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OBISPADO CASTRENSE DEL PERÚ - ODEC CASTRENSE

Anexo III
Hay una sordera interior que es peor que la física: la del corazón
Tomado y adaptado de Vatican News. Papa Francisco

Catholic net. Novelo Mayra

Todos tenemos oídos, pero muchas veces no logramos escuchar. Atrapados en nuestras
prisas, con mil cosas que decir y hacer, no encontramos tiempo para detenernos a
escuchar a quien nos habla. Corremos el riesgo de volvernos impermeables a todo y de
no dar cabida a quienes necesitan ser escuchados.

“Jesús es la Palabra: si no nos detenemos a escucharlo, pasa de largo. Pero si dedicamos


tiempo al Evangelio, encontraremos un secreto para nuestra salud espiritual”. Fueron palabras
del Papa Francisco durante el Ángelus. Al comentar el Evangelio del día (Mc 7, 31-37), que en
el XXIII domingo del Tiempo Ordinario presenta a Jesús que obra la curación de una persona
sordomuda, el Santo Padre animó en este día, para nuestra salud espiritual, a dedicar más
tiempo al Evangelio: cada día un poco de silencio y de escucha, - dijo - algunas palabras
inútiles de menos y algunas Palabras más de Dios. Pero, además, refiriéndose a modo de
ejemplo a nuestra vida familiar, invitó a fijarse en las veces que “se habla sin escuchar primero,
repitiendo los propios estribillos siempre iguales”. Y afirmó que el renacimiento de un diálogo
a menudo no viene de las palabras, sino del silencio, del no obcecarse, de volver a empezar
con paciencia a escuchar a la otra persona, sus afanes, lo que lleva dentro. “La curación del
corazón – aseguró – comienza con la escucha.

Ábrete. Lo que llama la atención en el relato – comenzó diciendo el Papa – es la forma en


que el Señor realiza este signo prodigioso: toma al sordomudo a un lado, le pone los dedos en
las orejas y con la saliva le toca la lengua, luego mira hacia el cielo, suspira y dice: "Efatá", es
decir, "¡Ábrete!" (cfr. v. 34)”. En otras curaciones de enfermedades igualmente graves, como
la parálisis o la lepra, Jesús no hace tantos gestos. ¿Por qué hace todo esto ahora, aunque
sólo se le ha pedido que imponga su mano sobre el enfermo (cf. v. 32)? ¿Por qué hace este
gesto? Quizás porque la condición de esa persona tiene un valor simbólico particular y tiene
algo que decirnos a todos. ¿De qué se trata? Se trata de la sordera. El hombre no podía hablar
porque no podía oír. De hecho, Jesús, para curar la causa de su malestar, primero le pone los
dedos en los oídos.

Primero escuchar, luego responder. “Todos tenemos orejas, pero muchas veces no
logramos escuchar”, continuó diciendo Francisco. De hecho, hay una sordera interior, que hoy
podemos pedir a Jesús que toque y sane. Se trata de una sordera que “es peor que aquella
física” porque es “la sordera del corazón”: Atrapados en nuestras prisas, con mil cosas que
decir y hacer, no encontramos tiempo para detenernos a escuchar a quien nos habla.
Corremos el riesgo de volvernos impermeables a todo y de no dar cabida a quienes necesitan
ser escuchados: pienso en los niños, en los jóvenes, en los ancianos, en muchos que no
necesitan tantas palabras y sermones, sino ser escuchados. Preguntémonos: ¿cómo va mi
escucha? ¿Me dejo tocar por la vida de las personas, sé dedicar tiempo a los que están
cerca de mí, para escucharla? A todos nosotros, primero escuchar, y luego responder.

La curación del corazón comienza con la escucha. El Santo Padre invitó a pensar en
la vida familiar: “¡cuántas veces se habla sin escuchar primero, repitiendo los propios estribillos
siempre iguales!”

Incapaces de escuchar, decimos siempre las mismas cosas, o no dejamos que el otro termine
de hablar, de expresarse, y nosotros lo interrumpimos. El renacimiento de un diálogo a
menudo no viene de las palabras, sino del silencio, del no obcecarse, de volver a
empezar con paciencia a escuchar a la otra persona, sus afanes, lo que lleva dentro. La

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curación del corazón comienza con la escucha. Escuchar. Y esto, sana el corazón. “Pero,
padre hay gente aburrida que siempre dice las mismas cosas” ¡Escúchalo! Y luego cuándo
terminará de habla; di tu palabra, pero escucha todo.

¿Nos acordamos de ponernos a la escucha del Señor? “Lo mismo vale para el Señor”,
prosiguió Francisco: Hacemos bien en inundarle con peticiones, pero haríamos mejor en
escucharle primero. Jesús lo pide. En el Evangelio, cuando le preguntan cuál es el primer
mandamiento, responde: "Escucha, Israel". Luego añade el primer mandamiento: "Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón [...] y a tu prójimo como a ti mismo" (Mc 12,28-31). Pero en
primer lugar dice: "Escucha Israel", escucha tú. ¿Nos acordamos ponernos a la escucha del
Señor? Somos cristianos, pero quizás, entre los miles de palabras que escuchamos
cada día, no encontramos unos segundos para dejar que resuenen en nosotros unas
palabras del Evangelio. Jesús es la Palabra: si no nos detenemos a escucharlo, pasa de
largo.

El “secreto” para nuestra salud espiritual. He aquí la medicina: cada día un poco de
silencio y de escucha, algunas palabras inútiles de menos y algunas Palabras más de
Dios. Escuchemos hoy, como el día de nuestro bautismo, las palabras de Jesús: "Efatá,
ábrete". Jesús, deseo abrirme a tu Palabra, abrirme a la escucha. Sana mi corazón de la
cerrazón, la prisa y la impaciencia.

Perdonar y disculpar como parte de la salud espiritual


Se disculpa al inocente y se perdona al culpable. Disculpar es un acto de justicia, porque
la persona que ha ofendido merece que se le reconozca que no es culpable, tiene derecho a
la disculpa, mientras que el perdón trasciende la estricta justicia, porque el culpable, no merece
el perdón; si se le perdona es por un acto de amor, de misericordia. No cabe duda que resulta
más fácil disculpar que perdonar. Cuando me doy cuenta que alguien no tiene la culpa, no
encuentro en mí ninguna resistencia para disculparlo. En cambio, cuando, cuando descubro
que el ofensor es culpable de su acción, de ordinario, surge naturalmente una acción, inspirada
por el sentido de justicia, que exige que esa persona cargue con las consecuencias de su
acción, que pague el daño cometido. El perdón implica ir en contra de esa primera reacción
espontánea, hay que superarlo con la misericordia.

Misericordia y perdón. En el antiguo testamento prevalecía la ley del Talión, inspirada en


la estricta justicia. “ojo por ojo, diente por diente”. Jesucristo viene a perfeccionar la antigua ley
e introduce una modificación fundamental que consiste en vincular la justicia a la misericordia,
más aún en subordinar la justicia al amor, lo cual resulta tremendamente revolucionario. A
partir de Jesucristo, las ofensas recibidas deberán perdonarse, porque el perdón forma parte
esencial del amor. “El perdón es una faceta del amor”.

La misericordia que Jesús practica y exige a los suyos, choca, no solo, con el sentir de su
época, sino con el de todos los tiempos: “han oído ustedes que se dijo: ama a tu prójimo y odia
a tu enemigo. Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian
y rueguen por los que los persiguen y calumnian” (Mt 5, 43-44). “Al que te golpee en una mejilla,
preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica” (Lc 6, 28-29).
Estas exigencias del amor superan la natural capacidad humana, por eso Jesús invita a los
suyos a una meta que no tiene límites, porque sólo desde ahí podrán lo que se les está
pidiendo: “Sean misericordiosos, como su padre es misericordioso” (Lc 6, 36). Para este ideal
tenemos que contar con la ayuda de Dios y trabajar incansablemente en ser mejores.

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