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Anexo III
Hay una sordera interior que es peor que la física: la del corazón
Tomado y adaptado de Vatican News. Papa Francisco
Todos tenemos oídos, pero muchas veces no logramos escuchar. Atrapados en nuestras
prisas, con mil cosas que decir y hacer, no encontramos tiempo para detenernos a
escuchar a quien nos habla. Corremos el riesgo de volvernos impermeables a todo y de
no dar cabida a quienes necesitan ser escuchados.
Primero escuchar, luego responder. “Todos tenemos orejas, pero muchas veces no
logramos escuchar”, continuó diciendo Francisco. De hecho, hay una sordera interior, que hoy
podemos pedir a Jesús que toque y sane. Se trata de una sordera que “es peor que aquella
física” porque es “la sordera del corazón”: Atrapados en nuestras prisas, con mil cosas que
decir y hacer, no encontramos tiempo para detenernos a escuchar a quien nos habla.
Corremos el riesgo de volvernos impermeables a todo y de no dar cabida a quienes necesitan
ser escuchados: pienso en los niños, en los jóvenes, en los ancianos, en muchos que no
necesitan tantas palabras y sermones, sino ser escuchados. Preguntémonos: ¿cómo va mi
escucha? ¿Me dejo tocar por la vida de las personas, sé dedicar tiempo a los que están
cerca de mí, para escucharla? A todos nosotros, primero escuchar, y luego responder.
La curación del corazón comienza con la escucha. El Santo Padre invitó a pensar en
la vida familiar: “¡cuántas veces se habla sin escuchar primero, repitiendo los propios estribillos
siempre iguales!”
Incapaces de escuchar, decimos siempre las mismas cosas, o no dejamos que el otro termine
de hablar, de expresarse, y nosotros lo interrumpimos. El renacimiento de un diálogo a
menudo no viene de las palabras, sino del silencio, del no obcecarse, de volver a
empezar con paciencia a escuchar a la otra persona, sus afanes, lo que lleva dentro. La
curación del corazón comienza con la escucha. Escuchar. Y esto, sana el corazón. “Pero,
padre hay gente aburrida que siempre dice las mismas cosas” ¡Escúchalo! Y luego cuándo
terminará de habla; di tu palabra, pero escucha todo.
¿Nos acordamos de ponernos a la escucha del Señor? “Lo mismo vale para el Señor”,
prosiguió Francisco: Hacemos bien en inundarle con peticiones, pero haríamos mejor en
escucharle primero. Jesús lo pide. En el Evangelio, cuando le preguntan cuál es el primer
mandamiento, responde: "Escucha, Israel". Luego añade el primer mandamiento: "Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón [...] y a tu prójimo como a ti mismo" (Mc 12,28-31). Pero en
primer lugar dice: "Escucha Israel", escucha tú. ¿Nos acordamos ponernos a la escucha del
Señor? Somos cristianos, pero quizás, entre los miles de palabras que escuchamos
cada día, no encontramos unos segundos para dejar que resuenen en nosotros unas
palabras del Evangelio. Jesús es la Palabra: si no nos detenemos a escucharlo, pasa de
largo.
El “secreto” para nuestra salud espiritual. He aquí la medicina: cada día un poco de
silencio y de escucha, algunas palabras inútiles de menos y algunas Palabras más de
Dios. Escuchemos hoy, como el día de nuestro bautismo, las palabras de Jesús: "Efatá,
ábrete". Jesús, deseo abrirme a tu Palabra, abrirme a la escucha. Sana mi corazón de la
cerrazón, la prisa y la impaciencia.
La misericordia que Jesús practica y exige a los suyos, choca, no solo, con el sentir de su
época, sino con el de todos los tiempos: “han oído ustedes que se dijo: ama a tu prójimo y odia
a tu enemigo. Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian
y rueguen por los que los persiguen y calumnian” (Mt 5, 43-44). “Al que te golpee en una mejilla,
preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica” (Lc 6, 28-29).
Estas exigencias del amor superan la natural capacidad humana, por eso Jesús invita a los
suyos a una meta que no tiene límites, porque sólo desde ahí podrán lo que se les está
pidiendo: “Sean misericordiosos, como su padre es misericordioso” (Lc 6, 36). Para este ideal
tenemos que contar con la ayuda de Dios y trabajar incansablemente en ser mejores.