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La Distracción nos puede robar la bendición.

Uno de los dichos más repetidos de Jesús en los Evangelios es una versión de este: “Si alguno tiene
oídos para oír, oiga” (Marcos 4:23). Si somos sabios, escucharemos atentamente cualquier cosa que
Jesús diga, especialmente lo que Él dice repetidamente. Y en este caso, escuchar es precisamente
lo que nos dice que hagamos.

Hay una razón muy, muy importante detrás de la exhortación de Jesús:

“Mirad lo que oís; porque con la medida con que medís, os será medido, y aun se os añadirá a
vosotros los que oís. Porque al que tiene, se le dará; y al que no tiene, aun lo que tiene se le
quitará” (Marcos 4:24-25).

¿Entiendes lo que Jesús está diciendo? El hecho de que esta advertencia en sí sea algo difícil de
entender ilustra Su punto: escucha y reflexiona cuidadosamente, ya que, si no lo haces, no
entenderás, y si no entiendes, perderás cualquier capacidad de comprensión que sí tienes.

Todo depende de lo bien que escuches lo que Dios está diciendo —lo que comúnmente llamamos la
Palabra de Dios. Y escuchar bien a Dios requiere tu suma atención. ¿Estás prestando atención?

El extraño propósito de las parábolas

Jesús promulga esta advertencia en el contexto de contar una serie de parábolas. Las parábolas
eran cuentos-acertijos en las que Jesús escondió profundos secretos del reino de Dios en metáforas
breves, que a menudo sonaban mundanas. En las historias registradas en Marcos 4, usa los suelos
de un granjero (Marcos 4:1-8), una lámpara de aceite (Marcos 4:21-25) y semillas (Marcos 4:26-32).

Léelos. ¿Los entiendes? Claro, Jesús explica la parábola de los suelos (Marcos 4:13-20). Pero ¿qué
hay de la lámpara o las semillas? Estas historias suenan más simples de lo que son. Realmente no
las entenderemos a menos que estemos prestando atención.

¡Y tenemos Biblias! Ninguno de los oyentes originales de Jesús había escuchado estas parábolas
antes. No se escribieron para poder leerlas una y otra vez, examinar su estructura gramatical y
convenientemente hacer referencias cruzadas con otras Escrituras. Los primeros oyentes
escucharon estas historias una vez. Si no estaban prestando atención, perderían el Reino. Eso es
una distracción costosa.

Cuando Jesús les explicó a sus discípulos por qué enseñaba en parábolas, dijo que lo hizo, citando
partes de Isaías 6:9-10, para que sus oyentes “viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no
entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados” (Marcos 4:12).
Nuevamente aquí, la explicación difícil de entender de Jesús ilustra Su punto: si no escuchamos con
atención, perderemos lo que está diciendo.

¿Dios realmente está contando acertijos para que la gente no entienda? No y sí. Jesús contó las
parábolas para revelar los misterios espirituales del Reino, y realmente quería que la gente los
entendiera. Por eso dijo: “Si alguno tiene oídos para oír, oiga” y “Presten atención”. Pero Su método
revelador puso a prueba la vigilia y la seriedad espiritual de los oyentes. Aquellos que estaban
escuchando para realmente oír, oirían. Pero el espiritualmente sordo y distraído no lo haría. Jesús
quería dar el Reino a los primeros, no a los últimos. Aquellos que no prestaban atención revelarían
su sordera espiritual —una sordera que tiene serias consecuencias: Esto es perder el Reino de Dios.
Los caminos contraintuitivos de Dios

Más que enseñarles una palabra nueva, este es un concepto que vale mucho la pena conocer.
“Contraintuitivo” significa “opuesto a la intuición”, es decir, algo que consideraríamos falso si lo evaluamos
con nuestra intuición. La intuición es un conjunto de experiencias, ideas y conocimiento que yace en la mente.

Si las palabras de Jesús aquí suenan contraintuitivas, lo son. Jesús habló y actuó de manera
consistente con las palabras y los caminos de Dios a lo largo de la Biblia, capturados en este texto:

“Porque Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos Mis caminos,
dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son Mis caminos más altos que
vuestros caminos, y Mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8-9).

He visto este pasaje, o parte de él, citado en memes, calendarios y tarjetas de felicitación cristianos,
a menudo con un hermoso paisaje inspirador, un paisaje marino o el cielo en el fondo. Pero si
insertáramos imágenes bíblicas como fondos, serían cosas como un árbol prohibido en el Edén, la
existencia de Satanás, un diluvio horrible, Abraham a punto de sacrificar a Isaac, Jacob disfrazado
de Esaú, José languideciendo en la cárcel, Israel con un mar ante ellos y el ejército egipcio detrás de
ellos, Rahab la prostituta cananea casándose dentro del linaje mesiánico, David escondiéndose de
Saúl en una cueva, Jeremías llorando por las mujeres judías que hervían a sus bebés, el bebé Jesús
durmiendo en un abrevadero y, sobre todo, el Jesús adulto mutilado y colgando de una cruz romana.

Los caminos de Dios ciertamente no son nuestros caminos. Ninguno de nosotros habría escrito la
historia de la redención como lo ha hecho Dios. La historia en sí misma apunta a una Personalidad e
intencionalidad detrás de ella.

Y si prestamos atención, podemos detectar la misma Personalidad e intencionalidad de la manera


extraña en que Jesús comunica el reino de Dios en parábolas difíciles de entender. Ninguno de
nosotros lo haría de esa manera.

Familiar, afluente y distraído

El calificador clave es si estamos prestando atención. Porque, como dijo Jesús, si no estamos
prestando atención a lo que Dios dice, perderemos lo que Dios está haciendo. Eso es una
distracción costosa.

Por la gracia de Dios, tenemos una ventaja sobre los oyentes originales de Jesús: tenemos la
Palabra escrita y autorizada de Dios. De hecho, nunca tantos cristianos han tenido tanto acceso a la
Palabra de Dios como lo tenemos hoy.

Pero no debemos dejar de pensar que tanto acceso y familiaridad con la enseñanza de Jesús, no
significa que no corremos el mismo peligro que los oyentes del primer siglo. Puede que tengamos
una visión más clara del Reino que las multitudes que escucharon las parábolas de Jesús, pero
estamos tan en peligro de la sordera como cualquiera lo ha estado (Hebreos 5:11).

Nunca los cristianos han poseído tanta riqueza como los cristianos occidentales de hoy, lo que nos
presenta muchas tentaciones y amenaza con destruirnos (1 Timoteo 6:9-10). Y nunca los cristianos
han sido bombardeados con tantas y tan variadas distracciones como nosotros. Demasiado familiar,
demasiado afluente y demasiado distraído es una receta para el tipo de sordera que a menudo se
manifiesta como poder explicar lo que Jesús quiere decir sin hacer precisamente lo que dice.
Es un falso consuelo poder enseñar un texto con precisión si no lo obedecemos, si nos gobiernan
funcionalmente nuestras ansiedades y deseos carnales y no los mandamientos y las promesas de
Jesús. Esta puede ser una forma más engañosa de sordera que simplemente no escuchar u olvidar.

Prestar mucha más atención

“Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que
nos deslicemos” (Hebreos 2:1). Si no estamos prestando atención, es posible que ni siquiera nos
demos cuenta de que nos estamos deslizando. Podemos mirar a nuestro alrededor y ver a muchos
otros cristianos sordos y distraídos que hablan el hablar de Jesús sin caminar el caminar de Jesús,
pensar que eso debe ser normal, y suponer que estamos bien es algo erroneo. La única manera de
saber si estamos prestando suma atención a lo que Jesús dice, en la manera en que lo quiere decir,
es si realmente estamos haciendo lo que dice (Juan 14:15).

La vida cristiana es una vida atenta (Marcos 13:32-37; Lucas 21:36; Efesios 6:18; 1 Tesalonicenses
5:6; 1 Pedro 5:8). La vida cristiana es una vida que oye (Marcos 4:24; Lucas 8:21; Juan 10:27;
Romanos 10:17; Hebreos 3:7-8). Pero escuchar atentamente a Jesús no es algo natural. Debe ser
cultivado y resguardado diligentemente. Y no hay una fórmula para cómo prestar más atención. Se
cultiva haciendo habitual la atención —practicando los hábitos de la gracia. Aprendemos a prestar
atención intencionalmente tratando de prestar atención. El Espíritu nos ayudará si le pedimos al
Padre que nos enseñe (Lucas 11:9-10; Salmo 25:4).

Entonces, cueste lo que cueste, debemos prestar atención a lo que escuchamos. Porque los
caminos y las palabras de Jesús a menudo son contraintuitivos, y vivimos en una época que distrae
destructivamente. Y todo depende de lo bien que escuchemos a Jesús.

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