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En su corta existencia, cada una de estas células hace unos 75 000 viajes de ida y
vuelta desde el corazón de Juan hasta otras regiones de su organismo. El corazón es
la bomba principal que me impulsa, y yo diría que no muy eficazmente en cuanto a
mover mi masa. Su fuerza impelente obra a intervalos y corresponde a las grandes
arterias regular mi flujo expandiéndose a cada contracción cardiaca y estrechándose
en las pausas entre dos contracciones consecutivas, para que yo llegue como
corriente continua hasta las regiones más alejadas. Cuando la sangre va a regresar
por las venas hasta el corazón, su presión ha disminuido casi hasta cero.
El corazón funciona como una bomba aspirante e impelente que hace llegar la sangre
hacia las arterias, cuyo calibre va disminuyendo gradualmente hasta los vasos
capilares. En esta enmarañada red, que conecta las arterias con las venas, es donde
realmente cumplo mis funciones. Los capilares son tan angostos que, al llegar a
ellos, los glóbulos rojos tienen que ponerse «en fila india» para poder pasar, y en
ocasiones hasta se deforman. Pero es asombrosa la variedad de las demás
sustancias que hay que llevar hasta los tejidos.
Sólo que las necesidades de las células de los diferentes tejidos no son, de ninguna
manera, las mismas. Cuando Juan hace ejercicio corporal, aumentan enormemente
las cantidades de todos estos productos que necesitan sus tejidos. La piel se le
enrojece, signo de que los capilares funcionan al máximo. Durante el sueño, las
exigencias celulares de elementos nutritivos se reducen al mínimo y más del noventa
por ciento de los capilares dejan de funcionar.
La salud de Juan depende, en último término, del perfecto estado de sus capilares. En
realidad, todas esas funciones las desempeñan sus capilares. Por ello, su médico
observa atentamente con el oftalmoscopio el fondo del ojo cada vez que le hace un
reconocimiento, pues la retina es el único lugar del organismo donde los capilares son
claramente visibles. Si los ve obstruidos y dilatados, esa alteración sería signo de que
la salud de Juan ha decaído.
Una vez que han perecido, otros elementos celulares blancos, los fagocitos, se
apresuran a devorar los restos de ambos. En el tiempo necesario para leer esta
frase, se habrán incorporado a mí miles de millones de anticuerpos de refresco. Y es
que, si no contara con esa protección, hasta la más leve infección representaría un
peligro mortal para Juan. Al acumularse el calcio en las arterias, pueden endurecerse
hasta adquirir la consistencia de una tubería de barro.
Pero vale la pena esta solicitud especial que hay que dispensarme, pues la buena
salud de los demás órganos de Juan depende en gran medida de mí.