó, me dio una manzana y una pera diciendo: “toma hijo que estás fuera de casa, y nunca
se sabe lo que puede pasar”. Cuando dibujas varias horas en la calle las personas que te
observan valoran tu esfuerzo, simpatizan contigo e intentan ayudarte. Un gran detalle el de la
señora y un gran recuerdo, lamento no tener ningún documento gráfico para ilustrar el
momento, pertenece únicamente al inestable ámbito de la memoria.
Al visitar en muchas ocasiones el pueblo de Sotillo de Sanabria hice muchas fotos, a veces de
los mismos edificios en distintas fechas, que, aunque yo sabía que esa foto ya la había hecho,
no podía negar que la nueva aportara algo mejor, por la luz existente o por un nuevo
encuadre. Algo de eso pasó con la foto que reproduzco, la repetí prácticamente igual con dos
años de diferencia entre ellas. Ambas muestran la entrada, construida con tres grandes piezas
de granito, con la puerta abierta y las llaves colgadas en el exterior. Si en un intervalo de
tiempo tan grande, la disposición es idéntica, quiere decir que ese era su estado cotidiano, que
la puerta permanecía abierta demostrando una confianza absoluta hacia el prójimo, pues en la
vida tranquila del pueblo todos se conocen y no hay ningún temor. Únicamente en los
primeros momentos de la visita del forastero que recorre todos los rincones haciendo
fotografías, puede existir cierto recelo, que desaparece con el discurrir de las horas y las
sesiones de trabajo.
Sin embargo, existen dos diferencias fundamentales entre ambas fotografías: la presencia de la
dueña de la casa y los jamones colgados del techo (que serían unas buenas razones para una
visita), motivos que hacen que esta segunda foto sea la elegida. La primera imagen la
incorporo en el primer comentario.
Vista ahora, esta imagen con la señora en el interior, me parece que tiene muchas
posibilidades, recuerda mucho a las pinturas holandesas del siglo XVII, con los interiores
domésticos y figuras que se mueven en espacios dominados por la perspectiva. Quizás podría
haber sacado más partido de la escena, pero mi preocupación en el momento era otra.
Lástima no poder estar a todo. En el segundo comentario añado una imagen de referencia.

Sotillo de Sanabria (Zamora). 1980.

Una pequeña broma para los tiempos que nos ha tocado vivir. Lo dice la protagonista de la
fotografía: Como en casa, en ningún sitio.
Quintana de Sanabria (Zamora). 1984.

La imagen muestra un doble dintel en un conjunto de puerta inferior y ventana superior,


situado en una magnífica fachada con regulares sillares de granito. Destaca el cuidado y
estudiado despiece de los bloques que lo componen, organizados para que los esfuerzos que
tienen que soportar se dirijan hacia los laterales, no a la pieza principal del dintel, que alcanza
los tres metros de longitud, con una luz central de dos metros veinticinco centímetros.
En el dintel de la ventana superior aparece una cruz tallada en bajo relieve, rodeada por
decoraciones que simulan un arco de medio punto que la envuelve, a los que se añaden
lateralmente dos arcos más, con su forma ligeramente rebajada y colocados verticalmente, en
realidad son un paréntesis, con los signos cambiados de orden, abiertos en vez de cerrados )(.
Es un magnífico ejemplo del nivel alcanzado por los canteros en el diseño de portales, que
merece ser estudiado y conservado. Es una lástima que no lo entiendan así las compañías
encargadas del tendido de los cables, y el propio operario que coloca la línea, algo común en el
medio rural. La falta total de respeto ha provocado que el cable pase por encima de la cruz, y
tres de sus ganchos estén clavados directamente sobre el bloque donde está tallada.
Circunstancia que impide disfrutar adecuadamente de este magnífico trabajo.
Destaca en la foto superior la actitud risueña del propietario asomado a la rígida ventana
cuadrada. Es un buen contrapunto a la severa arquitectura, a la vez que marca una escala que
permite apreciar el verdadero tamaño de las piezas que componen tan singular pórtico.
Valer (Zamora). 1980.

En el mundo rural la casa siempre ha sido mucho más que una vivienda; convertida en el lugar
donde se habita y trabaja, ella alberga todas las actividades vitales. En ella había un lugar para
los animales domésticos, otro para los enseres de labranza, para almacenar productos de las
cosechas y, en general, para atender un largo repertorio de necesidades. Todo giraba en torno
a ella, por muy pequeña que fuera su superficie. Independientemente del tamaño que
presente, su forma alcanza siempre gran complejidad, consecuencia de estar sometida a
muchos y variados requerimientos funcionales; evidentemente, en ella las exigencias son
muchas más que las que aparecen en hogares localizados en ambientes más urbanos. La
vivienda campesina es el pequeño barco donde se navega, provisto de todo lo necesario para
subsistir; más aún, es el mínimo camarote que debe albergar muy a mano lo imprescindible
para la vida. Cuando se visita su interior, siempre se presenta como un pequeño mundo por
descubrir, lleno de sorpresas ocultas en sus espacios, como el zaguán, la cocina, la despensa, el
horno, la panera, la sala, las alcobas, el sobrado o desván, el patio, la era, el corral, la bodega,
la leñera, el cabañal, la portalada, el pajar, los trojes para el grano, la tenada, las cuadras, los
establos, las pocilgas o cortejas, los gallineros, y, si es el caso, las conejeras y los palomares;
además de espacios intermedios de comunicación con el exterior como portales, corredores y
galerías. Dentro de los muchos enseres de labranza y de trabajo que se guardan en ella,
destaca especialmente el carro, al que generalmente se reserva un lugar bajo techado con fácil
acceso desde la calle. También su presencia es constante en el exterior, en las calles y en las
eras, convertido en uno de los elementos más característicos del mundo rural.

Puebla de Sanabria (Zamora). 1984.


Las Sras. Julia y Claudia, Fermoselle (Zamora). 1980.

Barrio de Olivares, Zamora. 1978.

A Zamora, mi ciudad, a su arquitectura y sus gentes le he dedicado una parte importante de mi


inquietud fotográfica. Durante muchos años he buscado rincones y puntos de vista para mis
dibujos y fotografías de una ciudad muy especial.
Uno de mis lugares favoritos de la ciudad de Zamora para hacer fotografías ha sido el barrio de
Olivares, en concreto la zona de las aceñas y la ribera del Duero. En el verano de 1975 estuve
dibujando en el entorno de la iglesia de San Claudio, entonces disfruté del ambiente del barrio,
en contacto con el río y a la sombra de la catedral. En los años siguientes volví allí muchas
veces para hacer fotos, bien para probar algún elemento de la cámara, bien para observar la
crecida del río o simplemente por el placer de fotografiar. La zona ha cambiado mucho en los
últimos años, pero en los momentos en los que realicé estas fotografías, las aceñas estaban en
ruinas y abiertas; había una absoluta libertad para entrar, saltar entre las piedras y alcanzar su
extremo, ya adentrados en el río Duero. Las vistas desde este lugar eran únicas; hacia la
catedral eran visibles la torre y el cimborrio con el Palacio Episcopal delante; aguas arriba el
puente de piedra, y de frente, en el otro lado del río, la playa de los Pelambres. Sobre todo,
desde allí, la vista del barrio de Olivares era magnífica, tal como muestra la fotografía, con la
iglesia de San Claudio muy próxima al río, la alineación de casas mostrando su fachada a la
ribera, las barcas encadenadas al borde, los caminos muy próximos a la corriente y los
terraplenes que descendían hacia el agua. Era un barrio urbano con un carácter y una escala
rural, dominado por la presencia de la espadaña de la iglesia.

Barrio de Olivares, Zamora. 1977.

En los años setenta la vida llenaba la ribera del Barrio de Olivares, que entonces estaba en su
estado natural: los pescadores con sus barcas, los niños con sus juegos y con los cartones que
recogían y allí acumulaban. Muchos de los que por allí pululaban eran de etnia gitana y mi
presencia con la cámara era motivo para que organizaran grupos que posaban de modo
festivo, sin que yo tuviera que hacer más que dejarme llevar, y documentar su alegría y
desparpajo. En tales fotografías destaca la especial gracia de las gitanillas, que posaban con un
gran encanto, que es el que infunde alma a las imágenes; ellas son las que lucen de un modo
especial.
Sra. Encarnación, San Salvador de Palazuelo (Zamora). 1978.

Quintana de Sanabria (Zamora). 1981.


La vida cotidiana se prolonga fuera de los límites del edificio de vivienda, convirtiendo a la calle
en un espacio de fuerte relación social, y de estancia en muchos momentos del día. El espacio
público vinculado a la casa es el lugar para tomar el sol y relacionarse entre vecinos, de ahí el
esmero con el que se cuida, no solamente manteniéndolo limpio, sino con el añadido de
algunas plantas, que se riegan regularmente. Son pequeños detalles que sirven para
humanizar, para personalizar un pequeño rincón.

Santiago de la Requejada (Zamora). 1978.

Riomanzanas (Zamora). 1995.

No sé porqué, pero me identifico mucho con el protagonista de la foto.


Quintana de Sanabria (Zamora). 1984.

Sotillo de Sanabria (Zamora). 1984.


La imagen muestra la vista de una casa desde la era, espacio comunal situada en el interior de
la agrupación de varias construcciones. Lo mejor de la vivienda es esta magnífica galería
acristalada, colocada mirando hacia el espacio interior, orientada al sur, buscando el mejor
soleamiento. La madera se talla y pinta primorosamente para embellecer ese pequeño rincón,
pero no se verá desde la calle, sino desde el interior privado. Es una muestra más de que la
arquitectura tradicional no busca el “fachadismo” por llamarlo de alguna manera, es decir, la
imagen exterior; la casa debe ser bella en su totalidad para el disfrute de sus moradores, que
la verán toda por igual, independiente de donde se encuentren los diversos elementos, no
únicamente en la fachada pública que comparten con el resto de la comunidad.
Es muy frecuente encontrar magníficos trabajos de cantería y de carpintería en lugares
interiores, casi ocultos, mientras el exterior se resuelve de modo muy austero. Una gran
lección del mundo rural.
En el primer plano de la fotografía aparece el muro de piedra que segrega el espacio
doméstico de la era; detrás avanza la mujer que regresa con el carro tirado por las vacas hacia
la entrada del establo, que se encuentra a la derecha, debajo del tejadillo más bajo que parece
flotar entre las dos construcciones.

Cervantes (Zamora). 1987.


Sra. Ana María, Losilla de Alba (Zamora). 1982.

En la imagen aparece una casa característica de la comarca zamorana de las Tierras de Alba y
Aliste; en ella la dueña, la señora Ana María, posa en el corral delantero del edificio de
vivienda. El gran volumen del horno domina el centro de la fachada, pero lo más característico
es que detrás se encuentra la cocina, que no dispone de ventanas al exterior. La única luz que
alcanza el interior procede de la chimenea, colocada sobre el hogar, lo que hace que estos
espacios sean recintos oscuros y contrastados. Las plantas, alzados y sección de esta casa
aparecen reproducidos en el siguiente libro dedicado a la casa en las tierras de Alba y Aliste:

Báez Mezquita, J. M. – Esteban Ramírez, A. L.: La casa tradicional en las Tierras de Alba y Aliste.
Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo” – Diputación de Zamora – Caja España,
Zamora (2000). (pp. 408-413).

Sra. Juana, Castellanos (Zamora). 1975.


Sr. Fidel, Limianos (Zamora). 1981.

En su conjunto la casa campesina puede ser grande y espaciosa, compuesta por diversos
volúmenes, o, por el contrario, limitarse a una mínima superficie, reducida al máximo en la
parte de vivienda. En todos los casos, sus habitantes demuestran una gran vocación por
extender su actividad fuera de los límites del hogar, por comunicarse con el espacio
circundante. La vida desborda los muros del hogar y se asienta fuera del recinto cerrado de la
vivienda; los corredores, las galerías, los balcones, los porches, los zaguanes, las puertas y la
propia calle se convierten en escenario vital, donde se realizan múltiples actividades
cotidianas, desde trabajos domésticos y artesanos hasta reuniones de vecinos que pasan el
tiempo en animada conversación. El entorno de la casa, la calle, incluso la plaza, son
escenarios donde realizar actividades de intensa relación social.
Villardeciervos (Zamora).1990.

Sra. Evelia, San Salvador de Palazuelo (Zamora). 1978.


El Sr. José, "Palillos" y la Sra. Fernanda, con su hijo Ángel. Fermoselle (Zamora). 1980.

Villarino de Manzanas (Zamora). 1995.


Feria de la Carballeda, Rionegro del Puente (Zamora). 1978.

La feria de La Carballeda en Rionegro del Puente del año 1978 fue la oportunidad para
documentar una exhibición de ganado muy concurrida, con las calles llenas de caballos, mulas
y asnos, por todas partes grupos de personas cerrando tratos de compra-venta; era también
lugar de encuentro de amigos, que aprovechaban para conversar en medio del general trajín.
Se añadían vendedores ambulantes de mercancías diversas y, por supuesto, las pulperas,
ocupadas en cocer en humeantes ollas, partir y servir las demandadas raciones de pulpo. Era
un gran espectáculo, en el que todos estaban tan concentrados en disfrutar de la fiesta, que no
reparaban en el fotógrafo que caminaba entre ellos.

Feria de la Carballeda, Rionegro del Puente (Zamora). 1978.


Sr. Saturnino de Santa Eulalia del Río Negro, Feria de la Carballeda, Rionegro del Puente
(Zamora). 1978.

Feria de la Carballeda, Rionegro del Puente (Zamora). 1978.


Feria de la Carballeda, Rionegro del Puente (Zamora). 1978.

La mujer seguramente ha venido a lomos de su asno desde su pueblo vecino, Ferreras de


Abajo, para disfrutar de la feria y del espectáculo de los cientos de personas allí reunidas. En la
calle convertida en cuadra donde dejar al animal, al que aún sujeta con la cadena, se ha
encontrado con un conocido, con el que se enfrasca en animada conversación. Son los
pequeños momentos que también forman parte del día festivo, instantes detenidos lejos del
bullicio de otras calles donde se acumulan los tratos de venta de los animales, los puestos de
mercancías y de comidas.

Feria de la Carballeda, Rionegro del Puente (Zamora). 1978.


Feria de la Carballeda, Rionegro del Puente (Zamora). 1978.

Feria de la Carballeda, Rionegro del Puente (Zamora). 1978.


Feria de la Carballeda, Rionegro del Puente (Zamora). 1978.

Entre las personas que se encuentran en la feria destaca la pulpera, con su especial elegancia,
que observa su olla en el fuego improvisado entre las rocas, con una pose de espíritu clásico,
que siempre que la observo me parece perfecta.

Feria de la Carballeda, Rionegro del Puente (Zamora). 1978.


En las fiestas, las ferias o en cualquier reunión el espectáculo somos nosotros, los propios
asistentes. Parte del tiempo lo dedicamos a mirar a los demás, ver cómo son, qué hacen. No es
una actitud malsana, es simplemente curiosidad hacia el mundo, poder disfrutar de la inmensa
variedad que ofrece la gente, reconocernos en los demás, saber que formamos parte de un
colectivo, de una sociedad, que no estamos solos, que somos únicos y a la vez iguales a los
demás. Cuando vamos a una fiesta nuestra presencia no es baldía, nos incorporamos al
espectáculo y garantizamos que tal acontecimiento exista.

Feria de la Carballeda, Rionegro del Puente (Zamora). 1978.


Feria de la Carballeda, Rionegro del Puente (Zamora). 1978.

Feria de la Carballeda, Rionegro del Puente (Zamora). 1978.


En la Feria de la Carballeda realicé fotos de los diversos comerciantes ambulantes, entre las
que destacaría la del vendedor de melones y sandías que atiende a una compradora sobre un
fondo en el que se han colado de improviso una niña y su madre con una gran muñeca recién
comprada, o conseguida en una tómbola, escena que finalmente es lo que más me gusta de la
imagen.

Feria de la Carballeda, Ríonegro del Puente (Zamora). 1978.

Feria de la Carballeda, Rionegro del Puente (Zamora). 1978.

Del ambiente festivo y relajado de la feria da testimonio la presente fotografía, con los
guardias civiles encargados de velar por el orden, con su armamento colgado del hombro y su
clásico tricornio a la cabeza. Uno de ellos, con el cigarrillo a medio calar en la boca, bromea
distendidamente con una de las vendedoras.
Ceadea (Zamora). 1980.

El matrimonio formado por el Sr Maximino y la Sra. Antonia está trabajando en su pequeño


huerto en el borde del pueblo. Mientras la mujer atiende a los cultivos, el hombre está
manipulando el “cigüeño”, ingenio utilizado para extraer el agua del pozo, utilizada para el
riego.

Ceadea (Zamora). 1980.


Carbajales de Alba (Zamora). 1977.

Las fiestas de los pueblos y las ferias han sido estupendas oportunidades para captar a muchas
personas en actitudes naturales, absolutamente ajenas a mi actividad fotográfica. Un marco
magnífico para ello me lo ofrecieron las fiestas de Carbajales de Alba con sus espectáculos y
encierros taurinos, que se desarrollan en la misma plaza del pueblo. En ellas se mezclan dos
actitudes distintas del festejo: por una parte, el espectáculo taurino serio y, por otra, el
jolgorio popular; la primera se percibe en el novillero que intenta realizar su faena del mejor
modo posible, formal y concienzudo; la otra, en la libertad con la que los vecinos corren
delante del toro, hacen cortes e intentan agarrarlo e inmovilizarlo. En el desarrollo de la fiesta
hay tiempo para ambas actitudes, si bien en la mezcla gana siempre lo popular, pues domina la
escena un improvisado coso construido gracias a un cercado de tablas y carros, que se halla
abarrotado de público dispuesto a saltar en cualquier momento a la arena.
Carbajales de Alba (Zamora). 1977.

Carbajales de Alba (Zamora). 1977.

La imagen capta el momento en el que los mozos logran agarrar al toro e inmovilizarlo entre el
polvo que todos levantan; instante efímero, pues rápidamente lo soltaran para continuar
haciendo cortes delante de él, intentando establecer un nuevo contacto físico con el animal, y
si es posible, volver a sujetarlo férreamente. La proximidad de esta escena con las tablas
abarrotadas de público hace que los más cercanos sigan la escena con expectación, incluso con
excitación, animando a los protagonistas de la acción, y seguramente tentados de lanzarse
ellos mismos a la arena.
Sr. Emilio, Losilla de Alba (Zamora). 2004.

El Sr. Emilio se dedicó a lo largo de su vida a realizar trabajos de albañilería, que compaginó
con los propios de la agricultura, algo que era normal en el mundo rural, una diversificación
que ayudaba a la economía familiar. Cuando yo preparaba el libro sobre la casa tradicional en
las Tierras de Alba y Aliste, delante de muros de piedra, que él mismo había levantado, me
explicó sus características y muchos de los pormenores constructivos en los que se había
basado. También fue un buen artesano de la madera; en la nueva casa que se construyó había
dejado en planta baja un amplio espacio de gran altura, que podía recordar las antiguas
portaladas de las casas tradicionales, o ser una cochera donde guardar maquinaría agrícola. En
su caso, lo dedicó a taller donde trabajaba la madera. Una alta ventana que daba sobre el
corral iluminaba con luz diagonal descendente el amplio espacio; en el punto donde la luz
llegaba con más intensidad a la parte inferior estaba el banco de trabajo: ni más cerca de la
ventana ni más alejado. Allí posó orgulloso con una de sus obras en las manos, y con sus
ordenadísimas herramientas al fondo; iluminado por la intensísima luz diagonal. En la foto nos
demuestra que el orden, la disciplina y el amor por lo que se hace son la base de cualquier
trabajo.
Rio de Onor de Portugal. 1985.

Las vacas vuelven a casa después de pastar en el campo; el dueño puede retrasarse, ocupado
en alguna faena, pero no hay problema, ellas conocen el camino de regreso y lentamente
avanzan solas hasta llegar a la altura de la casa. Al llegar a su destino esperan pacientes a que
alguien le abra para llegar al establo; también puede ocurrir que en su camino se cruce un
extraño que las desconcierte, al que observan con atención.
Es una escena común y cotidiana, que nada tiene de extraordinario; sacada de contexto resulta
inquietante, con los humanos desaparecidos (quizás confinados) y las calles tomadas por los
animales.

El escenario es Rio de Onor de Portugal situado justo en la frontera con España, inmediato al
pueblo Rihonor de Castilla, ya en la provincia de Zamora.
Sr. Esmeraldo, San Salvador de Palazuelo (Zamora). 1978.

Sr. Fernando, San Salvador de Palazuelo (Zamora). 1978.

El regreso al pueblo con las vacas después de haberlas tenido pastando es un episodio más del
día en la existencia campesina. Ritmo tranquilo de la vida, sosegado, similar al caminar con el
que avanza el ganado; constante en los ciclos y en la repetición de las acciones. Intensa
relación con la naturaleza, con la retina del hombre llena de cielos inmensos, siempre
distintos, suspendidos sobre su cabeza.
Fiestas de San Pedro, Zamora. 1975.

Ángel González, el Tío París de Moveros era el tamborilero que recorría las calles zamoranas en
ferias, amenizándolas con su música. Este interprete había sido protagonista del cartel de las
fiestas del año 1971, con una fotografía de estudio realizada, creo, por el gran fotógrafo Ángel
Quintas. Yo me acordaba perfectamente de él, por eso, en 1975 con mi recién estrenada
cámara fotográfica fui directamente a retratarlo, luchando con el gentío que siempre lo
rodeaba en su deambular por las calles. Creo que fue mi primer carrete con la Yashica Electro
35, un gran recuerdo.
He buscado en internet el cartel con la foto de Ángel Quintas, en el primer comentario lo
incorporo, aunque con muy baja definición.
Sra. María del Carmen de Moveros, Fiestas de San Pedro, Zamora. 1975.

En las fiestas de San Pedro de 1975 hubo demostraciones de trabajos artesanos en la plaza de
Viriato, entre las que destacaban las de alfarería, coincidiendo con la feria de cerámica. La
mujer de la foto creo recordar que era de Moveros, lo confirma que en alguna otra foto
aparece el popular cántaro fabricado en la localidad, y también es posible identificar el
inconfundible barro con el característico tono ocre amarillo muy claro propio del lugar.
Mostraron su personal forma de trabajo, desarrollado por mujeres, arrodilladas e impulsando
el torno con movimientos rítmicos y fuertes de la mano. Así, rápida y milagrosamente, la forma
del cacharro se elevaba ante la asombrada mirada de los espectadores.
Fiestas de San Pedro, Zamora. 1975.

La señora María de Carbellino de Sayago es una de las alfareras que hacía demostraciones de
su trabajo en las ferias de San Pedro de Zamora del año 1975. Sentada en una pequeña silla
trabajaba en el torno bajo, al que iba girando según modelaba el cacharro, en vez de hacerlo
rotar vertiginosamente. El barro que utilizaba tenía un tono blanquecino muy característico.
Mogátar de Sayago (Zamora). 1978.

A finales del verano de 1978 llegó a Mogátar de Sayago un pequeño grupo de teatro, que en
un corral improvisó un pequeño patio de comedias. El acto tuvo un gran poder de
convocatoria entre los vecinos del pueblo, mayores y jóvenes acudieron por igual. Las fotos
que he elegido son aquellas en las que principalmente aparece el público, pues es un
magnífico retablo de expresiones y reacciones ante lo que ocurría en el escenario.

Procesión del Espíritu Santo, Zamora.1980.


De la Semana Santa de la ciudad de Zamora incluyo dos momentos de la procesión del Espíritu
Santo, que desfilaría hoy, Viernes de Dolores. En mis fotos dominan las sombras misteriosas,
que creo expresan el sentir del desfile, que se ve intensificado por las formas borrosas
causadas por el movimiento de las figuras. En la primera de ellas, la escena se desarrolla en el
atrio de la catedral y logra, gracias a las sombras proyectadas, duplicar la presencia del Cristo:
la real en la luz y la proyección de su sombra sobre la fachada del claustro; puede ser una
imagen simbólica de la figura aportando luz y, al mismo tiempo, dominando las tinieblas. Lo
mismo ocurre con los cofrades, a contraluz en negro absoluto en primer plano, y con cierto
movimiento e iluminados al fondo.

Procesión del Espíritu Santo, Zamora. 1980.

Para la segunda fotografía, esperé, con la cámara en el trípode y el obturador abierto, a que se
acercara el Cristo, así capturaría las imágenes fantasmagóricas generadas por el
desplazamiento; finalmente disparé el flash para inmovilizar parte de ese movimiento. El
resultado me resulta sugerente, pero podría ser mejor si la visión fuese más lateral y no tan
frontal, lo que hubiera evitado tanta superposición; a pesar de todo, creo que consigue
transmitir una sensación de inmaterialidad muy acorde con el tema.
Semana Santa de Zamora. 1980.

El Cristo de la Buena Muerte desfila el Lunes Santo en la Semana Santa zamorana. La imagen
representa un formidable atleta, musculoso y bien proporcionado, pero sereno, sin el
dramatismo expresionista de otras figuras que desfilan estos días. En su policromía dominan
los tonos fríos y mortecinos que aumentan el carácter lúgubre de la imagen.

Cristo de la Buena Muerte, Semana Santa de Zamora. 1980.

Como anécdota, en la foto se ve al fondo la figura de un observador; se trata del escultor


Hipólito Pérez Calvo, imaginero y autor él mismo de diversos grupos escultóricos de la Semana
Santa de diferentes lugares. La casualidad quiso que en el momento de hacer la fotografía él
estuviera estudiando con interés la figura del Cristo de la Buena Muerte, adoptando, además,
una posición que continúa la composición en diagonal de la fotografía iniciada por la mano
clavada. Sirva aquí su presencia como homenaje y recuerdo a su trabajo.
Cristo de las Injurias, Catedral de Zamora. 1980.
En los días previos a ser posesionado, el Cristo de las Injurias debe bajarse del altar en el que
se le venera todo el año, para colocarlo en el trono con el que recorrerá las calles de la ciudad.
En esos momentos tenemos la oportunidad de ver escenas pintorescas, pues algunos
hermanos de la cofradía se encaraman y, manejando cordeles y poleas, descienden con sumo
cuidado al Cristo y lo colocan en su nueva ubicación. Es el momento de ver al Cristo muy de
cerca y desde diversos ángulos, lo que permite admirar la calidad de su ejecución.

Cristo de las Injurias, Catedral de Zamora. 1980.

Se trata de una talla excepcional, una auténtica obra maestra de la escultura, en la que
podríamos destacar varias cosas sorprendentes. En primer lugar, la proporción elegida por el
artista es muy esbelta, nada común; representa a un hombre muy alto, lo que idealiza
enormemente la figura y la reviste de un carácter heroico; a su vez se la ha dotado de una
complexión atlética tensada al máximo, con un estudio de anatomía exacto y riguroso, donde
el artista ha demostrado su conocimiento y pericia. El refinamiento de las proporciones y el
alarde anatómico es una muestra de virtuosismo, pero lo aleja de una realidad más cotidiana.
Esto es normal en muchas imágenes escultóricas que forman parte de los desfiles
procesionales; es tal el número de los crucificados así realizados que podríamos pensar que se
ha convertido en un estereotipo o en una necesidad de los escultores. Si recordamos, por
ejemplo, el Cristo pintado por Velázquez, nos damos cuenta de la diferencia tan grande entre
el lenguaje escultórico y el pictórico; Velázquez pinta una figura más humana, más real en su
fisonomía. Por este motivo, el Cristo de las Injurias es asombroso, porque lo admitimos como
una imagen de absoluto realismo, cuando en sus proporciones y complexión claramente es
una figura idealizada. Pero, además, está revestida de un fuerte carácter expresionista, que
hace a la imagen aún más sobrecogedora, pero también sorprendente y contradictoria. Esto es
especialmente manifiesto en el rostro: cuando lo observamos desde el lado izquierdo, que es
la visión más común y preferente, pues su cabeza esta caída sobre su hombro derecho,
muestra una actitud serena, dominada por el dolor; visto completamente de frente, cambia
radicalmente su fisonomía para transformar su expresión en una forma mucho más dramática,
parece otro rostro, con los pómulos muy marcados y con la mandíbula inferior muy caída. En
resumen, es una figura llena de contrastes que admite muchas lecturas, complementarias
entre sí, finalmente unidas en una obra armoniosa. Las fotos del Cristo fueron realizadas con
flash debido a la poca luz del lugar y a la necesidad de captar con rapidez los movimientos; era
necesario para realzar los detalles, que permiten disfrutar de la extraordinaria talla de la
figura, de la calidad de su policromía y de sus elementos realistas, como el clavo que atraviesa
la piel de la frente para reaparecer a la altura de la ceja, otro que desde la corona desciende
por delante de la oreja sin llegar a herirla, o la boca entreabierta, donde destacan el cuidado
torneado de los dientes y el espacio bucal. Su policromía es una obra de arte en sí misma, que
se adapta a la talla escultórica en perfecta armonía y la engrandece.

Cristo de las Injurias, Catedral de Zamora. 1980.


Cristo de las Injurias, Catedral de Zamora. 1980.

Detalle Cristo de las Injurias, Catedral de Zamora. 1980.


Detalles Cristo de las Injurias, Catedral de Zamora. 1980.
Detalle Cristo de las Injurias, Catedral de Zamora. 1980.
Cristo de las Injurias, Catedral de Zamora. 1980.

Salida de la Real Hermandad del Santísimo Cristo de las Injurias, Cofradía del Silencio,
Miércoles Santo. Atrio de la Catedral de Zamora. 1980.

El Cristo permanece, la catedral permanece, los hombres pasan.


Procesión del Santo Entierro, Viernes Santo, Bercianos de Aliste (Zamora). 1984.

La procesión del Viernes Santo en Bercianos de Aliste transmite autenticidad, rebosa de


momentos intensos y muy plásticos: unos cofrades vestidos con blancas mortajas, otros
ataviados con la capa parda alistana y detrás las mujeres de riguroso negro. En mi caso, me ha
deslumbrado la blancura de los sudarios en medio de un paisaje de cielos grises.

Iglesia de San Claudio de Olivares, Zamora. 1977.


San Martín de Castañeda (Zamora). 1976.

San Martín de Castañeda tiene el enorme privilegio de disfrutar como iglesia parroquial del
templo del extinto monasterio cisterciense, perdido en su mayor parte como consecuencia de
las desamortizaciones del siglo XIX. En la fotografía es llamativo el contraste del ambiente rural
con el magnífico marco de la iglesia cisterciense. En la imagen destaca la escena donde un
grupo de mujeres de variadas edades está arrodillado al paso de una pequeña procesión, todas
con un aspecto similar, unitario, ataviadas con toquillas negras, desde las más jóvenes, que
llevan niños pequeños en los brazos, a las de más edad, como la que ocupa el primer plano de
la imagen.

San Martín de Castañeda (Zamora). 1976. Procesión de la Virgen patrona del pueblo, La
Peregrina, que sale el primer fin de semana de septiembre.
Me han preguntado por las cámaras que he utilizado para realizar las fotografías que estoy
publicando en esta carpeta. Todas son anteriores al formato digital actual. La mayoría son
fotografías en blanco y negro en las yo mismo revelaba los negativos; otras son diapositivas, y
un pequeño grupo, las que son cuadradas, están hechas con la cámara de formato medio.
En todas, en vez de utilizar un escáner para digitalizar, las he fotografiado con la cámara digital
en formato RAW y reveladas digitalmente en el ordenador con Cámera RAW y Photoshop.
Las cámaras y sus características son las siguientes:

YASHICA Electro 35
- Diafragma: 1,7 - 16.
- Objetivo: 45 mm.
- Obturador: 30 s - 1/500

CHINON CE Memotron
- Diafragma: 1,4 - 16.
- Objetivo: 55 mm.
- Obturador: 1 s - 1/2000
MINOLTA X-300
- Diafragma: 3,9 - 22.
- Objetivo: 28-80 mm.
- Obturador: 1 s - 1/1000

ZENZA BRONICA. Cámara de formato medio para película de 6x6 cm.


- Diafragma: 4 - 32.
- Objetivo: 110 mm.
- Obturador: 8 s - 1/500

Las dos primeras tenían una gran luminosidad, con objetivos de 1,7, y 1,4 respectivamente.

La cuarta es una cámara de formato medio, en el que la distancia focal no se corresponde


directamente con las de 35 mm. Necesariamente debe ser mayor, con unas correspondencias
entre ellas: Formato 6x6 cm, objetivo de 80 mm: equivale a uno de 50 mm en formato 35 mm.
Un objetivo de 110 mm como es el que tiene esta cámara es un poco teleobjetivo. Obliga a
alejarse un poco del tema, pero a cambio evita las deformaciones de los grandes angulares.
Esta cámara se compra eligiendo las partes: 1. El cuerpo central donde está el obturador y el
espejo. 2. La caja posterior que alberga la película y que puede tener varios formatos (6x45,
6x6 …). 3. El objetivo. 4. El visor que puede ser para sujetar la cámara a la altura de la cintura y
ver a través del cristal esmerilado superior; o como el que aparece aquí con visor ocular para
poder ver con mayor claridad en los exteriores.

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