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Introducción
En las clases anteriores, nos detuvimos a mirar de cerca el complejo proceso de diseño de
instrumentos de evaluación. Pero, ¿qué sucede una vez que los instrumentos se echan a rodar,
abriendo el juego? En esta cuarta clase, la propuesta estará centrada en la posibilidad de poner la
lupa en la configuración de un hacer ineludible cuando tomamos evaluaciones: poner la nota. Para
eso, intentaremos primero desanudar algunos sentidos que se abren toda vez que corregimos, para
arribar, más adelante, hacia algunos supuestos que nos sugieran la posibilidad de pensar la tarea en
otras claves.
El momento de poner la nota es, sin dudas, un momento de tensión en el que nos preguntamos,
indefectiblemente, “¿lo estaré haciendo bien?”, “¿será así como debo hacerlo?”.
El acto de corregir y calificar está anidado en un territorio en el que se cruzan el miedo y la duda, el
cuestionamiento en torno al oficio todo. Y es que una propuesta de enseñanza puede desplomarse,
diluirse o simplemente dejar al descubierto su fragilidad en el preciso instante en que, lapicera o
teclado en mano, tenemos que completar los casilleros que le asignan a cada nombre, un número.
Dijimos en la clase 1, “el momento del examen parece de otro orden respecto al momento de dar
clases; no logra despertarnos las mismas pasiones. A pesar de que todos/as estamos de acuerdo en
que la evaluación es parte central de nuestro oficio, lo sentimos como algo separado, siempre al
final, algo que parece que no podemos elegir, algo que padecemos”.
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Entonces: hemos comprendido que la evaluación es algo que no puede ser entendido, solamente,
como la instancia final de un proceso. Hemos comprendido que evaluar es mucho más que calificar,
que es una instancia que se planifica, como las clases, y que la mirada evaluativa puede ser
entendida como un ejercicio sostenido de registro de información permanente, que ni se agota ni
termina en el examen. Y sin embargo, el cuento se repite. A la hora de poner la nota seguimos
preguntándonos cómo o para qué; seguimos sin poder evitar la desazón y el desconcierto.
La escena en la que se ve una pila de exámenes (virtuales o físicos) acumulándose, esperando a ser
revisados es conocida por todos. Una carga que eludimos, que posponemos hasta que
sencillamente ya no nos queda otra.
La idea del absurdo resulta interesante para interrogar ese malestar que nos pasa por el cuerpo
cada vez que nos toca poner la nota. Hay allí, en el relato del autor, un reconocimiento implícito del
poder que se juega en el preciso instante en que decidimos cómo valoramos y cómo ponderamos el
proceso de trabajo de otro/a.
Y resulta que, muchas veces (¿cuántas veces?) los/as docentes damos vuelta la cara a esa
construcción de la nota que nos involucra, olvidando que en ese acto hay un ejercicio de poder que
nos dota de autoridad y de capacidad de inferencia en la vida de los sujetos que formamos.
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En su contexto original, el de la música, el término absurdo, era utilizado para aludir a aquellos
sonidos que resultan disonantes al oído. En el campo de las letras, algunos autores como Lewis
Carroll, Albert Camus o Franz Kafka han compuesto desde un estilo particular, conocido como
“literatura de lo absurdo”, obras en las que la realidad se invierte, apareciendo como parodia de sí
misma para, desde el humor, el disparate y la ironía, mostrar, denunciar algo de ella.
Volviendo al relato de Pennac, la respuesta absurda podría pensarse, entonces, como aquella que
desafía la lógica de la razón, un disparate que tensiona los límites impuestos entre lo que se
considera correcto y lo que no.
La nota es un bálsamo clasificador que mide, encasilla, estanca, posiciona. Es algo que provoca
angustia pero al mismo tiempo nos tranquiliza, nos da alivio, en la medida en que se constituye
como una valoración que reafirma lo que se considera bien o lo que se considera mal. Y es en esa
demarcación de un límite, de una frontera, donde la nota opera calmando: “Póngame un cero y
sigamos siendo amigos”. “Ya póngame una nota, y listo”.
Nos atrevemos a pensar que el malestar en torno a la calificación es algo difícil de remover
justamente por esto: porque en ella hay algo que, también, alivia. Desarmar esto implicaría,
entonces, asumir el desafío de habitar el vacío.
Por eso, ante la imposibilidad de abordar el disparate, es que damos como errónea una respuesta
absurda. Nuestros esquemas de clasificación (y calificación) vienen a darle vuelta la cara a esa
tensión que provoca en nuestro hacer como evaluadores, en la lógica de la razón, la disonancia.
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tiene lugar, en un entorno sociotécnico particular, en unas relaciones particulares, generando por
tanto efectos reales en las singularidades.
Se trata entonces del poder para medir, clasificar y calificar, pero también del poder para producir
un encuentro libre –entre sujetos y entre estos y el conocimiento– de finalidades externas, un
encuentro a través del cual se entable una conversación profunda a propósito de unos asuntos
señalados como interesantes.
El relato de Pennac cría filo en nuestros haceres cotidianos: evaluar supone asumir con
responsabilidad la función pedagógica de nuestra tarea. Cada vez que eludimos esa responsabilidad
manifestamos el mismo deseo que nuestros “alumnos zoquetes”: la eliminación simbólica del otro
y, al hacerlo, al anular nuestra función pedagógica, nos anulamos a nosotros/as mismos/as en tanto
docentes, trasladando los elementos hacia el terreno de las relaciones personales. ¿Acaso no es esa
también una respuesta absurda?
Explorando diversos enunciados y recorridos, la autora propone no dar por sentadas la fijeza,
inmovilidad y rigidez de la escuela sino más bien considerarla como “el resultado precario y
provisorio del ensamblaje de dinámicas y relaciones heterogéneas” (Dussel, 2018, p.86). “La
dirección de la pregunta, entonces, se invierte: no es ya cómo desestabilizamos la escuela sino
cómo entendemos que ella no es nada estable” (Dussel, 2018, p.86).
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Acercarnos a esa estabilidad provisoria, esa precariedad que se va configurando a partir de haceres
cotidianos, que dan como resultado un ensamblaje vulnerable, es preguntarnos también acerca de
las condiciones para su perdurabilidad:
La evaluación se nos revela, desde esta perspectiva, no ya desde su rigidez y fijeza, sino a partir de
su inestabilidad, como algo sobre lo que tenemos que interrogarnos para pensar “...cómo puede
hacerse para que eso que hace la escuela, o que hace que la escuela sea escuela, perdure” (Dussel,
2018, p.88).
En la evaluación, esta idea cobra algunos ribetes particulares, pues es en ella, precisamente, donde
la ligazón entre trabajo y rentabilidad o utilidad tiene mayor tendencia a fijarse: se estudiaría para
aprobar el examen, se enseñaría para que los/as estudiantes aprueben los exámenes, encontrando
allí la constatación de la eficacia o la insignificancia del trabajo propuesto.
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estudiantes que están todos aprobados, que ya cuentan en nuestras planillas con la nota más alta,
que lo que tienen que hacer ahora es estudiar. Las evaluaciones dejarían de estar constreñidas a su
rentabilidad inmediata (la de la nota) y podrían pasar a ser instancias de conversación profunda
acerca de los asuntos de nuestra materia. Si la nota no puede definirse como el punto de llegada,
en la medida en que un proceso complejo no puede constreñirse a un número, podríamos pensarla
como el punto de partida, lo que nos habilitaría un tiempo para estudiar en tanto un “suspender el
hacer y demorarse en el contemplar” (Larrosa, 2019).
Claro que el ejercicio anterior comporta algunas dificultades cada vez que nos sabemos sujetos
inscriptos en una trama institucional que tiene sus propias reglas del juego, y esto es algo que
tampoco debemos desdeñar como posibilidad para pensar la evaluación desde su dimensión
pública. Pero hay, sin embargo, en ese hacer artesanal y precario, el de poner la nota, algunas
cuestiones para desarmar que nos permitirían pensar la tarea como la configuración de un tiempo
de estudio si prestamos atención a:
El criterio debería ser además una buena pista para el/la alumno/a para saber qué tener en cuenta
al momento de resolver un ejercicio. Por lo tanto, cuanto más detallado sea el criterio más valor de
aprendizaje comportará. En nuestras prácticas evaluativas tenemos poca tradición en la
construcción de criterios y por lo tanto invertimos poco tiempo en enseñar a nuestros/as
estudiantes el valor del aprendizaje de los criterios. Solemos poner especial atención y cuidado en
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la redacción de las consignas de un instrumento de evaluación y relegamos cuestiones formales o
instrumentales a los criterios.
De la lectura de las respuestas que obtuvimos en el tercer examen, observamos que para varios/as
colegas los criterios explícitos en las actividades evaluativas parecían aportar valor, pero más desde
un deber ser, desde la construcción de la respuesta esperada, que desde la recuperación concreta
de pistas reales sobre cómo resolver los ejercicios. De esto se desprende que, por el hecho de estar
ahí, disponibles –es decir, por sí solos–, los criterios no inciden de manera profunda en las prácticas
evaluativas como situaciones de estudio. Cabría la pregunta, entonces, acerca de qué otras
decisiones podríamos tomar, respecto a los criterios, además de explicitarlos.
Para los instrumentos que analizamos, los criterios fueron presentados con el formato de una
rúbrica o matriz de valoración que, según Anijovich y Cappelletti (2018), son construcciones “que
articulan las expectativas ante una tarea o un desempeño a través de una lista de criterios y la
descripción de sus niveles de calidad”.
Siguiendo el planteo de Anijovich (2010), una matriz está compuesta por tres elementos:
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Los criterios e indicadores compartidos en cada instrumento evaluativo analizado son ejemplos de
rúbricas públicas diseñadas específicamente para esos materiales. Las rúbricas como instrumentos
no son, por sí mismas, innovaciones o soluciones a los problemas que tenemos frente a la
evaluación. Este tipo de construcciones pueden ser modos interesantes para registrar los procesos
de los estudiantes, pero también oportunidades para transparentar y hacer públicos los criterios de
evaluación.
Por otro lado, se convierten en una alternativa relevante para el docente, porque, mientras
construye una rúbrica, se ve obligado a desmenuzar su contenido de enseñanza en criterios,
indicadores y niveles. El ejercicio de creación de indicadores es una tarea anclada en los conceptos,
habilidades y saberes que estamos enseñando. Las rúbricas que acompañan los instrumentos de
evaluación que analizamos expresan indicadores que cubren un rango amplio de posibles modos en
que cada actividad podría resolverse, y la valoración de esos modos. Sin embargo, en las respuestas
de los cursantes aparecieron cosas, dimensiones de análisis o asociaciones que no estaban previstas
inicialmente en las rúbricas. ¿Qué hacemos con ese desecho, con eso que aparece como no
previsto? ¿Es posible mirar más allá de lo que el instrumento pretende en sí mismo?
Respecto del trabajo con rúbricas, vale una aclaración final: estas son documentos que tienen valor
solo si son creaciones singulares y artesanales de cada docente para cada instrumento en particular,
lo que nos aleja de aquellas perspectivas que plantean a las rúbricas como planillas adaptables a
cualquier circunstancia. Desde la perspectiva que aquí sostenemos nos alejamos deliberadamente
de aplicaciones digitales que diseñan rúbricas, porque no creemos en su valor universal.
El rasgo artesanal de la rúbrica plantea, entonces, que no podríamos implementar estos recursos en
todas nuestras prácticas evaluativas, sino que podrían ser interesantes para algunas ocasiones, que
deberían ser elegidas con detenimiento por parte de cada docente.
Diálogos evaluativos
Dice Perrenoud que “la evaluación formativa adquiere todo su sentido en el marco de una
estrategia pedagógica de lucha contra el fracaso y las desigualdades que está lejos de ser puesta en
práctica en todas partes con coherencia y continuidad” (2008, p. 16).
Es difícil escuchar a algún docente que manifieste explícitamente que la evaluación no debe
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convertirse en un momento del aprendizaje. Todos estamos de acuerdo en que puede ser una
instancia que ayude al alumno a continuar del modo en que lo viene haciendo o que le permita
rectificar ciertos aprendizajes para mejorar. Sin embargo, tal como lo planteamos en esta clase,
evaluar es una práctica llena de incoherencias e inconsistencias.
Una pregunta clave que se formula Anijovich (2010) es dónde centramos los/as docentes nuestra
mirada cuando formulamos una retroalimentación. Es decir, el foco de la devolución o de los
comentarios puede estar en la calidad de resolución de la tarea solicitada, en el tiempo y la forma
utilizados por los alumnos para realizar las actividades, en la intencionalidad o voluntad de trabajo
del/de la alumno/a.
Identificar los sentidos que les atribuimos a las devoluciones puede evidenciar el lugar asignado a la
evaluación.
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dificultades y sugiere caminos posibles para abordarlos? ¿Se presenta en un lenguaje
familiar, comprensible para los/as estudiantes? ¿Sobre qué estrategia se centra
(narraciones, demostraciones, comentarios, calificación, pistas, preguntas)? ¿Se centra
en la tarea o en el proceso de trabajo? ¿Incluye aspectos relacionados al plano de lo
afectivo?
Para que se puedan revisar los resultados es necesario dar continuidad al proceso de
retroalimentación; esto es posible, por ejemplo, si se solicita al/a la alumno/a entregar la tarea con
las modificaciones indicadas o se diseña un plan de mejora para los próximos trabajos. Lo cual
significa que, para valorar la retroalimentación como herramienta que potencie el aprendizaje, esta
debe ser aprendida por parte de los/as alumnos/as y, por lo tanto, requiere ser enseñada por los/as
docentes.
Podríamos pensar la evaluación como una instancia, una experiencia, una relación, en la que les
podemos decir a nuestros/as alumnos/as más cosas que las que dice una nota; es decir, como un
escenario a partir del cual se entabla un verdadero diálogo, la habilitación de un tiempo de trabajo,
más próximo a una conversación sobre la cultura común que al afán clasificatorio.
Este tipo de devoluciones ponen a rodar con mucha fuerza la función democratizadora de la
escuela y de la evaluación. Los/as docentes siempre operamos sobre lo común de las experiencias
sociales, en la conformación de un grupo que implica un conjunto de singularidades dispuestas al
estudio de un asunto relevante, un tema que ponemos sobre la mesa y al que le asignamos un
interés. Desde este lugar, y con mucha fuerza en las retroalimentaciones colectivas, nuestra
ponderación no es un diagnóstico personal sino una mirada en torno al trabajo y a los modos en
que cada sujeto pudo inscribir su singularidad en ese proceso de estudio compartido.
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Las devoluciones colectivas constituyen también instancias de resistencia frente a los discursos
meritocráticos que insisten en situar al estudiante en la posición de cliente, en la medida en que
proponen la asunción de una responsabilidad por algo que se configura como distinto a la
sumatoria de las individualidades. Desafían así a las posiciones que insisten en decirle a los/as
alumnos/as que ellos/as son los únicos protagonistas: lo más importante aquí es ese asunto acerca
del cual conversamos.
- Que se compartan con los/as alumnos/as, de manera abierta y transparente, los criterios y
tiempos dedicados a la retroalimentación y los niveles de responsabilidad de docentes y
alumnos/as.
- Que se provoquen acciones para que la retroalimentación pueda ser complementada con
acciones de coevaluación de pares y autoevaluación de las propias producciones. En ambos
casos, estas propuestas deben ser preparadas con tiempo y compartidas con los/as
estudiantes.
- Que se realicen acciones previas que permitan ejercitar acciones de retroalimentación, por
ejemplo, corrigiendo de manera colectiva trabajos realizados por alumnos de años
anteriores, debatiendo luego los criterios utilizados y comparándolos con la
retroalimentación realizada por el/la docente en su oportunidad.
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explicita el sentido que tendrá la retroalimentación, el/la docente podrá usar ese momento
de diálogo no solo para decir lo que pudo o no pudo lograr un/a estudiante, sino que
puede atreverse a abrir un nuevo campo de aprendizajes. En este sentido, pueden asumir
la forma de preguntas y nuevos interrogantes; pueden ser reflexiones literarias o poéticas
que contribuyan al estudiante a seguir pensando en su propia producción, pueden ser la
referencia a algunas imágenes, pinturas, fotografías que ayuden a pensar la tarea del/de la
alumno/a desde un lenguaje más metafórico, etcétera.
Anijovich (2017) en su último libro avanza con los inconvenientes que suelen enfrentarse con este
tipo de diálogos evaluativos:
- Las devoluciones que se ofrecen a los/as estudiantes están más orientadas a lo que ocurrió
en el pasado que a cómo mejorar en el futuro; esto redunda en reclamos de los profesores
que plantean que los/as estudiantes no utilizan nada de lo que reciben para sus
producciones futuras. Por ejemplo: “Tu trabajo es flojo, no lograste identificar las ideas
relevantes”.
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Juicios compartidos
La evaluación, dijimos, comporta inconsistencias e incoherencias y, además, está atravesada por
una arbitrariedad intrínseca (que se visualiza con mayor nitidez en el momento de poner la nota), lo
que la vuelve un terreno pantanoso muy alejado del idilio de pulcritud y transparencia que algunos
enfoques proponen.
Pensarla como un ejercicio de estudio parte de este reconocimiento, no para anularlo, sino para
asumir el desafío de habitar cierta extrañeza, cierta inquietud que la evaluación provoca
procurando que el otro tenga lugar allí, procurando hacerle un lugar al otro. Cuanto más
transparentes, negociadas y compartidas sean nuestras decisiones respecto a la evaluación, más
posibilidades tendremos de que lo anterior suceda.
Anijovich plantea:
Para llevar adelante un proceso de evaluación entre pares y que este efectivamente
cumpla con su función de retroalimentación es necesario destinar un tiempo para que
los estudiantes comprendan el para qué, el sentido, conozcan las diferentes estrategias
que se pueden utilizar, así como los obstáculos posibles que inevitablemente
encontrarán en el camino. Los estudiantes tienen que conocer los objetivos de la tarea,
el tipo de demanda cognitiva que esta implica y los criterios de valoración para ofrecer
una retroalimentación que contribuya al aprendizaje de su par (2010, p. 142).
Para que un/a estudiante pueda autoevaluarse, necesita una retroalimentación que lo ayude a
clarificar los objetivos que debe alcanzar, los criterios y propósitos en su formación. Por lo tanto, la
autoevaluación se enseña de modo continuado y progresivo. Requiere acompañar al/a la estudiante
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en la construcción de juicios que permitan autorregular el aprendizaje, identificar las evidencias de
su propio proceso, advertir sus propias fortalezas y debilidades y potenciar el pensamiento
metacognitivo. En parte, esta tarea de autorregulación puede verse fortalecida con acciones de
coevaluación o evaluación entre pares. En este sentido, el trabajo en grupo ofrece oportunidades
evaluativas interesantes.
Los trabajos en grupo permiten que los/as alumnos/as hagan tareas que no podrían encarar o
completar solos/as por razones de tiempo, posibilitan que todos/as los/as estudiantes intervengan,
dado que el tiempo total que se hubiere asignado a la participación de los/as alumnos/as se
distribuye entre los miembros de cada grupo. Si el clima es de confianza, se facilita la participación
de todos/as y disminuye la ansiedad excesiva, que constituye un obstáculo para el aprendizaje.
La evaluación se centra en aspectos esenciales del trabajo del grupo, esto es en el producto o en
ambos. Es una condición de la buena evaluación informar a los/as alumnos/as qué campos del
trabajo se van a evaluar y calificar, así como deben serles comunicados y eventualmente discutidos,
los criterios que se aplicarán en la evaluación y calificación (Camilloni, 2010, p. 162).
Cuando se organiza la clase para hacer trabajos grupales, es preciso instalar instancias de
autoevaluación y de coevaluación por pares como componentes fundamentales del programa que
se diseña para evaluar esos trabajos. Es necesario aprender a autoevaluarse y a evaluar a otros y,
para ello, se podrían implementar las siguientes acciones preparatorias:
● asignar trabajos breves primero en grupos, luego en parejas y finalmente individuales, que
pueden ser calificados en la misma clase (Camilloni, 2010, p. 165).
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Cierre
En esta clase hemos recapitulado las ideas centrales trabajadas a lo largo de las clases anteriores al
poner de relieve la precariedad de la tarea de la evaluación, abriendo la discusión sobre una de las
tareas más incómodas a las que nos enfrentamos los/as docentes, la de poner la nota. Lo hicimos
ubicando a la evaluación en el enclave de demandas sociales y configuraciones históricas, pero
también en el despliegue de un oficio, el nuestro, abriendo un hueco para dar ocasión a cierta
extrañeza, cierta inquietud.
Intentamos proponer que esta delicada, polisémica tarea adquiere mayor grado de fortaleza en la
medida que se haga pública (compartiendo los criterios) y en que se distribuya colectivamente la
formulación de juicios (autoevaluación, coevaluación, evaluación entre pares).
El desafío que se nos abre tiene que ver menos con diseñar instrumentos o instancias de evaluación
innovadoras, atrayentes, que con pensar la evaluación como una disponibilidad, una acogida, como
la apertura hacia un escenario en el que los pequeños gestos, la atención a los matices, a los sutiles
desplazamientos, puedan configurarse como un lugar en el que entren todos.
Actividades
Poner la nota
Como actividad de cierre de la clase le proponemos, al igual que las clases anteriores,
completar un formulario (que no tiene respuestas correctas o incorrectas) sobre sus
modos de construir la nota en el instrumento que estamos analizando. Luego de
completar el formulario tendrán que realizar la actividad de integración final para la
aprobación del curso.
Bibliografía de referencia
Anijovich, R. (comp.) (2010). La evaluación significativa. Buenos Aires: Paidós.
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Camilloni, A. (2010). La validez de la enseñanza y la evaluación: ¿Todo a todos? En Anijovich, R.
(comp.). La evaluación significativa. Buenos Aires: Paidós.
Créditos
Roldan, P. , Cugini, L. y Cassataro, R. (2023). Clase Nro. 4: Poner la nota. Evaluar en la nueva presencialidad.
Buenos Aires: Ministerio de Educación.
Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0
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