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Diarios de Encierro - Volumen1
Diarios de Encierro - Volumen1
volumen 1
Este libro ha sido editado entre España, México y Argentina entre los
meses de abril y noviembre de 2020.
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estos diarios dan cuenta de una misma situación desco-
nocida para quienes la relatan: la pandemia por el virus
COVID- 19 y los confinamientos derivados de esta en
distintos países.
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Cada universo íntimo es genuino, pero también hay
perspectivas comunes, hilos que forman un tejido más
o menos subyacente que de alguna forma sostiene una
narración transversal y colectiva.
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«Construir a través de lo virtual me enfada la mitad
de las veces, cuando me descubro con los pies helados
en plena videollamada. Me inspira la otra voz, cuando
me siento arropada por un sueño al otro lado de la cá-
mara», escribe Lola del Gallego.
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O el de Rocío Bertoni: «Explorar otras eróticas como
un a través, como un hueco abierto para pasar los días
y enloquecer como aquello que sintió placer. Pero tam-
bién siento deseos efímeros de tocar otro cuerpo, aspiro
a un tacto más animal que lo que puedo pretender de
una videollamada».
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Escribo este prólogo y afuera se escuchan los autos.
Desde la ventana veo la ropa tendida de alguien, el cie-
lo está muy azul. Podría seguir citando a cada autora,
recorrer el mapa geográfico y empírico que componen
entre todas, pero prefiero dejarlo aquí, y que ellas encar-
nen el libro y lleguen donde tengan que llegar.
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Gracias a quienes leerán esta antología, por acercar
hasta aquí los ojos, que es lo mismo que escuchar cuan-
do se trata de un libro.
—las índigas—
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Adriana Delgado
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18 de marzo
Desperté en una posición extraña. Mis piernas esta-
ban en el borde de la pared, mi cabeza cerca del piso.
Al abrir los ojos y tomar conciencia de mi cuerpo sentí
los músculos tensos. No recordaba haber soñado algo;
tampoco sabía, porque la computadora estaba sin apa-
gar y con las luces del teclado encendidas. Busqué mi
celular. Estaba sin batería. Mierda.
23 de marzo
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Su mensaje decía —luego de un «hola» seguido de mi
nombre— que le tomara unas fotos a Manchas guapo y
se las mandara, no sé si fue un pretexto para hablarme
y no quiero averiguarlo, deseo quedarme con esa duda.
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o algo similar a mi arrebato. He pensado más de tres
horas qué escribirle, cómo empezar. No logro decidir
cuál sería la introducción perfecta. En fin. Aquí voy:
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Creo que debí ponerle una advertencia cuando inicié
a escribirlo que dijera algo como lo siguiente: «peligro,
este mensaje puede ser la continuación de cualquier pe-
lícula estúpida sobre historias que cuenta la gente en
la que no hay un buen guionista ni director de escena.
Además, amenaza con ser de extensión similar a algún
pasaje de la Biblia y, como suele pasar, no hay una res-
puesta ante los hechos sino solo palabras que se pueden
interpretar a conveniencia de quien las lee.» En fin, es
demasiado tarde para las advertencias.
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‘descuida, no pasa nada, yo olvidé todo y me quedo con
eso’, pero tampoco eres como yo, no escribirás durante
más de quince minutos para contestarme. No puedo
ubicar tu respuesta en ninguno de esos dos extremos
que tomo como referencia, he ahí por qué me intriga y
al mismo tiempo, me da miedo tu respuesta.
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por la higiene y bienestar de nuestro cachorro, nada de
esto habría pasado.
26 de marzo
Los vecinos me han despertado como cada día des-
de que inició la cuarentena: puntuales, a las 8:00 a.m.,
están cantando al ritmo de sus alabanzas. Por mucho
que intento seguir dormida no lo consigo, la música
está a un volumen muy alto. Quiero levantarme de la
cama, pero mi rodilla derecha me dice: no se te ocu-
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rra, comienzo a sentirme mal y si mueves un milímetro
la pierna te haré sufrir. Respiro. Vuelvo a respirar tan
profundamente como puedo. Me muevo. Una vez más
logro burlar la amenaza de mi rodilla.
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cubrí también que hablo menos y escribo más. Prefiero
tardar varios minutos escribiendo un mensaje que en-
viar audios. Me siento menos tonta escribiéndole a una
pantalla que hablándole a la bocina del celular. Ade-
más, no tengo idea de dónde se encuentra realmente,
por ello se me dificulta saber a dónde dirigir el sonido
para que el audio no se escuche lejano o entrecortado.
Cambia el cabello el anciano, así como todo cambia,
que yo cambie no es extraño.
10 de abril
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Quiero plasmar ese día. Me pareció preciso transcri-
birlo porque al pasar mis pensamientos a estas hojas y
archivar el documento me da la sensación de tener más
espacio en mi memoria para mis (intentos) actuales
(de) reflexiones. Comienzo. Voy a ser lo más fiel al día
original y no a esta recreación que tengo en mi cabeza.
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Pedí pozole blanco acompañado de su respectiva
yoli. Mientras comía no prestaba atención a nadie, me
concentraba en saborear cada cucharada que llevaba a
mi boca, hacía más de dos años que no probaba el po-
zole. Al terminar el plato y después de beber el primer
sorbo de yoli, reparé en la sonrisa del hombre frente
a mí. Tenía los dientes alineados en armonía con sus
labios, una sonrisa amplia en la que parecía habitar la
calma de la arena perdiendo humedad al ser alejadas
las olas de su regazo. Miré sus ojos que, al encontrarse
con los míos parpadearon levemente como si las pes-
tañas largas, rizadas y negras fueran pequeñas escobas
usadas para barrer las apenas imperceptibles gotas de
sudor que comenzaban a formarse en sus mejillas. Per-
manecimos un rato más en la palapa, luego nos fuimos
a un bar.
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Dormimos juntos aquella noche, que en realidad
fueron solo un par de horas, salimos cerca de las 5 de la
madrugada del bar y mientras nuestros cuerpos se mo-
vían a un mismo ritmo el sol comenzó a aparecer por la
ventana. Cerré los ojos, me dormí un rato. Cuando des-
perté me sorprendí rodeando con mi brazo izquierdo
su pecho y mi mano apoyada en sus costillas derechas.
Me moví un poco para levantarme intentando no des-
pertarlo, pero fue inútil. Despertó. No hubo un saludo
de buenos días, ni un «hola» dicho con pena, nos limi-
tamos a mirarnos y luego besé uno de los lunares en su
cuello. Iba a levantarme de la cama cuando me recordó
lo que había escrito en la nota.
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de nostalgia por el pasado y que ahora recae entre las
cuatro paredes de esta habitación de 5 x 10 metros. Ne-
cesito una ventana para asomar mi cara, respirar olvidos
y exhalar certezas. Me urge una ventana. Una que no
sea virtual.
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13 de abril
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mareo trajo consigo los recuerdos de la noche pasada.
¡Ay, mujer!, me dije.
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Un día me armé de valor y se lo pregunté a mi ma-
dre, quien me explicó a lo largo de una hora que esas
marcas eran exclusivas de las mujeres de la vida galante,
que ninguna mujer decente andaría por la vida con esos
chupetones. También me dijo que era de mal gusto de-
jarse hacer esas marcas porque parecía que así los hom-
bres marcaban su territorio. Argumentó que esas cosas
eran de mujeres que no se tenían respeto ni amor pro-
pio porque se debían odiar mucho para permitir que un
hombre mancillara su honor y que, además, todo cuer-
po es un templo que debe cuidarse, amarse y sobre todo
respetarse como Dios manda. No encontré algún otro
referente para poder comparar lo dicho por mi madre.
Bebí de un trago lo que restaba del café en la taza y se-
guí pensando. No puedo pensar si no escribo. Encendí
la computadora y comencé a relatar mi día.
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miedo darme cuenta y reconocer que la soledad me está
convirtiendo en otra persona. Siempre he sido así tal
vez, pero nunca había querido admitirlo.
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go, con mi tacto, con mi olfato. Pedí las mordidas no
para que marcara su territorio, sino para que dejara una
huella en mi existencia, que a lo largo de estos días me
parece completamente etérea, pues ya nadie me llama
por mi nombre, no escucho voces dirigirse a mí. En las
clases online lo que veo me parecen invenciones de la
tecnología, no sé si son mis compañeros, todos lucen
muy distintos.
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sobrepasé las líneas que marcan la distancia social en
ningún sitio. Me he quedado en casa y solo he recibido
la visita de R. dos veces en lo que va de la cuarentena y
él ha tomado sus medidas antes de venir a verme. ¿Cuál
es la penitencia y precio por este acto?
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das en mi piel han sido para recordarme que estoy viva,
que mi cuerpo siente aún, que todavía no olvido cómo
sentir. Pienso, de la manera más cursi y llana que se me
ha venido a la mente que estas mordidas son solo besos.
Besos que duraron más tiempo de lo normal en los que
hubo más que solo convivencia de salivas. Besos que
han debido quedarse grabados en la piel porque no se
sabe cuándo será la próxima vez que esos besos no sean
virtuales.
14 de abril
Hace días no recibo ninguna llamada. Mis vecinos
se han cansado de despertar puntualmente, parece que
su rutina comienza a desestabilizarse. Los gritos de los
niños que juegan a ser maestros, ingenieros, choferes, se
están volviendo más recurrentes, se han aburrido ya de
ver T.V. y jugar en los celulares.
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portar el ritmo acelerado. Me quejaba constantemente
de que todo sucede muy rápido, que los días se van de
volada. Hoy siento que me quedé pausada en un do-
mingo eterno caluroso y silencioso.
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se enmudecen también los demás cuartos, se encienden
luces brillantes y las miradas se apagan.
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Ya aprendí a distinguir cuando está usando la li-
cuadora mi vecina o sus hijos, pues preparar leche con
chocolate en la licuadora lleva poco tiempo, y no es lo
mismo usarla para licuar los ingredientes del mole. Sé
cuándo preparan hot cakes los vecinos recién casados
y cuándo la vecina viuda, los primeros les agregan ba-
nana, guayaba o fresas a la mezcla, reinventan la rece-
ta, la segunda, sigue metódicamente la receta original.
Disfruto inexplicablemente el olor del detergente que
usa la vecina del departamento de enfrente para lavar la
ropa de su hija pequeña.
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ella está bien, de que no lo abandonó, que solo no puede
viajar por ahora.
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suciedad, y me concentraré en sentir todos los aromas
que mi nariz quiera identificar.
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Alana Chávez
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El recuento de los daños
FASE I – Confirmación
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Una semana antes se había casado Karla, mi mejor
amiga. Fue por ella por quien por fin crucé el Atlántico.
¡Cuánto había soñado ese viaje! Desde que mi madre lo
hizo cuando yo era una niña. Visité París y sus puentes.
Recorrí Londres y sus callejones. Me devoré los museos
de ambas ciudades. En Reino Unido, me quedé con mi
tía, quien todas las mañanas sintonizaba el noticiero de
la BBC: «El Coronavirus se expande por Europa. Hay
que tener precauciones». Mi primo de 18 años y yo nos
burlábamos de los titulares. Jóvenes e idiotas, nos creía-
mos inmunes. Pensábamos el virus como al «Coco», un
invento de los mayores para mantenernos en casa, bien
portados y en silencio.
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y nos besamos en mi departamento. El jueves cené con
mi mejor amigo. El viernes, una semana después de mi
vuelta, desperté con fiebre.
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de algo no me puedo quejar, es de tener pocos amigos.
El ABC es un hospital muy reconocido; privado y, por
lo tanto, de los más costosos del país. Después de pasar
un breve cuestionario para calificarme como candidata
viable, los asistentes telefónicos accedieron a darme el
precio del examen: de MX $3 500 a MX $4 000. «Está
en una situación de alto riesgo y le recomendamos que
venga inmediatamente». No lo hice. Un mexicano gana
en promedio MX $6 000 al mes; no es mi caso, pero
si decidían internarme, ¿cómo iba pagar un hospital
en el que cada día en terapia intensiva ronda los MX
$200 000? Al primero que avisé, después de mi tía, fue
a Matthew, el inglés. «Te va a dar un microinfarto», le
escribí, «pero esta mañana desperté con fiebre. Puede
ser una gripe, pero también puede ser algo más». «Estoy
seguro de que no es nada», respondió. Dos horas des-
pués, había cambiado su vuelo. Despegaba a las 9 p.m.
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recámara. Mi comedor es una mesa triangular de cristal
con tres sillas. Tengo una planta colgante en la cocina y
otra sobre la mesa al lado del sillón. Vivo sin mascotas.
Hay tres ventanas interiores. En mi horizonte, ni un
árbol para consolarme. Ni una pizca de cielo azul para
imaginarme «allá afuera».
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En México, la cuarentena comenzó después de las
festividades de marzo, por ahí del 17. El Gobierno dejó
los días de asueto intactos, y aprovechó la última tanda
de turistas que tendríamos en nuestras playas y hoteles
en quién sabe cuánto tiempo. Aquí, todos sabemos que
se retrasó el estado de emergencia por la situación eco-
nómica del país. Cuando el dólar sube, nuestro estilo
de vida baja. Así de simple. Para cuando cerramos ofi-
cialmente las puertas de nuestros hogares, yo le llevaba
al resto de la población cuatro días de delantera. Ahora
me parecen insignificantes, pero en ese entonces, eran
la diferencia entre la novedad que sentían mis compa-
ñeros de trabajo y la rabia con que contestaba sus co-
rreos electrónicos.
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la Light. Olvidaron las tortillas. Me puse histérica. Lo
peor de la primera semana no fue la enfermedad, sino
lo que vino después.
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siquiera me cambiaba la pijama para meterme a la cama.
Dormía por encima del edredón. En cuatro años que
llevo en tratamiento con mi terapeuta, jamás me había
visto así, ni cuando mis impulsos suicidas tomaban el
control y me obligaba a ahogarlos con horas de sueño.
«Estoy harta, Carla. No puedo. Ni siquiera me dejan
salir por un pinche paquete de tortillas. Mi madre me
dice que aproveche para escribir, pero, ¿por qué? Na-
die me dice cuándo escribir. Yo escribo cuando quiero.»
«Intenta hacer rutinas. Las rutinas son importantes.»
Notaba el temor en su voz a hacerme cualquier suge-
rencia y tacharla de estúpida. Cuánta agresión en un
cuerpo tan pequeño. Cuánta agresión en un cuarto tan
pequeño. «Báñate. Cámbiate. Inténtalo».
FASE 2 – Propagación
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para tuzar a sus muñecas. Necesitaba un cambio y lo
necesitaba ya. «No porque te veas diferente ya eres otra
persona», me dije. «Pero es un inicio. Una promesa», me
respondí.
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amigas y sus novios encerrados en equipo, desayunando
en la terraza, armando un rompecabezas. Yo lo único
que tenía era el sexo telefónico que, al día de hoy, prac-
tico religiosamente con Matthew. Y se nos empiezan a
agotar los recursos. Y se nos terminan los pretextos para
seguir. Recordé a mi último exnovio, el hombre con que
había terminado hacía menos de un mes. ¡Cómo le ha-
bía querido! Me encantaba abrazarlo y perderme entre
los pliegues de su sudadera. Le besaba la barba, el cue-
llo, y por supuesto, los labios. Cómo me habría gustado
que me preguntara cómo estaba, si necesitaba algo, si
podía ayudarme con cualquier cosa, pero Jorge nunca
estuvo ahí para mí. Por eso terminamos.
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de Netflix y los entregables que pagaban la renta. ¿Qué
tanto cambiaba mi vida de veras? ¿Qué tanto desperdi-
ciaba mi libertad? No me asustaba la pandemia, sino su
fin. ¿Y si después de todo, todo seguía igual?
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Pasé los primeros días en casa platicando de Europa
y enseñando fotografías; a mis padres y a mi abuela,
que vive cruzando la calle. Me invitó a nadar a casa y
le dediqué el domingo. Salí pronto del agua a pesar del
calor de la primavera. Era extraño, casi incómodo, estar
de vuelta por tiempo indefinido. Mis padres me ofre-
cieron regresarme a vivir con ellos unos meses, en lo
que todo mejoraba. Mudarme ahora y buscar otro de-
partamento cuando todo esto se quede atrás. Pensé en
el dinero que me ahorraría, pero prefiero perder dinero
que libertad. Cada vez que vuelvo me extraña cómo las
cosas no cambian. Los rosales siguen dando flores y mi
abuela aún se emociona cuando ve un colibrí.
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vez en cuando, tomamos el sol. Sacamos cojines nuevos
y viejos para hacer mis creaciones mucho más cómodas.
Desde aquí escribo este texto, pero desde aquí también
trabajo, dibujo, y leo, de lunes a viernes, de once de la
mañana a cinco, seis, o siete de la tarde, dependiendo de
cuánto tarden los mosquitos en comerme las piernas.
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mucho tiempo que no convivíamos tanto. Ni siquiera
en Navidad», afirma mi madre un día sí y otro también,
con una extraña sonrisa que se mece entre satisfacción
y nostalgia. Limpio la cocina y regreso a trabajar. Entro
y escucho el informe de gobierno. Veo series hasta que-
darme dormida.
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«Aprendizaje» o Semana Cinco
54
Alexandra Vega-Rivera
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Se me juntaron dos realidades que me atraviesan
fuerte y tengo que tener la suficiente lucidez para en-
cararlas: por un lado, una pandemia que obliga a la hu-
manidad entera al confinamiento en sus hogares; y, por
otro lado, una reciente mudanza a un nuevo departa-
mento que no conozco y no me conoce, pero con el que
nos toca obligatoriamente conocernos. Reconozco mis
nervios cuando las personas respiran tranquilas pen-
sando que será en sus hogares en donde pasarán estos
días. Siento un bombo en el pecho porque para mí, lejos
de que sea ese lugar, tan solo es un espacio con cajas,
libros, valijas y una cama que todavía huele a fábrica
atravesada en la mitad. La consigna es quedarse en casa,
¿cuál casa? ¿Acaso es esta? ¿Acaso queda en ese otro
país? ¿O en aquel otro? ¿Acaso tengo un país en el que
no me sienta ajena?
...
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No tengo idea, ni siquiera imaginario posible de a
dónde irá a parar todo esto. Sin embargo, sí tengo una
fuerte certeza y convicción: qué lindo estar viva en este
momento de la Historia, ser testiga y dejar registro de
todo esto.
...
...
57
hermano, ahora mismo en Madrid, en medio de una
realidad fría y cruda, y me siento feliz y orgullosa de
nosotros dos y de que estemos atravesando este pre-
sente sin hijos. Somos conscientes de esa decisión. En
mi vida he cometido y seguiré cometiendo cualquier
estupidez, salvo la de la maternidad por default.
...
...
Tan de todo
58
...
...
59
Ay, qué alivio que me produce repetir esa escena en
mi mente.
...
...
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nos ha parecido que sí, que hicimos lo mejor. Nunca he
podido explicar la extraña forma que tenemos él y yo
de amar, debe ser porque somos dos personas extrañas.
Mi madre siempre me dice que el nivel de compatibi-
lidad que ve en nosotros dos es tanto que le sorprende.
Quién sabe cuánto se alargue esto, no estamos lejos,
ahora que lo pienso el trazado entre su casa y la mía
es poderosamente porteño: entre el Abasto y Boedo. Y
aunque hubiéramos decidido pasar este confinamiento
juntos, yo sé que al cabo de algunos días, al margen del
amor, nos hubiéramos sentido incómodos sin estar cada
uno en medio de sus cosas, sus pensamientos, sus libros
y sus silencios. Él también sabe lo mismo. Y aunque no
me preocupa, me cuesta distinguir si es mala suerte o
una gran fortuna amar a una persona que también ame
profundamente estar sola.
...
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sin un solo peso. El hambre ¡la puta madre! Qué sensa-
ción tan aleccionadora en esta vida, desde mis entrañas
puedo decir que no se la deseo a nadie, y que respeto
profundamente a cualquier persona que también haya
tenido que vivirla. Vuelvo vez tras vez a la cocina, y la
abro cada tanto solo para corroborar que los días que
vienen serán duros pero que ella está ahí, en su lugar, y
llena. La nevera está llena.
...
...
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tad y autonomía. Hoy lloré pensando en mi familia: mi
madre y mi hermano. Y descubrí que hay algo a lo que
sí le temo: no volver a verlos nunca más.
...
...
...
63
acopiar papel higiénico y, aunque no lo entiendo, no
lo juzgo. Yo conseguí una cantidad impresionante de
cilantro, y al ser algo exótico para la dieta argentina
probablemente yo sea la persona con más cilantro de
mi barrio.
...
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Una esquirla de nuestro recuerdo compartido se
quedó incrustada en mi piel.
...
...
Hoy lloré
Hoy menstrué
Hoy recordé
65
Aunque de todo eso ya nada me represente y nada
me pertenezca
...
...
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aunque es un gesto que me emociona profundamente,
no lo voy a hacer. Me produce respeto y ternura, pero
también me sorprende. En estas noches que llevan ha-
ciéndolo no paro de pensar en la ingenuidad y en las
acciones que se llevan a cabo ciegamente y en medio de
la emoción. Cada noche que sucede me alegran, pero
también me hacen pensar que probablemente un gran
porcentaje de la población ha creído que, en efecto, era
una gripe, y no un virus pandémico y mortal que puede
llegar a confinarnos por tiempo indefinido, o no. Y acto
seguido me pregunto si es que acaso nunca se habrán
enamorado, estallan los aplausos ahora y hay un fervor
con (preocupantes para mí) pincelazos de nacionalis-
mo, y es que creen que esto dura poco, de vuelta, acaso
¿nunca se han enamorado? Esto es una pandemia y pue-
de llevarnos mucho más de lo imaginado, esto empezó
hace poco, pero me pregunto si seguirán aplaudiendo y
sobre todo con esa emoción, dentro de un mes. Hones-
tamente no lo creo. Si esto se alarga, irá disminuyendo,
cada vez un balcón menos y así, hasta que solo sean dos
manos haciéndolo. Entonces quizá sí, nunca se enamo-
raron, porque aparentemente no sabían— y nadie les
avisó— que siempre la mayor dificultad no radica en
hacer sino, en sostener.
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...
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pasar ese crudo invierno de la distancia, hasta aceptar
que absolutamente nada podía hacer, que me tenía que
acomodar a la transformación de mi vida después de tu
aparición en ella, y aunque no pudiera tenerte, tuve que
admitir que nunca nada sería como antes.
...
69
...
...
...
...
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Hoy pensé en que son diezmiles de personas las que
han muerto y seguirán muriendo sin haber recibido un
beso y un abrazo.
...
72
Amor del Carmen Estrella
73
El sol secaba paciente la ropa colgada en los tende-
deros, desde la azotea todo parecía tranquilo, silencio-
so. Una corriente de aire pasó para ayudar con la tarea
al calor mientras yo videollamaba con E, mi cómplice
y rescatista de encierros físicos y mentales. No recuer-
do cuántos días llevo aquí dentro porque afuera todo
parece igual. Recordé la frase de Miyamoto Muzashi:
piensa ligeramente en ti y profundamente en el mundo, y
de inmediato complementé mi primer pensamiento;
todo parece igual, sí, pero sé que ha cambiado. Aquí
sigue sonando la música de banda los fines de semana y
las mujeres venden los nopales que recolectan del cerro
en los mercados, pero en esta casa todos hemos teni-
do oportunidad de reflexionar y actuar sobre nosotros
mismos. Por otro lado, las noticias dicen «México» y
yo solo pienso en esta ciudad que no parece tan ciudad
pero tampoco tan pueblo, y que geográficamente pare-
ce colocado en las entrañas profundas (pero no tanto)
del país. Este ha sido un lugar donde predominan los
«no tanto», tal vez por eso gran parte de las vidas se
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definen en el «casi». Aunque siempre hay un médico
cerca, por ejemplo, no hay especialidades médicas al al-
cance. Desde la azotea el único ruido que se escucha es
el viento y los perros de las casas vecinas, el camión con
los cilindros de gas y su música promocional, la músi-
ca regional y los gritos de compadrazgo entre algunos
vecinos, pero sabemos que hay más ruido en lo que no
se oye. O mejor dicho: cada quien decide qué trozo del
mundo escuchar.
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daba el nombre de la persona infectada, alguien tenía la
certeza de quién era el caso positivo que se anunció hace
menos de una hora en la página oficial y las personas
allegadas a la persona confirmada lo fueron informando
casi sin querer y por eso llegó a mis ojos el nombre. Ese
número significa cosas distintas de acuerdo al lugar en
el que esté; probablemente en una ciudad-ciudad solo
sea un número, pero aquí los secretos no son tan secre-
tos, aquí siempre eres alguien.
II
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que no paran para poder terminar pendientes y los que
no paran por asuntos que no son precisamente labora-
les. Soy del primer grupo. Me declaro amante del des-
asosiego, pero espero que sea una aventura tormentosa
y fugaz.
77
III
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de uniformados con gel desinfectante y una serie de
recomendaciones escritas y verbales. No sé si haya pre-
supuesto o personal para que lo sigan haciendo todos
estos días, pero al menos se correrá la voz. Ya está suce-
diendo. Cada vez parece más urgente.
IV
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Tengo cosas por hacer, pero no quisiera, no todavía, sé
que tengo el lujo de elegir, y que puedo sentarme a es-
cribir en vez de utilizar mis extremidades e intercam-
biar mi sudor y quemaduras de sol a cambio de dine-
ro, como la mayoría de las personas lo hacen aquí. La
respuesta gubernamental no me parece lenta, pero las
noticias indican que tal vez sí hubo un retraso general
de las acciones preventivas. Quizá solo estoy acostum-
brada a este ritmo, aquí siempre me ha parecido más
lento, se siente más como caminar en vez de utilizar el
transporte público. Mi pensamiento cree que este ritmo
también es el de las pandemias.
VI
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ble. Los recolectores de residuos urbanos sí tienen un
trabajo indispensable, sin contar al personal de salud,
y quienes se dedican a la alimentación y a la muerte.
Instalaron tinacos para el lavado de manos en las pla-
zas, junto a los ficus y los cipreses. Al menos ganó las
elecciones un alcalde que está preparado para esto, iba
a adquirir experiencia después de la crisis de agua po-
table y la situación del relleno sanitario que es común
en cualquier ciudad. Cuando vi las fotos de los tinacos
sobre bases hechas por un herrero pensé en cómo las
habrán pagado o quién(es) las habrá(n) hecho. Aquí
aún es costumbre hacer, mandar hacer o pedir el favor,
ya después habrá dinero para pagar el trabajo.
VII
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mo; las biznagas crecen despacio, como las buenas co-
sas. Las temporadas de las frutas locales son anuales y
por algunas semanas, mismas que se recolectan de ma-
nera silvestre y alcanza para una buena venta o para una
salida familiar o amistosa. El sistema de salud también
es lento y a veces no es tan bueno. Entiendo que no es
su culpa, que es más una maquinaria que en ocasiones
no sabemos cómo le hace para seguir andando. R es de
la población más vulnerable y el hospital de su trata-
miento semanal está a un par de horas en vehículo.
VIII
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poblaciones rurales y me alegra que lo haya mencio-
nado. Aquí hay cientos y no conciben la pausa de sus
actividades, simplemente no existe. Dejando aparte la
producción ganadera y agrícola, tampoco puede parar
el abasto de agua potable, tampoco se detienen los par-
tos y los enfermos ocasionales. Hoy fui a trabajar a una
de esas poblaciones, pequeña, más pequeña que una
colonia urbana promedio, revisamos algunos árboles y
magueyes y regresamos en una camioneta de un habi-
tante del lugar que nos preguntó por «la enfermedad»,
C respondió lo que ambas sabíamos y el conductor del
vehículo aseguró que ellos solo saben que no pueden
salir de allí, pero que no les importa mucho porque «no
tienen necesidad», que «es peor tener miedo y andar
en el celular todo el día». Vine a trabajar a un lugar
en donde el hospital más cercano está a menos de una
hora por carretera. Pienso en las personas que miden
estas distancias en días.
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que se arriesgan a perder su comida con cada temporal,
también soy una ingenua y eso sí me tiene con cuidado.
Me gustaría que los señores y señoras expertos en datos
vengan a estos lugares a responder preguntas, aunque a
veces sienta que entre menos los (nos) vean, más a salvo
estaremos, y que esos señores y señoras están mejor allá,
interpretando datos, y que los que tenemos Facebook y
lo usamos a diario, somos los que menos sabemos.
IX
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X
XI
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sistema que ha puesto la productividad como prioridad
sobre la salud mental y física individual o la integración
familiar y comunitaria? ¿Qué tanto tenemos qué ha-
cer por nuestra salud como sujetos y como comunidad?
¿Cuánta responsabilidad nos toca? Al menos aquí nun-
ca falta el conocido (o conocida) que sabe cómo ayudar,
o con qué autoridad acudir. En otros lados es otra his-
toria. La experiencia compartida es la de los camiones
de comida y bebida industrializada llegando a los luga-
res más arrinconados y profundos del país, del Estado,
de este municipio.
XII
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pregunta y nos retiramos. Confiaré en el engrane y sus
giros, y que todos y todas estamos haciendo lo que nos
corresponde para que cada vez falte menos tiempo de
cuarentena, menos agua y menos comida.
XIII
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mente. Tal vez una parte de mí quería este encierro para
llegar a un lugar que no sé cómo es ni cómo se siente.
XIV
88
si estoy frente a la página en blanco sin poder llenarla,
mientras estoy encerrada físicamente, entonces ¿cuán-
tos años estuve en espacios (reales o emocionales) en
los que me sentí enjaulada? ¿Cuántas veces la vida me
salvó al no poder escribir algo en lo que no creía? Y
como magia, las preguntas llevaban dentro de sí la res-
puesta, que no es palabra sino acción. Dejé de pensar,
puse mis manos sobre el teclado y mis dedos cobraron
vida propia, como si fuera el resultado de un hechizo.
Comencé a escribir.
XV
89
tienda de la esquina está cerrada y hay menos gente en
la calle. Sigue siendo sábado para quien no ha parado.
Por su parte, el personal de seguridad pública se colocó
en el acceso de algunas zonas rurales. Una vez más pa-
reciera que se tardaron en tomar la acción, pero a estas
alturas ya no lo sé. Solo quiero que funcione, que si nos
contagiamos lo hagamos lento (como las buenas cosas),
que si nos enfermamos podamos curarnos o irnos sin
dolor y mientras nos abrazan. Y la verdad, mi deseo
más grande es poder hacer un pacto con la muerte por
unos años más. Poder tener la oportunidad de saborear
lo suficiente, dice Rozalén.
90
XVI
91
XVII
XVIII
92
XIX
93
del no tanto. Ahora pienso que en realidad es que ne-
cesitaba un poco de polvo para ver más nítido aquello
que necesitaba ver: que en lugar de poner atención al no
tanto, podría poner atención al aquí.
XX
94
La primavera de este año por alguna razón se siente
sutil y a la vez inmensa, con un aire de angustia. Es lo
mismo para la pandemia. No sé cuánto dure ninguna
de las dos, solo quiero tener tiempo para vivirla muchas
veces más y por supuesto que con esto último solo me
refiero a la primavera.
95
Ani Karen Babojian
96
Un desierto hecho mar
Sábado, 04 de abril
Expectativa/ realidad
97
esto nunca acabe. Cuando digo esto, quiero decir mor-
der cenizas de lo que fue.
—…Quiero tormenta.
Quedo en silencio…
98
Domingo, 05 de abril
Retrato/ Autorretrato
la de los rulos,
la de mirada lacrimosa,
99
la que ha sido faro y también sombra,
y hace arte,
canta en versos.
Llega,
derrama(te).
100
Lunes, 06 de abril
Desierto/ Mar
Ahora entiendo
la poesía me ha arropado,
se ha vuelto pozo
101
viendo mi reflejo temblar…
Martes 07 de abril
Día 26/23
102
estar antes que ocurriera todo esto. Despierto con la
sensación de ese viaje planeado, estar en primavera en
Ruan, visitar París, comer croissant relleno de chocolate
y ponerme dos abrigos por ser ajena al frío. Despierto
a la realidad, en estos 37 grados centígrados y haciendo
panquecas para el desayuno.
Miércoles, 08 de abril
Nostalgia/ deseo
103
Azul enero.
ya nada es igual,
Ni bien ni mal,
somos otros.
Ojalá
Jueves, 09 de abril
Descubrir/ dualidad
104
como camino para conocer y llegar a Dios. Comienzo a
identificarme con la dualidad desierto y mar.
Viernes, 10 de abril
Verde/ azul
105
El semáforo en verde,
cruzar la avenida,
entreabrir el portón.
Después de correr
me esperas,
Mijao.
106
Domingo, 12 de abril
107
han sido difíciles. Y hoy, que podría ser un día festivo,
el sofá ha empezado a navegar en este desierto. Tu frase
la tengo grabada en el pecho: lo más importante es tu
felicidad.
108
Los libros aún tienen tu olor,
No las encuentro.
vestigios de tu presencia.
109
Se hizo noche mientras escribo, papá,
Lunes, 13 de abril
Florecer/ hogar
110
Arlet Palestina
111
De aquí para allá-s, de mí para nosotras.
7 de abril de 2020
Querido diario:
112
más. Desde que comenzó la cuarentena, empecé a re-
flexionar sobre qué quería hacer. En el país, muchos,
que no se ven obligados por distintas condiciones so-
cioeconómicas, andan en la calle. Yo no los voy a lla-
mar «ignorantes», como muchos lo hacen, solo aludo
al asunto para decir que pude ser una de ellos. Dos ra-
zones hicieron que me autoaislara: querer cuidar de mi
familia, y querer cuidar de mi gente. Mi gente, la que
todos los días se parte el lomo trabajando para tener
qué comer, por lo que no puede quedarse en casa; la que
tiene que ir a joderse y no tiene una salud óptima; la
que no puede enfermarse, y si lo hace, es probable que
muera; a la que le va a pegar más la pinche crisis. Por
ello, decidí pasar la cuarentena en casa de mis padres y
en el pedazo de vida que todavía tengo aquí.
113
tortura, y algo contrario a mi pretendida forma de vivir.
Peor aún pensar en que estoy obligada a ello, porque soy
una persona que intenta romper y desobedecer lo esta-
blecido. Esto ha resultado en que despierte feliz y luego
termine deshecha. Siento lejos mi nueva forma de vivir,
que ya casi es toda mi vida. Siento lejos mi privacidad
e independencia, y cerca las ausencias y la dificultad de
volver a convivir con mi familia. A esto se suman los
conflictos con un amigo al que quiero mucho, pero con
el que había estado discutiendo por chat varios días.
8 de abril de 2020
Querido diario:
114
viven otra vida, y en otro pueblo, donde no hay cubre-
bocas, alcohol o gel antibacterial.
115
de hacerte chica frente a todo, de hacer peor lo que ya
de por sí es malo.
9 de abril de 2020
116
que de verdad podré con el aislamiento, que soy capaz;
dejé atrás los enredos mentales y pensé que merezco
paz, paciencia y esperanza. Hoy grabé un video como
respuesta a una convocatoria feminista para leer poesía
escrita por mujeres. Me sentí tan fuerte, quería expre-
sarme como una mujer, sin estereotipos, y quería que
se escuchara mi voz, que conmoviera corazones. En este
periodo de cuarentena, me he destapado como el es-
tuche de monerías que solía ser. Mi cuerpo se encuen-
tra limitado, mas mi creatividad vuela. Estoy haciendo
cosas para las que, desde mi temprana adultez, «nunca
tuve tiempo». Soy tan yo… Aunque luego me desdibuje
entre publicaciones, fotos y likes. Ayer, sentí la necesi-
dad de “compartir” en «mis historias» todo lo que hacía,
entonces pensé en algunas burlas hacia las personas de
mi generación. «Publico, y luego existo».
117
hábitos, fallas e inseguridades; es otra forma de estar
limitada. A veces, afligida, deseo remarcar la línea entre
nosotros. Deseo decir: ¡Somos distintos! ¡No pueden
decirme qué ser! ¡No pueden meterse en lo mío!, ¡en
mí!...
¡Cuánto me atraviesa!
11 de abril de 2020
118
ban fronteras. Aquí en el campo, el desasosiego no
puede ser tan aterrador como en la ciudad, aquí te-
nemos maíz.
119
amenaza de muerte? Parece que no hay escapatoria.
12 de abril de 2020
120
portes para recoger a los cadáveres y han cavado fosas.
Parece que vivimos una guerra, no obstante, no lo es
tanto. Hay guerras en las que todos pierden (aunque de
forma desigual), como en la pandemia; pero siempre se
lucha contra algo que se hace material en cuerpos hu-
manos. Hoy no luchamos contra nadie, a pesar de que
hubo quienes contribuyeron a que esto sea tan brutal y
atroz, ni buscamos obtener riquezas, territorios, poder.
Hoy solo queremos poder sobrevivir y el enemigo no es
humano. La Modernidad y sus mitos se caen de cabeza,
otra vez. El hombre (el varón) no lo controla todo. Y
constantemente lo arruina.
121
Lo más triste es que he descubierto que, cuando más
me duele lo roto, no me duele que Jugador ya no esté
en mi vida. Fruto de mis introspecciones, sé que lo que
más me hiere es pensar que se alejó de mí porque llegó
a conocerme, y en verdad, pocos me conocen de forma
tan cristalina, tan sin esfuerzos míos de ser algo; y no le
agradé, al contrario, lo ahuyenté. Repeler es la palabra.
Y en consecuencia fatal, lo que me lastima con mayor
fuerza es creer que la amistad —pero siendo más sin-
cera, yo— no haya valido lo suficiente para él. Lo sufi-
ciente para repensar la situación, para disculparse, para
plantear opciones; porque para mí él sí lo valía.
122
Ahora caigo en cuenta de que los hilos mentales son
más cortos y ya no se enredan, eso me hace menos in-
feliz y más fuerte. Otra cosa que percibo es que aquí y
ahora no estoy muy sola, es decir, en la Ciudad de Mé-
xico, a veces me siento sola, y constantemente lo estoy.
Me encuentro en mi cuartito ordenando, escuchando
música, leyendo, y sola. Luego comprando la despensa,
tallando la ropa, haciendo la comida, y sola. Aquí veo
todo el tiempo a mis padres y hermano. Hay días en los
que deseo con ansias volver a estar sola.
13 de abril de 2020
123
despiden a diestra, y sobre todo, a siniestra; una a una,
algunas cosas colapsan, y otras se fortalecen, como la
violencia contra las mujeres dentro del «hogar». Y lo
mejor que puedo hacer es quedarme en casa.
124
mujer madura que vive sola y se mantiene con lo que
vende en su tiendita, y paga renta; la madre soltera que
corrieron de la empresa a la que le ha dedicado años, y
le pagaban por contrato; mi tía, a la que en esta semana
se le acaba el contrato laboral; los padres de mi amigo,
que salen a trabajar por sueldos míseros y viven al día;
mis primos-vecinos, que consiguen su sustento de la
siembra y crianza de ganado, y reciben apoyos del go-
bierno.
Tengo miedo.
125
mantenga vivos, medio vivos, o lo que prolongue nuestra
muerte. Hoy lloré por las y los migrantes que llegan a
México, a los que siempre tratan con desprecio y a gol-
pes; hoy lloré por las y los que ya vivían en las calles, los
que nacieron con el mundo desmoronado. Hoy lloré por
las y los que fallecen, las y los que morirán, y las y los que
trataremos de (sobre)vivir. Hoy lloré por el egoísmo y
el individualismo. Esto no debería ser un «sálvese quien
pueda», sino, un «salvémonos entre nosotros», o al me-
nos, un «mantengámonos a flote, juntos».
126
escuche discursos de ese tipo, aunque también escucha-
ba: «Eres brillante, inteligente, talentosa, responsable,
comprometida, llegarás muy lejos». Les creí, y también
creí en los cuentos del capitalismo: «Lo resolveremos,
lo resolveremos con tecnología».
127
14 de abril de 2020
128
Hoy pasó lo siguiente: le di un trago al cloro diluido
sin querer. La forma en la que sucedió está de más, en-
tre mi descuido y el de mi papá, pero me asusté mucho.
Siempre me ha dado miedo vomitar y más provocarme
el vómito, hoy lo hice sin pensarlo. Quería ir al doctor,
sin embargo, mis papás no querían porque realmente
el cloro estaba muy diluido. Lo que no dijeron es que
también les daba miedo llevarme, ya que aquí, en Mé-
xico, ha habido varios brotes del virus en hospitales y
clínicas. Me intenté provocar el vómito cuatro veces y
me lavé los dientes en dos ocasiones, luego me calmé
un poco. Llamamos a una doctora que conocemos y
aseguró que no necesitaba ir a consulta, el cloro solo
irritaría mi mucosa gástrica. Fue un evento que me sacó
de golpe de la cuarentena, algo totalmente inesperado y
aterrador. No obstante, dentro de mi mala suerte, tuve
buena suerte.
129
está pensado y organizado, es una mierda, es mierda
pura, pura mierda.
130
za, tengo que dejar algo, lo que necesite menos»? ¿Se le
puede llamar privilegio a que cuando te enfermas tienes
que esperar a que estés a punto de morir para que te
atiendan en el servicio de salud público o ir a una clíni-
ca en la que te cobran $40? ¿Es un privilegio haberme
jodido toda la vida para poder entrar a «La Mejor Uni-
versidad de mi país», y así, tener oportunidades que me
proporcionen algo de calidad de vida? ¿Lo es seguirme
jodiendo para mantenerme en ella a pesar de lo que he
pasado?
131
No sé cómo terminar un diario, los diarios no debe-
rían terminar, aunque sin duda no siempre deberían ser
públicos.
15 de abril de 2020
Diario compañero:
132
Aurora H. Camero
133
Confinada por largos períodos a un régimen minu-
cioso de aislamiento, puedo decir: esto ya lo conozco.
Sin embargo, tengo miedo. Hay momentos del día en
que siento que mi calma se deforma, voces invasivas y
escenas dolorosas que se arremolinan en la mente como
paisajes claustrofóbicos. Es una niebla, es un velo, lo
que hay detrás de la pesadilla ya lo conozco y no quiero
regresar allí. Así que escribo para recuperar la calma.
Escribir estas palabras aleja malos pensamientos. Es
curioso, ya no siento la misma aprensión por mi diario.
Supongo que nadie quiere un corazón mezquino. Mu-
cho menos cuando no lo necesitamos.
23:14 h
134
para que los míos también. Me muevo entre mi cuarto
y la cocina. Casi no uso el salón. Hay poca luz en el
salón y prefiero el contacto del día. Detesto los días pá-
lidos donde la luz es una huella enfermiza. Prefiero el
sol potente que me obliga a vivir. Me levanto, riego las
plantas, vuelvo a sentarme. En el edificio de enfrente
conversan mis vecinos. No me siento sola, la soledad
no es un problema. Estoy demasiado tranquila, aunque
mantengo mis dudas. La luz me da confianza y me afe-
rro a la ventana como a un árbol de vida. Mi corazón
quiere luz y yo sigo en cautiverio. —Riega mis plantas,
dijo N. Las cuidaré hasta que regreses.
13:35 h
135
18:59 h
136
01:09 h
16:41 h
137
visito. Dos veces atrapada. Las voces se imponen y no
puedo dormir.
02:54 h
10:33 h
138
sientes? Palabras imprecisas, idiomas imprecisos, para
escribir estás equivocada.
19:55 h
139
04:12 h
01:51 h
140
me toque… no quiero que nadie se acerque… No estoy
preparada.
02:40 h
09:12 h
141
Hace unos días comías fresas allí, ¿qué ha cambiado?
Tu estómago se lleva la peor parte: calambres, estra-
gamiento. Entonces no lo romantices. Un dolor real,
tangible como un filo, el dolor de un órgano estropea-
do. También problemas de vejiga derivados del ayuno,
decaimiento e irritabilidad. Pero esa rabia, su proceden-
cia, es más profunda. La llevo conmigo desde que era
pequeña. El encierro la exacerba, por eso fumo, para
callarla. Pero hay noches que me asfixio, por unos se-
gundos estoy enterrada, y palpo mi cuerpo igual que
un ataúd. No puedo huir de esta rabia. Solo la lluvia la
alivia. Los días que no llueve intento sobrellevarla. Yo
necesito mi cuerpo. Es lo único que pido.
20:52 h
01:16 h
142
08:10 h
19:42 h
143
tengo). Le respondo: no conozco otra manera de hacer
parte del mundo.
05:54 h
08:27 h
144
jamás tuve… Esta es la tristeza que propones: enfren-
tada con tu imagen, con tu estatua, con tu cruel irrea-
lidad. Alma y cuerpo escindidas. En mi placer debería
encontrar alivio, pero las partes no encajan. (Las partes
se adormecen).
01:13 h
145
mos. O miedo más bien que nace de esta habitación,
de esta extraña tendencia a marchitarse ante el pasa-
do. Sin embargo, ella empuja la vida, me promete que
jamás seremos un hombre, que nunca envejeceremos
como un hombre. Con su promesa me consuelo…
Entonces de allí viene el miedo... viene de querer sa-
lir…
21:52 h
16:20 h
146
textos, también sobria trabajas. Pero el cuerpo nunca
escucha, y pide más y pide más… Si estás exhausta, ¿por
qué sigues? Yo no elijo. Tú eliges. No puedo parar.
04:12 h
(Respuesta: no puedes).
147
23:18 h
18:02 h
21:06 h
148
09:25 h
Silencio…
149
04:48 h
06:37 h
00:05 h
150
con tu presencia. Caes con más fuerza cuando canto.
Solo tú reinas la noche, tu reino en el agua. Quienes
ayunan y no duermen están más cerca de entender tu
ausencia. Lavas con paciencia estas blandas quemadu-
ras. Beben de ti las que regresan del incendio. Golpea
más fuerte, para saber que llegaste, para saber que me
limpias, y reemplazas las costuras. Yo a cambio cuida-
ré de tu ternura para ver con claridad el camino que
elegimos.
07:00 h
151
Mis ojos cerrados la miran con dulzura. ¿Por qué llue-
ves?... ¿por qué llueves?...
23:22 h
00:02 h
21:07 h
152
11:28 h
06:29 h
00:17 h
153
17:49 h
14:01 h
154
19:09 h
18:33 h
155
ria. Veo la importancia en los silencios. Veo la historia
llena de vacíos silenciosos. Entiendo la importancia
del relato. Creo que hay que construir el relato a partir
del silencio. Creo que nuestro relato ha sido silenciado.
Creo que escribo para este relato, nuestro relato. Escri-
bo para vivir junto a ustedes, en este tiempo. Creo que
es el momento de comprometernos con nuestro trabajo.
Creo en el orgullo. Creo en el amor propio. Creo en el
peligro de todas mis decisiones. Quiero la vida.
12:18 h
156
la autoestima. Palabras reconfortantes y cariñosas en la
mañana, autoexploración sexual y literaria por las no-
ches. También: reemplazo de viejos hábitos por mesura
y una buena alimentación. Descubrimiento de la lluvia
como método de cura. Descubrimiento de elementos
simples y gratificantes: luz, compañía, responsabilidad.
Certezas:
157
06:53 h
07:43 h
estoy
estoy
estoy
158
solo la lluvia en este cuarto
159
estoy tan sola, estoy
tan bendecida…
de noche, en cautiverio
160
Bianka Verduzco
161
Durante la contingencia del COVID-19
no tuve cárcel,
pero sí encierro,
no tuve condena,
pero sí la contingencia
162
Encerrada,
encerrada,
encerrada.
Sangraba,
sangraba,
sangraba.
No hay trabajo,
No paro de sangrar,
un día
tras otro
tras otro,
tras otro.
163
La ciudad colapsa mientras yo aborto,
no hay dinero
no hay trabajo
no hay vida.
aguanto,
aguanto,
aguanto lágrimas.
164
Le ruego a las diosas,
le ruego a Tonanzin,
a la Virgen de Guadalupe,
que no sufran
que no lloren.
Su dolor es mi dolor,
su feto es mi feto,
su sentir es mi sentir.
166
era saber el tamaño del feto. Había un sonido raro que
la señora reproduce tres veces, escucha el corazón, me
dice. Yo solo quería salir de ahí y tener los resultados.
Desde mi cuerpo
mi útero funciona?
mi rol social,
procrear,
parir,
dolor,
167
lágrimas de mi entrepierna.
Rojo,
pequeño,
doloroso.
Es matar o vivir,
hay un invasor.
después de abortar
lloro de felicidad,
168
sin importar el frío,
ya recuperé mi libertad.
169
saber que estaba embarazada empecé con el protocolo,
era simple, medianamente seguro. Pero si sucedía algo
fuera de mi alcance ¿a quién le diría? No tengo trabajo,
no tengo dinero, los hospitales están llenos.
170
tomé de la taza para sentirlo, para vivir el aborto, tocar
aquello que estaba haciendo que mi contingencia fuera
un poco más terrible. Era gelatinoso, de color guinda,
estaba dentro de mí, pero no más. Volví a respirar.
171
Dejé de existir, respiro, pero no vivo, me libré del
embarazo, pero no de la penitencia, el aborto es un acto
de salvación, me salvé, pero el COVID-19 llegó para
poner a prueba hasta al más cuerdo, mis cinco sentidos
no son los mismos, no sé qué día o qué hora es, vivo mis
días sin sol y sin luna, me duele la sangre de mi vagina,
me duele no tener toallas, me duele mi cuerpo, me due-
le la vida, el coronavirus me castiga, me quiere volver
loca, mi acto de aborto fue para sobrevivir mi vida, pero
el coronavirus me la está arrebatando.
172
vasor dentro de mi cuerpo, en la jaula de las mujeres, el
hogar, ahí vive el enemigo, aquel ser que desea ver a las
mujeres muertas por el simple hecho de pensar que son
su propiedad. La violencia doméstica, machista y pa-
triarcal que solo podemos ver con golpes, violaciones o
muertes de las mujeres. Lamentable ver que en el espa-
cio donde te quieren encerrada, para no enfermar, para
lograr vivir, está un virus de mayor alcance, tan largo
como el origen de las sociedades. El hombre machista
que está en la casa para violentar, el hombre machista se
convierte en el virus que ataca solo a la mujer, un virus
que ataca solo a la mitad de la población.
La violencia privada
El Estado el origen,
173
Madres sin sus hijas,
deidades vírgenes,
174
mataron a las niñas? ¿O encontrar a los que golpearon
a las estudiantes en su propia universidad? La violencia
no se detiene ni con toque de queda.
Situada
Aquí,
aquí,
aquí la mataron,
iba al trabajo,
sin ver su rostro la asaltaron.
Aquí,
aquí la violaron,
en la casa de la vecina,
ellas solo la silenciaron,
Aquí,
aquí la golpearon,
175
en la universidad,
176
las noticias lloro y recuerdo el texto de María Galindo,
Desobediencia, por tu culpa voy a sobrevivir. Creo que
esa es la línea más apropiada para la supervivencia de
las mujeres durante la contingencia del COVID-19.
Deseo que esto ya pare, que la vida siga, que las mu-
jeres renazcan y tengan vida, que no hubiera sucedido
ninguna muerte durante la contingencia. Para las que
ya no están, mis letras y mi sentir son para ellas.
177
Carmen García
178
No durará siempre
180
mi parte comencé una rutina retrospectiva que me obli-
gó de nuevo (porque desde adolescente no lo hacía) a
buscar un hueco en mi día para plasmar, no tanto lo
que me pasaba, porque aquello me resultaba de lo más
anodino, sino lo que sentía. Cuando me centro en es-
cribir mis emociones hago el mayor ejercicio de hones-
tidad conmigo misma. Hubo otras veces, en el pasado,
que requerí de la ayuda de algunas de mis psicólogas
para hacerlo. Llegar a la raíz no es agradable, esas raíces
están lejos de la luz y la tierra es mucho más profun-
da de lo que nos creemos. En esas rutinas de reflexión
descubrí que me da miedo bajar al supermercado que
tenemos justo enfrente de mi casa. Por eso me quedo
más tiempo de lo normal en la cama o en caso de que
me despierte más temprano, lo hago sin hacer un solo
ruido hasta que escucho que baja mi padre. Ni él, ni mi
madre, ni yo somos grupo de riesgo, pero de siempre
he sido una mala enferma y el pasado mes de febrero
fue terrible. Aborrezco la idea de volver a mi cuerpo
dolorido, incapaz, anulado, convertido en prisión y pri-
vado de sus facultades. ¡Cuán infravalorada eres, salud!
Hasta que no nos faltas es como si fueses inmutable,
perfecta y eterna. Tengo el ingenuo pensamiento de ver
este encierro como un momento idóneo para empati-
zar con quienes nos rodean. Sí, soy consciente de que
181
hablar ahora de empatía, cuando acabo de reconocer mi
cobardía a enfermar por pereza a desinfectarme, por no
cargar con la compra, por no cruzarme con la gente, no
es dar el mejor ejemplo. Soy muy consciente.
182
miento y marketing con mi mentora Letras y aprender
con cada una de las curiosidades del lenguaje que nos
trae a diario. También disfruto de clases esporádicas de
cocina, alimentación o incluso de edición y, por supues-
to, los cafés virtuales con la Piñitas, iniciativa crea-
da por Brava, con quien estoy comenzando a formar
un vínculo bálsamo, que me ayuda a curarme en estos
«días raros», como los estamos empezando a llamar.
183
venil, suave, pausado y especialmente triste. Cada día
que pasa se me abre más el apetito lector que sacio
en cada hueco libre que tengo con letras y más letras.
Olvidándome plenamente hasta de mí misma, como
si mi ser fuese una extensión más de las páginas que
tengo ante mí.
184
y empezaron los agobios. Estoy segura de que debe ser
duro para él, aunque eso no le quita peso al hecho de
que me apena no haber visto un solo dibujo más por
su parte. Pese a que los dibujos terminaron, las conver-
saciones en el móvil y por videollamada, no. Recuerdo
que la misma noche que me anunció su parón debido al
hastío me hizo reír muchísimo cuando dijo:
185
cuando haya interés sexo-afectivo. En los últimos me-
ses parece que esa torpeza está menguando. De lo que
se da cuenta una…
186
Semanas más tarde sería él quien me pediría una lla-
mada. Cuando hablásemos, viendo desde mi ventana
a mis padres en la terraza aplaudiendo junto con el
vecindario, llegaríamos a la conclusión de que, en los
momentos de silencio, al encontrarnos con nuestro ver-
dadero yo, como a mí me gusta llamarlo, sentiríamos
la pequeñez de nuestra existencia, pero no de un modo
modesto y humilde como me dijo Kroma, sino como la
más absoluta desolación humana: la certeza de ser nada,
que viene a ser lo mismo que no ser. ¿Y cómo encajar
esa paradójica idea en nuestra imperfecta mente?
187
cuchar su voz. Quería verle el rostro que tanta ternura
me había producido desde que le conocí. Pero, por su-
puesto, quería que él me viese también, que volviéramos
a reírnos de las cosas más necias, que compartiéramos
confidencias, que volviese a convertirse en mi musa
predilecta. Y quizá yo también fuera su fuente de inspi-
ración. Fingir que febrero nunca había sido me entris-
tecía: había fracaso en mi empeño de poner en práctica
todo aquello que aprendí para desmontar la toxicidad
romántica, racionalizar mis emociones, aceptarlas y pa-
sar página. Mi hermana me decía que no sabía cómo
soltar lastre, que le olvidase de una vez y a otra cosa,
mariposa (nunca mejor dicho). Eso me enfadaba en
términos galácticos. Pese a que sabía que en el fondo
no quería verme sufrir, no aceptaba esa rotundidad en
sus palabras. Ese «tacto» suyo lo hemos heredado, sin
excepción, ella, nuestro hermano y yo de nuestro padre.
Desde hace un tiempo evito mencionarlo frente a ella o
cualquier otro miembro de mi familia. No porque haya
rencor (nunca lo hubo), sino para que yo también pue-
da acostumbrarme a su ausencia. Esa falta que me dejó
noqueada hasta creer que el corazón se me iba a parar.
Sin embargo, tengo la certeza de que, por un instante,
me morí en febrero.
188
Una noche en la que hablé con Verso me dijo, con
esa voz suya hecha de poesía, con las palabras acertadas,
eficaces y los silencios en el momento preciso:
189
dormía. Entre los chats de las diferentes aplicaciones
encontré unos cuantos mensajes pertenecientes a un
número que no tenía archivado. Lo primero que pensé
fue que podría ser un contacto que no había guardado
en el móvil, hacía poco que lo había cambiado. Sin em-
bargo, cuando pulsé con mí índice sobre la pantalla para
acceder a esos mensajes, a su foto de perfil y poder así
averiguar quién era, se obró el milagro.
190
blar y la alegría de vernos de nuevo fue reparadora. Nos
pusimos al día rápidamente, ella se mostraba tranquila
(Apry es una de las personas más calmadas que conoz-
co) si bien ella, particularmente, no corriese un verda-
dero peligro, estaba preocupada porque no se estaban
tomando medidas más estrictas en su zona. Me pareció
adecuado leerle la carta que no llegué a mandarle jun-
to con un libro que tenía pensado regalarle. Como ella
me dio la historia de Oliver y Elio a modo de regalo
de despedida, yo quería darle la de Dante y Ari. Pero
tendríamos que esperar a que pudiera hacerle el envío.
Es más, dijimos de cancelar todo ese lío de correos y
dárselo en mano. Planeamos un viaje juntas, un hipo-
tético y futuro viaje ella y yo, para darle a conocer a la
otra nuestros propios mundos. Y por una vez sonó real.
191
alguna foto suya (las pocas que nos hicimos y conser-
vo), escuchar que alguien lo mencionaba… siento un
aguijón que va desde dentro afuera, que me tortura con
todos los posibles que pudimos ser y nunca jamás serán.
El proceso de sanación es terriblemente lento, por lo
que este encierro y esta distancia van a convertirse en
mis aliadas para cerrar la herida con calma y con mimo.
192
el drástico cambio de percepción que tengo respecto a
sus dimensiones. De niña, cuando la casa aún era de mi
yaya, me parecía que eran mucho más exageradas de lo
que son ahora (sin menospreciar su tamaño). Antes de
tomar mi cámara fotográfica había pensado sentarme a
leer, pero la brisa, el sonido de algunas palomas al vo-
lar, un ligerísimo eco de una o dos personas en la calle
para comprar en el supermercado… me era imposible
concentrarme, todo me sonaba tan excitante como un
concierto de James Rhodes (sueño con verle a él y a
Billie Eilish en directo algún día).
193
siento al mirar esas nubes: paz, pero al mismo tiempo el
vacío y cierta melancolía.
194
que hacen en la casita donde mi madre crecía como
una flor silvestre durante los fines de semana y veranos
y que yo he visto en contadísimas ocasiones (lamento
decir que no me une a esa tierra ningún sentimiento
remarcable, aunque ha habido veces que he fantasea-
do con reformar esa casa y convertirla en una biblio-
teca donde poder vivir). Lo que sí que no he visto son
gorriones. Una lástima porque eso confirma lo que se
sabe desde hace tiempo: se están extinguiendo. En la
costa, por ejemplo, donde vive mi hermana y su familia,
me comentaron que apenas quedan. Paseando al lado
del Mar Menor, tan solo vi unos pajaritos verdes que
emitían un sonido un tanto molesto. Una especie in-
vasora, traída por los hombres (uso aquí el masculino
aposta), que luego no fue capaz de hacerse cargo del
desastre que causó. Kroma, otro niño del mar, se queda-
ba mirándolos embelesado. Una vez que le acompañé a
comprar, en enero quizá, se paró en seco e inclinó, si no
recuerdo mal, la cabeza a un lado con una sonrisa algo
melancólica. Ahora me preguntó si aquel gesto hubiera
sido una buena foto, pero no llevo la polaroid a todas
partes, las fotos son caras y temo que pueda romperse.
Aquellos pajaritos no fueron motivo de mi interés has-
ta que un día, como siempre nos pasa, su ausencia me
hizo consciente de que solían venir todos los días a mi
195
terraza, a cantar, cuando no detectaban aún movimien-
to en mi alcoba. ¿Cuánto tiempo debería alargarse la
cuarentena para que los gorriones volvieran? Aunque
bien pensado… ¿realmente así se resolvería algo?
196
como yo se pusiese a ladrar como un engendro cuan-
do sonaba lo que parece haberse convertido en nuestro
nuevo himno, junto con Oda a la alegría, que siempre
escucho quince minutos antes de la hora indicada para
el aplauso. Esa aún me sigue conmoviendo. Reconozco
que cuando cantamos el cumpleaños feliz a una vecina
sí que me sentí muy cómoda, es más, fue de las pocas
veces que me emocioné a esa hora. Ojalá todos los días
fuesen cumpleaños. Soy de las que se ilusionan enor-
memente con la llegada de esas fechas, sabiendo que
ha pasado un año más y pese a todo (o gracias a todo)
seguimos aquí, viviendo.
No durará siempre.
197
Por lo que, hasta que se me acabe el tiempo, seguiré
escribiendo, imaginando, sintiendo, diciendo «te quie-
ro», abrazando y besando a mis padres, leyendo no lo
que caiga en mis manos, sino lo que el instinto me
marque; videoconferenciando con quienes más quiero,
bailando en mi cuarto, dibujando, creando mi propio
negocio, comiendo plátano con nueces y sirope de aga-
ve, tomando un té en cada café virtual, desaprendiendo
y cambiando de idea, una dos, tres… mil veces sobre
un mismo tema. Como tengo la certeza de que nada,
absolutamente nada, durará para siempre, continúo vi-
viendo hasta lo que se supone que venga (o no) después.
198
Carmina Balaguer
199
Mirar la pérdida
200
Ayer P cumplió años lejos de casa. Cortamos en
cuatro partes un muffin de chocolate que encontré el
viernes a última hora, antes de que todos los negocios
cerraran por tiempo indefinido. Se lo regalé junto a una
vela antigua que encontré, a la que le di la vuelta para
convertir el 7 en un 1. Soplamos a oscuras y nos acor-
damos de cómo, solo un año atrás, él me golpeaba el
vidrio mientras yo esperaba sentada en la Negus de la
Plaza Belgrano. Cómo en ese mismo café nos rozamos
la palma de la mano por primera vez. Cómo fueron las
cafeterías los lugares donde todo empezó. En secreto.
201
Día 5 – Miércoles 18 de marzo de 2020
202
Día 7 – Viernes 20 de marzo de 2020
203
Día 9 – Domingo 22 de marzo de 2020
204
Día 11 – Martes 24 de marzo de 2020
205
en voz baja. En ese viaje —en el que unimos Salta con
Cafayate, Jujuy con Barcelona y panza con pulmón—,
establecimos un pacto de unión. El nuestro.
206
lia. Al arte. Y seguramente es esto mismo —el arte, la
familia, el mar, la aridez de los cerros y su sacralidad, las
alturas— lo que ahora nos separa.
207
estructurado en tres pasos. El mate silencioso, los retra-
tos pensados y las noches interrumpidas. Anoche soñé
con el número 2020, en cómo se duplica y se mira fe-
rozmente a sí mismo. Anoche entendí cómo el 2020 es
la suma de una pareja que puede unirse o alejarse.
208
primera obra audiovisual que vi sentada en un avión,
proyectada en una pantalla mediana aquella noche de
ya hace casi tres décadas mientras cruzaba el Atlánti-
co por primera vez, abocada a un viaje que me abriría
al mundo libre.
209
bitácoras —algunos aún no publicados. Las cimas de
Perú, Bolivia, Chile, Colombia. Los vientos de Uru-
guay, Paraguay, Brasil y México. La vida en la Quebra-
da de Humahuaca, abocada también a un mundo igual
de hostil que sincero. Las fronteras y las tantas horas
trasatlánticas desde arriba del avión.
210
horizonte diáfano. Nos miramos entre todos. Con P
inclinamos la cabeza para saludar a la de arriba; solta-
mos los brazos alocados para ser señalados desde la otra
manzana. Descubrimos, todo el barrio, que quien salía
cada noche a agradecer la labor sanitaria con una ma-
traca era una abuela y no un hijo de cinco años; y que
la carcasa que cubría el aparato no era de una madera
romántica sino de un plástico violeta. Quedamos todos
delatados, frente a un domingo primaveral que seguía
brotando como un alivio.
211
Día 19 – Miércoles 1 de abril de 2020
212
ta entrada la noche, prolongando una sensación de «so-
ledad más acompañada».
213
Día 21 – Viernes 3 de abril de 2020
214
Pierdo el amor, y pierdo Argentina.
215
la última vez que escuché este paisaje. Fue en la esquina
de La Prometida una noche junto a A, cuando ambas
saltamos una rama de árbol torpemente enrejada. Extra-
ñaba todos los bosques, dijo, porque la ponían al límite.
216
Le pregunté cuál ha sido mi legado en su vida. Y ha
vuelto a repetir:
«Confianza y deseo».
217
reda la segunda semana que estuvo en Barcelona. El día
anterior quiso arreglar el bracero lateral del sofá, roto en
la última visita; arrancó todas sus grapas y consiguió re-
forzar la maderita con unos clavos que yo misma com-
pré mientras lo esperaba ansiosa en noviembre, cuando
estaba convencida de que el futuro ya nos abrazaba.
218
A la tarde yo rompo mi silencio junto a P, confesán-
dole cómo el horizonte frontal sigue siendo —por aho-
ra— la dirección con la que me siento más cómoda. En
él veo el Mediterráneo cambiar su color temperatura
cada mediodía, pasando del blanco cegado al azul ter-
ciopelo. De él también veo subir las gaviotas que, quien
sabe si por la falta de tránsito o por la cercanía del vera-
no, custodian los pisos altos como el nuestro. Mientras
contamos tres de ellas le pregunto a P cuál de las dos
direcciones elige, si el cielo o la tierra. «Las leyes de los
balcones no son las leyes de la calle», responde.
219
Son días de silencio, pero también de tacto a la dis-
tancia. C quisiera prepararme un dulce café desde Mé-
xico. Mi madre quisiera no tener que estar a dos metros
de distancia para abrazarme y decirme que, durante seis
años, pensó que me perdía.
220
confinada tomé una decisión crucial: a partir de ahora
voy a pensar más en mí. Una vez más.
***
221
Diana Dolea
222
habitación pequeña, 10:20 a.m.
Me invade el miedo.
Cómo te sientes.
223
La línea colocada bajo la suya siempre comienza del
mismo modo, formando parte de una estructura que
se amplía conforme me alcanza la culpabilidad como
estado emocional patente.
(Entregado.)
más tarde
224
habitación grande, 9:40 a.m.
225
habitación pequeña, 7:50 p.m.
226
(Querida Diana de un cercano futuro, no regreses a
los anteriores párrafos porque acabarías corrigiéndolos
hasta deshacerlos por completo y entonces nada podría
llenar el hueco que dejarían).
227
dioses mediante sencillos rezos, bajando las agraciadas
cabezas hacia la tierra, y yo que clavo la mirada en el pa-
pel, a veces pantalla, nada ocurre. Ninguna inspiración
divina. Me resulta sumamente injusto porque no creo
que ellos estén en posesión de una emoción tan sincera
hacia su venerado espíritu como lo es esto que yo perci-
bo cuando trato de transformarme en palabra.
(Asimilo).
228
Y entre las dos estancias que ocupan mayor parte del
itinerario, están las restantes paradas: el café soluble, las
ruidosas lavadoras, las tortitas con salmón, los gritos de
la vecina, las tajadas de plátano maduro, los viajes al
supermercado, los silenciosos besos, las conversaciones
con mi hermana, los elocuentes discursos en las redes
sociales, los aplausos, las películas de cada noche…
229
En un escenario apocalíptico, yo sería alguna poeta
anónima, la de las ideas románticas, y haría poesía con
las grietas humanas.
230
al corto pasillo, luego, en este orden, quedan ubicados
el cuarto pequeño, el baño, la habitación grande, y, por
último, la cocina.
De nuevo pregunto.
231
Entre dos opciones, recién pensadas, con cuál me
quedaría.
más tarde
232
memora. Como extranjeras en un mundo que nos re-
chazaba, aprendimos a estar solas.
233
lejanía en el cielo, sobre todas las miradas.
234
a la vez.
Rocío.
He sido alcanzada.
Rocío.
235
Al instante, una abeja, llegando de alguna parte,
asentándose sobre el respaldo de la silla, me ha ordena-
do: abre tu pecho.
Y yo lo he abierto en dos.
236
nutrirme en diminutas macetas ni respirar a merced del
deseo humano.
237
en aquella etiqueta que me marcará una vez traspase
el umbral, y, sin embargo, sé que su contenido no me
afectará, a pesar de mi designio: aun aceptando o ne-
gando la realidad comprendida. A pesar de rebelarme o
no contra ella.
238
como canario en su jaula
239
el mejor de los vuelos
240
Dulce María Ramos Ramos
241
Bogotá; 16 de marzo de 2020
La vida anuncia su pausa. La muerte también llegó
aquí.
242
Bogotá; 20 de marzo de 2020
Leo La peste de Camus, que se volvió por la pande-
mia en el libro más vendido, para un reportaje. También
le escribo al padre jesuita Jesús María Aguirre, quien
fue mi profesor en el postgrado y es filósofo, para con-
versar sobre Camus y el tema. Le pregunto: ¿Hoy la
filosofía y la religión dan respuestas?
«Todo ser humano es implícitamente filósofo, aun-
que no profesional, porque interpreta continuamente
su existencia con mayor o menor profundidad. Hasta el
más superficial y escéptico tiene su filosofía pragmática.
San Pablo citaba, a propósito de los corintios, el pensa-
miento vigente en el paganismo: ‘Comamos y bebamos
que mañana moriremos’. Antes que él, el poeta Hora-
cio aconsejaba el Carpe diem, cita evocada en la película
La sociedad de los poetas muertos y hoy los millennials, al
menos muchos, viven up to day, surfeando en la super-
ficie. Todos tenemos nuestras inquietudes filosóficas,
que algunos hoy llaman inteligencia espiritual, nuestras
preguntas y respuestas, a las que pueden ayudar o no las
tradiciones filosóficas y espirituales».
243
Bogotá, 21 de marzo de 2020
Hoy es el Día Mundial de la Poesía, me dedico a
publicar versos en mis redes sociales.
Si pudiera escribir en un poema sobre el encierro y la
pandemia sería este de Miyó Vestrini:
«La tristeza
amanece
en la puerta de la calle.
No en vano
he sido tan cruel,
no en vano
deseo
cada tarde,
que la muerte sea simple y limpia
como un trago de anís caliente
o una palmada cuyo eco se pierde en el monte».
244
—Por supuesto. Tengo un recuerdo muy intenso de
aquella noche en Bogotá.
245
me he deprimido. En fin, pero toca decir que una está
feliz y que la vida es bella.
***
246
con un estigma o tener la etiqueta: hija de sidosos. Ya
no siento vergüenza de ello, con el tiempo el dolor
se ha ido diluyendo, quizás la edad ayudó un poco;
también contarlo, primero a mi novio, después a mis
amigos cercanos, ahora lo escribo, aunque eso no cura
que siga odiando la Navidad. La lucha contra el sida se
conmemora cada primero de diciembre».
Bogotá; 29 de marzo de 2020
Una pregunta que odio como inmigrante: ¿Eres fe-
liz? Como si migrar fuera irte de viaje.
Una pregunta que odio en estos días: ¿Cómo va tu
cuarentena? Como si esto fueran unas vacaciones.
247
Bogotá; 31 de marzo de 2020
Juan y yo hablamos todos estos días de la cuarentena,
nos contamos todo. Somos dos desconocidos que nos
tenemos confianza. Hablamos de literatura, de nuestros
demonios, de pornografía y hasta de nuestras fantasías
sexuales. Él quisiera hacerlo con una mujer embaraza-
da, yo con un cura dentro de un confesionario.
248
El 2020 se está convirtiendo en un año cruel, en un
abril eterno.
249
vuelve ruidoso, muy ruidoso y ya no puedes ignorarlo».
250
morir
entre
pájaros y árboles.
Yo no me río de la muerte.
Pero a veces tengo sed
y pido un poco de vida,
a veces tengo sed y pregunto
diariamente, y como siempre
sucede que no hallo respuestas
sino una carcajada profunda
y negra. Ya lo dije, nunca
suelo reír de la muerte,
pero sí conozco su blanco
rostro, su tétrica vestimenta.
Yo no me río de la muerte.
Sin embargo, conozco su
blanca casa, conozco su
blanca vestimenta, conozco
su humedad y su silencio.
Claro está, la muerte no
me ha visitado todavía,
y Uds. preguntarán: ¿qué
conoces? No conozco nada.
Es cierto también eso.
Empero, sé que al llegar
251
ella yo estaré esperando,
yo estaré esperando de pie
o tal vez desayunando.
La miraré blandamente
(no se vaya a asustar)
y como jamás he reído
de su túnica, la acompañaré,
solitario y solitario.»
Bogotá 08 de abril de 2020
No creo que el mundo cambie después de la pande-
mia. Soy poco optimista.
252
También odio tanta virtualidad. En qué momento
tenemos que ser tan productivos, tan presentes.
Me digo: No es pecado no hacer nada. No te tortures
por no querer hacer nada hoy.
253
allí he pensado en Viena como un sitio definitivo de
descanso».
Andrea Abreu López: «Me gustaría morir en la isla
en que nací: Tenerife, en concreto, en la costa de Los
Silos. Allí lanzamos un barquito con flores y velas al
mar cuando murió mi prima, una de las personas que
más quería. Cuando estoy allí me siento sanada. Está
nublado muy a menudo y el mar es violento. Siempre
que no sé a dónde ir termino en ese sitio. Siento que
algo me arrastra hacia él».
Graciss a la crónica de mi padre aparece por Face-
book mi mejor amiga de bachillerato, María. Sigo sa-
queando mi infancia y adolescencia. Regresan a mí re-
cuerdos que había enterrado.
254
los jueves, los viernes, los sábados se han convertido en
domingos. Sin embargo, el domingo sigue siendo do-
mingo.
Hoy ansiedad
Hoy nostalgia
Hoy pandemia
Hoy cuarentena
255
José me cuenta que fue la decisión más inteligente
que ha tomado, se mantiene ocupado en una norma-
lidad que para otros le fue arrebatada. En la página de
YouTube de la galería lo puedo observar las veinticua-
tro horas: veo como hace los carteles, cuando duerme,
cuando lee. Quizá sí se deprima cuando vuelva la «nor-
malidad».
256
claro, si no la extienden. He llorado todo el día. Estoy
rota. He perdido a mi compañero de cuarentena.
257
Elena Maravillas
Marta Orosa
258
Elena Maravillas
miércoles 25 mar. 2020
para Marta Orosa
259
Llamé a Domin cuando me enteré para decirle lo
que se dice en estos casos (nunca se muy bien qué es
exactamente y siempre me surge la duda de si lo diré
como han de decirse estas cosas). Nunca antes lo ha-
bía escuchado llorar. Con su fortaleza de hombre de
campo me dijo entre sollozos que era un perro, que te-
nía que estar tranquilo, pero que como iba para viejo
ya se emocionaba por cualquier cosa, que no le hiciera
caso, que todo estaba bien y que si tenía dinero sufi-
ciente. Hablé con él mientras paseaba por el pinar y las
urracas y las abubillas saltaban entre las ramas. Pensé
cuánto me cuesta sostener el sufrimiento de la gente
que quiero. Pensé que antes se me daba mejor, pero que
alguna destreza se me habrá caído por el camino. ¿Se
nos pueden quedar destrezas perdidas por los rincones
de otras épocas?
Estoy escribiendo y llamando a amigas con las que
no tengo un contacto diario, pero que en otros mo-
mentos de mi vida han sido muy sostén: Candela está
aprendiendo el idioma de silbidos de las islas, me man-
da audios con la traducción debajo para que vaya ha-
ciéndome al oído. Glo ha conseguido disfrutar de parar
y está tomando el sol como en los desayunos eternos en
el cortijo de los limones. Me contaba que piensa mucho
260
en cómo hubiera sido confinarnos a todas en esa casa.
La verdad es que yo también lo pienso. Hablamos so-
bre qué pasa cuando el hogar no es refugio y sobre qué
queremos que sea nuestro hogar.
Pero la mayor parte del tiempo corrijo la novela.
Quizá porque apenas tengo espacios de soledad más
allá de los paseos a Mario y estoy entendiendo aquello
del cuarto propio, y todo eso.
Cuéntame, ¿a qué dedicas tu tiempo?
Te quiero, Marrona
Marta Orosa
viernes 27 mar. 2020
para mí
261
Micelio → Aparato vegetativo del hongo que sirve
para nutrirse (como la raicita)
Esporangio → Estructura que contiene las esporas.
Son como las semillas de los hongos → para reprodu-
cirse.
Tengo muchas más apuntadas, cada vez que no en-
tiendo algo del artículo este del proyecto del Edi me
paro a buscar. Por ahora sé que la cosa va de encontrar
una solución a la seca de las encinas. Por lo visto, hay
un hongo —que no es un hongo en realidad, es un Oo-
miceto [Oomiceto → Grupo de protistas filamentosos
pertenecientes al grupo de los pseudohongos]— que
infecta a las encinas y las asfixia, o algo así. Aún no se
ha encontrado una solución. El proyecto de Edi va de
eso, de encontrar el jarabe que las sane.
Me gusta leer cosas de las que no entiendo porque
siento que abro caminos nuevos en mi cabeza. Creo que
llevaba mucho tiempo sin tener tiempo para abrir caminos
nuevos, y para pararme a apuntar las cosas que no en-
tiendo (y muchas veces no entiendo cosas, Ele). Ahora
estoy pensando que no entiendo que me haya pasado
tanto tiempo angustiada [Angustia → Aflicción o con-
goja]. Justo en estos días se me ha parado la angustia
y se ha parado el curro y se ha parado todo el mundo.
262
También se me ha parado la cosa esa de intentar ser-
más, a lo mejor por eso se ha parado la angustia, ya te
iré contando.
Estoy pensando que eso de querer todo el tiempo ser-
más es muy violento. Es como si habitándome a mí me
lanzara hacia otra cosa, como si me arrancara de mí
misma. Y claro, digo yo que eso duele. ¿Te imaginas
que la encina —con o sin Oomiceto— quisiera ser un
alcornoque (que también hay muchos por aquí) o más
bien una Encina++? No es un buen ejemplo porque la
encina no puede querer, ni puede arrancarse a sí misma,
pero tú me entiendes. Creo que esa sensación de arran-
carme también la tengo con otras cosas. Cuando estoy
en la playa, por ejemplo, y en vez de disfrutar de que el
sol me está dando en la cara o de que el agua me moja
los pies, me pregunto qué es todo eso que está delante
mío, por qué hay un sol que me da calor y un mar que
me moja. Ahí me pasa lo de arrancarme porque no me
quedo con las cosas, ¿me entiendes? La pregunta me
lanza fuera de ese momento en el que sol me estaba
dando en la cara.
No sé si te acuerdas de lo que me dijo Agus, mi com-
pi de Neuquén, cuando yo me preguntaba todo siem-
pre. Un día no sé qué estábamos mirando, pero yo le
263
dije «eso por qué será» y él me dijo «no sé, pero se ve
lindo». No le importaba qué era, ni por qué estaba ahí,
lo disfrutaba. Ahí nos quedamos mirando eso, sin irnos
de ahí, sin lanzarnos fuera… Ahora creo que me siento
así: estoy aquí y no me voy, y eso me gusta.
Elena Maravillas
lunes 30 mar. 2020
para Marta Orosa
264
solo puede dirigirse a un destinatario. Así que eso es lo
original y verdadero. Entonces los e-mails destinados a
más de una bandeja de entrada son falsos ¿haremos ese
recorrido mental?
Me gusta la idea de ser encina ¿te acuerdas de la
encina gigante del Camino a la que quería abrazar en
silencio, pero tú querías grabarlo y yo te decía que si
lo grababas ya no era de verdad? Esa encina (espero
que no tuviera ningún semihongo ahogándola) decía lo
mismo que tú.
Cuando hablas de arrancarte del momento siento
que se parece mucho a algo que yo siento cuando quie-
ro ser Encina++, y que únicamente consigo no sentir a
través del cuerpo: bailando, cansándome de cualquier
manera o haciendo alguna actividad que requiera de
muchísima concentración. Quizá, también de alguna
otra manera que ahora no recuerdo —nunca estoy muy
segura de decir la verdad cuando escribo—.
Me pregunto a quién quiero impresionar. Creo que
debajo de toda esta carrera hacia ser mejor, está la idea
de que no soy suficiente. Siempre que escribo sobre esto
reescribo y borro infinitas veces hasta que se queda la
página en blanco, porque esa idea explicitada me parece,
por no sé qué motivo, de baja calidad literaria. Pienso
265
otros lo han dicho mejor y menos explícito, otros hacen llegar
al lector a esa idea sin necesidad de decirlo, otros pueden
escribir. Pero en esta carta no tengo que ser Encina++.
A veces pienso que solo quiero hacer las cosas por
cómo suenan. Como corregir la novela. La novela es
una mierda pero decir que trabajo corrigiendo una no-
vela genera repentinamente una realidad paralela en la
que vivo en una buhardilla en París con el techo a dos
aguas y soy poco menos que la Maga. Puto Cortázar,
qué bien lo hacía. ¿Su vida también sería así? ¿Habría
una brecha inquebrantable entre lo que se contaba y lo
que sucedía de verdad? ¿La verdad era lo que se contaba
o lo que sucedía? ¿Estoy siendo arrancada de este mo-
mento?
266
Marta Orosa
miércoles 1 abr. 2020
para mí
Hola Blancuchi,
Hoy tocaba 1.5 Bioformulados, que son las cosas que
han probado como tratamientos para curar a las enci-
nas infectadas, pero antes de leerme lo de la Tricoderma
—que era el primer bioformulado— me he puesto a
pasar las palabras de ayer a limpio y ya me he quedado
enganchada con mi libreta. Te copio una cosa que me
ha recordado a eso de querer impresionar que me de-
cías. El 26 de febrero puse:
«esta libreta está libre de juicio, es para mí, para
verme sincera»
Ya sabes que siempre he estado rayada con la historia
de la verdad, de verme verdadera, pero incluso en mi
libreta que, oye, no es una historia de Instagram, tengo
que recordarme que «aquí no hay juicios», que no tengo
que venderle nada a nadie. Qué movida que al escribir
tengamos que esforzarnos en no narrarnos. Narrarme
para mí es esa brecha que tú dices entre lo que se cuenta
y lo que sucede de verdad. Al final eso es lo que te decía
267
que hacía Munir, que vivía para tener buenas historias;
no para vivirlas sino para el poder contarlas.
268
De tu abrazo al árbol me acuerdo, aunque en ese
momento no sabía que era una encina. Ahora que lo
pienso, me cuadra, porque creo que cogiste la cascari-
ta de una bellota para usarla como silbato, ¿no? Tanto
grabar y todavía no he montado el vídeo. Me encanta
que nos escribamos, aunque no sean postales (elevadas
a la categoría de cosa-no-falsa). Me pongo ya hacer la
cenita,
te quiero mucho, Blan.
Elena Maravillas
viernes 3 abr. 2020
para Marta Orosa
270
Creo que echo de menos eso. Sentir un respaldo —
aún así lo siento—, compartir la vida.
Marta Orosa
sábado 4 abr. 2020
para mí
271
Carmen para cantar alguna canción. También me en-
cantaba que se nos hiciese tarde y que pudiese levan-
tarme tranquila porque no entraba de nuevo al curro
hasta las 12:30 h. Qué fácil era la vida en esa Granada
nuestra.
Aunque no sea creyente, últimamente me gusta
decir esto de «si dios quiere» (de si existía algún dios
también hablábamos en la parte de atrás del patio). Me
parece que «si dios quiere» no habla en realidad de que
haya un dios decidiendo cosas, sino que habla de no-
sotras dándonos cuenta de que no podemos controlar
las cosas verdaderamente importantes. Eso es lo que
me gusta, que cuando decimos «si dios quiere» dejamos
de sentirnos dueñas y señoras de nuestra existencia, y
aceptamos, no sé bien qué, pero aceptamos cosas y eso
me emociona.
272
Cadaqués. Mira, voy a volver jugar al código: ¿qué has
preparado para llevarte a nuestro viajecito?
Yo también te quiero fuerte, Blan.
¡Qué ganas de verte!
Elena Maravillas
lunes 6 abr. 2020
para Marta Orosa
273
del 2014 y así hasta 2006. Hay una sensación pegada
a todos esos recuerdos y es la misma que me cuentas:
un carrete en blanco y negro en el primer Portal 7, un
retrato de mi abuela, la Plaza del Mercao de Almería,
una carretera de la costa granaína, los frutales de la casa
(kilos y kilos de nísperos, limones y flores de malva), las
noches de verano esperando en mi puerta a que termi-
nara tu turno, el patio de Encarna, la higuera del Chive
que brota y rebrota cada año a pesar de ser talada, los
caminos en bicicleta por l’Empordà, Combarro y las
playas de Illa Arousa...
(He parado porque la licuadora no funciona.)
Cuando desconecté el disco duro pensé que esa sen-
sación es un hilo conductor en mi vida que no quiero
perder nunca y que hay personas, rincones, cosas, deci-
siones, que me hacen volver a eso. Tú, sobre todo. Así
que sí, encomendémonos, porque si hay algún Dios que
responda a tus dudas seguro que también está de nues-
tro lado.
(Tengo que abrir la licuadora porque parece que tie-
ne una pieza suelta.)
Mientras busco el destornillador pienso si tendre-
mos un lugar físico en el que se encuentre encerrada
esa sensación y podamos activarla cuando queramos.
274
No cuando la situación lo propicia (hace sol, te escribo
con el ordenador y la cara calientes), no, sino en los
momentos de cemento más puro (el metro abarrotado,
un trabajo que no disfrutas). Pienso que tú tienes un
máster en esto, pero siento que aún no sé dónde se en-
cuentra en mí esa glándula.
A cualquier camino que hagamos me llevaré una li-
breta, un libro (el que toque), unas buenas botas para
bien caminar y por supuesto unas gafas de buceo.
Te quiero, Marrona
Marta Orosa
martes 7 abr. 2020
para mí
275
viven en entornos secos saben cuándo tienen que cerrar
los estomas para guardar agua y no secarse. Me gusta
reconocerme como un cuerpo de animal que «sabe» co-
sas que yo, Marta, no sé.
276
que grita «esto es lo que hay». Pero bueno, podamos o
no activar lo bello, necesito vivir como si pudiera.
277
Elisabet Fábregas Alegre
278
15 de marzo de 2020
Hoy llueve, no tronó, no hubo una gran tormenta.
Las gotas repican en el charco, enfrente del balcón, la
cortina de agua que baja parece un enjambre de peces.
El olor a pino, a mojado, a verde, me recuerda a Ransol,
pueblo andorrano donde pasé parte de mi infancia. Me
recuerda a mi papá agarrándome de la mano, enseñán-
dome por qué las piñas quedaban huecas en el suelo,
qué animales las comían.
279
mucho, ¿Cómo podré sobrevivir sin abrazos, sin el roce
de las miradas? ¿Mi piel se volverá áspera y seca?
18 de marzo de 2020
280
helado de vainilla, me he tumbado y he atisbado en el
fondo de la tierra de mis macetas, una pequeña araña
iniciando su ritual de formas geométricas, fijando su
tela. Yo reposaría encima, me dejaría mecer.
20 de marzo de 2020.
281
Tiemblo, mi piel es una visión de búsquedas ince-
santes, un epicentro volcánico ardiente, una luz ilus-
trando lo femenino, talismán de fertilidad.
23 de marzo de 2020
282
Lo único realmente tedioso es saber que ahora, que
llega la primavera, que todo renace, que todo brota, que
todo vive yo no puedo, con mis cinco sentidos, abrazar
este conjunto y pesa tanto en mi mirada, que se cansa
de tanto absorber este líquido de fertilidad.
283
25 de marzo de 2020
284
las olas que forman dimensiones y paisajes nuevos en
cada mirar: La soledad llega, te llena y se va, llega, te
llena y se va.
1 de abril de 2020
Hélène Cixous. Son las doce y media y es de noche; el
insomnio acecha de vuelta, fantasmagórico, penetrante.
Leí en la página sesenta y cinco de su libro, La llegada
a la escritura, un fragmento que me emocionó. Nunca
subrayo los libros, pero he tenido que coger un lápiz y
lentamente trazar una línea recta para integrar palabra
a palabra y percibir en él un signo, una señal de algo
que había olvidado.
285
donde gozarás, haz siempre tu aquí de un allí».
286
¿Y tú, qué es lo que no te atreves a hacer, qué guardas
ahí dentro?
3 de abril de 2020
287
No lo sé, pero me angustia salir de mi casa, me asus-
ta la invisibilidad letal. Puerto de Sant Miquel, donde
vivo, está desolado, la avenida principal da al mar, lo ob-
servo, ¿cómo estará hoy?, ¿qué color tendrá? Me siento
distraída e imagino que en un mes o dos, quizá tres
podré navegarlo, atravesarlo, y esto, de alguna manera,
me tranquiliza.
288
bolsas en mi coche. Tiro los guantes a la basura que
hay justo al lado de la salida del supermercado, después
con el alcohol higiénico que compré esparzo una buena
cantidad entre mis manos, las friego apresuradamente,
incrusto el gel en mis uñas. Cierro la puerta, miro alre-
dedor, nadie.
4 de abril de 2020
289
¿Cómo está influyendo en nuestra manera de
expresar sentimientos?
7 de abril de 2020
290
olor de las flores de lavanda y geranio. Luego me puse
aceite de argán con esencia de mirra, me di un buen
masaje.
291
9 de abril de 2020
10 de abril de 2020
292
No tengo ganas de pensar más, así que voy a pasear
a mi gato. Le pongo la correa, roja y negra. Salimos
hoy al bosque que hay detrás de mi piso, él me sigue y
yo lo sigo a él, me siento tan bien tocando tierra. Me
dispongo a abrir todos los dedos de mi mano, los sepa-
ro cuidadosamente y pongo las dos manos encima de
ella, me empapo del olor húmedo que sale, quiero olerla
más, así que estrujo un trozo de tierra con el pulgar y
el dedo índice, luego aspiro. Me quito los zapatos y ca-
mino descalza, empiezo a cantar una canción que no sé
cuál es, me invento una melodía que se repite. Mi gato
se lima las uñas en un pino, y sube disparado, camina
entre las ramas queriendo cazar a un pájaro pequeño,
después baja, corretea buscando lagartijas, hormigas,
arañas, mariposas, saltamontes, chicharras, erizos.
293
12 de abril de 2020
294
alargados, tienen una textura rugosa y también se pue-
den comer crudos.
14 de abril de 2020
295
vulnerable este verano, ese negocio que arrancaste y no
salió. Después me contaste que quizás este año no ven-
gas a hacer temporada, y que, de ser así, no nos vere-
mos. Sentí un dolor comprimiendo mi pecho, opresión
y ahogo, pero bien pensado igual sea lo mejor.
296
Elisa Michelena Santini
297
14/3
298
parecería ser la mejor medida de control biopolítico.
También siento como que es una posibilidad. La in-
trospección necesaria para reflexionar y encontrarse
con otrxs.
15/3
17/3
299
veces con las personas repentinamente. Ayer le mandé
a Pata un poema que escribí hace unos años en mi dia-
rio —cuando ni siquiera la conocía— y me respondió
diciendo que es como si siempre le escribiera a ella.
20/3
301
21/3
302
Acá mismo estuvimos el primero de marzo en círcu-
lo, mientras asumía XXX el gobierno (ni siquiera quiero
escribir su nombre). Qué hermosa manera de vivir ese
momento. ¿Habrá círculo el primer domingo de abril?
¿En qué andarán nuestras vidas?
23/3
303
Miré el tatuaje en el espejo y me pareció extraño lle-
var tinta impregnada en la piel. La hoja de sauce llorón
que está ahí para recordarme siempre: yo también me
rindo ante el río que pasa porque yo también soy débil.
Una rama de sauce llorón que me recuerda que, en todo
el mundo, hay hermanas de letras abiertas para recibir-
me en sus guaridas literarias.
25/3
304
frenado. No me alcanza la imaginación para inventar
respuestas.
27/3
305
Coincidir con los ojos de otrx al pasar, descubrir que
me estaba mirando y ese pequeño infartito que siento
cuando es al revés: cuando yo estoy mirando a alguien
y me descubre. Cuánta belleza en esas sutilezas del ero-
tismo.
29/3
306
fundo y percibir la ausencia. No sé por qué esta sensa-
ción ahora, pero no tengo que saber todos los porqués.
Me calmo, me tiendo sobre las sábanas blancas.
30/3
307
de niñas y niños haciendo las tareas que les envío vir-
tualmente y me dan tanta ternura como pena. Hoy hace
ya más días que no hubo clases que los que hubo; está
empezando la tercera semana de emergencia sanitaria y
solo hubo dos de clases.
31/3
308
A la tarde, con Maite hicimos compras para canastas
de alimentación y productos de limpieza para mujeres
trabajadoras sexuales que están en el horno. Qué difícil,
me fui con una pesadez en el estómago.
Estoy opaca.
1/4
Deseo que abril sea más corto que marzo. Hoy llovió
toda la poesía que necesitaba.
309
Real: me volvieron mails de la cadena que Ceci me
envió sobre intercambios literarios. Uno de los que más
me gustó me lo envió una mujer a la que no conozco, se
llama Alfonsina y ella no sabe quién lo escribió (goo-
gleé y tampoco encontré).
310
dolido a muchas. Qué necesario sentir ese sostén donde
las literaturas de otras me hablan desde mi profunda
intimidad. ¿Qué tan personal es mi intimidad?
3/4
311
sobre ellas y que se resquebrajen con cada pisada. Así de
seco está mi pecho.
4/4
5/4
312
nando justo sobre la almohada y entibiando mi cache-
te. Anoche soñé que nos acariciábamos, pero esta vez
sin besarnos. Desperté con una sensación de goce y me
acaricié el pecho, como para reconocerme el cuerpo.
313
Revolcarme en la hiedra podrida
de tanto estar en el
fondo.
Soltar finalmente la ternura y el cuidado.
Entrecruzarme, tejerme, agujerearme.
314
las plantas están siendo un rescate entre tanto encierro.
Yo siento que para mí son una señal de vida.
6/4
315
vio, esa posibilidad de enunciar desde un lugar genuino.
La fantasía, también la fantasía. Qué imprescindible en
este mundo podrido.
7/4
316
abrimos ese círculo tan mágico. Se me fue el frío del
cuerpo, el frío que me invadía desde que el otoño de-
finitivamente llegó a Montevideo. Fogosidad, escribí al
terminar el encuentro y eso es lo que continúa guarda-
do en mí.
317
Emilia Fierro
318
Miércoles
Sueño.
319
Emily Dickinson desde la ventana de mi habitación:
y se posa en el alma,
320
Viernes
321
distraiga. Escucho el canto y la emoción precede a la
razón. Atrapo una chispa en las entrañas. El cuarzo en-
candilado es mi corazón. Me ha atrapado la belleza.
322
frágil, para recordarle que en los pequeños detalles
siempre hay una luz explosiva.
Domingo
Me desperté abatida.
323
jo de la sangre entre lo cálido y lo frío. Estas mareas
contrapuestas que me arrasan, entre la calma por darle
continuidad a la vida o abandonarme al miedo por la
quietud del tiempo.
Lunes
324
En la habitación abrazo a L y lloro con M.
Martes
325
donde escribo, de esta tierra fresca en la que mi alma
encontró refugio. Salgo al encuentro de dos aliadas para
el encierro: una margarita y la palabra.
Viernes
326
enrosca en las profundidades la otra florece como mag-
nolia. Pero aun cuando el intercambio se corta, siempre
estamos juntas.
327
Sábado
328
bién nos encuentra la vida y nos llenamos de una sutil
luminosidad.
Domingo
329
Lunes
Martes
330
Necesitaba vivir fuera un tiempo, ahora sufro las
consecuencias de quemaduras en mi rostro.
Jueves
331
fortalece como compañeros. Y que hoy, gracias al poe-
mario y la tecnología, los siento más cerca.
Sábado
332
No nombro los ojos semiabiertos por los cuales rie-
gan las lágrimas.
No nombro la escritura.
Escribo.
Jueves
333
que ocurriera la magia, que alguien me hable. Y así fue.
Abrí un libro con los ojos cerrados, encontrándome con
Anuncios Clasificados. Los primeros versos de WS que
leí me cautivaron:
«enseño a callar
el plancton,
el copo de nieve. »
334
«Más que cantar grandes elegías, exalta, juguetona, tra-
viesa, las pequeñas y curiosas diferencias que nos de-
terminan». Y es verdad, esa capacidad de adentrarse en
la textura de un árbol o en el andar de un insecto, es
importante. Para ella, la vida es un milagro en sí. Este
canto a la vida me llenó de energía en una época en la
que me invadía mucho dolor.
335
Lima a Quito —y su demora de siete horas, y final-
mente en el vuelo de Perú a Ecuador. Lo devoré como
una fruta tropical, como a mango dulce un día de sol.
Con entrega, me inundé en esas palabras que parecían
hablarme de a los pequeños detalles de la vida.
el mundo omnipresente.
336
Milagro adicional, como adicional es todo:
lo impensable
es pensable. »
337
Ethel Krauze
338
Algo no está bien
#10
No está bien.
No está.
Bien.
339
Afuera el mundo se ha puesto patas arriba y una sola
palabra reverbera como eco diabólico en el aire. Todos
sabemos qué palabra es. Pero no voy a nombrarla ahora.
No aquí. No en este momento.
340
sin ningún atisbo de vergüenza desnudando sus rojos
brutales y sus apasionados morados a la redonda. Los
pájaros se han puesto a cantar desenfrenados, porque
no hay gente en las calles a quien temer.
#13
341
Elalgonoestábien que se viralizó en todo mi organis-
mo desde que oficialmente pasamos a la fase 2.
342
rribles memorias de enfermedades que creí enterradas.
Un abra palabra.
343
Las vibraciones de mi cuerpo ya están hablando so-
las, se filtran con los pájaros que no dejan de cantar
allá afuera. Voy de un lado a otro de la casa, sin ver, sin
entender.
#16
344
mos como hacía mucho tiempo y, aunque guardando
las distancias entre nosotras, repetimos de memoria las
escenas de la película La sirenita, que disfrutábamos
cuando ella era niña, miles de veces frente a la pantalla.
345
ven el cerebro; si no pudiera entrar en esa dimensión
ingrávida donde me escapo del mundo y busco a ciegas,
con todo el cuerpo liberado, la partícula de Dios; si no
fuera así, no sé dónde andaría extraviada ahora mismo.
No he nombrado la causa.
No los he nombrado.
346
#16
No quiero.
347
nosotros es el potencial receptáculo del enemigo.
Estoy en ello.
#17
348
su estudio. La señora de la limpieza avisa que ya no
vendrá. Así debe ser.
No son nada.
La bestia seductora.
349
#18
350
lentura lista para el mandato ancestral.
351
ante el dolor del más acá —continué.
#19
352
puchero como los de mi infancia. Entre todos hemos
hecho parte del aseo, hemos tenido algunas pláticas so-
bre las acciones de seguridad que tomaremos en casa, y
no faltaron algunas risas y hasta regaños. El piano ha
sonado entre mis dedos y ahora caigo en el otro teclado,
en donde escucho el repiqueteo de las letras que for-
man palabras y que sacan estos renglones de un rincón
del corazón que no ha olvidado la sonrisa.
353
#21
354
tienen el poder de desatar lo innombrable y volverlo
realidad. Las palabras que persiguen sin pudor. Las que
ponen las cosas en su sitio justo, no otro, el único po-
sible.
355
cones nos sirvieron de abrazos, reverberando hacia el
balcón de enfrente.
356
Florencia Pagola
357
Cierro los ojos y tiro todo lo que está arriba de la
mesa. Las computadoras, el termo y el mate, la copa
de vermut, los libros. Lo tiro todo, frenética, sacada.
No puedo abrir las redes sociales, no quiero saber
lo que pasa en mi país. Hoy en el desayuno escuché
al presidente decir que los femicidios son «efectos
colaterales del encierro». Me fijo en las vacantes de
empleo y me deprimo. No puedo más.
359
y cuidadoras sin papeles encerradas en un hostel de seis
euros la noche. Pienso en ellas. Sé que hay algo me-
jor para ellas y para mí. Pero no sé dónde está. No lo
sabemos. Compartimos algo. Además de ser mujeres
latinas, seguimos firmes por lo que deseamos. Ellas me
llenan de valentía.
360
que da al balcón del vecino. Pero tengo mucho choco-
late. No he hablado con ningún vecinx aún, igual desde
ayer salgo a aplaudir a las 20. T y su madre me ganaron
dos partidas de un juego de cartas que no conocía. Por
suerte, Marosa y Pizarnik se aíslan conmigo.
361
junto con los árboles de la montaña. Se dibujan en algo
nuevo, todos los días diferente, algo nunca visto. Afuera
de este pasto falso y estas paredes blancas, las calles son
de la policía y el cielo de las gaviotas.
Flor
362
Querida Abuela Olga:
363
bir el diario del encierro implica acceder a lugares que
de otra forma no podría, implica ponerme triste tam-
bién. Más difícil que estar encerrada es escribir de mí
estando encerrada. Miro mucho a la gaviota. Va como
ama y dueña de todo, carroñera. Ella sabe que tiene
algo que yo no tengo, por eso va altiva, no pierde ni un
segundo en mirarme.
Llevo la mitad del día sin sentir los pies. Pero bien
fuerte el útero que se expande. Hoy decidimos que sea
domingo, por eso T hizo ñoquis. Aquí me siento dueña
y soberana de mis días, pero no de mis humores. Llue-
ven gotas finas, pero igual no me voy de la terraza. No
me interesa correrle a la lluvia. No me rindo. Se moja
mi cuaderno y no me vuelvo. Luego de comer ñoquis
me acurruqué en el sillón verde a ver anime japonés.
Huelo la nuca de T que es dulcísima y me pierdo.
364
llevaba té de romero en una taza blanca. No me quiero
olvidar de esa imagen, por eso la escribo acá: té de ro-
mero en taza blanca.
365
me siento nadie. Después de un rato me olvido del fil-
tro, de la edición que todxs hacemos para salir mejor
en la foto o contar lo bien que nos fue en tal trabajo.
Simplemente me olvido y me meto en las vidas de otrxs
que no me importan. T mira el mapa mundial, el del
coronavirus, y me cuenta. Yo quiero escuchar y no es-
cuchar. Quiero llorar y no llorar. Quiero ser lejana y no
ser lejana. Como el mar ahora.
366
con lxs de al lado. Nadie habla, solo la señora que indica
cuando le toca pasar al primero de la fila. Todxs tienen
tapabocas menos yo. Atrás mío, una veterana pasa antes
porque la señora que decide dice que lxs veteranxs van
antes. La fila está a la sombra, por eso una chica y yo
nos salimos unos pasos al costado para que nos llegue
el sol. Ella mira su celular, yo prefiero cerrar los ojos. El
señor que quedó detrás mío se pone impaciente porque
la señora que decide cuando se entra se fue y la prime-
ra de la fila no se anima a entrar si no le dan la orden,
aunque el supermercado se esté vaciando. Yo lo miro
y le digo que da miedo entrar sin que te den la orden.
Él me dice que da miedo salir a la calle. Como no le
respondí me volvió a repetir lo mismo. Nos quedamos
callados, esperando nuestro turno. Adentro del súper
me lo crucé un par de veces pero como hacía las com-
pras no me importó. Ese fue el único diálogo que tuve
con una persona que no sea T durante el día. Da miedo
salir a la calle, repitió.
367
Algún día van a aparecer adentro de la casa; quizá, ya
están adentro y son tan blancas que van camufladas con
las paredes. Este encierro lo paso en un pueblo que no
conozco, no sé nada de sus gentes ni de su plaza ni de
sus calles principales ni de su iglesia. De a poco voy
latiendo estos ritmos anormales de ciudad en confina-
miento. De dormir siesta, de escuchar que quienes se
aburren lo gritan, de las horas que pasa el tren, de lo
mucho que habla el almacenero de la esquina, del ruido
hondo y húmedo del viento, gutural. Y la gaviota, lo
quiero saber todo de la gaviota. Escucho música de mi
país con un sol a medias. Un sol que ilumina la poesía
de Zitarrosa, la sensualidad fantástica de Marosa y el
olor a cebolla frita que se cuela por las ventanas.
368
puchitos, ya voy dos meses de que mi viaje a Europa se
volvió este confinamiento feroz.
369
Ayer mientras aplaudía mi mente se detuvo y repa-
ró en algo del pasado. Las veces que estuve en Ciudad
Vieja, sentada en algún escalón de alguna casa, viendo
cómo la gente pasaba aburrida, apurada, atareada. Y yo
me imaginaba que todxs paraban para reír y bailar y sal-
tar porque me divertía. Lxs miraba y me lxs imaginaba.
Y pensaba en eso. Y ahora, en la aplaudida, esa fantasía
naïf se hace realidad cuando veo a los padres hacer de
monos y a las madres sacar la lengua y a todos los veci-
nos bailar y reír en sus balcones.
370
salgo a la calle tres cuadras y tengo que correr de la
policía. Le tengo miedo a la policía, a que me multe, a
sus preguntas, a su insistencia, a su incumbencia en mis
decisiones más sencillas; a su existencia. Lo que esos
dos policías no saben es que antes fui hasta la plaza
por primera vez, a conocerla con la excusa de tirar la
basura. Con la bolsa azul grande en la mano, paseé con
la mirada por la vieja iglesia, por sus ladrillos; cerré los
ojos para recibir el oxígeno de una fuente que emana
agua sobre sí misma, toqué unas pequeñas flores viole-
tas, pequeñísimas, violetísimas. Luego tiré la basura y
aparecieron ellos.
371
la Plata, lo asumo. El Río de la Plata es mar y estas
montañas son montañas. Listo. Respiro hondo con las
montañas para conocerlas, es la única forma que tengo
de llegar a ellas y ellas a mí. Pongo mi cuerpo a dispo-
sición para recibir lo que quieren transmitir, lo que sus
inteligencias permiten. Las respiro pero no quiero que
sepan de mis dudas sobre ellas, esto me lo guardo para
mí, aquí.
372
Esto me hizo pensar en mis padres y que sé de ellos
con más frecuencia que antes. Miro el video de mi pa-
dre hacer bicicleta fija durante cuatro minutos, de sus
paseos por el campo; su foto de Tatú pastando. Así me
siento un poquito más con ellos. Es curioso cómo a ve-
ces me veo hacer el gesto que tanto me llamaba la aten-
ción que hiciera mi madre cuando yo era chica, cuando
estaba concentrada peinándome o sacándome piojos: la
punta de la lengua afuera apretada con los labios. Cada
vez que me doy cuenta de que lo estoy haciendo lo dejo,
siento que no es mío.
373
desvelo, así fue que vi el único amanecer que he visto
durante el encierro. Ya era de día, tenue, y aún había
luna. El encierro me está pesando, pero ¿dónde? En el
pecho, donde siento casi todo lo que me pasa. Casi todo
en el pecho, o en el útero, o en la panza, o en las manos,
o en los pies. Si hiciera un mapa de mi cuerpo, que le
llamaría «cuerpo cartografiado», marcaría estas partes
con colores. El pecho anaranjado, el resto no sé, el útero
seguramente violeta, las manos y pies de rojo, la panza
azul. Podría ser.
374
a escribir eso, lisa y llanamente, no lo hago. Le busco
tantas vueltas que me pierdo. Una vez, en un trabajo de
mierda me dijeron que yo soy muy perfeccionista. De
alguna forma extraña creo que sí; es lo único bueno que
recuerdo de ese trabajo.
Tengo el cuerpo lleno de gusanos. Algunos son di-
minutos y otros bien grandes. No son parásitos, son gu-
sanos. No tengo por qué explicarlos pero habitan en mí.
Se alimentan de mí. Quizá debería querer que salgan
pero no me nace querer eso. No me nace eso ni otras
muchas cosas, como decirle a la gaviota de la terraza mi
envidia hacia ella. No me animaría a tal cosa. Si supiera
de la cantidad de gusanos que habitan en mí, seguro
que se querría meter en mi herida y succionarlas todas.
Jamás le dejaría, creo profundamente en mis gusanos y
su labor en mi cuerpo.
375
Todxs escriben en las redes que en el encierro nos
encontramos con los fantasmas, con los propios ¿antes
dónde andaban? Los lugares a los que quiero llegar pero
que no existen quizá son mis fantasmas. Quizá este es
mi descubrimiento más importante en confinamiento.
Quizá.
Pronto voy a menstruar y eso me hace pensar que este
es un regalo del confinamiento. Puede serlo si yo me
lo permito, claro. Es que no recuerdo la última vez que
menstrué y me pude quedar tranquila en casa. Haciendo
nada o haciendo lo que necesite en ese momento. Lo que
se me dé la gana. Y cuando digo quedar tranquila en mi
casa me refiero a no tener que dar explicaciones en el tra-
bajo y preocuparme porque falto, o algo de eso. La ma-
yoría de mis últimas menstruaciones han sido en medio
de momentos de encare, movimientos. Por ejemplo, la
última, salió la sangre cuando estaba preparando toda la
mudanza a mi guarida de confinamiento. Me entumeció
la sangre en la otra casa que era más cueva. Por eso me
impactó tanto el blanco de las paredes de esta casa, lo que
hubiera dado por dejarlas todas rojas. Que si mis gusanos
y yo somos rojos, quiero que todo sea rojo. Entonces, mi
próxima menstruación voy a estar todo el día tirada en el
sillón comiendo chocolate, lo tengo que conseguir.
376
Pienso otra vez en la gaviota, es que me impresiona,
hasta este encierro no sabía que las gaviotas me impre-
sionan. Otro hallazgo aquí. Escribo y escribo todo esto
en el bloc de notas del celular mientras T duerme y se
mueve. Escribo como a escondidas de mí misma. De
mi yo del día, del yo productivo que quiere llegar a un
montón de lugares, a un montón de éxitos, que ni se
imagina escribir por escribir. Me escondo de mi yo del
éxito, que se lo coman los gusanos.
377
Índice
Volumen 1
Prólogo..........5
Adriana Delgado..........12
Alana Chávez..........38
Alexandra Vega-Rivera..........54
Amor del Carmen Estrella..........72
Ani Karen Babojian..........95
Arlet Palestina..........110
Aurora H. Camero..........132
Bianka Verduzko..........160
Carmen García..........177
Carmina Balaguer..........198
Diana Dolea..........221
Dulce María Ramos Ramos..........240
Elena Maravillas y Marta Orosa..........257
Elisabet Fábregas Alegre.........277
Elisa Michelena Santini..........296
Emilia Fierro..........317
Ethel Krauze..........337
Florencia Pagola..........356
Volumen 2
Florencia Sardo..........377
Gabriela Ramos Monzón..........397
Isabel García Cuesta..........419
Julia Kurmi..........441
Kriscia Landos..........462
Lana Neble..........490
Laura Bianchi..........508
Laura Charro..........525
Laura Sanz Corada..........542
Laura Sussini..........558
Lila Vázquez Lareu..........565
Lola del Gallego Noval..........591
Lola Halfon..........610
Loreto Valencia Narbona..........642
Lucía Trentini..........667
Mademoiselle Peligro..........691
María Fernanda Pineda..........707
María Iliana Hernández..........731
Volumen 3
María Miranda..........747
María Ragonese..........770
María Sanz..........793
María Zubiri..........817
María Pérez Cordero..........842
Marta Castaño..........854
Muntsa Plana i Valls..........873
Naldi Crivelli..........891
Natasha Rangel..........902
Noelia Prieto..........920
Patricia Cabrera Ledezma..........946
Paula Natalia Rincón Chitiva..........968
Pilar María Cimadevilla..........993
Rebeca Maldía..........1013
Rocío Bertoni..........1036
Sofía Cárdenas..........1058
Tania Islas Weinstein..........1080
Verónica Hernández Pierna..........1104
Verónica Martínez..........1123
Verónica Uzón..........1148