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LOS TIEMPOS

10 de diciembre de 2014.
CUARTO INTERMEDIO – EPRI

DOMESTICAR EL CUERPO
Por Mireya Sánchez Echevarría(*)

Em distintas ocasiones nos sorprendemos e indignamos por el abuso de poder desplegado por el
Alcalde de la ciudad contra una funcionaria pública. La politóloga y abogada, que fungía como
empleada en el área de fiscalización fue “castigada” y trasladada a la dirección de Obras
Públicas como “peón1” por participar en marchas en defensa de tierras agrícolas afectadas por
la ampliación de la mancha urbana. De todos los comentarios expresados en red por este
lamentable hecho me gustó particularmente uno por su agudeza: No exageres, me decía Roberto
Valdivieso, no es abuso de poder, es solo una expresión paternalista para la hija de familia que
intentó actuar más allá del límite permitido de las funciones otorgadas. ¿No aprecias que es solo
una pequeña lección para hacerla obediente y para que experimente sobre las habilidades que
puedan hacerla más productiva? Claro, varios elementos develan este comentario. Uno de ellos,
y siguiendo a Foucault, considerar que el cuerpo es una fuerza productiva en la que se entretejen
relaciones de poder a través de los mecanismos, dispositivos y tecnologías modernas para su
gobierno, su docilización, normalización y dirección. Un cuerpo útil, dócil y sometido, es el
deseo del Alcalde que expresa en forma burda y grotesca las formas de una sociedad patriarcal y
capitalista intolerante y violenta con el “otro”, el diferente, que además tiene el atrevimiento de
pensar y ¡horror! actuar de otra manera a la establecida, desestabilizando aunque sea en lo más
mínimo su poder instituido.

Dejando ya el análisis del filósofo francés, este caso nos permite volcar la mirada al origen de la
conducta del Alcalde que la encontramos en el modelo autoritario familiar, que permite al
padre, el jefe del hogar, disponer y aplicar los métodos disciplinarios, la mayoría de ellos
represivos y violentos, para someter a todos los miembros de su familia a su sola autoridad y
castigar al que intente escabullirse o desobedecer a la norma. Modelo familiar que se extrapola a
la escuela, el partido y las instituciones. En todas ellas el hombre (o la mujer patriarcalizada) no
duda en ejercer su poder para domesticar cualquier cuerpo y forjarlo a la imagen y semejanza
del modelo establecido, útil al sistema político y económico. Este hecho, que se añade a una
triste colección anecdotaria, da cuenta también que a pesar de las reivindicaciones y de los
derechos adquiridos por las mujeres, estas en el fondo siguen siendo consideradas, tratadas y
sometidas como “menores de edad” por una sociedad estructurada bajo un sistema patriarcal
autoritario y violento. Y aquí va lo otro. Las mujeres no queremos ser tratadas como menores
de edad, es más particularmente me horroriza el tratamiento brindado a los menores de edad al
interior de las familias.

Lejos de mi está la idea de la niñez como un espacio temporal idílico pletórico de bondad e
inocencia. Para nada. Incluso en las familias en las que está ausente la violencia física, el ámbito
familiar ejerce en general sobre niños y niñas un trato abusivo y degradante. Existe una amplia
creencia que considera al niño como un ser que está en proceso de formación, por tanto “no
completo”. Bajo esta creencia, frente a los “cuerpos completos” todo en el niño es pequeño,
mínimo, es potencia nomás. No se le reconoce su capacidad auténtica de pensar, de expresarse,
de elegir, de crear arte, de amar, de tener pulsiones sexuales, entre otras. La violencia
desplegada silenciosamente sobre los más pequeños en este sentido es invisible aún en estos
tiempos. Bajo la excusa de la educación, protección y formación entregada a los padres se
despliega el más brutal autoritarismo y violencia, propedéutica luego a ser infinitamente
replicada por Alcaldes, jefes políticos, policías, capos y otros que tratan a sus subalternos y
particularmente a sus subalternas, como alguna vez fueron tratados, como a cuerpos a
domesticar a través del castigo. No veo otra forma de cambiar esto sino a través de una
profunda radicalización de la democracia que empiece en el ámbito de la familia,
desestructurando jerarquías viciosas y más bien promoviendo relaciones horizontales y su
cohesión por el diálogo y el respeto.

Es docente investigadora y miembro del EPRI

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